31.12.08

Feliz año nuevo

Y van cuatro. Cuatro veces que felicito el año desde el blog.

Y me gusta hacerlo. Y me parece una felicitación tan real y directa como las que estos días doy con un abrazo o un par de besos; y más que algunas, para qué negarlo. Porque reales sois los destinatarios y reales los afectos que aquí surgen, aun en la distancia y la virtualidad.

Este año que hoy acaba ha sido, para mí, mejor que el pasado (lo tenía fácil, la verdad), y espero que peor que el que viene. En mi mano, al menos en parte, está.

Espero ser más feliz, con todo lo que eso implica, con todo lo que supone a mi alrededor. Porque que yo lo sea pasa por que lo sean quienes más quiero, y porque, como ya una vez dije que dicen en la India, lo mejor que puedes hacer por los demás es ser feliz (qué cierto es, creo yo, qué obvio parece, y sin embargo hasta qué punto desoímos el consejo).

Que tengáis todos, todos los que me dais la alegría de venir aquí, un muy feliz 2009. Os lo deseo sinceramente.

29.12.08

Las farmacéuticas

Hay una farmacia en la que todas las chicas que atienden (y sólo atienden chicas) son guapas y están (al menos por lo que sus batas permiten imaginar) bastante buenas. O, mejor dicho, son guapas, están buenas y tienen mucho morbo. No sé muy bien por qué ese morbo, pero ahí está.

No me suenan, excepto una, de nada; aquí, donde todo el mundo te suena, aunque sólo sea de la calle. Y eso las hace más misteriosas. Y cuando entro salen siempre al mostrador dos o tres y se quedan calladas, no se sabe si sonriendo o qué, con ojos de gato, y, si la tuvieran, moviendo sinuosamente y muy despacio la cola.

Y pienso que si pasase algo, si yo hiciese o dijese algo, no sé qué, me harían pasar, todas, a la trastienda, ronroneando. Y dudo si hacerme el remolón y tentar a la suerte, o salir rápidamente de allí, antes de los bufidos, sin arañazos en la espalda.

16.12.08

Mañana

Una mujer vuelve de la compra, a las once y media de la mañana, tirando de su carrito cuesta arriba, con un par de bolsas en la otra mano y el bolso al hombro. Tendrá cincuenta y pico años.

Llega a un portal. Deja las bolsas en el suelo, pone de pie el carro y busca las llaves en el bolso. Se separa el pelo de la cara. Abre, coge otra vez todo y entra. Llama el ascensor. Abre el buzón y coge una carta del banco. Sube hasta su piso. Entra en casa, se quita el abrigo, lleva las cosas a la cocina, coge un vaso de agua y bebe apoyada en el fregadero. Después guarda toda la compra menos lo que va a hacer de comida.

Va al baño. Mientras se seca las manos se mira en el espejo.

Vuelve a la cocina, se pone el mandil y empieza a hacer la limpieza. Hace las camas, quita el polvo, barre, pasa la fregona, recoge las alfombras de las ventanas, las cierra y guarda la ropa que hay por las sillas. Luego, a la una y pico, se pone a hacer la comida. Limpia unas acelgas, pela patatas y adoba con ajo y perejil dos filetes. Pone la mesa de la cocina. Corta el pan. A las dos y algo pone a cocer las patatas, y después la verdura. A las dos y media hace los filetes a la plancha.

A menos veinticinco oye la llave en la cerradura.

a) Se quita el mandil, y sonríe.
b) Se quita el mandil, y suspira.


12.12.08

Otra vida

Sigo con Berger y Un hombre afortunado:

En términos subjetivos, podría suceder que una infancia determinada fuera al menos tan larga como el resto de la vida.
Confío en que, a mis 38 años, a mi resto de la vida aún le quede bastante, pero por el momento (y no creo que esa sensación dependa gran cosa de los años que pasen) me doy cuenta de que ése es mi caso: para mí la infancia (entendida hasta, aproximadamente, los 11 años, que fue a la edad en que nos mudamos a otra ciudad y -ahora lo veo- hubo una ruptura) duró tanto como todo lo que ha venido después.

Como dice Berger, todo se basa en nuestra percepción subjetiva, por supuesto. Pero en mi caso esa diferencia cualitativa es tal que no sólo parece alargar aquellos años, sino que hace que mi infancia me parezca una vida distinta, una vida aparte de esta otra que empezó con la adolescencia y aún continúa.

Sé que el niño que fui está dentro de mí, pero me parece que a partir de cierto momento fue siendo rodeado de capas, de muchas capas, algunas buenas y otras peores, algunas positivas y otras no: conocimientos, actitudes, miedos, cesiones, conveniencias, deseos, objetivos, intenciones, etc. Tantas, que se convirtió en otra persona: yo.

Me parece que mi infancia fue otra vida. Y tan larga como será ésta. Y feliz. Así la recuerdo.

Y ahora pensaba meterme en psicoanalidades y hablarles de si aquel niño está contento con su adulto o no, y de procesos de reconciliación, pero casi mejor me callo, que el hilo del que tiraría es muy largo y supongo que tiene bastantes nudos.

9.12.08

Contra el sentido común

Hace muchos años que el sentido común es para mí un tabú, salvo, tal vez, cuando se aplica a problemas muy concretos y fáciles de evaluar. Es mi mayor peligro en el trato con seres humanos, y mi mayor tentación. Me tienta a aceptar lo obvio, lo más fácil, la respuesta que está más a mano. Me ha fallado casi siempre que la he utilizado, y sólo Dios sabe cuántas veces he caído y todavía caigo en la trampa.

John Sassall en “Un hombre afortunado”, de John Berger.



Este párrafo, convenientemente pasado por el filtro de mi interpretación, expresa algo que he pensado a menudo: que no, que no es cierto que la respuesta más fácil sea siempre, o suela ser, la correcta; que a menudo no sólo no lo es sino que esa primera y en apariencia evidente explicación, por lo general la más común y repetida, no hace más que instalarnos en el error, enrocarnos en actitudes y creencias que lo enquistan, cuando no lo provocan; que esa explicación recurrente, con frecuencia revestida del aura de la mitificada sabiduría popular, es un corsé que nos impide abordar el problema desde un enfoque nuevo, un tópico confortable que nos ahorra la reflexión y, así, nos aleja cada vez más de la solución.

En mi opinión, esto es aplicable a casi todo, a cualquier tema, a cualquier ámbito de la vida, o del saber, incluida sin duda la ciencia. Pero claro, mientras que casi nadie se atreve con la física cuántica (con la climatología, curiosamente, sí: todo el mundo sabe del cambio climático), hay asuntos en los que todos nos creemos expertos, y por consiguiente en posición de dar lecciones o, como mínimo, consejos. Y creo que el inabarcable campo de las relaciones personales es un caso muy claro de terreno especialmente propicio a interpretaciones tan repetidas como falaces, que de lo que nos alejan es de llegar a conocernos a nosotros mismos y a los demás.

Tal vez sea sólo porque me han tocado más de cerca, pero, en concreto, la paternidad y las relaciones de pareja me parecen los ejemplos más obvios de esto que les digo. En cualquiera de ellos los conceptos más extendidos, los razonamientos que más se repiten, cada vez me parecen más equivocados y obtusos. Y, como decía, me temo que no sólo no ayudan a mejorar las cosas sino que están en el origen de la mayor parte de los problemas que arrastramos. De hecho, más que conclusiones pensadas, más que enseñanzas extraídas de la propia experiencia, por lo general parecen intentos de justificación de los errores cometidos.


Releo ahora tanto la cita como lo que he escrito y me doy cuenta de que yo nunca llamaría, a todos estos planteamientos que critico, sentido común. Pero, en fin, ya les advertí de que todo había sido filtrado por mi interpretación y utilizado en provecho propio, como de costumbre.

Sigo con el libro y unas páginas más adelante me encuentro algunos párrafos dedicados de nuevo al sentido común. Es el propio Berger el que ahora reflexiona, en un tono de lo más incorrecto políticamente:

Se suele creer que el sentido común es práctico. Pero sólo es práctico a corto plazo. El sentido común te dice que es una locura morder la mano que te alimenta. Pero sólo es una locura hasta el momento en que te das cuenta de que podrías estar mucho mejor alimentado. A largo plazo, el sentido común es pasivo, porque está basado en una visión periclitada de lo posible. La masa del sentido común se acumula muy despacio. Todas sus proposiciones tienen que ser demostradas muchas veces antes de ser incuestionables, es decir, tradicionales. Y cuando devienen tradicionales adquieren la misteriosa autoridad de los oráculos. De ahí el fuerte elemento de superstición que siempre presenta el sentido común práctico.

El sentido común constituye la ideología doméstica de aquellos a quienes se ha privado de unas enseñanzas fundamentales, de aquellos a quienes se ha mantenido en la ignorancia. Esta ideología está compuesta de fuentes diversas: supervivencia de la religión y conocimiento empírico, escepticismo protector
[me encanta esto, me recuerda al "piensa mal y acertarás"] y ciertos elementos de la enseñanza superficial que se provee. Pero el hecho es que el sentido común no aprende, nunca puede superar sus propios límites, pues en cuanto se corrige la carencia de unas enseñanzas fundamentales, se ponen en tela de juicio todas esas fuentes y su función termina por desaparecer. El sentido común sólo puede existir como categoría cuando se lo opone al espíritu de investigación, a la filosofía.

El sentido común es estático. Pertenece a la categoría de quienes son socialmente pasivos, de quienes no llegan a comprender jamás qué o quién ha construido y mantenido la situación en la que se encuentran.
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[Añadido el día 11.12.08]

Antes de vituperar a Berger o, lo que sería peor, a mí, les sugiero que lean tanto los comentarios como esta definición dada por la RAE:

sentido común.
1. m. Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas.

4.12.08

Conversación

Varias personas hablan separadas por mamparas de cristal que les permiten verse pero no oírse. De vez en cuando, una pantalla les sugiere un tema común. Para intervenir, está bien visto esperar a que los demás no muevan los labios.

29.11.08

La carta

Un hombre está escribiendo una carta. Una carta para su hija de cinco años, que está aprendiendo a leer. La carta acompaña a un dibujo que ella le ha pedido que le hiciese y enviara por correo durante el fin de semana.

El dibujo es de un paisaje de montañas y un lago, tal y como le dijo que haría. Lo ha copiado de un libro de dibujo, y no le ha salido muy bien; pero la carta, sí. También la ha copiado, casi, o al menos ha copiado el estilo, de un libro que ha hojeado esta mañana: está escrita en letra cursiva grande y salpicada de dibujos que ilustran el texto; está llena de colores y sabe que le va a encantar. En ella le dice que no se olvide nunca de mirar las cosas bonitas de su alrededor, y le desea que viaje mucho, de todas las formas que pueda, incluidas la lectura y su imaginación, y que siempre, sola o acompañada, esté contenta, sea feliz y recuerde que él la quiere.

Ha pasado una buena tarde, escribiendo, dibujando y escuchando música.

Sabe que esos deseos son ciertos, que quiere más que cualquier cosa que todo le vaya bien, que sea una mujer capaz de ser feliz. Pero también sabe que la carta, además de para sentirse cerca de su hija ahora, le sirve para luchar contra el miedo de ir desapareciendo de su vida.

21.11.08

Locura

El niño, de dos o tres años, sale de la guardería corriendo por el pasillo hasta la puerta. Lo esperan, excepcionalmente, sus abuelos.

- ¡¡Hola, cariño!! Holaaa.
- Vine corriendo.
- ¿Sí? ¿Corrías...? ¿Escapabas? Nooo, nooo. No se escapa, no, ¿eh? No se
escapa. ¿Verdad que no se escapa?

Y luego nos extrañamos de ver tanto chalado. Joder, si teníamos que estar todos como cabras...

20.11.08

Honi soit qui mal y pense

Ayer oí por primera vez (es lo que tenemos, los ignorantes), que yo recuerde (es lo que tenemos, los de memoria de mosquito), la expresión que encabeza el post, Honi soit qui mal y pense, y me acordé de mí (es lo que tenemos, los egocéntricos).

Bueno, de mí, de una entrada que escribí hace unas semanas y de alguna que yo me sé...

La frase, como todo, es interpretable, e interpretable es también la interpretación. Y la mía arrima el ascua a mi sardina (es lo que tenemos, los... los... merluzos).

Porque, más allá de su significado literal (algo así como Maldito quien piense mal), relacionado con la situación en la que supuestamente se acuñó el lema, ahora mismo la frase me parece muy apropiada para dejar claro, de forma breve y rotunda, que quien sufre las consecuencias de una visión negativa, retorcida, de las cosas es, siempre y antes que nadie, quien la tiene.

17.11.08

Fabulosas narraciones por historias, de A. Orejudo

Ayer por la tarde terminé de leer la novela Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo. Es lo primero que leo de él.

No he encontrado una sola crítica negativa de esta novela. Es verdad que no las he buscado, pero, en cualquier caso, todo lo que he leído sobre ella (en internet, casi exclusivamente) ha sido poniéndola por las nubes; incluidas las opiniones de Rafael Reig (aunque, bueno, es amigo de Orejudo), del enfant terrible Mal-herido y del muy fiable Lector a la sombra.

Me ha parecido un libro entretenido y muy bien escrito.

Mmmm…

Mmmm...

Y ya está.

Es muy probable que el autor haya pretendido conseguir eso: un libro bien escrito que cuenta una historia entretenida.

Y sin duda es algo que está al alcance de pocos escritores.

Pero la verdad es que a mí eso, en general, y salvo momentos en los que sólo quiero que me lleven lejos de donde estoy (lo cual nunca se agradece bastante, en ese caso), no me llega. Y cada vez menos.

Esta novela no me ha contado nada que vaya a recordar, me temo. Me ha entretenido (al final ya no tanto) y me parece que Orejudo escribe genial, repito, pero creo que ni he aprendido nada interesante (hay algo de política y de opinión literaria entremezclado, pero poco), ni me ha sorprendido (con una excepción: la autocrítica en forma de carta del final, que me hace gracia), ni emocionado, ni impactado de ninguna forma, ni apenas me ha hecho pensar. Y a mí eso me importa.


[Añadido el 18.NOV]

Yo leo, ante todo, para disfrutar. Por placer, para pasar un buen rato. Y eso, cuando de novela se trata, pasa siempre por una buena historia bien contada.

Pero no es menos cierto que casi todas las buenas historias bien contadas hablan de muchas más cosas de lo que parece.

Y yo espero eso de un libro.

11.11.08

The Times They Are A-Changin'

For the loser now
Will be later to win
For the times they are a-changin'


Yo también voy a escribir sobre Obama, qué carallo.

Así dejo que las ideas reposen y me permitan seguir creando tanto como estoy creando (¿les he dicho que soy dramaturgo, ahora?).

Y, además, hacía un montón que no escribía de sexo.


Las tropas federales escoltan a estudiantes negros que llegan a la Escuela Secundaria Central en Little Rock, Arkansas, en la primera semana de integración en septiembre de 1957.


Hace unos días los norteamericanos han elegido presidente a un negro. ¡Un negro va a ser el presidente de los Estados Unidos!

Eso es fundamental, claro que es fundamental. Es más: es acojonante.

Aunque Obama resultase un mal presidente, aunque su único mérito fuese el color de su piel, como ya hay quien se ha apresurado a afirmar, ¡aunque fuese todo un paripé y él el hombre de paja de un lobby tenebroso!, ya ha conseguido algo crucial; algo que cambiará su país y el mundo entero.

(Y sólo hay que darse una vuelta por internet -por ejemplo buscando imágenes suyas en Google- para ver los prejuicios racistas que le esperan, y la falta que hace ese cambio.)

¿Ustedes se dan cuenta de lo que supone para el imaginario popular (¡coño, por fin puedo usar esta expresión!) ver a todos los mandatarios del mundo yendo a rendirle pleitesía a un hombre negro, en lugar de recibir de vez en cuando a alguno que llega en túnica o vestido de colores y darle unas palmaditas? ¡Vaya patada en el culo para tantos y tantos! Ese efecto integrador, ni con mil series de Bill Cosby...

No tengo ni idea de qué dice Obama sobre casi nada, la verdad. Tengo de él la imagen que algunos de nuestros medios de comunicación nos han querido dar: alguien relativamente (y digo relativamente porque creo que los parámetros estadounidenses son distintos a los nuestros) progresista, supuestamente respetuoso con la comunidad internacional, menos beligerante que lo que últimamente vemos, y, sobre todo, opuesto en casi todo a Bush. Y aunque en realidad aún no hemos visto cómo es, y aunque sin duda gobernará para los americanos (sólo faltaría), me contentaría con que esas cuatro cosas fuesen ciertas, porque creo que bastarían para mejorar las cosas.

(Claro que después de Bush uno tiene la sensación de que no mejorarlas debe de ser imposible...)

Es un país raro, Estados Unidos. Único, creo yo. Nació distinto y sigue siéndolo. Nos tiene acostumbrados a lo peor, y también a lo mejor. Las tropelías de muchos de sus gobiernos y la llamativa inopia de gran parte de sus habitantes (aunque no nos engañemos pensando que nosotros estamos mucho mejor), por poner dos ejemplos, contrastan, por poner tres, con su respeto a la libertad individual, su capacidad autocrítica y su confianza en sí mismos.

Y no hay más que oír los discursos del día de las elecciones, tanto el del ganador como el (tremendamente generoso y leal) de McCain, cargados de referencias morales, familiares y patrióticas junto con otras progresistas, individualistas y abiertas, para darse cuenta de que estamos ante otra cosa.

Ojalá ante Obama estemos también ante otra cosa. No me hago muchas ilusiones, para empezar porque creo que aun el mejor presidente estadounidense del mundo estaría limitado, muy limitado, pero me gustaría ver que nos movemos en la dirección correcta, aunque sea un poquito.

En cualquier caso, creo que ya hay razones para alegrarse.

10.11.08

Pausa creativa

Sabrán ustedes perdonar este silencio, pero es que resulta que estoy escribiendo.

Que estoy escribiendo algo aparte del blog, quiero decir. Y no puedo romper esta tensión creativa, claro. [Risas]

Lo inaudito es que pretende ser teatro, una mini obra, cortísima, para representar entre amigos, ¡pero estoy disfrutando tanto, tanto!

Al fin motivado.

29.10.08

Cuento de Sirwood

[Transcurridas varias semanas sin que se me haya ido de la cabeza, y como doy por supuesto el permiso del misterioso Sirwood, traigo aquí un, en mi opinión, genial cuento sufí que él dejó en un comentario, para que ninguno de ustedes se lo pierda]

Había una vez un anciano que pasaba los días sentado junto a un pozo a la entrada de un pueblo. Un día pasó un joven se acercó y le preguntó:

- Nunca he venido por estos lugares, ¿cómo es la gente de esta ciudad?

El anciano le contestó con otra pregunta:

- ¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?
- Egoístas y malvados, por eso estoy contento de haber salido de allá.
- Así son los habitantes de esta ciudad -le respondió el anciano.

Un poco después, pasó otro joven, se acercó al anciano y le hizo la misma pregunta:

- Voy llegando a este lugar, ¿cómo son los habitantes de esta ciudad?

El anciano le contestó con la misma pregunta:

- ¿Cómo son los habitantes de la ciudad de donde vienes?
- Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos.
- También los habitantes de esta ciudad son así -respondió el anciano.

En cuanto el joven se alejó, un hombre que había llevado sus animales a beber agua al pozo y que había escuchado la conversación, le dijo al anciano:

- ¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta realizadas por dos personas?
- Cada persona -respondió el anciano-, lleva el universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también aquí encontrará amigos fieles y leales. Porque las personas son lo que encuentran en sí mismas, encuentran siempre lo que esperan encontrar.

27.10.08

La verdad desde los presocráticos hasta Platón

Sábado a las nueve de la tarde. Cafetería.

En una mesa, un hombre, su madre y su mujer; él parece que está viendo la tele y ellas hablan; o más bien habla su mujer, seria, sobre utensilios de cocina:

- Lo que también está muy bien es eso de los quesos, porque bajas la palanca y ya está.

La mujer, joven, no acaba de estar convencida de si un sábado por la noche le interesa esa conversación con su suegra, y de vez en cuando se le escapa alguna mirada de reojo a las mesas de alrededor, pero no pierde la gravedad del gesto. La señora, que lleva el abrigo puesto, asiente en silencio, echa la mano al vaso de zumo de melocotón, ve que ya se lo ha terminado y la vuelve a poner sobre el regazo, con la otra.

No sé cómo, ahora habla sobre su hija, que está haciendo algo así como bachillerato musical, y a la que la profesora de Filosofía le ofreció hacer el examen en las dos horas que tiene libres no sé qué mañana cada semana y que la niña aprovecha para ir a casa a tocar el piano. Pero resulta que ese ofrecimiento ha resultado ser sospechoso, porque claro, no saben si le pondrá un examen distinto. Mirada al marido que lo obliga a descender a la tierra.

Conversación que no oigo, en la que no hay un resquicio para la sonrisa que ponga distancia con el tema; parece que tomarse un poco en broma sería una grieta que provocaría un derrumbe.

- El otro día fue a coger un libro a la biblioteca y estaba la de Filosofía, porque hacen guardias allí -la suegra asiente-, y ni la miró. Le dijo Toma, este libro, y la otra así, sin mirarla: una idiota -y mirada dura al marido buscando confirmación de la interpretación y adhesión. Él baja la mirada de la tele a ella y asiente, distraído. Saca un billete del bolsillo y busca a la camarera.

Ella continúa explicando a su suegra cómo se las gasta la tal profesora, con todos, con todos. Muy expresiva y casi agresiva. Cuánto daño han hecho las tertulias de la tele. Él, con el dinero en la mano, interviene:

- Y resulta que llega el examen y les hace una sola pregunta, “La verdad desde los presocráticos hasta Platón”; y toda la clase así, claro –y mira un rato al techo pasmado, boquiabierto, y luego se descojona él solo. Y su mujer lo mira con la boca fruncida y luego fijamente a la señora con cara de si es o no es el colmo.

- ¡Todos los presocráticos, hasta Platón! ¿Tú te crees?

Y la señora asiente una vez más y suspira.

Y yo pienso que a veces damos mucha pena; y que menos mal que nos solemos dar cuenta sólo cuando les pasa a los demás.

[De la famosa serie Juzguen al juez]

24.10.08

Los Cien Mil Hijos de Portorosa

Pues sí. No es que sea un récord de público, ya, pero ayer, tras exactamente tres años y ocho meses de vida, este blog superó las 100.000 visitas.

A todos los que alguna vez habéis venido, muchísimas gracias por darle sentido a este intento mío de comunicarme.

Un sincero abrazo.

22.10.08

Lector mal-herido

Por si no lo conocen, no puedo dejar de recomendarles este blog, que llevo leyendo ya un par de años.

A veces resulta un poco borde, obviamente (también me parece obvio que lo pretende), y a veces no estoy de acuerdo con él (aunque normalmente no lo sé, porque casi nunca he leído lo que comenta), pero nunca me decepciona: me encanta cómo escribe, me parece inteligente y siempre me hace mucha gracia (y aun encima ha suprimido los comentarios, que eran un lastre).

Últimamente, sobre todo, me río mucho con él.

Léanlo, prueben.

14.10.08

¿Tiene usted un par de minutos?

Ayer al mediodía, en la acera de delante de mi casa había un hombre de traje con unos folletos y papeles en la mano, con pinta de vendedor de seguros a domicilio o algo así.

Al pasar por su lado vi que estaba ojeando un cuestionario bastante largo. Y en medio de la hoja que tenía a la vista, entre otras muchas preguntas, leí:

    • ¿Cómo ha llegado usted a este punto en su vida?

4.10.08

En el fondo

Como ya llevo unas cuantas chorradas seguidas sobre el psicoanálisis, creo que aunque añada otra no voy a empeorar mucho las cosas. En cualquier caso, procuraré ir parando, para que no huyan.

El psicoanálisis pretende, por lo que yo he entendido, ponerle a uno frente a su deseo, a sus deseos más profundos, demasiado a menudo rechazados o directamente desconocidos. En otras palabras: el psicoanálisis busca desengañarnos con respecto a nosotros mismos; y lo busca porque supone que el primer paso para poner un poco de orden y concierto en nuestra cabeza es saber a qué atenernos.

El psicoanálisis, hasta donde yo sé, explica todas nuestras acciones, decisiones y actitudes como resultado de esos deseos, los propios, aun en los casos en los que más chocante nos parece. Decía un profesor de una amiga mía:

El mártir que está vuelta y vuelta en la parrilla, lo está por su propio interés.


Aunque no cabe duda de que algunos "propios intereses" resultan mucho más defendibles y convenientes que otros. Pero ésa es otra cuestión.

3.10.08

Toda la verdad sobre el matrimonio

Hace tiempo que los libros que compro responden sobre todo a recomendaciones, directas o indirectas, de blogs. Uno de los últimos, regalado, vino de Viajes, se titula Te joden vivo y aborda, desde el punto de vista, más o menos, del psicoanálisis, el fascinante tema del determinante papel que en nuestra primera infancia juega la familia en la formación de nuestra personalidad.

Todavía estoy en la introducción y no sé cuántas cosas llevo subrayadas ya. La que les espera...

Bueno, pues ha tenido que ser ese libro el que llamase mi atención sobre todo el significado de un chiste que ya conocía, el que pone fin a Annie Hall, del genial Woody Allen.

Ante ustedes, la explicación psicoanalítica del éxito de muchos matrimonios (sustituyan al hermano por el cónyuge):

Este tipo que va al psiquiatra y le dice Doctor, mi hermano está loco; ¡cree que es una gallina! Y el doctor le dice ¿Y por qué no lo interna?, y el tipo le dice Lo haría, ¡pero necesito los huevos!

En ese necesito, en ese necesito está la clave de todo, la explicación de lo inexplicable.

2.10.08

Cómo se hizo Non é o pasado

Contestando sobre todo a Taliesín:

Lo que quería decir con mi anterior post era, básicamente, que esa elección que es vivir, aunque conlleva una pérdida de oportunidades yo diría que innegable, sólo se convierte en una constante causa de pesar si el momento presente (resultante a su vez, por supuesto, de todas nuestras elecciones) nos pone delante un cristal de ese color: si estamos mal, al mirar atrás no vemos más que oportunidades perdidas; si estamos bien, vemos decisiones, elecciones, no sólo renuncias.

(Esto, ya digo, me parece obvio.)

Dichas decisiones, unas buenas, otras malas, van trazando el camino que nos ha traído aquí.Y desde luego, nuestra visión del camino dependerá de si queremos o no estar "aquí".

Mirar al pasado, nuestra infancia, nuestros escenarios de entonces, e incluso a nuestros mayores, puede convertirse, para nosotros, en una experiencia siempre dolorosa. Y creo, repito, que eso denota un malestar actual.

En psicoanálisis (atención, van a presenciar un desnudo integral), yo lo explico en función de si el niño que fui (y que no es sólo él, sino esos escenarios, las miradas de los demás, el cariño recibido...), y que esperaba todo de la vida, está contento conmigo, con el adulto que soy, o por el contrario decepcionado. En el primer caso, me reconcilio con la vida; en el segundo, me resulta muy penoso ponerme frente a él, aguantarle la mirada.

Creo que nos suelen sobrar motivos para la tristeza, y si uno piensa en la vida toda puede sin duda verla como una gran putada; claro que sí. Pero lo que me interesaba comentar era que, en mi día a día, yo miro atrás con pena o con tranquilidad dependiendo sólo de mi situación. Tanto, que el sentimiento que me provoca esa mirada me parece un muy fiable diagnóstico de mi grado de satisfacción.

1.10.08

Non é o pasado

Os que me len dende hai tempo saben que teño escrito moito do pasado, da volta ós escenarios da infancia, dos anos de neno e as miñas ilusións daquela, das miñas lembranzas, dos meus maiores e do que todo iso supón, sentimentalmente, para min.

E isto que vou dicir é, sen dúbida, unha obviedade. Pero ás veces o obvio é o mais difícil de ver. A min custoume moitos anos.

Hai razóns máis ou menos obxectivas para ter unha visión dramática da vida. Para min hainas, polo menos. E segundo iso un tería motivos para sentir certa tristura existencial. E eu síntoa.

Pero, en toda canta análise fixen do tema, sempre salientei unha cuestión fundamental coma raíz do meu pesar (pesar que eu coidaba xeral): a perda de oportunidades que supón a obrigada e continua toma de decisións que é vivir, as sucesivas eleccións e consecuentes renuncias que o paso dos anos nos impón, e as tan temidas frustración e desmotivación que todo iso provoca; é dicir, sempre considerei inevitable o decaimento, a ida a peor.

Porén, hoxe estou convencido de que, unha vez mais, todo é cuestión do punto de vista. Porque a verdade é que o drama vital cotidián non ven dado por cuestións existenciais, senon pola percepción íntima e sentimental que temos de nós. É o que somos agora e a nosa traxectoria o que determina a nosa visión: comparámonos có que fomos, ou có que prometíamos ser, lembramos o que esparabamos da vida (iso tan ben descrito por Miguel Sanfeliu coma imprecisa esperanza de felicidad) e comparámolo co que fomos quen de acadar, e iso danos un resultado, que no fondo a ninguén se lle escapa. Paréceme cada vez mais claro que o paso do tempo, aínda que sempre triste, só fai dano cando estamos mal, cando non nos gusta o que somos.

O pasado non causa tristura. Cáusaa o presente.

[Por si es necesaria, hay una traducción en el primer comentario. Disculpen las molestias, pero hoy esto me ha salido así.]

29.9.08

Domingos por la tarde

Me parece que no hay momento más representativo del grado de satisfacción de alguien que la tarde del domingo.

Enséñenme sus caras un domingo por la tarde y les diré si son felices.

Los domingos nos enfrentan a nuestra realidad íntima y nos dejan solos ante el peligro.

Hay tiempo libre, no tenemos el salvavidas del trabajo y las obligaciones diarias, y debemos llenarlo, generalmente contando sólo con los propios medios. Pero ya no cabe el embriagador tono de ilusión que, contra toda evidencia, uno siempre conserva un viernes o un sábado, como si algo bueno estuviera por llegar. El domingo no aguardamos una tarde o una noche en la que podemos seguir confiando, sino una nueva semana ante la que no cabe el engaño: sabemos lo que esperamos, sabemos qué hemos hecho, sabemos qué somos y qué tenemos. Y así se nos queda la cara.

Déjenme verlos por ejemplo en el coche, de vuelta a casa, a última hora, y les diré qué les parece su vida.

Paul Newman


En memoria de quien, aun siendo el hombre más guapo del mundo, fue un extraordinario actor.

26.9.08

Verdades psicoanalíticas (II)

Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
(Aunque tú no seas consciente, por supuesto, como casi siempre en estos temas)

Excusatio non petita, accusatio manifesta.
(Y esto no quiere decir que uno no pueda tener la suficiente cabeza para saber que su comportamiento puede ser malinterpretado. Se refiere al plano inconsciente, y estas excusas son, sobre todo, las que nos damos a nosotros mismos)

25.9.08

Aburridos

¿Ustedes piensan que la mayoría de la gente se aburre?

Yo sí.

Que sí lo creo, quiero decir.

Y además creo que cuando más se aburren es cuando mejor se supone que lo deberían pasar: en sus ratos de ocio, en su tiempo libre. Y cuanto más libre, más se aburren.

(Porque lo del trabajo es diferente: en el trabajo, bien estamos contentos porque nos gusta (sí, tengo entendido que hay casos), bien sufrimos un claro síndrome de Estocolmo, bien nos amargamos).

Esta opinión nace de dos razones perfectamente subjetivas:

1. Lo que percibo en las caras, gestos y actitudes de la gente mientras toman un café, dan un paseo o están con sus niños en el parque.

2. El aburrimiento mortal que creo que sentiría si fuese ellos.

Naturalmente, como a estas alturas todos nosotros, expertos psicólogos, sabemos, al juzgar a los demás me estoy juzgando a mí mismo.

Ténganlo en cuenta cuando les diga que esto del aburrimiento, en el fondo, para mí no es más que una manifestación más de un problema mayor, cuya exposición es aun más inconveniente: que la mayoría de la gente está hasta las narices de su vida.

23.9.08

Verdades psicoanalíticas (I)

Cree el ladrón que todos son de su condición.
(O sea, que no vemos el mundo tal como es, sino tal como somos; y más todavía a los demás: el éxtimo y todo eso...)

A quien le pica, ajos come.
(O cómo lo que no puedes soportar dice algo importante sobre ti)

22.9.08

Microrrelato: En amor y compañía

- ¡Ay, no sé qué tomar!
- Yo un café; con leche.
- ¡Un café! ¡Pero cómo vas a pedir un café! Después no duermes.
- Sí, mujer, que sí que duermo.
- El café te hace daño, que es muy excitante.
- Pero si nunca me hace daño.
- Si quieres pídete una infusión, que es más sana. Porque el café te va a hacer daño.
- No sé, por uno que me tome...
- Te tomas una menta-poleo; o una manzanilla, que sienta muy bien al estómago.
- Pero si no me gusta.
- ¿Qué van a tomar?
- Dos manzanillas.
- ...
- No me gusta, no me gusta... ¡Pareces un niño pequeño!


16.9.08

Richard Ford: dos de dos

Pues así es la literatura, y así somos. Un autor creo que unánimemente ensalzado, y alabado como uno de los indiscutibles grandes de la literatura contemporánea norteamericana; y no sólo eso, sino considerado por el gran Jesús [un abrazo, Jesús] como uno de sus escritores de cabecera; y resulta que el segundo libro suyo que empiezo a leer ha sido también el segundo que dejo a medias.

Me pasó hace un par de años con la novela El periodista deportivo, y me acaba de pasar con su colección de relatos Pecados sin cuento. He leído los tres primeros, y en el cuarto lo he cerrado.

El tema (el adulterio, visto más o menos de cerca, en todos ellos) prometía, pero no me estaba diciendo nada que me interesase; tal vez he tenido poca suerte con esos tres que he leído. En cuanto al estilo, a la forma pura y dura, no sé si se trata de un problema de traducción o si directamente soy un hereje, pero no me gustaba: yo diría que tengo un problema con el vocabulario, que a veces me llama demasiado la atención (por eso digo lo de la traducción, por motivos obvios); y que en sus frases me parece como que... ¿sobran datos?

He visto, por otra parte, algo que no le "perdono" a un escritor (me pasó en su día, pero peor, con Paul Auster), y es que haga de prestidigitador y saque en una determinada situación conclusiones de la nada (sobre todo si esas conclusiones pretenden ser profundas y psicológicamente complejas), o le ponga una serie de etiquetas calificativas a alguien en lugar de conseguir, por lo que nos cuenta de él, que se las pongamos nosotros. Creo que un texto debe ser capaz de llevar al lector a concluir, a ver, lo que el autor quiere transmitir; y que no vale decírselo directamente, y menos si no queda claro de dónde sale y parece un capricho. Del mismo modo, no me gusta que transcriban un diálogo y conviertan a los personajes en videntes con una agudeza mental extraordinaria, capaces de percibir y comprender actitudes que el texto no justifica.

Creo que hay que hacer sentir, no explicar lo que se debe sentir. "Escribo que hace frío, y no hace", dice Donoso que decía, quejándose, García Márquez cuando se atascaba con Cien años de soledad; y me parece un ejemplo perfecto de qué es escribir (bien).

En fin, que manda carallo, pero ahí le quedan mis consejos a Richard Ford.

8.9.08

Ya está bien: yo no quiero escribir

Tanto tiempo diciendo y pensando que quería escribir, o, mejor dicho, que quería ser escritor, como si nada. Con tono de trascendencia y cara de llevar mucho, pero mucho, dentro.

¿Cómo mi pasividad de años no me hizo ver mucho antes que era mentira, que era todo un engaño a mí mismo y a los demás?

Puede que a mí me gustase ser escritor, pero por el personaje, por la vida que les imagino, por la pose, por la fama, porque soy un esnob. Pero escribir no, no puede gustarme tanto, porque yo, como cualquier otra persona de nuestro mundo, no tengo ninguna excusa para no hacerlo; y aun así no lo hago.

Si quisiera ser escritor, o al menos escribir, lo intentaría: escribiría. Es más, no habría casi nada que me lo pudiese impedir (y menos las estupideces de razones que me suelo dar como excusas).

No digo que no vea en la escritura un medio para expresarme y ayudarme a darle vueltas a mi forma de vivir y de ver la vida, y sé que por eso me daría ciertas satisfacciones sinceras. Pero no escribo; en realidad no escribo nada.

Es falso que a mí lo que más me gustaría ser es escritor. Estaría bien, claro que sí, y desde luego estaría mucho mejor que ser lo que soy ahora. Pero ya está bien de cuentos (nunca mejor dicho). Es mentira. Otra más. Y ya va siendo hora de tener claro qué quiero.

(Bueno, yo lo que quiero es ser feliz)

3.9.08

Piensa mal y te equivocarás

[Dedicado a M.J. e I., inestimable soporte moral de mis mañanas laborales]

Esto todavía está a caballo entre la exposición de una filosofía de vida y una declaración de intenciones. ¿Pero no es cierto que pocas cosas nos definen tanto como las intenciones?

Usted puede pensar mal en determinadas circunstancias, ser cauto y prudente. Pero el dicho de pensar mal y acertar habla de un planteamiento general, aconseja una actitud. Y es seguir ese consejo lo que me parece un grave error.

Pensar mal, desconfiar, esperar el engaño, no puede más que perjudicar a quien lo hace. Da igual la casuística, da igual si en la práctica uno acierta o no: siempre se equivoca.

Ese error se paga antes ya de saber el resultado, se paga siempre, día a día, cada vez que uno se cierra, que levanta una barrera delante de él, que se marca un nuevo límite. Se paga cada vez que uno se repliega, molesto, incluso aunque al final resulte tener motivos.

El beneficio puntual de prever la amenaza y acertar no compensa el perjuicio de vivir sospechando, en temor; no compensa lo mucho que la desconfianza nos empequeñece.

¿Ustedes quieren enseñarles a sus hijos a pensar mal, a andarse con ojo, a ser zorros viejos?

Yo no.

Yo lo que quiero es que tengan ganas de vivir y vayan construyendo una vida rica, y creo que pensando mal la estarían empobreciendo. Lo que quiero es que, de partida, tengan un horizonte mental ilimitado, que se atrevan a mirar hacia todos lados, que no tengan más techos que los que de verdad encuentren después de haberlo intentado. Y eso no es posible si uno tiene miedo; y ese curarse en salud no es, en mi opinión, más que otra manifestación (de las muchas que padecemos) del miedo. Quiero que tengan la tranquilidad necesaria para poder disfrutar, y no está más tranquilo el que más se protege; todo lo contrario. Les deseo que tengan la suficiente seguridad en sí mismos como para no necesitar ponerse vendas antes de herirse, como para que no les haga falta defenderse, de entrada, de todos.

Lo quiero para mí, que aún tengo mucho que crecer y que aprender, y lo quiero para ellos: disfrutar del camino que vamos a seguir, y decidir, dentro de las propias posibilidades, mi paso y la cara con la que voy a dirigirme a los demás; decidir el tono de mi vida. No quiero que los peores, los obtusos, los mezquinos, que los hay, me marquen el ritmo. El ritmo lo marco yo, y quiero que sea alegre y generoso (para empezar, conmigo mismo, y luego con los demás). Y me gustaría mucho que ellos, mis hijos, por su bien, tuviesen la grandeza de espíritu de esperar sonriendo y aceptar todo lo que se vayan a encontrar, bueno y malo, y lo hiciesen con valentía, convencidos de que sólo uno mismo se rebaja. Y me gustaría que de todo, aun de las decepciones, fuesen capaces de extraer vida. Y para extraerle vida a la vida hay que tener muchas ganas.

31.8.08

El hoyo sobre el río Kwai

Hola.

A pesar de que mi hijo me lo pidió varios días, no he conseguido hacer ningún agujero en el agua; que no les confunda el título. Pero he hecho alguno en la arena, en la arena mojada de la playa.

Mis agujetas en dorsales, trapecios, aductores y glúteos pusieron de manifiesto lo completa que como actividad física es, y a mí me ha permitido comprobar en primera persona hasta qué punto el ser humano se identifica con su tarea, con su labor, más cuanto más penosa, y de ese modo trata de evitar caer en el abismo de la inutilidad, de la falta de sentido de su esfuerzo.

- Este agujero lo es todo para mí, ¡es mi vida! -le decía yo la otra tarde a mi hija, que, cansada de traerme arena seca para reforzar las paredes, me pedía que fuese a saltar olas con ella mientras yo, arena, sudor y lágrimas, veía cómo todo se desmoronaba.

- El agujero no tiene ninguna importancia, papi -me decía ella, sonriendo desde una prudente distancia.

13.8.08

Rehacer el agosto

Re de volver, de insistir, de continuar, no de enderezar, que todo va bien.

Sigo vivo. He vendido camisetas y pegatinas vestido de caballero medieval, estos días. Aparte de eso, no hay muchas novedades en mi cotidianeidad llena de buenos momentos.

Y como vine me voy. Espero que estén ustedes teniendo un buen mes. Abrazos.

31.7.08

Hacer el agosto

Mañana empiezo las vacaciones. Un mes. Enterito.

Y durante ese mes mi entradas en internet serán pocas y breves, de lo cual se resentirá sobre todo mi querido blog. Aunque intentaré dar señales de vida de cuando en cuando, aquí y en algunas casas ajenas.

Espero disfrutar mucho, mucho. Y les deseo a ustedes lo mismo.

Hasta la vuelta. Un abrazo a todos.

24.7.08

Juzguen al juez

En agosto del año pasado escribí esto, un día en una terraza:

Un matrimonio con dos niños y los padres de él. Se ve que son sus padres no sólo por el parecido físico, sino porque su mujer, aun intentando ser cordial, no parece relajada del todo.
Él viste de traje, tiene el pelo, que debió de ser rubio, canoso y de punta, lleva unas gafas de sol horteras y dos pendientes minúsculos. Usa pasador de corbata y tiene un emblemita en el ojal de la chaqueta; y tres o cuatro anillos y un reloj de oro.
Los niños van muy rapados pero con un poco de flequillo. Los abuelos tienen un aspecto sencillo; él usa bastón y le cuesta incluso cambiar de postura en la silla.
Ella, la mujer, no es muy guapa pero debió de ser llamativa. Lleva un pantalón blanco y una camisa roja sin mangas, muy apretados los dos. Se le transparenta el tanga. El pelo, negro, lo lleva suelto y peinado con espuma, y para mi gusto está excesivamente maquillada. En mi opinión su aspecto resulta vulgar, y parece que no ha asumido, al vestirse, que ya no pesa lo que hace unos años; pero tiene unos ojos muy bonitos, de buena persona, en los que me parece ver inseguridad y ganas de que las cosas vayan bien.

Si no lo hace ya, creo que él va a tardar poco en engañarla con otras. Si no lo hace ya.

Él habla de vez en cuando con un niño o dice algo a la audiencia, pero permanece fuera del grupo. Ella habla con sus suegros con amabilidad. Él está cumpliendo su cuota semanal de familia.



Este fin de semana los volví a ver por primera vez desde entonces. De nuevo en aquellas terrazas, en el muelle, pero sin los abuelos. Primero los vi sentados, y poco después vi que él se levantaba con uno de los niños a dar un paseo. Al cabo de un rato paseaban los cuatro.

El seguía con sus gafas de sol, llevaba una camisa remangada y un jersey por los hombros, con el pantalón muy subido en la cintura, y miraba alrededor. Ella había engordado un poco más y seguía manteniendo una leve sonrisa todo el tiempo, y miraba hacia ellos y hacia dentro. Caminaban de la mano y delante iban sus hijos, uno de ellos vestido del Barça. Apenas había cambiado, ninguno, y él me pareció más miserable todavía que un año antes. No me cabía ninguna duda de que la engañaba.

Pero diez o quince minutos más tarde volvieron a pasar por delante de mi banco. Seguían cogidos de la mano y de vez en cuando se decían algo.

¿Y si éstos, al final, resulta que sí que se quieren, y son felices y todo?, me quedé pensando, asombrado.

21.7.08

Cádiz

El faro del castillo de San Sebastián, desde la Caleta


Cádiz es una maravilla, qué quieren que les diga.

Décadas de crisis (que sigue), años de dejadez, hicieron que la ciudad, muy lejos de su esplendoroso pasado, no sólo adquiriese un aire decadente sino que llegase a convertirse en un sitio sucio y de aspecto pobre que ponía difícil el amor a primera vista.

Y eso explica, supongo, que Cádiz siga sin tener la fama de ciudad bonita que, entre las capitales españolas, le correspondería. Pero ahora que está limpia, que está cuidada y que lleva años haciendo un gran esfuerzo en rehabilitación, se ve hasta qué punto lo es.


Desde la Torre Tavira


El Cádiz antiguo, de Puerta de Tierra para dentro (o para fuera, vamos, hacia el mar), está formada por varios barrios muy diferentes entre sí, humildes unos y testimonio de la riqueza del XVIII otros, por cuyas calles rectas, estrechas y larguísimas se puede vagar durante horas, o días, sin encontrarse nada que rompa el encanto (ventajas de esa crisis económica), flanqueado por edificios maravillosos, y desembocando casi por sorpresa en alamedas y plazas acogedoras que parecen de otra época y otras latitudes y viendo siempre, al fondo, el mar, verde, y su luz.

Pero es que Cádiz (la ciudad, Cai Cai) tiene, además, una enorme personalidad, que le dan su historia y los gaditanos, que, aunque sea un tópico, es verdad que son especiales.


Nuestros sueños no caben en sus urnas/Ná, to es cuestión de doblarlos bien


Fíjense si me gusta, que un gallego apegado a sus raíces como yo a veces ha pensado que no le importaría ser de Cádiz.

18.7.08

Sevilla

No sé si saben que el centro de Sevilla, como la lluvia, es una maravilla (por cierto, que llover llover no es que lloviera mucho, la verdad; ¡qué calor, por favor!).



Monumental pero llena de rincones, cargada de historia pero viva, es una ciudad que hay que conocer. Y, si lo hacen, paseen por Santa Cruz al caer la tarde. Y si se pierden, mejor.

14.7.08

¡Alegría, alegría!




¿No les llena de júbilo, algo así? ¿No se sienten desbordantes de ánimo, abiertos a todo y, sobre todo, muy positivos?

Qué suerte, hombre, qué suerte haber recibido en herencia esta visión del mundo tan jovial y optimista. Si es que uno ve esto y le sube una cosa, así por el pecho para arriba... ¡una alegría de vivir!

Aunque que conste que yo la segunda placa no la habría dejado así. Ya puestos, yo habría escrito:

(...)
Y MARÍA SANTÍSIMA DEL MAYOR DOLOR IMAGINABLE.


¿No? A ver si va a quedar alguna duda de que aquí, a sufrir, no nos gana nadie.

9.7.08

A Cádiz

Esta tarde me voy a Cádiz, hasta el domingo.

Hace años viví allí, en aquella provincia. Y la capital (Cai Cai, vamos) me parece una ciudad realmente preciosa, con mucho encanto y aun más personalidad, que por diversas razones no goza de la fama que se merecería. Y me apetece mucho volver.

Va a ser un viaje raro, ya que las circunstancias (todavía) lo son, y será difícil en algunos aspectos, pues sé que afectiva y sentimentalmente me pondrá a prueba; pero espero disfrutarlo.

Ya les contaré.

2.7.08

Me voy haciendo mayor

Ayer comprendí que mis enseñanzas sobre cuándo vivieron los dinosaurios y el tieeeeeempo que hace que desaparecieron habían quedado claras, cuando mi hija, con uno de juguete en la mano, me explicó que cuando yo era pequeño existían, ¿verdad, papi?

30.6.08

¿Qué ve usted ante sí, y por qué?

1. Tras la reciente discusión de estos días sobre realidades y percepción, no puedo ocultar que me siento bastante a gusto con esta sentencia:


La mitad de la belleza depende del paisaje, y la otra mitad del hombre que lo mira.


LIN YUTANG


Me parece que subraya el papel determinante del sujeto pero deja sitio para una realidad de partida independiente del observador. Y, aunque creo haber empezado a entender ciertos planteamientos alternativos, lo cierto es que eso recoge muy bien la idea que, intuitivamente, yo tengo del asunto.

2. Hoy me encuentro en mi agenda esta cita:


El horizonte está en los ojos y no en la realidad.


ÁNGEL GANIVET


De nuevo la importancia del sujeto en la conformación de su mundo.

Creo que esta frase, en muy libre interpretación, podría servir como ejemplo de consecuencia lejana de esa absoluta subjetividad de la que hablábamos, pero no sé si eso estará cogido un poco por los pelos, así que prefiero concretar un poco más y leerla como lo que yo creo que es: una advertencia sobre la percepción de las propias posibilidades.

La frase habla, en mi opinión, de mentalidades, de planteamientos vitales, de voluntad; y creo que afirma de manera muy clara que los límites nos los ponemos nosotros mismos, que antes que cualquier otro actor o decorado somos nosotros mismos quienes fijamos las dimensiones de nuestro mundo.

¿Esto es así?

En mi opinión, sí. Cada vez estoy más convencido de lo determinante que en nuestra vida es la actitud que tengamos, y de lo mucho (más de lo que preferimos creer) que somos capaces de decidir.

Pero entonces me acuerdo de esta otra cita, que me encanta porque me siento directamente aludido:

Es defecto propio de las personas felices, y del que nunca se corrigen, el creer que los desgraciados lo son siempre por su culpa.


E. PIERRE BEAUCHÊME



Porque, ¿cuándo nos podemos considerar dueños de nuestras vidas, y qué vidas, en cambio, hacen de semejante pretensión una bochornosa frivolidad?

26.6.08

Pluriempleo

Acabo de comprar una piscina hinchable para mis hijos. Y antes he tenido que echar un vistazo a la oferta.

Y aunque basta mirar alrededor para darse cuenta de que los responsables de marketing tienen una idea clara del comprador tipo y saben lo que hacen, es muy curioso ver a actrices porno arrodilladas en el agua junto a niños pequeños, o sosteniendo con ambas manos y su mejor sonrisa (porno) una pelota de playa o un flotador de Winnie the Pooh.

24.6.08

Realidad(es)

[Desde la Ignorancia con amor]

Yo creo que la realidad es única, tanto la física como la... social, personal, ¿humana? (física también, en última instancia, ya supongo; pero parece que, al menos mientras la biología, la química, la psicología y la sociología no la expliquen un poco mejor y le quiten toda la gracia y el misterio, cabe darle un trato diferente, ¿no?). Entre todos tejemos, consciente e inconscientemente, un entramado dinámico, en continuo cambio, en parte visible y en parte no, pero único, que a todos nos sostiene, nos cobija, nos atrapa.

Vivimos en la misma realidad.

Lo que considero múltiple es la percepción de la realidad: una por individuo e irrepetible (ya saben, las huellas dactilares, los copos de nieve...).

La cuestión, queridos todos, es qué es lo determinante, lo importante para nosotros. Creía unánimemente aceptado (unanimidad referida, claro está, al restringido y bastante rarito grupo de personas que dedican parte de su tiempo a pensar en estas cosas) que no era la realidad, sino la percepción de la realidad, lo personalmente relevante. De ahí la libertad de hablar de diferentes realidades, en lo que no es más que una metonimia que ha resultado confusa.

Y si es así, por definición (mía), la realidad percibida es única, personal e intransferible. O, en otras palabras, puede que reconciliable con la de los demás, pero sólo eso.

Habitamos en la misma realidad, pero vivimos diferentes realidades.

Todo lo cual es compatible, en mi opinión, con esa interacción, esa comunicación tanto consciente como inconsciente de la que hablaba Taliesín. Es compatible con que yo influya en los demás, con que forme parte no sólo de la realidad sino de las percepciones ajenas de la realidad. Y compatible además con saberlo, y ser por tanto responsable (y estar sujeto a la ética) de mis actos y omisiones, de mis pensamientos, mis sentimientos y actitudes.

¿Hasta el punto de alegrar unos ojos tristes con mi mirada? No soy muy optimista al respecto, pero quién sabe, puede que sí.

17.6.08

El color del cristal con el que se mira

Un matrimonio de unos 70 años se sienta. Él tiene el pantalón manchado en el culo, como de grasa, y el cuello de la cazadora metido hacia dentro. Está colorado. Mueve sin parar una pierna, subiendo y bajando el talón. Ella tiene cara de deprimida, con la mirada fija en la mesa vacía de delante de la suya, y de vez en cuando le dice algo en voz muy baja sin cambiar de postura. Él pide una cerveza sin alcohol y un zumo, también sin alcohol, y se ríe. ¿Del tiempo, el zumo?, le dicen desde la barra; sí, del tiempo, sí, y sin alcohol, y vuelve a reírse mirando alrededor sin dejar de menear la pierna.

Él camina delante con un niño de la mano, con la barbilla alta y jersey al cuello. Mira, ahí está no sé qué; mira, eso es no sé cuántos. Unos pasos por detrás va una mujer sin barbilla y de ojos tristes que mira al suelo. Le da la mano a una niña y con la otra se cierra la chaqueta de punto sobre el pecho. Van las dos calladas.

Tres parejas en una mesa. Ellos ven el fútbol y con sus barrigas y sus cañas sueltan algún pero hombre no condescendiente. Ellas hablan sobre camas para personas enfermas y hay momentos en que, todas a la vez y con ansiedad, levantan la voz para dejar claro que saben pedirlas, y manejarlas, y todo muy bien, y después vuelven las tres a apoyarse en sus respaldos con la misma expresión de profundo aburrimiento.

Un borracho ya mayor le dice algo a un chico que se cruza en la acera. Llevo las ventanillas cerradas y no oigo, pero el borracho abre los brazos y grita, se encoge y grita desesperado. Le suplica al chico, que lo esquiva y sigue andando, que le explique por qué, por qué ha sido todo así, por qué.

11.6.08

Charcos

En general en cualquier relación prolongada de pareja, y especialmente, me parece a mí, en el matrimonio, siempre llueve sobre mojado.

Por eso nunca se discute sólo de lo que se está discutiendo (bueno, ni en el matrimonio ni en ningún sitio).

Y por eso cualquier ligera llovizna puede caer como un chaparrón.

Pero lo malo, lo preocupante, es cuando hay tanta agua que unas gotas bastan para provocar una inundación, cuando está todo tan mojado que, aunque no llueva, no se puede ya dar un paso sin meter los pies en algún charco.

(Con las relaciones padres-hijos, prácticamente inextricables, y de las que entre otras cosas se podría decir esto mismo, no me atrevo.)

4.6.08

Lavavajillas

De la infancia se ha dicho ya todo, y no para de repetirse. De su pérdida, de patrias, de refugios que nos acompañan y traumas que nos lastran; todo.

Pero... es que es verdad. Si no se lo creen, psicoanalícense y verán: todo, todo, acaba en el principio.

En cualquier caso, hoy sólo les venía a contar que yo, como cualquiera, relaciono mi niñez con ciertos olores: una colonia, la crema que se ponía mi madre en la cara antes de acostarse y que yo notaba cuando nos venía a dar un beso a la cama (a fresa, olía), o el armario de la ropa de mi padre, que abría cuando él estaba de viaje.

Y así como a la señora del anuncio lo que le recordaba el hogar materno era el jabón de Marsella, a mí, entre todos esos olores, el que me recuerda a mi casa es el del lavaplatos funcionando, por la tarde, en la cocina recogida y limpia y ya vacía.

Yo entraba, seguramente a beber agua, a lo mejor en un intermedio de Primera Sesión, y notaba, además del ruido, el olor a agua caliente y a plástico que, por esos misteriosos mecanismos de la mente, tan agradable me resulta.

26.5.08

Lovely Rita

La adorable, la encantadora Rita era la encargada de los parquímetros, una encargada de unos parquímetros, en Liverpool. O no, en fin, supongo que ser no era nadie, pero se convirtió en real como don Quijote gracias a los Cuatro Fantásticos (los de Martin, no los de Marvel), que le encontraban cierto aire militar con su bolsa cruzada al hombro y nunca consiguieron una cita con ella para tomar el té.

Yo tengo una Rita propia, aunque creo que nothing can come between us. Trabaja en la empresa que se ocupa de la limpieza de las calles: una barrendera. Tiene un traje verde con capucha y un chaleco reflectante, un capazo de goma y una escoba corta, y melena negra; tiene cierto aire macarrilla. Y no sé si es guapa, porque sólo la he visto de lejos, pero me resulta interesante, y si supiese le escribiría una canción, también.

Porque Rita, por la calle, representa, no sé por qué, la independencia. Y si hay algo que me atrae en el carácter de una mujer es su independencia. Tanto con respecto a una cohorte de amigas como, sobre todo, a un hombre. Y verla hacer algo que yo interprete como muestra de autonomía, de que tiene una parcela propia, de seguridad en sí misma, me gusta. No tengo ni idea de qué experiencias vividas, qué roles de los de mi alrededor han ido instalando esos resortes en mi inconsciente desde pequeñito, pero, por ejemplo, una mujer sola en su coche conduciendo con soltura o una chica haciendo footing en solitario para mí tienen un punto atractivo: en ambos casos veo, ante todo, a una mujer independiente.

Y Rita la barrendera se despide de sus compañeros a las siete y media, con el cigarro en la boca y el pelo suelto, y empieza. Barre, recoge papeles de las aceras, mira a cualquiera que pase por su lado y camina rápido, sola, ella sola.

22.5.08

John Cheever, Diarios

Llevo tiempo leyendo, a la vez que un par de libros más, los Diarios de John Cheever.

De Cheever había leído hasta ahora la recopilación de relatos La geometría del amor y, hace muy poco, su novela Bullet Park. Me parece un magnífico escritor, un gran escritor.


Con estos Diarios me está pasando lo que con algún otro libro que me encantó y sin embargo me costó leer, como El Danubio, de Magris, y El libro del desasosiego. Son libros densos que requieren una lectura lenta, creo yo (al menos a mí me hace falta), si uno pretende no perderse nada. Y por supuesto son libros donde no hay ningún hilo que tire de ti, ningún final al que llegar, donde uno sigue leyendo exclusivamente por el placer de cada página leída.

En concreto, con El libro del desasosiego le veo más cosas en común: te partes de risa con los dos... No, en serio: son tristes, tristes de carallo; magníficamente escritos, desde luego, y lúcidos, muy lúcidos, pero con una lucidez que jamás se pretende objetiva, una lucidez... ¿íntima?, ¿interior?, que se mueve entre los límites de unas circunstancias personales (entre las que sobresalen la insatisfacción de fondo y un enorme desencanto vital) de las que el autor es plenamente consciente.

Anoche, al doblar la toalla de manera que se viera la inicial bordada, me pregunté qué hacía [yo] allí.

Estoy cansado, pero ya pasará. Amo el cuerpo de mi esposa y la inocencia de mis hijos. Nada más.

Cheever sufrió, fue desgraciado, y en el libro queda claro. Y aunque no habla sólo de él, claro, sino de los suyos y de su mundo, se ve, como todos, en cada cosa que mira.

...pienso en ellos como marido y mujer, mudos, unidos por la conciencia de compartir una tragedia, un estrepitoso fracaso, pero que seguirán juntos por amor a los hijos y respeto a la ley. Sé que (...) el crimen inconfesable que comparten sólo es consecuencia de sus idas y venidas habituales, una palabra desagradable aquí, una desilusión allá...
Estoy todavía muy por el principio, apenas un cuarto del libro, y supongo que tardaré en acabarlo, pero sé que me entristecerá y me hará disfrutar mucho, y que me dejará huella.

Se lo recomiendo. Y todo Cheever.

13.5.08

Courel


Creo que en Galicia somos unos privilegiados en lo que a conservación del entorno se refiere. Pero me temo que no hay otra razón que nuestro secular atraso, que nos ha privado de los medios materiales para meterle mano a gusto al paisaje que nos rodea.

Me parece una empresa realmente difícil hacer de Galicia un sitio feo, pero, desde hace unos años, estamos en ello.

No obstante, algún sitio virgen e inmaculado queda; y uno de ellos es sin duda la Serra do Courel, en el este de la provincia de Lugo. A donde he ido este fin de semana.






[Les recomiendo ampliar esta última foto; verán qué colores.]

Y, ante todos ustedes:

Paula y Carlos

7.5.08

Pobres pringaos

Como no tengo nada que decir, les dejo este texto:

Revolviendo los vientos las llanuras del mar, es deleitable desde tierra contemplar el trabajo grande de otro; no porque dé contento y alegría ver a otro trabajando, mas es grato considerar los males que no tienes: suave también es sin riesgo tuyo mirar grandes ejércitos de guerra en batalla ordenados por los campos: pero nada hay más grato que ser dueño de los templos excelsos guarnecidos por el saber tranquilo de los sabios, desde do puedas distinguir a otros y ver cómo confusos se extravían y buscan el camino de la vida vagabundos, debaten por nobleza, se disputan la palma del ingenio y de noche y de día no sosiegan por oro amontonar y ser tiranos.

Lucrecio
De Rerum Natura


Un poquito cabrón, el Lucrecio éste, ¿no?

28.4.08

22.4.08

Puertas que quedaron cerradas

Leyendo a Danae he sabido por primera vez de Jens Peter Jacobsen. Y en la fantástica El poder de la palabra he encontrado este texto:

El sol, a punto de ponerse, brillaba rojo a través de la ventana. Niels Lyhne estaba sentado delante con la mirada perdida entre los olmos del baluarte, oscuros como el bronce contra el fuego de las nubes. ¿Nunca has oído hablar de gente sobrada de talento en su juventud, fresca y llena de esperanzas y de planes, que al perderla también pierde el talento para siempre?

Jens Peter Jacobsen, Niels Lyhne


Y yo, que me suelo preguntar si alguna vez he tenido talento, me he visto reflejado en él, aunque en un tono menor: con la pérdida de la juventud creo haber perdido también, junto con tantas otras, la posibilidad del talento.

Sé que ésta es una actitud pesimista, o derrotista, o conformista, o cómoda o cobarde. Porque estoy vivo, y eso deja en mis manos la responsabilidad de vivir. Pero esa sensación de haber dejado atrás puertas sin abrir es a menudo difícil de evitar.

Esas puertas podían haberme descubierto tesoros, como podían no haberme conducido a nada, a habitaciones vacías, a otros caminos grises. La cuestión es que, al no haberlas abierto, no lo sé. Al no abrirlas me negué, eso, las posibilidades.

Viví menos.

Lo mínimo que puedo hacer ahora es aprender de mis errores y no volver a pasar junto a una puerta interesante sin atreverme a mirar, no volver a dar por sentado que lo que hay detrás no es para mí.

16.4.08

Ay, Sigmund

El otro día, en un parque infantil, apareció un compañero de clase de mi hija. Cinco añitos. Es mi novio, me dijo Paula con una sonrisa vergonzosa.

Y clavé en él la mirada. ¡Soy mucho mejor yo!, pensé.

Se lo juro.

Qué miedo, ¿no?

14.4.08

El traje

Miércoles por la mañana. "Ropero" de Cáritas. Una señora mayor entra a pedir ropa de hombre.

- Hola, buenos días. Mire, es para mi marido. Quería un traje.
- Bueno, pues hay varios. A ver si alguno de éstos
-le contesta mi madre.
- Fíjese usted. Yo que di tanta ropa, que tanta ropa traje, y ahora tengo que venir a pedir...
- Bueno, esas cosas, nunca se sabe
-y le enseña uno gris, impecable.
- Sí, éste está muy bien -dice-. Es que, ¿sabe usted? -le aclara bajando un poco la voz-, es para ir de muerto, para el entierro.
- Ay, lo siento.
Y entonces mi madre, práctica, después del apuro inicial se pregunta si no será mucho traje, al fin y al cabo, para usar una sola vez.
- Ya, pero parece que da un poco de pena, ¿no?, usarlo para eso. Más pena da él, claro, por supuesto, pero no sé.
- Bueno, pero es que yo quiero que mi marido vaya con lo mejor, ¿eh?
- No, claro. Pero puede que tengamos otros por aquí -
y busca y encuentra otro, algo pasado de moda pero resultón, que a la señora le parece perfecto.
- Sí, sí, éste está muy bien.
- ¿Ve? Pues nada...
- Pero no sé, ¿le quedará bien? Parece un poco estrecho de cintura, el pantalón.
- Ya. No sé.
- Aunque puedo soltarle un poco. Tiene para soltar, ¿verdad?
- Sí. Pero, ¿sabe?, aunque sea le abre así, por los lados, y ya está. Total, eso ni se ve.
- No, pero yo sé soltarle. Puedo probarle, y le suelto y le coso.
- ¿Sí? Bueno.
- Lo que no sé es la chaqueta.
- Qué la ve, ¿pequeña?
- Parece que sí. Casi voy a probarla yo, para hacerme una idea.
La señora se la pone, estira los brazos, se mira.
- No sé, la veo un poco justa, ¿verdad?
- Mujer, pero usted ahora va con ese jersei, y así no va a ir, él.
- No, claro. Va a llevar una camisa de seda. Aunque, bueno, con la camiseta.
- ¿Pero para qué le va a poner camiseta? Camiseta no se la ponga.
- ¿No? Es que también, en este tiempo, parece que... ¿no?
- Hombre, pues no.
- No, claro.
Y la señora levanta los brazos, los cruza, los dobla.
- Parece que así me ciñe un poco. Muy cómoda no queda, la noto escasa.
- Pero, mire, es que él no se va a mover.
- Bueno, tiene razón...
- ...
- ...
- Y si tal, le suelta un poco de la espalda, que, eso, total no se le va a ver.
- Ay, no, pero mejor le pruebo. ¿No ve que yo sé coser?
- Ya. Pero es que, también, probarle así, ya muerto.
- ¡No, mujer, pero no está muerto!
- ¿Ah, no?
- No. Va a morirse. Poco le quedará, pero aún está vivo. Por eso yo ya le pruebo, y le suelto un poco donde le haga falta, y listo.

7.4.08

Mi hija y yo

Nunca se lo he dicho, pero mi hija se llama Paula. Me parece buen momento para presentársela, ahora que la conocen tanto.

El viernes Paula durmió por primera vez en mi cama de cuando era pequeño.

Es una de las dos camas plegables de un mueble que desde los 70 ha ido cambiando de casa, casi sin usarse, hasta ahora que ha renacido, contra todo pronóstico, por y para mis hijos. Creo que yo estrené esa cama con, como mucho, un par de años más que ella, que acaba de cumplir cinco.

Quiso acostarse pronto. Me preguntó si las sábanas, con lunares rosas, también eran las mías. Pero no, le dije que las acababa de comprar para ella, que sólo el mueble. La tapé y me senté a sus pies mientras acunaba a Carlitos, que estaba al lado.

Paula tenía los ojos cerrados y, juraría, sonreía. Al cabo de un rato sacó una mano de debajo de la ropa y me la puso en la rodilla, se la agarré y así se durmió, enseguida.

Carlos tardó casi una hora, en cambio, y en los momentos en que no estaba tratando de que se acostase y dejase de morirse de risa estuve fijándome en el mueble: en las dos repisas que hay sobre la cabeza, en el cordón de la lamparita que sale de la más baja, y en las marcas de papel celo que dejaron los pósters que hubo; y me acordé de que en una de las baldas yo dejaba el libro, de noche; y en otra mi madre ponía, cuando estaba enfermo, un vaso de agua tapado con un posavasos metálico de flores, y al lado un pañuelo; y recuerdo uno de los pósters, de Daniel el travieso, pero no los otros, no pude acordarme, aunque me suena que uno, junto al dibujo, tenía la frase Hoy va a ser un gran día. Y me acordaba de la barra metálica que se veía tras la almohada, y por la mañana, al hacer la cama, me vi a mí mismo hace ¡treinta años!, metiendo igual la ropa bajo el colchón, y luego plegando todo y guardándolo. Y me acordaba del ruido y del olor, que no sé cómo puede mantenerse todavía.

Por supuesto, todo eso me impresionó. Esa noche y la mañana siguiente, en la que el niño quiso acostarse, él también, en la cama, y que lo tapase, y se quedaba quieto agarrando las sábanas y me miraba riéndose, me sentí extraño, emocionado. Y disfruté de estar viviendo aquello, de darme cuenta de aquel momento y de cómo me estaba afectando.

Creo que es fácil de comprender, esa emoción.

¿Pero de dónde surge? ¿Qué es lo que nos emociona? ¿Por qué ver a mi hija durmiendo donde yo dormí a su edad, en mi sitio, rodeada de aquellas cosas que me acompañaron en mi infancia, es algo (tan) emocionante?

Y ahora es cuando me echo a adivinar.

Debo partir de un hecho fundamental: mi infancia fue feliz; o así la viví y así la recuerdo, que es lo que importa. Eso explicaría, creo yo, que verla a ella reviviendo algunas cosas de entonces me haga pensar que ella es feliz también. A este respecto, me parece importante dejar claro (y no es la primera vez que lo hago) que veo cierta confusión en el hecho de relacionar la satisfacción de nuestros hijos con lo parecida que sea su niñez a la nuestra, y en dar por hecho que si no les damos lo que tuvimos (suponiendo, claro, que lo que tuvimos nos gustó) no los haremos felices, cuando en realidad ellos estarán contentos si están bien, no si están como nosotros (algo que, de hecho, ni se preocuparán en averiguar). Pero, aun así, hay casos en que es inevitable extraer de ese paralelismo conclusiones tranquilizadoras. Y eso hice el viernes, pensar que ella estaba tan a gusto como yo lo había estado, y que el recuerdo de ese momento sería, también para ella, en el futuro, bueno.

Pero eso no es todo; hay algo más, mucho más personal, más egoísta, en esa emoción. Algo que me afecta sólo a mí.

Lo que yo estaba viendo allí, y lo que vi (quizá más claramente, por motivos obvios) a la mañana siguiente cuando se acostó el niño, era a mí mismo. Al ver a Paula durmiendo en mi cama, al verlos allí acostados, estaba viéndome de pequeño, estaba recuperando momentos que supongo que echo de menos.

Como algunos de ustedes saben, creo que nada nos aproxima tanto a verle un sentido a la vida como la paternidad. Esto es así por varios motivos (sensación de valía, de importancia, de haber hecho algo maravilloso, etc.), entre los cuales está la convicción de trascender, de perdurar. Y esa trascendencia no comienza cuando ya no estemos, ni consiste sólo en dejar algo nuestro detrás; comienza ahora y consiste en sentir, al ver vivir a nuestros hijos, que nosotros mismos volvemos a empezar.

La vida de nuestros hijos es suya y no nuestra; y de sus deseos y no de los nuestros debemos intentar que la llenen. Pues para ellos viven. Pero, aun así, nos salvan, nos dan otra oportunidad.

Paula y Carlos acostados en mi cama me mostraban la cara más amable de la vida. Y además, al hacer que me viese a mí mismo con su edad, me estaban consolando.

¿Consolando de qué? Del paso del tiempo y, en última instancia, de mi muerte.

2.4.08

Sócrates, poco más o menos

Estoy aprendiendo tanto, pero tanto tanto, que ya casi no puedo escribir sobre nada.

¡Ay, aquellos tiempos en que me permitía opinar, reflexionar y aun instruir sobre cuanto tema se me pusiese al alcance, qué lejos han quedado!

¡Ay, felices días de la atrevida inconsciencia que tanto facilitaba todo, por qué os habéis ido dejándome tan desnudo!

Por qué me habéis abandonado, confortables límites...

30.3.08

Viernes

El canal erótico 40 Latino invade mi espacio auditivo vital en una cafetería. Para alivio mío, al cabo de un rato los demás clientes, indignados porque en uno de los vídeos no ha aparecido ninguna mujer en salto de cama, se abalanzan sobre el televisor y lo hacen añicos.

28.3.08

Otro

[Para Celia y mi prima la de Almería, que andan preocupadas por mis hábitos mortuorios]

Pues sepan que desde el día 11, cuando escribí El final, ya he ido a otros dos velatorios/entierros. El último, ayer.

Y no los busco.

Éste fue de un hombre bueno.

17.3.08

Colores

- Te odio, cuando me riñes. Se me pone la cara roja por dentro, de lo nerviosa que me pongo.

12.3.08

El final

Unas medias gris claro y unos zapatos negros de cordones deformados por los juanetes, pisando la hierba de delante de la fila de nichos en la que meten a un amigo, a un vecino, de su edad. Y un abrigo y un bolso negros y el pelo blanco. Y una cara triste y tranquila, arrugada. Y a lo mejor unos niños, que ella sabe que fueron de verdad, jugando hace muchos muchos años.

3.3.08

Un provinciano en Madrid: el retorno

Entro por un túnel muy oscuro. Suena Let it be y no oigo ningún ruido de fuera. Sólo veo las luces naranjas del techo y las rojas de los demás coches, y me parece que voy volando en una nave espacial, y por un momento me olvido de que si choco a esa velocidad me muero.

Cinco días en Madrid.


1.
Uno se cree que no es provinciano a pesar de vivir donde vive, pero al llegar descubre que sí. Es verdad que después puede volver a su mar y su lluvia, y está bien, pero unos días en Madrid permiten abrir una puerta y asomarse al mundo.

Al principio siempre es el tamaño y la cantidad: me abruman. Enseguida, la variedad, también: me deslumbra.

Y, por la ubicación de mi hotel, en pleno barrio de Salamanca, es imposible no hablar de dinero; de cuánta gente con dinero (y sin él, ya, ya) hay en Madrid.

Y todos guapos. Salgo a pasear, el mismo sábado por la tarde, y no veo más que guapos. Hasta los feos lo son. Qué ropa, qué pelos, qué gesto. Reparo con estupor en un tipo feúcho, con una sudadera de Decathlon, deambulando por allí, pero veo que al momento se le acerca un policía y amablemente le indica que es mejor que pasee por otra zona. Y a una pareja que lleva a su bebé en un cochecito que no es Bogaboo, lo mismo.

Al pasar, asusto a tres gorriones que picotean un vómito, y echan a volar.

Llego a Colón, y bajo la gigantesca bandera de España granate y verde lima el grupo más multirracial que he visto en mi vida hace todas las virguerías que -digo yo- pueden hacerse sobre dos, cuatro u ocho ruedas. Me quedo un rato mirándolos, alelado, y luego entro en una exposición sobre la Guerra de la Independencia que hay bajo la plaza. Contemplo emocionado (en serio) un sombrero de Napoleón y la cestita de picnic del duque de Wellington. Padres prestando atención a sus hijos me rodean, y me sienta bien verlos.

Esa noche, sin cambiar de barrio, salgo a cenar. Yo creía que los treintañeros que salen asintiendo con cara de preocupación o esperanza, según toque, detrás de Rajoy en sus mítines no existían, porque nunca había visto ninguno; pero es que estaban todos aquí (¿qué puede esperarse de un local que responde al evocador nombre de Hoyo 19?). Ellos, impecablemente desarreglados con sus camisas de cuadros y su pelo larguito con raya al lado y patillas; algunos con unas barbas tan perfectas que parecen falsas. Ellas, monísimas, para qué lo voy a negar; hay un par de modelos, en rubio y en trigueño, no más, pero la verdad es que están conseguidísimos, muy trabajados.

En un rapto de populismo, la camarera, con cara de estar hasta los cojones y vestida de otra guisa muy diferente, me cae genial.

Y pienso que lo de los mítines de Rajoy es una chorrada, que qué tontería, hasta que en la barra oigo a cuatro tíos comentar que sí, que estarán Zaplana y Fraga (se me hace raro oír hablar de Fraga fuera de Galicia), y que Esperanza es que ha dado mucha caña; y a uno le echan una bronca por trabajar en TVE, y él dice que, ¿sabes?, que es sólo un currito.

Y esto enlaza con el chico que, en pleno brunch en el VIP's de no sé dónde, a la mañana siguiente, le dice a una amiga que a él el PP no es que le convenza al 100%, pero que es lo más parecido a la democracia cristiana europea que tenemos, y que además la política social del PSOE le parece un agujero económico. Y me fijo en la expresión de ella mientras escucha y maliciosamente constato que el chaval está visto para sentencia. Y en otro arrebato de demagogia facilona me quedo con ganas de preguntarle a los dos mendigos que desayunan junto a la papelera de la puerta si la política social también les parece un agujero económico intolerable, pero no les quiero amargar el brunch (además están enfrascados en una conversación muy interesante, a juzgar por sus caras).

A las cuatro de la tarde del domingo la calle Montera está llena de prostitutas. Negras, sudamericanas y del este. Las del este son las que peor caras tienen; sé que no son las únicas, pero a ellas, delgadísimas, pálidas, con ojeras, se les nota muchísimo que son yonkis.

En Hortaleza, entrando en Chueca, el ambiente desinhibido es evidente a cualquier hora. Y la variedad estética, de orientación sexual y étnica me parecen liberadoras. Tomo un bocata en un vegetariano, y el dependiente le advierte a una chica muy guapa que la salsa es muy picante, y ella le contesta, con una sonrisa, que es mejicana. Canta Nina Simone. Veo pasar gente de todo tipo por la calle, y en el diminuto local hay personas, creo, de cuatro continentes, y en medio, al fondo, reflejada en un espejo, veo mi cara y me sorprendo. Y me gusta.

Voy a ver It's a free world. Llego tarde, y cuando acaba y encienden las luces veo cuántos inmigrantes hay. Buen sitio para esa película, que me encantó.

La mezcla, esa variedad que no deja de verse por la calle, me parece de lo más estimulante y enriquecedora.


2.
Llega la hora de los encuentros, y, aparte de Rythmduel, con el que tengo contacto a diario, empiezo por ver a Luna, que nada más bajarse del autobús, desde la acera de enfrente, me ve otro. Tres horas de café, cariño y sinceridad, y salgo contento y tranquilo, y casi casi reconciliado conmigo.

Luego, de noche, Cal y Xavie. Abrazos y besos y alegría. Y conozco a Conde-Duque. Mientras nos damos la mano mantenemos la mirada durante más segundos de lo habitual, tratando de reconocer en quien tenemos enfrente a la persona que habíamos ido conformando al leer, y eso ya me gusta. Magnífica noche, sin parar de hablar y de escuchar, y de reír. Y al día siguiente mi primer cocido madrileño, con Xavie y Cal, café junto al Retiro (Dios mío, qué gusto hablar tan bien con alguien), y paseo y cañas por Chueca con Cal, que me enseña todo lo que vale la pena (...del barrio). Y pienso en lo complicados que somos, y me pregunto cómo es posible que un purasangre pueda llegar a convencerse de que unas ramas en la entrada de la finca le impiden salir al campo y correr por donde quiera, y maravillarnos a todos.


3.
De noche, bajo las escaleras mecánicas del metro, desierto, y, como siempre en esos casos, me acuerdo de Un hombre lobo americano en Londres y de la madre que la parió. Veo una cámara y saludo con la mano.

Llego a un sitio con gente y una limpiadora, sudamericana, por supuesto, me ve la cara y me pregunta a dónde voy. Es un poco lío, y me indica el ascensor; a mí y a un chico de veintipico años, extranjero, negro. Mientras bajamos nos miramos. Se abren las puertas y él se cree que aún no es nuestra planta, pero le digo que sí. En el andén se me acerca con el móvil en la mano y me pide que le lea un mensaje:


sabes una cosa creo q tins razon en tus palabras y que mali y senegal para mi se acabo. cuando quieras tomamos un cafe pero nada mas

Para mi sorpresa, sonríe, y me da las gracias.

Llego a mi parada, también vacía. Conmigo se bajan dos vigilantes jurados, y al ir hacia la salida veo que en un banco duerme un hombre. Le dicen que se levante. Debe de tener más de cincuenta años, y cuando a duras penas se incorpora, con la ropa llena de manchas, le cae un hilo de baba que le gotea en la rodilla. La taquillera bosteza. Salgo. Llovizna. Desde una parada de bus una prostituta da unos golpecitos con los nudillos y me hace señas con el dedo para que me acerque. Le sonrío y le digo que no con la cabeza. Veo que son transexuales; una debe de tener problemas con la falda porque la tiene en la mano y la está mirando muy de cerca, en bragas; la otra habla por teléfono con la misma voz que el artista anteriormente conocido como Bibí Andersen. En la acera duerme alguien, oculto por telas y cartones, y enfrente, a través de las ventanas a ras de suelo, veo corbatas rosas y azulonas, y labios con brillo, tomando copas y riéndose.


4.
Me voy.

Paro a comer en un área de servicio, y en la mesa de al lado una pareja con una sospechosa diferencia de edad, ella extranjera rubia platino y él con ropa y peinado de querer ser joven, come con otro señor. ¿Pues sabes qué te digo, Gonzalo? Que llevas razón, que la paella está muy buena. Y Gonzalo, no sé por qué, se deshace en atenciones, y se inclina sobre la mesa para oírles mejor, y pone muchísimo interés en explicarles que ésa no es otra área de servicio que hay, que la otra es parecida, y tiene también la barra a la izquierda y luego todo mesas, pero que no es exactamente la misma, aunque en la otra también tienen paella, cree. Y que va a comer el filete, porque lo que le pasa a la carne es que como se enfríe... Di que sí, Gonzalo.

Salgo. Voy a la gasolinera y marco 40. Empiezo a echar gasolina: plim, y para. Señor, ha marcado 40 céntimos; marque 39,60, si quiere...

El provinciano regresa.

Madrid me ha sentado bien, y vuelvo animado y contento: aire fresco (mentalmente hablando, claro) y amistades confirmadas.