29.8.07

Vuelta a Vicedo

Algunos de ustedes ya conocen Vicedo.

Isla Coelleira con Vicedo al fondo

Ayer mis hijos fueron por primera vez. La excusa era una comida familiar. Hacía tiempo que no iba, yo, y me apetecía mucho; esperaba que fuese un buen día, y por una vez la realidad superó las expectativas.

Los motivos fueron varios, relacionados casi todos con la familia: que algunos conocieran ayer a mi hijo pequeño (y cayesen rendidos a sus pies...), que mi hija jugase con primos suyos que prácticamente no trata, poder estar con algunas personas a las que aprecio de verdad y apenas veo, etc., etc.

Pero hubo un par de cosas que hicieron de la de ayer la, probablemente, mejor tarde de este difícil verano.

Si leen (o recuerdan) esto verán lo que significa para mí la lancha de mi tío Camilo. Bueno, pues fuimos a dar una vuelta en ella por la ría. Y mi hija venía sentada a mi lado.

Los padres tendemos a intentar que nuestros hijos disfruten de las mismas cosas de las que disfrutábamos de pequeños nosotros. Es lógico, y aunque supongo que con eso en parte lo que buscamos es vivirlas otra vez a través de ellos, me parece que casi siempre obedece a la mejor de las intenciones. Pero no deja de ser un error: por un lado nos lleva a hacer suyo nuestro criterio, en lugar de estar más atentos a lo que ellos nos van dando a entender, y por otro, podemos creer que los niños son más o menos felices dependiendo de lo que su infancia se asemeje o se diferencie de la (tal vez idealizada) nuestra, lo cual es una equivocación, pues de lo único que depende su felicidad es de lo bien que ellos se sientan, no de si encajan o no en el molde que les tenemos preparado.

En cualquier caso, creo que ayer ambas cosas coincidieron, porque cuando mi primo encendió el motor de la lancha mi hija se puso tan contenta que no podía parar de chillar, de reírse, de apretarme el brazo y de gritar ¡Vamos a ir en la lancha! ¡Vamos a ir en la lancha! Y cuando le dejaron llevar el timón repetía a voz en grito, casi histérica, ¡Soy la capitana!

Y yo, por mi parte, que sé que poco más voy a ir en lancha y que ella tampoco va a tener demasiadas oportunidades, me sentí inmensamente afortunado por verla tan entusiasmada, por (sí, claro) verme a mí mismo hace más de treinta años igual de contento, y por haber podido (también, como si fuese algo que yo le debía, algo que yo le debo a mis hijos mientras dependan de mí) darle un momento que, como yo los míos, recordará toda su vida con cariño y alegría (dos horas después, aún no había dejado de gritar y de contarles a todos lo que había hecho).


No acabó ahí la cosa.

A las nueve de la tarde nos fuimos, unos pocos, a esta playa a bañarnos.

O Vidreiro

Llegamos con los niños, que se quedaron vestidos y con los chaquetones puestos jugando en la arena. Como suponíamos (si no son ustedes de aquí no tengan en cuenta este comentario), el agua estaba buenísima. Yo anduve hasta que me llegaba por la cintura; entonces miré atrás y vi a mi hija, miré enfrente y vi esto,

Costa de O Barqueiro a Bares

y me metí del todo y nadé hacia fuera, despacio, despacio, con el pecho a punto de estallar de belleza, de calma, llenándome de aquel instante de felicidad que sabía que recordaría todo lo que me queda de vida.

28.8.07

The King of the Apes

Los gorilas, cuando Tarzán se plantó ante todos y dejó claro que él iba a ser el jefe, también pondrían el grito en el cielo, se llevarían las manos a la cabeza y, a falta de argumentos de peso que oponer a la patente superioridad del advenedizo, dirían que las cosas nunca se habían hecho así, que había unas normas que respetar, una disciplina, que Tarzán sólo quería protagonismo y que estaba demostrando una absoluta falta de lealtad hacia la manada.

Y cuanto más mediocres fuesen y mayores posibilidades de llegar a ser jefes creyesen tener, más gritarían y más golpes en el pecho se darían.

Hago una predicción (total, quién carallo se va a acordar de esto dentro de ocho años), sujeta a la condición de que las zancadillas provenientes de su propio partido no le impidan colocarse en la línea de salida: tras estas elecciones el presidente va a volver a ser Zapatero; dentro de cuatro años, no lo sé, y dentro de ocho, Gallardón.

25.8.07

Una tarde en un centro comercial

Supuesta terraza en el pasillo central de un desesperanzador centro comercial típico. Ella, con el pelo recogido de cualquier manera, lleva unos vaqueros que se han quedado un par de tallas pequeños y un polo manchado de lo que parece papilla, toma una cocacola y mira alrededor sin ver. A su lado su madre le da el potito y el yogur al niño. No le comenta nada, no le pregunta su opinión sobre nada ni le pide permiso para hacer nada. De vez en cuando sentencia con cara de mala leche algo sobre el bebé, y su hija la mira un rato y se queda callada.

Madres jóvenes, solteras de hecho casi siempre, que se ven superadas por la carga de unos hijos que han llegado antes de tiempo, que hacen dejación de sus responsabilidades en unas abuelas que en general ponen al mal tiempo buena cara y aportan la experiencia que falta, pero que a veces venden el favor, cogen las riendas para siempre y asumen toda la autoridad en lo que puede convertirse en un chantaje tácito que hace a sus hijas rehenes de su propia incapacidad. Todos necesitamos algo que pueda al menos pasar por especial. Supongo que ese saberse imprescindibles ayuda a llenar los días.

Chicas que dejan su juventud a medias y tampoco tienen la madurez suficiente para disfrutar de la maternidad, atadas a unos niños que quieren, sí, pero que quieren a pesar de las circunstancias. Ellos han venido antes ser deseados y no encuentran madres adultas y seguras, tranquilas, sino niñas asustadas y frustradas desde muy pronto y padres que han tenido nueve meses para tratar de salir de la adolescencia y no suelen saber qué hacer, aparte de aparecer con algún que otro regalo no muy acertado o jugar media hora (media hora impagable para los niños, media hora que puede ser la mayor alegría del día, y seguramente nadie lo sepa) con ellos en la alfombra, para hacerse después a un lado mientras otra persona les muda los pañales, les da de comer, los baña y les riñe.


22.8.07

La caída del lamarquismo soviético

El biólogo francés Lamarck sostenía que los conocimientos y caracteres adquiridos por los individuos a lo largo de sus vidas eran heredables por las generaciones siguientes. Sus teorías fueron generalmente aceptadas hasta que los trabajos sobre genética de Mendel demostraron que, de heredable, lo adquirido no tenía nada; que tú podías pasarte la vida estirándote la... lengua, y no por eso tu descendencia la iba a tener más larga.

El estalinismo encontró en estas teorías un estupendo apoyo científico a sus pretensiones de transformación de la sociedad, pues parecían justificar la creencia de que los logros conseguidos por el comunismo no tendrían vuelta atrás.

El director de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S. durante muchos años fue un tal Lysenko, que era además el principal abanderado del lamarquismo oficial. Pero su preeminencia no pudo sobrevivir a cierto congreso de la Academia:

- Si tuviéramos la constancia de cortar las orejas de las vaquillas cuando nacen, generación tras generación, al cabo de un tiempo las vacas nacerían sin orejas.

- Profesor Lysenko -preguntó tímidamente un joven científico cuyo rastro se ha perdido, desde el fondo de la sala-, ¿de ser cierto que cortando sistemáticamente, generación tras generación, las orejas de las vacas éstas acabarían naciendo sin orejas, cómo se explica que todas las jóvenes de la Unión Soviética sigan naciendo vírgenes?


(Extraído de Cara a cara con la vida,
la mente y el universo
, de E. Punset)

20.8.07

Sentido personal del humor

Acabo de empezar Espera a la primavera, Bandini, de John Fante. Ya era hora de que, considerándome bukowskiómano como me considero, me decidiese a leer a este autor.

En una clase de niños de alrededor de 14 años, la profesora, enfadada, hace levantar a dos de ellos por no prestar atención. Uno se llama Holm:

Nellie se sentó sin saber qué sucedía y los dos muchachos se incorporaron. (...) Tosió Holm mientras, con la cabeza gacha, observaba los caracteres de la marca de su lápiz. Era la primera vez que leía la inscripción y se quedó más bien sorprendido al advertir que no decía más que Fábrica de Lápices Walter.

Bueno, pues a mí esto me hace mucha gracia, qué quieren que les diga.

No sabría explicarles bien por qué, pero creo que tiene que ver con que la situación me parezca completamente real. Y con que, de hecho, yo me reconozca en ese niño, me vea aún ahora, a mis 37 años, distraído con cualquier detalle irrelevante y fuera de lugar, de repente fascinante, en medio de la discusión más tensa o de la situación más solemne.


16.8.07

Lovecraft en Galicia

Ayer, ya tarde, fui a dar un paseo por una zona preciosa, algo apartada. Después de un día de lluvia se había quedado una noche muy tranquila.

Supongo que la traducción es innecesaria:


Esmelle

Volví enseguida al coche y me fui de aquel sitio en el que no se veía un alma.


14.8.07

Astronomía íntima

A mí anteayer las lágrimas no sólo no me impidieron ver las estrellas, sino que lo hicieron posible. Para que luego diga Tagore.

Fui a un buen sitio (una playa bastante apartada, a la que por el norte no le llega luz artificial ninguna), con gente que sabía y nos explicaba lo que veíamos. Sólo estuve hasta la una, pero fue un verdadero espectáculo, precioso.

Tuve además la oportunidad de aprender a identificar alguna constelación (y maravillarme de nuevo de la imaginación de los hombres de otras épocas), alguna estrella suelta e incluso, con unos prismáticos, la galaxia Andrómeda (desasosegante, muy desasosegante). Observamos también Júpiter al telescopio, con sus cuatro lunas, tan pequeñitas ellas (!).

Por cierto, ¿sabían ustedes que hay satélites artificiales que se distinguen a simple vista? Vimos al menos media docena, moviéndose tranquilamente sobre nosotros; uno era la Estación Espacial. Me pareció increíble.

Todo, todo me parece increíble.

De pequeño, cuando me tumbaba de noche a mirar el cielo, llegaba a sentir tal vértigo que muchas veces me tenía que levantar y dejarlo: si no había ruidos que me distrajesen ni nada cerca (árboles, nubes) que entrase en mi campo de visión, si veía estrellas y sólo estrellas, casi llegaba a asimilar que entre ellas y yo no había nada, dejaba de estar en la Tierra y pasaba a sentirme sobre ella. Yo era una persona tumbada con un planeta a la espalda, y así me veía claramente. Es más, en lugar de imaginarme a mí mismo tumbado con la Tierra debajo, me veía de pie, suspendido en el vacío (en un vacío sin fin, además) con la Tierra detrás, como una inmensa y no menos inquietante mochila; y delante, enfrente, tocándome el pecho, la barriga y la cara, TODO EL UNIVERSO.

Si a esa sensación sobrecogedora le sumamos que, en lo que a la astronomía se refiere, ponerme a pensar en tiempos, cantidades y, sobre todo, dimensiones me ha parecido siempre uno de los más seguros caminos a la locura, se explica que para mí aquellos momentos fuesen a la vez apasionantes y terribles.

Una de estas noches despejadas voy a volver yo solo a la playa a ponerme cara a cara, literalmente, con el infinito. A ver cómo he cambiado. Quién sabe si donde antes me sentía amenazado ahora descansaré.

13.8.07

Pedro de Miguel, Peter

El autor de uno de los blogs que tengo enlazados, Letras enredadas, murió ayer por la mañana.

Leía a Pedro de Miguel, unas veces con mayor frecuencia, otras con menos, desde hacía más de un año. Escribía sobre casi cualquier cosa, y lo hacía con sentido común y lucidez.

Lo siento, lo siento mucho. Y envío todo mi cariño a quienes, familia o amigos, más lo querían y más lo echarán de menos.

7.8.07

La mirada que cambia una vida

Hace meses había hablado sobre la mirada de un hijo. Aun a riesgo de ahuyentar a alguno, vuelvo a hacerlo hoy.

Mi hijo, con un año, e incluso todavía mi hija en ciertas situaciones, con cuatro, me miran como nadie me mirará nunca.

Cuando alguien se le acerca, él, antes de reaccionar, siempre, siempre, me busca con la mirada para ver si puede estar tranquilo. Y si ve en mi cara que no hay nada que temer, confía. Soy yo quien le proporciona seguridad, soy, ni más ni menos (y su madre, claro), su referencia mientras va descubriendo el mundo.

Y nunca más me va a pasar algo así.

En nuestra búsqueda de la felicidad, sea ésta lo que sea, cualquier cosa que nos haga sentir que nuestra vida no es sólo otra más supone una gran diferencia, un paso adelante fundamental. Pensar que vivir vale la pena, que incluso para otros vale la pena que vivamos, hace que nuestra vida tenga, casi casi, algo parecido a un sentido.

Por eso nada hay tan valioso como el amor, en el sentido más amplio de la palabra. Queremos que nos quieran: nuestra pareja, nuestros hijos, padres, familia, amigos, e incluso los desconocidos (que algo así será la fama, y por algo así se escribirá). Porque sentirnos queridos nos hace, más que ninguna otra cosa, especiales, nos convierte en excepcionales a los ojos de alguien.

Mis hijos me hacen, más que nada que me haya pasado o me vaya a pasar, una persona única. Jamás voy a volver a ser tan importante para nadie; ni siquiera para ellos.

La consciencia de haber hecho algo bueno, algo valioso, es lo que hace, creo yo, que a casi todos los padres nos parezca que en la vida no hay nada comparable a eso, a ser padres. Y aun encima, eso tan maravilloso que has hecho te quiere, te necesita y confía en ti.

El camino

He tomado la decisión más difícil y dolorosa de mi vida.
A pesar de lo que nos está haciendo sufrir, creo que es la correcta, la mejor para todos nosotros.