Astronomía íntima
A mí anteayer las lágrimas no sólo no me impidieron ver las estrellas, sino que lo hicieron posible. Para que luego diga Tagore.
Fui a un buen sitio (una playa bastante apartada, a la que por el norte no le llega luz artificial ninguna), con gente que sabía y nos explicaba lo que veíamos. Sólo estuve hasta la una, pero fue un verdadero espectáculo, precioso.
Tuve además la oportunidad de aprender a identificar alguna constelación (y maravillarme de nuevo de la imaginación de los hombres de otras épocas), alguna estrella suelta e incluso, con unos prismáticos, la galaxia Andrómeda (desasosegante, muy desasosegante). Observamos también Júpiter al telescopio, con sus cuatro lunas, tan pequeñitas ellas (!).
Por cierto, ¿sabían ustedes que hay satélites artificiales que se distinguen a simple vista? Vimos al menos media docena, moviéndose tranquilamente sobre nosotros; uno era la Estación Espacial. Me pareció increíble.
Todo, todo me parece increíble.
De pequeño, cuando me tumbaba de noche a mirar el cielo, llegaba a sentir tal vértigo que muchas veces me tenía que levantar y dejarlo: si no había ruidos que me distrajesen ni nada cerca (árboles, nubes) que entrase en mi campo de visión, si veía estrellas y sólo estrellas, casi llegaba a asimilar que entre ellas y yo no había nada, dejaba de estar en la Tierra y pasaba a sentirme sobre ella. Yo era una persona tumbada con un planeta a la espalda, y así me veía claramente. Es más, en lugar de imaginarme a mí mismo tumbado con la Tierra debajo, me veía de pie, suspendido en el vacío (en un vacío sin fin, además) con la Tierra detrás, como una inmensa y no menos inquietante mochila; y delante, enfrente, tocándome el pecho, la barriga y la cara, TODO EL UNIVERSO.
Si a esa sensación sobrecogedora le sumamos que, en lo que a la astronomía se refiere, ponerme a pensar en tiempos, cantidades y, sobre todo, dimensiones me ha parecido siempre uno de los más seguros caminos a la locura, se explica que para mí aquellos momentos fuesen a la vez apasionantes y terribles.
Una de estas noches despejadas voy a volver yo solo a la playa a ponerme cara a cara, literalmente, con el infinito. A ver cómo he cambiado. Quién sabe si donde antes me sentía amenazado ahora descansaré.
Te comprendo perfectamente. A mí me da mucho vértigo mirar al cielo en el campo o en un lugar sin luces en el que se puedan ver miles de estrellas; más que vértigo, me da miedo, aunque no sé por qué. Quizás sea porque representan todo lo que está fuera del alcance de mi entendimiento, o porque me hacen sentir diminuta en un espacio infinito...
ResponderEliminarLo que da un miedo, pero miedo físico, de defecarse, es hacer eso flotando en el mar.
ResponderEliminarOseas, noche estrellada, mar adentro, y hacer la plancha.
Bufffffff.
Beso.
M.
(todo todo es cosa esperanzada, ¿no es pipudo? rebeso)
Es verdad que a veces, esto de la infinitud (seguro que no se dice asi, pero me gusta), da mucho vértigo, pero esa idea de estar en el mar con las estrellas.... me encanta navegar, aunque sea sobre mi espalda, pero bueno, a mi es que el mar me seduce de cualquier manera.
ResponderEliminarYo no pude ver las lagrimas porque hubo una tormenta del carallo. Parecía la nave espacial de Independence day pero en nube. Tremendo, de verdad.
Hombre Sentado en Una Silla, la vida sigue tirando?
Un beso
Es algo asombroso, sí, aunque yo me tengo que consolar con el recuerdo de otros veranos, en el Pirineo, que aquí en Lisboa no se vio nada. Y con tu relato, desde luego: da gusto ver cómo conservas la capacidad de sorpresa y lo bien que lo sabes compartir. Un abrazo.
ResponderEliminarUna envidiable experiencia la de la playa -y qué bien contada-. Lo de la tierra a la espalda me ha hecho imaginarte por un momento, querido Porto, como al Principito. Llevándote el planeta encima como una concha y transitando entre las estrellas. Y sentado, siempre sentado.
ResponderEliminarEntre esas cosas que uno lleva mal y que no acaba de corregir con los años es el poco conocimiento sobre el universo, no saber identificar lo que brilla allá arriba cuando se tiene ocasión de verlo -a menudo en la ciudad es difícil-. Eso y el no poder ir nombrando por prados y bosques el nombre de todo cuanto en ellos crece o vuela.
Por eso me ha parecido envidiable ese curso nocturno sobre le espacio.
Un abrazo.
Buenas noches.
ResponderEliminarLa vida sigue tirando, sí; o nosotros de ella, mejor.
También yo siento no saber distinguir más que tres o cuatro árboles y un par de flores. Es algo que me encantaría aprender (y bueno, que conste que de las 7 u 8 constelaciones no pasé, ¿eh?). Y también pensé en el Principito cuando trataba de describiros aquella sensación de hace años.
Hoy está nublado, e incluso llueve desde hace un rato, y por eso lo de las estrellas en solitario no ha podido ser.
Éste es uno de esos posts que publico pensando que no tiene interés, pero que ya que está escrito... Así que me alegra mucho que os haya gustado.
Un fuerte abrazo a los cinco.
Lo que no tiene interés para unos, puede ser lo que más nos haya gustado a otros...
ResponderEliminarPues querido amigo, no te lo tomes a mal, pero leyendo tu post te he imaginado con el pelo largo a lo rasta, con barba, camiseta larga y gafas redondas, en pleno subidón lisérgico, Sargent Peppers sonando de fondo y una sonrisa de oreja a oreja mientras murmuras "jo tío, estoy en comunión con el Universo, Paz y Amor"... He sonreído un buen rato.
ResponderEliminarRepito, me disculpe, pero me gustaría que releyeras tu post, esta vez con mis ojos. Un abrazo.
Buenos días.
ResponderEliminarGracias, Unaexcusa (ayer precisamente hablaba yo con parte de mi familia de las excusas, de que es algo que nunca falta, algo que todo el mundo tiene de sobra).
Así, así estaba, S. El pelo es un poco incómodo al principio, porque yo sigo la regla rasta de no lavármelo, pero acabas acostumbrándote.
Un abrazo.
Si un día (noche) coincides en lo ALTO de los Pirineos y en un lugar sin contaminación lumínica, (cosa harto difícil) mira el cielo; hay tanta riqueza que dejas de tener vértigo. En el desierto, algo que tengo pendiente, dicen que es impresionante; pero en lo alto de los Andes... es ininmaginable, entonces comprendes la sabiduría celeste de los antiguos incas.
ResponderEliminarHola, Pau.
ResponderEliminarVengo, ahora mismo, a la 1:24 del jueves, de la misma playa, de tumbarme a solas mirando el cielo. Ha estado bien; no ha habido experiencia mística pero ha estado bien.
Además me he sentido un valiente, allí tirado yo solo, en medio de nada. Para que veas.
Un abrazo.
Con tu permiso, al regreso del mundo de los blogs, me encuentro que muchos de los que había ya no están. Entonces, como me fío de tu criterio (a pesar de que te noto alguna crisis de la que saldrás fortalecido, ya lo verás) cojo tu lista de blogs enlazados y lo voy leyendo uno por uno. Y compruebo la siguiente cosa: en muchos de ellos no se pueden dejar comentarios. ¿Esto es una nueva moda o qué? Cielos, cómo cambian los tiempos!!! Ay, cuando éramos una familia interactivaaaa!!! El abuelo cebolleta.
ResponderEliminarHola, Roberto.
ResponderEliminarAsí a primera vista creo que eso pasa en tres de los blogs enlazados (y en un par más están sujetos a revisión por el dueño del blog, pero sí se admiten): el de Ismael Rozalén, el de Santos Domínguez -En un bosque extranjero- y el de Gonzalo Hidalgo Bayal. El primero es fotógrafo de prensa y una vez explicó aquí por qué no quería comentarios; al parecer estaba harto de alusiones personales, comentarios faltones, y cosas por el estilo. Los otros dos son escritores (escritores "de verdad"), y tienen cierta fama, lo cual supongo les quita las ganas de franquear sus puertas al primero que se acerque. En ninguno de los tres casos se plantean el blog como un sitio donde conversar, creo yo, sino como una posibilidad de escribir en público.
De cualquier modo, no te creas que es algo tan habitual. Lo normal siguen siendo los comentarios.
Un abrazo.
(Por cierto, los tres blogs son muy buenos, y te los recomiendo.)