29.11.11

A finales de noviembre

El viernes, tras meses sin pisarla, volvimos los tres a la biblioteca municipal. Fuimos paseando, parando cada vez que les apetecía, por cualquier cosa, sin prisas en una excepcional tarde sin actividades. Cada uno cogió su libro y su película.

Antes, esa mañana, había recibido un correo que supone la sorprendente primera apertura de esas puertas que yo pretendía que el doctorado me franquease.
La idea de doctorarme obedeció en su momento, y obedece, a varios motivos, perfectamente identificados desde el principio. Motivos que en general hacen del doctorado un fin en sí mismo, de modo que si, una vez acabada la tesis, no vuelvo a saber nada más del tema, habré dado el esfuerzo por bien empleado. Pero al mismo tiempo me gustaría mucho, claro, tener la posibilidad de hacer algo más. No se trata de pretensiones laborales, ni mucho menos, pero sí de complementar mi trabajo con otra actividad que me interese más y me ofrezca otros alicientes. Me conformaría con algo muy modesto, como seguir escribiendo sobre el tema en el ámbito académico, continuar investigando...
Y parece que voy a tener una oportunidad: voy a escribir mi primer artículo sobre lo mío, para el anuario de un instituto (el único de Galicia) de análisis exterior. Gracias, por supuesto, a unos contactos quiero creer que no suficientes, pero desde luego imprescindibles.

El sábado fui con M y C a una xuntanza básicamente infantil, que incluía una actuación teatral, la escenificación de un cuento en la que M y yo tuvimos un inesperado protagonismo. No me pregunten de qué iba, pero un servidor hizo, por este orden, de cocodrilo, de Zeus y de lobo feroz (el que le soplaba a los tres cerditos). La verdad es que es un papel que se ajustaba a mi perfil y creo que no me salió mal del todo, pero procuraré no repetir, más que nada para no encasillarme.
La pena fue que no me vieron Paula y Carlos.

Por cierto, ¿conocen el problema del lago y los nenúfares?

En un lago, el día 1 de un mes hay un nenúfar; el 2, hay dos; el 3, cuatro; el 4, ocho, y así sucesivamente, doblándose cada día. Si los nenúfares tardan 31 días en llenar el lago, ¿qué día ocupan la mitad?

Pues bien, el otro día, Carlos, tras contestar erróneamente lo que casi todos los adultos suelen contestar, volvió a escuchar la explicación y, a la segunda, respondió correctamente.
Ya, ya sé que es mi hijo, bla, bla, bla, pero no me digan... ¡Que tiene cinco años!

El domingo fue un día agradable, que acabó viendo Yerma, que me gustó mucho. Mientras conducía por la autovía hacia el teatro, a las seis y media, ya casi de noche, por el retrovisor veía el resplandor del centro de la ciudad y los faros de dos coches. La carretera bajaba, y los coches parecían mantenerse quietos en lo alto, con el cielo azulado detrás, como en una fotografía. Parecía otro lugar, en una película americana.

22.11.11

Tras las elecciones, y en defensa de Zapatero

Pues sí, voy a ser el único español que lo defienda, me parece.

Pero vayamos por partes.


1. LA CRISIS

No descubro nada nuevo si digo que la crisis ha determinado casi por completo los resultados de anteayer. No digo que no hubiese ganado el PP de todos modos, pero seguro que no así. Creo que poca gente lo discutirá.

Sí me discutirán, en cambio, que afirme que aquí en España se ha decidido cómo encajarla, que no es poco, pero poco más. Por supuesto, la responsabilidad de que nuestra economía y nuestros bancos no sean como los de Alemania es más bien nuestra, pero no hablo de esas carencias, cuyas causas se remontan a décadas (si no a siglos), sino de lo ocurrido en los últimos años. Desde luego, ni se ha provocado esta crisis (más allá de la connivencia con el sistema) ni (lo que ahora es más importante) se puede hacer prácticamente nada en solitario para salir de ella. Porque esta crisis es internacional (que no global), y a nivel internacional habrá de arreglarse. Como mucho, el gobierno podrá poner mayor o menor diligencia en seguir las instrucciones que está y seguirá recibiendo. Y no me quiero poner demagógico; hablo de instrucciones así en general, algunas provenientes de voces muy concretas, es cierto, pero otras surgidas de no se sabe bien dónde: creo en los poderes fácticos que mueven los hilos en la sombra, conscientes de hasta la última consecuencia de sus impecables e implacables planes secretos, pero aun más en la concatenación de despropósitos surgidos de la irresponsabilidad, el egoísmo y la negligencia colectivos.

Otra cosa: la crisis no es económica, sino financiera. Y lo que ahora se piden son soluciones financieras, y punto. Es decir, conseguir dinero, o por lo menos dar la impresión de que se tiene; en ningún caso se habla de sanear la economía, ni la nuestra ni la de nadie. Al menos eso es lo que yo he entendido estos últimos años. ¿Y eso qué supone? Pues... que no hay solución. O mejor dicho, que lo que se busca no es una verdadera solución, sino un remedio para superar el problema inmediato. Lo que implica como mínimo dos cosas: que los españoles de a pie la llevamos clara, pues las medidas que se tomen tendrán por único objeto conseguir ese dinero, y por tanto consistirán única y exclusivamente en apretarnos el cinturón, sin ninguna otra meta ulterior (la meta es esa); y que, si se llega a tapar este tremendo agujero, todo va a seguir igual que antes, pues lo que se está buscando es reparar el sistema, en ningún caso mejorarlo.

¿Me equivoco? Ojalá.



2. 20-N

¿Y qué tiene que ver el punto 2 con lo de ayer?

Que ambos líderes mentían cuando prometían remedios, porque ninguno los tiene ni los puede tener, y ambos lo saben (¡o eso espero!).

Que el PSOE se merecía el abandono de sus fieles, porque no ha ni siquiera intentado hacer otra política que la que le han mandado. Y que además se merecía la paliza del resto, porque, además de hacer lo que no debía, lo ha hecho mal.

Que estaba claro que, una vez descartado uno de los grandes partidos, en la España de hoy solo podía pasar lo que ha pasado. A lo que hay que sumarle que la gente, en su mayoría (absoluta), tiene la convicción de que los de derechas son al fin y al cabo los que entienden de dinero, y por tanto los que tienen que estar ahí, y dejarse de chorradas. No obstante, y como de costumbre, esa abrumadora mayoría se ha debido mucho más a la espantada socialista que al aumento de votos al PP.

Pero en verdad os digo:

a) Tampoco Rajoy va a sacarnos de la crisis. Ni Rajoy ni nadie. De la crisis saldrá Europa, así en general, o no saldrá nadie.

b) El PSOE ha traicionado sus teóricos principios, pero el PP ni siquiera va a necesitar disimular, pues aparte de que defiende el actual sistema, no va a tener ningún problema en recortar lo que considera gastos superfluos e injustificados (esas chorradas de las que hablábamos: política social, sanidad y enseñanza públicas, la cooperación exterior, etc.; y con ovación del respetable -que se cree que no va con él- incluida), y en primar los supuestos intereses empresariales (reforma laboral a su medida, reforma fiscal idem, etc.). Por eso creo que comienza una época peor.



3. ZP

Se va Zapatero por la puerta de atrás, humillado y con la cabeza gacha, pues los resultados de estas elecciones son ante todo una muestra del abrumador rechazo a su gestión (signifique eso lo que signifique; yo en realidad creo que es sobre todo una cuestión de saber vender la moto), y suponen su defenestración definitiva. Para mí, ni que decir tiene que fue mucho más vergonzante el mutis por el foro de Aznar, pero probablemente no se marchó con esa sensación de que no lo querían ni los suyos, como es el caso hoy.

Y, sin embargo, yo he defendido varias veces en este blog a Zapatero, y lo voy a volver a defender una vez más, supongo que ya la última.

No digo que lo haya hecho bien en esto. De hecho, lo ha hecho mal tanto para unos como para los otros. Y no sé, algún fallo más ha cometido durante estos años, sin duda. Pero también ha tenido aciertos: pienso sobre todo en algunos avances en políticas sociales, y en cierta iniciativa en política exterior, ridiculizada sin piedad por los obtusos.

Pero a mí lo que más me gustaba de él, lo que ayer volví a valorar mientras le oía anunciar el próximo congreso de náufragos, era su carácter, su tono. Un tono ingenuo, tachado de poco político, y seguramente revelador de que le faltaba algo para estar ahí. Por eso me convencía.

Porque a lo mejor me ha estado dando gato por liebre estos ocho años, pero lo cierto es que a mí Zapatero me parecía que tenía un sincero interés en hacer las cosas bien; con independencia de que después haya sabido cómo.

Me parecía un buen tío, una buena persona.

Y hay muy pocos políticos de los que pueda decir eso.

16.11.11

Un provinciano en Madrid: trois provinciaux à Madrid

Yo para hacer el examen que les comentaba el otro día, y mis padres por motivos familiares, salimos los tres el lunes por la mañana hacia la capital del Reino, en coche.

No por querencia a lo de toda la vida, sino porque no dábamos con ningún La Pausa ni similar que invitase mínimamente, salimos de la autovía en La Bañeza para comer. Preguntamos, nos aconsejaron, fuimos y comimos bastante mal. Eso sí, rapidísimo.

A partir de ese momento conduje yo.

Este viaje, y la vuelta al día siguiente, han sido como una mini-reconciliación estética con Castilla, creo yo. Al menos con la Castilla otoñal. Las filas de árboles cerca de los ríos, que no sé por qué solo conservaban las hojas de la parte superior de las ramas más altas, muy amarillas, y los colores en general, me encantaron.

Tuvimos una pequeña retención entrando en Madrid, y atasco ya llegando a nuestra calle. Si yo digo que al principio siempre me siento algo abrumado, de mis padres ni les cuento. Según mi padre, si llega a tener que conducir él le da un infarto, además de no llegar al destino jamás.

Esta vez íbamos a zona bien, a la calle Castelló, al piso de una amiga suya. Veo entrar en los marmóreos portales de al lado a niñas de rubias trenzas y pulcros uniformes. Y además de lugares comunes como cuántos mundos hay y hasta qué punto nuestros puntos de partida dificultan nuestros encuentros, una vez más pienso en el mérito que tienen algunos por ser capaces de salir de su burbuja y ver más allá. Y no me refiero a vencer las dificultades, que eso ya se sabe que tiene mérito, sino a ser capaz de superar las propias ventajas.

Resulta que el piso, que es monísimo, no tiene una sola mesa alta, así que al cabo de un rato salgo en busca de un sitio donde cenar algo y cómodo para dar uno de esos últimos repasos de última hora que tantas veces me han salvado la cabeza. Mis padres no vienen, dicen que la sola idea de salir a esa vorágine se les hace insoportable. Y recalo en el VIP'S de Velázquez, donde hay sandwiches y cosas tan guays que no sé qué elegir; y donde compro un regalito para los niños y para C. Después del sandwich me tomo un café con brownie y helado, y decido que al día siguiente me pondré a dieta.

Por la mañana, para un trayecto previsto de 20 minutos salgo con una hora y media de antelación. Voy guiándome por el Google Maps (no tengo navegador, no) y solo me pierdo dos veces. La primera, en la M-30, me da tiempo a decir "Anda, esa era la salida que tenía que coger"; la segunda creo hacerlo todo bien, pero cuando salgo de nuevo de la M-30 descubro que estoy justo en el lado contrario de donde debería; y a la tercera salgo de una rotonda por donde no quiero y resulta que acierto y llego. He tardado un hora.

El examen me parece muy difícil; sobre todo la prueba de audición. Llevo un mes escuchando Radio France International con un nivel de comprensión creo que aceptable, pero las grabaciones que me ponen son la leche, y las preguntas descienden a un nivel de concreción que exige entender to-do. Las pruebas escritas me salen bien, y la conversación, pues lo típico, mucho peor de como hablo cualquier otro día, pero ya veremos.

Como acabo enseguida salgo pitando para el campus de la Complutense en Somosaguas. Y ni me pierdo ni nada (porque me volví a equivocar y gracias a eso acerté...).

En una rotonda veo a Mourinho, el entrenador del Madrid, en un todoterreno Supermiriafiori que conduce una tía que le saca la cabeza: va con cara de cabreo.

Hablo con mi director de tesis, y como con él en el comedor de profesores, o algo así, y eso me hace sentir, por vez primera, en el otro lado. Salgo de la comida encantado por las posibilidades que me sugiere, y bastante animado. Veamos a dónde me lleva este camino. Pero sin olvidar que lo fundamental en este proyecto es disfrutar del paseo.

Y me piro, de vuelta a casa. No he podido ver a mi hermano.

Me llaman mis padres. Han ido a Chamartín en metro, y a la compra, y se encuentran tan agotados y sobrepasados que no piensan salir de casa en toda la tarde. Los veo vulnerables, con menos capacidad de adaptación en ciertos aspectos de su día a día, supongo que algo... ¿mayores?

El viaje empieza muy bien, estoy contento. Aunque en una gasolinera me quedo perplejo cuando oigo hablar en la radio del caso de los seres irregulares en Andalucía. Pienso en expedientes X y en Lovecraft, hasta que separo bien las sílabas.

Continúo tras un café; pero hete aquí que conforme va oscureciendo voy dándome cuenta de que no veo un carajo. Sigue anocheciendo, quito y pongo las luces cortas y confirmo que no hay ninguna diferencia con las de posición. Que los demás coches no deben de verme, y que en breve yo tampoco lo haré, salvo que vaya cegando a todos con las largas. Así que me armo de valor y entro en Tordesillas. Qué poco se imaginaban los Reyes Católicos y Juan II de Portugal, cuando se repartieron el Mundo, que cinco siglos más tarde iba a estar yo paseando por allí buscando un cajero.

Sigo mi camino con dos luces nuevas y 30 € menos. Pero algo ha sucedido, la parada me debe de haber roto el ritmo, porque desde ese momento empiezo a sentirme cansado, cansado, hasta hacer los últimos kilómetros verdaderamente agotado. Todavía me faltan 300 km cuando ya estoy hasta las narices. Me parece que no voy a llegar nunca. Y la pierna derecha, que ya no sé cómo colocar (el coche no tiene control de velocidad de crucero), me duele desde los dedos del pie hasta el glúteo. Por un momento hasta creo que el dolor me llega al lado derecho de la cara, pero trato de razonar y me digo a mí mismo que eso no tiene ningún sentido.

Llueve y hay tramos de muchísima niebla. Entro en Galicia, todavía, y el tiempo, curiosamente, empeora... Llamo por teléfono a los niños, porque ya no me va a dar tiempo a verlos. La última media hora, además, voy luchando contra el sueño.

Y llego al fin al fin.

Menos mal que la acogida es cálida y cariñosa.


11.11.11

Vieilles nouvelles


Grecia, Italia (pero no hay mal que por bien no venga), el paro, nuestro panorama político nacional, la UE, mi Obama, lo que vendrá después de Obama, Irán, Libia, Yemen, Siria, Netanyahu, los asentamientos, la UNESCO...

Más los del fondo, los que siempre están en crisis.

¡Ay, me siento como ella!



Taller: La comida

[El tema era "lo inaccesible". Lo que no pretendía yo era que su lectura también lo fuese...]

Era el aniversario de mis padres, y como todos los años íbamos a comer a su casa. Mi hermano Louis estaba en la ciudad, así que no faltaríamos ninguno: él y Céline, su mujer; mi otro hermano, Guillaume, el pequeño, y Margueritte y yo y los niños, Valentine y Vincent. 
Como de costumbre en aquella época, Margueritte y yo habíamos venido discutiendo en el coche durante todo el camino. Los niños incluso nos habían mandado callar en el ascensor, pero no lo hicimos hasta llamar a la puerta, justo para oír a mi madre acercarse por el pasillo.
- ¡El timbre! ¿No oís el timbre?
Nos abrió secándose las manos en el delantal y tratando al mismo tiempo de apartarse el flequillo de delante de los ojos
- Hola. ¡Hola, niños! –se agachó a besarlos.
- Hola, abuela.
- ¿Qué hay de comida?
- Ah, sorpresa…
- Hola, Anne.
- Hola, chica. Hola, Jacques. Ay, cada día estás más delgado.
- Pero mamá, si me viste el lunes.
Mi padre apareció por el fondo del pasillo.
- ¡Pero qué horas son estas! A ver esos niños. ¿Y mis besos?
- ¡Hola, abuelo!
- No le hagáis caso –aclaró mi madre-; si la comida todavía no está.
- ¿No felicitáis a los abuelos? –les recordó Margueritte. 
Guillaume, que aún vivía con mis padres, estaba en su habitación, en el ordenador.
- ¡Qué, chaval, no vayas a levantarte!
- Hola, Jacques –me saludó, con esa sonrisa suya tan franca. Guillaume, mucho menor que yo, todavía me sorprendía cada vez que demostraba ser un adulto; y, por cosas como esa sonrisa, me imaginaba que un adulto que además valía la pena.
- ¿Qué tal?
Acababan de entrar los niños en el cuarto, cuando sonó el timbre de nuevo.
- Niños, id a abrirles a Louis y Céline.
- Papa, ¿Céline es nuestra tía?
- Claro. ¿No es la mujer de vuestro tío? Es vuestra tía. Vuestra tía política, en realidad –pero ya se habían vuelto a ir.
- ¿Qué tal tú?
- Bah, bien –dijo con un encogimiento de hombros.
- ¿Sí?- insistí.
- Bueno, regular –contestó en voz más baja.
- ¿Y eso?
- Colette.
- ¿Qué pasa?
- Pues es que estamos medio así. Se ha quedado en París, no viene a pasar el puente.
- ¿No? Vaya, no lo sabía… ¿Pero muy mal, o qué?
- Buf, no sé, la verdad es que no lo sé. Pero mejor no hablamos de eso, ¿vale?, que es que me pongo fatal. Y además no quiero que papá y mamá se enteren; para que no se preocupen, y eso.
- Vale, vale. 
Louis y Céline habían llegado el día anterior, y todavía no los habíamos visto; desde el verano, hacía ya casi tres meses. Aquel año la madre de Céline había pasado una mala racha, y ella estaba preocupada. Era hija única y tenían una relación muy estrecha, y de vez en cuando viajaba, sola, para pasar con ella unos días.
- Hola. Hola, Céline, qué tal.
- Hola. Bien, todo bien. ¿Y vosotros?
- Muy bien.
- ¡Bueno, cuando queráis, que esto ya está! –anunció mi madre.
- ¡Pues venga, a la mesa todo el mundo! 
Nos sentamos en nuestro sitios de siempre, con Valentine junto a mi padre y Vincent al lado de mi madre, cerca de la puerta.
- ¡Oh, no, carne! –protestó Vincent.
- Sí, carne asada –explicó mi madre-. Y de primero, estos espárragos, pero tú no tienes que tomarlos, si no te gustan.
- Mamá…
- ¡Pues la carne tampoco me gusta!
- Vincent, sí que te gusta. No empecemos, ¿eh? –dijo Margueritte- Cómo no te va a gustar la carne asada.
- Pues no.
- Bueno, pues da igual –corté yo-. La has comido mil veces, y te gusta.
- ¡Con pimientos, no!
- Los pimientos ya te los aparto yo, cariño –le tranquilizó mi madre, aún de pie a su lado-. Dejadle que hoy coma lo que quiera, ¿eh?
- Sí, claro, y luego lo aguantas tú. En el colegio come de maravilla, y en cambio en casa…
- Louis, tú, vino no quieres, ¿no? Qué tal el viaje –preguntó mi padre.
El primer plato transcurrió entre quejas por el precio de la compra y comentarios sobre las cosas de los niños. Todos nos dirigíamos a ellos a cada poco, con preguntas sobre el colegio, las notas y las actividades.
- ¿Qué tal tu madre, Céline? –preguntó al cabo de un rato Margueritte.
- Bueno, mejor.
- Eso no es nada –intervino mi madre. Céline se calló, miró a Louis y bajó la vista al plato-. Si me acostara yo cada vez que me duele algo…
- ¿Qué le pasa a su madre? –me preguntó en voz baja Valentine.
- No le pasa nada, mujer –se apresuró a decir mi padre-. No le habléis de esas cosas a los niños.
Guillaume murmuró algo.
- Estaba enferma –contesté-. Bueno, aún lo está, ¿no?
- Sí. Estos días está algo mejor, pero no bien del todo –explicó Céline, mirándome solo a mí. Margueritte le sonrió, y me pareció ver que acercaba disimuladamente la mano a la suya, pero Céline la apartó y siguió comiendo.
- ¿Entonces vinisteis por París, o atajasteis? – insistió mi padre. 
Entre plato y plato, aprovechando que Guillaume ayudaba a mi madre en la cocina, pregunté cómo le iban los estudios.
- No tengo ni idea, no dice nada –contestó mi padre en un tono que quería ser de indiferencia-. Pregúntale tú, a ver si a ti te cuenta algo.
Volvieron y empezamos con la carne.
- ¿Y cómo es Lyon? ¿Os gusta? –les preguntó mi madre.
- Sí, más o menos –le contestó Louis.
Guillaume apenas hablaba, ni siquiera con los niños. A ratos se quedaba quieto, con la mirada perdida en cualquier cosa, sin comer.
- ¿Y tú qué tal, Guillaume? ¿Va bien, el curso? –me decidí a preguntarle, cuando me recogía el plato vacío.
- ¡Ya me parecía raro a mí que no me preguntaseis! ¡Qué pesados, coño! –me gritó, y salió.
En el pasillo mi madre le dijo algo y él volvió a contestar mal. Nos quedamos un rato callados.
- ¿En qué curso está? ¿En segundo? –dijo Louis.
Mi padre apoyó la frente en una mano y mantenía la mirada fija en la mesa mientras con la otra iba juntando las migas del mantel.
- Creo que sí –respondí.
Margueritte y Céline se habían levantado a echar una mano a mi madre y los niños ya estaban en la sala, viendo la tele. Permanecimos los tres en silencio.
- ¡Tú te crees! ¿Qué os parece? –se quejó mi padre cuando al fin levantó la cabeza.
- Es que, vamos a ver –dije-, le estáis pagando la carrera. Tendrá que rendir cuentas, ¿no?
Louis me miró, y dando un suspiro se levantó de la mesa.
- ¡¿Acaso no es verdad?! –le dije mientras se iba del comedor- No, si al final el imbécil soy yo. ¡Al final voy a tener que pedir perdón por haber hecho bien las cosas, coño! 
Doblé la servilleta, y también me levanté. Fui hasta la sala, donde casi todos veían la tele sin hablar.
- ¡Vincent, siéntate bien!
Oía a mi madre metiendo los platos en el lavavajillas. Me asomé al cuarto de Guillaume, que estaba echado en la cama y tenía los ojos cerrados.
- Guillaume. Eh, Guillaume –susurré. Pero no contestó.
Volví al salón. Mi padre estaba absorto, sentado solo con la vista fija en la ventana, y no entré. Fui a la cocina y me senté.
- Bueno, genial –dije, tratando de reírme.
Mi madre fregaba de espaldas a mí, y no respondió. Estuvimos así unos minutos.
- Bueno, y por lo menos tú qué tal –me preguntó sin volverse.
- ¿Yo? Bien, como siempre, todo bien.
Siguió limpiando, hasta que de repente se quedó quieta y la oí llorar
- Tranquila –solo supe decirle. Nada más; ni levantarme y abrazarla, ni darle un beso, ni decirle nada más.


10.11.11

En la piscina

- Qué, papi, genial, ¿eh?
- Sí, Carlos. El otro día te portaste muy mal, pero hoy muy bien.
- Es que no quería desofenderte.
- ¿Decepcionarme?
- Eso.

(Creo que es posible hablar de decepción, con los hijos, sin que tenga por qué ser el síntoma de una relación poco sana, o de planteamientos erróneos con expectativas equivocadas.
Dicho eso, ¿llegará el día en que me decepcionen? Me cuesta creerlo. Tendrían que cambiar mucho. O tendría que cambiar mucho yo.)

9.11.11

Français

Je suis desolé, je sais qu'il y a presque quinze jours que je n'ai rien écrit.

Mais je ne peux pas encore. La semaine prochaine je dois passer un examen de français, et il faut que je consacre mon temps libre à étudier. J’en ai besoin.

Aussitôt que je peux, je reviendrai. Vous me manquez.

Au revoir, tout le monde.