28.12.05

No, no estamos de acuerdo.

Un comentario de Danae (a quien tengo el gusto de presentarles) en un texto mío de hace unos meses, unido a una conversación de la que he sido mudo testigo en un blog ajeno, han hecho que me apetezca comentarles algo referente a las opiniones y a las discusiones que sobre ellas surgen.

En un comentario de aquel texto yo decía:

"Con matices, creo que verdaderamente todos estamos de acuerdo, y que las diferencias no son tantas como aparentan; como tantas otras veces, se trata más bien de una cuestión de expresión, y no de ideas."

Para luego añadir, en lo que era casi una contradicción:

"(Claro que, por otra parte, yo creo que en general es fácil coincidir en las razones teóricas y en los argumentos; las diferencias, incluso si son irreconciliables, vienen dadas muchas veces simplemente por el grado de importancia que unos y otros le damos a cada razón. Es decir, yo creo que debo actuar según los criterios A y B, y usted también, (...); pero el peso relativo que A y B tengan para cada uno, aunque sólo varíe un poco, hará que usted y yo discutamos, militemos en partidos distintos, votemos diferente, e incluso -si somos lo suficientemente necios- nos llevemos mal. Por eso es frecuente, en medio de una discusión, recapitular y comprobar con cierto asombro que ambas partes parecen coincidir en sus razones y planteamientos, sin que ello haya impedido pelearse durante horas, y seguir haciéndolo una vez visto que "se está de acuerdo"...)."

Pues bien, yo creo que lo primero es tristemente cierto en muchos casos, que en efecto hay infinidad de discusiones que surgen de malentendidos, de no expresarse con propiedad, de no saber exponer con claridad las ideas propias, etc.
Pero, una vez dicho eso, me temo que lo segundo es también verdad, y que lo es con mucha más frecuencia: casi nunca estamos del todo de acuerdo, y no pocas veces discrepamos frontalmente; y sin embargo cierto planteamiento en nuestras discusiones (y más, paradójicamente, cuanto más cultas y razonables parecen ser) lleva a que acabe pareciendo que todos pensamos lo mismo, que en realidad todos vemos todo igual, y que no podríamos coincidir más. Y es falso.

Creo que lo que ocurre (y muchos posts de este blog son buenos ejemplos de ello) es que sólo estamos de acuerdo si las discusiones se mantienen en el plano teórico, si nos limitamos a dar razones comedidas y asépticas; si no nos "mojamos", en fin. Sobre el papel, hablando de conceptos abstractos, casi todos contentos; pero cuando bajamos a la tierra y tenemos que señalar con el dedo nuestras razones, concretar nuestras filias y nuestras fobias, y poner nombre y apellidos a nuestros héroes y nuestro villanos, vemos que, de acuerdo, nada, y el hechizo se rompe, y con él el pretendido entendimiento.

Hace poco hablamos aquí de idiomas, de políticas lingüísticas, de defensa de la cultura propia, etc., y, como todos parecíamos coincidir, yo dije que algo debíamos de estar haciendo mal. Pues bien, yo creo que lo que hicimos mal fue que no descendimos a concretar qué era para nosotros esa defensa, dónde poníamos los límites de los propios derechos "culturales", qué políticas lingüísticas veíamos correctas y cuáles excesivas, o hasta qué punto llevábamos la supuesta igualdad entre los distintos idiomas. Estoy convencido de que si hubiésemos entrado en detalles, habríamos visto que discrepábamos bastante.

Y podría poner mucho más ejemplos sin salir de esta casa. La secuencia suele ser: digo algo, otros lo rebaten, empiezo a matizar, ustedes empiezan a matizar, y acabamos todos de acuerdo... porque hemos terminado por descafeinar completamente las posturas iniciales. Muchas veces esas matizaciones son muy loables, y ojalá cundiera el ejemplo, pero otras en realidad lo que sucede es que al final es todo tan general y tan ambiguo que cualquiera, piense lo que piense, puede suscribirlo.

Y si hay un ámbito en el que esto es especialmente cierto es la política. Pocas son las personas capaces de defender un proyecto político basado en una teoría política completa, estructurada, coherente, etc. Los demás, aun cuando pretendamos no engrosar la mayoría hispánica que es de un partido político como es del Madrid o del Barça, nos limitamos a pensar que ciertas ideas, más o menos ligadas entre sí, nos convencen más que otras.

Y a menudo nos sucede que si hablamos de ellas entre nosotros en un tono cuasi-teórico es muy fácil que nos parezca que todos coincidimos, que todo es fácil y razonable, y que si los políticos siguen discutiendo es por no quedarse sin trabajo. Y yo creo que nos equivocamos (bueno, en lo último no).

Tomemos la siguiente frase:

Los extremismos son malos.

Es sólo un ejemplo, pero me parece que una amplia mayoría de ciudadanos haría suya esa afirmación (de hecho, a veces da la impresión de haberse convertido en un axioma intocable). ¿Estarían todos, por tanto, de acuerdo? Ni mucho menos, por descontado. Sigo con otros ejemplos:

Una cosa es alguien de ideas conservadoras, y otra un facha.
Una cosa es alguien de izquierdas, y otra un “progre” de postal, todo tópicos idealistas y demagogia.
Una cosa es amar y defender lo propio, y otra el nacionalismo radical que mitifica la patria y la antepone a cualquier cosa.

Si incluyésemos esas afirmaciones en una discusión, algunos disentirían, pero creo que en general mucha gente exclamaría, aliviada, “¡Al final, todos pensamos lo mismo!”: falso.
Y si nos atreviésemos a definir conservador, facha, ser de izquierdas, progre de postal, defender lo propio, y nacionalismo radical, y si osáramos poner fronteras a los tan denostados extremismos, lo comprobaríamos. Porque no habría ni dos personas completamente de acuerdo.

Y es que los conceptos que manejamos no significan lo mismo para todos; o no significan lo mismo para nadie, estoy por decir. Cuando opinamos sobre hechos, ideas y personajes concretos, mi conservador se convierte en tu facha, mi individuo preocupado por las injusticias en tu progre guay, mi moderado en tu cobarde, mi desarrollo en tu codicia, mi educación en tu manipulación, mi afán de cultura en tu elitismo, mi liberalismo en tu capitalismo salvaje, mi orden en tu injusticia, mi justicia en tu desorden, mi religión en tu fanatismo, mis convicciones en tus prejuicios, etc., etc.

Así que no se fíen, que no los líen con buenas intenciones y académicas exposiciones. No estamos de acuerdo.

24.12.05

Nochebuena.

Para mí, la de hoy es la noche más señalada, más familiar y más emotiva del año. Siempre ha sido el día más importante de las Navidades, en mi familia, la fecha más genuinamente navideña.

Os deseo, a todos los que venís aquí, que tengáis una Nochebuena llena de alegría y de cariño. Cariño y alegría. Os lo deseo de todo corazón.

20.12.05

Utilidad y justificación de la torre de marfil.

La imagen de la torre de marfil simboliza para mí una actitud personal que se adopta como refugio contra los problemas mundanos, y que entre otras cosas se caracteriza por darles a éstos, en mayor o menor medida, la espalda. Dicha actitud, que lleva emparejadas unas actividades, unos intereses y muchos olvidos, se materializa de una forma u otra dependiendo de los individuos, cada uno de los cuales buscará la paz (en forma de calma, de placer, de cariño, de desenfreno o de aturdimiento, igual da) en un lugar diferente. En mi caso, nada original, se relaciona ante todo con el amor (en su más amplia acepción), con una idealista mirada hacia la Naturaleza, con el goce estético, con cierto hedonismo, con el interés por problemas meramente teóricos que hagan ilusionar a mi limitado intelecto, y con la cultura; en concreto y con diferencia, con la literatura, seguida de lejos por la música.

Refugiarse en la torre de marfil es considerado, dependiendo del juez, desde la única postura inteligente en este valle de lágrimas hasta algo completamente injustificable por cobarde y egoísta.

Yo creo que es necesario contar (y eso intento hacer yo) con una torre de marfil a la que acudir a buscar las satisfacciones que nos compensen de los sinsabores de la vida, y en la que coger fuerzas para poder afrontar nuestro día a día.
Y creo que hay vidas tan tristes y desgraciadas que justifican que sus protagonistas (o quizá habría que decir sus víctimas) ansíen no salir jamás de esa suerte de paraíso artificial que les ayuda a no saber, no pensar y no recordar.

Para el resto de los casos, aquellos que viven una vida normal con sus alegrías y sus inevitables penas, creo en cambio que hacer de la torre de marfil la morada habitual es inaceptable, impropio de quien aspire a ser justo y generoso (una buena persona, si esta expresión significa algo), de quien trate de alcanzar una mínima dignidad y coherencia intelectuales, de quien pretenda ser verdaderamente culto y no un mero almacén de datos, y de quien quiera, en fin, estar vivo.


Ahora permítanme un atrevimiento más, centrado en quien juega un papel sobresaliente en mi propio refugio:

Siempre, en cualquier época, ha habido un tipo de literatura que ha sido considerada poco “comprometida” (con su tiempo, con su sociedad, con su realidad, etc.), y un tipo de autor que ha sido acusado, por ello, de escribir de espaldas al mundo; al mundo tangible, triste, sucio y complicado que lo rodeaba. Mientras, otras obras y sus autores se alababan por su sentido de la responsabilidad, por su esfuerzo en aras de un cambio, por su preocupación por los problemas reales.

En primer lugar, creo, de acuerdo con lo dicho más arriba, que la función de la literatura, como el de cualquier arte, comprende también el papel de entretenimiento, de refugio, de descanso y, sencillamente, de fuente de placer (artístico, sensorial, intelectual... elijan ustedes). Creo que es un papel necesario y por tanto justificado.

Y, en segundo lugar, estoy convencido de que cualquier gran obra, sea cual sea su tema aparente, sea cual sea su excusa formal, trata de los verdaderos problemas del hombre. Y contribuye así a arrojar un poco de luz sobre nuestras vidas, a ofrecer explicaciones y consuelos, y a proporcionar modelos que nos sirvan de referencia. Y para ello un gran escritor no necesita hablar de los protagonistas de nuestra actualidad, ni citar las noticias del momento, ni siquiera hablar de nuestra realidad, de nuestro mundo; puede distanciarse de compromisos urgentes y aportar así una mirada distanciada y meditada que nos ayude a valorar en su justa medida los temas que nos acucian, a comprender los que nos preocuparán siempre, y a entender las causas últimas de nuestros comportamientos.

Por el contrario, obras explícitamente centradas en los conflictos que aquejan a la sociedad se quedan a menudo, si no son lo exigentes y serias que deberían, en simples glosarios de hechos salpicados de pretenciosas conclusiones apresuradas e incompletas que, en el mejor de los casos, dejan las cosas como están, y, en el peor, siembran el desconcierto.

La diferencia, por tanto, no estriba en mi opinión más que en la calidad.
La buena literatura ayuda a vivir.

13.12.05

Una de cal y otra de arena.

(Nunca he sabido qué es lo bueno, si la cal o la arena)

1.
Soy gallego. Mi familia, hasta donde yo sé, es y ha sido gallega.

No sólo no soy nacionalista sino que abomino de todos los nacionalismos, sea cual sea la nación objeto de sus amores.

Mi lengua materna es el castellano, aunque haya oído hablar en gallego desde que nací.
Mi familia, hasta mis padres, era gallego-parlante. La generación anterior a la mía es la verdaderamente bilingüe (yo me considero bilingüe en cuanto a conocimientos, pero no en la práctica); las de antes sólo hablaban gallego y como mucho aprendieron un mal castellano, motivo por el cual algunos de ellos fueron ridiculizados dentro y fuera de Galicia, se sintieron acomplejados y aborrecieron su propio idioma.

Defiendo que, como elemento fundamental del patrimonio cultural de un pueblo, se fomente y proteja el uso de cualquier idioma. Pero creo que una lengua está al servicio de las personas, y no al revés, por lo que no apruebo ninguna medida basada en imposiciones o penalizaciones. La defensa y promoción de una lengua debe basarse, en mi opinión, en facilitar su uso (es decir: enseñarla y garantizar que siempre se podrá utilizar) y en conseguir que la gente “quiera” usarla porque la encuentre “atractiva” (desvinculándola de estereotipos peyorativos y ligándola, en cambio, a la cultura, a roles sociales sugerentes, haciéndola algo vivo). Y si eso no basta será una pena, pero qué se le va a hacer.

He vivido cinco años fuera de Galicia, y llevo dieciséis trabajando con gente de toda España. Además viajo, como casi todo el mundo. Y les aseguro que en la España monolingüe (en castellano, claro) se ignora casi todo sobre el resto de los idiomas del país, y esa ignorancia hace que mucha gente (no toda, ya, pero sí mucha) muestre una actitud hacia ellos que suele moverse entre una condescendiente indiferencia y la burla abierta. En el caso concreto del gallego (quizá distinto de los del catalán y el vasco), lo normal es que piensen, incluso si viven aquí, que es todo una tontería, una curiosidad pintoresca, algo meramente anecdótico surgido con posterioridad al 75 de un modo totalmente artificial por capricho de unos cuantos nacionalistas.

Y esta situación me ha hecho sentirme francamente incomprendido. He sentido que mi historia, una parte importantísima de mi cultura (¡mi literatura, mi maravillosa literatura!), y, en fin, la forma de vivir de los míos, eran tomados a broma, cuando no directamente despreciados. Y la verdad es que he sentido la necesidad de cambiar las cosas.


2.
Creo que si España quiere que sus europarlamentarios puedan intervenir, además de en castellano, en catalán, gallego o euskera, es de lo más razonable que la UE diga que, entonces, y ya que hay tantos españoles cuya lengua materna parece no ser el castellano, se reducirán los traductores de este idioma.
Y que un ministro, Montilla, vaya allí y pretenda criticar esta medida y defender la importancia y el peso específico del castellano, en catalán, me parece una escena digna de una película de los Monty Python.

12.12.05

¿Qué pasa en Extremadura?

Hoy no tengo nada que decir (”¿y cuál es la novedad?”, pensarán ustedes), así que en lugar de hacerles perder el tiempo con estupideces como de costumbre, y a pesar de aborrecer los posts que incluyen enlaces, les haré un favor y les aconsejaré un par de visitas.

Como pueden ver, en los blogs enlazados al margen (que son, lógicamente, mis preferidos de entre todos los que conozco) hay al final varios que hasta hace poco no estaban. Los autores de todos menos uno son extremeños, y creo que la mayoría son escritores. Pues bien, se los recomiendo todos. En este mundillo superpoblado en el que tan difícil es separar el grano de la paja, son, en mi opinión, ejemplos de sencillez, seriedad, buen humor, amplia cultura y lucidez.

Cualquier día valen la pena, pero hoy pretendía destacar tres posts recientes de dos de ellos: en el blog de Ismael Rozalén, lean Cosas urgentes y Me tengo que calmar; y en En un bosque extranjero, de Santos Domínguez, lean Lectio Theologica. No se arrepentirán.

(Y, en fin, aun a riesgo de alimentar aun más mi injusta fama de mariísta, y ya que esto va de consejos, les recomiendo también el artículo de J. M. en el suplemento de ayer de El País, La idiotez más idiota, con el que estoy bastante de acuerdo.)

No se las prometan muy felices, esto sólo ha sido un paréntesis: pienso seguir escribiendo.

8.12.05

Los planetas, objetivamente.

Ayer de noche vi en el programa Estravagario la charla de Javier Rioyo con María de la Pau Janer y Jaime Baily. Aparte de lo leído a raíz de la polémica de la concesión del Planeta de este año, no sé nada de ella, y de él conocía un par de títulos, pero eso es todo. No he leído ni una línea de ninguno de los dos.

Me cayeron mal. Creo que nunca había visto en el programa a ningún invitado tan poco interesante. Él me pareció un envoltorio vacío, afectado y engreído, aunque reconozco que pudo influir bastante, además de su peinado y su bufanda, su manera de hablar. Janer me dio la impresión de ser tan simple y superficial que me resulta completamente increíble que esa mujer pueda escribir nada que valga la pena. Las respuestas de los dos, y en especial las de ella, eran en mi opinión tontas, insulsas y de lo más tópicas.

Hubiese querido compararlos con Marsé, de cuya biblioteca creo que pusieron un reportaje, pero no pude verlo. Sin embargo pude leer, inmediatamente después, la entrevista que este domingo le hacían en El País. A pesar de que la entrevista tampoco era ni mucho menos antológica, el contraste era enorme. Marsé tenía cosas que decir, y parecía un escritor de verdad.

Creerán ustedes que todo esto es muy subjetivo y que no es más que un penoso ejemplo de prejuicio. Pero tengo una prueba objetiva de que lo que digo es cierto: entre los libros que ella aconsejó estaba La sombra del viento. Que tampoco he leído.

6.12.05

Termología.

Aunque intuyo que esta cuestión no le es ajena, lo ignoro todo sobre Psicología; y mis básicos y hace lustros olvidados estudios de Física y Biología son del todo insuficientes para permitirme hallar explicación a un fenómeno que desde hace tiempo me intriga.

¿Es acaso la zona de la cintura de las chicas de entre, digamos, 15 y 25 años, incluso en los casos en que carece de tejido adiposo que le proporcione un adecuado aislamiento, y aun cuando ellas, por el resto de su ropa, den claras muestras de que, en general, frío tienen, insensible a las bajas temperaturas?

2.12.05

Boicot.

Yo creo que todos estos asuntos catalanes que últimamente llenan cada día páginas de periódicos, horas de emisión y declaraciones de políticos, empezando por el Estatuto y siguiendo con un larguísimo etcétera (Caixa, Montilla, Carod, OPA a Endesa, selecciones deportivas, 0-3, 3%...) que algunos personajes se esfuerzan en aumentar, son, para no poca gente, la excusa perfecta que siempre habían esperado para poder dar rienda suelta a su manía hacia Cataluña, lo catalán y los catalanes, manía nada excepcional y que a menudo llega a ser franco odio.

Porque lo que nunca se ha aceptado, lo que algunos no han podido soportar jamás, es que sean nacionalistas, y hablen catalán, y vayan por libre, y sin embargo no por ello sean cenutrios provincianos segundones, sino quizá los más avanzados, quizá los más europeos, y sobre todo, sobre todo, tengan más dinero que nadie.

Si fuesen pobres nada de esto les pasaría, porque nadie les tendría ganas (claro que, puestos a ser sinceros, me pregunto si ellos serían así si fuesen pobres; no sin antes dejar claro que no ser pobres es mérito suyo).

Con esto no pretendo decir que todo sean cortinas de humo, que todas sean falsedades inventadas para desacreditarlos. Habrá, y hay, muchas cuestiones criticables e incluso vergonzantes, y seguro que en Cataluña se hacen muchas cosas mal.

Como en el resto de España.