30.5.07

De Grote Donor Show: todos un poco más miserables

Desde que tengo este blog muchas veces he pensado en escribir sobre la televisión, pero siempre me he contenido.

Y no es éste un buen momento para hacerlo, seguramente, porque no tengo ningunas ganas de discutir. Cómo se pondrían ustedes si yo les dijese que la tele, el medio, él solito, me parece, en la práctica, intrínsecamente malo. E imagínense si hablásemos de la programación, ese inmenso basurero con algún que otro claro en los sitios más inaccesibles y en el que destacan enormes montones de bazofia de altura proporcional a su nivel de audiencia, con una mención especial para todos los programas ideados, producidos y presentados por hijos de puta y protagonizados por mentecatos considerados dignos de atención precisamente por salir en ellos.

Así que mejor no toquemos el tema.

Pero es que ayer oí en la radio que en Holanda hay un reality show en el que una mujer, enferma terminal a causa de un tumor cerebral, debe elegir cuál de las tres personas con problemas renales que concursan en él será la receptora de uno de sus riñones. Y para ayudarle a decidirse, por supuesto los telespectadores pueden votar mediante sms.

Y a pesar de que ya llevamos bastantes años asistiendo a este tipo de espectáculos, en los que unos hijos de puta (nada, se ve que le he cogido gusto a la expresión) juegan con la vida de una pobre gente, se ríen de sus sentimientos y hacen negocio con ellos mientras ignorantes aburridos de muerte se lo tragan todo, mejor cuanto más morboso, sigo indignándome, incrédulo.

[Añadido el 05.06.07:

Al final, todo resultó ser un montaje que buscaba concienciar a la población holandesa de la importancia de donar órganos. Así que, para mí, muy bien. No sé si habrán conseguido su objetivo, pero desde luego publicidad le han dado al asunto.


Iba a añadir que había servido también para hacernos ver a dónde está llegando, con nuestro beneplácito, la programación televisiva, pero quizá sea demasiado optimista, y el efecto haya sido el contrario: dar a alguna productora una estupenda idea para un programa de éxito.]

22.5.07

El ensordecedor galopar de nuestro caballo

Cuando este blog era un niño, una de las citas que tenía al margen era un proverbio, según Google, chino, y que yo en su día conocí como mongol (origen que me convence, o me gusta, más, dada la importancia del caballo en ese pueblo, cuyos jinetes dormían cabalgando).

La frase, para mí magnífica, es la siguiente:

No confundas, jinete, el galopar de tu caballo con los latidos de tu propio corazón.


Supongo que todo el mundo la entiende, pero hace muchos años un compañero, al leerla, me dijo que nuestro ritmo cardiaco, efectivamente, se adaptaba en algunos casos a ciertos movimientos y vibraciones rítmicas a las que nuestro cuerpo se veía sometido: comprendí que estaba como una cabra y jamás volví a comentarle nada.

Así que por si alguno de ustedes tiene dudas, lo que en mi opinión quiere decir el proverbio es que las circunstancias, en ocasiones, nos hacen creer sinceras, arraigadas y fiables sensaciones y convicciones que no son en realidad más que el resultado de una situación muy concreta. Nos dice la frase que es necesario distinguir lo que nos pertenece, lo que viene dado por nuestra personalidad y forma de ser, de lo circunstancial que se desmoronará ante la primera prueba. Porque cuando esa (por definición) pasajera situación se pase, con ella desaparecerán aquellas certezas, aquellos sentimientos, y nos veremos perdidos.

No se trata de prescindir del y mis circunstancias, sino de saber cuándo algo se debe sólo a ellas.

Y creo que esto, este discernir, es algo que no deberíamos dejar de hacer en toda nuestra vida. Tratar de saber si las señales por las que nos guiamos son, independientemente de si lo que nos aguarda al final del camino que nos hacen seguir resulta bueno o malo, las que debemos tener en cuenta.

Para tener alguna posibilidad de éxito es necesario, por un lado, conocerse bien; y por otro, ser sincero con uno mismo, más de lo que por lo general somos capaces de soportar. De lo contrario, nuestros miedos, nuestra inseguridad, la impaciencia y nuestras debilidades nos harán, no ya no lograr lo que deseamos, ni errar en la dirección en la que buscar, sino, más sencillamente, no saber siquiera qué es lo que queremos encontrar.

15.5.07

Cine de humor: El séptimo sello

Ayer vi El séptimo sello, de Ingmar Bergman.

La veía por primera vez (para que me crean cuando les digo que yo, de cine, ni idea), y lo hice en la sede de la Fundación Caixa Galicia de mi ciudad, dentro de un ciclo de cine llamado Xogando co tempo [Jugando con el tiempo]. La programación de esta fundación no está nada mal, y se ha constituido en uno de los dos pilares de la mortecina vida cultural local.

Me gustó. Tanto el fondo como su estética me gustaron bastante; o mucho.

Pero estas proyecciones, como corresponde a la labor de una fundación cultural, son gratuitas, y eso tiene terribles consecuencias:

Da igual que se trate de una película sueca, un concierto de música sacra, una orquesta sinfónica, una conferencia sobre política internacional o una compañía de mimos; si es gratis, todo se llena de señoras. Pero no de cualquier tipo de señora, sino de señoras de setenta años aburridas. Aburridas cuando deciden ir, y en general todavía más cuando ya están allí.

No me malinterpreten. Bienvenidos todos los ciclos gratuitos de cine, o de teatro, o de lo que sea que las saquen de las garras de Yo soy Bea y el mundo rosa. O de las más temibles de la soledad. Ayer muchas de esas señoras disfrutaron, y vieron otra cosa, seguro que aprendieron algo, que Bergman, hablándoles del más allá y la fe, les hizo pensar de un modo ligeramente diferente.

Suelen ir en grupitos, y su buena disposición inicial va sucumbiendo a lo largo del acto. Y conforme va disminuyendo su interés va aumentando el ruido que hacen. Se revuelven en el asiento, abren el bolso para buscar, por ejemplo, un tiquet del que se acaban de acordar, se abanican (golpeándose el pecho, siempre llevando el abanico hasta el pecho, clac clac clac) y comen caramelos, comen caramelos compulsivamente (o tal vez se limiten a desenvolverlos, uno tras otro, porque no les puede dar tiempo a chupar a ese ritmo). Y finalmente empiezan a hablar. Yo detrás tenía a dos:

- Mira qué gorro. Qué raro.
- ¡Ay, qué cara, qué horror!
- Y qué mono, el niño.
- Aun les han de hacer algo, ya verás... [Cuando entraban en el bosque]
- La van a crucificar. [Mientras hacían la pira donde quemar a la chica acusada de brujería]

Pero lo pasan muy bien. Ayer, por lo menos, lo pasaron genial con la película. Se morían de risa. Cada vez que el escudero del caballero Blovk, Juan, hablaba, se reían. Y cuando la Muerte le corta el árbol a uno de los juglares, también se rieron; y tras la caída de ese árbol, cuando sube una ardilla al tocón recién cortado, estallaron en una carcajada... No me pregunten por qué. Hasta empecé a sentirme mal, viendo que me estaba perdiendo algo.

Lo cierto es que hubo momentos en que pensé si no disfrutarían ellas mucho más que yo; si su actitud no sería más inteligente que la mía. Desde luego, a la vista de los resultados parecía ser más satisfactoria.

Cuando acabó la película, al levantarnos, oí a mis vecinas:

- Pues estuvo entretenida...

Y ahí se resume Ingmar Bergman, sus dudas, su obsesión por la religión, la muerte y el paso del tiempo.

11.5.07

Abono

- ¿Qué tal por la mañana, en la excursión al bosque?
- Bien.
- ¿Qué hicisteis?
- ¡Plantamos árboles!
- ¡¿Sí?! ¿Y cómo?
- Pues con tierra, y con unas bolitas azules.
- ¿Y qué eran, las bolitas azules?
- Veneno.