Cine de humor: El séptimo sello
Ayer vi El séptimo sello, de Ingmar Bergman.
La veía por primera vez (para que me crean cuando les digo que yo, de cine, ni idea), y lo hice en la sede de la Fundación Caixa Galicia de mi ciudad, dentro de un ciclo de cine llamado Xogando co tempo [Jugando con el tiempo]. La programación de esta fundación no está nada mal, y se ha constituido en uno de los dos pilares de la mortecina vida cultural local.
Me gustó. Tanto el fondo como su estética me gustaron bastante; o mucho.
Pero estas proyecciones, como corresponde a la labor de una fundación cultural, son gratuitas, y eso tiene terribles consecuencias:
Da igual que se trate de una película sueca, un concierto de música sacra, una orquesta sinfónica, una conferencia sobre política internacional o una compañía de mimos; si es gratis, todo se llena de señoras. Pero no de cualquier tipo de señora, sino de señoras de setenta años aburridas. Aburridas cuando deciden ir, y en general todavía más cuando ya están allí.
No me malinterpreten. Bienvenidos todos los ciclos gratuitos de cine, o de teatro, o de lo que sea que las saquen de las garras de Yo soy Bea y el mundo rosa. O de las más temibles de la soledad. Ayer muchas de esas señoras disfrutaron, y vieron otra cosa, seguro que aprendieron algo, que Bergman, hablándoles del más allá y la fe, les hizo pensar de un modo ligeramente diferente.
Suelen ir en grupitos, y su buena disposición inicial va sucumbiendo a lo largo del acto. Y conforme va disminuyendo su interés va aumentando el ruido que hacen. Se revuelven en el asiento, abren el bolso para buscar, por ejemplo, un tiquet del que se acaban de acordar, se abanican (golpeándose el pecho, siempre llevando el abanico hasta el pecho, clac clac clac) y comen caramelos, comen caramelos compulsivamente (o tal vez se limiten a desenvolverlos, uno tras otro, porque no les puede dar tiempo a chupar a ese ritmo). Y finalmente empiezan a hablar. Yo detrás tenía a dos:
- Mira qué gorro. Qué raro.
- ¡Ay, qué cara, qué horror!
- Y qué mono, el niño.
- Aun les han de hacer algo, ya verás... [Cuando entraban en el bosque]
- La van a crucificar. [Mientras hacían la pira donde quemar a la chica acusada de brujería]
Pero lo pasan muy bien. Ayer, por lo menos, lo pasaron genial con la película. Se morían de risa. Cada vez que el escudero del caballero Blovk, Juan, hablaba, se reían. Y cuando la Muerte le corta el árbol a uno de los juglares, también se rieron; y tras la caída de ese árbol, cuando sube una ardilla al tocón recién cortado, estallaron en una carcajada... No me pregunten por qué. Hasta empecé a sentirme mal, viendo que me estaba perdiendo algo.
Lo cierto es que hubo momentos en que pensé si no disfrutarían ellas mucho más que yo; si su actitud no sería más inteligente que la mía. Desde luego, a la vista de los resultados parecía ser más satisfactoria.
Cuando acabó la película, al levantarnos, oí a mis vecinas:
- Pues estuvo entretenida...
Y ahí se resume Ingmar Bergman, sus dudas, su obsesión por la religión, la muerte y el paso del tiempo.
Tenían un ataque de risa floja. Eso nos pasa a muchas. No puedes apretar los puños ni nada, una cosa muy mala de pasar, XDDDDDD
ResponderEliminarPero permíteme discrepar. Yo quiero romper una lanza por Yo soy Bea y por los programas del mundo rosa. Acatacrof.
A mí estas patatas mundiales me tocan un pie. Concretamente el derecho. Pero reconozco el derecho de todo hombre a tener hijos, y el derecho de todo el mundo a ver, en la tele, lo que mientras no apriete el botón de OFF le echen por el tubo. Y es lo que hay. Bien administrado hay tiempo televisivo incluso para aprender.
Y bueno, yo no he visto la película pero me he pasado todo el tiempo leyéndote, y sonriendo. Las de atrás me han recordado a los teleñecos del palco, :-) y me encantan. Son un peñazo, pero me encantan.
:-)
Pd: El momentazo abanico distingue a una señorona de una aspirante. Cuanto más catacloc contra el pechazo, más señorona. Y cuanto más oro en la muñeca que se agita...
Yo ahora me quito el sombrero y hago una reverencia, como si fuese D`Artagnan... porque me ha hecho gracia tu crónica y porque me parece que dejas sentado a todo quisque con esa frase de señora:
ResponderEliminar"- Pues estuvo entretenida...
Y ahí se resume Ingmar Bergman, sus dudas, su obsesión por la religión, la muerte y el paso del tiempo."
Si el sueco supiese se nos moría al momento, sin faenas ni actuaciones...
Un saludo, Porto, es un placer pasarse por aquí.
¿No son un encanto? A esas alturas ya no tienen ganas de extraer grandes conclusiones ni reflexiones, tan solo buscan pasar un buen rato, estar a gusto (en esta ocasión parece que lo han conseguido).
ResponderEliminarA medida que cumplimos años la vida se simplifica o, mejor, la simplificamos, aprendemos a disfrutar del simple estar, del aquí y el ahora. ¿Quién necesita aprender más?
Un beso
Me quedo pensando si Bergman hubiese estado sentado en el lugar que Vd ocupaba... que actitud hubiera tomado ante los suculentos comentarios de sus compañeras de fila, el slencio...la introspección meditando el eje central de una nueva película sobre la insoportable levedad del ser ( con otro título por razones obvias), la réplica más iracunda ante los mencionados comentarios o...sencillamete les hubiera pedido que le enseñaran el ancestral lenguaje del abanico
ResponderEliminarSaludos
:)
Buenos días.
ResponderEliminar(No estoy de acuerdo con lo de la tele, pero no voy a entrar al trapo que me tiende Rosa, que esa discusión da para mucho y no tengo yo ánimos para enfangarme.)
Besos y abrazos a todos.
Dios mío, qué experiencia más terrorífica. Lo del ruido de los abanicos es algo que debería estar castigado, por Ley, con la introducción por vía anal del mismo en la señora que corresponda.
ResponderEliminar¿ningún aspirante a alcalde lo propone en estas elecciones?
Buenos días.
ResponderEliminarQuizás esas señoras - lo digo por la edad que comentas- no tuvieron acceso a la cultura en su juventud.
Quizás no tengan medios económicos para pagar la entrada a otro tipo de películas, más de su gusto.
Quizás necesiten salir de casa si se ahogan e intentar ver algo diferente y gratuito.
Quizás, quizás, quizás...
Si soy yo la que estoy en el cine, les quito el abanico y digo cuatro cosas en bajito.
Saludos
Porto,
ResponderEliminarQue la disposición inicial de las señoras "sucuba" es una de esas erratas que muestran que el azar también tiene sentido del humor.
Como la que comentan que atacó a un poeta, homosexual vergonzante en los años 50 españoles, que escribió: "Tengo un dolor atroz que me corroe" para acabar leyendo en su libro: "Tengo un dolor atrás que me corroe".
Un poco mayores las veo yo para recibir la visita nocturna de un demonio sexual. :-D
Un abrazo,
Gracias, X. Pues era lo que faltaba... (Pues menos mal que al "corroe" no se le cayó ninguna letra.)
ResponderEliminarLuna, quizá. Lo del dinero no, te lo digo yo que las veo y las conozco. Pero lo otro sí. Y bien está que vayan a lo que puedan. Aunque mejor estaría si, además, tuviesen un poquito más de cuidado.
Lo de los abanicos en una película puede molestar, pero en un concierto llega a cabrear. Pero no, no parece una solución bien vista, la que propones, Nosurrender.
Abrazos.
A mí me ha pasado como a Rosa: ha sido leerte, ir imaginándome la escena y reirme a gusto. A mí, al verlas, también me hubiera dado la risa floja... y es que soy mucho de desmitificar.
ResponderEliminarY me perdonen: no aguanto a Bergman. Pero tampoco a los maleducados y maleducadas.
Un abrazo.
Jaja, me parece que de esas señoronas hay en todos lados, sobre todo en las gratis-party. Y las que están primeras de la cola el día de las sardinas o de la paella.
ResponderEliminarSi es cine o concierto, aunque sea pleno invierno, las jodías con su abanico.
De todas formas, hay que reconocer que las pensiones están fatal y en cuanto hay un entretenimiento barato se tienen que apuntar. En Madrid existen desde hace varios meses los lunes o martes el Cine Por Un Euro. Cuando paso veo las colas tremendas... Imagínate lo que deben de ser esas sesiones de abanicos...
A la albóndiga común le gusta todo lo que sea de balde, al igual que a su consorte: el vara. Y entiéndase esta gratuidad en dos direcciones: primera, donde regalan y, segunda, donde nada dan pero tampoco cobran por estar. En esta segunda categoría están tus albóndigas cinéfilas, portorosa. Creo que me explico, pero, por si acaso, aporto ejemplos: churros con chocolate en la plaza mayor el día del patrón, folletos y demás cartelería en una feria de turismo, tortitas de nata el día del jubilado en un parque poligonal –esto en cuanto a la categoría uno-; la representación de bodas de sangre en el teatro local, la proyección del séptimo sello, verbena popular en algún barrio. En cualquiera de estos lugares les gusta comer, llevarse algo a la boca, y si no lo dan, lo llevan, ya sea en formato tuperware o en estruendosos caramelos de café con leche –son sus preferidos junto con los de piñones de gran formato-. Alguien tal vez podría inducir que la fuerza que las empuja es la falta de recursos. Craso error, craso error y síntoma inequívoco de no conocer debidamente el mundo y costumbre de la albóndiga común. Lo que les anima a asistir a estos lugares es que es de balde, no que no puedan pagar una entrada, sino que no tienen que hacerlo. Este matiz es fundamental para poder comprenderlas. La albóndiga común es insolente, descarada, irreverente y maleducada. Todo ello sin solución. Conoce artimañas que el común de los mortales ni sospecha, como la manera de ponerse cien veces en la cola donde reparten perrunillas colándose una y otra vez, o cómo quitarte el turno en la frutería con descaro y resolución. Y de nuevo otro matiz: estas cualidades no se deben a haber tenido una perra vida en la que no han podido formarse y cultivarse o a no tener recursos económicos. No. Son así porque son así, hay albóndigas de toda condición social, con más o menos collares, pero albóndigas al cabo. No me sería difícil contar unas cuantas anécdotas que ilustrasen lo que afirmo. Por mi trabajo, tengo que lidiar con ellas cada dos por tres. Somos enemigos. Sé que se nota.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Que alguien encuentre entretenido a Bergman en general y El séptimo sello en particular me deja estupefacta. Yo tampoco lo soporto, me parece un pelma considerable y muy, muy, muy sobrevalorado.
ResponderEliminarPues a mí que me perdonen, pero lo de estas entrañables señoras, que no dudo serán agradabilísimas personas, me pone de los nervios.
ResponderEliminarYo soy de los que acude al cine en actitud religiosa, dispuesto a ser iluminado por una obra de arte.
Saludos.
Yo ya sabía de tu enemistad con las albóndigas; cualquier lector tuyo la conoce.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte, Ismael.
T, yo apenas conozco su obra; aunque espero ponerle remedio a esto. Me alegro mucho de verte.
Me parece bien, Iván. Un abrazo.
Seguramente la disfrutaron, que la risa siempre es buen síntoma, lo malo son los malditos caramelos.
ResponderEliminarUn película que he vuelto a ver no hace mucho y que me has hecho recordar con una sonrisa al hilo de tus letras.
Saludos y gracias por esa sonrisa.
Debo tener alguna enfermedad congénita que debo consultar con mi galeno favorito.
ResponderEliminarSi mi madre viviera podría ser una albondiguilla más, seguramente.
Así y todo ella me enseño desde pequeña que para todo hay razones.
Saludos
A mí en el cine, en un concierto (sobre todo de música sinfónica), en una conferencia: silencio sepulcral y punto.
ResponderEliminarMi madre es una de esas albondiguillas que se apunta a un bombardeo, de las que saldrían perfectamente en "España directo" en una enorme cola en la que te invitan, no sé, a chocolate con churros. A veces es gracioso escucharle las apreciaciones que hace frente a una película "seria" o ante un cuadro en una pinacoteca o cosas así. Es como una niña. Pero a veces también es exasperante porque no tiene ese código no escrito que tenemos los que necesitamos el silencio en según qué situaciones. Depende del día en el que me pille. ;)
De todas maneras yo a tus compañeras de sala las hubiera mirado más de dos y tres veces con cara de "como no se callen, dejen de comer caramelos y de azotarse con el abanico, les arranco la cabeza del cuello y no bromeo".
Besitos. Cal.
La leche!
ResponderEliminarDebe ser necesario ser gallego para mondarse de risa con "El séptimo sello"
Es la primera vez en mi vida, que ya no es tan corta como desearía, que alguien me dice eso.
Deberías ver "Fresas salvajes".
Vale la pena. Te gustaría, y lo que es seguro es que no te reirías.
Un abrazo.
¡Oye, Pau, que yo no me he reído, que eran ellas, las señoras!
ResponderEliminarUn beso a todos, Cal, Luna, Isa y Pau (te da igual, ¿no?).
Vi la película hace muchos años y me produjo una gran angustia, tal vez hubiera necesitado la compañía de esas señoras (en la calle, claro, después de haber salido del cine). Yo tuve una experiencia igualmente desagradable durante una representación de Hamlet, yo había pagado mi entrada, pero tuve todo el tiempo a mi lado a dos señoras que no pararon de hablar y de decir tonterías (la versión que hacían de la obra precisaba haberla leído antes, pero ¿quién no ha leído o visto representar Hamlet?) y yo estuve todo el tiempo mirándolas con cara de asesina. Pues bien, pocos días después pude comprobar que una de las invitadas era la directora de la biblioteca municipal. Pensé que debían obligar a todos los directores de biblioteca de pueblos a leer Hamlet antes de ir invitados a los eventos sociales a lucir los trapitos y las sonrisitas.
ResponderEliminarSaludos.
Saludos, Neves. Y bienvenida.
ResponderEliminarhola
ResponderEliminarEn los conciertos del coro en el que cantaba mi hija siempre había una legión de esas "tiernas" señoriñas, que iban en grupo dos horas antes de la actuación para poder coger un buen sitio; eso si, a la cuarta canción ya estaban revolviéndose en sus asientos, cogiendo no se qué en el bolso, por supuesto envuelto en una bolsa de plástico (toooooodo lo llevan en bolsas de plástico), y poniéndo cara de "huy hago algo de ruido, menos mal que lo hago leeeeeeeeeentamente.....". Será que eso de esperar a los aplausos para aprovechar a hacer los ruidos, o a irse levantando a cuatro o cinco personas será mucho pedir. Aunque lo mejor del último concierto no fueron estas entrañables abuelas no...(no puedo evitar sonreir al nombrarlas, es que veo a mi madre)...lo mejor fueron las OCHO veces que se oyeron melodías de móviles, ni una ni dos ni tres.. nada menos que ocho, y aseguro que no eran estas señoras.
ResponderEliminarBiquiños primo.
Hola, M., me alegro mucho de verte aquí. A lo mejor te cruzas con tu hija.
ResponderEliminarUn beso muy grande.
En mi opinión lo que subyace al tema que planteas, Porto, es algo que discutía yo el otro día en un foro: pros y contras de que la oferta vaya por delante de la demanda en cuestión de equipamientos culturales y similares. Cuando había menos recursos, un ateneo, un auditorio, un teatro (y su correspondiente programa de actividades) difícilmente se ponía en pie y se mantenía sin una demanda fuerte -a veces heroica- en la que se sumaban esfuerzos individuales y colectivos, privados y públicos. Ahora, a veces da la sensación de que la gran preocupación de las instituciones públicas (o patronazgos como la "Obra Social") sea cómo invertir el presupuesto dedicado a gasto social y cultural, con el peligro, como decía, de crear una oferta artificial sin tener ni medio claro que hay una demanda en su espera.
ResponderEliminarHola, Brian.
ResponderEliminarHombre, yo creo que eso, lo de que la oferta suele superar a la demanda (y me refiero a ciudades pequeñas como la mía) está bastante claro (sin por ello no ver que también hay una minoría que encuentra poca). Pero por otro lado también me parece evidente que la demanda se crea, que la labor cultural debe "tirar" de nosotros y no esperarnos.
Relacionado con esto está el tema de los centros culturales y (aunque el problema sea algo diferente) sociales. No es que se creen sin demanda, es que demasiado a menudo se crean sin oferta... Porque o no hay detrás el trabajo continuo que dotarlos de contenido exige, o no hay presupuesto más que para el arranque, o ambas cosas. Así, tenemos algún que otro edificio de este tipo (siempre públicos; no creo que las fundaciones sufran esto) completamente infrautilizado; unos magníficos continentes sin contenido. Y se piden más, se quieren ampliar, y crear, y de todo, sin ser capaces de sacarle partido a los ya existentes.
Como algunos leisteis en su día, estoy en una asociación de vecinos; pues bien, también creo que pedimos, se piden, se ofrecen y se crean centros sociales (y no sé muy bien a qué nos referimos al decir esto, en realidad) para después, en bastantes casos, hacer un pobre y rutinario uso de sus instalaciones.
Un abrazo.
Al menos parece que nadie comía pipas o palomitas, lo cual no deja de ser un consuelo, o casi.
ResponderEliminarLo que refieres me recuerda a alguna experiencia en las conferencias de la Fundación Juan March, en Madrid, barrio de Salamanca (una de las zonas más "exclusivas" de esta ciudad). Este invierno hubo un ciclo de narradores y allí que se presentaban las señoras que habían merendado su tostadita en la cafetería de la esquina y como la tarde está desapacible pues nada mejor que sentarse en las cómodas butacas del salón de conferencias, además muy calentito, y escuchar al conferenciante de turno sin quitarse el abrigo de visón.
la tarde de Muñoz Molina fue todo un poema lo que iban diciendo algunas según iban saliendo, las menos, es cierto. Otras creo que no se habían enterado de nada y salían con la más beatífica y complaciente de sus sonrisas...
Qué alegría, Lector.
ResponderEliminarYa me imagino, ya me imagino.
Buenas noches, Señor de Portorosa, y yo que me preguntaba: ¿qué tal le estará sentando la Nocilla a don Porto? ¿Se habrá empachado ya, o se engolfará en la merienda?
ResponderEliminarBuenos días.
ResponderEliminarNo, aún no la he empezado, Conde. Sigo evadiéndome con Mankell; acabé una y estoy con otra novela suya.
En Estocolmo estoy haciendo el ejercicio de ubicar a Wallander en su país... una actividad de lo más estimulante. Por otra parte, ayer por la noche me topé con el fantasma de Bergman y le prometí una segunda oportunidad.
ResponderEliminarUn abrazo desde Escandinavia, amigo.
Debe de ser precioso, o preciosa, Estocolmo.
ResponderEliminarSaludos a Kurt.
Un abrazo, y aprovecha.
Hola Porto,
ResponderEliminarEn efecto, a eso me refería, a los continentes sin contenido. Pero en mi opinión el problema no suele ser tanto la falta de recursos económicos como el poner en marcha un proyecto, dotarle de contenido y darle continuidad. Todo esto requiere tiempo, dedicación y, last but not least, conocimiento y profesionalidad. Aunque no lo parezca, lo más fácil de todo la cadena es la asignación presupuestaria: basta una decisión política (quizá más o menos oportunista o electoralista) tomada en un despacho y ratificada en un consistorio o asamblea. Lo difícil, como decía, es dotarla de contenido y que este contenido, bien responda a una demanda, bien sea capaz de generarla.
PS: perdón por haberme alejado tanto del tema del blog (glubs...)
Completamente de acuerdo, Brian.
ResponderEliminarDe perdón, nada; es un placer leerte explicar algo.
¡Ay, Porto! qué susto me da pensar en lo poco que me queda ya para abanicarme compulsivamente el pecho. ¿Será obligatorio convertirse en comedora de caramelos y abanicadora sonora a partir de los sesenta y cinco? Señor, qué crusss...
ResponderEliminarYo vi a Bergman de joven, ¿ayudará eso?
Qué desazón me has producido... ;P
Beso, anda.
Nada más lejos de mi intención, Respirando.
ResponderEliminarEso, lo de los caramelos y los abanicos, no lo da la edad; no sólo, al menos, estoy seguro.
Un beso.
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ResponderEliminarMuy gracioso, Gregorioecologista (vaya nombre largo), muy gracioso.
ResponderEliminarUn saludo.
Dicen que allí donde vayas, haz lo que vieres, y que si de la felicidad se trata... Hace tiempo tuve a una señora alumna que estuvo años viniendo a las clases de inglés gratuítas que yo daba para el ayuntamiento de mi localidad -ya se sabe, el empeño por culturizar a diestro y siniestro y luego tirarse una foto para las municipales- que no hacía más que reirse todo el rato y decir lo primero que se le pasaba por la cabeza, todo porque su médico le había aconsejado la risoterapia para la depresión. Cine gratis también tenemos por aquí, y ojalá pusieran "El séptimo sello", que hace mucho que no la veo y es una de mis pelis favoritas. Y si sucediera algo parecido a lo que describes, aseguro que no me quedaría sentada en mi silla sino que mandaría a dichas señoras -a la de la clase acabé haciéndolo, aunque yo sólo fuera una asalariada y debía tener mis puertas, o sea, las del ayuntamiento, abiertas para todos- a irse a galopar a otra parte, preferiblemente a un terreno abruto y plagado de indios.
ResponderEliminarBienvenida, Beatriz.
ResponderEliminarEstá bien, lo de la risoterapia; ¿y no podía haber elegido otro sitio, en lugar de una clase?
Perdón por llegar tan tarde a la fiesta, (hace tiempo que estoy pasándome por aqui sin atreverme a entrar), pero a pesar de ser una pre-albóndiga, me ha encantado lo que dices de que a lo mejor te estabas perdiendo algo que tú no habías comprendido y ellas sí. Esa sensación me resulta conocida.
ResponderEliminarSoy una pre-albóndiga que definitivamente prohibiría bajo pena de corte de manos a la altura del hombro, que se coma cualquier cosa en el cine, se desenvuelva lo que sea, se hagan ruidos con el abanico (y que conste que yo llevo siempre uno en el bolso), que los móviles tengan sonido dentro y fuera del cine. Lo que escucho, me gusta escucharlo del todo y sin contaminaciones.
Portorrosa, a mi me gustaría pasar las vacaciones en éste blog.
Un beso
Muchas gracias, Ella, eres muy amable.
ResponderEliminarY creo que incluso Ismael Rozalén, que ha acuñado el término, estaría de acuerdo en que de pre-albóndiga tienes poco.
Un beso.
Creo que sé bien lo que hubiera pensado Bergman, no hay más que ir a un concierto en las mismas circunstancias.
ResponderEliminarQuiero decir, además de ciclos de cine de mucha calidad (Dreyer, Bergman, Fassbinder, ...) las cajas de ahorros y otras entidades con ánimo de desgravación fiscal dilapidan sus recursos en conciertos de mucha calidad también: música de cámara, jazz, nuevo tango,... todo gratuito, y en ocasiones con carteles realmente alucinantes.
La mayor parte de artistas muy consagrados, a veces mitos dentro de su ámbito más o menos minoritario, se lo toman con filosofía y humor (como demuestra Portorosa constantemente, la filosofía y el humor son demostraciones de inteligencia). Yo diría que una mezcla de resignación y paternalismo para con un público inexperto y motivado sólo a medias, y hacen lo posible por involucrarlo o al menos conseguir que no molesten mucho. Con el Octeto de Viena tocando Bach y Beethoven fue simpático, tras un par de movimientos de la primera pieza, y viendo cómo estaba el patio, uno de ellos tomó el papel de director de público e iba diciendo cuándo no podían aplaudir, cuándo se había acabado cada pieza, qué venía luego... todo por señas. Si las tales señoras no sabían leer un programa de mano, mucho menos entenderían las instrucciones en alemán.
Los músicos clásicos lo pasan algo mal por la concentración y dominio que necesitan. Los músicos de jazz lo pasan algo mal por la complicidad que requieren del público. También se quedan a veces algo desorientados cuando llegan al local en cuestión y es un teatrito en el que cabe apenas el equipo de sonido, y está lleno de un público... digamos hostil.
Precisamente ahí se ve la grandeza de los grandes. Cuando los noruegos Atomic con una música complejísima y sin concesiones engancharon a un público de lo más variopinto y lo hicieron estallar en entusiasmo. Cuando Gilberto Gil convirtió un centro social típico en un frenético sambódromo. Cuando Roy Haynes nos hizo temblar a todos, hasta al que al principio preguntaba "¿y no cantan?". Y Kenny Garret, acostumbrado a grandes conciertos y un público fundamentalmente de músicos o amantes del new-bop, fue creando en la gente, nota a nota, golpe a golpe de sus síncopas, toda la experiencia musical que necesitaban para disfrutar a tope del final de su alucinante concierto en CajaAstur.
Curiosamente, también ahí se ve la grandeza de los directores de cine. No están ahí para responder ante las diferencias de público, pero sí pensaron en todos los ojos, en todas las miradas, e hicieron un producto que, a distintos niveles, penetra la estulticia. Y es que es cierto, que El Séptimo Sello es, entre otras muchas cosas, una película entretenida. Como lo es Oderet, Barry Lyndon, Paris nous Apartient, Wings of Desire...
Dicho esto... la verdad, a veces me lo pienso dos veces antes de ir a uno de esas proyecciones o conciertos gratuitos, a veces te salen muy caros.
Gracias por el comentario, Balcius, me ha parecido muy bueno (y que el que yo repita a menudo esta frase no te haga dudar de su sinceridad, por favor).
ResponderEliminarUn abrazo.
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ResponderEliminar¿¡Una radio!? Me parece ya el colmo.
ResponderEliminarUn saludo, Greg...