29.11.07

Odio a la cinta de correr

Y no porque sufra sobre ella, porque me canse y me aburra. Porque eso está en mi mano cambiarlo o ponerle fin, y sólo yo soy responsable.

Pero que cada vez que el reloj va a completar un minuto y cambiar al siguiente, que cada vez que estoy esperando la consecución de esa meta, con la inyección de ánimo que supone, y los segundos van avanzando, 56, 57, 58, 59... ¡cambie siempre la pantalla y en lugar del tiempo aparezca la (ridícula) distancia que llevo, y yo no obtenga nunca mi pequeña recompensa!, eso, eso lo hace ella.

Y lo hace a propósito, sólo para hundirme.


24.11.07

Hablemos de la televisión

Voy a ser muy tajante. No voy a matizar ni a hablar con cuidado. Un día es un día.

La televisión era un buen invento.

Teóricamente lo era: llevar información a cualquier casa, a cualquier rincón, desde cualquier lugar del mundo; y ofrecer entretenimiento (aunque ahí ya se empezó a torcer la cosa), también en cualquier sitio.

Eso, teóricamente.

En la práctica, en el medio está ya el mal: traslado de la atención de la realidad a una pobre ficción, en un proceso que no exige nada del receptor, que se convierte en algo parecido a un embudo.

Lo cual no sería demasiado importante si se tratase de una actividad esporádica y minoritaria. Sólo que la realidad es la contraria: se le dedica muchísimo tiempo. Son excepcionales las casas en las que la televisión encendida no es una presencia constante, y las personas (peor si son niños) que no pasan al menos una o dos horas cada día delante del televisor. Gente que dice no poder hacer nada por falta de tiempo, ve la tele.

Y el que ve la tele no sólo la ve, sino que, mientras, no hace nada más. La tele absorbe. Y paraliza. Si no la vemos, nos dedicamos a decenas de otras cosas más interesantes y que nos gustan más (ya he dicho que no voy a contemporizar nada).

(Ante esto, suele decirse siempre lo mismo: para desconectar. Y me lo creo. Y no seré yo quien juzgue las razones que cada uno tiene para sentir que lo necesita. Pero eso hace que no pueda evitar relacionar el recurrir habitualmente a la televisión con algo así como arrojar la toalla.)

Y esto, que ya es triste en el caso de un persona sola, es peor cuando se trata de un grupo: gente reunida renuncia a relacionarse, y en lugar de mirarse unos a otros y hablarse (o besarse, o pelearse o qué sé yo, pero vivir), miran fijamente en la misma dirección en silencio y con la mente, en general, apagada. Si uno hace un ejercicio de abstracción y contempla esa imagen desde fuera, como si fuera algo nuevo, resulta casi incomprensible.

Pasemos ahora al contenido.

Es una mierda.

Casi todo. Incluso lo que pretende ser serio (los informativos son pésimos y completamente prescindibles). Claro que por el medio hay excepciones, películas y programas de calidad, sobre todo en los canales de pago, pero nadie dudará que ocupan los últimos puestos en las preferencias.

Pero concretemos más, que a eso venía: los programas de prensa rosa, de cotilleos, de tele-realidad, o todos en los que hay participantes que indefectiblemente esperan abrazados y llorando el veredicto, sobre lo que sea, del abominable público.

No tengo palabras para expresar la opinión que me merecen.

No es necesario recurrir al último ejemplo de desprecio y carencia absoluta de escrúpulos (y al que le sacarán partido, y si no ya lo verán). En todos los casos se ofrece mentira, morbo, escándalo, pornografía sentimental (la más impúdica), histrionismo, estulticia, chabacanería hecha pasar por ingenio, y, en fin, el triunfo de la vulgaridad y la falta de mérito.

Se calumnia, se difama y se irrumpe en vidas privadas sin ningún respeto, llegando a abusar de un modo que incluso cuando lo sufren los sinvergüenzas que viven de eso es difícil de disculpar.

Y en todos ellos se manipulan de la manera más vil y embrutecedora los sentimientos. En algunos casos utilizan a pobres gentes, bien desesperadas, bien atraídas por lo que les parece que es la fama, y les hacen contar sus miserias mientras ellos disimulan (o no) las risas. En otros, cuando todo es un montaje, hacen lo mismo con las otras pobres gentes, las de este lado de la pantalla.

Sus responsables son unos hijos de puta.

Los productores, los responsables de las cadenas, y por supuesto los presentadores (creo que todo empezó con Isabel Gemio, y ahora son decenas, los mamarrachos), lo son. Porque hacen todo lo que acabo de decir.

Y la Administración es culpable.

No parece fácil crear herramientas legales que eviten esas situaciones humillantes, cuando la verdad es que no surjen de comportamientos delictivos (no tengo nada claro que siempre, cualquier foto o imagen que se tome en un lugar público, sea legal y publicable, y me pregunto si eso no admitiría otra regulación más severa, pero en cualquier caso, ¿quién va a impedir que un programa airee las intimidades de un adulto que se presta a ello voluntariamente?). Pero sí es culpable de no educar, de no conseguir que ese espectáculo deje de gustar (ya ven, sin matices). ¡Ay, Educación para la Ciudadanía, espero que estés bien pensada, porque tienes tanto que hacer!

¿Y los telespectadores? Los telespectadores han aceptado como algo justo y lógico que el único criterio sea el económico, y son la razón de ser de la programación. Son los colaboradores necesarios de todo esto.

16.11.07

¿Qué es esto?

Llego, a través del blog Françaises, Français..., a la página web de un tal Roger Ballen, un absoluto desconocido para mí, que lo desconozco todo sobre la fotografía.

Y entro en su galería de imágenes y, dentro de ella, en el apartado Platteland: Images from Rural S. Africa, y me encuentro con el atraso, la pobreza, el abandono y la brutalidad; el horror de la miseria me da una bofetada y me deja tambaleándome.

Y de repente lo que sé de aquel país cambia. Cambia algo tan secundario como mi impresión sobre la recién leída Desgracia, de Coetzee, y cambian mis ideas preconcebidas sobre el apartheid, que se convierte (y las fotos son de gente blanca) en algo todavía más dramático si cabe.

Desde hace tiempo tengo claro que, mucho más que por las distintas interpretaciones y análisis que hacemos de la realidad, nos diferenciamos, y aun nos enfrentamos, porque vemos y vivimos realidades distintas. Opinamos a partir de datos diferentes, cuando no opuestos.

Y esto es así en una misma casa; imagínense si andamos un poco.

Hay que ver, hay que conocer, hay que mirar detrás de todo. Hay pocas cosas que no se acaben explicando, aun con lágrimas en los ojos, aun en su bajeza.


15.11.07

¡A la hoguera con él!

El domingo a las ocho de la tarde entro en una cafetería. Desde lejos le pido un café al camarero y me siento en la única mesa libre. Abro la novela y alzo un momento la vista.

¡Joder!

¿Qué coño pasa? Está todo el bar mirándome, desde todas las mesas. Hasta han vuelto las sillas hacia mí. Me vienen a la cabeza La invasión de los ultracuerpos, Los chicos del maíz, una de esas películas en las que un pueblo guarda un terrible secreto y sus habitantes se unen para acabar con el forastero.

Hasta que me doy cuenta de que estoy sentado en la mesa que hay justo debajo de la televisión y están televisando el Madrid-Dépor.

Pero el alivio dura poco. Miro a la gente. De vez en cuando alguien baja la mirada hacia donde estoy. Creo que resulto raro, y me siento raro. Una señora se fija en mí y le dice algo al marido, que sonríe de medio lado. Empiezo a pensar si mi actitud le molestará a alguien.

Me centro en el libro.

A lo mejor se ve como una provocación. ¡O como un desprecio!

Cuanto más se emocionan con el partido más incómodo y aludido me siento. El Madrid marca el cuarto gol, gritan, varios se levantan, algunos se cabrean, y yo me encojo detrás de la novela.

Cada vez que levanto la vista veo a alguien mirándome.

Remuevo el café con verdadera dedicación.

Vuelvo a levantar la cabeza un par de veces y veo a un tío que me mira con cara de asco.

Al cabo de un rato el hombre que me mira mal se da cuenta de que he sacado una libreta y estoy escribiendo. Viendo su expresión, decido guardarla, no vaya a ser.

Me lo imagino levantándose y acercándose a mi mesa, Qué, a ti no te gusta el fútbol, ¿no?, y una miradita al resto del bar, ¿Qué eres, muy listo, tú?, y un empujoncito al libro, ¿Es poca cosa para ti?, y la primera colleja, y van llegando más y rodean la silla, No, no te levantes, hombre, que el señorito no se levante, faltaría más, dice una señora en voz bien alta, a la concurrencia, ¡Cómo se va a levantar delante de nosotros! ¿Verdad?, dice la muy hija de puta, ¡Pero qué cojones te crees!, ¿eh, gilipollas?, y ya me agarran entre varios...

Miro el reloj, pongo cara de sorpresa, dejo el dinero sobre la mesa y salgo a la calle con la sensación de que treinta pares de ojos se me clavan en la espalda.

13.11.07

Publicidad

Siempre me ha parecido triste la publicidad que parece no tener destinatario. Más triste cuanto más llamativa y alegre quiere ser. Los letreros con detalles ingeniosos, con muñequitos, los carteles con rótulos enmarcados en estrellas doradas y llenos de signos de exclamación, que no se leen, me entristecen. Y me entristecen aun más si en ellos sale gente riéndose, sobre todo familias con niños; sonriéndole fijamente a nadie.

Pero lo que más deprimente me resulta son las banderas de colores ondeando en medio de nada, como en el aparcamiento desierto de un centro comercial cerrado, un día de viento, agitándose solas.


Are Americans Stupid?

¡Por favor, por favor, saquen diez minutos de donde puedan y, si no los conocen, vean estos dos vídeos!:




Que conste que no creo que esto demuestre nada sobre Estados Unidos, y que estoy seguro de que en casi cualquier país (desde luego en España sí) se podrían grabar cosas parecidas. ¡Pero no me digan que no son buenísimos!

[Gracias, prima]

P.D.: ¿Y los que creen que los próximos países a invadir deben ser Italia y Francia?


12.11.07

Jalogüin

Imagínense que un sábado a las ocho de la tarde se cruzan con un Elvis, con su traje blanco con lentejuelas, pantalones de campana y chorreras, su tupé y sus patillas, que lleva en una mano una calabaza hecha monstruo, en la otra una bolsa llena de castañas asadas, y como puede va comiendo bolla de patrón.

Pues era yo.

11.11.07

Mucho más que iconografía

Tal vez pensará usted, don Gonzalo, en su más que probable modestia, que con esto queda claro que mitifico muchas más cosas que la belleza física, pero le aseguro que para mí ha sido un honor, y se lo agradezco sinceramente.


Incluso Jean Seberg acaba no siendo nada

9.11.07

Contrastes

Viernes. Salgo de casa a las siete y veinte de la mañana hacia el trabajo.

De entre los que, eufóricos en su final de noche, me rodean, me llaman la atención un grupo que de una acera a otra le va tirando prendas de ropa a un tío medio en pelotas que me mira muerto de risa, y una pareja abrazada en una esquina, ella con una copa en la mano lánguida, sonrisa y mirada perdidas, y él, delgadillo y concentrado, que justo cuando paso por su lado logra superar unos rebosantes michelines e introducir la mano por la cintura de la minifalda.

7.11.07

Fante, John

John Fante

Acabo de leer Pregúntale al polvo, de Fante. Hace un par de meses leí Espera a la primavera, Bandini, también suyo. Es lo único que he leído de él hasta el momento.

La razón de leer a John Fante no es otra (sospecho que como para mucha más gente) que su condición de escritor favorito de Charles Bukowsky. En palabras de éste,

...cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. (...) He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos.


La primera de las lecturas, que es también su primera novela, me decepcionó algo. Está el tema de las traducciones, claro, creo que insoluble mientras no sea no sólo bilingüe sino un lector consumado con criterio literario propio en (en este caso) inglés (como si no me hubiese llevado tantos años tenerlo en castellano); pero no era sólo eso. Eché en falta esa fuerza que esperaba. Era como si estuviese a punto de estallar pero nunca lo hiciese; así hasta el final del libro.

Pregúntale al polvo, en cambio, ya es otra cosa. Me da la sensación de que entre una y otra novela, a pesar de ser consecutivas, el escritor ha evolucionado mucho. Ha cambiado, por ejemplo, su atrevimiento: se ha desinhibido, ha perdido el miedo a hablar claro. Y me ha gustado mucho más. Me ha gustado bastante, de hecho.

Otras consideraciones aparte, siempre me resulta atractivo encontrarme con el personaje que, en medio de la miseria y con todas las dificultades materiales en contra (¿o será a su favor?), siente la necesidad imperiosa de escribir y lo hace a toda costa, con una pasión que, supongo, está en la base de todo gran escritor. El protagonista del libro, Arturo Bandini, imagino que trasunto del propio Fante, lo vive así. Y es contagioso, es muy contagioso. Y falta hace, y se agradece.

Por otra parte, hay algo curioso en los escenarios del libro. Algo que también se aprecia, por ejemplo, en algunas novelas de Bukowsky. Leyéndolas, se diría que en Estados Unidos no hay (o no había) clase media; o que, si la hay, ni se roza con la pobreza. El ambiente que se muestra es verdaderamente sórdido, y da la sensación además de que esa sordidez no tiene contacto con otra cosa; que no hay nada mejor cerca, que lo bueno está demasiado lejos para siquiera verlo. No sé, ya he dicho alguna vez que la sociedad norteamericana es un misterio para mí.

Se lo recomiendo. Mejor vayan por orden y lean los dos, porque así van a entender mejor a Bandini, pero no es imprescindible.

5.11.07

La personificación de la perdición

Y por quintuplicado.

En eso consiste el meme al que me ha enganchado la japonizada Celia. Y aquí están mis objetos de deseo. Que conste que se trata de eso, de deseo, de atracción carnal, de erotismo. Nada tienen que ver aquí la elegancia, ni la simpatía, ni la personalidad ni por supuesto el intelecto. Aquí sólo cuenta el físico.

La primera, la encarnación (nunca mejor dicho) de mi mujer ideal en lo que a belleza se refiere (¡buf, no sé qué foto elegir, o, más bien, cuál no!):


Monica Bellucci

La segunda (como ven, son mujeres más bien estilizadas, sin curvas, casi andróginas, diría yo...):

Laetitia Casta

Hasta aquí, y aunque una parezca trigueña, las dos responden a mi tipo ideal de mujer, morena, de facciones muy definidas, voluptuosa. Las dos son latinas. Creo que, en comparación, por ejemplo, con las escandinavas, las mujeres mediterráneas feas son más feas pero las guapas, mucho más guapas.

Pero también hay sitio para las rubias, claro. No obstante, más que para las rubias muy rubias, muy del norte, el sitio se lo hago a las rubias a medias. Y, representando a esas mujeres, quizá más dulces que las anteriores, ésta:

Peggy Lipton

La cuarta es distinta: es humana. Sé que a muchos (y sobre todo a muchas) no les gusta, que tiene la boca grande y que en Pretty woman sus piernas no eran suyas (y aun así me enamoré), pero para mí su sonrisa y su mirada son sencillamente maravillosas. La considero, a diferencia de a las anteriores, una mujer normal, pero muy atractiva:

Julia Roberts

Para terminar, y al igual que Celia daba cabida a una perdición hecha carne de su propio sexo, rindo un homenaje al, para mí, hombre más guapo, al rostro perfecto (y que conste que la competencia es dura, pues creo que en el cine ha habido más actores interesantes que mujeres; aunque seguramente antes fuese porque sus papeles lo facilitaban). Si algún día acudo al cirujano plástico, iré con esta foto:

Paul Newman


Nada más. Espero que les haya gustado.

¡Ah, se me olvidaba enlazar a alguien! Pues, si quieren, que recojan el testigo Xavie, Donna, Alexandrós, Miranda y, si se atreve (es para picarlo, porque me parece que apunto demasiado alto, pero lo cierto es que me encantaría que contestase), don Gonzalo.

[Por si acaso hay dudas: los nombres aparecen al poner el cursor sobre las fotos]


1.11.07

Más de la noche

La una menos cinco de la madrugada.

Una chica teñida de rubio y con tacones de aguja, medias de rejilla, minifalda negra de cuero y chaqueta roja también de cuero o lo que sea, todo demasiado pequeño para ella, con una pamela de tela imitando piel de leopardo y los ojos sepultados en sombra de ojos azul y rímel corrido, empuja, como mínimo borracha, una silla de ruedas. Sentado en ella va un chico más joven, en chándal y con la capucha de la sudadera puesta, que se me queda mirando serio.