24.12.13

Nochebuena

Queridos amigos y amigas, como cada año, y antes de la noche para mí más entrañable y familiar, os deseo una muy feliz Nochebuena y un feliz día de Navidad.

Nos pueden faltar personas o cosas, o podemos estar pasando un mal momento, pero tenemos algo fundamental: a nosotros mismos, los encargados de vivir.

Que sepamos ser muy felices.

Muchos besos y abrazos.

15.12.13

Pararse

A medida que pasan los años, la vida se acelera y el paso del tiempo adquiere tal velocidad que da la impresión de que supera tu capacidad para capturar los momentos que estás viviendo. Llega un momento en el que debes pararte.

Marina Geli, Endreçar l'ànima

No es la primera vez que se dice algo así, aquí; y en blogs como el de Jesús es un pensamiento recurrente, maravillosamente explicado.

A veces uno debe detenerse unos minutos, unos minutos al día, en ocasiones incluso físicamente: dejas de caminar, o te echas a un lado en la carretera, y miras, y piensas y tratas de situarte. No hace falta estar mal, no siempre se trata de tomar aire, sino de desconectar el piloto automático.

Otras, el mayor lujo sería hacer un alto, apartarse durante un tiempo mayor. No para prepararse para la conquista de grandes objetivos, sino hasta estar seguros de que no se nos está olvidando nada, que no estamos dando demasiadas cosas por sentadas.

29.11.13

Toletum

Una vez más, mi trabajo me ha movido. Esta semana, a la Ciudad Imperial.

Frío, cuestas y un laberinto fantástico de callejuelas en el que no importaba perderse pues uno siempre acababa desembocando en un sitio precioso.
















25.11.13

Trascender

- Papi.
- ¿Qué, Carlos?
- No pienses en eso, pero... ¿cuando te mueras puedo heredar tu armónica?


19.11.13

Un provinciano en Madrid: así fue

Volví. Volvimos.

Vi a Javi (con quien tan bien me siento pasemos el tiempo que pasemos sin vernos), a Cal (la primera, y sigue),  a NáN (a quien presenté al también provinciano Taliesín, que estaba en la capital y me presentó a su vez a la Casta -y culta y amable- Susana), a Róber (tan cariñoso como siempre), a Ernesto (¿por qué no es escritor con todas las de la ley, este hombre?) y a sus respectivas parejas. No pude ver a mis queridos David y Aroa, esta vez, ni a otros del taller (Marina, Juan...).

Estuve con mi hermano pequeño y su novia, ya tan personas y además tan buenas personas.
Estuve con amigos, y aunque coincidimos poco me llevo la sensación de haber conocido de verdad a sus hijos.

Me presenté a mi flamante nueva directora de tesis, ahora que la retomo.

Comprobé una vez más que mi actual trabajo me interesa.

Compré cinco libros, algunos recomendados por ustedes: Brooklyn, de Colm Tóibín, Knockemstiff, de D. Ray Pollock, al fin High Fidelity en inglés, de Hornby, Espíritu festivo, una colección de cuentos de fantasmas de Robertson Davies, y Por si se va la luz, de Lara, a quien tampoco vi. A los niños les compré otros cinco (qué gran librería, Pantha rei, en Hernán Cortés).

Me sentí físicamente agredido, no por la basura, que no me parecía para tanto, sino por el clima mesetario. Pasar años entre ese frío, el metro y las calefacciones madrileñas tiene que pasar factura.

Paseé mucho, y paseamos, y fue un placer. Madrid de visita siempre lo es.

Madrid, la gente que conozco, me hacen sentir muchas ganas de hacer cosas. Y así vuelvo siempre de allí: con ganas. Es el aire fresco. Pero aquí, donde vivo, es donde hay que demostrarlas.


10.11.13

Vente pa Madrí

Mi trabajo actual no solo hace que llegue a él cada mañana con una sonrisa en la boca, sino que ya es la segunda vez que me manda una semanita a Madrid.

Allá voy, a que me dé el aire.




27.10.13

Si vivir es posible

Hace tiempo que no toco el tema, pero muchas veces he escrito sobre mi visión de la infancia como la época en la que todo aún es posible; y sobre cómo crecer, para mí, es ante todo elegir, escoger, y por tanto renunciar a todas las demás posibilidades.

Creo que es así, y entiendo que despierte en mí los sentimientos que despierta.

Lo que me resulta difícil de comprender es el proceso mental que me lleva a preferir no decidir antes que enfrentarme a la renuncia. Lo pasmoso es que llegue a creer que la forma de asegurarme el poder seguir tomando cualquier camino es no avanzar.


17.10.13

10.10.13

Lo bueno de la vida

Carlos baja a esperarme a las escaleras.
- ¡Hola, papi!
- Hola, ¿qué tal?
- Bien.
- ¿Cómo te va la vida? -le digo al cogerlo en el colo.
- Bien, muy bien.
- ¿Sí? ¿Qué cosas buenas hay, en tu vida? -y vamos subiendo a casa.
- Judo [empezó a ir a clase la semana pasada], tener una casa, estar vivo, no ser huérfano y saber andar en bici y tener una.


4.10.13

Qué triste

- Ahora pregúntame tú cómo estoy yo, Carlos.
- How are you?
- Not very well.
- ¿Por qué?
- I'm a little bit sad.
- ¿Triste?
- ¡Sí! ¡Muy bien! ¿Cómo sabes qué significa sad?
- No lo sabía, pero muchas veces dices que estás un poco triste.


18.9.13

Al faro



Tener cerca cosas así me parece un privilegio, una enorme suerte. A menudo, tanto aquí como en Vicedo, pienso que si viese los sitios donde estoy, por donde paseo, en un reportaje o en un libro sobre, por ejemplo, Bretaña, me quedaría maravillado y pensaría en ellos con envidia.


14.9.13

On Syria

(A pesar de la pesadumbre. O por ella.)

Tomar posición sobre el posible ataque norteamericano a Siria es fácil; y no solo por las razones, sino, para empezar, por las consecuencias: no supondría el más mínimo paso hacia la solución del problema, sino más bien todo lo contrario.

Pero, a pesar de la evidente gravedad y urgencia de la cuestión, lo cierto es que, además de fácil, tomar posición sobre eso y solo eso me parece un poco absurdo, por insuficiente. Para empezar, dicho ataque no sería más que un nuevo movimiento dentro de una intervención que, de hecho, y con independencia de hasta dónde crea cada uno que ha llegado sobre el terreno (recomiendo los posts sobre este tema de La barra virtual), empezó ya hace tiempo. Y además, tampoco se puede dejar ahí el tema: el ataque no serviría más que para hacer más daño, con casi total seguridad, pero evitarlo, aun siendo deseable, nos deja frente al conflicto tal y como está, en su punto álgido y con un pronóstico impredecible pero, en cualquier caso, trágico.

Es en el problema en toda su totalidad en lo que hay que pensar. Nada hay más importante que los muertos, por supuesto (no sería un mal criterio optar siempre por la alternativa que supusiese menos muertos... si uno tuviese siempre claro cuál es), pero no llega con mirar a los cadáveres para saber qué hacer. Mirar los cadáveres no nos explica gran cosa ni nos da pistas sobre las posibles soluciones. Y aunque no faltan quienes tratan de explicar lo que ocurre, en mi opinión pocos de esos análisis (o al menos pocos de los que más ruido hacen) aportan algo.

Personalmente, las interpretaciones que explican lo que ocurre hablando de buenos y malos me parecen simples y tristemente equivocadas. Sería más útil hablar de víctimas y responsables, aunque tampoco sea siempre fácil. Hablar de EE.UU. contra el pueblo sirio, por el mismo motivo, me parece ridículo. Y no porque crea lo contrario, sino porque creo que el juego, este juego, es otro muy distinto. En Siria y en cualquier parte del mundo.

Me parece inútil y fuera de lugar cuestionarse quién tiene razón, EE.UU. (y sí... qué decepción, al final, Obama), Rusia, Irán o Gran Bretaña, el gobierno de Hassad o los insurgentes. Ni unos ni otros, ni los supuestos atacantes-salvadores ni los defensores-protectores resistirían cinco minutos de repaso de antecedentes. Claro que, al mismo tiempo, las aproximaciones cínicas y prácticas a la cuestión, que obvian cualquier consideración moral, son abominables. Porque sí es verdad que en medio de todo esto hay gente que sufre.

El problema es que estamos ante un ejemplo más de situación nacida de la injusticia, a la que se le añade más injusticia. El mundo decide fijarse en uno de los muchos casos de crisis explícita y, en lugar de tratar de solucionarla, trata de aprovecharse. Porque el mundo sigue funcionando igual o casi igual que siempre.

Si nos limitamos a hablar de países y gobiernos (cosa nada descabellada, pues incluso en el escenario más conspiranoico -el que identifica todo el poder con grandes corporaciones financieras transnacionales y cosa por el estilo- serían ellos las herramientas principales), lo que ocurre es que siguen decidiendo en función de sus propios intereses; como desde que existen. Todos, salvo rarísimas excepciones, desde que el mundo es mundo. Y la postura de los estados sin peso es irrelevante, y por eso es la que es; como la del partido político minoritario que se sabe sin opciones y se dedica a hacer brindis al Sol. La ONU no es inoperante porque unos cuantos países tengan todo el poder; si fuese democrática sería en principio más justa, pero tampoco llegaría a acuerdo alguno, y los que se alcanzasen serían como ahora el resultado del (des)equilibrio de fuerzas del momento. Los estados no buscan la mejor situación general posible; aún no estamos en ese punto de la Historia, y no es ni mucho menos seguro que alguna vez lo vayamos a alcanzar.

Es eso lo que hay que cambiar.

El de Siria no es más que otro caso en el que los actores con posibilidades juegan sus cartas. Da igual que en última instancia se trate de ganancias bursátiles, intereses energéticos o de control sobre adversarios regionales; el poder y la economía siempre han ido de la mano, sin que se sepa muy bien cuál sirve a cuál. Incluso importa poco si por el medio hay por parte de alguien una intención sincera de mejorar la situación del pueblo sirio, porque por desgracia será utilizada en provecho propio por el primero que pueda.

El caso de Siria, como tantos otros (¿todos?), deja muy poco espacio para la esperanza. Seguimos haciéndolo muy mal. Eso es, a largo plazo, lo peor.

Y no es cierto que no se sepa qué hacer, ni mucho menos que no se pueda hacer nada. No es fácil ni rápido pero se sabe y se puede. Hay mecanismos de mediación, hay herramientas de presión, hay medios para ayudar a la población en muchos sentidos, hay formas de ayudar a un país, etc., etc. Siempre desde el compromiso permanente, y siempre desde el respeto. Y hay, aunque no lo crean, quien se ocupa con buena fe y seriedad de esos temas, y lo intenta y se lo explica a todo el que quiera escuchar. El problema, repito, es previo y atañe a las intenciones de los protagonistas con más peso. Jugamos a juegos diferentes.

Todo pasa por lograr un estado diferente de las cosas, incluidas por supuesto las relaciones internacionales. Al final, la solución a todo es la misma, o eso me parece a mí: trabajar por un mundo con una población con posibilidades y derechos reales, capaz de pensar, capaz de decidir y capaz de hacerlo bien. Empezando por casa, claro. Solo así se avanza, aunque sea paso a paso, hacia la justicia.

Siria, lo que ocurre en Siria, es la última prueba de lo lejos que estamos de ahí.


5.9.13

Últimas tardes

Se acaba el verano con un tiempo excepcional aquí. Y como vivimos rodeados de playas increíbles, estamos disfrutando con calma y sensación de despedida cada última tarde de sol.




28.8.13

Los niños y tantas cosas

El domingo, día 25, yo acabé mis vacaciones y Paula y Carlos se fueron con su madre, que las empezaba al día siguiente. Poco los veré, en septiembre, pero no me puedo quejar, pues han estado más de un mes viviendo conmigo: el período más largo desde que me separé; tanto, que he llegado a sentirlo permanente.

Aunque me he propuesto no hacer balance, como les contaba, no puedo evitar mirar un poco atrás. Y lo cierto es que la sensación esta vez es muy buena; el principal reproche, mi insuficiente paciencia con la preadolescente Paula.

Ayer les regalé dos libros. A Carlos, una recomendación de Moli, Yo, el lobo y las vacaciones con el abu. Y yo me compré Diario de invierno, dispuesto a darle otra oportunidad a Auster. No te quejarás, Moli, aunque te confieso que en el último momento dudé y me compré una edición de bolsillo para no arriesgar mucho; pero voy por la página 18 y ya sé que tenía que haber comprado la buena.

Hoy se han ido los tres a Tenerife, hasta dentro de nueve días. Me he despertado bastante triste e inusualmente asustado. Hasta que me han avisado de que habían llegado, ya al mediodía, he estado francamente intranquilo, no sé bien por qué. Tal vez fuese una forma de pena.

Los he llevado yo al aeropuerto. Han facturado el equipaje, hemos tomado algo y se han ido. Ya sé que es poco tiempo, pero tenía un nudo en la garganta. Desde la zona de pasajeros, Carlos me estuvo saludando casi cinco minutos, de todas las formas posibles (la vigilante de seguridad se rio mucho): lanzándome besos, de espaldas, agachado, saltando, bailando claqué... Y cuando se perdieron de vista, no habían pasado ni dos minutos cuando me llamó por teléfono porque quería hablar conmigo. Le insistí en que lo pasase muy bien.

El precio de este mes, de estas vacaciones maravillosas, de la normalidad, es este vacío de ahora.

23.8.13

Las correcciones, de Franzen, y películas

Este sábado acabé Las correcciones, de Jonathan Franzen, que compré hace meses en Tipos infames, acompañado por NáN y Aroa, el día que conocí a Moli.

Me ha gustado muchísimo.

Leyendo libros como este es difícil no sacar algunas conclusiones no demasiado halagüeñas sobre la sociedad norteamericana.

(Hoy me he encontrado a una amiga estadounidense y hemos hablado del libro, que había leído. Por desgracia, ella también creía que era una buena radiografía.)

Franzen nos habla de una familia de clase media alta: el matrimonio ya casi anciano y sus tres hijos, con sus respectivas vidas; vidas supuestamente buenas, colmadas, materialmente envidiables, comparativamente deseables, etc. Y nos pinta un panorama que, a medida que vamos escarbando en sus intimidades, resulta desolador. Pero no (o no solo) por el contraste entre las teóricas posibilidades materiales al alcance de los protagonistas y su pobre grado de satisfacción, sino porque, rompiendo todos mis esquemas, se nos muestra a unas personas no solo pudientes, informadas, formadas, de mundo, bien relacionadas, etc., sino también cultas, con inquietudes y compromisos, inteligentes, reflexivas, sensibles, etc., etc... a las que sin embargo todas esas ventajas/virtudes parecen valerles de bien poco. En contra de mi pretensión, un montón de cualidades que deberían poco menos que garantízar un modo de ver la vida, cierta actitud y determinadas prioridades, a ellos no les valen de nada. No los salvan.

Tal vez sea todo mucho menos sorprendente y más previsible; pero desde luego no es un simple el dinero no da la felicidad, sino algo más profundo.

Me da la impresión, en cualquier caso, de que cuantas más herramientas tienen los personajes más angustiosas me resultan su ansiedad, su ambición desbocada y sin norte, su culpabilidad, su soledad, su huída hacia delante, su búsqueda desesperada de no se sabe qué. Es triste e inquietante comprobar eso: que esas herramientas pueden quedarse en la superficie, construyendo capas que solo envuelven un vacío.

Y también lo es darse cuenta de que esas vidas no nos quedan muy lejos.

***

Cuando Paula y Carlos duermen conmigo casi siempre cenamos viendo una película, y ahora que pasamos juntos las vacaciones lo hacemos prácticamente a diario. Despertarme con ellos y levantarnos a desayunar, y esa película nocturna en el sofá, son seguramente los momentos más bonitos, más entrañables, más llenos de cariño del día.


16.8.13

Vicedo 2013: nosotros

Esta tarde nos hemos vuelto de Vicedo. Por la mañana todavía paseábamos por la playa, al viento, y los niños corrían y gritaban entre las olas.

Considerar las distintas situaciones, los momentos, las permanencias, como algo cerrado, algo que termina y con lo que termina algo nuestro, y, en consecuencia, sus principios y finales como cambios propios, es habitual, supongo. Y creo que también es dañino.

Al menos en mi caso lo es, pues conlleva una marcada tendencia a hacer balances, a confrontar expectativas y resultados y, sobre todo, a identificar oportunidades perdidas. Oportunidades perdidas, nada más y nada menos; así de drástico y catastrofista: fin de etapa, recuento probablemente insatisfactorio en mayor o menor grado, y frustración a cuestas que además alimentará la ansiedad de la próxima vez. Tal vez exagere un poco... pero no mucho.

Esta vez vuelvo de Vicedo, sin embargo, sin esa carga. Regreso pensando que estas dos semanas hemos vivido un cambio de escenario, con sus (muchas) ventajas y sus (pocos) inconvenientes, pero nada más que eso. Seremos los mismos mañana que ayer, aquí que allí. No acaba nada ni se cierra ninguna puerta. Nuestra vida es la misma, y seguimos viviendo y construyéndola, a veces mirando lejos y otras al siguiente paso. Seguimos buscando buenos momentos y buenos elementos que añadir. Y sobre todo seguimos siendo los protagonistas y los depositarios de casi todo lo valioso: nosotros somos quienes lo hacemos posible, los capaces de conmovernos mirando un paisaje.




Y mañana al levantarnos lo seguiremos siendo.

15.8.13

Vicedo 2013: ocaso

También hay río: el Sor. Ayer fuimos a andar por su ribera.









Y hoy, al final de un día que ya empezó en la playa, hemos ido a bañarnos durante nuestra última puesta de sol aquí este verano. Esta.




Fue maravilloso.

13.8.13

Vicedo 2013: tiempo

Pasa.





Esta mañana después de desayunar nos hemos ido a bañar, a pesar del cielo nublado. Y ha sido el primer día en que he notado esa sensación especial de la que tantas veces he hablado y que este año, no sé por qué (o sí: la dificultad para disfrutar por la ansiedad del disfrute, la incapacidad de saborear el tiempo por la angustia de que pase; los males modernos, mis males, en fin), se me estaba escapando; esa sensación que consiste en que todo, paisaje, compañía, estado de ánimo y ese fondo que surge, creo, de una mezcla de recuerdos y expectativas íntimas cumplidas, parece estar bien, parece entrar en sintonía y me hace, por unos instantes excepcionales en los que se detiene el tiempo, conscientemente feliz.


4.8.13

Vicedo 2013: familia

Al principio, como sucede algunos fines de semana (y en particular algunos pasados aquí), hay un período de adaptación. Plantearse los días completos siendo el único adulto no siempre me resulta fácil. Pero, una vez admitidas las pegas de la situación, parece que todo empieza a fluir ya. El pan llega temprano y salir solo a recogerlo deja una sensación muy parecida a la felicidad.






Ayer hizo un día precioso y por la mañana bajamos a la playa. Por la tarde fuimos al muelle a que  anduviesen en bici. Yo llevaba mis recién estrenadas Las correcciones (que tiene muy buena pinta) y esperaba tomar un café a solas, pero me encontré con uno de mis primos, uno de los mayores. Y me senté con él.

Aunque lo quiero y sé que él también a mí, lo cierto es que nuestra relación es escasa, y cuando coincidimos me siento bastante alejado, como de casi todos los demás. Hay cariño, el cariño de la infancia y de muchas cosas compartidas, pero no hay confianza ni nos conocemos de adultos. Sin embargo, ayer, excepcionalmente, creo que durante un rato estuvimos algo cerca; saqué el tema de su padre, de Camilo, del que tanto me acuerdo aquí, y mientras me iba contando cosas de él por debajo de las gafas de sol le cayeron unas lágrimas.

Luego leí yo solo un rato.

Paula acaba de despertarse y ya ha bajado. Vamos a desayunar.

Ya estamos en Vicedo.



Vicedo 2013: llegamos










Qué quieren que les diga...

1.8.13

Nos vamos

A Vicedo. Mañana por la mañana. Quince días.
Me apetece mucho, mucho. Creo que nos apetece a todos, porque además hace ya tiempo que no vamos, sobre todo los niños. Y lo necesito. O eso me parece: que me va a venir bien esta salida de la normalidad, este paréntesis, este cambio; esa famosa desconexión.
Tengo el equipaje hecho. Mañana por la mañana, después de desayunar y de guardar las últimas cosas, nos vamos.

22.7.13

Examen

Volvemos a los sitios, por ejemplo casi treinta años después. Han cambiado pero son los mismos: los olores, unas lámparas, el paso del río. Nosotros hemos cambiado más, aunque nos parezca que no; y probablemente ya no seamos los que éramos. O el que éramos esté allá en el fondo, muy adentro, rodeado de capas y capas.

¿Somos mejores?

¿Hemos sabido vivir?

Paseo por los lugares de antes con mi hijo, miro alrededor, le enseño, me oigo hablarle y (a pesar de todo, de tantas cosas) creo que sí.



18.7.13

Me acuerdos (IV)

Me acuerdo del día en que, con dos o tres años, enfadado, le dije a mi madre por primera y creo que última vez que no la quería. En voz baja. Creí que se iba a abrir el suelo y el mundo entero se iba a hundir.


12.7.13

Me acuerdos (III)

Me acuerdo de los pasos de mi abuela, cada vez más lentos y cada vez arrastrando más los pies, acercándose por el pasillo para abrir la puerta.

Me acuerdo de su olor cuando nos daba un beso al arroparnos, y de cómo nos decía que estirásemos las piernas y nos las frotaba por el frío.


11.7.13

Me acuerdos (II)

Me acuerdo de mi madre peinándonos en el cuarto de baño grande, después de comer, para irnos al colegio.

Me acuerdo de la colcha a rayas anchas blancas y rosas.

Me acuerdo de mi padre de pie detrás de la puerta, jugando con nosotros al escondite en casa una tarde.


10.7.13

Me acuerdos (I)

Me acuerdo de ir andando por Santorcaz, al mediodía, en verano, pegado a las tuyas buscando unos centímetros de sombra y sofocándome con su olor verde.

Me acuerdo de quedarme tumbado sobre unas redes en el muelle antiguo de Vicedo, de pequeño, mirando el cielo.


26.6.13

Vida escrita


Lo que quiero lograr es expresar en mi libro una sensación de extrañeza ante la vida diaria que gradualmente, desde que era un muchacho, se ha ido apoderando de mí.

O:

Si pudiera captar exactamente el sentimiento de aquella tarde de mi niñez, podría darle al lector la clave de mi carácter.

Ciertas cosas perduran, Sherwood Anderson



La posibilidad de decir algo con significado. Algo que forme parte de la vida, que la cambie.

Contar un hombre, por ejemplo. Y verlo, y vernos.


(Claro que antes hay que estar vivo, y no es tan fácil.)




10.6.13

Echar a volar

Cada vez sé menos de la vida; o cada vez entiendo menos y estoy en general más confuso. Como perplejo.

Pero esa perplejidad es buena. Se parece bastante a la curiosidad y puede que sea un remedio (al menos para mí, que da la impresión de que no encuentro otro mucho mejor) contra el desánimo; ese desánimo del y todo esto para qué que tanta lata me da.

Durante muchos, demasiados años me he visto en la vida tomando impulso. Siempre tomando impulso, no sabía bien para qué; pero para algo que valdría la pena. Hasta que comprendí o creí comprender que hacía tiempo que tenía que haber saltado. Y no salté. Tal vez haya ido, siempre, avanzando a pequeños pasos, pero nunca salté.

Ahora estoy sorprendido, maravillado con la vida. No porque sea una maravilla exactamente, sino por asombrosa. En mis mejores momentos, me parece una promesa infinita (en los malos, ya saben, vuelvo al y todo esto para qué).

Pero a la vez me da la impresión de que hay tantas posibilidades que no escojo ninguna, que las miro, que veo todo y no sé qué hacer. No es desagradable, ni del todo negativo, pero sí algo chocante: estoy caminando nervioso, algo impaciente, dando pasitos y abriendo y cerrando las manos, como permanentemente a punto de echar a volar.


31.5.13

Today's my birthday

Así es.

34 añitos... Uy, se me han movido las cifras: 43.

Para los matemáticos debe de ser un número guay, porque es primo, pero a mí el 43 no me parece muy bonito, la verdad. Lo que espero es que este año, el año de vida que empiezo hoy, sí lo sea: que sea un año precioso.

Y me da la impresión de que, imponderables aparte, yo voy a tener algo que ver con que el deseo se cumpla.

Así que manos a la obra. Que el tiempo pasa.

Besos y abrazos a todos, que tantas cosas buenas me dais.


7.5.13

Hemingway: Cuentos

Qué se va a decir de Hemingway, a estas alturas.

Sabe Dios cuántos posts sobre libros he empezado diciendo eso.

Poco leo; solo el catálogo de IKEA, una y otra vez . Pero aun así estoy a punto de acabar este volumen de cuentos.

No solo me han gustado mucho, sino que me han impresionado. Yo, en realidad, aparte de El viejo y el mar y algún relato suelto, no había leído nada de él. Ahora dicen que sus novelas no son gran cosa, que lo valioso son sus relatos; no lo sé. Pero, como seguro que alguno de ustedes está en mi caso, aprovecho: lean sus cuentos.

No voy a repetirme diciendo lo que influirá la traducción. A mí me parece que lo hace, y mucho. A veces el lenguaje me parece tan raro que no puedo evitar achacarlo a eso, a un mal traductor. Pero bueno, eso, que no quiero volver con el sempiterno debate.

Mientras los leía, estas semanas, he pensado qué era lo que hacía especiales estos relatos. Por qué me estaban calando tanto, independientemente de que el tema fuese conmigo o no (por cierto, ha sido chocante leer por primera vez relatos sobre toreros, en los que también por primera vez se contaba qué piensa, qué siente, qué mira un torero antes y durante la corrida, y que sean obra de un norteamericano; me han parecido muy interesantes). Y creo que es por lo absolutamente creíbles que son.

Hay veces en que uno lee un relato magnífico sin dejar de saber que se trata de un relato. Muchas veces. En los casos extremos, uno puede estar ante un ejercicio técnico que a mí, personalmente, no me dice nada; pero aunque no se llegue a eso, hay buenos relatos (y malos muchos más, claro) que no nos permiten olvidarlo. Con estos, en cambio, creo que no he sentido eso nunca (se me viene una sola excepción a la cabeza; un relato, por lo demás, buenísimo): todo era de verdad, todas las historias eran ciertas y alguien me las estaba contando, todas las situaciones eran reales y alguien me las describía. Todo era cierto.

¿Es, digamos, menos literatura, entonces? Claro que no; todo lo contrario. Es tan buena literatura que consigue eso; consigue ponerte la vida delante, en unas páginas; de tal manera que llega un momento que incluso aunque el tema ni te vaya ni te venga lo que estás haciendo es algo excepcional. Es la literatura llegando al fondo, alcanzando lo que en mi opinión (y como ya he repetido mil veces) es su mayor logro: enseñarte otra vida, una vida, la vida, y hacértela vivir más.

Lo cual siempre está bien.

La vida sigue, esa y la otra, todas. Y estoy tratando de que siga bien. Es importante intentarlo, pararse a cuidarla.




24.4.13

Carlos me coñea

- Papi, yo no quiero irme de esta casa.
- ¿Por qué?
- Porque tengo mucho recuerdos. Es verdad que todos malos, pero recuerdos al fin y al cabo.

8.4.13

Detrás de los cristales

Sigue lloviendo.

Yo soy el pesado que repite que a él no le importa la lluvia. O que, molestar, le puede molestar algo para el día a día, pero anímicamente le es indiferente. Es más, tengo la impresión de que incluso me sienta bien. Tal vez si hiciese un recuento descubriría que estoy en un error, pero juraría que la forma de desánimo más habitual en mí, consistente en el vacío de todo esto, para qué, suele atacarme con el buen tiempo, con el sol. La lluvia, en cambio, es como si me atara a la tierra, me exigiera una atención que me hiciese más físico, más animal, menos abstracto, menos mental.

El caso es que llueve y el cielo, con varias capas de gris superpuestas, promete cualquier cosa menos que escampe.

La vida sigue, también. Con algunas tristezas íntimas, con un fondo de preocupación general, social, que a pesar de no querer mirar mucho (mal hecho) sé justificado, pero también con alguna nueva ilusión y, sobre todo, con las alegrías cotidianas que no deberíamos nunca dejar de apreciar, porque, como a estas alturas ya sabemos, son ellas las que dan sentido a la vida.

10.3.13

On Vidreiro Beach

Bajo el ocurrente juego de palabras del título se esconde un post en el que les voy a hablar de la novela de Ian McEwan que acabo de terminar, On Chesil Beach, y de este fin de semana, pasado en Vicedo después de tres meses sin ir.

[Ojo, si alguien pretende leer el libro o ver la película y no quiere saber el final, que se salte los siguientes párrafos y siga leyendo después de la primera foto.]

Es muy original, esta novela. Porque ahora que la he leído digo sin dudar que es un libro muy triste; pero no lo fue durante la lectura, ya que son únicamente las últimas seis o siete páginas las que lo hacen así. Solo entonces lo que se nos cuenta convierte toda la historia en una triste historia.

Se centra en el final de la cena y principio de la noche de bodas de una joven pareja inglesa, a principios de los años 60. Cuenta parte de sus vidas, de modo que llegamos a conocer bien a los protagonistas, cuenta lo que les sucede durante esas horas y cuenta, en esa última media docena de páginas, lo que les deparó la vida de esa noche en adelante.

Lo que acaba por ser terrible es que los protagonistas cambian su futuro en apenas unos minutos de discusión, por poco más que un arrebato, por no decidirse a pronunciar una frase, por no saber parar. Un problema mal entendido, un enfado, una reacción dolida y la terquedad de no ceder, y todo acaba para siempre. Y en apenas unos párrafos McEwan deja claro cómo, aun sin condenarlos a la desgracia, ese momento de empecinamiento les privará de la felicidad. Y la constatación de que han perdido su gran oportunidad es descorazonadora.

Me ha gustado mucho. Al leerla en inglés no soy capaz de juzgarla desde un punto de vista formal; no tengo criterio estilístico en otros idiomas, desde luego. Pero lo que he podido valorar me ha gustado mucho. Es el tercer libro de este autor que leo y ninguno me ha dejado indiferente.

Les dejo la nota aclaratoria de la solapa del final, que me encanta:

Los personajes de esta novela son inventados y no guardan relación con ninguna persona viva o muerta. El hotel de Edward y Florence -a poco más de una milla al sur de Abbotsbury, Dorset, situado sobre un alto en un campo tras el aparcamiento de la playa- no existe.



Hemos vuelto a Vicedo. Tres meses después.

Hemos ido solos, a mirarnos a la cara, a mirar la vida de frente.

Y ha salido bien, y ha sido maravilloso.





7.3.13

Un descafeinado de máquina con leche de soja

Es lo que pedía hace un rato un chica en una cafetería.

Y no sé de qué, pero eso tiene que ser la clara señal de algo.

28.2.13

La vida

Hoy he pasado la tarde solo, en casa. Los niños estaban con sus abuelos. Todo bien.

Pensaba tocar algo y ponerme al día con los correos del taller de Lara. He hecho lo segundo. Al final no he cogido la guitarra. Es que no se lo había contado: en octubre, a la vez que mi hijo Carlos, me apunté a clases de guitarra, unos 30 años después; y me alegro mucho de la decisión (que me costó tomar).

Acabo de ver una película que tal vez otro día me habría parecido una cursilada, pero que hoy me ha gustado mucho. Era de amor (El juego del amor). La he visto pensando en apagar la televisión y ponerme a hacer yo algo, tratando de evitar ese especie de señuelo de creernos que vivimos viendo vivir a otros. En fin, no sé. El caso es que no he apagado y me alegro.

No escribo, ya lo ven. Tampoco para los talleres, que ya nunca he atendido como debiera. Como les he dicho a dos personas esta semana, ahora mismo estoy a otra cosa. Y, no sé por qué, no tengo ganas de contar nada; al menos no en público. Tampoco estudio, porque no tengo tiempo. Pero el trabajo sigue interesándome y me compensa.

Hemos estado revisando lo nuestro, tratando de saber qué queremos y si somos capaces de hacerlo. No puedo decir que todo sea perfecto; ni siquiera que tengamos todo claro. Pero al menos hemos sido honestos, lo estamos siendo, y no estamos dispuestos a dejar que el tiempo nos pase por encima y nos sacuda a su antojo: queremos caminar nosotros. No solo queremos ser felices, sino que queremos intentarlo. Creo que está bien, eso.

En cualquier caso, estoy raro.

Hoy pensaba en lo que me cuesta asimilar, a pesar del mucho tiempo que hace que es así, que mi vida ya no es una promesa; que es ya, todo.

Ayer a Carlos se le cayó su primer diente. Estaba muy emocionado, y no dejaba de preguntarse qué le traería el Ratoncito Pérez.

13.2.13

La belleza

Del acercarse al mundo a tocarlo; del mirar, del escuchar, del sentir; del pararse, pocas cosas hay que surjan con más fuerza y claridad que la belleza.

Que ya no es tonta ni superficial. Que llega hasta lo más íntimo. Para salvarnos, para consolarnos o para entusiasmarnos; depende.

La belleza de esas nubes o de esa curva en tu piel.

11.2.13

Globalízate

Ya que yo no escribo, les traigo el enlace a una página conocida, de denuncia, centrada principal pero no exclusivamente en cuestiones medioambientales relacionadas sobre todo con la economía sin escrúpulos (que digo yo que habrá otra).

Como saben de lo que hablan y en qué mundo viven, aunque los abusos de cierta forma de globalización cosechan casi todas sus críticas ellos se llaman Globalízate. Porque ese camino, o muy mal se pone la cosa (vuelta a encender fuego con dos palos, y así) o ya no se va a recorrer de vuelta, y de lo que se trata es de recorrerlo bien.

Además, les dejo el último de sus artículos recogido por NáN en su blog. Trata del acaparamiento de tierras. Un ingrediente más de la violencia estructural que no deja de hacer daño.



Mientras, sin ir tan lejos, seguimos observamos con calma y aparente indiferencia cómo se ríen de todos nosotros.

30.1.13

Cannery Row, de John Steinbeck

Tiempos de confusión y movimiento. Pero cuáles no lo son.

Siguiendo las entusiastas recomendaciones de NáN y Moli (gracias), acabo de leer Cannery Row, de Steinbeck.

En él se cuentan las peripecias cotidianas de un grupo de personajes de uno de los barrios conserveros de Monterrey. Personajes variopintos y extraños, para mí, como casi todos los de la literatura norteamericana.

El libro me ha encantado. ¿Y por qué, pensaba yo el otro día? Aparte, claro, de por estar bien escrito (y traducido). Y lo pensaba tras una conversación con mi padre, férreo defensor de la forma (postura que, en mi opinión, lleva implícita en el fondo la querencia por ciertos temas y el rechazo de otros), en la que sentencié que yo a la literatura le pedía que me hablara de la vida.

Pero ya me doy cuenta de que eso es decir tanto que, en realidad, es casi no decir nada. Porque, ¿qué es hablar de la vida?

A mí un libro me habla de la vida cuando me hace conocer mejor el mundo y a los demás, y sobre todo conocerme a mí mismo. Cuando leerlo es lo más parecido a vivir más que yo puedo hacer.

Por eso es tan importante la literatura para mí.



15.1.13

Café Avenida II

A las cuatro de la tarde, un hombre colorado, con el pelo sucio bien peinado, bebe una cerveza de pie junto a la mesa de dos mujeres, madre e hija, que están con un bebé. Él le hace ñoñerías y habla con la abuela. La madre no lo mira. De vez en cuando abre mucho la boca y se acerca al niño, agachándose y haciendo como si boxease. Le da la risa y acaba tosiendo. Se echa para atrás, da un trago y se acerca de nuevo, le coge la cara con las dos manos y, sacando mucho los labios y temblando un poco, le da un beso. La madre lo mira, conteniéndose a duras penas.

Antes de terminar la cerveza entra y pide otra. Se frota las manos mientras mira cómo la sirven. La coge, bebe y vuelve a la mesa, sonriendo.

 

13.1.13

Café Avenida

En la mesa de la ventana una pareja pide dos cafés y una docena de churros. Él bromea. De sesenta y bastantes, tiene manos de trabajador, se peina para atrás desde hace pocos años y lleva una camiseta negra ajustada que pone FG October Original City. Ella tiene la misma edad, viste como visten en un sitio pequeño las señoras y apenas habla. Y no sonríe. Hasta que al cabo de un rato él también deja de hacerlo y se queda callado mirando por la ventana. De vez en cuando vuelve a intentarlo, pero nada. Y no se da cuenta de que, cuando no está atento, ella lo mira de reojo y por un instante suaviza el gesto. Se ha puesto unos pendientes largos y un foulard que nunca había estrenado, pero cuando se levantan para irse, mientras él paga, se ve en el espejo de detrás de la barra y se avergüenza.


8.1.13

Taller(es): El desenlace

[Justo cuando más debería haberme esmerado, pues iba a estar en ambos talleres y el tema de uno de ellos era, aun encima, la pareja, solo escribí esto, en el autobús camino a Madrid.]

El desenlace

En el saliente de un escaparate está sentada una pareja de veinteañeros. Ella lleva la melena teñída recogida en una cola; él es moreno y de pelo corto. La gente pasa por la acera.

La chica mantiene sujeto con una mano el cuello vuelto del jersey, subido hasta la frente, tapándose la cara. Él de vez en cuando se inclina y le dice algo en voz baja, pero ella no contesta. En una de esas ocasiones se acerca un poco más y llega a tocarle el brazo, que la chica aparta bruscamente. Entonces él se echa hacia atrás, se arrastra un par de metros más lejos, sube un pie al escalón y se recuesta contra el cristal, mirando al frente.

Inmediatamente, ella se baja el cuello. No lloraba. Lo fulmina con la mirada, se pone de pie, recoge su bolso de un manotazo y se va, pasando sin detenerse por delante de él, que suspira, se levanta, duda un segundo mientras la ve alejarse y, abrochándose la cazadora:

a) se marcha en dirección contraria.
b) va tras ella.