28.12.05

No, no estamos de acuerdo.

Un comentario de Danae (a quien tengo el gusto de presentarles) en un texto mío de hace unos meses, unido a una conversación de la que he sido mudo testigo en un blog ajeno, han hecho que me apetezca comentarles algo referente a las opiniones y a las discusiones que sobre ellas surgen.

En un comentario de aquel texto yo decía:

"Con matices, creo que verdaderamente todos estamos de acuerdo, y que las diferencias no son tantas como aparentan; como tantas otras veces, se trata más bien de una cuestión de expresión, y no de ideas."

Para luego añadir, en lo que era casi una contradicción:

"(Claro que, por otra parte, yo creo que en general es fácil coincidir en las razones teóricas y en los argumentos; las diferencias, incluso si son irreconciliables, vienen dadas muchas veces simplemente por el grado de importancia que unos y otros le damos a cada razón. Es decir, yo creo que debo actuar según los criterios A y B, y usted también, (...); pero el peso relativo que A y B tengan para cada uno, aunque sólo varíe un poco, hará que usted y yo discutamos, militemos en partidos distintos, votemos diferente, e incluso -si somos lo suficientemente necios- nos llevemos mal. Por eso es frecuente, en medio de una discusión, recapitular y comprobar con cierto asombro que ambas partes parecen coincidir en sus razones y planteamientos, sin que ello haya impedido pelearse durante horas, y seguir haciéndolo una vez visto que "se está de acuerdo"...)."

Pues bien, yo creo que lo primero es tristemente cierto en muchos casos, que en efecto hay infinidad de discusiones que surgen de malentendidos, de no expresarse con propiedad, de no saber exponer con claridad las ideas propias, etc.
Pero, una vez dicho eso, me temo que lo segundo es también verdad, y que lo es con mucha más frecuencia: casi nunca estamos del todo de acuerdo, y no pocas veces discrepamos frontalmente; y sin embargo cierto planteamiento en nuestras discusiones (y más, paradójicamente, cuanto más cultas y razonables parecen ser) lleva a que acabe pareciendo que todos pensamos lo mismo, que en realidad todos vemos todo igual, y que no podríamos coincidir más. Y es falso.

Creo que lo que ocurre (y muchos posts de este blog son buenos ejemplos de ello) es que sólo estamos de acuerdo si las discusiones se mantienen en el plano teórico, si nos limitamos a dar razones comedidas y asépticas; si no nos "mojamos", en fin. Sobre el papel, hablando de conceptos abstractos, casi todos contentos; pero cuando bajamos a la tierra y tenemos que señalar con el dedo nuestras razones, concretar nuestras filias y nuestras fobias, y poner nombre y apellidos a nuestros héroes y nuestro villanos, vemos que, de acuerdo, nada, y el hechizo se rompe, y con él el pretendido entendimiento.

Hace poco hablamos aquí de idiomas, de políticas lingüísticas, de defensa de la cultura propia, etc., y, como todos parecíamos coincidir, yo dije que algo debíamos de estar haciendo mal. Pues bien, yo creo que lo que hicimos mal fue que no descendimos a concretar qué era para nosotros esa defensa, dónde poníamos los límites de los propios derechos "culturales", qué políticas lingüísticas veíamos correctas y cuáles excesivas, o hasta qué punto llevábamos la supuesta igualdad entre los distintos idiomas. Estoy convencido de que si hubiésemos entrado en detalles, habríamos visto que discrepábamos bastante.

Y podría poner mucho más ejemplos sin salir de esta casa. La secuencia suele ser: digo algo, otros lo rebaten, empiezo a matizar, ustedes empiezan a matizar, y acabamos todos de acuerdo... porque hemos terminado por descafeinar completamente las posturas iniciales. Muchas veces esas matizaciones son muy loables, y ojalá cundiera el ejemplo, pero otras en realidad lo que sucede es que al final es todo tan general y tan ambiguo que cualquiera, piense lo que piense, puede suscribirlo.

Y si hay un ámbito en el que esto es especialmente cierto es la política. Pocas son las personas capaces de defender un proyecto político basado en una teoría política completa, estructurada, coherente, etc. Los demás, aun cuando pretendamos no engrosar la mayoría hispánica que es de un partido político como es del Madrid o del Barça, nos limitamos a pensar que ciertas ideas, más o menos ligadas entre sí, nos convencen más que otras.

Y a menudo nos sucede que si hablamos de ellas entre nosotros en un tono cuasi-teórico es muy fácil que nos parezca que todos coincidimos, que todo es fácil y razonable, y que si los políticos siguen discutiendo es por no quedarse sin trabajo. Y yo creo que nos equivocamos (bueno, en lo último no).

Tomemos la siguiente frase:

Los extremismos son malos.

Es sólo un ejemplo, pero me parece que una amplia mayoría de ciudadanos haría suya esa afirmación (de hecho, a veces da la impresión de haberse convertido en un axioma intocable). ¿Estarían todos, por tanto, de acuerdo? Ni mucho menos, por descontado. Sigo con otros ejemplos:

Una cosa es alguien de ideas conservadoras, y otra un facha.
Una cosa es alguien de izquierdas, y otra un “progre” de postal, todo tópicos idealistas y demagogia.
Una cosa es amar y defender lo propio, y otra el nacionalismo radical que mitifica la patria y la antepone a cualquier cosa.

Si incluyésemos esas afirmaciones en una discusión, algunos disentirían, pero creo que en general mucha gente exclamaría, aliviada, “¡Al final, todos pensamos lo mismo!”: falso.
Y si nos atreviésemos a definir conservador, facha, ser de izquierdas, progre de postal, defender lo propio, y nacionalismo radical, y si osáramos poner fronteras a los tan denostados extremismos, lo comprobaríamos. Porque no habría ni dos personas completamente de acuerdo.

Y es que los conceptos que manejamos no significan lo mismo para todos; o no significan lo mismo para nadie, estoy por decir. Cuando opinamos sobre hechos, ideas y personajes concretos, mi conservador se convierte en tu facha, mi individuo preocupado por las injusticias en tu progre guay, mi moderado en tu cobarde, mi desarrollo en tu codicia, mi educación en tu manipulación, mi afán de cultura en tu elitismo, mi liberalismo en tu capitalismo salvaje, mi orden en tu injusticia, mi justicia en tu desorden, mi religión en tu fanatismo, mis convicciones en tus prejuicios, etc., etc.

Así que no se fíen, que no los líen con buenas intenciones y académicas exposiciones. No estamos de acuerdo.

24.12.05

Nochebuena.

Para mí, la de hoy es la noche más señalada, más familiar y más emotiva del año. Siempre ha sido el día más importante de las Navidades, en mi familia, la fecha más genuinamente navideña.

Os deseo, a todos los que venís aquí, que tengáis una Nochebuena llena de alegría y de cariño. Cariño y alegría. Os lo deseo de todo corazón.

20.12.05

Utilidad y justificación de la torre de marfil.

La imagen de la torre de marfil simboliza para mí una actitud personal que se adopta como refugio contra los problemas mundanos, y que entre otras cosas se caracteriza por darles a éstos, en mayor o menor medida, la espalda. Dicha actitud, que lleva emparejadas unas actividades, unos intereses y muchos olvidos, se materializa de una forma u otra dependiendo de los individuos, cada uno de los cuales buscará la paz (en forma de calma, de placer, de cariño, de desenfreno o de aturdimiento, igual da) en un lugar diferente. En mi caso, nada original, se relaciona ante todo con el amor (en su más amplia acepción), con una idealista mirada hacia la Naturaleza, con el goce estético, con cierto hedonismo, con el interés por problemas meramente teóricos que hagan ilusionar a mi limitado intelecto, y con la cultura; en concreto y con diferencia, con la literatura, seguida de lejos por la música.

Refugiarse en la torre de marfil es considerado, dependiendo del juez, desde la única postura inteligente en este valle de lágrimas hasta algo completamente injustificable por cobarde y egoísta.

Yo creo que es necesario contar (y eso intento hacer yo) con una torre de marfil a la que acudir a buscar las satisfacciones que nos compensen de los sinsabores de la vida, y en la que coger fuerzas para poder afrontar nuestro día a día.
Y creo que hay vidas tan tristes y desgraciadas que justifican que sus protagonistas (o quizá habría que decir sus víctimas) ansíen no salir jamás de esa suerte de paraíso artificial que les ayuda a no saber, no pensar y no recordar.

Para el resto de los casos, aquellos que viven una vida normal con sus alegrías y sus inevitables penas, creo en cambio que hacer de la torre de marfil la morada habitual es inaceptable, impropio de quien aspire a ser justo y generoso (una buena persona, si esta expresión significa algo), de quien trate de alcanzar una mínima dignidad y coherencia intelectuales, de quien pretenda ser verdaderamente culto y no un mero almacén de datos, y de quien quiera, en fin, estar vivo.


Ahora permítanme un atrevimiento más, centrado en quien juega un papel sobresaliente en mi propio refugio:

Siempre, en cualquier época, ha habido un tipo de literatura que ha sido considerada poco “comprometida” (con su tiempo, con su sociedad, con su realidad, etc.), y un tipo de autor que ha sido acusado, por ello, de escribir de espaldas al mundo; al mundo tangible, triste, sucio y complicado que lo rodeaba. Mientras, otras obras y sus autores se alababan por su sentido de la responsabilidad, por su esfuerzo en aras de un cambio, por su preocupación por los problemas reales.

En primer lugar, creo, de acuerdo con lo dicho más arriba, que la función de la literatura, como el de cualquier arte, comprende también el papel de entretenimiento, de refugio, de descanso y, sencillamente, de fuente de placer (artístico, sensorial, intelectual... elijan ustedes). Creo que es un papel necesario y por tanto justificado.

Y, en segundo lugar, estoy convencido de que cualquier gran obra, sea cual sea su tema aparente, sea cual sea su excusa formal, trata de los verdaderos problemas del hombre. Y contribuye así a arrojar un poco de luz sobre nuestras vidas, a ofrecer explicaciones y consuelos, y a proporcionar modelos que nos sirvan de referencia. Y para ello un gran escritor no necesita hablar de los protagonistas de nuestra actualidad, ni citar las noticias del momento, ni siquiera hablar de nuestra realidad, de nuestro mundo; puede distanciarse de compromisos urgentes y aportar así una mirada distanciada y meditada que nos ayude a valorar en su justa medida los temas que nos acucian, a comprender los que nos preocuparán siempre, y a entender las causas últimas de nuestros comportamientos.

Por el contrario, obras explícitamente centradas en los conflictos que aquejan a la sociedad se quedan a menudo, si no son lo exigentes y serias que deberían, en simples glosarios de hechos salpicados de pretenciosas conclusiones apresuradas e incompletas que, en el mejor de los casos, dejan las cosas como están, y, en el peor, siembran el desconcierto.

La diferencia, por tanto, no estriba en mi opinión más que en la calidad.
La buena literatura ayuda a vivir.

13.12.05

Una de cal y otra de arena.

(Nunca he sabido qué es lo bueno, si la cal o la arena)

1.
Soy gallego. Mi familia, hasta donde yo sé, es y ha sido gallega.

No sólo no soy nacionalista sino que abomino de todos los nacionalismos, sea cual sea la nación objeto de sus amores.

Mi lengua materna es el castellano, aunque haya oído hablar en gallego desde que nací.
Mi familia, hasta mis padres, era gallego-parlante. La generación anterior a la mía es la verdaderamente bilingüe (yo me considero bilingüe en cuanto a conocimientos, pero no en la práctica); las de antes sólo hablaban gallego y como mucho aprendieron un mal castellano, motivo por el cual algunos de ellos fueron ridiculizados dentro y fuera de Galicia, se sintieron acomplejados y aborrecieron su propio idioma.

Defiendo que, como elemento fundamental del patrimonio cultural de un pueblo, se fomente y proteja el uso de cualquier idioma. Pero creo que una lengua está al servicio de las personas, y no al revés, por lo que no apruebo ninguna medida basada en imposiciones o penalizaciones. La defensa y promoción de una lengua debe basarse, en mi opinión, en facilitar su uso (es decir: enseñarla y garantizar que siempre se podrá utilizar) y en conseguir que la gente “quiera” usarla porque la encuentre “atractiva” (desvinculándola de estereotipos peyorativos y ligándola, en cambio, a la cultura, a roles sociales sugerentes, haciéndola algo vivo). Y si eso no basta será una pena, pero qué se le va a hacer.

He vivido cinco años fuera de Galicia, y llevo dieciséis trabajando con gente de toda España. Además viajo, como casi todo el mundo. Y les aseguro que en la España monolingüe (en castellano, claro) se ignora casi todo sobre el resto de los idiomas del país, y esa ignorancia hace que mucha gente (no toda, ya, pero sí mucha) muestre una actitud hacia ellos que suele moverse entre una condescendiente indiferencia y la burla abierta. En el caso concreto del gallego (quizá distinto de los del catalán y el vasco), lo normal es que piensen, incluso si viven aquí, que es todo una tontería, una curiosidad pintoresca, algo meramente anecdótico surgido con posterioridad al 75 de un modo totalmente artificial por capricho de unos cuantos nacionalistas.

Y esta situación me ha hecho sentirme francamente incomprendido. He sentido que mi historia, una parte importantísima de mi cultura (¡mi literatura, mi maravillosa literatura!), y, en fin, la forma de vivir de los míos, eran tomados a broma, cuando no directamente despreciados. Y la verdad es que he sentido la necesidad de cambiar las cosas.


2.
Creo que si España quiere que sus europarlamentarios puedan intervenir, además de en castellano, en catalán, gallego o euskera, es de lo más razonable que la UE diga que, entonces, y ya que hay tantos españoles cuya lengua materna parece no ser el castellano, se reducirán los traductores de este idioma.
Y que un ministro, Montilla, vaya allí y pretenda criticar esta medida y defender la importancia y el peso específico del castellano, en catalán, me parece una escena digna de una película de los Monty Python.

12.12.05

¿Qué pasa en Extremadura?

Hoy no tengo nada que decir (”¿y cuál es la novedad?”, pensarán ustedes), así que en lugar de hacerles perder el tiempo con estupideces como de costumbre, y a pesar de aborrecer los posts que incluyen enlaces, les haré un favor y les aconsejaré un par de visitas.

Como pueden ver, en los blogs enlazados al margen (que son, lógicamente, mis preferidos de entre todos los que conozco) hay al final varios que hasta hace poco no estaban. Los autores de todos menos uno son extremeños, y creo que la mayoría son escritores. Pues bien, se los recomiendo todos. En este mundillo superpoblado en el que tan difícil es separar el grano de la paja, son, en mi opinión, ejemplos de sencillez, seriedad, buen humor, amplia cultura y lucidez.

Cualquier día valen la pena, pero hoy pretendía destacar tres posts recientes de dos de ellos: en el blog de Ismael Rozalén, lean Cosas urgentes y Me tengo que calmar; y en En un bosque extranjero, de Santos Domínguez, lean Lectio Theologica. No se arrepentirán.

(Y, en fin, aun a riesgo de alimentar aun más mi injusta fama de mariísta, y ya que esto va de consejos, les recomiendo también el artículo de J. M. en el suplemento de ayer de El País, La idiotez más idiota, con el que estoy bastante de acuerdo.)

No se las prometan muy felices, esto sólo ha sido un paréntesis: pienso seguir escribiendo.

8.12.05

Los planetas, objetivamente.

Ayer de noche vi en el programa Estravagario la charla de Javier Rioyo con María de la Pau Janer y Jaime Baily. Aparte de lo leído a raíz de la polémica de la concesión del Planeta de este año, no sé nada de ella, y de él conocía un par de títulos, pero eso es todo. No he leído ni una línea de ninguno de los dos.

Me cayeron mal. Creo que nunca había visto en el programa a ningún invitado tan poco interesante. Él me pareció un envoltorio vacío, afectado y engreído, aunque reconozco que pudo influir bastante, además de su peinado y su bufanda, su manera de hablar. Janer me dio la impresión de ser tan simple y superficial que me resulta completamente increíble que esa mujer pueda escribir nada que valga la pena. Las respuestas de los dos, y en especial las de ella, eran en mi opinión tontas, insulsas y de lo más tópicas.

Hubiese querido compararlos con Marsé, de cuya biblioteca creo que pusieron un reportaje, pero no pude verlo. Sin embargo pude leer, inmediatamente después, la entrevista que este domingo le hacían en El País. A pesar de que la entrevista tampoco era ni mucho menos antológica, el contraste era enorme. Marsé tenía cosas que decir, y parecía un escritor de verdad.

Creerán ustedes que todo esto es muy subjetivo y que no es más que un penoso ejemplo de prejuicio. Pero tengo una prueba objetiva de que lo que digo es cierto: entre los libros que ella aconsejó estaba La sombra del viento. Que tampoco he leído.

6.12.05

Termología.

Aunque intuyo que esta cuestión no le es ajena, lo ignoro todo sobre Psicología; y mis básicos y hace lustros olvidados estudios de Física y Biología son del todo insuficientes para permitirme hallar explicación a un fenómeno que desde hace tiempo me intriga.

¿Es acaso la zona de la cintura de las chicas de entre, digamos, 15 y 25 años, incluso en los casos en que carece de tejido adiposo que le proporcione un adecuado aislamiento, y aun cuando ellas, por el resto de su ropa, den claras muestras de que, en general, frío tienen, insensible a las bajas temperaturas?

2.12.05

Boicot.

Yo creo que todos estos asuntos catalanes que últimamente llenan cada día páginas de periódicos, horas de emisión y declaraciones de políticos, empezando por el Estatuto y siguiendo con un larguísimo etcétera (Caixa, Montilla, Carod, OPA a Endesa, selecciones deportivas, 0-3, 3%...) que algunos personajes se esfuerzan en aumentar, son, para no poca gente, la excusa perfecta que siempre habían esperado para poder dar rienda suelta a su manía hacia Cataluña, lo catalán y los catalanes, manía nada excepcional y que a menudo llega a ser franco odio.

Porque lo que nunca se ha aceptado, lo que algunos no han podido soportar jamás, es que sean nacionalistas, y hablen catalán, y vayan por libre, y sin embargo no por ello sean cenutrios provincianos segundones, sino quizá los más avanzados, quizá los más europeos, y sobre todo, sobre todo, tengan más dinero que nadie.

Si fuesen pobres nada de esto les pasaría, porque nadie les tendría ganas (claro que, puestos a ser sinceros, me pregunto si ellos serían así si fuesen pobres; no sin antes dejar claro que no ser pobres es mérito suyo).

Con esto no pretendo decir que todo sean cortinas de humo, que todas sean falsedades inventadas para desacreditarlos. Habrá, y hay, muchas cuestiones criticables e incluso vergonzantes, y seguro que en Cataluña se hacen muchas cosas mal.

Como en el resto de España.

28.11.05

Charles dando ánimos.

Ayer, echando un vistazo en una librería, vi un libro de poesía de Bukowski, Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta. Lo ojeé, y no pude evitar comprármelo.

Bukowski me encanta, me encanta, y aunque no suelo leer poesía (hecho éste que confieso me acompleja un poco, pues me hace dudar de mi sensibilidad como lector), creo que me va a gustar. Lo cierto es que sus poemas son muy particulares, muy (como dice el traductor y prologuista) “narrativos”.

Pues bien, al llegar a casa lo abrí, pasé una cuantas páginas, leí el prólogo y llegué al primer poema de la primera parte:


ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR, ¿EH?
si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobe la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por el dinero o
la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes.
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes.
si quieres escribir como algún
otro,
olvídalo.
si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti con un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado.
no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y
pretencioso, no te dejes consumir por el
narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de
aburrimiento
con los de tu calaña.
no lo empeores.
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te
abrase las entrañas,
ni lo intentes.
cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por
si mismo y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti.
no hay otra manera.
ni la hubo nunca.
***
Sé que hay opiniones de lo más sólidas y autorizadas que no coinciden con lo que aquí sostiene Bukowski, o al menos no del todo, y grandes escritores que aseguran que trabajan, perseveran, consultan, dudan, corrigen, vuelven a corregir y contemplan el folio o la pantalla en blanco durante horas (y, al parecer, detrás de la obra de Bukowski hay una labor mucho más ordenada y esforzada de lo que podría parecer al leerlo y, sobre todo, al conocer su -por otra parte, mitificada- vida).
Ya lo sé.
Y espero que tengan razón.

Tarde en la torre de marfil.

Ayer domingo llovió casi todo el día. Por la tarde, mientras mi hija dormía la siesta y mi mujer, que se tuvo que llevar trabajo a casa, escribía en el ordenador, yo estuve leyendo en el salón.

La tarde estaba gris, muy gris, y encendí (tengo que sacarle partido a las compras en Dinamarca) varias velas, me serví una copa de coñac (bueno, de brandy, para qué vamos a engañarnos a estas alturas; pero era un buen brandy), que no me gusta nada pero estéticamente es impecable (la copa elegante, el color tan bonito, los reflejos que da al ponerlo junto al fuego), y me senté al lado de la ventana, oyendo la lluvia a sólo unos centímetros de mi cara.

Primero puse un disco de Bill Evans, New jazz conceptions, que he escuchado mil veces y nunca me cansa. Me encanta lo que conozco de Evans, para mí es el justo término medio entre el jazz clásico, más melódico, y el actual, con más libertad formal. Y además es piano, uno de mis dos instrumentos favoritos en lo que al jazz se refiere (por cierto, Duelo Rítmico, creo que nunca te he dado las gracias por haberme servido de apoyo para llegar a disfrutar tanto, tanto, tanto con esta música maravillosa; lo hago ahora).

Estoy leyendo Los desnudos y los muertos, de Mailer. Lo he empezado hace poco, y por ahora me gusta pero sin excesos (Los tipos duros no bailan me había encantado).

Después (mi hija duerme un montón, por las tardes) ya tuve que encender una lamparita para seguir leyendo; pero las velas estaban en dos rincones más oscuros y el efecto era todavía más bonito y acogedor. Y puse más música, el concierto número 2 para chelo de Shostakovich. El disco que yo tengo, de Deutsche Grammophon, incluye una obra póstuma de Tchaikovsky también para chelo, y el Canto del menestrel, de Glazunov. Y ambas me parecen maravillosas. La música de Glazunov, pensaba ayer, sería perfecta para un funeral, triste pero no demasiado; y además dura sólo cuatro minutos y poco, con lo que nadie se cansaría mucho (si les digo la verdad, pensaba que sería perfecta para el mío).

Espero que se estén imaginando el ambiente: el chelo de Rostropovich sonando bajo, las llamas temblando al fondo cambiando la luz de la habitación y el color naranja de las paredes, y yo con el libro en la mano y cogiendo la copa de vez en cuando, dándole unas vueltas a la altura de la vista... y dejándola de nuevo en la mesa.

En la novela llovía, se estaban empapando bajo una tormenta en una playa de una isla del Pacífico, en plena Segunda Guerra Mundial. Y yo oía la lluvia, fuera, cayendo sobre la calle, sobre los montes, en el mar.

24.11.05

"Match point"

Ayer fui a ver la última película de Woody Allen.

Después de tantas películas que parecían todas la misma, ésta (aunque no sea la única) no consiste sólo en un vistazo a la vida cotidiana y repetitiva de parejas desasosegadas e individuos neuróticos o paranoicos, sino que tiene bastante acción e incluso intriga; en ésta no suena jazz sin parar; no transcurre en Nueva York y sus protagonistas no son urbanitas neoyorkinos; hay infidelidades de pareja pero son distintas, y además sólo hay una; y, sobre todo, no está plagada de sus característicos diálogos.
No es una de esas películas suyas en las que te encuentras lo de siempre y de las que no sales nunca sorprendido.

Porque no es la típica película de Woody Allen. Por desgracia.


(Que conste que, a pesar de todo, en general me gustó, pero hay dos cosas que me parecen poco creíbles en la película: las reacciones de la tal Nola, la rubia, que encuentro excesivamente racionales y mesuradas incluso en los peores momentos; y que el protagonista, a la vista de cómo le da a la bola, se suponga que es un ex tenista profesional.)

21.11.05

Calentando motores/Curándome en salud.

Manida mas no por ello menos brillante cita:

El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan. Arnold Toynbee.

Pero a pesar de que la considero una advertencia muy cierta, reconozco no hacerle caso, y aunque hay temporadas que lo intento, no consigo interesarme ni por la teoría política ni por la política aplicada.

Podría darles dos razones (nada originales) para ello: absoluta desconfianza en la inmensa mayoría de los políticos, nacida sobre todo de la convicción de que buscan, casi sin excepción, beneficios personales (económicos o no); y certeza de que programas y teóricos idearios son simples y maleables medios puestos al servicio del fin, que no es otro que la consecución del poder, cuando debería ocurrir justamente lo contrario. E incluso puedo dar una tercera que parece más enjundiosa: la sensación de que el margen de maniobra de los poderes públicos a la hora de, con sus decisiones, ordenar el funcionamiento de la sociedad y contribuir a guiar sus pasos, es cada vez menor, en favor de poderes fácticos que todos más o menos identificamos.

Una de las consecuencias de este desinterés por la escena política y sus actores es una patente desinformación, que me impedirá, aquí (para fortuna suya, lectores), adentrarme en los entresijos de funcionamientos, iniciativas y logros respectivos, y que me obliga a menudo a tener que dar por buenas, cada vez que en una discusión surgen, muchas de las aseveraciones sobre protagonistas, declaraciones, méritos y deméritos con las que me rebaten mis pobres argumentos, por muy peregrinas y dudosas que me parezcan.

Tengo, además, pocas ideas claras. La verdad es que, como en tantos otros temas, estoy mucho más seguro de lo que no quiero, de por dónde no me parece bien ir, que de cuál es el camino correcto. Y eso, entre otras cosas (entre las que quiero creer que está la sensatez), me impide identificarme con ideologías (esquemas mentales predefinidos que hay que aceptar como vienen, lo cual considero, mientras no me demuestre alguien lo contrario, incompatible con una inteligencia mediana) o partidos concretos.

No obstante, tengo algunas opiniones políticas, algunas opiniones sobre la política, y algunas opiniones sobre los políticos y sus adláteres. Y no sólo eso, sino que, aunque normalmente lo haga en un estado de ánimo parecido al de Marsé en el Planeta de este año, suelo votar: lo he hecho, por ahora, a cinco partidos distintos, y sólo he repetido una vez; debe de ser una especie de record.


Y el caso es que llevo una temporada sintiendo, de vez en cuando, deseos de descender de mi torre de marfil (concepto sobre el que el día menos pensado también los atormento a ustedes) y comentar algunos acontecimientos, personajes y situaciones de nuestra movida actualidad política. Pero antes de lanzarme a escribir quería hacer esta introducción, en la que, además de declarar (seguramente en vano) mi independencia, pretendo dos cosas: dejar claro que no siempre que ataque a alguien estaré defendiendo lo que hace su antagonista (y de paso librarme de réplicas del tipo “Pues éstos harán eso, pero los tuyos..."), y confesarles que sobre casi todo cuanto diga albergaré serias dudas.

En cualquier caso, no teman, no les daré mucho la lata, porque seguro que se me van las ganas al segundo intento. Si de una cualidad mía estoy seguro es de mi vagancia.

15.11.05

Prueba irrefutable.

Me gusta la música clásica, y Beethoven sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido y de que intento no dormirme en los laureles (ajenos), de lo que más escucho. Desde hace ya un año (con uno y medio, fíjense qué lista), mi hija es capaz de tararear el sol-sol-sol-míííí inicial de la Quinta, de tanto oírla en el coche (es que no sé si se lo he dicho, pero mi hija, además de ser listísima, y muy linda, tiene un gran oído musical; pero no teman, no estoy creando un monstruo, también canta infinidad de canciones infantiles, y de hecho las prefiere... por ahora).

Hace años, mi tío, una persona muy aficionada a la música y que sabía infinitamente más que yo de ella, me dijo que Beethoven no le gustaba mucho, que le cansaba, que le molestaba tanto chan-chan-chan; demasiado golpe de batuta, demasiada energía, decía él.

Esta mañana, cuando mi mujer llevaba en coche a nuestra hija a la guardería, un autobús que no era capaz de girar en un cruce del centro de la ciudad hizo sonar su potente y grave claxon tres o cuatro veces. Mi hija preguntó: “¿Es betoben, mami?”.

13.11.05

Buena nueva.

Queridos amigos, Donna, Ernest, Rythmduel, Calamidad, Ignacio, Mrmann, Miranda, Amanda, Tana, T, Lector umbrío, Colin, Zucco, Natalia, Saf, Santino, Gatito, Illa, Max, Duque, Jesús, Palimp, Meritxell, Gatopardo, Grial, Gwydir, y cualquier otro lector habitual, esporádico o casual que se me esté olvidando (perdón, perdón), incluidos los que pasan por aquí sin darse a conocer:

Si todo va bien, dentro de unos ocho meses mi mujer y yo seremos padres por segunda vez.

Ahora, que ambos (madre y futuro bebé) estén sanos y contentos, y todo vaya siguiendo, suave y felizmente, su curso natural. Deseadnos suerte, por favor.

8.11.05

Confieso que he pecado.

Lo he intentado. A lo largo de todos estos años (bastantes ya) lo he intentado. Pero, aunque todavía lucho, aunque me niego a desistir y me empeño, en un angustiado intento de aferrarme a una última leve esperanza, en seguir adelante, siento que mis fuerzas flaquean y que el definitivo fracaso se hace probable. Y ya dudo de mí. Y ya puedo predecir la temida frustración.

La razón, o puede que enseñanzas que supieron vestir sus ropajes, que se arrogaron un papel que resultó no ser tan incuestionable como acepté, me hicieron creer desde el principio que debía mirar más allá de lo aparente, que la verdad y lo precioso estaban bajo la accesible superficie, que los vacuos oropeles y las prontas recompensas no debían distraerme de la búsqueda de metas más altas, más dignas, últimas, ciertas.

Y quise andar ese camino. Quise imponerme el trabajo arduo y tantas veces ingrato. Quise tallarme despacio. Y decidí no dejarme llevar.

Me arrojé en brazos del intelecto, me entregué a la que creí sabia cultura. Luché, luché y estudié hasta aprender lo que cualquier mediocre. Quise que el afán supliese virtudes, quise compensar mis limitaciones con mi tesón, pero no logré más que vergonzantes resultados que jamás bastaron para sacarme de mi desconcierto.
Me vendí a la música y a la literatura, y peldaño a peldaño, con el esfuerzo que sólo a los poco dotados les es exigido, fui conociendo algunas letras de cierto mérito y sabiendo escuchar composiciones no infantiles. Leí a más de un clásico y a algunos de sus intérpretes, y ofrecí días, semanas, meses y años de mi vida hasta que fui capaz de apreciar lo bueno. Y conseguí entender músicas que necesitaban ser entendidas.
(Y fui feliz leyendo y escuchando, lo reconozco.)

Y no renuncié al amor, pero sí pretendí hacerlo al alborozo que no surgiese de los posos caídos poco a poco en mi más profundo interior. Y estudié teorías que yo mismo sostuve después. E intenté comprender a los hombres. Y defendí pensar los sentimientos.

Pero todo fue en vano.

Todo fue inútil. Mis esfuerzos y preocupaciones, mis anhelos y mis nobles aspiraciones, mi rozada dignidad: todo. Nada pudo enderezarme. Nada pudo sellar el hueco por el que, a empujones y sin pensar, querían salir inconfesables restos de espontaneidad. Nada, ocultar la parte de mí sin educar, sin asentar, sin calcular.

Y caí. Cuando creía haber avanzado, cuando creía ya ser otro, caí y vi qué lejos estaba de la meta, cuántas cosas me ataban todavía, qué poco había aprendido. Y me rendí, y ya no me importó tropezar muchas veces en la misma ridícula piedra, y acepté mi vulgaridad.

Y, a sabiendas de que esto me marcará, aun seguro del estigma que se cierne sobre mí pendiente tan sólo de que levante este velo, y sintiendo en el alma estar a punto de caer en desgracia ante ustedes, que después de haberme leído hablar sobre el canon, Merlín, el paso del tiempo, la muerte, molinos de viento, conciertos y Billie Holiday, después de verme citar con familiaridad a Terencio, ¡después de haber sido testigos de mi desdén hacia la mediocridad!, después de todo eso, con razón me darán ahora la espalda y negarán haberme conocido, aun así, ya no quiero fingir, ya no puedo disimular por más tiempo y he de confesar, pues una y mil veces he pecado y pecaré: me gusta “Love actually”.

La he visto varias veces, la última hace apenas unas horas, y me ha vuelto a gustar: me gusta la historia del niño enamorado y me gusta Liam Neeson como padre, lloro con Emma Thompson de madre engañada, lloro con el chico que adora en silencio a la mujer de su amigo, me río con los extras porno y con el merluzo que liga en EE.UU., me emociono en la escena final del restaurante entre Colin Firth y la portuguesa, me río toda la película con “Christmas is all around”, me río toda la película con los chistes tontos de Hugh Grant y lo envidio porque quiero ser como él, y me mola mogollón su romance con la chica humilde tan inglesa... me gusta "Love actually".

Ya está dicho. Son ustedes libres de hacer lo que les venga en gana. Lo entenderé.

2.11.05

"Austerlitz", de W. G. Sebald.




Acabo de leer “Austerlitz”, de Sebald. Es el primer libro suyo que leo e intentaré que no sea el último. Las referencias no podían ser mejores, no había leído ninguna crítica que no pusiese a libro y autor por las nubes. Pero, aun así, ha sido una muy agradable sorpresa.

Aunque, como digo, la crítica parece unánime al hablar de la calidad como escritor de Sebald, no sé si el resto de su obra es comparable o si por el contrario ha tenido momentos malos. A mí “Austerlitz” me ha parecido francamente buena; es sin duda lo mejor que he leído este año (lo cual no significa nada, y menos para ustedes) y en mucho tiempo.

El libro nos cuenta una conversación mantenida esporádicamente, a lo largo de décadas, entre el narrador y el protagonista, Jacques Austerlitz. Conversación que es en la práctica un monólogo de éste último, y en la que Austerlitz, un más que introvertido estudioso de la historia del arte, explica la tardía toma de conciencia del desconocimiento de su origen familiar y, una vez aceptada esa carencia, la búsqueda tanto de sus raíces como de la causa del misterio que las envuelve. Al principio, leyendo como tengo que leer ahora, a ratos sueltos y breves y robándole tiempo al sueño (que no se suele dejar), me costó meterme en el libro, que desde la primera página entra en descripciones arquitectónicas a las que en un primer momento no veía demasiada razón de ser pero que a lo largo del libro han resultado un expresivo reflejo del complejo, convulso y atormentado interior de Austerlitz.

Porque en el libro se respira una atmósfera opresiva, de pesadumbre, de dolor latente que se hace explícito y se comprende cuando, en su último tercio, sabemos quiénes fueron los padres de Austerlitz, cómo fueron sus primeros años de vida en Praga, y qué hizo que aquella vida en ciernes se cambiara por otra triste y callada en lo que en la novela aparece como la miserable y reprimida Gales.

No creo estropearles la posible lectura si les adelanto que se va a hablar de la Segunda Guerra Mundial y, más concretamente, de la ocupación alemana de Checoslovaquia y de la política de confinamiento, explotación y exterminio de los judíos llevada a cabo por el nazismo.

A este respecto, yo, que soy consciente de que la Historia la cuentan siempre los vencedores, que me doy cuenta de que no es necesario mirar tan atrás ni tan lejos para ser testigo de atrocidades inimaginables que, sin embargo, hemos cometido, y que no ignoro que hay quien le podría disputar al nazismo el primer puesto en la historia de la infamia; yo, aun sabiendo todo eso, no pude evitar horrorizarme de nuevo y pensar, una vez más, en cómo se pudo llegar a tal ignominia, y en cómo algo tan abominable fue ideado y llevado a cabo por el gobierno (elegido democráticamente) de una nación que, no sé si porque no vio o porque no quiso mirar (y sé que puedo estar siendo muy injusto), lo consintió; y, al contrario de quienes creen que ya está todo dicho, no puedo evitar sentir que cada vez que alguien cuenta cómo su familia fue separada una noche, cómo una mañana se acabaron sus vidas, cómo fueron meticulosamente humillados y denigrados, cómo sus niños dejaron de serlo, cómo el mundo y la humanidad se desmoronaron en unos días y empezó la peor de las pesadillas, cada vez que alguien lo cuenta, creo que se está haciendo justicia, y que se nos está advirtiendo de que la paz y la civilización nunca son definitivas, sino que son victorias de una batalla que nunca dejamos de librar.

Sebald, sin caer nunca en el sentimentalismo, manteniendo una calma y una contención emocionantes, nos muestra por boca de su personaje aquel horror. Austerlitz apenas emite juicios sobre lo que va relatando, pero su deterioro mental y físico nos permite ver su profundo sufrimiento.

En “Austerlitz” encontramos erudición, se nos habla de la añoranza de la infancia, se adivina muy distante el amor, y se describe una tremenda soledad. Pero hay, sobre todo, una terrible y serena reflexión sobre el hombre, como en todo gran libro.

Porque, tras esta lectura, yo considero a W. G. Sebald un gran escritor.

30.10.05

Grandes escritores.

Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas. Montesquieu.

No sé casi nada sobre literatura, pero pocas cosas hay en la vida que me gusten tanto como leer.

Creo que lo que ante todo nos da la literatura es placer; un placer que adopta infinitas formas y que para cada lector surge de unas razones, pero placer al fin y al cabo. Yo leo por placer, y como lector no necesito teorizar sobre libros ni escritores, y mucho menos preciso hacer clasificación alguna.

Pero creo que a lo largo de los años uno inevitablemente saca conclusiones de sus lecturas, y poco a poco, a menudo de manera inconsciente, va valorando autores y obras y, de acuerdo con esta valoración, ordenándolos y clasificándolos.

Pues bien, yo suelo clasificar a los escritores (a los escritores que publican, se entiende, a lo que la gente entiende por escritores) en: malos, que no me parece merezcan ser escritores (aquí incluyo muchos que no he leído jamás, porque tengo mis prejuicios, sobre todo relacionados con quién los lee); normales o aceptables, los que probablemente sí justifiquen que se editen sus libros, porque saben escribir, pero no aportan demasiado, o nada, y su lectura es prescindible; y buenos, los buenos, los que escriben bien y me gusta leer.

Pero en mi clasificación (¿han leído bien?: "mi clasificación"; todo lo que aquí digo es personal y subjetivo, y no pretende tener validez para nadie más) hay un cuarto grupo, aparte: el de los grandes escritores.

Para mí, un gran escritor es un escritor tan bueno que ni él ni su obra son comparables al resto; un gran escritor está a otro nivel, en un plano superior, es un escritor genial, tocado por el dedo divino; y lo que hace es Literatura con mayúsculas, es arte.

Un gran escritor tiene un lenguaje propio, y en cierto modo, en última instancia llega a crear en su obra un mundo propio. Y puede elegir el tema que quiera, porque siempre estará hablando del hombre y de la vida.

Los grandes escritores se caracterizan porque su escritura tiene la virtud de no ser simplemente como la de los demás pero mejor, sino que es distinta, original, nueva (lo que no significa necesariamente que utilice nuevos recursos, o un estilo vanguardista, ni nada parecido, es algo más profundo); su escritura no deja ver el trabajo y el pulido de una técnica, aunque por supuesto ambos estén detrás del resultado, sino que parece natural, espontánea, tanto que incluso si utiliza una sintaxis compleja y un vocabulario erudito, si las estructuras gramaticales son infinitas y laberínticas, parece que no podría haberse escrito de otro modo; sus frases no nos dejan ver cómo el autor fue borrando y cambiando palabras hasta que le salió algo redondo, pero son frases perfectas, que nunca desentonan, nunca responden a un modelo y nunca se acomodan a lo conocido.
Hace años, cuando jugaba al tenis, me decía mi padre: “Fíjate en Lendl, no te fijes en McEnroe; Lendl es humano”. Es posible copiar a un buen escritor, pues leyéndolo vemos el camino que lo ha llevado allí, vemos los andamios de su escritura. A un gran escritor, no.

Algo, por mis gustos, por mi idea de qué es escribir bien, especialmente significativo en la escritura de un gran escritor es que en ella no sobra nada. Todo lo que está, es. No hay adornos innecesarios, no hay necesidad de deslumbrar ni con contenidos superfluos ni con piruetas gratuitas. Y todas las divagaciones y piruetas, si las hay, parecen imprescindibles y son bienvenidas.

Iba a decir que los grandes escritores sobresalen de entre los de su momento, y que el tiempo los confirma como referentes claros de una época y los convierte en clásicos. Y creo que es así, pero hay un problema: yo tengo mis propios grandes escritores, y la historia de la literatura tiene los suyos, los “oficiales”. La mayoría coinciden, claro (y no sólo porque me hayan llegado imbuidos de esa condición y eso me haya obnubilado, sino porque al final nuestros gustos no son tan distintos como nos gusta pensar), pero algunos no. Así que puede haber nombres consagrados que a mí no me parezcan nada especial (muy poco habitual, la verdad), y viceversa; y, sobre todo, yo ahora tengo mis propios favoritos, mis escritores geniales de la actualidad (últimos, digamos, cincuenta años), y no todos coinciden con los que la crítica y los lectores parecen encumbrar, y no sé si el tiempo hará acertados mis pronósticos… lo cual no me importa en absoluto.

Una última cosa: cada vez considero más injusto y difícil valorar a un autor que se lee traducido, pues, aunque probablemente la traducción no sea nunca tan mala como para convertir un buen escritor en uno malo (que se dé lo contrario me parece dificilísimo, aunque no imposible), sí puede hacerle perder valor, sí puede normalizarlo, privarlo de la genialidad que sólo da la escritura perfecta. Y, lamentablemente, eso me pasa con todos los no hispano/gallego-hablantes, pues ser capaz de leer en un idioma, comprender un libro, no es, ni mucho menos, lo mismo que ser capaz de apreciarlo literariamente. Pero, asombrosamente, hay escritores que incluso traducidos son maravillosos; en cuyo caso me lamento de perdérmelos en su propia lengua.


[Y digo yo, ¿qué pretendo decir con todo esto?, ¿a qué conclusión llego?. A ninguna, ni llego a ninguna conclusión -como ustedes habrán comprobado-, ni pretendo decir nada más que lo que he dicho: cómo clasifico yo a los escritores, y qué quiero decir cuando califico a un autor de gran escritor.
Pensé en poner algún ejemplo, pero me dio un poco de vergüenza.]

28.10.05

Cosas bienintencionadas y consideradas normales que no soporto que le hagan.

Que le pregunten si los quiere.
Que le pregunten a quién quiere más, si a X o a Y.
Que para reñirle le digan que no la quieren.
Que la amenacen con no quererla si no hace lo que le están pidiendo.
Que le pidan un beso a cambio de algo que le están ofreciendo.
Que se la quieran ganar con regalos... (los puntos suspensivos son de desánimo).
Que quieran darle pena porque ella les hace (dicen ellos) poco caso.
Que le digan que es mala, aunque se porte mal.
Que la quieran consolar diciendo que algo o alguien (sobre todo si soy yo), supuesta razón de su aflicción, es malo (sobre todo si le cogen la mano y hacen que le/me pegue mientras repiten "malo, malo...").
Que en su afán de protegerla la asusten.
Que, casi casi, intenten que no le gusten las cosas que a ellos no les gustan, aunque objetivamente no sean malas.
Que le pregunten qué prefiere, cuando no es posible hacer caso de lo que prefiere (o, lo que es lo mismo, que le ofrezcan una alternativa atractiva y no factible a la que ya se ha dado por segura).
Que le pregunten su opinión si no le van a hacer caso.
Que no le pregunten su opinión cuando cabe esa posibilidad.
Que la forma de animarla sea una especie de reto medio despectivo, del tipo "¡Ooh, no sabe hablar!"; sobre todo cuando era tan pequeña que no entendía (aunque eso tenía sus ventajas).
Que lo primero que le digan los semi-desconocidos por la calle sea una especie de amenaza teóricamente cariñosa del estilo: "Uy, esa muñeca me la voy a llevar yo...", o "A esta niña la voy a llevar yo conmigo a mi casa..." (¡y eso siempre, siempre, siempre ocurre!).

Y lo más curioso es que cuando planteo estas objeciones la contestación suele ser que siempre se ha hecho así, incluso conmigo, y no ha pasado nada. Y digo que es curioso porque, ¿acaso alguien piensa que nosotros, las personas que conocemos, la mayoría de la gente, somos un ejemplo de adultos mentalmente equilibrados, sensatos, emocionalmente estables, curiosos, inquietos, despiertos, abiertos, maduros, seguros de nosotros mismos, responsables, tolerantes, sociables, alegres, generosos y cariñosos?, ¿acaso el resultado ha sido como para estar, en general, orgullosísimos?, ¿acaso no somos, en una proporción tristemente alta, un verdadero muestrario de miedos, inseguridades, desequilibrios, egoísmos, mentalidades obtusas, conformismos, fobias, prejuicios y estulticia?

Y que conste que yo tiro la piedra sin estar -ni mucho menos- libre de culpa.

24.10.05

Vanitas vanitatis et omnia vanitas.

¿Se han fijado en que en las placas conmemorativas antiguas (digamos de hasta principios del siglo XX), curiosamente, el personaje o colectivo homenajeados eran los claros protagonistas de la inscripción, y desde luego tenían más importancia que la autoridad que los homenajeaba, la cual, cuando aparecía, era citada de un modo genérico y jamás personalizando (por ejemplo, "La ciudad de Cádiz y, en su nombre, el ayuntamiento" o "La corporación municipal de 1876")?

Ahora no, ahora el verdadero homenajeado es el homenajeador. Y, en el caso de la administración pública, en la que ninguna autoridad remotamente relacionable con el acto es obviada, lo es por riguroso orden de preeminencia jerárquica.

Significativo.

18.10.05

Perdido.

Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.
Rochefoucauld.

Cuántas tardes vacías he pasado yendo solo de un lado a otro, andando, o en coche, buscando el sitio donde iba a estar bien, donde de verdad me iba a apetecer leer, donde iba a poder pensar a gusto en algo muy profundo, y antes de llegar daba la vuelta porque decidía que en vez de leer iba a mirar el paisaje, y entonces no era aquél el sitio, y ponía música clásica, y después veía que hacía mal día y por tanto mejor sería ir a una cafetería a observar a los demás, yo tan perspicaz, y ponía jazz, pero temiendo que no hubiese gente o que la que hubiese no mereciera la pena no entraba, y paseaba y me sentaba y casi acababa una página y ya me marchaba porque allí no había nadie, y volvía a querer mirar los colores y la luz del cielo y cogía el coche, y esperaba que donde iba hubiese alguien más que me viese, lobo solitario interesante, y ponía clásica otra vez y por el camino intentaba pensar dónde podía ser eso. Y no sabía. Y cada vez conducía más despacio.

Y terminaba parándome en un arcén. Y apagaba la radio. Y me sentía superficial, tonto e infantil.

Y me sentía solo (y sabía que estaba dejando pasar demasiado tiempo sin vivir).

13.10.05

Técnica de relajación.

La otra tarde, como estuve solo y hacía buen día, fui a dar un paseo a la playa. Llegar a las más bonitas lleva apenas diez o quince minutos en coche.

Éste es el hueco por el que entré desde las dunas:




Como pueden apreciar a mitad de foto a la derecha, había gente, pero se estaba bien, no estábamos muy apretados. Así que me senté sin hacer nada, mirando el mar (al final, la verdad es que no paseé).


Cuando los montes a mi izquierda me quitaron el sol volví a casa.

12.10.05

El merluzo sentando cátedra.

Hemos escrito y leído. Casi todo muy loable. Todo bien intencionado. Algunas cosas, además, muy sensatas e inteligentes; otras, en mi opinión, no pasan de arrebatados ejercicios de poesía que -tengo la impresión- enseguida se desvanecerán en el aire (creo que en general la fugacidad de las ideas y de las intenciones es proporcional a la vehemencia con la que se exponen).

Hablar entre nosotros puede ser muy reconfortante, pero de ahí no pasa. Yo creo que si alguno de ustedes quiere hacer algo puede optar entre:

- Votar, cuando toque, a quien crea que más y mejor se preocupará por estos temas. Sería, en teoría, el método más eficaz; lo malo es que las opciones son no sólo limitadas sino insatisfactorias.

- Iniciar una revolución. Pero a mí me parece poco factible, a estas alturas, y creo que además resolvería poco.

- Dar dinero a quienes están haciendo algo. Y no me vengan diciendo que eso es lo fácil y que no vale para nada: es relativamente fácil, sí (depende de las posibilidades de cada uno, y de lo que se dé), pero vale, ya lo creo que vale. Pensar lo contrario, pensar que las cosas se arreglan sin dinero es de un irrealismo casi infantil.

- Hacer algo, apuntándose en una ONG que merezca su confianza, o algo por el estilo (a no ser que sea usted uno de los afortunados que trabaja en algo útil de verdad y ya esté poniendo su granito de arena). Esta opción, por supuesto, es dificilísima; hay quienes verdaderamente no pueden hacerlo, y hay quienes aun pudiendo no lo hacemos (que cada uno busque su justificación).

- Espolear a quienes hacen algo, tanto a los de a pie como, sobre todo, a quienes tienen poder (aunque no tanto como nos creemos; romper la cadena no está al alcance de nadie). El modo de espolear incluye opinar, claro; mejor cuanto más se les oiga. Pero háganlo con cabeza, razonando, desde dentro, desde el sistema, porque a los convencidos no hay que volver a convencerlos; a quienes hay que convencer es a los que no están de acuerdo, a los que piensan que esas cosas son tonterías. Y a base de gritos, de llamadas a la revolución, de proclamas incendiarias, de idealismo, no se convence a nadie. Eso los espanta. Y se juntarán y dirán, entre risas, ¡Vaya chalados! Éstos están de coña, ¿pero en qué mundo viven?

Esta última opción, incluso cuando se ejerce de forma madura y realista, no suele servir directamente para nada, pues no se llega a los oyentes y lectores adecuados, y si se llega no se hace desde una posición de autoridad (y eso, por supuesto, importa). Pero todavía creo que, indirectamente, sirve para ir conformando y alimentando un estado de opinión, de opinión pública, que (como ya dije ayer) tiene la capacidad, a corto plazo, de obligar a quienes ostentan el poder a disimular un poco, y, a largo, incluso a que vayan haciendo, muy poco a poco, algo de lo que se les reclama.


Muchas veces lo he pensado, y no sé si el mundo va a mejor o a peor. Sé que el panorama no es como para estar muy orgullosos, sino más bien al contrario, pero por ahora aún no nos lo hemos cargado del todo, lo cual no es nada desdeñable, teniendo en cuenta la cantidad de gente que en cualquier época parece intentarlo.

En fin, ya me callo.

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Perdón, se me había olvidado algo, quizá lo más importante. Al estar ahora con mi hija me he dado cuenta: puedo intentar educarla para que sea una buena persona.

11.10.05

¡Cambiemos el mundo ya! ...que mañana es festivo.

Hoy, para mí, es un día normal. Como ayer, y espero que como mañana (bueno, no, mañana no trabajo). Y para vosotros, para casi todos, también (o eso espero, sinceramente).

A la enorme cantidad de personas que se mueren cada día desde siempre sin que ello suponga novedad alguna, esta semana les podemos sumar los muertos de Pakistán e India y los de Centroamérica (no, los de Irak no, no cuentan, que ya son habituales); y, además, sabemos que el problema de la inmigración está viviendo, a nuestro lado, unos momentos dramáticos (quizá no tan excepcionales como pensamos, pero antes no estábamos enterados).

Por supuesto, sé que, más allá de dar (si es que lo doy) algo del dinero que me sobra, no voy a hacer nada. E incluso pienso con bastante tranquilidad que en realidad es que no puedo hacer mucho más. Y vosotros, casi todos, también.

Podéis buscar en la red fotos de cualquiera de esas tres tragedias. Yo lo acabo de hacer pensando en poner alguna aquí, pero al final no le he visto demasiado sentido. Todos sabéis cómo encontrarlas en unos segundos. Son terribles.

¿Qué se puede decir sobre su sufrimiento y su indefensión? ¿Qué sobre la injusticia? Nada nuevo.

¿Qué puedo deciros, que no se haya dicho ya mil veces, sobre nuestra poca vergüenza, nuestro egoísmo, nuestro conformismo, etc., etc.? Nada.

Además, ni vosotros ni yo necesitamos oírlo: sabemos que es todo cierto. Es más, sabemos que esas cosas no van a cambiar; al menos no de modo apreciable en mucho tiempo. Incluso algunos creemos (pensamiento nada original, por otra parte) que repetirlo en voz alta, rasgándose las vestiduras, no es a menudo más que una forma (bienintencionada a veces, hipócrita otras) de acallar esa esquinita de la conciencia que nos da la lata, y nada más; una escena de cara a la galería, para quedar bien, y punto.

Este texto es un buen ejemplo de eso:
Voy a acabar de escribirlo, y lo voy a guardar y mostrar en el blog en lugar del que ya había puesto con fotos de una playa de cerca de mi casa (y en el que, aun encima, pretendía hacer un chiste). No os pareceré un desconsiderado ni un frívolo, y yo me quedaré un poco más contento. ¡Bueno, he puesto mi granito de arena!, diré mientras apago y me pongo a leer en el sofá.
Y los que lo leáis tendréis la oportunidad de sentiros gente comprometida, que se preocupa, que no se olvida de los problemas del mundo, que no es como los demás... En fin, que os hago un favor.

Así que nada, hasta mañana. Ya veréis qué fotos más bonitas.

9.10.05

Estudio sociológico inconcluso.

Primera conversación oída en la calle ayer sábado:

Mujer de entre 45 y 50 años, andando junto a una señora de entre 70 y 75.

- Mujer: Pues Pili fue a Barcelona al concierto de U2, y se quedó en casa de Juana (...)

La señora, como quien oye llover, continúa caminando sin decir esta boca es mía. Yo me pregunto: si por razones para mí inexcrutables la señora sabe quién o qué es U2; si la señora no lo sabe (ni quién es Juana, y a lo mejor ni Pili, y si me apuran ni siquiera la mujer que lleva al lado y que se empeña en hablarle) pero se la trae al pairo; o si, directamente, la señora está sorda como una tapia y va pensando, feliz, en cuando, hace cincuenta años, ella subía por aquella calle con su novio.


Segunda conversación oída en la calle ayer sábado:

Jovencita de unos 18 años, de aspecto normal, ni de macarrilla ni de niña bien, con gafas (lo que hace, fíjense qué tonto, que la cosa me sorprenda más), se acerca al coche de sus padres, que la esperan con las puertas abiertas y, por lo que parece (yo estoy en la acera de enfrente y a los de dentro no les oigo nada), le están diciendo que se dé prisa.

- Madre: (...)

- Hija: ¡Que no puedo correr, cojones!

- Madre: (...)

- Hija: ¡Porque tengo tacones de aguja! ¿Te quieres callar la boca?

- Madre: (...)

- Hija (léase con el tono de voz empleado normalmente para imitar burlonamente a personas con algún tipo de deficiencia psíquica): Ña, ña, ña, ña, ñaaa...

Nuestra protagonista entra en el coche, cierra la puerta con violencia y el coche se va. El padre, sentado al volante, ha sido testigo mudo de toda la escena.


Conclusiones:
Se me escapan.
Y supongo que la señora mayor de la primera conversación estará igual de desconcertada que yo.

6.10.05

+



Ayer vi esta cruz por primera vez. La colocó hace unos años la familia de un chico que se suicidó tirándose desde esas rocas al mar.

No es nada bonita, es fea, un poco vulgar. En el centro tiene una placa con un nombre sin apellidos, una frase y una fecha. La frase no sólo no es solemne sino que llega a parecer, de sencilla, inapropiada, fuera de lugar.

Pero esa manera de despedirse como si estuviesen en casa hablando con él un día cualquiera me hace imaginar, mejor que una cita, mejor que cualquier expresión habitual de duelo, a toda la familia reunida pensando qué pueden decirle al hijo, al hermano, al novio que han perdido y que tanto (ahora lo saben) debió de sufrir mientras estaba entre ellos.

Me imagino sobre todo a sus padres, que necesitan creer que aún los oye, queriendo decirle adiós, queriendo pedirle perdón por si en algo le han fallado, intentando resumirle con sus palabras en una plaquita todo lo que les gustaría decirle en persona, todas las razones por las que debería seguir vivo.

En la placa, debajo del diminutivo del nombre, dice: “Que sepas que te queríamos todos”.

Ya ven, qué poco elegante. Pero qué triste y qué desesperado me parece.

3.10.05

Literatura, historia lenta y paisaje.

Este domingo fuimos en peregrinación a la lucense Mondoñedo, a visitar y rendir pleitesía a Cunqueiro.

Lo intentamos hacer una vez al año. Y vamos, en efecto, por saludar a don Álvaro, pero también por pasear por las calles grises, calladas y antiguas de su pueblo. Pueblo que, además de por sus obispos, destaca por su concentración de literatos (Noriega Varela, Leiras Pulpeiro, Fernández del Riego), no tan conocidos como aquél pero importantes dentro de la literatura gallega.


Mondoñedo, hundido en un valle verde y húmedo acostumbrado a la niebla, está, por fortuna para el visitante (el habitante discrepará), como parado en el tiempo. Sus casas, si prescindimos de los escasos y por supuesto feos añadidos recientes, son de piedra, de granito, y en muchas fachadas se ven todavía escudos de armas. En la plaza del centro del pueblo está la modesta catedral; a la derecha, adosada a ella pero sin desentonar, la vivienda del obispo, y en la calle de detrás, el enorme seminario, otrora atestado de juveniles almas que despertaban al mundo mientras buscaban a Dios, y hoy sobreviviendo prestándose a otros menesteres (este fin de semana 150 cuentacuentos de toda España sustituían en sus habitaciones a los jovenes seminaristas de antaño; lo cual, mal mirado, da mucho juego).

No voy a describir mucho más, así que tendrán ustedes que creerme: es bonito, muy bonito. Permite, como pocos sitios ya, imaginarse muy bien la vida en épocas que a mí, irrealista idealista, tienden a parecerme (craso error) románticas, sabias y apacibles; y además lo permite de forma natural, sin dar la sensación de museo que en otros pueblos de más sona se puede llegar a tener. Y la calma que se respira (que si se pretendiese romper el encanto bien pudiera explicarse como falta de vida) facilita que uno, mientras pasea, se sienta un viejo noble, un meditabundo vate o, al menos, un aldeano ilustrado del XIX.





Claro que, como tantas otras cosas en la vida, es mejor imaginado que conocido, y es mejor visitado fugazmente que vivido. No soy un buen fotógrafo, pero no es ése el motivo de que las fotos parezcan todas mal encuadradas; no sale el suelo, no salen coches, no salen partes de abajo de edificios, en un intento de eludir la realidad, la actualidad, y permitirles a ustedes hacerse una imagen parecida a la que yo, selectivamente ciego, trato de llevarme a casa (de lo contrario, podría decirles que debajo de unos de esos evocadores escudos medievales pudimos leer, en bonito azulejo azul y blanco cual jarro lleno de agua helada, “Multi-bazar Conchi”).

No comimos allí, sino en Vilanova de Lourenzá, un pueblo aun más pequeño situado un poquito más al nordeste. Había una fiesta de las habas. Pero la fiesta popular, muy popular ella, hacía que junto al monasterio de San Salvador, fundado por el Conde Santo del que habla Cunqueiro en Flores del año mil y pico de ave, una especie de castillo hinchable para niños nos deleitase con un magnífico tema que, a juzgar por la letra, debía de titularse “Gasolina”, “Dame más gasolina” o una sutileza por el estilo. Asustado por lo que mi mente me sugería hacer con dicho combustible y una cerilla, tras comer para un par de días regresamos a Mondoñedo a tomar café.

A media tarde nos fuimos en coche hacia los montes de la Sierra de Meira. En ella hay un ayuntamiento con uno de los nombres más evocadores de la toponimia galaica: Bretoña. Hace casi dos siglos, Eduardo Pondal, Manuel Murguía (marido de nuestra Rosalía) y otros intelectuales fueron los artífices de una “celtización” de nuestra cultura; pero, aunque no falte cierta base seria para reivindicar un origen emparentado con bardos, druidas y gaitas, todo aquello quiso convertir en Historia lo que no era más que mitología (bellas leyendas, pero leyendas al fin y al cabo). Sin embargo, no me negarán que encontrar una Bretoña en estos montes le permite a uno echar la imaginación a volar y soñarse celta guerrero, duende guardián de tesoros, sochantre itinerante o lo que haga falta.

En el monte hacía viento y el aire, muy frío, no podía ser más limpio.





Y así, entre prados altos, caballos y vacas salvajes, bajo nubes grises y rodeados de infinitos verdes, fue terminando la tarde, que despedimos con un café en el parador de Vilalba, con su torreón de los Andrade decorado en tonos de otoño para la ocasión, como pueden ver.




Y ése, en fin, fue el domingo. Fue un buen día, en el que aminoramos un poco el paso y nos dejamos querer por una Historia deseada y por la belleza, y en el que no faltó tiempo para charlar con don Álvaro.





De lo que me contó el maestro en esta conversación sobre literatos, tesoros, damas de antaño y recetas de reyes, ay, me temo que no me está dado hablarles.

(Por cierto, el Señor de Portorosa, aquí caracterizado de ciudadano de a pie, en realidad tiene rostro).


28.9.05

Ni facta, ni verbam.

Muchos son buenos si se da crédito a los testigos, pocos si se toma declaración a su conciencia. (Quevedo)


Me he encontrado hoy con esta cita, que desconocía, y he pensado que don Francisco me estaba dando la razón, y que además enunciaba de forma clara y elegante lo que yo pienso, y no siempre sé explicar, sobre la bondad (sí, sobre la bondad; acuciante tema, ¿verdad?).

Ante todo, quiero aclarar que tengo perfectamente claro que nuestra convivencia, el orden y la armonía sociales, exigen que lo que sea bueno de las personas sea su comportamiento (y al decir comportamiento me refiero no sólo a sus acciones, sino a todo lo que no se dejan en el interior y afecta a los demás y a su entorno: lo que dicen, lo que escriben, sus actitudes cuando se notan, sus omisiones, etc.). Y sé, claro, que esta exigencia la llevamos también (aunque quizá con matices) al ámbito personal, a nuestra familia, a nuestros amigos. Les pedimos, principalmente, que “se porten bien”, pues eso es lo que más directamente nos afecta.

Pero creo que ese planteamiento, práctico y absolutamente lógico, puede provocar un malentendido, una confusión acerca de en qué consiste ser bueno, o buena persona, o como quieran ustedes decirlo.

Sería fácil poner ejemplos, pero les hablaré de un solo caso concreto, de una conversación que me hizo darme cuenta de qué pensaba yo en realidad sobre este tema:
Charlando con un amigo, le dije que su mujer era muy buena persona, de las mejores que yo conocía. Me contestó con asombro que no, que yo no sabía lo desastre que era, que yo no sabía que era él quien la hacía llamarme por teléfono, o quedar, o acordarse de la gente. Y yo le aclaré que eso ya me lo imaginaba, pero que una cosa era que mi amiga fuera una vaga, una floja, una indecisa, y cuantos más defectos de ese tipo quisiera, y que él por el contrario fuese cumplidor, decidido, educado y ordenado, y otra, muy distinta, era que los sentimientos de ella, su actitud, aun ocultos, no fuesen magníficos (mientras que los de mi interlocutor tal vez no justificasen su amable comportamiento).

Para mí alguien es bueno o no atendiendo única y exclusivamente a sus sentimientos. No me importa, a la hora de juzgar ese aspecto, que otros defectos suyos puedan llegar a hacerle comportarse de modo indiferente o aun hostil (caso raro): alguien es bueno si sus sentimientos hacia los demás son buenos. Y yo, si soy lo suficientemente perspicaz para verlo (lo que no siempre ocurre), no dejo de tenerlo en cuenta.

Y creo, matizando lo dicho más arriba, que en nuestro entorno más íntimo no es tan raro que todos prescindamos un poco de lo que vemos de las personas, si sabemos qué tienen dentro.

Igual que hay mil motivos (interés, educación, pena, miedo, vanidad, etc.) para que alguien se porte de maravilla con los demás aunque no le importen en absoluto, o para que sea amable incluso con quien detesta, los hay para que alguien bueno no sea capaz de demostrarlo. Pero el bueno es él, aunque sea débil, o maniático, o esté tarado; no el primero.

¿O no?

27.9.05

El alegre y jovial Kierkegaard.

Este artículo (por decir algo; ya sé que suena pretencioso, pero mi orgullo lingüístico se resiste a aceptar “post”, y la verdad es que no sé cómo llamar a estos textos) me lo han dado hecho. Mi anfitrión en Dinamarca y principal proveedor de datos sobre el país me ha enviado, a la vista de los comentarios dejados en “Cosas que he visto en Dinamarca”, unas estadísticas que creo pueden arrojar algo de luz sobre el tema -sacado a colación por la ignota T- de los suicidios en la tierra de Kierkegaard.
Lo cierto es que, como verán, no permiten considerar a Dinamarca un caso extremo, ni siquiera un caso algo peculiar (en cambio, sí me parecen significativos en lo que a la influencia del clima y las horas de luz se refiere), con lo que la pequeña polémica surgida queda un poco infundada.

Fíjense:

(Fuente: OECD, Social Indicators 2005)

- Tasa de suicidios general (por 100,000 habitantes) en Dinamarca: 14.3.

- Idem, entre jóvenes (de 5 a 24 años, por 100,000 habitantes) en Dinamarca: 4.0.

- Algunos países con una tasa de suicidios SUPERIOR a la de Dinamarca son Australia, Austria, Bélgica, Rep. Checa, Finlandia, Francia, Hungría, Islandia, Japón, Corea, Luxemburgo, Polonia y Suiza.

- Los únicos países con una tasa de suicidios entre jóvenes INFERIOR a la de Dinamarca son Grecia, Italia, Méjico, Portugal, España y Reino Unido.


Aunque no dispongo de más datos, supongo que el estudio se limita a países considerados “desarrollados” (o que poco les falta). Dice mi amigo que hay de todo: ricos y pobres, orientales y occidentales, religiosos y menos religiosos.
Me parece, no obstante, digno de mención el hecho de que entre los países de la primera lista no haya ninguno mediterráneo, y en cambio, en la segunda (tasas inferiores de suicidio juvenil), cuatro de los seis que aparecen sí lo sean (y el quinto es Méjico, que, salvando las distancias, podría asimilarse en muchos aspectos). Pero desde luego es justo reconocer que, sobre todo en el aspecto de suicidios juveniles, los datos de Dinamarca son verdaderamente buenos (considero que es bueno que haya pocos suicidios, aunque se deba a la inconsciencia general; soy así de convencional).

En cualquier caso, no es fácil sacar conclusiones. No lo es, al menos, si tratamos de evitar caer en prejuicios (y eso me ha llevado a decir, al principio, que los datos parecían confirmar la influencia del clima y las horas de luz, pero no he dicho nada sobre el carácter latino, o la idiosincrasia de los países mediterráneos, o algo de ese estilo), y si renunciamos a basarnos en argumentos del tipo "Mi tío que vivió en Suiza, una vez vio...", o “Yo, que he pasado una semana en Copenhague en casa de unos amigos con mi mujer y mi hija, puedo declarar y declaro...”.

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Edito de nuevo para decirles que acabo de hablar con mi amigo, el de arriba, y le he comentado lo que ya he resaltado antes acerca de los buenos "resultados" de los países mediterráneos.

Y me ha llamado muchísimo la atención que él, inmediatamente, en lugar de hacer referencia a la luz, el sol, etc., me ha dicho que sí, que efectivamente se notaba mucho el apoyo que la familia da aquí (en España y en sociedades vecinas) a todos sus miembros, apoyo que no es tan habitual en otras latitudes (o, mejor dicho, en otras culturas).

Me parece una opinión a tener en cuenta: él es español, vive allí, y está casado con una danesa desde hace once años.

22.9.05

El abismo que bordeamos.

Ayer por la mañana, mientras tomaba un café con mi mujer, vi pasar por la calle a una señora que conozco. Andaba como el resto de la gente, como cualquier otro día. Iría pensando en sus cosas, en algún recado, en que llegaba un poco tarde, en lo que haría de comida. A lo mejor estaba triste, a lo mejor contenta, o ni una cosa ni otra, como cualquier otro día.

No sabía que esa tarde, la de ayer, se le iba a morir un hijo.

20.9.05

Nombres propios ajenos.

En un lugar de Galicia de cuyo nombre, por vergüenza, prefiero no acordarme, entre los niños que hoy se han inscrito en el Registro Civil figuran una tal Dayana y un tal Fernando Alonso (no Fernando, de apellido Alonso; no, sus apellidos son otros, y su nombre -compuesto, ya ven-, Fernando Alonso).

Y aquí me tienen, pensando que a mí, más que dolerme (que también), España a veces se me ruboriza.

Y pensando también que a lo que dice Terencio aquí al margen, lo de que nada de lo humano nos es ajeno, debe de haber excepciones. Porque Dayana, bueno, pobre, qué se le va a hacer, la incultura, ya se sabe. Pero Fernando Alonso, ¡Fernando Alonso!; la verdad es que no sé qué puedo tener yo en común con alguien que le pone de nombre, a su hijo, Fernando Alonso.

16.9.05

Cosas que he visto en Dinamarca.

Contarles mi estancia en Dinamarca me parecería aburrido para ustedes y para mí. Intentar describir mis impresiones me parece aburrido para ustedes, y a mí me da pereza. Además, sería absurdo tratar de hacer algún tipo de análisis o valoración de lo que he visto; demasiadas veces hablo sin saber, pero hacerlo de una sociedad entera ya me parece excesivo.

Era la tercera vez que visitaba el país, y en ésta, al haber podido ver más de cerca cómo es la vida de al menos una parte de la sociedad danesa (gracias a nuestros amables anfitriones), he vuelto con una idea algo más formada de cómo son allí algunas cosas.

Les diré que las diferencias que vi se podrían clasificar en tres categorías (por lo demás, utilizables con cualquier otro país): ventajas de la sociedad danesa, hechos o circunstancias chocantes (pero ni mejores ni peores) debido simplemente a lo distintas que son nuestras culturas, y desventajas suyas. Y, contradiciendo mi propósito de no juzgar, les confesaré que les concedo los siguientes porcentajes aproximados, respectivamente: 60, 30, y 10%.

Dichos porcentajes no se cumplen en la relación que a continuación les muestro, pero eso es achacable, por un lado, a que todos nos hacemos ya una idea de en qué aspectos nos dan lecciones los países escandinavos en general y Dinamarca en particular, y por otro, a cierto instinto defensivo, también llamado complejo, que me hacía fijarme más en lo que menos me gustaba.

Les dejo a ustedes la posibilidad y la responsabilidad de valorar cada uno de los comentarios, y de paso les invito a adivinar (como si fuese algo interesante) cómo los clasifico yo (algunos tienen truco):


- Dinamarca ocupa una superficie (sin contar con Groenlandia) equivalente más o menos a una décima parte de España y tiene cinco millones y pico de habitantes (y lógicamente nunca ha estado tan poblada como en la actualidad), y ha dominado gran parte de Noruega y Suecia durante décadas y reinado en Inglaterra durante unos doscientos años.

- Dinamarca es, según la ONU, el mejor país del mundo para hacer negocios, por la prácticamente absoluta inexistencia de corrupción y por la seriedad, responsabilidad e implicación personal con que los daneses trabajan.

- En un municipio próximo a Copenhague el ayuntamiento contrajo una deuda que no pudo justificar, y sobre la que hubo incluso una inaudita acusación de corrupción. Desde entonces, y hasta que liquiden el endeudamiento público, los vecinos pagan un 2,5% más de impuestos. Se considera que quienes actuaron mal eran sus representantes; y los vecinos entienden (es de suponer) que la próxima vez deberán pensarse mejor a quién votan.

- En Dinamarca hay un Ministerio de la Integración, responsable de todo lo relacionado con la inmigración.

- Dinamarca cerró sus puertas a la inmigración normal en los años setenta. Desde entonces, sólo admite las entradas a refugiados políticos o por reagrupamientos familiares.

- Un inmigrante (de los que pueden entrar) sin recursos, en Dinamarca dispone de vivienda gratuita, cobertura médica gratuita, enseñanza gratuita, tres años de cursos gratuitos de danés, y, en caso de que no pueda valerse por sus propios medios, un sueldo estatal que le permita subsistir.

- En Dinamarca la escolarización tal y como aquí la entendemos comienza a los siete años; hasta entonces (y desde los tres años) los niños van a la guardería, casi exclusivamente a jugar.

- Un niño danés normal de siete años no sabe leer.

- Un niño danés normal de siete años puede ir (y una buena parte va) al colegio en bici, a las siete y media de la mañana, solo.

- Una vivienda unifamiliar danesa tiene un contenedor normalizado de basura, dotado de dos bolsas también normalizadas, que le recogen semanalmente (sólo esas bolsas, y sólo lo que en ellas quepa).

- La ministra danesa de Medio Ambiente se quejó hace poco en los medios comunicación de los resultados del reciclaje de basuras: sólo se recicla el 80%.

- En los colegios públicos daneses es obligatoria la asistencia a las reuniones de padres. La única de la que yo tuve noticia duró cuatro horas, y por ella pasaron, uno a uno, todos los profesores.

- En un colegio danés los padres pueden decidir (y de hecho en algunos lo hacen) en votación cuánto se van a gastar por cabeza en los regalos de los cumpleaños que haya a lo largo del curso.

- En un colegio danés los padres pueden decidir en votación (y de hecho en algunos lo hacen) que a las fiestas de cumpleaños (que se celebran en las casas) habrá que invitar a toda la clase o no invitar a nadie, pero nunca sólo a unos cuantos.

- En Dinamarca es posible llegar a cualquier sitio, rural o urbano, en bicicleta, sin ningún peligro ni incomodidad.

- Si conduces en Dinamarca, nadie te deja pasar nunca si tiene preferencia (esta generalización la incluyo porque me la dijo una danesa).

- El número de muertes por accidente de tráfico en Dinamarca el año 2004 fue igual al de 1947.

- El gobierno danés está comprando gran parte del litoral para evitar la especulación inmobiliaria y garantizar su disfrute público. Normalmente, todo se deja como una gran zona verde. No es raro ver, al lado de los bañistas, patos y cisnes nadando.

- En un ayuntamiento próximo a Copenhague se cambiaron las flamantes (y reglamentarias) torres de iluminación de un nuevo estadio de fútbol porque los vecinos consideraron que afeaban el entorno.

- El ayuntamiento de Copenhague decide cuándo se pintan, y de qué color, las casas que bordean el famoso canal Nyhavn.

- En la zona de Dinamarca que vi (capital y la costa este, algo al norte de ella) no vi una sola (ni una sola) casa fea. Es más, pude disfrutar (desde fuera) de algunas de las casas más bonitas y con más encanto que he visto en toda mi vida.

- Un ayuntamiento no demasiado rico ni especialmente generoso de Dinamarca tenía, para que entrenasen los niños a partir de los 5 ó 6 años y hasta los 16, unos nueve campos de fútbol de verde e inmaculada hierba.

- En Dinamarca la cobertura médica gratuita incluye, hasta los 18 años, el dentista (todo). En los colegios suele haber varios gabinetes dentales.

- Un coche que aquí vale unos tres millones y medio de pesetas en la prensa danesa se anunciaba por siete y medio. Era una oferta, pues se trataba de un "kilómetro cero" con 17.000 km.

- En Dinamarca es algo rarísimo que surja una conversación espontáneamente entre dos desconocidos.

- En Dinamarca, en una conversación, la gente te atiende. Te atiende mucho, incluso. Y demuestra un interés que parece sincero.

- En Copenhague, la zona de la ciudad en la que tienen sus viviendas oficiales las máximas autoridades militares del país es un parque de libre acceso público (creo que sólo durante el día).

- En Copenhague el ayuntamiento pone a disposición de los visitantes (o de cualquiera) unas bicicletas que se recogen en puestecillos distribuidos por las calles, metiendo una moneda de 20 coronas (unos tres euros) como en un carrito del súper. Se devuelven en cualquiera de esos puestecillos y se recupera el dinero. Los puestecillos no están vigilados por nadie, por supuesto.

- El proceso de selección laboral habitual danés incluye una conversación con una tercera persona para pedirle referencias sobre el aspirante. Éste es quien facilita a la empresa el nombre de esa tercera persona.

- Dos de los temas de debate público más relevantes de este año en Copenhague tenían que ver con el nuevo Palacio de la Ópera que el dueño de Maersk ha regalado a la ciudad: si afeaba o no el entorno, y si supondría una oferta de plazas para espectáculos superior a la demanda real (lo cual, por cierto, no ocurrió: se batió el record de solicitudes de abonos).


Espero que estas notas sean de su interés. No están todas las que son, evidentemente, pero creo que sí son todas las que están. Si me acuerdo de más, las iré incluyendo.

Mi conclusión, muy muy general, es que tenemos muchísimas cosas que envidiarles; aunque no todas.

Pedí la luna, y me la dieron.

Ayer llegábamos mi hija y yo a casa, a última hora de la tarde, y al entrar en nuestra calle me dijo que no se veía la luna, y lo dijo extrañada porque suelo enseñársela desde una plazita que hay allí. Anduvimos unos pasos y la luna apareció, y ella, muy contenta, al pasar por detrás de los coches aparcados iba diciendo "Aquí la veo, aquí no, ahora sí, ahora no".
Al terminar la plaza las casas la taparon, y le dije que desde nuestra casa la podría ver.

Subimos y se fue corriendo a la ventana de la sala, apartó la cortina y se quedó mirando. Yo fui y me arrodillé a su lado, y le pregunté si la veía. Me miró y me dijo que sí riéndose.

¿Alguien da más?

23.8.05

Relato: "Carmen".

[Esto ya no hay quien lo arregle. Que conste (y lo digo por lo parado que está el blog) que estoy de vacaciones, que todos en casa lo estamos, y por supuesto eso hace que tenga menos tiempo para escribir; pero, además, es que estaba ocupado intentando acabar esto. Sé que, aparte de otros peros que obviaré, este texto es muy largo para ponerlo aquí, y a lo mejor se hace pesado de leer, pero qué le voy a hacer.]

"A las ocho de la mañana Carmen despierta. Abre los ojos y sobre la mesilla ve la lamparita, un vaso de agua por la mitad, la figurita plateada de Santiago Apóstol, el marco con la foto de ellos dos con su nieta el día de su Primera Comunión y la caja de las pastillas. Cierra los ojos. Francisco tose, a su lado. Tose con flemas, y se levanta, se pone las zapatillas y sale andando arrastrando los pies. Carmen le oye ir hasta el cuarto de baño y escupir; después, lo oye mear sin fuerza, a impulsos, durante casi dos minutos, y tirar de la cadena.
Francisco vuelve a la habitación y se sienta en la cama a descalzarse. Se acuesta y se tapa.

- ¿Vas a acostarte otra vez?

Francisco cierra los ojos.

- ¿Eh?

- Qué quieres, ¿que te levante, ya? ¿Pero no puedes estar un poco más en la cama?

Carmen se queda callada, mirando al techo. Se vuelve a poner de lado, hacia la mesilla. Mira la foto. Francisco está serio, de traje, la última vez que se lo puso. Ella lleva un vestido azul marino y sonríe para la foto. Su nieta, con su vestido blanco, sus guantes y su bolsito de nácar entre las manos, no mira a la cámara; estaba pendiente de sus amigas.
Manténgase fuera del alcance y de la vista de los niños, lee. Suspira.

- Será posible... Bueno, mujer, bueno -Francisco se destapa y se incorpora en la cama- No te puedes quedar ahí tranquila, ¿verdad?

Ella no dice nada. La verdad es que prefiere levantarse. Francisco, tosiendo otra vez, da la vuelta a la cama, la destapa y tira de ella hasta sentarla. Le acerca las zapatillas y se las pone.

- Dame la bata.

Carmen se la pone y se ata el cinturón. Se pasa las manos por el pelo.

- A ver, ¿acabas?

La coge de una mano, mientras ella se lleva la otra a la espalda. Van andando los dos muy despacio hacia la cocina.

- Espera, que tengo que ir al baño.

Francisco le ayuda a sentarse y espera de pie a que acabe.

- No hay papel.

Se acerca al mueble blanco y coge un rollo del paquete de encima. Se lo da. Ella lo intenta empezar pero lo rompe, y se lo coloca él. Después le ayuda a levantarse, baja la tapa con cuidado y tira de la cadena mientras ella sigue agarrada de su brazo. Salen los dos y van a la cocina. La sienta a la mesa, echa leche en el cazo y lo pone al fuego. Ella mira las migas de la mesa, de la cena. Lo mira a él, de espaldas; ve qué despacio se mueve y cómo suspira cada vez que tiene que agacharse.

- Pon el mantel, Francisco. Nunca pones el mantel.

Él lo saca del cajón, lo pone, saca dos tazas y dos cucharas y las coloca. Ella las vuelve a colocar un poco mejor. Francisco apaga el fuego y se acerca con el cazo y el colador. Sirve la leche en las dos tazas, deja el cazo y el colador encima de la cocina y saca media barra de la bolsa del pan. Se sienta y empieza a cortar trozos y a echarlos en las tazas. Ella mira cómo lo hace hasta que coge su cuchara y, mientras él corta, va hundiendo el pan en la leche. Acaba, y se ponen a comer, hasta que Francisco ve cómo a Carmen se le sale la leche de la boca por la comisura de los labios y le corre por la parte insensible de la barbilla, y se levanta a por una servilleta y se la da.

- Anda, anda, límpiate.

Acaba de darle él el desayuno. Ella tiene la vista fija en las cortinas de la ventana. Después su leche ya está fría y tiene nata otra vez, y recoge las dos tazas al fregadero y las llena de agua. Sobre una de ellas queda la nata flotando.
Él sale y la deja sentada. Ella rasca con la uña una mancha del mantel y vuelve a mirar las cortinas. Lo oye andar de un lado para otro, del baño al dormitorio, del dormitorio al baño, tosiendo de vez en cuando. Sobre una silla hay un suplemento de televisión, pero no le llega.

- Francisco. Francisco.

Él viene y se queda en la puerta. Tiene cara de que le duele algo.

- ¿Me coges esa revista un momentito?

Se acerca y se la da. Se va, y Carmen abre la revista y se pone a leer por enésima vez una entrevista con una presentadora. Lee que le encanta pasar temporadas en Marruecos, concretamente en Marrakech, porque no hay otro sitio mejor para desconectar y relajarse del estrés diario de la gran ciudad. Pasa las hojas hasta llegar a la programación.

- ¿Qué día es hoy?

Sigue leyendo al azar, hasta que llega a la página del horóscopo: “Aries atraviesa un óptimo momento para iniciar un negocio. En el amor, sea prudente pero no pierda el ímpetu. Día favorable: el martes”.

- ¿Qué día es hoy, Francisco?

Francisco llega otra vez a la puerta de la cocina.

- ¿Te visto?

- ¿Y qué hora es, entonces? Me quería lavar la cabeza.

- ¿Pero no puedes esperar a que venga Pili?

- Bueno.

En el cuarto de baño ella se quita la bata, se desabrocha el camisón, se quita las mangas y se lo deja por la cintura. Él la agarra y entre los dos van lavándola debajo de los brazos, debajo de los pechos y la cara. Luego moja el peine y se peina para atrás, sin raya, con la mano izquierda. Él la mira en el espejo con una cara como si le doliese algo, mientras la sujeta por el brazo derecho. Sin subir el camisón, vuelven al dormitorio, y al cabo de diez minutos sólo le queda calzarse. Se ha puesto un chándal verde de algodón.

- ¿Pones los tenis, o las zapatillas?

- Bueno.

- Bueno qué, ¿las zapatillas?

- Sí. O los tenis.

Va del brazo de Francisco a la sala. Las persianas están bajas. Se sienta en el sofá y él sale.

- ¿Me traes la revista de la cocina?

Cuando se la lleva, Carmen le pide que le encienda la tele. Él la enciende y va hacia la puerta.

- Déjame el mando aquí.

Vuelve y se lo pone en el sofá, a su lado. Se va otra vez.

- Francisco, ¿hoy qué día es? -no contesta- Francisco.

- Qué –dice él desde la habitación.

- ¿Qué día es hoy?

- Martes.

- ¿Martes? Ay, yo quería llamar a Pili para que viniesen a comer. Un día me tienes que ir a la compra, que quiero que vengan todos y hacerles albóndigas, que les gustan mucho. -Francisco no dice nada- ¿Y del mes?

- Veintidós.

Carmen se queda mirando para la tele. Están anunciando un colchón. Abre el suplemento de televisión y busca el día veintidós; por la mañana hay un programa con tertulias y debates al que hoy esta invitada una cirujana.
Al cabo de una media hora, Francisco vuelve a la puerta y le dice a Carmen que se va a la compra.

- Mira, esta chica es una médico famosa. Qué joven, ¿verdad?

- ¿Cómo? Pero si ésa es actriz... ¿Quieres que te traiga algo?

- ¡Pero si aquí dice que es médico, que es cirujana! Parece mentira, tan jovencita.

- ¿Pero no te dije que esa revista no era de ahora? Bueno, me voy.

- Espera. Cógeme la libreta y un lápiz, que va a empezar el programa ése de cocina. A ver si dan alguna receta fácil y la hago cuando venga la niña.

Francisco coge del aparador lleno de fotos y trozos de papel con notas y números de teléfono un bloc con las esquinas levantadas y un bolígrafo, y se los da. Y se marcha.

Carmen se queda en el sofá delante de la tele. Están dando un programa de debate. Oye a los tertulianos. Carmen pestañea sin apartar la vista de la televisión. A los veinte minutos, baja la cabeza y coge la revista. Consulta la programación y cambia de canal. Están dando dibujos animados. Vuelve a cambiar. Debe de ser el programa de medicina de por las mañanas, que da consejos. Deja la revista a su lado en el sofá y coge la libreta y el boli. Pasa unas hojas hasta encontrar una en blanco, y se prepara para copiar con el bloc sobre las rodillas y el boli encima.

Pasado un rato, bosteza y de casualidad se fija en una de las fotos del mueble. Está ella con Pili. Pili todavía era una niña, la foto es de hace mucho, en blanco y negro, de cuando pasaban todo el verano en Landro, y las dos están en bañador. Ella está sentada y Pili, de pie a su lado, la abraza por los hombros. Las dos se están riendo. Carmen piensa que ahora deben de estar todos en la playa. Ella ya irá por la tarde, a última hora, que es cuando mejor se está. ¿Qué hora será? Tiene que hacer la comida, ya. Oye la puerta, seguro que es Pili, que viene corriendo de bañarse, toda mojada y preguntando qué hay de comer, qué hay de comer, mamá.

- Ay, qué tarde es -dice en voz baja- ¡Hola, estoy aquí!

Y se queda sonriendo mirando para la puerta. Pero no oye correr, ni gritos. Debe de traerla Francisco, vendrán juntos de la playa. Van a poner la casa perdida de arena. Se quiere levantar, y se le caen el bloc y el bolígrafo. Los ve en el suelo. Luego mira la tele. Y luego la foto. Se pasa la mano por el pelo.

Los dos avanzan paso a paso por el pasillo.

- Y a lo mejor viene Pili, hoy, con Albita.

- Pero mujer, Pili está ocupada. Y la niña tendrá cosas que hacer. Tiene que ir a clase, y a informática, y a inglés. Los martes va a clases de informática, ¿o no lo sabes?

- Ay, sí, informática, lo de los ordenadores. Qué lista va a ser. Fíjate, no me acordaba.

Carmen, andando cogida del brazo de Francisco, no nota que por la mejilla derecha, la insensible, le corre una lágrima. Y Francisco, sin gafas y en ese pasillo tan oscuro, tampoco la ve caer en el jersey del chándal de algodón y dejar una manchita verde oscuro.

- Espera, llévame al cuarto de baño, anda, que tengo que hacer pis.

- Sería raro..."