28.1.11

No me aburro nada

- ¿Y cuando vaya a la universidad, si tengo novio, ya vamos a poder besarnos como los mayores, con la boca abierta?
- Sí, Paula.
- Yo creía que la universidad era... el espacio.
- No, Carlos, eso es el universo.


27.1.11

Otra vez los límites

Alguna vez he comentado que una de las enseñanzas más útiles para mí en los últimos años ha sido comprender hasta qué punto, en nuestras relaciones, ciertas actitudes y comportamientos ajenos que nos parecen negativos y dañinos, y tras los que tendemos a ver malas intenciones, se deben en la inmensa mayoría de los casos a la incapacidad de sus protagonistas para hacerlo mejor. Incapacidad, por lo general, no material sino psicológica, afectiva. Que son sus propias limitaciones íntimas, ignoradas e inconscientes pero determinantes, las que les ponen un techo que probablemente ellos agradecerían más que nadie poder sobrepasar.

El segundo paso en ese aprendizaje fue, o es, o será, asumir que lo mismo me ocurre a mí. Claro: miedo, inseguridad, complejos, resentimiento, frustración... Y si aceptar lo anterior cuesta (porque es más cómodo descalificar que comprender), mucho más difícil es asumir esto, ser consciente de mis propios límites y de lo mucho que me afectan, de cuánto me perjudican, de cuánto me empequeñecen.

Cuesta cambiar el modo de mirar alrededor; trasladar nuestra atención del otro al nosotros, o mejor aun al yo. Cuesta dejar de defenderse y de buscar excusas, de echar culpas, y aceptar y confesar los propios errores.

Y cuesta, porque desnudarse así ante los demás y ante uno mismo es duro. Hace falta entereza para quedarnos con ese resultado, más crudo, menos favorecedor.

Pero es imprescindible hacerlo. Sin estridencias y comprendiéndonos lo que haga falta, pero debemos partir de ahí si queremos llegar a donde nos gustaría estar.


Siempre escribo, se note o no, de mí y por mí. Hoy lo hago porque ayer vi con pena cómo mi propio integumento, como decía Virginia Woolf en el texto enlazado arriba, ponía barreras donde no tenían ningún sentido y solo podían hacer daño.

21.1.11

Creerse una democracia (re-re-remake)

Nuestra democracia, como la mayoría de las que nos rodean, es fácilmente criticable formal e institucionalmente. Y en esos defectos solemos centrarnos.

Pero creo que al menos en España hay una carencia anterior, menos evidente y que, aunque normalmente se explica como una consecuencia de esos fallos, en realidad es la que los hace posibles: todavía no tenemos claro qué es la democracia, y si lo sabemos no nos lo creemos.

Parece obvio relacionar esto con nuestro pasado, sobre todo con el reciente. Cuarenta años de dictadura, como colofón a una historia política de la que la sociedad (por lo general dirigida, tutelada y adoctrinada, aislada) solo fue protagonista en los momentos puntuales en que no aguantó más, explican bastante bien por qué persiste, todavía hoy, un concepto de la autoridad como algo diferente y superior a nosotros.

Por un lado, esperamos y exigimos (es un decir: se lo exigimos en el café) de nuestros gobernantes, y en general de los políticos, respuestas a nuestras necesidades, soluciones a nuestros problemas ¡e incluso prohibiciones que nos pongan freno!, sin plantearnos en ningún momento que sean también asunto nuestro ni, por descontado, que estemos en el mismo bando en esto. No va con nosotros; nuestros asuntos son su problema.

Por otro, la queja resignada, la crítica insultante e incluso el odio resentido (rara vez el desprecio, que el desprecio es incompatible con la envidida) son propios no de quien habla de sus representantes (hablar de servidores públicos sonaría ya a ciencia ficción) y pretende asegurarse de que cumplan con su deber, sino de quien sigue viendo el poder como algo venido desde arriba, impuesto (por muchas formalidades que lo disimulen), distante e intocable, algo a lo que hay que resignarse, en las antípodas de lo que significa esa representación democrática. Alguien a quien solo le queda el recurso de pegarle un corte de mangas al jefe cuando se da la vuelta.

Seguimos creyendo que tenemos lo que tenemos porque no hay alternativa (lo cual no deja de ser tranquilizador), sin comprender que la alternativa la tenemos que poner nosotros.

La madurez democrática comienza por entender en qué consiste la democracia, y por creérselo.

El paso siguiente es sentirse responsable de ella. Y en cambio nosotros nos comportamos como niños, como adolescentes airados a lo sumo, y aceptamos que se nos trate como a menores incapaces.


(Y esto suena a boutade, o al menos a exageración, pero les aseguro que el otro día, en la fiesta de la piscina de mis hijos, viendo el comportamiento vergonzosamente egoísta de los padres en las gradas, pensé "¿Pero cómo coño vamos a sacar nosotros adelante una democracia seria?".)

20.1.11

Plural

Escaparate de tienda de informática. Paula y Carlos:

- Mira, Carlos, eso es un pen, y esa vaca, y la Estatua de la Libertad, y eso también.
- Sí, y la cámara, y el mono.
- ¡Mira, papi, todos esos son penes!


Justo, por supuesto, cuando pasaban las dos señoras.

18.1.11

Cuando fui cosaca

- ¡CRASHHHHH!

Hace unos años me despertó el ruido de un golpe entre dos coches: el del que yo conducía contra un todoterreno aparcado.

Al abrir los ojos, estupefacto, salí, miré, maldije en voz alta y, recogiéndome la falda para no caerme, le di una patada a una rueda.

Porque yo era una rusa; una cosaca con botas, falda larga y trenzas rubias que me llegaban a la cintura. Y tetas, al parecer bastante caídas (también me llegaban a la cintura).

Con el cabreo me quité la peluca y la tiré dentro del coche.

Eran las tres de la mañana, y creo que nadie me vio.

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[Actualizo, para aclarar]

¡QUE NO FUE UN SUEÑO!

14.1.11

La Independiente



Xavie fue la segunda persona que, un par de años después de comenzar con este blog, de conocido virtual pasó a conocido en carne y hueso, y enseguida a amigo.

Y ahora ha tenido la valentía y la suerte de abrir una librería: La Independiente, en el número 27 de la calle Espíritu Santo de Madrid, en el barrio de Malasaña.

Y mañana la inaugura. Y no sé si debo invitarles, porque a lo mejor le reventamos las previsiones logísticas, pero a lo que sí les animo es a pasarse por allí en cuanto puedan, porque seguro que valdrá la pena.

Suerte, tío.

12.1.11

Pero resisten. ¿O no?



Estos son los libros que me han regalado estas Navidades, más uno añadido por mí el día 7: Los árabes, de Eugene Rogan; Nieve, de Pamuk; Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal; Selma (precioso cuento ilustrado), de Jutta Bauer; Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond; God & Gun, de Ferlosio, y Algo va mal y Postguerra (el añadido), de Judt.

Que conste.

Y por otro lado, hoy, hace media hora, me han dejado un archivo con algo así como tres mil y pico títulos en ebook. Desde Vida y destino de Vasili Grossman a Lolita, pasando por Homero, Kafka, Joyce, Proust y cientos de nombres que desconozco...

Seguimos con lo de ayer. ¿Qué pasa con esto, y qué hago yo?

Por ahora me he "quedado" con Crónicas marcianas, Historias de almanaque de Brecht y Trópico de Capricornio. Y creo que ya está. A bote pronto, y a medida que repaso la lista, se me van ocurriendo varias cosas:

- Por supuesto, la oferta supera la demanda, como en cualquier librería del mundo. Hay mil títulos que no me interesan, pero esto no es algo exclusivo del medio. Lo que sí hace el medio es facilitar ese desbordamiento de las posibilidades, y por tanto que uno pierda un poco el criterio y la mesura, creo yo. Es fácil, demasiado fácil, caer en la acumulación porque sí.

- El diseño es bastante malo. Puedes leer, pero es solo eso, texto que va pasando, mal presentado. Supongo que en parte por ser ediciones piratas, porque tengo una novela de pago, Todo por una chica, de Hornby (el resto no son piratas, pero sí gratuitas), y está considerablemente mejor. Esto hace que los libros que más me interesan no me apetezca descargarlos.

- Descargar el Quijote, si me interesase tenerlo así, no me supondría dilema alguno; pero con muchos otros autores sí que me enfrento a un conflicto moral (parecido al que me plantea ver películas online -yo no descargo música nunca-). Y creo que no, que no quiero "robarle" libros a Vila-Matas, a Paul Auster o a Elvira Lindo, ni a los herederos de Bolaño o Bukowski.

Lo primero, lo del autocontrol y el diseño, y los olores y el tacto, y todo eso, es una cuestión personal que cada uno resolverá en función de sus prioridades, de sus gustos y de la evolución del producto. Y esos gustos harán que se esté dispuesto a pagar o no por calidad; y que probablemente durante mucho tiempo el libro impreso (sobre todo si se trata de ediciones de calidad) perviva.

El gran problema, en mi opinión, es el de la influencia del medio, de este canal de distribución incomparable, imparable e irreversible que es internet, sobre la creación cultural. Y, concretamente, el de asegurar que quienes hacen posible una obra (literaria, musical, cinematográfica, científica, etc.) puedan seguir cobrando por su trabajo; algo imprescindible, para mí, para garantizar la pluralidad, la libertad de creación, la independencia, etc., etc., etc. Porque aunque a usted y a mí nos guste tocar el papel, el impacto va a ser brutal.

Hace unos días un amigo, Microalgo, escribía en su blog sobre todo esto. Gráficamente, titulaba el post Ni idea, oiga. Y yo también me siento bastante perdido. Pero me parece que 1) no se puede luchar contra el medio, y 2) un buen punto de partida es aclararse sobre el punto de destino: para mí, que la creación se pague (o, mejor dicho, se cobre).

Si se parte de esto, se asume, en primer lugar, que el canal de distribución va a cambiar, o a seguir cambiando (y tal vez no sustituya del todo al anterior, pero sí lo hará en gran medida), y por tanto muchas funciones hasta ahora necesarias (y los correspondientes puestos de trabajo) van a ser obviadas y desaparecer, como desaparecieron los copistas medievales y los aguadores. Y, por otra parte, se acepta que es necesario hacer compatible dicho medio con la remuneración a los autores y creadores.

¿Pero cómo?

¿Se lucha contra la piratería? ¿Se aprovecha, por el contrario, para insertar publicidad? ¿Se ofrece calidad de pago?

¿Cómo?

11.1.11

Ya están aquí



Así es. Me lo han traído los Reyes.

Apenas lo he empezado a usar, y además el propósito fundamental del regalo es que lo utilice para estudiar, más que para leer, pero por el momento puedo decir:

A favor:
- Obviamente, que lleves, literalmente, cientos de libros en un bolsillo. O, para el estudio, que lleves encima toda la bibliografía que necesites sin depender de ordenadores o conexiones a internet (además este lector admite subrayados y toma de notas sobre el texto).
- Los precios de los libros son mucho más bajos. Mucho.
- Hay muchísima literatura clásica gratuita (por ejemplo ese que ven, Dublineses, de Joyce).
- Ya no importa dónde vivas para comprar un libro; incluidos los libros en otros idiomas (por cierto, trae varios diccionarios con acceso directo desde el texto).

En contra:
- La lectura, aun siendo buena (muy buena, incluso), resulta menos natural... de momento.
- No es un libro: no tiene su tacto ni su encanto.
- Le das a un botón y te quedas sin él, no lo atesoras; y veo difícil que duren años y se hereden de padres a hijos. Da cierta sensación, por tanto, de inconsistencia.
- No decora (no hay nada que me guste tanto en una casa como los libros; por eso que no ocupe espacio en ella no lo incluyo entre las ventajas).

Al margen de la cuestión evidente del espacio, para mí lo fundamental es, y va a ser, las nuevas posibilidades que surgen a la hora de comprar. Parece claro que, una vez más, asistimos al comienzo de un gran cambio.

5.1.11

Noche de Reyes

Para mí no hay noche del año como la de Reyes. Todavía.

En parte, la ilusión de que vengan los Reyes ha sido sustituida por la de serlos (además, los regalos de las cartas de Paula y Carlos se han repartido entre toda la familia y a mí ya no me han llegado, con lo que he tenido que improvisar, y ha sido mucho mejor). Pero no mentiré diciendo que es solo eso lo que hace tan emocionante para mí la mañana del 6; porque lo cierto es que yo sigo durmiendo nervioso pensando en mis regalos.

Que les traigan muchas cosas, si es que se las merecen.

Feliz noche de Reyes.

3.1.11

El perro mongol



Y aquí estamos.

Y es otro año, además. 2011, hay que ver. Qué tarde, qué... futuro, ya, ¿no? Vivimos en el futuro, desde hace tiempo. Recuerdo cuando, de pequeño, le pregunté a mi padre si yo viviría en el año 2000; y ahora ya suena a antiguo.

Ayer vi El perro mongol, que es una película (a ver si lo adivinan) mongola. Y la vi en mongol. La verdad es que si hablan despacio se entiende bastante. Siempre y cuando se lean los subtítulos.

Debo aclarar que siento una debilidad tan grande como irracional por Mongolia. De los varios fines del mundo que para mí hay, Mongolia y el centro de Siberia (hace dos días vi Dersu Uzala) son el más evidente. Y se junta además con la atracción, también un poco extraña, que despiertan en mí los lugares fríos e inhóspitos, con los que siempre me he sentido identificado (desde la distancia, eso sí).

Me gustó mucho. La protagoniza una familia nómada formada por un matrimonio joven y sus tres hijos (dos niñas y un niño); y en particular su hija mayor, que aparenta tres años pero debe de tener unos seis. En la vida real son también familia.

Es una historia sencilla (pero hay una historia, no se limita a mostrar su vida durante unos cuantos días), los paisajes son preciosos, y los niños, más. La película estéticamente es muy bonita, y muy interesante. Se ven campos de hierba interminables, se ve lo rápido que deben crecer los niños allí (o en cualquier otro sitio menos aquí), y se asombra uno viendo a la niña llevarse un rebaño de ovejas a pastar, ¡a caballo! (se entiende que Gengis y sus chicos fuesen los portentosos jinetes que al parecer eran), y tomando como referencia para regresar a casa el pico de una montaña.

Se la recomiendo, para empezar el año con buen cuerpo.