25.2.06

Crónicas de Bretaña.

[Para Amanda, para que no me riña por vago, con cariño]

No sé ahí, pero aquí es sábado por la tarde y llueve.

"Bretaña es una tierra muy peñascosa por el lado del mar, pero se abre en amplias planicies, valles estrechos y alegres oteros, por donde se une a Francia. Es tierra muy viciosa de caminos, puesto que en ella, amén de la gente natural del sobremundo, andan fáciles y vigilantes pasajeros, gentes de las soterradas alamedas, finados verpertinos, fantasmas, huestes caballeras, ánimas redimiéndose de penas; las más de ellas, gentes difuntas a las que alguna paulina niega descanso. Las hieren los vientos y las noches por los innúmeros caminos, hasta que sólo queda de ellas un aliento frío. La imagen última que de Bretaña uno conserva es la de una vieja encendiendo los candiles de hierro de un calvario de piedra, en las afueras de una villa amurallada, al atardecer. Llovizna un poco. Pasa un viento silbador que apaga las débiles lucecillas. La vieja se santigua y reza un padrenuestro por el alma del difunto señor vizconde de Klöemel, que acaba de cruzar a caballo. Los vivos en Bretaña conocen si los aires que corren son de muertos o no, y le sacan el sombrero a una brisa de mayo, porque adivinan que se trata de la hermosa Ana de Combourg que pasa sonriendo entre las verdes ramas de los abedules. Hay mozos que se enamoran de un aire. Dentro de las amuralladas villas, en los viejos pazos y castillos almenados, en Rennes o en Dinan, en Combourg o en Caradeuc, los sonoros celtas conversan en torno a la lumbre que se encendió hace dos mil años, sobre la guerra en el mar, las batallas de Hannover, los pleitos de familia, los enamorados de otrora. Y las llamas que queman el roble viril y testigo, nadan pueden contra estas transeuntes memorias, de hilos que nadie sabe de qué ovillo proceden, ni quién teje con ellos. Por los caminos de Bretaña va la danza macabra empujando vientos, y la más diminuta flor que nace en abril, a la vera del camino, ignora si va a ser llevada al cabello de una niña o pisada por el pie de un esqueleto que salta al frente de la hueste, guiando el paso que denominan l'embrasse y es un momento de amor en la gallarda."

(Prólogo a Las crónicas del sochantre, Álvaro Cunqueiro)

"Sepan los bretones que lean este libro que el Autor no ha viajado por su tierra, y todo lo que aquí, en estas Crónicas se cuenta de ella, está tomado de mapas, de libros de viajes, de lecturas de Chateaubriand y de Le Goffic, de algunas historias de ciudades y de cartas ejecutorias de las nobres familias, (...). El campo y las ciudades, los ríos y los vados, los caminos y las ruinas, los he pintado del natural de la tierra mía, Galicia, siendo ambos, el bretón y el galaico, reinos atlánticos, finisterres, parejos en flora y fauna, y provincias vagamente lejanas.
(...)
Para un gallego, las historias bretonas de fantasmas, brujas, mendigos, santos y héroes, tienen el sabor de los suyo propio... Mirando me quedo en un espejo cómo pasan vientos y nieblas; igual puedo decir: "Ahora pasa, verde y silenciosa, Bretaña de Francia". Por lo fácil que me resulta considerar a Bretaña país de la imaginación y no tierra real, y no es ajeno a ello el que se llamara también Bretaña el país asombroso del rey Artús. En el fondo del espejo brilla una lucecilla azul y yo, en vez de averiguar si alguien detrás de mí ha encendido una lámpara, digo sin más que es un fuego fatuo en el claustro derruido de Saint-Efflam-la-Terre, y escojo este lugar porque se llama la Terre, la Tierra, y lo encuentro tremendamente significativo. Como casi todo en Bretaña, en esta Bretaña que yo descubro en mí y en la que quizás un día se encuentren habitando los lectores bretones de estas Crónicas. No sería la primera vez que el sueño del poeta hace la isla."

(Epílogo para bretones, del mismo libro)
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Talento literario al margen, creo que el atractivo que uno encuentra en Cunqueiro depende mucho del carácter, de la naturaleza de la propia sensibilidad, de si se es amigo de soñar y de la íntima tendencia a la melancolía.
No me parece una tontería pensar, aunque no falten ejemplos a mi alrededor que me lo rebatan, que si uno vive junto a un mar infinito en una tierra de verdes campos y montes suaves, y cuando sale a andar lo hace bajo una lluvia lenta y un cielo gris, acabe siendo de una determinada forma.
A mí me gusta esa forma de ser, y la siento mía. Como siento mía y amo la Galicia de Cunqueiro, aunque, como su Bretaña, por desgracia tampoco sea real.

24.2.06

Suave suena.

Ustedes, queridos lectores, pueden llamarme como quieran, o simplemente pueden no llamarme, por supuesto.

Pero, por si les apetece tenerlo en cuenta, y dado que sospecho que las variantes que de él a veces me encuentro obedecen a dudas sobre si la grafía que utilizo es la correcta para la pronunciación que algunos suponen, les quiero aclarar que mi nombre (no nombre, en realidad, sino título, pues saben que viene del de mi señorío, surgido a su vez del de un río que por él corre) es Portorosa. Así, como suena, con erre simple, Portorosa; ni Porto-rosa (salvo juegos de palabras de Ella), ni Portorrosa, ni ninguna otra cosa.

Ahora que ya lo saben, hagan ustedes lo que les venga en gana. Faltaría más.

23.2.06

Disco sorpresa FUNDADOR


"Érase una vez una ratita tan hacendosa y limpia que siempre tenía su casa reluciente como los chorros del oro.
Un día, mientras estaba barriendo la escalera, oyó un simpático tintineo:
- ¡Oh, vaya suerte, una peseta!
La recogió del suelo, y se puso a pensar qué podría..."

- ¿Qué es una peseta?

Y me quedo mirando para mi hija. Y me veo a mí mismo oyendo hablar de céntimos, de reales y de motas.
Y miro por la ventana y veo las nubes, que, ellas también, pasan.

20.2.06

Un año de blog.

Hoy hace un año que abrí este blog:

"A pesar de que si fuese consecuente con el encabezamiento me debería abstener de todo esto, me decido a probar. Aunque sólo sea para, por una vez, no dejar que la prudencia y el escepticismo me impidan dar incluso el primer paso."

Rythmduel me había explicado qué era esto de los blogs y me enseñó el suyo, recién estrenado. Me pareció que podía ser interesante, y que probablemente era la única posibilidad que tendría en la vida de ser leído por alguien. Y así nació el señor de Portorosa.

Un hombre sentado en una silla, y en general la bloguería, me han proporcionado:

- Más ego, por haber conseguido que alguien me lea, y por la enorme satisfacción de los elogios, cuando llegan.

- Más humildad, por tantas y tantas ocasiones en que me tengo que tragar mis palabras (aunque disimule) y me doy cuenta de mis limitaciones.

- Más oficio (no se rían, no se rían, por favor), gracias a todo el tiempo que le he dedicado a escribir.

- Una mente un poco menos anquilosada, gracias a todas las veces que tengo que explicar mis ideas e intento defenderlas ante ustedes.

- La constatación de que casi con toda seguridad de aquí no voy a pasar: escribir ficción, que era y aún es mi principal objetivo (o quizá debería decir mi gran ilusión, por eso persiste), sigue pareciéndome igual de lejano e inasequible.

- Conversaciones interesantes, aquí y en otros blogs, con contertulios inteligentes que me han enseñado infinidad de cosas (creánselo, por favor).

- Recuperar a mi mejor amiga. Ni más ni menos.

- Conocerles a ustedes, que me han acompañado durante muchas muchas horas a lo largo de este año, y con algunos de los cuales he llegado a establecer una relación que me cuesta llamar (por las evidentes limitaciones que impone el medio) amistad, pero que sin duda está llena de simpatía, afecto y cariño.


Ha valido muchísimo la pena.

Gracias, Sebas, por abrirme la puerta a todo esto. Gracias a los que más cerca habéis llegado; no necesito nombraros. Y gracias a todos los que me hacéis el inmenso honor de venir a esta casa.

Hoja de calendario.

El que hace reír a sus compañeros merece el Paraíso. MAHOMA
Parece que hay una parte del discurso del Profeta que goza de menor predicamento que otras.

15.2.06

y III

[To Ignatius. ]

¿Me contradigo?
¿Pretendo decir demasiadas cosas a la vez?
¿O es simplemente que en realidad no digo nada?

1. Qué dije primero:

- Que la reacción a la publicación de las caricaturas me parecía una sinrazón, algo inadmisible.

- Que no entendía la sorpresa con que parte de nuestra sociedad acogía esa reacción, como si no fuera ése el comportamiento que cabía esperar de una población (la mayoritaria en los países islámicos) material y culturalmente tan atrasada.

- Que me parecía una muestra de hipocresía juzgar este asunto como si nosotros (y no los nosotros de hace siglos, sino los nosotros de ahora) tuviésemos ese tipo de reacciones completamente superadas.

- A raíz de estas dos últimas consideraciones, daba a entender que a la hora de valorar hechos o actitudes deberíamos desechar definitivamente el doble rasero, y que si queríamos encontrarnos con otro tipo de reacciones lo mejor sería ayudar a que hubiera otro tipo de sociedades.

Sigo diciendo lo mismo.

2. Qué dije después:

- Di mi opinión sobre nosotros mismos, y dejé claro que sin duda yo me quedo con nuestro modelo de sociedad.

- Aclaré, también, que no tengo ninguna duda de que la suya no es, hoy por hoy y en términos generales, una opción voluntaria y libre, sino el síntoma y el efecto de un atraso para mí evidente.

- Volví sobre su reacción, sobre la violencia que hemos visto, explicando que ha sido ella la que ha convertido este episodio en algo importante (ya ha habido muertos, fíjense ustedes), y que es también ella la que parece marcar una más clara diferencia entre ellos y nosotros. Y dije, en un ejemplo de vacuidad mayor todavía que la mostrada en el resto del texto, que esa violencia me parecía completamente inaceptable, y que la defensa de los amenazados era prioritaria.

- Y, por último, en la parte más extensa del segundo post (punto 6), traté de explicar por qué creo yo que éste y otros asuntos del mismo cariz, en los que en mi opinión es como mínimo exagerado decir que nos estamos jugando nuestras libertades, y que lo que sí ponen a prueba es nuestros supuestos cultura y civismo, deben ser tratados con flexibilidad, comprensión, y sensatez. Y decía que nuestros principios y libertades se enfrentan mucho más a menudo a enemigos más poderosos y cercanos que, sin embargo, no hallan ninguna resistencia. Y aun decía que me parecía tonto o hipócrita pedirles que no usen la violencia contra nosotros a unas sociedades que viven inmersas en ella. Y no me resistí a repetir que me parecía mentira que no comprendiésemos hasta qué punto es conveniente que los de fuera de nuestra cada vez más asediada fortaleza vivan bien.

Y sigo diciendo lo mismo, sin que hasta aquí vea contradicción alguna.

3. Con qué me he mostrado de acuerdo, o, sin haberlo dicho, lo estoy:

Por ejemplo:

- Con artículos como el de J. Goytisolo en la edición de El País del 10.02.06, en el que el escritor habla de la defensa de las libertades y de la firmeza en la defensa de los principios democráticos, pero también de crítica razonable, de respeto, de sentido común, de flexibilidad y de no hacerle el juego a los extremistas.

- Con textos como el de mi admirado (¿de quién no?) Sánchez Ferlosio, recogido por Ignacio en Una casa en el aire, en el que don Rafael dice cosas como que "...ninguna opinión es respetable, que todas han de ser atacadas con toda la apasionada subjetividad que es propia del más libre y más genuino entendimiento", además de negarse a seguir las reglas del juego, en lo que al respeto a las creencias se refiere, de la secularmente irrespetuosa Iglesia Católica.

- Con ideas como la expresada por Paolo en uno de sus comentarios a un post mío, cuando dice que
Yo pienso que todos, absolutamente todos, los sistemas de valores y las ideas son criticables en la forma y manera que cada cual entienda, sin que sean aceptables situaciones de privilegio ni por la naturaleza de dichas ideas ni por su grado de seguimiento o aceptación por comunidades más o menos numerosas.

y con esta otra:
Reivindico mi derecho (y el de todos) a criticar y ridiculizar los sistemas de valores ajenos, incluido el mío (y si hay que poner una frontera entre la crítica y la ridiculización, que la ponga una ley y un juez y no un ofendido).

- Con muchas (pero muchas; ahora me he dado cuenta) de las ideas de Miranda, salpicadas aquí y allá en sus extensos comentarios:

... lo que, bajo la pátina del orgullo de la civilización, no es más que la repetición de un insulto sin más.

...en este asunto de las viñetas hay encima de la mesa puesto, no nuestra forma de vida, no nuestra libertad o concepto del sentido del humor, encima de la mesa estan nuestros cojones como siempre, está que es evidente que los consideramos inferiores (...) y por lo tanto podemos ejercer de superiores morales y ofender.

Somos europeos, somos mejores, y somos además más civilizados, en lugar de observar y aprender a comportarnos y a adaptarnos (no a ceder o convertirnos al islam, adaptarnos a respetar a los que no son como nosotros) a este estado de convivencia obligada de religiones (situación anómala donde las haya), en lugar de eso, los valientes internautas del siglo 2006 repiten la ofensa por internet para con ello demostrar ¿qué?.
Comprendería un algo similar (la repetición de un artículo censurado, por ejemplo) si es que en ello fuera algo en juego, algo como no poder publicar una verdad, una noticia, un suceso, una injusticia, pero nada hay de eso, es algo simplemente ofensivo, considerado así por todo el colectivo islamista, y hay que repetir y repetir la ofensa, el insulto a su credo, porque nosotros somos mejores. Más civilizados. Lo estamos demostrando.

...es imposible, impracticable, la convivencia entre humanos que no sólo no se respetan, sino que considerándose superiores son incapaces de comprender el nivel de dolor o de ofensa del que desprecian.

...espero en cualquier caso que las buenas gentes, que son legión, piensen y sean capaces de hacer ese movimiento generoso (generosidad) que es el de ponerse en el lugar del otro, del ofendido.

No estamos hablando de nuestro derecho a cuestionar sus dogmas, de nuestro derecho a no creer, a una enseñanza libre, sobre todo libre de peajes artificiosos de rituales arcaicos... estamos hablando de nuestro derecho a RIDICULIZAR sus creencias, y eso, da lo mismo que sean musulmanes, católicos, judíos o seguidores de Buda, no lo tenemos. No hay derecho a ser malas personas, a hacer daño gratuito a nadie. No tenemos ese derecho.

De eso hablamos, de que para entendernos, para poder seguir en estos nuevos tiempos que nos tocan, habrá que establecer parámetros, hojas de ruta, para poder sobrevivir.

Adaptarse no es una palabra que case o rime facilmente con desprecio, superioridad, etc... rima mejor con entenderse y respetarse.

Y en todo esto ya me doy cuenta de que puede haber, si no explico mejor lo que pienso, quien puede ver contradicciones.

4. Qué opino:

a) Defiendo la cuestionabilidad de toda opinión, creencia o sistema de valores. Ninguno de ellos es sagrado ni intocable, y su fortaleza vendrá dada precisamente por su capacidad para enfrentarse airosamente a cuantas más críticas mejor.
Pero ese estado de cosas, sobre el que hoy en día parece haber, en nuestra sociedad, unanimidad de pareceres, no es el real; esa mentalidad es la meta a alcanzar, la situación (a mi juicio) ideal pero aún lejana.
Y, en el largo camino hacia su consecución, camino del que ya hemos recorrido un gran trecho, las sociedades occidentales (permítanme esa expresión tan poco concreta pero creo que entendible) han debido ir evolucionando poco a poco, en un complicado juego de equilibrios (juego de cuyos éxitos y fracasos nos hablan los libros de Historia) entre todos sus elementos constitutivos, desde los más lentos hasta los más rápidos, de los inamovibles a los precipitados, de los preparados para los cambios a los incapaces de pensar sin tutelas.

Nuestra sociedad evoluciona, pero lo hace al ritmo que sus miembros se lo permiten, por no decir al ritmo que le marcan. Y no podría ser de otro modo, ya que somos nosotros, los individuos, a la vez su motor y su ancla (con perdón...).

b) El escenario (disculpen el anglicismo, pero queda muy bien) ha cambiado:

El contacto con los que hasta hace poco eran, en la práctica, otros mundos (por no decir que simplemente no existían), es ya inevitable. Ya nos es imposible mantenernos aislados de lo que nos rodea, como imposible es, también, mantener al resto al margen de cuanto aquí ocurre.
La globalización, o como quieran llamarla, ha suprimido buena parte de las fronteras económicas, socioculturales, físicas y políticas, y ha hecho que nuestra sociedad sea cada vez menos la que solía ser, la que abarcábamos fácilmente y con la que nos identificábamos, para pasar a ser, a pasos agigantados, una sola y común para la inmensa mayoría de la población mundial.
Ya no estamos solos. Ya ni siquiera legislamos para nosotros solos. Ya no podemos desentendernos de lo de los otros; porque esos otros están aquí (y lo que te rondaré, morena).

Este contacto puede ser afrontado hostilmente o... con inteligencia. La primera opción tratará de evitarlo a toda costa (y, en mi opinión, en vano), y contribuirá a que en lugar de hablar de contacto debamos hablar de choque. La segunda intentará que los cambios no sean traumáticos, que se mantenga un cierto orden, intentará que la convivencia sea llevadera y que los conflictos que seguro irán surgiendo sean lo menos cruentos posible.

c) El equilibrio que la sociedad debía buscar en su constante e irregular evolución (evolución que solía caracterizarse por dar dos pasos adelante y uno atrás) se debe mantener ahora entre elementos más distintos que los de antes, entre mentalidades, culturas y formas de vida separadas años-luz, cuando no antagónicas. Y es por tanto más difícil que nunca. Y exige de nosotros, en consecuencia, más esfuerzo que nunca.

Pero sigue siendo igual de imprescindible.

Sigue siendo igual de necesario que los mejores esperen por los más lentos a la vez que los guían, que las leyes sigan adaptándose a la población sobre la que legislan, aunque poco a poco vayan tirando de ella, que las decisiones y los rumbos que se marquen sigan teniendo en cuenta a todos. Como siempre.
Siguen siendo necesarios el respeto, la comprensión, la empatía y la amplitud de miras. Cualidades todas que han de ser exigidas en proporción a las capacidades y posibilidades de cada uno (es decir, más a los mejores). Como siempre.
Sigue siendo necesario e imprescindible todo eso, si queremos que las cosas vayan más o menos bien.

5. Consideraciones finales:

a) Por lo dicho hasta ahora, me parecen totalmente equivocadas las posturas de quienes han abordado este asunto concreto de las caricaturas (y como éste, tantos otros que ha habido y habrá) como si de un problema interno se tratase, como si hubiera que resolver un asunto escabroso en el seno de nuestra sociedad, y se puediera afrontar como otro cualquiera, y como si enfrente tuviéramos a alguien que, aun pensando distinto, conociera y aceptara nuestras reglas y compartiera nuestra realidad.
Me parece una muestra de estrechez de miras y de desconocimiento de la situación internacional, aunque quien lo haga sea el mismísimo Fernando Savater.

b) No entiendo cómo a estas alturas hay quien todavía hace suyo el argumento de que hasta ahora las cosas se hacían así, y a buenas horas íban a andarse nuestros ilustres ancestros con estas tonterías.
Y no lo digo sólo porque pensar eso sea obviar algo tan evidente como que los tiempos cambian y que planteamientos buenos para una época pueden dejar de serlo en otra, sino porque me parece innegable que los resultados de esas pasadas actitudes (y si no nos quedamos sólo con la parte que nos conviene destacar) no han sido como para llenarnos de orgullo.

c) El mundo es injusto. Y no parece que vaya a dejar de serlo.
Así como ciertos países pueden abrigar esperanzas razonables de lograr una buena calidad de vida general, la posibilidad de que la población mundial alcance una situación comparable a la nuestra actual no es real. Las más optimistas de las expectativas son pesimistas, y contemplan la persistencia de grandes diferencias.

d) Cuanto más rápida y fielmente la organización política internacional refleje la situación económica y social mundial, más posibilidades tendremos de afrontar con éxito (aunque sea modesto) todas estas transformaciones.

e) Educación, educación y educación:

Para ser capaces de pensar por nosotros mismos, y que todos lo sean; para no proporcionar un terreno propicio a la siembra de los desaprensivos; para no tener miedo más que a los peligros reales; para conocernos y comprendernos, y por tanto respetarnos; para poder hablar (relean el apartado c antes de llamarme iluso).

d) Esto no agota el tema, lo sé. Habría mucho más que decir, explicar y matizar.
Pero a mí sí me está agotando, ya. No me quiero imaginar a ustedes.

14.2.06

¿Qué me pasa, doctor?

Hablo solo. Bastante, además.

Suelo pasar varias horas al día solo, y supongo que eso influye. Me imagino que si pudiese conversar más no recurriría a charlar conmigo mismo, pero lo cierto es que tengo esa costumbre y, sin darme cuenta, lo hago a menudo. Incluso aunque esté acompañado: no es raro que mi mujer, que ya lo sabe, se acerque a la habitación donde estoy (muy frecuentemente, la cocina, por ejemplo mientras limpio, o barro, o recojo el lavavajillas) y me pregunte, con cara de entre incredulidad, risa y lástima, qué hago.

Estas conversaciones son sobre todo de tres tipos:


Discusiones rectificativas:

En las que doy la respuesta que en su momento no supe dar.

Generalmente esa respuesta es tan brillante y tajante que pone fin a la conversación, pero a veces da lugar a posteriores réplicas y contrarréplicas, en las que acabo de poner todos los puntos sobre las íes. Son muy efectivas para liberar la tensión que mi inicial falta de reflejos haya provocado.


Discusiones preparatorias:

En las que hago frente a una situación desagradable que preveo va a darse.

Me permiten, también, liberar tensión antes de encararme con el problema, por lo que después lo hago más relajado. Además, como suelo pintar la situación peor de lo que luego resulta ser, y como las conversaciones imaginarias me permiten ensayar tácticas y argumentos, me vienen muy bien como entrenamiento para afrontar con éxito la discusión real.


Exposiciones teóricas:

En las que defiendo mi postura sobre un tema ante un imaginario oyente o incluso un imaginario público.

En ellas no suele haber diálogo (bueno, a veces alguna que otra pregunta, ya saben). Muy frecuentemente, y dentro de lo que cabe, me permiten aclarar las ideas. Son las que más de chalado me parecen.


Popularmente, este hábito no es visto precisamente como síntoma de inmejorable salud mental. No sé qué dice la psiquiatría al respecto, pero sinceramente les aseguro que el hecho de hablar solo, de hacerlo además muchas veces de manera inconsciente, y de, sobre todo, considerarlo francamente útil, me provoca alguna que otra duda sobre si todo estará bien por ahí arriba.

6.2.06

Libertades, ofensas y cultura.

Una amigdalitis galopante que a lo largo de la noche del viernes se adueñó de la garganta de mi mujer nos obligó a huir del frío lucense (¿les he dicho alguna vez que para mí Lugo es la provincia más bonita de Galicia?) y volver, deseosos de comodidades, al calor del hogar. Así que el sábado por la mañana dijimos adiós a las agresivas ocas que guardaban la finca de la casa y emprendimos el regreso.

Me he pasado el fin de semana cuidando a mis dos chicas y, de vez en cuando, leyendo los comentarios al texto anterior. No he querido participar, pues lo he cogido muy avanzado, y además pretendía escribir algo nuevo; pero no me ha sido posible hasta ahora.

De la fugaz escapada me quedo con mi cena del viernes: caldo (añadir gallego es para mí una redundancia) y huevos fritos con patatas y chorizo.

Después de oír las noticias durante el fin de semana, leer sus comentarios y pensar algo sobre el tema, me gustaría matizar algo lo que escribí y añadir alguna otra cosa.

1. Nosotros.

No creo que la nuestra sea la mejor de las sociedades posibles, y ni siquiera estoy seguro de que sea la mejor de las existentes; pero es la que, de todas las que conozco, sin duda elegiría para mí y los míos.

Con todas sus contradicciones y limitaciones, a pesar de sus bajezas, sus miserias y sus estrepitosos fracasos, aun siendo consciente de los motivos que hemos tenido y tenemos para sentirnos avergonzados, ésta es mi opción. No es mi verdad, ni mucho menos la verdad que creo deber imponer, pero sí mi opción.

Y si de algo estoy medianamente orgulloso (fíjense, como si me cupiera a mí mérito alguno en ello) es del humilde, insuficiente, manipulado, farisaico, y sin embargo imparable y maravilloso paulatino proceso de consecución y afianzamiento de las libertades individuales. Y porque creo en ellas y las considero inseparables del modo de vida que a mí me convence, creo que es un logro al que no podemos renunciar y por el que merece la pena luchar.

Y aunque no creo que debamos imponerlas a nadie, pues en mi opinión ello supondría una contradicción insalvable, ni que podamos hacerlo, pues creo que es un camino que uno debe recorrer por sus propios medios si pretende encontrar alguna recompensa en la meta, sí estoy convencido de su bondad y su conveniencia, por así decirlo, universales.

2. Ellos.

Lejos de pensar que la suya sea una opción libremente elegida, creo que la sociedad de la mayoría de los países musulmanes está efectivamente muy atrasada. Y no sugiero con esto que Islam sea sinónimo de retroceso y barbarie, ni mucho menos, pero sí que el modo en que actualmente se vive esta religión en la mayor parte de esos países, con un dominio cada vez mayor de las interpretaciones más integristas y las tendencias más islamistas (esto es, las partidarias del estado islámico, de la total conjunción entre poder temporal y poder religioso), es síntoma y consecuencia de ese atraso.

Atraso material, pero atraso también cultural y social, por falta de acceso al conocimiento (a todo, no sólo al nuestro, también al propio), por unas limitaciones para el desarrollo del individuo que hacen que las nuestras sean menudencias, por no contar más que con una limitada, sesgada y manipulada (de nuevo, la nuestra resulta, por comparación, casi la panacea) fuente de información, por vivir de espaldas al resto del mundo y desconocer, por tanto, otros modelos alternativos de sociedad, etc.

Y este, para mí, atraso, se hace evidente a diario. A diario: tiranías, falta absoluta de libertades, sistemas penales comparables a los de nuestra Edad Media, delitos de pensamiento, delitos de opinión, identificación de leyes y creencias, pobreza extrema, incapacidad para sacar partido a los propios recursos, contrastes inauditos entre las distintas clases sociales, poco valor de la vida de algunos, inseguridad, inestabilidad social, etc. No puedo aceptar en absoluto la idea de que algo de esto pueda responder a una libre elección, a una decisión voluntaria, y por el contrario estoy, como digo, convencido de que no obedece más que a un abrumador retraso (retraso sobre cuyo origen, causas y culpas no pretendo opinar, que bastante tengo con esto).

3. El sentimiento de ofensa.

Los musulmanes no son los únicos que se ofenden por cosas así.

Nosotros, los civilizados europeos, no nos enfadamos sólo cuando se nos insulta personalmente o se insulta a quien nos importa; también lo hacemos si entendemos que ciertas ideas y conceptos fundamentales para nosotros, o los símbolos que los representan, por muy abstractos y subjetivos que sean, son atacados. Tanto es así, que algunos de estos ataques están penados por la ley.

Personalmente, creo que cuanto más culto (¡ya estamos!) es alguien, más difícil es que se ofenda por cuestiones de esta índole, pero a nuestro alrededor sobran ejemplos de susceptibilidades individuales y colectivas heridas por acciones, palabras u omisiones que para otros no podrían ser más inocentes.

Ocurre en esta ocasión que, juzgado por nuestros patrones, a muchos de nosotros su sentimiento nos parece excesivo, desmedido (pero fíjense en las declaraciones de algunos líderes religiosos europeos y comprobarán que ni siquiera en esto estamos de acuerdo) y casi irracional.

Personalmente, creo lo mismo de otros sentimientos que me rodean y que casi a diario protagonizan nuestra actualidad informativa. Y, ni que decir tiene, de muchos de los que hasta hace poco, y durante siglos, nuestros antepasados consideraban incuestionables y, en ocasiones, sagrados. Pero eso no me impide darme cuenta de que, en aras de una convivencia pacífica y soportable, debo medirme a la hora de opinar sobre ciertos asuntos, y mostrar, siquiera formalmente, cierto respeto a muchas de esas ideas y creencias. Y sé que, en muchas ocasiones, si yo no me acuerdo de hacerlo la ley me lo recordará.

Y, naturalmente, no estoy hablando de traicionar mis principios, ni de volver a las tinieblas, ni de desandar lo que tanto trabajo ha costado andar. Estoy hablando de respeto, estoy hablando de que, en el (interminable) camino hacia lo que para mí es el objetivo a alcanzar, uno ha de ser firme en lo esencial pero, a la vez, debe saber templar gaitas, contemporizar, o como quieran llamarlo, pues de otro modo ese camino acabará regado de sangre (más de lo que lo está, si cabe).


4. Un inciso: La libertad de expresión.


¿Están cuestionando nuestra libertad de expresión, o el uso que de ella hemos hecho?

La libertad de expresión garantiza el derecho a (resumiendo) hablar, no proporciona inmunidad frente a los efectos de nuestras palabras.

Apelar a la libertad de expresión cuando nos enfrentamos a una protesta por algo que hemos dicho, publicado, o emitido es como si, tras pegarle un tiro a alguien, decimos que tenemos licencia de armas.

Nosotros somos responsables de las consecuencias del ejercicio de nuestros derechos y libertades. Y yo creo que aquí nos están exigiendo, con razón o sin ella, responsabilidades.

5. Su reacción.

Tengan o no motivos para ofenderse, sea lógica o no su indignación, creo que el verdadero problema (y el motivo por el que estamos prestando atención a este asunto; si no, tal vez nos habríamos reído un poco de ellos y punto) es cómo han reaccionado.

Porque han optado por una vía que nosotros hemos dejado de considerar (esto es tan, tan, tan matizable y yo tengo tan poco tiempo...) una alternativa válida: la violencia (ya, ya sé cuántos contraejemplos nuestros me pueden poner, y recientes; hablo, en fin, más de nuestros deseos que de nuestros actos). Y ante esto, yo soy partidario de que nuestra postura sea la de rechazo firme y unánime, y la de apoyo incondicional a los amenazados (ante esto, ante el riesgo físico, insisto).

6. De nuevo ellos, sus sentimientos y su reacción.

Si en mi día a día, sin salir de mi entorno ni de mi cultura, me enfrento a situaciones que exigen mano izquierda y me obligan a morderme la lengua (para no reírme, generalmente) para no empeorar las cosas, si me callo ante actitudes y mentalidades que no comprendo e incluso llego a considerar ridículas, cuando no denigrantes, ¿qué no tendré que hacer si creo que quien tengo enfrente no está a mi nivel, si presumiblemente no me puede comprender, si no habla mi mismo idioma ni juega al mismo juego que yo?

¿No debería demostrar mi supuestos cultura y civismo para entenderle e intentar convencerle, en lugar de usarlos como podio desde el que amonestarle?

Desde luego, habrá un límite entre ese respeto, esa tolerancia, y la tan denunciada bajada de pantalones. Y ese límite no se puede traspasar sin poner en peligro los principios de nuestra convivencia ni los logros fundamentales de nuestra sociedad.

¿Pero supone pedir disculpas por ofender su sentimiento religioso traspasar ese límite? ¿Y repetir la ofensa públicamente es de verdad defender nuestros principios?

Yo lo dudo.

Creo mucho más digno, valiente y necesario sacar pecho en otras lides y ante otros enemigos, más cercanos y poderosos, pero más sutiles.


En cuanto a la violencia, y una vez dicho lo dicho en el punto 4, repito lo que dije en su día: ¿de qué nos sorprendemos?

Ayer hubo otro atentado, o lo que sea, en Pakistán; murieron ocho personas. En Túnez el presidente suele ganar con el 98% de los votos; en Siria, Libia o incluso Egipto la situación política es similar. Hace décadas que en la India se matan hindúes y musulmanes, de mil en mil, por lo que ellos creen que son motivos religiosos. En Palestina ha ganado las elecciones quien las ha ganado; enfrente, un país apela al Antiguo Testamento para justificar su existencia; y entre ambos llevan muertes y tragedias sin cuento. En Arabia Saudita rige la ley islámica más retrógrada que imaginar quepa. En Líbano, hace poco, se cargaron al primer ministro con el apoyo del país vecino. En Afganistán la sociedad apenas ha cambiado desde la derrota de los Talibanes, los cuales no fueron combatidos por ninguna de las atrocidades que impusieron a su pueblo, sino por meterse con quien no debían.. Etc., etc., etc.

No voy a hablar de culpas, ni de justificaciones, ni siquiera (esta vez) de causas; sólo diré que ésa y no otra es su realidad. Una realidad en la que la violencia es una presencia diaria que no sorprende a nadie, y en la que hablar de libertad de expresión, o de culto, o incluso del derecho a la vida, es en muchas ocasiones una pura entelequia.

Y nosotros todo eso lo sabemos; o deberíamos saberlo. No juegan en nuestra liga, sus reglas no son las nuestras, su mundo no es el nuestro. ¿Es que no nos lo creíamos? ¿O es que mientras no nos afecta nos da igual?

Yo ya he dicho que creo que si nos interesa que eso mejore, y que además lo haga lo más rápidamente posible, deberíamos contribuir a ese cambio.

Y, si no (porque muchos dirán que no es asunto nuestro y que no tenemos obligación alguna hacia ellos), tendremos que esperar que evolucionen a su ritmo... si es que lo hacen. Y, mientras, sufrir las consecuencias cada vez que éstas sobrepasen su ámbito natural, superen nuestras defensas, y nos salpiquen.

7. Limitadas conclusiones:

Firmeza ante la violencia, sin duda.

Cuando de verdad estén en juego nuestros principios, luchemos por ellos. Cuando no lo estén, demostremos en nuestro trato con los demás que de verdad somos cultos y avanzados (y no nos pongamos a su altura).

Nos conviene (por si a alguien no le bastan otros motivos) que el resto del mundo viva bien. Nos va la vida (y las libertades, y nuestra civilización) en ello.

Este blog se las apaña muy bien sin mí, por lo que veo...

3.2.06

Yo, por suerte, también soy danés.

La reacción islamista a la publicación de las a estas alturas famosas caricaturas de Mahoma, en la prensa danesa primero y en varios periódicos europeos después, me parece completamente inadmisible. Me parece propia de descerebrados e ignorantes.

No sé si ha quedado claro:

La reacción de los islamistas radicales a la publicación de las caricaturas de su profeta me parece completamente inadmisible. Es más, me parecen unos verdaderos chalados, y me alegro de que estén muy lejos de aquí.

(Verán cómo al final no habrá quedado claro)


Ahora bien, hay dos aspectos de la contrarreacción que no acabo de entender:

a) La sorpresa y el rasgado de vestiduras:

La sociedad de los países islámicos es, en términos generales y salvo honrosas y escasas excepciones, una sociedad atrasada en el sentido más amplio y triste de la palabra, con una base de población inculta e ignorante; y como tal se comporta. Esto se pone de manifiesto, en particular, en el modo en que viven su religiosidad.

¿De qué nos sorprendemos?

Una sociedad con esas características reacciona así, tal y como lo ha hecho (si alguien no lo cree, que abra un libro de Historia y lo compruebe). Y mientras la situación no cambie no podemos esperar de ellos comportamientos más afines a los nuestros.

Ante eso, tenemos dos opciones: intentar acelerar ese cambio, su progreso, su modernización, o dejar que dicha evolución siga su ritmo natural, con sus avances y retrocesos y sus dificultades. En el segundo caso, debemos ser conscientes de que será un proceso lentísimo, y de que, como nosotros seguiremos (es de esperar) avanzando, el desfase nunca desaparecerá del todo, ni por tanto los desencuentros, que ambas partes continuaremos sufriendo. Si la opción elegida es la primera, los problemas serán los mismos pero cabe suponer que durarán menos tiempo.


b) El fariseísmo:

- La blasfemia fue despenalizada en España en el año 88. No estaba penada con la muerte, es cierto; pero en su momento ya lo creo que lo estuvo.

- Las ofensas a la bandera nacional y al resto de las oficiales, así como a otros símbolos del Estado, están penadas.

- No se pidió la cabeza de nadie por ello, pero una foto en la que alguien posaba con una corona de espinas no fue, ni mucho menos, bien aceptada por buena parte de nuestra sociedad.

- Hace menos de dos años las presiones de ciertos sectores de nuestra sociedad obligaron a retirar una obra de teatro titulada “Me cago en Dios” (les recuerdo que una de las caricaturas muestra a Mahoma con una bomba por turbante, lo cual también es explícitamente ofensivo, en mi opinión).

- En España se ha llevado (o se lleva) a cabo un boicot a los productos de cierta región. Las razones aducidas para ello han sido principalmente económicas, pero ha habido quienes lo han defendido basándose en lo que consideraban un ataque a un concepto abstracto para ellos intocable.

- La Conferencia de Obispos Católicos Nórdicos se ha solidarizado con la comunidad musulmana y ha calificado la publicación de las caricaturas de “ataque a la religión”.

- El gran rabino de Francia ha dicho que compartía la cólera de los musulmanes por lo que consideraba una humillación, un desprecio y una provocación.

Así que no me parece que, en este asunto como en tantos otros, sea todo blanco o negro.

Defiendo la libertad de expresión, se exprese quien se exprese. Condeno la intolerancia (que no es lo mismo que la indiferencia o la imparcialidad) religiosa o ideológica, sean cuales sean las fes e ideas demonizadas (y no digamos si esa intolerancia se convierte en persecución). Y estoy convencido de que la religión y la religiosidad no deben traspasar nunca las fronteras de lo privado.

Y creo, además, que si le queremos pedir peras al olmo lo mejor es que plantemos perales. Si no, seguiremos recogiendo... ¿sámaras?