30.9.11

Entre padres e hijos

[De la mano del prestigioso inquisidor Portorosa nos llega una nueva entrega de su aclamada serie Juzguen al juez]

He pontificado varias veces sobre cuestiones de paternidad. Es bien fácil señalar defectos; sobre todo de los demás.

Y hoy lo haré una vez más.

De entre las muchas críticas que se me ocurren observando y observándome, hay dos que se repiten:


1. Hacer la pelota a los hijos

Que es diferente de mimar. Mimar está también muy mal, pero se hace desde una posición de superioridad, lo hace quien manda. Hacer la pelota, en cambio, solo es posible cuando la relación de fuerzas, como mínimo, no se tiene clara.

Hace décadas, los males de la paternidad eran otros bien distintos; y no seré yo quien eche de menos ningún tiempo pasado, en este tema. Pero me parece que ahora a veces cojeamos del pie contrario.

Creo que hoy en día es bastante habitual encontrarse con padres [entiéndase como genérico: padres y madres] que no dominan a sus hijos, y que por tanto temen que en cualquier momento la situación se les vaya de las manos. Es fácil verlos, en consecuencia, atrapados en un continuo poner paños calientes, en un continuo tratar de tener al niño contento, y así mantenerlo tranquilo. Porque si el niño se cabrea, es la debacle.

Nunca me resultó tan evidente este problema como cuando, hace un par de veranos, fuimos los niños, su madre y yo a Disneyland París. En un sitio donde se supone que las cosas deberían ser más agradables y fáciles, los ánimos deberían estar no ya calmados sino radiantes, y sería lógico esperar que los niños estuviesen contentos y encantados de estar allí (y agradecidos a sus padres por haberlos llevado); en un sitio así, digo, cada vez que nos sentábamos a tomar algo o hacíamos cola y tenía la oportunidad de escuchar conversaciones familiares ajenas (la mayoría de españoles, por cuestiones lingüísticas), me sorprendía oyendo amenazas patéticas, promesas angustiadas y ruegos ansiosos, destinados a mantener a los niños bajo control. Porque demasiados padres no podían permitirse una escalada del conflicto, pues carecían de la suficiente autoridad sobre sus hijos para ponerle solución.

No estoy hablando de prevenir y evitar con buen criterio los problemas, que normalmente es lo que hay que hacer, sino de recurrir a cualquier concesión (como mínimo poco defendible, y a veces claramente contraproducente) para que el niño se dé por satisfecho. Vamos, lo que es hacer la pelota.

Me parece que no es necesario explicar las consecuencias que algo así puede tener. Y no solo en la adolescencia.



2. Necesitar que se alegren mucho de vernos, y tratar de convencerlos de ello

Ya sé que suena un poco tonto, esto, pero es que se trata exactamente de eso. Y de verdad que creo verlo muchísimo, sobre todo en una situación muy corriente: al recogerlos en el colegio.

En el momento del encuentro, hay caras (casi todas) de lógica alegría, y respuestas más o menos expresivas por parte de los niños. Quizá estemos todos un poco chalados, pero la verdad es que yo creo que nos alegramos mucho de verlos.

No me refiero a eso, claro.

Me refiero a esas caras (y aquí viene la parte en que todo se basa en mis propias observaciones/deducciones subjetivas e indemostrables), todas ansiedad, que están diciendo, con una sonrisa de joker y unos ojos como platos bajo unas cejas de delatora concavidad, ¡¿A que verme es lo más alucinante que te podía pasar, y para ti es TAN importante como para mí?! Caras acompañadas de aperturas de brazos propias de reencuentros postergados durante años, que normalmente acaban degenerando en un tirón al niño para que ¡nos abrace, hombre! Y continúa la sombra de duda en la mirada imploradora, buscando una señal...

Y hay otra variante, que sabrán ustedes reconocer: necesitar que se entristezcan cuando nos despedimos de ellos, y tratar de conseguirlo.

Los abuelos también hacen bastante eso, pero ellos son abuelos y tienen excusa. Lo preocupante es la neurosis de los padres.

Demasiadas expectativas, demasiada ansiedad.

Es lógico que necesitemos que nos quieran. Lo ilógico es no dejar de dudarlo. Porque así es imposible hacer las cosas bien, con un mínimo de cordura y equilibrio.


Tanto el mal 1 como el mal 2, que por supuesto admiten grados y pueden no pasar de anecdóticos o llegar a convertirse en problemas serios, surgen en mi opinión de nuestra inseguridad como padres (y, en el fondo, de nuestra fragilidad general). Y nuestra inseguridad, ese sentirnos débiles, nos hace muy poco fiables.

28.9.11

Test de futuro

Este fin de semana volvimos a Vicedo. Tuvimos dos días de sol como no había habido en todo el verano, y pasamos las dos mañanas en la playa.

Antes, el viernes, los niños me pidieron que les dijese cosas que dibujar; y hablaron (no sé bien de dónde sacaron la idea) de un test. Y se lo hice. Mientras cenábamos me lo comentaron [ya saben, si pinchan en las fotos se amplían]:

1. Dibuja a tu mejor amigo


Carlos dibujó a C.
Paula, a R. y a C., su novio (¡desde hace cuatro cursos!).


2. Dibuja la casa donde te gustaría vivir de mayor

 


Carlos dibuja Vicedo: Esto te va a gustar, ¿eh, papi?
Paula, un piso en la ciudad, para estar cerca del trabajo.


3. Dibuja tu propia familia de adulto


Quique, no sabemos (ni Paula) quién es. Pero deja las puertas abiertas. Los nombres de sus dos hijas los tiene muy claros.

- ¿Carlos, y tú no tienes mujer?
- Rompí con ella.


4. Dibújate en tu trabajo


Carlos va a ser periodista, como la madre. Y se va a llevar el perro al trabajo.
- ¿Pero tú no ibas a ser un científico loco?
- Ya, ¿pero no se puede ser dos cosas?

Paula va a ser profe de infantil (aunque puse una cuenta).
- ¿Cuántos años voy a tener, en 2030?
- Veintisiete.
- Bueno, bien.

25.9.11

Sogdios, para Jesús Miramón

Esta mañana, en la playa, tras el que quizá haya sido mi último baño de este año, terminé el libro de Thubron, El corazón perdido de Asia.

Poco antes del final el autor narra un encuentro con dos pastores del valle del Yagnob, un remoto lugar en las montañas del noroeste de Tayikistán, en la cuenca del río Zerafshán. Thubron sospecha que en aquellas aldeas, inaccesibles seis meses al año y secularmente aisladas, todavía se habla un dialecto del sogdio, la antigua lengua de Persia. Nada más leerlo pensé en Jesús Miramón:

Durante meses había cargado un magnetófono en la mochila sin utilizarlo, pero ahora lo saqué y le pedí al anciano que hablara.


Se puso un poco nervioso. El único sonido era el murmullo del río. Luego empezó a hablar como en un ensoñamiento: una lengua huidiza, llena de guturales y de suaves oclusivas, y una triste y rítmica energía. Se concentró como quien recuerda una canción, con los ojos bajo aquellas peludas cejas negras y las rodillas cogidas por unas manos grandes y manchadas. Tenía los ojos fijos en las luces parpadeantes del magnetófono. El joven se unió a él en un tono murmurante y se sumió en las mismas cadencias melancólicas, hasta que todas sus frases parecieron marchitarse de desilusión.


Yo les escuchaba sin apenas dar crédito. Aquello, pensaba, era el último eco de los gritos de batalla proferidos hacía 2.500 años por los ejércitos de los grandes reyes en Maratón y en las Termópilas. Aquello era lo que quedaba de los himnos de los sacerdotes de Zoroastro o de las peticiones de los sátrapas persas a Alejandro Magno. Sin embargo, lo hablaban unos empobrecidos pastores de cabras de las montañas del Pamir. (...)


Pensé que debían de estar declamando una poesía o una leyenda, pero no, según dijeron en un ruso vacilante, simplemente estaban hablando de la dureza de sus vidas. (...) En cuanto al pasado, el anciano sabía que su pueblo había sido empujado hasta allí por invasores y que había llevado consigo registros en pergaminos de piel de caballo. Pero era muy vago respecto a las fechas.

Ese tono admirado del autor ante algo que le resulta tan evocador me recordó a muchos textos de Jesús, que también se asombra, lúcido y cautivado, de la vida y de los hombres. Y pensé que le gustaría.

El libro me ha encantado. Es literatura de viajes, y ofrece una visión de las sociedades, de la historia y de la naturaleza de los sitios que recorre, pero sobre todo Thubron nos habla, sin cesar, de personas.


24.9.11

1. E, 2. E

1. Economía

Yo, de economía en general y de la crisis en particular, como ya he repetido con sospechosa insistencia, no sé apenas nada. Si acaso, que no sé nada (lo cual me sitúa en ventaja, con respecto al 99% de la población opinante), y otra cosa más: que esto poco tiene que ver con la economía de toda la vida; que ni surge de los mismos problemas, ni evoluciona igual, ni se soluciona con las mismas herramientas.

Es más, yo diría que esto no se soluciona, que el sistema no se arregla: se sustituye. Pero no sé, lo mismo es una simpleza.

En cualquier caso, pocas cosas dan una idea tan clara de la sinrazón en la que estamos sumidos como las anunciadas medidas del gobierno griego para hacerse merecedores de otro rescate. Una de ellas, según el ministro de Finanzas, consistía (no sé si finalmente se ha llevado o llevará a cabo, pero que se plantee es suficiente) en despedir a unos 100.000 empleados públicos.

A mí no me cabe duda de que en Grecia las cosas se deben de haber hecho muy mal; que deben de llevar décadas de cachondeo, despilfarro, corrupción e ineficiencia. Tampoco me cabe ninguna duda de que el que presta dinero debería saber a quién se lo presta y valorar las consecuencias; y que, si no es así, es igual de torpe o de malintencionado.

El caso es que a Grecia no se le pide que ponga orden y sanee su economía; no se le exige que decida qué debe hacer, y cómo, para cambiar su curso. Grecia lo que tiene que hacer es conseguir dinero como sea para pagar (a los bancos) esas deudas desmedidas. Y para ello se le obliga (como decía Erik el Rojo) a suicidarse a medio plazo.

Hasta ese punto hablamos de finanzas (malévolas finanzas) y no de economía.

Es decir, que esas medidas no solo no supondrán un freno a su crisis, sino que la agudizarán; no solo no pretenden ser soluciones con calado, sino que la condenan, la hunden todavía más en el pozo en el que se encuentra.

Como si al ver a un yonki en las últimas, en lugar de intentar rehabilitarlo negociásemos con él el precio de otra dosis más.

¿Estoy muy equivocado?




2. Educación

Reducir los gastos en educación es una locura. Otro suicidio.

Lo que deberíamos hacer es aumentarlos, a ver si nuestros hijos no son tan burros como nosotros y hacen las cosas mejor.

Con respecto a la situación del profesorado, y a su huelga, explicarla como una protesta por tener que trabajar dos horas más a la semana es, evidentemente, una falacia.

Para empezar, yo quiero que los profesores de mis hijos sean lo mejor posible; y, entre otras cosas, que estén motivados, que tengan medios, que tengan tiempo, y que además sean el resultado de un buen proceso selectivo al que opten cuantos más y más preparados, mejor (o sea, que estén bien pagados). Eso, de entrada. Y si tienen unas vacaciones estupendas, me alegro por ellos.

Pero es que, además, lo que los actuales recortes y cambios suponen no es solo, ni mucho menos, ese aumento de dos horas. Esas dos horas se aumentarán, es verdad, pero aun encima no solucionarán nada. Lo que esas decisiones suponen es que no haya profesores de apoyo, que no se contraten sustitutos (eso ya se hacía, me temo, si la baja no pasaba de quince días; quince días durante los cuales los niños eran atendidos por profesores de guardia, que no les daban clase; no sé si ahora será peor), o que no haya personal auxiliar.

Aquí, en mi ciudad, una amiga tiene una clase de 25 niños de 7 años, que incluye un hiperactivo, un niño con síndrome de Down y dos repetidores (dos repetidores de 1º de Primaria, ojo; es decir, niños con problemas personales o familiares que hacen que requieran una atención especial); y este año se las tiene que apañar ella sola. El hijo de unos amigos, en 6º de Primaria, se ha quedado sin profesores especialistas; menos inglés y educación física, todas las asignaturas se las da la misma persona: lengua castellana, gallego, matemáticas, ciencias (o como se llame)... Y no son dos casos excepcionales, sino ejemplos representativos.

Profesores que no pueden atender a sus alumnos como deberían, y que tienen que enseñarles contenidos que no dominan.

¿Queremos eso?

¿Me equivoco de nuevo? Porque, si no me equivoco, los que deberíamos ir a la huelga somos los padres. En defensa, no de los docentes, sino de nuestros hijos.


23.9.11

Mitología

Jugar a los animales consiste en que alguien piensa en uno cualquiera y los demás, haciendo preguntas a las que solo se puede responder sí o no (¿es mamífero?, ¿tiene plumas?, ¿vive en los árboles?...), deben adivinar cuál es. Jugamos mucho, los niños y yo.

Pero a veces inventamos variantes: personas conocidas, comidas... Ayer Carlos quiso jugar a animales mitológicos.

Pensó en un grifo. Ganó.


13.9.11

Animales encadenados

[Este NO es un post de denuncia del maltrato a animales]

Carlos: En vez de a palabras encadenadas, jugamos solo con animales, pero encadenados, ¿vale?
Yo: Vale. Empiezo: rata.
C: Tapir.
Yo: ... Piraña.
C: Ñandú.

Y perdí.



12.9.11

Literatura de viajes

En El corazón perdido de Asia, que tan despacio estoy leyendo, no he subrayado casi nada.

Me está gustando mucho, o bastante, pero el interés es sobre todo documental. Estoy aprendiendo mucho (o bastante) sobre todo aquello: Gengis Kan, los kanatos, Tamerlán, el Islam más moderado de allí, sus ciudades santas, etc.; que es lo que quería. Literariamente, en cambio, yo no sé si por él o (me da la impresión) por la traducción, deja un poco que desear, para mí.

Sin embargo, de vez en cuando hay algún párrafo, generalmente centrado no en grandes sucesos ni en monumentos, sino en encuentros con gente normal y corriente, que me encanta.

Aquí Thubron está con una familia a la que no conoce, y con la que se ha puesto en contacto por una amiga suya, Fátima, turca, que en Inglaterra le había dado sus señas. Para ellos su presencia es un acontecimiento excepcional (en los dos sentidos de la palabra), y a la cena todos los hombres (siempre los hombres) lo rodean:

Preguntaron formalmente por Fátima, que empezó a adquirir entre nosotros una presencia mística. Muchos de ellos solo la conocían de óidas, pero se pusieron tristes cuando les dije que se había separado de su marido y se mostraron interesados por su coche y por su casa, animándose cuando les dije que estaba teniendo éxito con el periodismo. A veces, bajo la presión de sus preguntas, me sorprendía reinventándola para complacerles. Expresé su entusiasmo por volver a Uzbekistán, pero les dije que no sabía cuándo podría ser. Les pregunté de parte de ella por sus niños y sus notas escolares. Ellos contestaron con sobrio orgullo. Sí, les dije, ella estaba muy bien, no les había olvidado, y sus rostros mostraron hileras de dientes plateados.

Y creo que al final lo importante es siempre eso. Podemos ir al fin del mundo, y buscar solo personas. O no sé si a nosotros mismos, en nuestras relaciones con los demás.



9.9.11

Con la comida no se juega

O no se debería.

Pero se hace.

A lo mejor ustedes, como yo hasta hace apenas un par de semanas, tampoco sabían de esta aberración: resulta que, además de por la sequía (agravada por los efectos del cambio climático), los conflictos bélicos, el absoluto desgobierno y el consiguiente caos organizativo (causas todas ellas ciertas), y en mayor medida si cabe que por ellas, la actual hambruna del Cuerno de África, como otras pasadas y futuras, está provocada por la especulación pura y dura con los precios de los alimentos.

"Efectos colaterales no deseados del mercado", lo consideran.


Por favor, lean este artículo, publicado originalmente en Der Spiegel: El hambre cotiza en bolsa.

Creo que cada vez es más evidente que el cambio necesario es de objetivos, de prioridades, de metas admisibles. Y que mientras, mientras no cambiamos de juego, alguien tiene que poner y hacer cumplir unas reglas aceptables.

Ese alguien son los políticos. Y los políticos harán lo que nosotros les hagamos hacer.