31.12.16

Nuevo año

Puede que esta haya sido la primera Nochebuena en que no he dejado aquí un post de felicitación. Como no ha sido por nada malo, sino casi casi todo lo contrario (estoy con los niños y vivo menos virtualmente), supongo que dice más sobre el estado del canal (que va poco a poco perdiendo fuelle, desde hace tiempo) que sobre el mío. 


No obstante, no quiero que pase también el Fin de Año sin deciros que os deseo un muy feliz 2017, y sin daros las gracias por leer esto. 

Espero que todo nos vaya bien. Pongamos, de todos modos, un poco de nuestra parte. 

Besos y abrazos. 

18.12.16

Táboa Redonda: Normal y corriente


 

Normal y corriente

“Hombre soltero de 54 años, normal y corriente, busca mujer sincera para relación estable”.
Ese fue el anuncio que me encontré el otro día hojeando la prensa en una cafetería. Era una tarde de un día festivo, anticipo de las Navidades, y la calle estaba llena de gente de compras, paseando y saludándose.
Normal y corriente.
Dejando al margen la cuestión de cuánta normalidad cabe en poner un anuncio por palabras en la sección de contactos de un periódico, ¿quién se presenta, se describe, se intenta publicitar, como alguien que no tiene nada de especial?
Con cincuenta y cuatro años, parece probable que esa soltería sea el resultado de un divorcio. Pero, lo sea o no, da la impresión de que para llegar a ese anuncio han tenido que pasar años de pocas alegrías. Un grito de desesperación, pensé yo enseguida, un lamento desmoralizado: “¡Soy normal, por el amor de Dios, y quiero estar con alguien también normal! ¿Es tanto pedir?”. Pero tal vez no, tal vez sea el único sincero de la página -como la mujer que busca-, de los pocos que se conocen bien, y no haya encontrado nada más que decir de sí mismo. O tal vez haya comprendido, de vuelta de todo, que no hay nada excepcional en nadie y cualquier explicación es una ilusión.
Aaron Copland compuso en 1942 su “Fanfarria para el hombre común”. Philiph Roth habla al principio de “Me casé con un comunista” de la obra de posguerra “Con una nota de triunfo”, del escritor radiofónico y guionista Norman Corwin, y de su sujeto sin importancia. Ambas recogen y ensalzan esa idea tan yanqui de la valía del hombre de a pie, obrero de Detroit, tendero de Boston o granjero de Kansas y verdadero héroe moderno. Si la sociedad norteamericana respondiese a la imagen que de ella dan algunas novelas de Roth, aquel país no dejaría de dar al mundo generaciones apabullantes de filósofos y pensadores. Dado que parece no ser para tanto, supongo que hay que leerlo con reservas; pero, aun así, algo debe de haber, o debe de haber habido en algún momento. Algo que hacía que algunos jóvenes pensasen en su vida, en su formación y en sus decisiones en términos trascendentes, casi épicos. La épica de una vida cualquiera.
Normal y corriente, se reconoce ese hombre que no pide otra cosa que compañía y que arrastra, como mínimo, el cansancio de tratar de aparentar lo que no es. Un hombre capaz de la proeza de saberse simplemente uno más."
 

11.12.16

Táboa Redonda: Aquí de noche




Aquí de noche


"Los personajes de algunas series llegan a ser como viejos amigos, como de la familia. Y cuando, con las letras (como decíamos antes) del principio, nos los van mostrando a todos, sonriendo y cada uno en un gesto característico, pasa como cuando dejas un lugar de trabajo o acabas un curso de algo y hay una cena de despedida, y a lo mejor un tarjetón donde firman todos, que parece que eran estupendos y todo ha sido genial. Acabo de ver un par de capítulos de “El Ala Oeste de la Casa Blanca” y, al empezar y ver uno a uno a los actores principales, los he echado de menos por anticipado y me ha producido cierta tristeza, nostalgia. El colmo de la nostalgia, porque ni se han ido ni existen. Será la que nos provoca lo que sabemos que no va a suceder nunca. Al fin y al cabo, no es tan ilógico añorar algo que nunca hemos tenido.

Mi hijo Carlos me preguntó el otro día, cuando íbamos los dos en el coche, cómo sería estar muerto. Que él lo pensaba mucho. Tuve que hacer un esfuerzo para dejar que siguiese hablando.

Jaureguízar, nuestro coordinador, ha escrito que pasamos la vida asumiendo que no se cumplirán nuestras ambiciones infantiles; lo cual me parece verdaderamente brillante y terriblemente triste. Pienso mucho en mis ambiciones incumplidas, yo, y el origen de casi todas lo coloco en mi infancia. Y no me doy cuenta, aunque el tiempo vaya pasando y las decepciones de ciertos logros me lo confirmen una y otra vez, de que lo importante está a mi lado esperando por mí.

Que si sería como dormir. Y yo intentaba no oír.

Pasa el tiempo, sí. Mi padre me habla maravillado de la capacidad de escuchar con placer el tic-tac de un reloj una tarde entera. Y me atrevo a pensar que el mundo se divide, también, entre los que pueden hacerlo y los que no; los que están en posesión de esa calma y los que precisan despistarse. Y me pregunto en qué lado estoy yo, y de qué depende. Anteayer estaba expectante porque iba a pasar unos días sin los niños y, por primera vez en años, no tenía que estudiar. Contaba con sacar, pese a todo, algo bueno de la situación. Esta tarde, sin embargo, la angustia ya ha desplazado cualquier espejismo de bienestar. Lo que me lleva a preguntarme por enésima vez y con preocupación si, cuando Paula y Carlos ya no me necesiten, yo los seguiré necesitando tanto a ellos.

Que, por si acaso, a él le gustaría que le metiesen en el ataúd un gato que tiene, de madera, contra las pesadillas. Para, si es como dormir, al menos no tener malos sueños. Y yo miraba para delante, al tráfico, y tragaba saliva."
 
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4.12.16

Táboa Redonda: Si se vuelve al sortilegio

En el fondo, esto no es más que un alegato, un tirarse de los pelos, contra la credulidad tonta que parece no haber mejorado nada con los años ni los siglos.

Harto, estoy.





Si se vuelve al sortilegio


"Ya a principios del siglo pasado, Chesterton dijo: “Desde que los hombres no creen en Dios, no es que no crean en nada, es que creen en cualquier cosa”. Y la frase es tan buena que la verdad es que poco más hay que explicar, pero yo tengo una columna que rellenar.

Dado que la religión ha tenido siempre, a lo largo de la Historia, un papel central en nuestra cultura, sería absurdo pretender que la necesidad de creer en algo es hoy en día mayor que antes. Pero lo que muy probablemente sea cierto es que tampoco es menor: seguimos teniendo un vacío que llenar, un vértigo que contener, y buscamos seguridad donde podemos. Tal vez ni siquiera haya motivos para pensar que ahora el fenómeno se ha diversificado y los objetos de nuestras fes son más numerosos y variados; al fin y al cabo, la oferta de cultos en la antigüedad era pasmosa (lo compruebo estos días leyendo las “Memorias de Adriano”, viendo la profusión de ritos a los que asistía el emperador allá donde iba). La diferencia, creo yo, radica en el paradójico contraste actual entre el cientifismo general de la época, el alejamiento mayoritario de la religión, por un lado, y, por otro, la facilidad para abrazar cualquier otra creencia, por esotérica que sea, con tal de que venga camuflada bajo una capa de seriedad.

Hace años, una amiga me dejó anonadado al decirme que a ella la religión le parecía un cuento para niños, pero que en la Astrología sí creía. Y sin duda es un ejemplo muy significativo, pero no es frecuente que se llegue tan lejos. Lo habitual es defender con argumentos aparentemente científicos propuestas y opciones completamente acientíficas. Propuestas a las que se les da un baño de racionalidad, que se disfrazan con terminología y un cierto estilo, cuando en realidad entran de lleno en el terreno de la fe, la superstición o la simple superchería. Y es una pena.

No es que yo no acepte un planteamiento vital donde quepa lo irracional, ni mucho menos; lo que no soporto, lo que hace daño, es el gato por liebre. Si usted cree en los chakras, que el Gran Cañón lo hizo Dios con el dedo, en los beneficios de hablar con las plantas o en el poder sanador del rojo carmín, allá usted. Ojalá le funcione. Pero no me saque un libro de un tío que pasó de lobo de Wall Street a discípulo del Dalai Lama, y que tras dos meses de estudios muy serios en el sótano de su casa descubrió que solo debíamos comer alimentos que empiecen por hache, y nos lo demuestra científicamente. No, de científicamente, nada. Y no hemos llegado hasta aquí para esto."


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