29.5.17

Táboa Redonda: Con tilde en la i


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 28 de mayo de 2017


Con tilde en la i




"El portal huele a humedad y a viejo. Subo las escaleras a oscuras, paso el entresuelo y llego al primer piso. Empujo y entro. El suelo es de terrazo, distinto en el pasillo y en las habitaciones, y las paredes están empapeladas en blanco. A mis espaldas, un armario de capitoné granate. De una habitación sale una señora vestida con una chaqueta de punto roja y me pregunta qué quiero. Le doy lo que llevo y desaparece. Espero de pie. Hay láminas de grandes éxitos de la pintura salpicadas aquí y allá, todas excesivamente pequeñas, y en los desgarrones del papel se ve una pared marrón oscuro. Miro a los techos y me encuentro con fluorescentes de dos tipos, algunos de ellos sin varios tornillos y con la sucia carcasa medio descolgada. Los interruptores son también de los años sesenta. Las puertas de contrachapado blanco tienen el hueco del pestillo tapado con cinta aislante negra para que no se puedan cerrar. El mobiliario es viejo y el material de trabajo está almacenado en unas estanterías metálicas oxidadas que ocupan todo el piso, incluida la cocina. El cuarto del jefe es diferente: tiene muebles antiguos, estilo Remordimiento, como dice una amiga, y su suelo es el único de madera, pero gastado, sucio y descolorido. Pasa por mi lado, trajeado: es más joven que todas las mujeres que trabajan para él. Espero una media hora, durante la cual la de la chaqueta roja viene varias veces, me dice que me siente y me hace alguna pregunta. A mi lado tengo una placa eléctrica que o no funciona o está apagada, y sigo con el abrigo puesto. Oigo susurros de otros clientes en otras habitaciones: cuántas escenas de miseria habrán cobijado aquellos muros, y cuántas ruindades y secretos inconfesables de personas que me cruzo cada día por la calle conocerán esas mujeres. Al fin vuelve la señora de rojo a rematar la faena. La veo manipular su herramienta de trabajo con una lentitud y una inseguridad incomprensibles, dada la experiencia que debe de tener. Pago. Me ha dicho el precio en pesetas y después lo ha pasado a euros con una calculadora, y luego ha redondeado. Para la fama que tienen, no me parece caro. Al salir a la calle, como retornado de un viaje al pasado, me cuesta creer que en ese primer piso en el que nunca había reparado se oculte aquel antro. Parece mentira que las oficinas más cutres que he visto en mi vida hayan sido las de una notaría."

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21.5.17

Táboa Redonda: Bloomsbury y Lugo


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 21 de mayo de 2017


Bloomsbury y Lugo




"El fin de semana comenzó con la entrega de un premio a mi hija Paula por un microrrelato. En el acto, chavales y, sobre todo, chavalas leyeron sus textos: la adolescencia es siempre puro sturm und drang, da igual la época.

Acabamos de ver una miniserie de tres capítulos, una de esas series inglesas de la BBC donde siempre repite algún actor pero son tan buenos que no importa. Se titula “Life in squares” y trata, más o menos, de la vida de unos cuantos de los integrantes de aquel grupo de intelectuales tan impresionante que se llamó el círculo de Bloomsbury, entre los que se encontraban Virginia Woolf y su marido, la escritora Katherine Mansfield, el economista John Maynard Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Wittgenstein, por ejemplo.

La serie es algo lenta pero, aun así, muy interesante. Y una preciosidad. Los verdaderos protagonistas son Vanessa Bell –hermana de V. W.- y Duncan Grant, ambos pintores; y eso hace que la pintura tenga un papel muy relevante. Y la luz es en todo momento muy sugerente. Pero lo más llamativo, lo más atractivo de las tres o cuatro horas de película son unos diálogos que logran dar una sensación de sensibilidad y de profundidad de reflexión (y no se trata de charlas frívolas sobre arte, sino de enfrentarse a la desgracia) que a mí me maravillaron y me parecieron realmente inspiradoras.

Y al día siguiente, sin dejar de ser los mismos, decidimos ir a Lugo con el único propósito de comer de tapas. En las últimas dos semanas he cruzado la Terra Cha tres veces, y me ha parecido más bonita que nunca. Los tonos de verde de los árboles y los prados son asombrosos; y ahora, además, todo está lleno del amarillo de los tojos y las xestas.

En Lugo, después de los vinos y antes del paseo por la muralla entramos en la catedral, donde yo eché limosna en un peto por las benditas ánimas del Purgatorio, buscando el hilo cultural procedente de las casas de aldea donde se ponían dos cubiertos de más en Navidad, o se dejaba un leño ardiendo toda la noche de Difuntos. Limosnas para liberar almas: qué extraño concepto. Tuvimos la suerte de oír tocar el órgano. Y al salir, a Marta su hijo le dijo que, a la vista de todo aquello, él prefería creer.

Mujeres cautivadoras, literatura, pintura, paisaje, sonrisas en los bares y música vibrando entre la piedra: todo es belleza. Y ya se sabe lo que decía Ramón Trecet: es lo único que vale la pena en este asqueroso mundo."

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7.5.17

Táboa Redonda: Madrid en pintura



Madrid en pintura


"Primer café en la máquina de al lado del ascensor: en lugar de un café con leche me sale un cortado con virutas de chocolate. Son casi las doce. Subo a mi habitación a acostarme.

En llegar desde el hotel a mis clases tardo, en metro, 54 minutos. Aquí lo ven normal y a mí me pasma. Como si voy a trabajar todos los días desde Ferrol a Santiago. Lo único bueno es que garantiza casi dos horas diarias de lectura.

He venido con ganas de ver cuadros y tengo dos tardes libres. La primera voy al Prado a ver una exposición temporal, una selección de la Hispanic Society of America. Una de esas cosas que por sí solas justifican venir a la capital. Veo una Biblia de 1250, de Soissons, con una caligrafía que cuesta creer, y que obliga a pensar qué tipo de seres eran los copistas. Mejor letra que el emperador Carlos V tenían, como compruebo en una carta manuscrita a su hijo diciéndole cómo gobernar en su ausencia. Hay también un decreto suyo mandando doblar el sueldo a Tiziano. Un mapamundi de Giovanni Vespucio, el sobrino de Américo, de 1526, es un viaje fantástico en el tiempo: India Intraganges y Ultraganges, Valaquia, Etiopía superior e inferior, la Tierra de los Bacallaos colocada casi al lado de Florida, y una América que se va difuminando hasta quedarse sin costa oeste. Y, por fin, la pintura: tres Sorollas increíbles, de los cuales me llama la atención, por ser menos conocido, “Los pimientos”, con una raya de luz del sol que, junto con los remolinos del agua de “Idilio en el mar”, solo puede pintar un genio; y dos Velázquez. Me quedo diez minutos maravillado por la perfección de su “Retrato de una niña”. Goya no me gusta. Lo siento, pero ya estoy harto de fingir: no me gusta, y punto.

Al salir, veo en la verja del Ritz los precios de la terraza: la ración -100 g- de Beluga está a 520 €, y si optamos por el caviar Imperial la cosa sube a 620. Pero además hay una oferta, porque por 379 € más -999 en total- podemos añadirle una botella de champán Krug Vintage. Yo creo que la gente estos chollos no los sabe y se los pierde. Una pena.

El martes voy al Caixaforum a ver una exposición del pintor Ramón Casas, que no conocía. Principios del siglo pasado, amigo de Sorolla, Rusiñol y algún otro afincado en París. Me encanta, aunque el cuadro que más me impresiona es un retrato de Sorolla pintado por un tal Anders Leonard Zorn.

Último café en la máquina de los ascensores: en lugar de café con leche me sale un vaso de leche caliente con azúcar. Hacía unos cuarenta años que no bebía eso, y recuerdo por qué. Son casi las doce. Subo a mi habitación a acostarme."

Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 7 de mayo de 2017


1.5.17

Táboa Redonda: Desde el tren


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 30 de abril de 2017


Desde el tren




"Despedirse de vez en cuando es bueno. Para echarse de menos y -por qué no- para descansar. He conocido bastantes matrimonios que atribuían su longevidad y buena salud al hecho de separarse periódicamente por motivos de trabajo. Sé que esa moneda tiene otra cara, pero creo que en ese caso no es más que un catalizador, y no la causa. Ya decía Domenico Modugno que la distancia es como el viento: apaga el fuego pequeño pero enciende el grande.

Leo en el andén de la estación de tren de Coruña, esperando. Me voy unos días a Madrid. Oigo un ruido a mi derecha y miro, y veo que por una puerta lateral ha entrado desde la calle un globo rojo. El aire lo empuja, se acerca botando, cruza las filas de asientos y sale por el otro lado sin que nadie lo toque.

Ayer comimos en Santiago, en la calle, rodeados de casas con galería bien rehabilitadas, donde creo que no me importaría nada vivir. Lo único bueno de no haber estudiado en Compostela es que no es posible haberse hastiado. Hoy, desde el vagón, veo que sus alrededores están atestados de chalés. En demasiados, un alienígena deduciría que el habitante es el coche, a juzgar por el lugar de preeminencia que se le deja en la finca. Al parar el tren se me sienta un hombre al lado. Le huele el aliento. Me pongo los cascos pero no sirve de nada: confirmo que se trata de sentidos distintos y que el olor sigue ahí.

En algún lugar entre Ourense y León pasamos cerca de un embalse, y el reflejo del sol en el agua hace que parezcan escamas doradas. El concierto para violín de Mendelssohn le da un toque apasionado a cualquier paisaje. Más adelante, Castilla, ese misterio. Me gustaría probar cómo es vivir aquí. Y me pregunto por qué un pueblo junto al mar parece menos perdido que el mismo pueblo en medio de la llanura; pero sin duda para mí es así. No es lo mismo salir en lancha que en tractor. Estos sitios de la Meseta son la estampa de la soledad, y tengo la impresión de que, paseando por ellos, uno puede llegar hasta la última calle del pueblo y ver delante el vacío. Aunque seguro que Delibes no estaría de acuerdo. Hay que saber mirar. La población dispersa, en todo caso, garantiza que ninguna casa sea la última.

Llego a Chamartín. La cotidianidad por teléfono cobra otra importancia. Despedirse de vez en cuando es bueno, para no dar por sentado lo que tenemos, para que la costumbre no lo haga invisible, para no olvidarnos de que podría no estar."

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