23.4.17

Táboa Redonda: Las capas de la cebolla


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 23 de abril de 2017


Las capas de la cebolla




"Ahora, en las vacaciones, por primera vez en muchos años, cuando no tengo nada que hacer puedo no hacer nada, y es muy extraño. Un día decidí compensar todos los excesos gastronómicos de la semana y comer solamente un par de frutas, mientras esperaba en una plaza a los niños, que comían con su madre.

Me senté con un libro en un banco, yo solo, a hacer una de las cosas que más me gustan: leer en un banco yo solo. E iba levantando la cabeza para mirar a la gente que pasaba y tratar de adivinar, por dos frases, cómo era su vida. El tiempo era primaveral y sobre la cabeza me daban sombra las ramas de un almendro, llenas de flores.

Estoy leyendo “Viajes con Charley”, de Steinbeck, sobre un viaje por carretera por Estados Unidos, cuando ya era mayor (él no sabía que le faltaban dos años para morir), con su perro. Y cuenta que, a lo largo de su recorrido de varios meses, apenas dio con una o dos personas que no lo envidiaran; que no quisieran ponerse en marcha e irse a cualquier sitio; que no tuviesen ganas de alejarse de su Aquí, fuese este cual fuese.

Ayer, también el protagonista de una película intrascendente que vi con los niños habría estado encantado de distanciarse una temporada de su aparentemente buena vida, huyendo de una inercia que lo asfixiaba. Y es curioso, porque, si es una situación muy recurrente en el cine, se debe a que lo es en la realidad: una vida bien montada, con razones para ser satisfactoria, incluso con los protagonistas adecuados, que sin embargo se ha convertido en una estructura sin un espacio para respirar, que carece del aliciente que nos hace querer mantener todo lo demás en marcha, donde falta la ilusión que marca la diferencia entre pasar la vida y vivirla.

La pirámide de Maslow es una buena herramienta de análisis sociológico, pero individualmente a veces es más útil una cebolla. Porque nuestra progresión no es verdaderamente ascendente, en contra del estereotipo. La vida consiste en un centro que es imprescindible llenar, y que es sentimental -¿alguien lo duda?-, sobre el que hemos de apoyar capas, unas encima de otras: aprender cosas, conseguir otras, probar novedades, estudiar, renovar el decorado, conocer a gente interesante, viajar, etc., etc. Pero ambas cosas son imprescindibles, porque no hay capa que se sostenga si el centro está hueco, ni centro capaz de resistir solo a la intemperie por mucho tiempo.

La gran tarea consiste en llenar ese corazón y luego poder sentarse bajo las flores de un almendro."

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16.4.17

Táboa Redonda: Poesía cotidiana


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 16 de abril de 2017


Poesía cotidiana


"Hace siglos, cuando en internet se escribían y leían blogs, cuando yo mismo empecé el mío, conocí muchos que valían la pena. Muchos. Verdaderas joyas llenas de talento que, además, lo demostraban casi a diario. Leí un montón. Algunos duraron poco, otros más pero me cansaron antes. Y bastantes me permitieron disfrutar alguna vez de textos que no tenían nada que envidiar a la buena literatura; supongo que porque lo eran.

De todos ellos, hay uno que jamás me ha cansado. Uno que siempre, sin excepción, en cada una de sus entradas, ha sido un placer leer. Y lo sigue siendo, porque, más de doce años después y a pesar de los cambios de nombre, Jesús Miramón, un funcionario de cincuenta y pico años de un pueblo de Huesca, continúa escribiendo. Fue “Innisfree”, fue “Cuaderno de un hombre de Cromañón”, fue “Cabo de Hornos” y ha sido y es “Las cinco estaciones”. Sitios donde se puede presenciar y compartir el asombro de un hombre por la vida.

Ayer vimos una película de Jim Jarmusch, “Paterson”, que me recordó a Jesús. En ella, el protagonista -Paterson, conductor de autobuses en la ciudad de Paterson, New Jersey-, enamorado de su soñadora mujer y cuya vida sigue una rutina absoluta que parece hacerle feliz, escribe poesía. En el descanso de la comida, por las noches en el sótano de casa o en su asiento del autobús antes de comenzar la jornada, escribe. Sobre la cotidianidad, sobre su amor discreto, sobre las cerillas de punta azul y todas las pequeñas cosas que le asombran. Como Jesús. Porque, como él, es perfectamente consciente de que todo es asombroso, se da cuenta de que estar vivo -mirarse en el espejo, beber un whisky, cocinar para la familia, charlar, pasear junto a un campo de cebada, conducir bajo una tormenta, querer a alguien y que te quieran- es una aventura maravillosa.

Paterson escribe poesía y eso le abre una puerta por la que no sé si entra o sale todo. Una puerta, creo, a un nivel de consciencia superior. O tal vez es esa consciencia la que lo aboca a escribir. Como a Jesús. Personas que se dan cuenta de qué es la vida: “Qué día más normal ha sido este miércoles cinco de abril de dos mil diecisiete. Ha sido tan normal que si tuviera que dejar algún resto arqueológico para los futuros excavadores arqueológicos escogería el día de hoy. Ojalá se dieran cuenta de que los días normales fueron los extraordinarios ladrillos de la felicidad normal de los seres humanos normales”. Que se dan cuenta de que estar vivo es la gran aventura."

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9.4.17

Táboa Redonda: Roth contra la simpleza


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 9 de abril de 2017


Roth contra la simpleza



"Acabo de leer “Me casé con un comunista”, de Philip Roth, que junto con “Pastoral americana” y “La mancha humana” compone su llamada trilogía americana, un retrato de la Norteamérica de la segunda mitad del siglo pasado.

Roth es un escritor que se estudiará como uno de los clásicos de nuestra época. Uno de los primeros que me vinieron a la mente cuando lo del Nobel a Dylan. “El lamento de Portnoy” y “El teatro de Sabbath” bastarían para probarlo, aunque no hubiese escrito nada más y a pesar de las decenas de inaguantables páginas que en “Pastoral americana” dedica a explicar detalladamente cómo se confeccionan unos guantes. Y en “Me casé con un comunista” vuelve a demostrarlo al llevar la observación de los protagonistas, de sus comportamientos, a un nivel de lucidez fascinante; al explicar sus personalidades hasta la capa más profunda, y además hacer que nos las creamos.

El libro gira en torno a una escandalosa denuncia en la época del mccarthysmo (“la primera floración de posguerra de la irreflexión norteamericana que ahora se evidencia en todas partes”), y por tanto habla de política, pero no es ese el tema. Porque el tema son los afanes y derrotas de sus personajes, y lo otro es el decorado. Y precisamente esa diferencia entre individuo y sociología es la que subraya cuando condena la simplificación de las críticas y los juicios que nos rodean, y cuando insiste en la contraposición entre política y literatura, entre un militante y un escritor: “La política es la gran generalizadora y la literatura la gran particularizadora. En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Sigue siendo la de elucidar la complicación, denotar la contradicción [y ver dónde, dentro de ella] se encuentra el ser humano atormentado. Permitir el caos, dejarlo entrar. De lo contrario, produces propaganda”.

Porque el valor de la literatura, su validez universal, surge, paradójicamente, de esa particularización, que es la que nos permite vernos de cerca y en toda nuestra complejidad. No nos amoldamos a un esquema al pensar, al sentir ni al actuar. No lo hacemos, por muchas referencias que compartamos. La vida no simplifica, y por tanto la literatura tampoco debe hacerlo. No debe ofrecer atajos a través de la maraña de nuestros sentimientos, de nuestras relaciones ni de nuestras ideas, sino todo lo contrario: somos, eres, soy todo esto, nada menos.

Y el compromiso del escritor, según Roth, es hacernos sentir parte de una inagotable variedad, mantener vivo, en un mundo burdamente homogeneizador, lo particular, lo individual. Lo humano."

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2.4.17

Táboa Redonda: Remordimiento

Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 2 de abril de 2017


Remordimiento


"El sábado de noche, mientras los demás bailaban, un amigo me decía algo tan simple, sabido y sin embargo obviado como que de aquí solo nos llevaremos el amor. El amor recibido y el dado. Lo que nos quieren, que nos sostiene día a día, año tras año, y lo que nosotros queremos, que es lo más parecido que tenemos a una ilusión, a un motivo.

Y tal vez por eso pocas cosas se convierten en un lastre tan pesado como no haber querido cuando debíamos. A veces cometemos graves errores que nos persiguen toda la vida. Errores que hasta el final -al final más que nunca- lamentaremos no poder corregir. Decisiones cortas de miras que con el tiempo se mostrarán en toda su ruindad. En cambio, otras –la mayoría-, el daño nace de algo tan sutil como dejarse llevar. Dejarse llevar por la inercia, la corriente, la comodidad o la estupidez, sin pensar ni volver a mirar atrás. A veces es una traición; muchas, desagradecimiento u olvido.

Me obsesiona el abandono a nuestros mayores. Que vivieron en casas que eran nuestras pero que pasaron a no significar nada para nosotros; lugares que han seguido en su sitio todo el tiempo y continúan siendo los mismos donde estuvimos, aunque nosotros no nos hayamos acordado más de ellos. Personas para las que fuimos un motivo de alegría, que preguntaron por nosotros y nos esperaron, aunque nunca aparecimos, no tuvimos tiempo para ellas porque estábamos ocupados. Teníamos prisa, creíamos que nuestra vida sería excepcional, y mientras nos apartábamos nos preguntábamos cómo era posible que en las suyas –que nos parecían tristes y anodinas- no pasase nada excepto los años. Y los dejamos atrás, solos.

Y me obsesiona haberle fallado a quien me quiso. El sentimiento de culpa tiene algo que ver con la rabia que nos inunda cuando vemos que unos niños no dejan jugar con ellos a nuestro hijo pequeño. Solo que en esta ocasión no podemos aliviarlo, porque somos esos niños, porque fuimos los malos.

Será el amor, lo que nos llevaremos de aquí. El recibido y el dado. Y pocas cosas nos pesarán más que no haber querido a quien se lo merecía."
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