31.12.12

Feliz 2013

Busquen las riendas de su vida. A algunos nos costará localizarlas, y si lo conseguimos necesitaremos desempolvarlas. La mayoría tendrá que pelearse para soltarlas de las manos de quienes las sujetan. Pero háganlo.

Háganlo y atrévanse a llevarlas. Atrévanse (atrevámonos) a vivir. Aunque solo sea para tratar de sacar la cabeza . Es nuestra única oportunidad.

Y mucha suerte.

Muy feliz año nuevo a todos, amigos.


24.12.12

Nochebuena


Para mí, la de hoy es la noche más señalada, más familiar y más emotiva del año. Siempre ha sido el día más importante de las Navidades, en mi familia, la fecha más genuinamente navideña. 
Os deseo, a todos los que venís aquí, que tengáis una Nochebuena llena de alegría y de cariño. Cariño y alegría. Os lo deseo de todo corazón.

Hace siete años escribí esto. Y hoy os lo vuelvo a decir:


Que paséis una noche llena de cariño y alegría.

¡Feliz Nochebuena a todos!

14.12.12

Un provinciano en Madrid: reencuentro

Ya he vuelto.

Para mí, Madrid, la ciudad, es ante todo la sorpresa de la gente, que me tiene tonto dos días; de la cantidad, por supuesto (la primera mañana, en el Metro, pensaba "En este tren hay más gente que en todo Vicedo"), pero también de la variedad y del anonimato general: me siento eso, provinciano. Es sequedad, es pelo sucio, labios secos, piel seca, nariz seca hasta empezarme a sangrar una mañana en clase. Es calefacciones achicharrantes. Es ir con el bolso al revés, con el cierre hacia el cuerpo. Es gastar y gastar.

Pero Madrid es también, como ya he dicho muchas veces, el paraíso del observador, la modernidad, gente que hace cosas distintas, otras profesiones, aire mentalmente fresco.

Madrid puede ser literatura de cerca (además de la comprada: qué maravilla, La Central), hablar con escritoras hasta la una de la madrugada sobre ella.

Madrid ha sido ver amigos y conocer a otra; ha sido el Bremen, tan cariñoso; ha sido la encantadora Lara; ha vuelto a ser mi querida Cal; ha vuelto a ser mi querido Javi; ha sido, como siembre, el gran NáN, y ha sido mis maravillosos anfitriones, Aroa y David.

Ya he vuelto. Y mejor, como esperaba.

5.12.12

La llamada de la urbe

Mi actual trabajo no solo me satisface a diario sino que me brinda la oportunidad, la semana que viene, de ir unos días a la capital. A Madrid.

Donde me encontraré con bastantes amigos que llevo tiempo sin ver, y donde quizá conozca a una amiga. Y donde, por una vez, mis dos talleres literarios virtuales se convertirán en presenciales.

Siempre vuelvo de Madrid con la sensación de haber aireado la mente. Esta vez no lo necesito como otras, pero aun así lo espero.

Además, esta muy bien poder romper el ritmo de vez en cuando. Irse, para volver mejor.




29.11.12

The call of the wild

Mear en el campo, al aire libre, me encanta.

Para mí es una experiencia sugerente y evocadora, y desde luego especial; un paréntesis en el que me siento otro, con otra vida, transportado a otra época remota y desconocida.

Sobre todo si en lugar de hacerlo contra un árbol o cualquier arbusto lo hago sin nada delante, mirando al mar o en medio de un campo, por ejemplo. Es una vuelta a la Naturaleza (donde por otra parte nunca he estado). Como un atavismo que despertara en mí instintos latentes.

Es de lo poco que nos queda por hacer, lo que aún podemos contestar cuando nos llama la selva.

25.11.12

El sueño más triste

El domingo por la mañana, en la cama de M, en uno de esos ratos en que uno vuelve a quedarse dormido los días sin prisa, tuve un sueño. Un sueño tan triste que me desperté angustiado, tuve que levantarme inmediatamente, me fui a sentar a la sala y me eché a llorar.

En él, yo vivía solo en el piso de mis abuelos paternos, como los dos últimos años antes de casarme; pero ahora el piso estaba casi vacío, muy dejado, con habitaciones cerradas y hasta algunos tableros tapando varias paredes con humedad. Colgada de las puertas había ropa en perchas. Yo lo recorría pensando si alguna vez podría volver a salir a tomar un café o a ver gente, como antes.

Porque en el sueño mi hijo Carlos estaba muerto. No sé si yo era consciente desde el principio, pero sí resultaba evidente que la mía era una vida absolutamente falta de sentido o de esperanza.

Al entrar en una de las habitaciones abrí un armario y vi dentro una gabardina pequeña, de niño. Y recordé que Carlos me había pedido probarla, y yo, algunos días después, se lo había recordado y se la había puesto. Y que él, como a menudo hace en realidad, me había dicho "Gracias por acordarte, papi". Entonces yo le había contestado "De nada, Carlos"; pero en el sueño, al recordarlo, en lugar de su nombre me había salido el de C, el hijo de M. Solo la primera sílaba; al recordarlo yo, había pronunciado la primera sílaba, y enseguida había rectificado. Pero fue esa confusión, ese lapsus con el nombre de Carlos, lo que me despertó e hizo salir de golpe toda la pena.

No por haberlo suplantado; el sueño no me produjo ningún rechazo hacia C, ni mientras soñaba ni después. No me pareció ese el problema.

Lo que me derrumbó, lo que me hizo asomarme al abismo y me vuelve a hacer llorar ahora, fue concebir una situación en la que el recuerdo de Carlos pudiera haberse difuminado; pensar que pudiese llegar a haber una realidad en la que poco a poco ese recuerdo fuese perdiendo peso. Fue como mirar más allá del terror ya inimaginable de su muerte y ver el estado siguiente: que él, que para mí es la cara de la alegría, la personificación de la vida, hubiese dejado de existir. Y que el mundo pudiese seguir siendo el mundo. Que no solo su muerte pudiese ser verdad, sino que el tiempo sin él (un tiempo que incluso llegó a hacerme confundir, por un segundo, su nombre) pudiese seguir pasando.



21.11.12

Transformación

Aquella mañana Nicolás decidió que, en lugar de cruzar la calle por el paso de cebra de todos los días, a partir de entonces lo haría por el siguiente, una manzana más abajo. Y su vida cambió para siempre.


13.11.12

Cómo ser una mamá (o un papá) cruasán



Hace un par de semanas me compré Cómo ser una mamá crusán, algo así como un best seller (mundial, dice la editorial) de autoayuda, de Pamela Druckerman. Lo empecé a ojear en la librería y, aunque me pareció que se refería a una etapa que yo ya he pasado, me apeteció leerlo.

Lo he terminado hace unos minutos. Me ha gustado mucho. Y no se refiere (solo) a una etapa que yo ya haya pasado.

Se trata, en resumen, de una comparación que hace la autora, una periodista estadounidense afincada en París, donde tiene a sus hijos, entre el modelo de paternidad de sus compatriotas y el que ve a su alrededor, entre los franceses. Comparación que surge cuando se da cuenta (o eso dice) de que los niños franceses van a los restaurantes de mayores, comen de todo, no se enrabientan, son capaces de jugar solos, hablan y escuchan a los adultos, etc.; y que las madres galas no irradian esa célebre combinación de fatiga, preocupación y nervios a flor de piel de sus homólogas norteamericanas. Y de ahí en adelante.

Es, por supuesto, una generalización, y además una generalización referida a un perfil bastante concreto de familia (clase media alta, con ambos padres con estudios y buenos trabajos). Pero, con independencia de que refleje bien la realidad que pretende describir o por el contrario sea una invención a su medida, el contenido, los consejos que da, me han parecido muy aprovechables.

Casi iba a escribir que es una defensa de la sensatez. Pero como sensatez cada uno tiene una, mejor les cuento lo que más me ha llamado la atención.

En general, el libro es una crítica al overparenting: el exceso de celo en la crianza de los hijos. ¿Qué significa eso? Como lo del exceso es bastante subjetivo, yo diría (y no sé si aclaro gran cosa) que lo que critica es la obsesión, el convertir la ocupación en constante preocupación.

El niño debe entender desde su más tierna infancia que no está solo en el mundo, ni es su amo: el niño tiene su propio ritmo, pero los padres y el resto de la familia también; el niño (incluso el bebé, dentro de un orden (todo esto es dentro de un orden)) debe saber esperar.

No admite la renuncia a la vida marital y al atractivo físico que a menudo conlleva la paternidad; y mucho menos el verlo casi como una prueba de rectitud moral.

Critica la visión competitiva de la función parental y las prisas por que el niño se desarrolle que conlleva (habla de la Pregunta Americana: ¿cómo acelerar las etapas del desarrollo infantil?). Alerta sobre la tendencia a ver a los hijos como un proyecto propio, en el que [los padres] se proponen promover sus talentos y habilidades mediante actividades organizadas, un proceso intensivo de desarrollo y una estrecha supervisión.

Defiende el papel del placer como motivo para que los niños hagan cosas, por oposición a nuestra búsqueda constante de supuestos beneficios psicomotrices, intelectuales, madurativos, etc., etc.

Defiende la necesidad (esto me encanta) de que el niño se aburra, con todo lo que eso implica. En consecuencia, critica la saturación de actividades programadas, el ocio dirigido y la tendencia a convertir la tarea de fomentar su desarrollo en la prioridad absoluta de la familia y a anteponer siempre las supuestas necesidades (no hablamos de eso, claro, sino de deseos, preferencias o gustos) de los hijos a las de los adultos.

Califica de poco saludable el que padres e hijos pasen todo el tiempo juntos. Ni para ellos ni para nosotros, que necesitamos tiempo y energía para atender a otras facetas. Supongo que esto es bastante discutible y que habrá opiniones para todos los gustos. Yo creo que depende del cómo. Lo que según la autora no puede ser bueno es que nuestros hijos sean nuestro único objetivo en la vida; porque, ¿qué será de ese niño si se convierte en la tabla de salvación de su padre/madre?

Defiende la autonomía física y emocional del niño: ni sobreproteger, ni hacer que su autoestima dependa exclusivamente de las alabanzas ajenas (por lo que estas deberán dejar de ser generalizadas y sin criterio...). Y la obligación de no confundir su dependencia de nosotros... con la nuestra de ellos.

Defiende una y otra vez a lo largo de todo el libro la necesidad de poner unos límites mínimos claros y racionales a los niños, que conformarían lo que en Francia se llama el cadre. Dichos límites se exigen estrictamente, pero dentro del marco que conforman se da al niño las máximas libertad y autonomía posibles.

Esa exigencia precisa de autoridad, que es siempre de los padres. Y a veces la autoridad significa obligar a hacer cosas que no gustan, bien sûr.

El ejercicio (esto me parece perfecto) de la autoridad exige decir sí siempre que se pueda (que es casi siempre).

Defiende la necesidad de escuchar a los niños y tratar de entenderlos; pero sin confundir eso con darles siempre la razón o no llevarles la contraria ni poder dar una negativa por respuesta. Explica que se debería conseguir un equilibrio entre ser la persona que manda y al mismo tiempo escuchar al niño y respetarlo: escuchar genuinamente a mis hijos sin por ello pensar que debo plegarme a su voluntad (yo, personalmente, veo que se dan esas dos tendencias: o no se les escucha, o no se les niega nada).

Se detiene mucho tiempo en dos cuestiones muy concretas, aparentemente secundarias: por un lado, en las bondades de saludar a los niños y hacer que estos saluden, para que a base de ser aceptados en el mismo plano de conversación que los adultos se sientan en su mismo plano de realidad, con lo que eso supone en cuanto a respetar derechos, sentirse respetado, etc. (esto ha sido sorprendente para mí, aunque en cierto modo me he dado cuenta de que yo lo practicaba). Por otro, cuenta lo que son capaces de comer los niños franceses, tal y como demuestran los menús de las guarderías públicas (describe una reunión del comité municipal que los decide, y parece ciencia ficción); y, por ende, lo que son capaces de comer todos los niños si se les educa. En este tema, no defiende en absoluto que se les obligue, sino que se les eduque poco a poco.

Porque lo cierto es que todo el libro es una defensa y una constante definición del concepto de educación. Al niño se le vigila, se le protege, se le exige, se le manda, etc.; es cierto. Pero sobre todo se le educa: se habla con él, se le explican las cosas y se le enseña. Siempre desde una relación, no de igualdad, pero sí de complicidad, cariño y respeto mutuo.


Pensando en nuestra situación en España, o al menos en lo que yo puedo ver (que creo que es un arco algo más amplio que el que describe el libro), a mí me parece que en un par de décadas hemos pasado, de darle poca o ninguna importancia a ciertos aspectos fundamentales de la paternidad, a caer en un exceso de celo generalizado, falto además de criterios claros.

Y yo ahora estoy contentísimo porque he convencido a mi hijo Carlos de que dejase una de sus actividades extras, con lo que han/hemos pasado los tres a tener dos tardes completamente libres a la semana, para hacer lo que nos dé la gana, o para no hacer nada.


31.10.12

Juventud, divino tesoro

Es viernes por la tarde. En una calle un chico de instituto, grandote, gordo, con un jersei apretado de pico, con gafas y espinillas, habla atropelladamente a una chica rubia, guapa, llamativa y arreglada, medio girada en ademán de irse. Deben de ser compañeros de clase. Él lleva una carpeta. A ella la acompaña un tercero, cachas, guapo y vestido a la moda, que mira hacia otro lado. Cuando la pareja ya se va el chico grandote se les queda mirando un rato, y les grita con una sonrisa "¡Y buen fin de semana!, ¿eh?". Ella pone cara de, o sea, qué quiere ahora este y pregunta "¿Cómo?". "Que buen fin de semana...", repite él, sonriendo aun más y saludando con la mano. Y se marcha nervioso y contento, sin ver la mueca de burlón repelús con que ella le deja las cosas claras a su chico y al mundo.


24.10.12

La nueva educación

Podemos seguir hablando de política y de prioridades. No sé los votantes, pero parece que el gobierno las tiene claras.

Anteproyecto de ley orgánica para la mejora de la calidad educativa

I

La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y las cotas de prosperidad de un país; su nivel educativo determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global.


He aquí el fundamento de la educación, su principio y razón de ser. A partir de este primer párrafo, todo es posible.

[Como pueden comprobar: Anteproyecto LOMCE.]



23.10.12

Tras las elecciones gallegas

Yo no sé bien qué conclusiones sacar de los resultados de ayer. Se me va la mano a escribir que es que los gallegos somos tontos y ni nos enteramos de nada ni nos importa; pero supongo que hay que decir algo más.

Veamos la lectura común de primera hora:

Mayoría aun mayor del PP = gran éxito (del partido, de Feijoo, de Rajoy, de la austeridad, etc.).

Debacle del PSOE y del BNG = eso, debacle.

Aparición arrolladora (dentro de un orden) del partido de Beiras = gran éxito para ellos = flaco consuelo

Pero si en lugar de fijarnos en los escaños, y aun sabiendo que son la única cera que arde, miramos el número de votos y los respectivos porcentajes, hay cosas en las que vale la pena detenerse.

Votantes en 2009: 1.706.198.  Votantes ayer: 1.467.657.
O sea, han votado 238.541 personas menos, hasta un total de 832.678 abstenciones.
De esas 238.541, 156.039 han salido del PSOE + BNG y 135.493 del PP.

Luego:

Han dejado de votar al PP 135.493 gallegos, algo inaudito, en realidad un verdadero desastre que solo puede ser visto como buen resultado en clave electoral, pero nunca como un refrendo a su política. Este dato, aunque en la práctica no se traduce en nada, matiza bastante los resultados; al menos uno ve que no todo ha dado igual, que, aunque insuficiente, ha habido cierta reacción.
La oposición lo ha hecho tan mal, ha resultado tan poco creíble, ha presentado a candidatos tan malos y ha sido tan incapaz de ilusionar a nadie con la idea de una alternativa, que ha perdido solita. Si hubiesen mantenido sus votos habrían alcanzado, más o menos, un 54,8% del total, por un 45,12 del PP. Es decir, habrían logrado, por muy repartidos que estuviesen sus apoyos, la mayoría, imagino que absoluta.

Si sumamos las abstenciones, los votos en blanco, los nulos (suponiendo que casi todos lo son a propósito, lo cual quizá sea mucho suponer) y los del partido Escanos en branco, tenemos 925.677 personas que no quieren votar o no quieren votar por ningún partido. Muchísimos más que los votantes de cualquier color. Así que sí, cualquier consuelo es flaco.
Con respecto a AGE, no espero demasiado de ellos. Me conformaría con que sirvieran de patada en el culo a los demás, que les hiciesen espabilar (que buena falta les hace), que abriesen las ventanas e hiciesen correr el aire. A ver si es verdad y no se queda en un canto del cisne ególatra de su por otra parte sin duda brillante líder (un político que en una entrevista cita una carta de Mozart a su padre, y en la comparecencia tras los resultados habla de los espartanos en las Termópilas, ya mola un poco).

Bueno, pues eso, que no sé qué conclusiones sacar de todo esto. O qué conclusiones nuevas, al menos.

Creo que no hay alternativa a lo que tenemos (a tooodo lo que tenemos) sin que la política institucional se gire por completo hacia la sociedad. Y eso no sucederá mientras no nos convirtamos en ciudadanos mayores de edad. Algo que no nos van a poner fácil.



19.10.12

Montaigne según Olalla


Montaigne es ahora un hombre que tiene por divisa la humildad y la duda. Se ha propuesto dedicar sus energías y su tiempo a un propósito que considera propio de quien disfruta del conocimiento y que llama llanamente ensayo: tratar de hacer una lectura del mundo desde su propio juicio; adiestrarse en un cuestionamiento abierto que le lleve a encontrar razones para preferir un comportamiento a otro, y que le haga consciente de que tales razones no son algo trascendente sin inmanente al hombre; hallar, en suma, una conducta ética justificada únicamente desde el interior de sí mismo.

Me está encantando Historia menor de Grecia, de Pedro Olalla.

Aunque uno al leerla comprueba con tristeza cómo la Historia parece haber sido el fruto de la avaricia, el miedo, el rencor y la ignorancia, y que el desastre total solo ha sido impedido por los pocos que, en silencio e inferioridad de condiciones, guiaron su comportamiento y sus vidas por la justicia, la generosidad, el saber, la bondad y el amor a los hombres, y, cuando tuvieron fuerzas, lucharon por defenderlos.

Pocos y excepcionales, como excepcional es aún ahora la divisa de Montaigne.


11.10.12

Un hombre una mañana

[Una especie de no-cuento, para el taller aquel del que les hablaba]

En una cocina, un hombre solo espera sentado a la mesa, junto a la ventana. Respira con dificultad mientras mira el cielo y se fija en las nubes.

Del fregadero sobresalen una cuchara y un cuchillo metidos en una taza llena de agua, y piensa que tiene que recoger el lavavajillas. Al otro lado del cristal el viento mueve las ramas de un árbol que asoma la copa tras su terraza, y le entristece. Siempre lo ha hecho, tanto en la ciudad como en el campo el viento le ha parecido siempre la imagen de la desolación. Y más visto así, a través de una ventana, sin ruido. Todo parece sufrir sin quejarse.

Echa de menos a sus hijos. Esta semana ha conseguido organizar todas sus actividades de por las tardes, y espera sinceramente que las disfruten, pero al mismo tiempo no sabe, no sabe si está haciéndolo bien. Al fin se levanta y recoge el lavavajillas; primero el piso de abajo y luego el de arriba. Y aunque en recoger y tener las cosas hechas hay un cierto impulso, aunque es casi un gesto de confianza en alguna posibilidad, en esta ocasión no lo nota. Al acabar toma de la mesa un peine aún en su bolsita que ha comprado esa misma mañana para el niño. Despega el cierre, lo toca, se lo pasa por el pelo y se dice que no le hará daño; lo vuelve a guardar, pega de nuevo la banda adhesiva, que queda un poco torcida, y se sienta.

A los pocos segundos se vuelve a levantar y cierra bien la bolsa. Al sentarse se queda mirándola desde el otro extremo de la mesa, con la mejilla apoyada en una mano, y por un instante se siente orgulloso de sí mismo. Hasta que de repente se le forma un nudo en la garganta. Y piensa que ni siquiera ahora que ya no es joven sabe qué hacer, que todavía no sabe vivir y que el día menos pensado se le acabará el tiempo y él se quedará repitiendo como un tonto que no, que no puede ser, que aún no había empezado, que aún no había empezado.

3.10.12

Jerónimo e Eulália

Hace unos meses escribí, a propósito de Winnesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, que probablemente aquel era el libro, de todos los que había leído, que más me hubiera gustado escribir, o, mejor dicho, el que por estilo, planteamiento, temática, más se acercaba a la literatura que a mí me gustaría hacer, si fuera capaz.

Y ahora, Jerónimo e Eulália, de la portuguesa Graça Pina de Morais, que me ha encantado, con el que he disfrutado página a página (tanto que he lamentado terminarlo (y ya hacía tiempo que no me pasaba eso)), ha resultado ser una de las novelas con cuyas reflexiones, o con las reflexiones, las actitudes y el carácter de cuyos protagonistas más identificado me he sentido nunca.

Quizá por eso me ha sorprendido mucho que sea la obra de una escritora. El protagonista es un hombre, Jerónimo, y aunque entre los personajes hay también mujeres (y algunas con mucho peso, principalmente Eulália, claro), lo he visto tan bien retratado, tan bien comprendido y, ya digo, me he sentido tan cerca de él, que me maravillaba que fuese una mujer la que hablaba. Pero bueno, una vez más mi lado femenino debe de tener algo que ver.

La grandeza de la literatura: tocar, desde otro país y hace años, lo más íntimo de alguien.

Les dejo unas cuantas frases. Se dárán cuenta de que hablan distintas personas, a veces casi opuestas. Algunas son de Eulália pero la mayoría de Jerónimo:



...desconocía pertenecer a una especie de hombres incapaces de practicar el amor o el gesto que lo representa sin que los impulsen a ellos motivos de orden grave y profunda.

Tenía una naturaleza dispersa: se interesaba ligeramente por todo, pero por nada en profundidad.

El fin de aquellos que fueron parte de mí misma, que vi reír, llorar, conversar, comer, ese fin me aterra.
Cuando se regresa a la tierra donde pasamos nuestra juventud es realmente como si entrásemos en una sala de espejos deformantes.
Ese mínimo de entusiasmo que todo hombre tiene la obligación de sentir es la pequeña parcela de luz propia, ¡su contribución al bien común!

... ese mínimo de entusiasmo que da derecho a la supervivencia.

Hay miles de personas así, pasan por la vida y ni se dan cuenta de que viven. Se limitan a pasar, ¿comprendes?

La muerte de un hombre cuya vida tuvo algún significado nos causa tristeza pero le imprime a la vida cierta coherencia, estimula las ganas de esa misma vida, nos advierte de que el tiempo es escaso, nos aconseja aprovechar la corta distancia entre la vida y la muerte, nos deja claro el valor de la existencia. La muerte de un hombre cuya vida no tuvo ningún significado nos proyecta al vacío, crea una clara sensación de pánico, de temible absurdo que impide los movimientos y aniquila la voluntad de existir. Nos sentimos idénticos a ese hombre, cuyo paso transitorio por la tierra fue enteramente inútil...

Jerónimo acababa de poner en práctica el último movimiento espontáneo e insólito de su existencia. Nunca más actuaría según sus impulsos naturales, nunca más ejecutaría gesto alguno que no fuese el fruto de una larga reflexión. En esa noche, su adolescencia había terminado para siempre. Del extraño embrión había surgido un hombre nítido, destinado a recorrer la existencia a través de caminos seguros y anticipadamente conocidos.

Mi vida transcurrió bajo el signo y bajo todas las miserias que el buen sentido trae consigo. El buen sentido no sirve para nada.

Las personas sensatas no me interesan. Hay en el buen sentido y en el sentido común un no sé qué de triste y miserable que me mata. Las grandes tristezas, las grandes alegrías y los impulsos desmedidos no destruyen. El sentido común con su vil mediocridad aniquila. Soy un prodigio de sentido común y me pregunto a mí mismo si no estoy muerto. ¿Hace cuántos años morí?

Es cierto que casi todos los hombres después de sobrepasar los cuarenta años se dan cuenta de que optaron por una existencia equivocada. Potencialmente cada hombre posee decenas y decenas de vidas que vivir. Apena puede escoger una. Casi siempre escoge mal y la nostalgia de las otras que podría haber vivido comienza a ensombrecer sus días a partir de cierta edad.

Yo escogí mal. Fui un hombre cauteloso que solo recorrió camino seguros.
 
Y la recomendación entusiasta de que lo lean; al menos los gallegos (creo que no está traducido).

28.9.12

Taller: J

[El tema del taller de esta semana era el retorno.
He intentado enfocar la cosa de otro modo. Por influencia de doña Graça Pina de Morais me he aventurado en el resbaladizo terreno del narrador con tendencias intimistas.]



No dejamos nunca de regresar.

Walter Benjamin


Aquel viernes, como acostumbraba a hacer un par de veces al mes durante la carrera, J volvía a su ciudad en autobús, a casa de sus padres.

Había llegado a la estación con varios amigos, comentando entre bromas la noche anterior, y se habían repartido entre los andenes, excepto uno que viajaba con él. Era noviembre, llovía, y al poco de salir ya se había hecho de noche. Al quedarse los dos solos la conversación se había vuelto algo más seria, pero el tono era todavía el de la universidad, el de cada día. Se aventuraban a tocar cuestiones personales pero sin llegar a entrar en intimidades. En aquel asiento aún eran estudiantes, jóvenes independientes en un mundo nuevo, y ambos intentaban prolongar esa sensación. Pero conforme se acercaban a casa su vida de siempre se iba imponiendo. Hasta que al entrar en la ciudad se quedaban los dos en silencio mirando las calles. Al llegar bajaban con sus bolsas, se despedían hasta el domingo y se marchaba cada uno por su lado.

J iba andando. A veces apenas levantaba la vista del suelo, pero algunos viernes lo observaba todo. Las calles, los edificios: no había pasado nada, nada cambiaba. También la gente estaba igual; hasta las caras conocidas que se encontraba, que no parecían reaccionar en absoluto, no hacían más que confirmar la falta de posibilidades. De pequeño, cuando vivieron unos años fuera y volvía con sus padres y su hermano en vacaciones, sufría al descubrir que su emoción no era correspondida por casi nadie, que a los que en la distancia había echado tanto de menos él no les importaba. Ahora no sentía añoranza por nada de esto, más bien al contrario, pero encontrárselo todo idéntico lo entristecía profundamente. Todo igual de gris, igual de sucio, igual de inmóvil, de muerto, para él.

Al fin entraba en su calle y llegaba al portal.

- ¿Quién?

- Yo - y mientras subía trataba de adivinar, por el tono de voz de aquel quién, qué se iba a encontrar.

Al salir del ascensor solía abrirse al mismo tiempo la puerta de casa. Uno delante, sosteniéndola, y el otro detrás, esperando. Más bajos, encogidos. Mayores. A veces, de repente, mucho mayores (mucho más, de hecho –pero eso no lo sabía ni podía sospecharlo entonces-, que casi veinte años después, cuando sus propios hijos cambiarían la vida de todos). Y en las dos caras una sonrisa y una mirada llenas de tristeza, a las que nunca fue capaz de responder con el ánimo que hubiese querido. Y unos abrazos prolongados, colgándose de él, que le dejaban muy claro su papel de consuelo en aquella familia. Un papel que tanto le pesaba.

La casa estaba casi toda a oscuras. Algunos días los cogía en la cocina, preparándose la cena, y eso ya le bastaba, era para él una señal de vida. Otros, una lámpara sola iluminaba la esquina del sofá donde se sentaban. Él dejaba las cosas en su habitación, hacía ruido, se movía, pero los veía. Se movían despacio, como con cuidado, en un intento de no molestarlo que solo le producía incomodidad, mal humor y culpa. Estaban acobardados. La pena los acobardaba. Todo les resultaba amenazador, el exterior, los demás, la vida, los asustaba. Tenían miedo. Hasta a él lo miraban como tratando de confirmar si estaba de su parte.

Cuando ya no había nada que hacer, cuando ya había recogido su ropa, había ido a comer algo a la cocina, o al baño, volvía a la sala y se sentaba. Respondía a sus preguntas con impaciencia, ausente, hasta que hacía la que debía.

- ¿Y F?

- Pues F, como siempre.

- ¿Dónde está?

- Por ahí, estará.

- ¿Qué tal?

- Como siempre…

- ¿Y las clases, y eso?

- ¿Y qué sabemos nosotros? Además las clases son lo de menos.

Y, sin llegar tampoco a decirlo nunca todo, una semana más a J le iba quedando clara la situación de desánimo y desesperanza que parecía ocupar sus vidas enteras.

- ¿No vas a salir?

- No, hoy no.

- ¿No has quedado?

- No. Si seguramente ni están. Supongo que mañana.

Pasaba así la velada, leyendo a su lado, tratando de que aquella noche de cada quince días se notase algo, de darles algo, de valer de algo.

A él, solo su cama, ya tarde, al acostarse de último tras agotar las posibilidades de la televisión, le ofrecía un poco de lo que pedía. Solo al meterse en la cama y reconocer el olor de las sábanas y el tacto de su almohada, y ver la misma rendija de luz de siempre entrando desde el pasillo, sentía que aún tenía un hueco donde quedarse, que todavía había algo, aunque fuese un recuerdo, que lo protegía. Que estaba en casa. Aunque fuese un recuerdo.


27.9.12

Ética de la responsabilidad

Desde que empezó julio y me fui de vacaciones se puede decir que estoy desconectado de las noticias. Evito la prensa en cualquiera de sus modalidades, y evito las redes sociales. Solo me llegan algunas pinceladas de información de las que, viviendo en sociedad, es imposible sustraerse.

Y es pasmoso lo fácil que resulta hacerlo. Para mirar hacia otro lado lo tiene uno todo a favor, empezando por la corriente. Y sin demasiados remordimientos: al fin y al cabo, hace lo que la mayoría.

Así me pasa ahora que me da pavor levantar la tapa del contenedor, ante el temor de lo que debe de haberse ido acumulando dentro. Porque el hedor a veces ya me llega, claro, es inevitable.


A propósito de la película y caricaturas que han causado las reacciones de la semana pasada en algunos países musulmanes (por escoger un tema), déjenme volver a insistir en una cita que puse aquí hace días y dio pie, en los posteriores comentarios, a algunas aclaraciones sobre qué era y de quién debía venir la educación:

Los hombres han nacido para los otros: edúcalos o padécelos.
Marco Aurelio

La libertad de expresión (y la de opinión que lleva implícita) se defiende ante los que por intolerancia no la admiten. Claro. Pero siempre y cuando esos intolerantes sean, como mínino, nuestros iguales en cuanto a posibilidades, responsabilidad, oportunidades, etc. De hecho, contra quien normalmente hay que defenderla es contra el poder intolerante.

Defender la libertad de expresión no es insultar a alguien que no te entiende (porque no puede entenderte, porque su situación lo impide), que no comprende que eso para ti no es un insulto. Defender la libertad de expresión no es sacar pecho delante de quienes por ignorancia no pueden ponerse a tu altura, y exigirles apertura de mente.

Por descontado, creo que las bromas sobre creencias, ideologías, fes varias, etc., son lícitas. Podrán parecerme mejores o peores, más o menos afortunadas, de mejor o peor gusto, inteligentes o tontas, incisivas o simples provocaciones para escandalizar; pero creo que son lícitas. Puedo también sospechar que obedecen a estrategias comerciales; pero creo que son lícitas. O puedo estar convencido de que, si la familia de cierto director de semanario francés viviera en Pakistán, lo de que "el contexto le importa un pito" se lo iba a pensar más; pero aun así creo que la libre decisión de contenidos es lícita.

Lo que no es lícito es convivir (porque ya convivimos, porque ya la sociedad es cada vez más claramente una sola) con la ignorancia, con el atraso, con la pobreza, las dictaduras, la explotación, el expolio, el atraso social y cultural, y no hacer nada al respecto, sino mirar, como yo esta temporada, para otro lado, y luego indignarnos cuando nos salpican las consecuencias. Lo que no es lícito es presumir, despectivamente, de modernos y civilizados delante de quienes no pueden aspirar (en parte por nuestra culpa) a serlo.


17.9.12

Aprender a escribir

Siempre he creído que para escribir, como para tantas otras cosas, hace falta, ante todo, talento. Y me refiero a un talento innato.

Y que, si no lo hay, no hay nada que hacer.

Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que no todo acaba ahí. Que además de ese talento son imprescindibles la voluntad y el trabajo, y que incluso hay una serie de técnicas que es posible aprender. Como un escultor aprende a trabajar los materiales, un pintor a mezclar colores o un músico composición; con independencia de que, si no hay nada más que eso, poco arte vaya a salir de ellos.


De Lara Moreno


En fin, que ya va llegando un momento, una edad, en que, o se intenta en serio, o deja uno de marear la perdiz de una vez por todas.


11.9.12

Tan cerca

Después de conocer decenas de casas de turismo rural, desde que hace ya doce o quince años empezaron a ser una opción habitual, resulta que la más bonita que he visto estaba aquí al lado.








Estoy leyendo Jerónimo e Eulália, una novela de la portuguesa Graça Pina de Morais que compré hace casi dos años en Braga, durante una visita que recuerdo maravillosa. Entonces escribí:
Y estuvimos en una librería magnífica, que además era una de las más acogedoras que he visto. Se llamaba Centésima página, y creo que por primera vez en mi vida le pedí al librero que me aconsejase qué comprar. Me disculpé por mi ignorancia sobre la literatura portuguesa, pero él pareció darse por satisfecho con que hubiese leído algo. Me recomendó, y compré, A Sibila, de Agustina Bessa-Luís, y Jerónimo e Eulália, de Graça Pina de Morais. Dos novelas de dos mujeres; para él, las dos grandes escritoras portuguesas del siglo pasado. Veremos qué tal.

Llevo aproximadamente una tercera parte y me está entusiasmando. Es una novela introspectiva, lenta, que se para a menudo a describir un paisaje, un ambiente, igual de lentos e intimistas. Transcurre en una aldea, O Brejo, a la altura de Figueira de Foz pero en el interior, y los protagonistas son dos personas soñadoras e inadaptadas, un joven que intenta empezar a vivir y una mujer extraña que nunca lo ha conseguido.

Me hace mucha ilusión, además, estar leyéndola en portugués. Imaginaba que sería capaz, pero no que me resultase tan fácil.

Les dejo unas cuantas frases. Tienen que ver, respectivamente, con M, con mi madre, con Taliesín y con Jesús Miramón:

Mis padres se amaban y, lo que es más raro, se admiraban mutuamente. Había, siempre, una expresión de sorpresa entre ambos.

 ¿...sentir sin causa aparente un miedo horrible de un mal imprevisible? Se llama angustia, eso.

Hasta que se quedaron flotando en la luz grandes copos de nieve. La vida parecía un acontecimiento tangible, próximo y real.

¡Descubrí el único motivo, la única angustia que me ha devorado siempre! ¡La vida pasa, Joaquim! ¡Es increíble!



Una casa junto al castillo de Andrade, una escritora portuguesa. A las dos me han tenido que llevar.

Tan cerca, a veces, todo lo que queremos.




5.9.12

Sobre la educación

Como no escribo nada por mí mismo, les dejo al menos dos consejos de última hora. En principio, uno social y otro más personal:

Los hombres han nacido para los otros; edúcalos o padécelos.
Marco Aurelio
Esta cita es quizá hoy más cierta que nunca. En una democracia, nuestras limitaciones tienen consecuencias sobre absolutamente todo, desde las cuestiones más básicas y fundamentales (la realidad de la democracia misma) hasta las manifestaciones más elaboradas y sutiles de nuestra convivencia.


El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender.
Montaigne
Todo lo que se diga sobre la anticipación de Montaigne, sobre la modernidad de su pensamiento, es poco. Aquí nos dice lo que, quinientos años después, parecemos no acabar de entender.


Las posibles conexiónes entre una reflexión y otra, más o menos todos las podemos ver.





23.8.12

Malas hierbas

Un día, el padre de Marta le dijo que si de verdad quería ayudar limpiase de malas hierbas el campo de trigo. Marta fue muy contenta y dispuesta.

Encontró tres amapolas.

Y arrancó todo el trigo.


20.8.12

Fin de semana en O Barqueiro

El 31 de julio me sentí expulsado del Paraíso, pero, a diferencia de Adán, sabía que podía volver. Y eso hemos hecho estos días M y yo. La gran novedad es que por primera vez en mi vida he estado en aquella ría sin quedarme en Vicedo. En esta ocasión dormimos en una habitación con otras vistas. Estas:




Han sido días de playa. También de ver a alguna gente y de comer (¡ese bonito en rollo de "O In", en Espasante!), pero sobre todo de playa y de baño. Lo malo es que se va uno sin ganas de otras, por unos días.

El sábado por la mañana temprano volvimos, años después, a la de Esteiro, en O Barqueiro.







Aquello son Os Agullóns de Ortegal


Pizarra


Ayer por la mañana, en el Caolín, nadaba de vuelta a la playa y cada vez que cogía aire veía el faro blanco recortado contra el cielo azul intenso salpicado de nubes blanquísimas. Y yo comprendo que debo de resultar pesado, pero les aseguro que a veces me siento desbordado por tanta belleza.

14.8.12

Falconer, de Cheever, entre otros

Cheever me gusta mucho. Solo había leído otra novela suya, Bullet Park, pero he leído la mayor parte de sus relatos y sus impactantes Diarios; y lo considero uno de los grandes norteamericanos de la segunda mitad del XX. Como autor de cuentos, sobre todo, está para mí a la altura de cualquiera.

Falconer, sin embargo, no me ha gustado demasiado. Y ya me daba cierto apuro decirlo, pero después de leer las maravillas que dice de ella Rodrigo Fresán en su epílogo siento casi vergüenza.

El libro está magníficamente escrito, claro, pero he encontrado dos obstáculos: la traducción y la realidad.

No sé si Alberto Coscarelli será un buen traductor, pero, como tantas veces (y cada vez más), no puedo evitar que página a página me salten a la vista expresiones raras, construcciones artificiales, vocabulario infrecuente, etc. Por ejemplo:

Su madre, muerta hacía mucho, seguramente lo había llevado de un lugar a otro...

Se refiere a si lo solía coger en brazos. ¿Ustedes dirían eso así?

Y en cuanto al vocabulario, se supone que al menos el de algunos personajes es barriobajero, vulgar; y yo no sé qué dice la teoría de la traducción, si se debe reflejar ese ambiente y trasladarlo al terreno del lector, asimilándolo a algo comparable aquí, o es preferible preservar y mostrar las formas originales, pero leo cosas que me suenan un poco a cuando en una película dicen jodido o bésame el culo...


Pero, de todos modos, con lo que en realidad me he dado de bruces, una vez más, es con la realidad de la novela. Estoy leyendo estos días los cuentos completos de Flannery O'Connor y me ocurre algo parecido; como con tantos otros: la sociedad que nos describen es deprimente, absolutamente deprimente; y lo es sobre todo por falta de esperanza.

En Falconer a ratos el tono es sórdido, pero es lógico, se trata de una cárcel, de un ambiente especialmente duro y, efectivamente, desesperanzado casi por definición. El problema, en este y en muchos otros libros norteamericanos, es que, se mire donde se mire, enfoque el autor donde enfoque su retrato, la sociedad que vemos parece igual de triste, de inmoral, de enferma.

Nadie se salva. Eso es lo más descorazonador: moralmente, nadie se libra, nadie está por encima de la basura, nadie sale limpio. Ni siquiera cuando las circunstancias de los personajes podrían hacer pensar que algo les protege, cuando a priori parecen tener más posibilidades de librarse, cuando esas circunstancias parecen, en principio, una barrera contra cierta crudeza; ni siquiera entonces son mejores, o más felices, o creen en algo. Es difícil no concluir, como ya he hecho, que es una sociedad enferma.

Fíjense en el caso del protagonista, que está en la cárcel por matar a su hermano en una discusión, ambos bebidos (por supuesto, la presencia del alcohol es también en Falconer abrumadora), pero es catedrático de universidad, de clase acomodada, con una vida aparentemente fácil; que habla de ópera, de literatura y de ropa, y que hace cosas bonitas:
Después tienes [su mujer] el piano, esa biblioteca de mierda de tu abuelo y aquel mastodóntico busto de Homero...

¿Por qué no oían que el mar los llamaba, como lo oía Ferragut, imaginar la transparencia de la sal mientras se deslizaba por encima de los cantos rodados?

A lo mejor yo concedo demasiada importancia a esos aspectos en una vida; les concedo demasiado valor como escudos, como colchones. De hecho, los considero una de las razones por las que plantear siquiera ciertas comparaciones es ya injusto. Son parte de las diferencias sociales, con lo que eso supone en cuanto a ventajas y desventajas relativas. Pero en la obra de Cheever y en la de tantos uno ve que no sirven de nada: es un hombre al que le gusta nadar y que mientras lo hace percibe la sal en su cuerpo y ve las piedras del fondo; pero no le sirve de nada.

¿Ustedes no creen que esas cosas sirven de algo? Yo, sí, yo las considero asideros, seguros contra las caídas.

Leyendo a Bukowski o a Fante ya sabemos qué nos vamos a encontrar: cuando se escribe de alcohólicos que se mueven entre bares y habitaciones de fondas, no hay sorpresas; precisamente nos están hablando de eso. Pero aquí, en barrios residenciales, entre artistas y profesores, descubrimos que es todo igual: nadie tiene fe en nada, a nadie le sirve de nada lo que tiene a su alcance, a nadie le queda nada bello en su interior. Nadie se salva.


13.8.12

Sale el sol

En lo contento que estoy en mi nuevo trabajo influye, y no poco, que por la ventana vea esto al sentarme a primera hora.






7.8.12

Ellos

Va todo bien.

No escribo porque acabo de cambiar de puesto de trabajo (que no de trabajo) y la vuelta de las vacaciones está siendo bastante atareada. Atareada pero buena: creo que en los 18 años que llevo de profesión es la primera vez que estoy ilusionado y voy a hacer algo que me parece interesante.

Sobre el mes de julio les iba a contar muchas cosas; les iba a explicar qué me había pasado, cómo me había sentido, y por qué creía yo que había sido todo así. Pero este domingo un amigo (el mejor para estos temas) me permitió vomitarlo todo, y además me ayudó a comprenderlo y a, más o menos, aclararme. Así que ahora mejor me dedico a pensarlo.


Aunque no demasiado, porque me parece que también se trata un poco de no pensar tanto.





31.7.12

Vicedo: el rayo verde

Triste, como me acosté, me levanté.

Solo yo sé lo que he llorado en los últimos años, desde que me separé; y sin embargo esta mañana Paula me dijo que era la primera vez que me veía hacerlo. Fue poco, pero lloré delante de ella; valga esa afirmación suya como atenuante.

Aunque no soy partidario de que los niños, por ser niños, permanezcan en una burbuja aséptica donde no pasa nunca nada malo, y sean ajenos a los problemas que los rodean, siempre he tenido claro que no había que cargarlos con pesos que no les correspondía llevar. Para cada edad, supongo que hay que ir sabiendo hallar el equilibrio entre cuidarlos y permitirles madurar. Yo con ellos hablo mucho de casi todo, porque los creo capaces de entender muchas cosas; sobre todo con Paula, lógicamente.

No voy a entrar ahora a analizar a fondo cómo ha sido mi mes de julio, pero esta mañana Paula me dejó mucho mejor cuando, tras oírme (estábamos los dos solos, desayunando; Carlos dormía aún), me dijo que eso eran cosas mías, que solo lo pensaba yo, que para ellos no pasaba nada. Me quedé muy tranquilo.

Y, en consecuencia, el día ha sido magnífico: Paula volvió a ir sola a la compra, y resolvió los imprevistos con acierto; Carlos y yo, mientras, jugamos a indios y vaqueros; volvimos a casa, comimos, leí un rato, hicimos barcos y bajamos a la playa. La tarde ha sido muy buena, aunque a eso de las siete y media u ocho una nube nos echó. Pero como teníamos pendiente una visita al Semáforo de Bares, no me importó.

Íbamos con amigos, pero cuando se fueron nos quedamos un poco más, haciendo fotos los tres. El sitio es impresionante (y se puede comer y dormir, aviso), y aun encima estuvimos durante la puesta de sol, con lo que todo parecía un espectáculo programado. Y vimos, con total claridad y durante al menos un par de segundos, el rayo verde. He contemplado muchas puestas de sol en la mar, muchas, se lo aseguro, y hoy ha sido la primera vez que lo he visto. Muy simbólico, ¿no?


De ese momento no tengo foto, pero les dejo estas. Fíjense qué colores, el cielo y el mar; son los que eran. Y miren ese barquito, qué insignificante y frágil, que parece dirigirse hacia el abismo del fin del mundo.







Volvimos a casa tarde. Hablando sin parar. Yo, contento; ellos, creo que también.

Como quiero irme mañana.


30.7.12

A Bares, desde Vicedo

De todos los pueblos de las Galias, los belgas son los más valientes, creo que escribió César; o eso decían en Asterix. Pues de todos los pueblos de esta zona, el más bonito es Bares, para mí.

En realidad Bares hay dos: a Vila y o Porto (creo que esto ya lo expliqué algún año), ambos preciosos. A Vila está en lo alto del monte, y tal vez tenga un encanto especial, aunque el hermano conocido es o Porto. Si todo esto me parece, como saben bien ustedes, paradisíaco, cada vez que vamos a Bares la sensación es mayor si cabe.



Primero vamos al faro. A Paula y Carlos les encanta (no recordaban sus anteriores visitas, que las ha habido), y no paran de hacer fotos.


A la izquierda, el Atlántico, a la derecha, el Cantábrico

Toda esa península que cierra por el oeste la ría de O Barqueiro está felizmente despoblada, y el paisaje es bonito y duro, con pocos árboles conforme se va llegando al extremo; bastante irlandés, creo yo. Uno se imagina La hija de Ryan perfectamente (Jesús, no sé a qué esperas).



Comemos estupendamente (pulpo a la plancha y albóndigas de bonito) junto al muelle. Luego ellos van un momento al único parque infantil del mundo con botes varados por el medio y yo leo. Al final, una vez habituado a cierto tono demodé del libro, estoy disfrutando mucho con Conrad. Claro que no descubro nada nuevo (excepto, al parecer, a los de Editorial ALBA).


Una de las casas que quiero


Después nos vamos a la playa, que es... En fin, no hago más que repetirme, pero es que la verdad: a mí me cuesta creer que esto no le parezca una maravilla a cualquiera que lo vea. Los niños lo pasan genial, juegan y se bañan muchísimo (tengo que salir nadando detrás de un balón de Nivea que, empujado por el poco viento, se alejaba a toda velocidad; al final me alejé de la playa más que ningún día); y yo cometo un error con la cámara y echo a perder la mejor serie de fotos, probablemente, de las vacaciones. He salvado esta:


Al fondo, la isla de la Coelleira

Volvemos tarde a casa y tras una primera cena salimos al muelle, caña en ristre. Está abarrotado. No pescamos nada, pero conozco a la madre de un niño con el que juegan los míos, afincada en Noruega, casada con un noruego, ambos arquitectos (él, de construcciones de madera), que se han comprado dos ruinas por los alrededores, donde por el momento pasan el verano bajo un techo improvisado, en tiendas: alucino y en parte envidio.

A partir de las doce vemos un rato de El Señor de los Anillos II, saltando escenas (las de Frodo, que dice Carlos que "no son nada interesantes"), hasta que se duermen. Por cierto, padres, ayer vimos en Viveiro The Amazing Spiderman: está bastante bien, y a mí desde luego me gustó cien veces más que la anterior versión; en primer lugar, porque el protagonista dista de ser un atontado insoportable como el otro.

Antes, por la mañana, ayer también, habíamos dado una caminata larga que me dejó buenos momentos pero algún sinsabor, y una visita a Urgencias por la tarde porque al parecer una hernia discal que tenía en estado latente ha decidido que ya estaba bien de mantenerse en un segundo plano. Voy cumpliendo años...

Esta es, de nuevo, la Coelleira, vista desde el camino.




Esto va llegando a su fin. Y con él, mi mes con los niños.

Estoy triste porque se acaba. Pero sobre todo porque no estoy contento con cómo ha sido. Para mí, y aunque veo a Paula y Carlos cada tarde durante todo el invierno, el verano es la gran oportunidad para disfrutarlos todo el día, para darles cosas que uno solo puede dar con tiempo, para compartirlo todo; es la gran oportunidad para estar bien juntos. Y no estoy satisfecho con cómo han salido las cosas; o con cómo las he hecho, mejor dicho.

Pero ya les contaré con más calma. Por el momento, y ya que hablábamos de cine, mañana será otro día.


28.7.12

Baños, paseos y niebla en Vicedo.

Desde la cama, acostado, veo la Osa Mayor. Ya, entiendo que suena un poquito típico, pero es cierto, la veo. Después de leer, al apagar la luz, me pongo las gafas y me quedo un rato mirando.

Ayer variamos y por la mañana fuimos a otra playa, Xilloi.


Xilloi. Bares al fondo.

Aunque hoy ha hecho el peor día desde que estamos aquí, hemos ido a la playa por la mañana y por la tarde; y a las ocho me he dado el mejor baño de esta semana. Siempre hago lo mismo: me meto poco a poco, con los niños, jugando o lanzando piedras, hasta que me acostumbro a la temperatura y me meto del todo; luego les digo que voy a nadar, para que no se bañen solos, y me alejo. No sé cuánto, porque en el mar no sé calcular, pero pensando en el tiempo que tardo supongo que serán unos 100 metros. Tengo los hombros lesionados y no debería, porque salgo con ellos peor, pero no puedo evitar nadar; es tanta la diferencia con la piscina, y es tan agradable la sensación. De hecho estoy pensando en comprarme un buen neopreno y traerlo en invierno, y echarle un par y bañarme cuando venga los fines de semana. El caso es que, cuando paro, me pongo a dar vueltas, a sumergirme, a dejarme llevar, a hacer el muerto; y me parece una maravilla, uno de los mejores momentos del día sin duda. Y al cabo de un rato vuelvo y salgo del agua pletórico.


Dice Calvino, sobre el arte de empezar y el arte de acabar de escribir:

El principio es siempre ese instante de distanciamiento de la multiplicidad de los posibles; para el narrador, supone desprenderse de la multiplicidad de las historias posibles para aislar y hacer narrable aquella historia que ha decidido contar en esta velada; para el poeta, desprenderse de un sentimiento del mundo indiferenciado, con objeto de aislar y lograr una armonía de palabras que coincidan con una sensación o un pensamiento.
Hasta el instante previo al momento en que empezamos a escribir, tenemos a nuestra disposición el mundo -el que para cada uno de nosotros constituye el mundo, una suma de datos, de experiencias, de valores-, el mundo dado en bloque, sin un antes ni un después, el mundo con memoria individual y como potencialidad implícita; y lo que queremos es extraer de este mundo un argumento, un cuento, un sentimiento: o, tal vez más exactamente, queremos llevar a cabo un acto que nos permita situarnos en este mundo.

Como quiera que acabe, cualquiera que sea el momento en que decidimos que la historia se puede juzgar acabada, reparamos en que no es hacia ese punto adonde conducía el acto de narrar, que lo que importa está en otro lugar, en lo que ha pasado antes: está en el sentido que adquiere ese segmento aislado de sucesos, extraído de la continuidad de lo narrable.

He cogido un libro de cuentos de Conrad, en cuya notabiográfica (Editorial ALBA) me he topado con esto; a ver si les asombra tanto como a mí:

...si de algo peca Conrad no es jamás de poco exacto gramaticalmente, sino, por el contrario, de demasiado académico, de retórico enfático, por eso confesamos no comprender del todo la inmensa admiración dedicada a Conrad.
Su uso del idioma es ceremonioso y distante por falta deconfianza nativa, dejándose así llevar por una tendencia patética a la generalización psicológica y moral.

¿Qué les parece? Solo les faltaría acabar conLo publicamos porque no teníamos nada mejor que hacer, ¿no? Aunque, en aras de la justicia, he de decir que efectivamente me he topado con un vocabulario y una sintaxis bastante pesados. Hacía décadas que no leía a Conrad (supongo que en vez de estos relatos más me valdría releer El corazón de las tinieblas), y no sé cuánto se debe a la traducción y cuánto al autor. A ver lo que duro.


A veces a la Naturaleza se le va un poquito la mano con los decorados

Cada vez estoy más convencido de que los paseos a y desde la compra juegan un papel crucial en nuestras estancias aquí. Creo que son los momentos en los que mejor hablo con los niños, que están al mismo tiempo entretenidos, receptivos y charlatanes; y que a mí me serenan muchísimo.

En el puerto hay unas instalaciones de cría de almeja. Carlos me ha preguntado qué eran y les he contado que ahí se ponen los huevos, se cuidan y, cuando ya están algo creciditos, se “siembran”, para que haya almejas en la ría. Y he hecho la broma de decirle que crecían, se hacían adultas, se casaban, formaban una familia, se compraban una casa, salían a pasear, etc. Y me ha dejado, una vez más, alucinado, al interrumpirme y explicarme que sí, y que luego tienen unas instalaciones para cría de personas,y que las cuidan hasta que crecen, y luego las siembran, y les explican a sus hijos qué son, etc.


La niebla de los montes de enfrente me tiene fascinado. Le saco fotos y fotos; pero no consigo hacer ninguna que recoja bien el efecto y pueda transmitir la misma sensación.



25.7.12

Vicedo: días

El tiempo sigue siendo excepcionalmente bueno. Ritmo lento de playa mañana y tarde, paseos a la compra y sobremesas entre dibujos, aviones de papel, tarjetas postales y (por primera vez, los tres) lectura.



Tras dejar a medias El mal de Montano, de Vila-Matas, por falta de interés (mi primer libro para frikis; de literatura, pero frikis), y leer un par de relatos de Cuentos contados dos veces, de Hawthorne, llevo desde ayer por la tarde con Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, que me está gustando. Les dejo un par de citas de las muchas que estoy subrayando:

...en una época en que triunfan otros media velocísimos y de amplísimo alcance, y en que corremos el riesgo de achatar toda comunicación convirtiéndola en una costra uniforme y homogénea, la función de la literatura es la de establecer uan comunicación entre lo que es diferente en cuanto es diferente, sin atenuar la diferencia sino exaltándola, según la vocación propia del lenguaje escrito.
Como para el poeta en versos, para el escritor en prosa el logro está en la felicidad de la expresión verbal, que en algunos casos podrá realizarse en fulguraciones repentinas, pero que por lo general quiere decir una paciente búsqueda del mot juste, de la frase en la que cada palabra es insustituible, del ensamblaje de sonidos y de conceptos más eficaz y denso de significado. Estoy convencido de que escribir prosa no debería ser diferente de escribir poesía; en ambos casos es búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa, memorable.



Hoy hemos ido a pescar después de la cena, los tres. Y hemos vuelto con ¡un chipirón! Nos ha parecido una proeza. Lo ha cogido Carlos. Mañana, que estamos invitados a casa de nuestros vecinos, lo comeremos.

Ahora, más tarde de las tres, me acuesto con la ventana abierta. Como en las novelas, se oyen las olas.




23.7.12

Una semana en Vicedo

Hoy se han ido M y C, tal y como estaba previsto. Hasta fin de mes, nos quedamos los niños y yo.

Podría hablarles de expectativas desmesuradas, o decirles que es inútil buscar ciertas cosas fuera de nosotros mismos, que lo máximo que lograremos será envolver un hueco vacío. Afinando más, debería hablar de errores de planteamiento.

El caso es que esta primera semana que acaba no ha sido lo que esperaba. Tal vez porque esperaba, no demasiado, sino mal. Como digo, planteamientos equivocados, ansiedad y una falta de estabilidad, sosiego y calma internos (míos) que han hecho más difíciles las cosas; aunque poco a poco hayan ido yendo mejor.

De todos modos, ahora haré caso del consejo que me acaban de dar y no pasaré estos días que vienen lamentándome por el pasado.


En cualquier caso, el cariño, los juegos y la belleza no han faltado.






M, C y Paula, antes de desayunar



Yo

La puesta de sol de hoy.