23.8.12

Malas hierbas

Un día, el padre de Marta le dijo que si de verdad quería ayudar limpiase de malas hierbas el campo de trigo. Marta fue muy contenta y dispuesta.

Encontró tres amapolas.

Y arrancó todo el trigo.


20.8.12

Fin de semana en O Barqueiro

El 31 de julio me sentí expulsado del Paraíso, pero, a diferencia de Adán, sabía que podía volver. Y eso hemos hecho estos días M y yo. La gran novedad es que por primera vez en mi vida he estado en aquella ría sin quedarme en Vicedo. En esta ocasión dormimos en una habitación con otras vistas. Estas:




Han sido días de playa. También de ver a alguna gente y de comer (¡ese bonito en rollo de "O In", en Espasante!), pero sobre todo de playa y de baño. Lo malo es que se va uno sin ganas de otras, por unos días.

El sábado por la mañana temprano volvimos, años después, a la de Esteiro, en O Barqueiro.







Aquello son Os Agullóns de Ortegal


Pizarra


Ayer por la mañana, en el Caolín, nadaba de vuelta a la playa y cada vez que cogía aire veía el faro blanco recortado contra el cielo azul intenso salpicado de nubes blanquísimas. Y yo comprendo que debo de resultar pesado, pero les aseguro que a veces me siento desbordado por tanta belleza.

14.8.12

Falconer, de Cheever, entre otros

Cheever me gusta mucho. Solo había leído otra novela suya, Bullet Park, pero he leído la mayor parte de sus relatos y sus impactantes Diarios; y lo considero uno de los grandes norteamericanos de la segunda mitad del XX. Como autor de cuentos, sobre todo, está para mí a la altura de cualquiera.

Falconer, sin embargo, no me ha gustado demasiado. Y ya me daba cierto apuro decirlo, pero después de leer las maravillas que dice de ella Rodrigo Fresán en su epílogo siento casi vergüenza.

El libro está magníficamente escrito, claro, pero he encontrado dos obstáculos: la traducción y la realidad.

No sé si Alberto Coscarelli será un buen traductor, pero, como tantas veces (y cada vez más), no puedo evitar que página a página me salten a la vista expresiones raras, construcciones artificiales, vocabulario infrecuente, etc. Por ejemplo:

Su madre, muerta hacía mucho, seguramente lo había llevado de un lugar a otro...

Se refiere a si lo solía coger en brazos. ¿Ustedes dirían eso así?

Y en cuanto al vocabulario, se supone que al menos el de algunos personajes es barriobajero, vulgar; y yo no sé qué dice la teoría de la traducción, si se debe reflejar ese ambiente y trasladarlo al terreno del lector, asimilándolo a algo comparable aquí, o es preferible preservar y mostrar las formas originales, pero leo cosas que me suenan un poco a cuando en una película dicen jodido o bésame el culo...


Pero, de todos modos, con lo que en realidad me he dado de bruces, una vez más, es con la realidad de la novela. Estoy leyendo estos días los cuentos completos de Flannery O'Connor y me ocurre algo parecido; como con tantos otros: la sociedad que nos describen es deprimente, absolutamente deprimente; y lo es sobre todo por falta de esperanza.

En Falconer a ratos el tono es sórdido, pero es lógico, se trata de una cárcel, de un ambiente especialmente duro y, efectivamente, desesperanzado casi por definición. El problema, en este y en muchos otros libros norteamericanos, es que, se mire donde se mire, enfoque el autor donde enfoque su retrato, la sociedad que vemos parece igual de triste, de inmoral, de enferma.

Nadie se salva. Eso es lo más descorazonador: moralmente, nadie se libra, nadie está por encima de la basura, nadie sale limpio. Ni siquiera cuando las circunstancias de los personajes podrían hacer pensar que algo les protege, cuando a priori parecen tener más posibilidades de librarse, cuando esas circunstancias parecen, en principio, una barrera contra cierta crudeza; ni siquiera entonces son mejores, o más felices, o creen en algo. Es difícil no concluir, como ya he hecho, que es una sociedad enferma.

Fíjense en el caso del protagonista, que está en la cárcel por matar a su hermano en una discusión, ambos bebidos (por supuesto, la presencia del alcohol es también en Falconer abrumadora), pero es catedrático de universidad, de clase acomodada, con una vida aparentemente fácil; que habla de ópera, de literatura y de ropa, y que hace cosas bonitas:
Después tienes [su mujer] el piano, esa biblioteca de mierda de tu abuelo y aquel mastodóntico busto de Homero...

¿Por qué no oían que el mar los llamaba, como lo oía Ferragut, imaginar la transparencia de la sal mientras se deslizaba por encima de los cantos rodados?

A lo mejor yo concedo demasiada importancia a esos aspectos en una vida; les concedo demasiado valor como escudos, como colchones. De hecho, los considero una de las razones por las que plantear siquiera ciertas comparaciones es ya injusto. Son parte de las diferencias sociales, con lo que eso supone en cuanto a ventajas y desventajas relativas. Pero en la obra de Cheever y en la de tantos uno ve que no sirven de nada: es un hombre al que le gusta nadar y que mientras lo hace percibe la sal en su cuerpo y ve las piedras del fondo; pero no le sirve de nada.

¿Ustedes no creen que esas cosas sirven de algo? Yo, sí, yo las considero asideros, seguros contra las caídas.

Leyendo a Bukowski o a Fante ya sabemos qué nos vamos a encontrar: cuando se escribe de alcohólicos que se mueven entre bares y habitaciones de fondas, no hay sorpresas; precisamente nos están hablando de eso. Pero aquí, en barrios residenciales, entre artistas y profesores, descubrimos que es todo igual: nadie tiene fe en nada, a nadie le sirve de nada lo que tiene a su alcance, a nadie le queda nada bello en su interior. Nadie se salva.


13.8.12

Sale el sol

En lo contento que estoy en mi nuevo trabajo influye, y no poco, que por la ventana vea esto al sentarme a primera hora.






7.8.12

Ellos

Va todo bien.

No escribo porque acabo de cambiar de puesto de trabajo (que no de trabajo) y la vuelta de las vacaciones está siendo bastante atareada. Atareada pero buena: creo que en los 18 años que llevo de profesión es la primera vez que estoy ilusionado y voy a hacer algo que me parece interesante.

Sobre el mes de julio les iba a contar muchas cosas; les iba a explicar qué me había pasado, cómo me había sentido, y por qué creía yo que había sido todo así. Pero este domingo un amigo (el mejor para estos temas) me permitió vomitarlo todo, y además me ayudó a comprenderlo y a, más o menos, aclararme. Así que ahora mejor me dedico a pensarlo.


Aunque no demasiado, porque me parece que también se trata un poco de no pensar tanto.