14.8.12

Falconer, de Cheever, entre otros

Cheever me gusta mucho. Solo había leído otra novela suya, Bullet Park, pero he leído la mayor parte de sus relatos y sus impactantes Diarios; y lo considero uno de los grandes norteamericanos de la segunda mitad del XX. Como autor de cuentos, sobre todo, está para mí a la altura de cualquiera.

Falconer, sin embargo, no me ha gustado demasiado. Y ya me daba cierto apuro decirlo, pero después de leer las maravillas que dice de ella Rodrigo Fresán en su epílogo siento casi vergüenza.

El libro está magníficamente escrito, claro, pero he encontrado dos obstáculos: la traducción y la realidad.

No sé si Alberto Coscarelli será un buen traductor, pero, como tantas veces (y cada vez más), no puedo evitar que página a página me salten a la vista expresiones raras, construcciones artificiales, vocabulario infrecuente, etc. Por ejemplo:

Su madre, muerta hacía mucho, seguramente lo había llevado de un lugar a otro...

Se refiere a si lo solía coger en brazos. ¿Ustedes dirían eso así?

Y en cuanto al vocabulario, se supone que al menos el de algunos personajes es barriobajero, vulgar; y yo no sé qué dice la teoría de la traducción, si se debe reflejar ese ambiente y trasladarlo al terreno del lector, asimilándolo a algo comparable aquí, o es preferible preservar y mostrar las formas originales, pero leo cosas que me suenan un poco a cuando en una película dicen jodido o bésame el culo...


Pero, de todos modos, con lo que en realidad me he dado de bruces, una vez más, es con la realidad de la novela. Estoy leyendo estos días los cuentos completos de Flannery O'Connor y me ocurre algo parecido; como con tantos otros: la sociedad que nos describen es deprimente, absolutamente deprimente; y lo es sobre todo por falta de esperanza.

En Falconer a ratos el tono es sórdido, pero es lógico, se trata de una cárcel, de un ambiente especialmente duro y, efectivamente, desesperanzado casi por definición. El problema, en este y en muchos otros libros norteamericanos, es que, se mire donde se mire, enfoque el autor donde enfoque su retrato, la sociedad que vemos parece igual de triste, de inmoral, de enferma.

Nadie se salva. Eso es lo más descorazonador: moralmente, nadie se libra, nadie está por encima de la basura, nadie sale limpio. Ni siquiera cuando las circunstancias de los personajes podrían hacer pensar que algo les protege, cuando a priori parecen tener más posibilidades de librarse, cuando esas circunstancias parecen, en principio, una barrera contra cierta crudeza; ni siquiera entonces son mejores, o más felices, o creen en algo. Es difícil no concluir, como ya he hecho, que es una sociedad enferma.

Fíjense en el caso del protagonista, que está en la cárcel por matar a su hermano en una discusión, ambos bebidos (por supuesto, la presencia del alcohol es también en Falconer abrumadora), pero es catedrático de universidad, de clase acomodada, con una vida aparentemente fácil; que habla de ópera, de literatura y de ropa, y que hace cosas bonitas:
Después tienes [su mujer] el piano, esa biblioteca de mierda de tu abuelo y aquel mastodóntico busto de Homero...

¿Por qué no oían que el mar los llamaba, como lo oía Ferragut, imaginar la transparencia de la sal mientras se deslizaba por encima de los cantos rodados?

A lo mejor yo concedo demasiada importancia a esos aspectos en una vida; les concedo demasiado valor como escudos, como colchones. De hecho, los considero una de las razones por las que plantear siquiera ciertas comparaciones es ya injusto. Son parte de las diferencias sociales, con lo que eso supone en cuanto a ventajas y desventajas relativas. Pero en la obra de Cheever y en la de tantos uno ve que no sirven de nada: es un hombre al que le gusta nadar y que mientras lo hace percibe la sal en su cuerpo y ve las piedras del fondo; pero no le sirve de nada.

¿Ustedes no creen que esas cosas sirven de algo? Yo, sí, yo las considero asideros, seguros contra las caídas.

Leyendo a Bukowski o a Fante ya sabemos qué nos vamos a encontrar: cuando se escribe de alcohólicos que se mueven entre bares y habitaciones de fondas, no hay sorpresas; precisamente nos están hablando de eso. Pero aquí, en barrios residenciales, entre artistas y profesores, descubrimos que es todo igual: nadie tiene fe en nada, a nadie le sirve de nada lo que tiene a su alcance, a nadie le queda nada bello en su interior. Nadie se salva.


14 comentarios:

  1. O, como decía Merlo, "todo está roto a la perfección".

    :-)

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  2. Ah, pues sí, supongo que es un buen resumen.

    (¿Ese Merlo quién es/era? ¿El actor?)

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  3. Fernando Merlo
    http://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Merlo

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  4. Creo que esa definición de Merlo es válida. La novela americana no deja pie con bola porque ese país no lo deja. Se pueden perder muchas esperanzas, pero cuando vives en un país en donde el punto fuerte es la "individualidad" y no existe lo "colectivo", como conjunto de grupos dispares, las cosas, interiormente, van mal.

    Y ese es precisamente el trabajo de los artistas, transmitir el elan de un pueblo.

    De acuerdo en todo lo que dices sobre Cheever (solo he leído los relatos y los diarios).

    Añado que, para mí, el gran genio de los últimos 20 años es David Foster Wallace. Estoy releyendo todos los relatos (a veces largos, de 100 o hasta 200 páginas). Ayer, al terminar el último del libro "Extinción", le dije al pequeño heredero, que pasa una semana con nosotros en la montaña: "Ya sé por qué se suicidó, el vacío mental que relata del país es absoluto, pero sobre todo porque se dio cuenta de que nadie, ni él mismo, podrá en muchos años escribir un relato más perfecto que este".

    Besos a QuiaSint y abrazos para ti.

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  5. No sé si ahí estriba todo; en esa individualidad. Sería una soledad que dejaría sin nada a que agarrarse, un desvalimiento imposible de superar, y a la postre absolutamente desmoralizador; que es de lo que se trata: carecer de fuerza para sostener una moral personal... ¿digna? De fuerza o de razones, es lo mismo.

    Pero imagino que esto es un corte de la sociedad buscado a propósito: lo que se quiere enseñar (por lo que tú dices, porque eso hace el artista). Me cuesta creer que resuma la situación general. ¿Tú lo crees?

    A D. F. Wallace lo tengo pendiente. Tengo en digital La broma infinita, tan recomendado.

    Un abrazo y recuerdos a tus queridos.

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  6. No sé si estás en disposición, sin leerlo, de hablar de la traducción. De la traducción de contemporáneos EEUU, en todo caso.

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  7. No, del inglés no estoy en disposición (salvo Mariano Antolí Rato para los libros contraculturales, porque domina la jerga).

    ¡¡¡Ni se te ocurra leer "La broma infinita" sin haber leído, gustosa, delicada y pacientemente, los relatos!!! Sería como empezar una comida con un plato de fresas con nata sin saber lo que son las fresas ni lo que es la nata.

    Lo que quería preguntarte es por Flannery O'Connor. ¿Merece la pena?

    Y con respecto a lo de la individualidad, está en los genes de pensamiento (¡fíjate que a poner la salud al alcance de los ciudadanos lo llaman comunismo!)

    Creo que el film documental "Bowling for Columbine" de Michal Moore es lo que me acabó de abrir los ojos sobre el tema.

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  8. Flannery O'Connor me está gustando entre bastante y mucho.
    Miseria material y moral, ignorancia, racismo que ya ni se menciona, el sur blanco pobre, etc.: está muy bien.
    Y bueno, supongo que uno puede seguir entendiendo cosas de allí.

    Tendré en cuenta tu recomendación sobre D. F. W.

    Un abrazo.

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  9. Yo de Cheever solo he leído dos o tres relatos, pero a Flannery le tengo grandísima admiración (y abrí un blog monográfico sobre ella: www.flanneryoc.blogspot.com).
    A Flannery le habría sorprendido que la relacionases con la falta de esperanza: es pura esperanza su vida y su obra (entendiendo por esperanza no 'optimismo', sino la virtud teologal). Otra cosa es que no tenga nada que ver con optimismos tipo walt-disney y que retrate con sus mirada ácida y verdadera lo que veía. Pero la ausencia de esperanza del mundo contemporáneo, que parte del nihilismo es completamente ajena a ella. Sus personajes siempre tienen una puerta de salvación (otra cosa es que los trate con dureza).
    Por lo demás, en un concurso de desesperanza ganaría (creo yo) Europa por goleada a Estados Unidos.

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  10. Hola, Ángel.
    Cuenta Martín Garzo en su prólogo al libro que una escritora le recriminó a O'Connor que escribiese ese tipo de cuentos, pues, decía, el lector lo que quería era algo que le elevase el corazón. Y que O'Connor le contestó que si tuviese el corazón donde debía tenerlo, esas lecturas se lo elevarían.
    Puede ser que yo sea como aquella señora.
    Lo digo en serio.

    Pero, por si acaso no es así, supongo que deberíamos empezar, como siempre, definiendo qué es esperanza para nosotros. De entrada, para mí no es la virtud teologal, ni mucho menos; más bien tiene que ver con las razones para, efectivamente, ser algo optimista, ver razones para alegrarse, para confiar en (en este caso) los demás, en las personas, y para confiar en que el mundo tiene salvación. Pero, ojo, salvación en esta vida...

    Y vive Dios (je) que yo, tanto en Cheever como en estos cuentos, igual que en muchos otros, no las encuentro. En los relatos de O'Connor veo las mismas miserias materiales y morales, el mismo pozo donde todos están y del que nadie puede salir. Eso es lo que estoy sintiendo, la verdad.

    Porque (he de aclarar) tampoco se trata de que sus personajes no tengan esperanza, o que yo crea que la autora, a la vista de lo que escribía, no la tuviese; no, lo que yo quiero decir es que YO no veo razones para la esperanza, que a MÍ me dejan sin esperanza. Hablo de mí, cómo no :-)

    Un abrazo. Buenas noches a todos.

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  11. Ah, entendiendo por esperanza lo que acabo de explicar, no estoy de acuerdo con tu comparación Europa/EE.UU. Claro que quizá influya la elección de lecturas de cada uno.

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  12. Ayuda mucho a comprender la obra de Flannery el volumen de sus cartas ('El hábito de ser', editorial Sígueme), un libro extraordinario desde todos los puntos de vista.

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