29.9.06

Pescados ciegos.

Hace mucho que no les cuento nada de mi hija (que está pasándolo algo mal por los celos, la pobre):

Ayer, en la pescadería.

- ¡Mira! ¿Y por qué tienen ojos?
- Pues como casi todos los animales, para ver.
- Pero -con tono de pena pero sonriendo un poquillo, como resignándose a que las cosas son así y qué se le va a hacer- cuando les comemos los ojos, entonces ya no ven, ¿verdad?

25.9.06

Castillos en el aire.

[A Cruz, polos castelos no chan]

¿Quién discutiría la importancia de las ideas?

Hace tiempo me autodefiní aquí como el tonto de la educación, pues raro es el problema, de los muchos que nos aquejan, en cuya resolución no crea que ésta debe jugar un papel fundamental, y porque me parece la más efectiva y fiable herramienta de mejora personal y progreso social.

Creo que las ideas no siempre mueven el mundo pero suelen decir hacia dónde lo hace. Y que, dependiendo de su bondad y su fuerza, llegamos a un puerto u otro.

Por eso, no me considero sospechoso de tender a dar por perdido el tiempo de un padre que habla pacientemente con su hijo, o el de un profesor que, inasequible al desaliento, trata de enseñar su asignatura a unos niños. Del mismo modo, valoro el esfuerzo que supone cualquier iniciativa, pública o privada, vistosa o limitada a la intimidad del hogar, destinada a abonar el terreno al libre pensamiento, a fomentar el análisis de la información, a facilitar y fundamentar (fundamentar: qué error tan habitual, llenarse la boca con la libertad de expresión y no preocuparse de qué hacer con ella) el debate público, a formar espíritus críticos, a conocernos, a conocer nuestra historia para aprender de los errores, a ensanchar horizontes, a estimular las mentes y a despertar las sensibilidades.
Y creo que el arte, en general, tiene un gran papel que jugar en esa tarea.

Pero, a pesar de todo, veo en nuestra sociedad individuos e instituciones que, en mi opinión, acusan una tendencia excesiva a quedarse ahí, en la teoría, en la pose; a conformarse, satisfechos, con el discurso hecho fin en sí mismo, con repetir lemas, en un solemne y a menudo subvencionado mareo de perdiz, consistente en artículos, jornadas, exposiciones, mesas redondas, publicaciones, camisetas, canciones y pegatinas, con el que se creen que hacen, que se mueven, que cambian el mundo y abren los ojos a la sociedad, cuando en realidad hace tiempo que están inmersos en un bucle sin fin consistente en mirarse complacidos el ombligo e intercambiarse reconocimientos, todo ello a a un par de palmos del suelo.

Y esta actitud tiene como mínimo un claro inconveniente: la energía y las horas dedicadas a estas empresas no se emplean en otras que lo merecerían más. No sólo se deja de empujar e inspirar a la sociedad, sino que, debido a la falta de creatividad y el temor a arriesgarse que surgen de la satisfacción, se llega a entorpecer su avance.

Y todo esto tan enrevesado lo dice Augusto Monterroso con una frase breve y genial:

La ilusión de que se hace camino al oír cantar que se hace camino al andar, es nefasta.

20.9.06

El eslabón perdido.

Paolo, de El festín de la araña, melómano, contrincante en discusiones políticas y en mi opinión sin duda uno de los autores de blogs que mejor escriben, me introduce en una cadena. Cadena que obliga a elegir, de entre todos los textos del propio blog, uno y sólo uno, aquél que consideremos el mejor.

Antes de continuar, quiero insistir en algo que dije ya hace mucho tiempo y que espero no tomen por el preceptivo ejercicio de modestia previo : mi blog es un sustituto de los libros que no creo vaya a escribir nunca, y su principal razón de ser es paliar mi frustración por ello.

No les sorprenderá, por tanto, si les digo que en general no creo que nada de lo que escribo valga la pena. La vale para mí, sin duda, pues para mí es útil, y no niego que esta experiencia que ya pasa del año y medio de vida me haya proporcionado y proporcione muchas alegrías y satisfacciones. Pero les aseguro que cada vez me veo con menos cosas que decir, más mediocre escribiendo y pensando, y (lo que hace estos defectos más graves) con un tono más pretencioso.

Y una vez dicho esto (sobre lo que les agradecería se ahorrasen los sin duda bienintencionados comentarios de consuelo, pues no querría parecer estar mendigándolos), les confieso que me siento incapaz de destacar un solo post de entre todos los que he escrito. Probablemente se deba a que yo los separo en varios grupos perfectamente diferenciados y que me resultan muy difíciles de comparar entre sí:

Hay entradas en este blog que me gustan, pero la razón es que consisten casi por completo en citas de textos ajenos. Entre ellas destacan un par relacionadas con Cunqueiro.

Otras, más o menos políticas, no me disgustan del todo (lo siento, Paolo; ya sabe usted: cría cuervos...); algunas trataban temas domésticos y concretos, y otras se permitían apuntar más alto... aun a riesgo de la dura caída. En ambos casos, creo que saltaba a la vista mi poca familiaridad con ese mundo.

En cuanto a todos esos textos que pretendo tengan un aire socio-cultural-filosófico, son sin duda con los que he alcanzado los grados más altos de patetismo, y además son larguísimos. Pero uno, que no aprende, no tendría demasiados reparos en firmar de nuevo uno o dos, o incluso más; y no por su utilidad para nadie, sino por lo que de mí dicen, que es mucho.

Ficción, que es lo que cualquiera que quiera ser escritor quiere hacer, casi no he escrito; porque, precisamente, no soy escritor. Pero a pesar de todo hay cuatro relatos; y, por motivos personales (y sólo por eso, porque no creo que esté bien escrito), me quedaría con éste.

Incluso me permití hablar sobre literatura, aunque poco. Lo que mejor recuerdo es esto.

Por último, quedan esas entradas a las que más cariño les tengo, las más personales. Son las que más claramente muestran a la persona que está detrás del Señor de Portorosa (este personaje del que ya sería incapaz de separarme), y son las que elegiría si tuviese que salvar de la quema una parte de mi blog.
Dentro de ellas hay muchos tipos, pero yo destacaría dos grandes grupos: las más melancólicas, que en realidad suelen dar vueltas a un solo tema vestido con distintos ropajes: el paso del tiempo; y las alegres, casi siempre protagonizadas por mi hija (y, desde hace poco, también por mi hijo). Para mí, son lo mejor del blog; para mí.


Ya ven que en lugar de responder en dos líneas, no sólo no he contestado sino que he dado rienda suelta a mi egocentrismo, y parece que he aprovechado la ocasión para autopublicitarme. Es lo que tenemos, los vanidosos. Pero lo cierto, se lo aseguro, es que no puedo destacar una entrada sobre todas las demás.

Les contaré otra cosa, a falta de la respuesta que debía: ha habido en bastantes ocasiones una curiosa disparidad entre mi gusto y el suyo (juzgando éste por el número de comentarios, que ya sé que no es un buen medidor, y por las visitas, que tampoco); hubo textos que colgué encantado en el blog y que pasaron sin pena ni gloria, y otros escritos casi casi porque tocaba poner algo que multiplicaron las lecturas y las respuestas. Misterios del ciberespacio.


Me toca a mí ahora pasarle la cadena a otros dos compañeros de la bloguería. Algunos ya han participado, y otros tienen todavía pocos textos para este juego; así que invito (y digo invito y no pido, y menos reclamo) a participar a Tato, de Activando la disidencia, y a Xavie, de Ideas y fragmentos.

19.9.06

11.9.06

Cinema Paradiso

Qué no se habrá escrito sobre el paso del tiempo. Pero cómo no seguir haciéndolo, aun desde la convicción de no aportar nada, si el principal destinatario, que es uno mismo, sigue obsesionado y perdido.

El domingo de noche vi Cinema Paradiso al aire libre; lo organizábamos nosotros.

Hay dos cosas que hacen que la vida, aun la más afortunada, sea triste: dejar de ser niños, y perder a los que queremos.

Dejamos de ser niños y nos quedamos sin nuestra mirada y nuestras ilusiones, sin esperanza, y decisión a decisión vamos renunciando a nuestras posibilidades. Y el tiempo nos va quitando nuestra familia y nuestros amigos, y los echamos de menos y nada los trae de vuelta; y aun antes de que eso suceda, la certeza de esas pérdidas nos atenaza.

Regresar es difícil, muy difícil; sobre todo a donde se ha sido feliz. Porque sabemos que todo es irrecuperable, que todo se ha ido, y porque, además, los recuerdos nos ponen frente a nosotros mismos, frente a lo que somos, a lo que hemos hecho con la vida que, ilimitada, entonces empezábamos.
Y porque volver es también regresar junto a nuestros mayores, nunca correspondidos, por esas leyes de la vida que uno sospecha necesarias pero sabe injustas. Y cuanto mayor fue su generosidad mayores son nuestra pena y la sensación de haberles abandonado. Y si tenemos suficiente valor, durante unos instantes nos atrevemos a pensar si seremos la mitad de buenos de como ellos nos creyeron. Y conforme va pasando el tiempo, conscientes ya de que los hijos son la vida de los padres, pero que lo contrario no es cierto, empezamos a pensar en el día en que aquellos a quienes adoramos se nos suelten de la mano y sigan andando sin nosotros, y prevemos la tristeza y nos preguntamos si nosotros también seremos capaces de tanta generosidad.


¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te gana la nostalgia y regresas… no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. (...) Desde hoy, ya no quiero oirte hablar; ahora, quiero oir hablar de ti.

Esta despedida, terrible, el regreso al pueblo, la madre, los amigos ahora viejos que quedaron atrás, el cine en ruinas, las vidas que no cambiaron, lo que pudo haber sido y no fue... y los besos, todos los besos, los recuerdos de toda una vida, la vida misma, guardada, día tras día, sin esperar nada a cambio, para el amigo .

A estas alturas les debo de parecer la Magdalena, porque no dejo de confesar llantos, pero el domingo, a la luz de la luna, me secaba las lágrimas con disimulo.

3.9.06

Carlos, mi segundo hijo.

Lo que se siente con el primer hijo es único e irrepetible. Lo que yo sentí con mi hija, al menos, lo fue. La ilusión con que se vive la recién estrenada paternidad, el sobrecogimiento con que uno descubre en sí mismo sentimientos incondicionales y de una profundidad inaudita, y el vértigo con que se va dando cuenta de cómo acaba de cambiar el mundo para él, son incomparables.

Yo sabía que con el segundo hijo eso no se iba a repetir. Y que no se iba a repetir precisamente porque casi todo sería una repetición.

Y cuál ha sido mi asombro al ver que precisamente esa falta de novedades es lo mejor, lo que me está haciendo disfrutar más de lo que me podía imaginar; y más, en muchos aspectos, de lo que pude disfrutar la primera vez.

Yo lo atribuyo principalmente a tres razones:

- La experiencia, que me da una tranquilidad que no tuve, y que me permite: entender casi todo lo que hace el niño; no estar preocupado cada vez que no entiendo algo que hace el niño; y no tener que pensar, ante una situación nueva, y abrumado por la responsabilidad, cuál será la reacción adecuada, pues las respuestas son ya casi naturales y surgen espontáneas.

- La consciencia, esta vez nacida de la propia experiencia y no de cabeza ajena, de la fugacidad de este momento.

- Tener mucho más tiempo para estar a solas con mi hijo, y poder acercarme a él sin hacer cola ni tener que apartar a media familia a codazos.

En cualquier caso, y se deba a lo que se deba, estoy viviendo algo maravilloso. Y además, lo reconozco, ha sido una sorpresa.

Carlos se ríe desde hace un par de semanas, ya; y puedo pasarme horas apoyado en la cuna, sobre él, haciéndole monadas sin parar, acariciándolo, aullando, poniendo caras, mientras se ríe, patalea y trata de imitarme. En fin, nada que los padres no sepan, y que a los no padres les parezca un poco patético, supongo.


Que me sonría. Verlo dormir. Que esté tranquilo en mis brazos.

No hay nada igual en la vida; sé que lo han oído mil veces, que es un tópico, y que algunos no se lo creen, pero es verdad.



La foto la sacó mi mujer esta tarde, después del baño, mientras yo le daba un masaje.

Me está mirando a mí.