9.5.06

Donau, Dunaj, Duna, Dunare, Dunav, Tuna.

Acabo de terminar de leer El Danubio.

He tardado meses, con paradas de semanas y varios libros leídos por el medio, pero, en contra de lo que eso pudiera hacer pensar, me ha encantado, me ha parecido una verdadera maravilla (es curioso, pero esto mismo me pasó con uno de los -en mi opinión- mejores libros que he leído, El libro del desasosiego; me llevó más de un año acabarlo).

Por supuesto, no pienso hacer una reseña del libro, y menos aun una crítica. Pero a todos aquellos que no lo conozcan les diré que en El Danubio el autor, Claudio Magris, nos cuenta un viaje desde el nacimiento del río hasta su desembocadura, viaje que aprovecha para hablar de los países, las ciudades, los paisajes y los pueblos por los que pasa, de su arte, de su literatura y de su historia. El resultado es un precioso e interesantísimo recorrido por la cultura mitteleuropea de la mano de un guía de excepción, que hace de cada capítulo una impagable lección pero que a la vez cuida de no caer en demostraciones gratuitas de erudición y asume un punto de vista mundano que se mantiene, aunque a veces deba elevarse un poco para ofrecernos alguna reflexión más general, muy próximo a la cotidianeidad que ve alrededor.

Nacida en Bela Crvka en 1864, la introvertida y neurótica escritora exaltó su pequeña patria, el ferroviario que anunciaba el nombre de la estación en varias lenguas, la pastelería Turoczi tan deseada en su infancia, el malhumorado señor Bositsch, propietario de la droguería Der schwarze Hunde, El perro negro, la bellísima señora Radulovitsch, servia, que paseaba en carroza ante la admiración general, los aiduques a caballo, los jenízaros sepultados en la colina...

Aquí habla de una localidad que fue húngara y después yugoslava (y ahora servia), habla de una tienda con nombre alemán, habla de servios, de jenízaros de otras épocas. Fíjense en cómo para esta escritora a la que se refiere Magris esa mezcla de idiomas de la estación era no sólo perfectamente normal sino característica de su hogar. ¿No les llama la atención? ¿Y no creen que esto tiene que ser determinante a la hora de configurar el carácter de un pueblo, la mentalidad de una sociedad?

Desde que comencé a salir de España me llamó la atención algo que nunca he dejado de observar: lo normal que, en comparación con lo que vemos en la nuestra, es en otras sociedades el contacto con extranjeros; y no me refiero a un contacto esporádico, sino a relaciones de trabajo o personales habituales y de cierta consistencia.
Me doy cuenta de que en mis impresiones tiene mucho que ver el hecho de vivir en una ciudad de provincias, y además gallega, pero aun así creo que es bastante evidente que en nuestro país, hasta hace poco y en casi todos los niveles sociales, las relaciones internacionales eran una rareza. En España, fuera de las zonas turísticas (en las que, me van a perdonar, el tipo de relación no es ni por asomo éste del que hablo), era perfectamente normal que alguien se pasase toda su vida sin tener el más mínimo contacto con alguien de otro país. Es más, me atrevo a decir que aun hoy en día, para el, digamos, 80 o 90% de los españoles, un encuentro con un extranjero sigue siendo un acontecimiento excepcional y casi exótico. Y no hablemos ya de plantearse, por ejemplo, irse a vivir a otro país por motivos laborales. En cambio, en otros países europeos (no en todos, claro; me parecen casos paradigmáticos los de Holanda, Dinamarca o Bélgica; en cuanto al Reino Unido, creo que una cosa es Londres y otra muy distinta el resto del país), uno se da cuenta de que viven y trabajan codo con codo con ciudadanos de otros países, que contemplan como algo normal la posibilidad de buscar trabajo en el extranjero, y que están, en fin, acostumbrados a un ambiente internacional.

Esto es así debido a causas geográficas, económicas, políticas, e incluso, en su momento, religiosas, que me parecen fáciles de identificar; y tiene unas consecuencias e implicaciones que supongo tanto positivas como negativas y sobre las que sería muy interesante que alguien más cualificado nos ilustrara. Yo sólo pretendo destacar el hecho.

El caso es que leyendo El Danubio, y sobre todo la segunda mitad del libro, cuando el viajero llega a Hungría, Rumania y Bulgaria, he visto que esto se repetía en cierto modo, que a lo largo de toda su historia esos países han sido hogar y frecuentada zona de paso de pueblos, etnias, culturas, religiones y lenguas diferentes (y resulta impresionante, por cierto, el empeño que la mayoría de esas comunidades ha puesto en mantener su identidad, en preservar sus características propias, durante siglos de vecindad no siempre amistosa). Dentro de este mosaico viviente que fue el imperio Habsburgo, cualquier población tiene un topónimo oficial en tres o cuatro idiomas, cualquier familia se ha rozado con otras de distinto origen, y cualquier región es o ha sido testigo de la convivencia secular de pueblos diferentes. Dicho sea de paso, la verdad es que al lado de esto uno encuentra la pluralidad de España, a pesar de sus avatares, de lo más estable; al menos en los últimos cuatro o cinco siglos (que no está mal).

Les recomiendo el libro, se lo recomiendo vivamente. Por su calidad literaria, en primer lugar, y por lo interesante que es asomarse a una parte tan sugerente y (ustedes perdonen) poco conocida de Europa y a una historia, la suya, con el atractivo de las historias turbulentas y lejanas.

19 comentarios:

  1. Con El Danubio, que me entusiasma, no me pasó, pero sí comparto la experiencia de leer el Libro del Desasosiego: es como nadar en una piscina de mercurio, que pesa 13 veces más que el agua: cada brazada cuesta trece veces más. Yo aún no he terminado de leerlo, es una obra que me agota, acaba con mis recursos a cada capitulillo. También creo que es un libro maravilloso, superior, incomparable.

    ResponderEliminar
  2. Yo lo tengo en casa desde hace semanas, esperando su turno. Después de leer este post me parece que va a colarse... :-)

    ResponderEliminar
  3. Ya verás, te va a encantar, Jesús.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Sí, Ignacio, es que yo creo que es un libro (el de Pessoa) que, para leerlo bien, exige mucho (o bastante, vamos). Me ocurría con él que a veces me costaba avanzar, e incluso en ocasiones no me apetecía cogerlo, pero cada párrafo que leía me parecía magnífico, de una inteligencia, una sensibilidad y una profundidad de pensamiento excepcionales.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Cuando leí El Danubio no lo sabía, y si lo releo ahora me emocionaré como un idiota: cuando Magris dice "nosotros", la presencia que lo acompaña en segundo plano (la sobrina de tía Anka) es la extraordinaria Marisa Madieri, que era su mujer y que se murió hace unos años.

    ResponderEliminar
  6. Pues no lo sabía, yo. Sí, qué triste; pero, Ignacio, él ha tenido una mujer con la que ha podido hacer algo así, compartir eso y muchas otras cosas. Lo que nos da pena ahora es que se haya acabado lo que parece una felicidad tan grande (y que tan pocos llegan a conocer).

    (Pero iban con al menos dos personas más (no lo tengo a mano ahora para comprobarlo), ¿no?)

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  7. Hola. He quedado como en una disyuntiva: He leído tu comentario y me han dado ganas de saber porqué decís eso, por lo tanto leer el libro, vivir la experiencia; pero no puedo dejar de atender tu comentario al respecto... Hasta que me decida, leeré otras cosas, posiblemente otros posteos tuyos que me atrajeron por el título. Por ahora, saludos

    ResponderEliminar
  8. Bienvenida, Maga. Bonita foto, no menos sugerente que este viaje.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Hola Porto,
    Me alegro de que hayas animado a publicar.

    Algunas cosas:
    Si a Pessoa le llevó toda la vida escribirlo, bien podemos tomarnos unos años en leerlo. Ese libro requiere de un estado de ánimo especial y cada párrafo, como decía un comentario anterior, es como nadar en mercurio.

    Me apunto "El Danubio". Para cuando acabe los exámenes...

    En cuanto a la relación con extranjeros, yo pienso (tengo 34) que, probablemente, nosotros somos la primera generación de europeos de verdad que ha dado España. Idiomas, viajes y amigos extranjeros (yo tengo uno que es una ONU en sí mismo, padre croata, madre coreana, él es alemán y vive en el centro de Madrid ;-D). Cosa s de las becas Erasmus, supongo...

    Pero me reconozco en lo que dices también.

    Pero... Centroeuropa, a pesar de todo, es aburrida. Reivindico el Mediterráneo como cuna de la cultura. No sé por qué la tele está llena de rubios con los ojos azules (entiendo que al ser gallego te sientas más atlántico, pero espero que no me lo tomes a mal :-D) Donde no estuvo el Imperio Romano no hay nada más que bárbaros del Norte. :-D :-D

    Todo broma, ¿eh?. Sin acritud, que decía no sé quién...

    Un abrazo,
    Xavie

    ResponderEliminar
  10. Tomo nota,milord(permítaseme la licencia de llamarlo así,tal y como ya hace alguna de sus contertulias) y lo tengo en la recámara junto a los de Cunqueiro que me recomendó.
    Un abrazo y agradecido con tantas y tan buenas sugerencias

    ResponderEliminar
  11. Me alegro mucho de veros a los dos de nuevo.

    Lo que dices de nuestra generación (yo, 35) me parece cierto. Aunque hay sitios, como éste, que tardan más en cambiar que otros (para lo bueno y para lo malo). Lo que dices del libro de Pessoa, también.

    Yo siempre me he sentido más atlántico que mediterráneo, pero la verdad es que cada vez estoy más convencido de que eso es, en un 90%, una ficción que uno mismo se agencia. En fin, el Mediterráneo y lo mediterráneo es muy atractivo; ¿pero qué sitio no lo es?

    Max, no te arrepentirás.

    Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar
  12. Compartimos gusto por leer a Magris y manera de leer 'El Danubio' en particular.
    Yo lo tengo entre manos desde hace unos meses, leyendo despacio, intercalando otras lecturas, porque lo dejo en cuanto no me encuentro, del todo, sumergida en el relato.
    No me ocurrió lo mismo con 'Las crónicas del Sochantre'. Desde el primer momento me sentí atrapada por los difuntos, y no pude dejarlo hasta leer la última palabra. Eso te lo debo.
    Un beso, milord.

    ResponderEliminar
  13. Gracias, Bartolomé.
    Milady, no sabes (de verdad) lo que me alegro de que te haya gustado. Y no hables de deudas, no hables de deudas... Un beso.

    ResponderEliminar
  14. Me pasa como a Jesús: estaba esperando turno, pero va a colarse. Tus recomendaciones siempre son de "fuste", como decimos aquí.

    Veo que en el desasosiego de Pessoa - primo carnal de nuestras melancolías -, queridísimo amigo, nos miramos los dos (y nos reconocemos). Espejos, ecos, aromas, nudos, que no acaban de sorprenderme.

    ResponderEliminar
  15. Lo apuntaré en mi lista de "pendientes". Ahora voy a empezar una novela prestada por una buena amiga y mejor lectora. Se trata de "La Mujer Justa" de Sandor Marai. He leído sólo la primera página, y ya me ha cautivado.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  16. Un fuerte abrazo, Earnest.

    S., no hará falta que te lo diga, pero Sandor Marai (he leído “Divorcio en Buda” y “El último encuentro”) me parece muy bueno. Seguro que te encanta. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  17. Fascinante prosa siempre la de Sandor Marai y fantástica novela "La mujer justa".

    Pongo en cola "El Danubio" Portorosa.

    Saludos,

    La flaca

    ResponderEliminar
  18. Ponlo, ponlo.
    Saludos, Flaca, o flaca.

    ResponderEliminar