26.10.11

La edad en mis párpados

Desde hace meses, cuando estoy lavándome las manos y levanto la vista al espejo veo que la piel de mis párpados hace una arruga en forma de pequeño triángulo, que desaparece en cuanto parpadeo o muevo las cejas. Un triángulo que antes no estaba ahí.

Y reconozco los ojos de mi padre y de mi abuelo.

Y me doy cuenta de que era cierto. Que yo también iba a hacerme mayor, como ellos, como todos.

La vida es increíble.

24.10.11

Esta tristeza, o Necesito unas gafas de otro color

Llego a casa unos minutos después de las doce de la noche. Es domingo. Ha sido un buen día; un día sin ningún problema y pasado junto a alguien a quien quiero, que me quiere y con quien quiero estar.

Y sin embargo, una vez más (y como casi siempre, en domingo; y como casi siempre, cuando no estoy con los niños), acabo triste, el día ha ido terminando y me ha dejado esta sensación de vacío.

Al encender el ordenador leo una entrada de Jesús que me dice lo que ya sé. Solo que él parece llevarlo a la práctica, y yo no. Yo, demasiado a menudo me quedo en la teoría.

Y no sé por qué. A veces pienso que es cuestión de química, que en mi interior hay alguna reacción que no siempre sale bien, alguna hormona un poco desequilibrada, alguna enzima de menos, o de más, y el resultado es que, simplemente, tengo esa tendencia: a la melancolía, cuando no al desánimo. Otras, me digo a mí mismo que no, que esa forma de ser, como todas, puede ser fuerte, puede estar muy arraigada, pero que es resultado de mi historia, y que por tanto se puede cambiar, se puede trabajar y tratar de mejorar. Aunque no sé cómo.

Pienso en lo que siento, a ver si entiendo algo, y descubro sobre todo miedo. Precisamente me decía el otro día un compañero de trabajo, en una conversación que me sorprendió, que creía que la felicidad era básicamente vivir sin miedo. Algo que yo no hago, no cabe duda. Me miro, como digo, y veo temor; concretamente a la muerte. A la de quienes quiero y, también por perderlos a ellos, a la mía. Es mi decorado de fondo; a veces no se aprecia, parece no estar, y en cambio otras su presencia es evidente. Pero nunca desaparece del todo, y siempre me condiciona: mi percepción del tiempo, mi idea de la vida.

Sobre todo desde que tengo hijos. El miedo es mayor y más consciente.

Aunque no sé si hablar de miedo es del todo exacto. Se trata más bien de angustia. La angustia que me produce la certeza de que la vida es algo que acaba mal, porque nos morimos todos.

Por supuesto, soy consciente del daño que me hago y le hago a los demás. A mí, porque eso que tanto valoro, eso que parece escurrírseme entre los dedos, que es el tiempo, no lo aprovecho, yo mismo me lo impido. A ellos (que principalmente son los niños, pero no solo ellos), porque mi pesadumbre me lleva al exceso de preocupación, a la dificultad para la normalidad, a poner demasiadas expectativas (y por tanto, presión) en el tiempo que compartimos. Y a mi pareja, porque me da la sensación de que me convierto en un lastre con el que tiene que cargar; y además temo (un miedo más) que se canse.

Pero qué hacer. No lo sé. Me da la sensación de que solo cuando estoy con Paula y Carlos contengo toda esa inquietud. Pero al mismo tiempo sé que no es una solución real. Sé que nuestro tiempo juntos tiene un límite cierto, un final, y que incluso antes de que ese final natural llegue dejaremos de compartirlo como ahora; y sé que las cosas deben ser así, y que en parte es su vida la que lo exige. Pero la sensación es que el tiempo se me acaba, que se agota. De ahí esta intranquilidad.

A veces pienso que ellos, lo que son, es un seguro, una barrera que me impide penetrar en ciertos terrenos. Que su presencia tiene tanta fuerza, es una influencia tan positiva que mantiene todo lo demás a raya; y que cuando no están entran otras cosas. Y eso, que tiene una parte lógica y comprensible, creo yo, se parece peligrosamente a la dependencia. Yo tengo claro que no puedo vivir para ellos ni por ellos; para empezar, por su propio bien; pero a menudo siento esa vulnerabilidad.

No tengo preocupaciones serias ni problemas graves. Es cierto que durante estos años, desde la separación, ha habido momentos muy dolorosos y muy difíciles, y que el miedo marcó mi día a día, pero ahora la verdad es que todo está muy bien, y yo me siento tranquilo y contento. Además, he tenido la suerte de conocer a una persona maravillosa. Es, lo mío, algo así como una insatisfacción crónica que parece no encontrar consuelo en ninguna parte. Una insatisfacción con una base en parte real (llamémosle la parte profesional, o la social, o incluso la intelectual, siempre y cuando entendamos bastante mal todos esos conceptos, como es mi caso), pero que se traduce solo en lamentos. En ocasiones, creo que lo que me sucede es que me faltan ilusiones. Algo hacia donde ir. En estos casos, el resultado es lo que me parecen huidas hacia adelante (el doctorado a veces me tiene toda la pinta), en pos sabe Dios de qué .

Como si no supiera que el problema está en mí y no en mis actos...

La hipótesis de la razón fisiológica cobra fuerza cuando pienso en mis padres, y en mi familia en general, en su forma de ver la vida y en cuánto habré heredado de ellos. Pero no solo por eso: siempre, de repente, en un segundo, por un detalle insignificante, o sin que parezca haber motivo alguno, en mi cabeza hay un clic y todo cambia. Lo que era gris y causa de desánimo se llena de luz y me muestra mil razones para estar alegre. Con un clic. Como si algo se ajustase. O se desajustase, quién sabe; tal vez es un desajuste, una cierta sedación, lo que precisamos. Y salgo de ese estado de abatimiento, y ya estoy contento.

¿Por qué? ¿Por qué en esos momentos veo lo mismo tan distinto? Porque de eso se trata, de percepción, de manera de mirar, o de ver.

Yo lo que quiero son unas gafas para ver bien.

21.10.11

Hoy puede ser un gran día

A lo mejor, nunca más tenemos un atentado terrorista en España.

Es normal la desconfianza. Y normal la pretensión de que el fin de ETA no suponga, no solo concesiones políticas, sino que se deje de hacer justicia. Normales y necesarias.

Me parece que quienes no dejan de repetir que no se les puede dar las gracias por esto a los terroristas son los únicos que hablan de darles las gracias a los terroristas, la verdad. Que el resto tiene claro de quién es el mérito de que todo pueda al fin acabar.

Por no hablar de los periódicos cuyas portadas parecen estar dando, directamente, una mala noticia.

Creo que, aunque queden pasos que dar y muchas cosas que llevar a buen puerto, lo de ayer es motivo de alegría. Porque moverse en la dirección adecuada lo es, aunque uno sepa que todavía no ha llegado. Y que cuanto más cerca crees estar de la meta, más alegre te sientes.

Nadie me tiene que recordar quiénes son los malos de esta historia. Ni contarme lo que sienten las víctimas, pues he conocido algunas. Ni explicarme lo que es mirar debajo del coche cada mañana.

Y precisamente por eso me alegro de que, a lo mejor, nunca más tenemos un atentado terrorista en España.

18.10.11

Un provinciano en Madrid: poemas y tribunales

Salgo a las diez y media de la mañana, yo solo en el coche.

Se tarda, en ir a Madrid, pero no tanto. Voy cantando. El viaje se me hace corto, salvo los últimos 200 km, después de parar a comer fatal.

Llego y casi no despierto a NáN. NáN es magnífico; y siempre que lo veo es igual de magnífico. Como dijo Robert, yo de mayor quiero ser como él. Y además tiene una casa maravillosa, rebosante de libros, de música y de vida, donde te hace sentir increíblemente cómodo sin (claro está) ningún esfuerzo.

Y nos encontramos a Javi. Y ya estamos Malasañeando, como todos los treintañeros y cuarentones que nos rodean en una terraza al sol. Aquí no hay niños. Aunque me preguntan por los míos, y la paternidad irrumpe, extraña y echada, ya, de menos.

La lectura de poesía fue entre pocos (era 15-O), pero fue un momento muy agradable. Yo, que no leo poesía jamás, disfruté. Además, ser pocos y estar sentados alrededor de una mesa propició la charla, muy interesante. Solo sentí que faltase Lara.

Les llamó la atención, a los monolingües, que el idioma condicionase no solo el tono en que se escribe, sino también el tema. La poesía en valenciano de Robert me gustó más; gana profundidad, en mi opinión. En castellano parece no querer tomarse en serio a sí mismo.

Había quien daba por sentado el carácter urbanita de toda la poesía (y la literatura, supongo) actual. Y sin embargo, yo no estuve de acuerdo; y menos cuanto más pensaba en ello paseando por Madrid. Naturalmente, poca lírica pastoril habrá, pero la presencia de la ciudad en nuestras vidas puede darse de muchas maneras diferentes, como diferentes son las ciudades que habitamos. Y yo diría que Madrid, Barcelona y alguna capital más son distintas a todas las demás. En cualquier caso, mi ciudad no es así; mi ciudad, como tantas otras, tiene otras dimensiones, y además la naturaleza está a la distancia de un paseo, y es (el mar, la playa, el monte, incluso los animales) una presencia habitual en nuestro día a día.

A mí Madrid, cada vez que voy, al principio me abruma.

La noche acabó cuando aún tenía ganas de más. Mejor.

No deja de sorprenderme el cariño que siento en todos ellos siempre que vengo. Tengo mucha suerte.

Desayuno con NáN y nos despedimos en el portal de Aroa y David, tan bonito. Conozco a Valentín, que no es un gato. Algún día hablaré con Aroa largo y tendido; pero no ese, pues me voy a comer con mi amigo y su familia: tarde casera con niños.

A las ocho en la Latina. Javi y yo charlamos. Nos vemos poco, lógicamente, pero nos vemos bien. Es la segunda persona que, para mí, de blogger se materializó en carne y hueso, ¡hace ya casi seis años! El restaurante es el mismo al que me llevó la primera vez, La Parrala. Comemos genial, y de postre, como entonces, helado de chicle de fresa con peta zeta. En este tiempo he cambiado: aquel día, el ambiente gay me saltó a la vista; hoy, ni me entero hasta que me recuerda dónde estamos. Me cuenta de su vida, de sus ejemplares y atípicas ambiciones laborales, y de su chica (como él dice), que más tarde conoceré, me encantará, me pegará para él y desearé que sea la chica.


Y el lunes, tribunal, que para eso he venido, al fin y al cabo. Se trata del último trámite (y como tal me lo tomo) antes de poder empezar la tesis doctoral. Me siento cómodo, y disfruto respondiendo preguntas sobre un tema del que sé; y aun encima con público. Lástima que no me suela ocurrir.

Me ponen la media de todas las notas de estos tres años. O al menos el resultado es el mismo.

Y me vuelvo.

Conduzco por Castilla, ese misterio. Todo es marrón, salvo los árboles de las orillas de los ríos, tan bonitos. Cómo será vivir aquí, con esto alrededor. Cómo será caminar por Castilla.


11.10.11

Galicia, V

Meses después, y tras el lluvioso verano, parece que la planta de mi coche sigue viento en popa.




Yo diría que, de todas las que tengo, es la que mejor se me está dando. Y además ahora hay musgo, ahí al lado; voy a tener que llamar a un paisajista.




IV, III, III



5.10.11

Winesburg, Ohio



Ayer, esperando a mi hija Paula en el conservatorio (ha empezado este año, saxo; pero de eso hablaré en otro momento), acabé el libro de Sherwood Anderson.

Lo recomendó el gran NáN y lo compré en Viveiro uno de nuestros últimos días de vacaciones, como recuerdo del verano. Y no podría haber escogido mejor.

Me ha gustado mucho, muchísimo. Me ha encantado. He tratado de leerlo despacio. La verdad es que creo que es de los libros que más me han gustado en mi vida; y, a estas alturas, decir eso ya va significando algo.

Está maravillosamente escrito, con un estilo sencillo, lleno de imágenes muy bellas, en un equilibrio entre narración de unos hechos y descripción de un lugar y de unos caracteres que es el que me apetece; y creo que muy bien traducido. Pero no es solo eso. Creo que nunca había leído nada que me hubiese gustado tanto haber escrito. O, mejor dicho, tal vez sea el libro, de todos los que he leído, que más se acerque a lo que yo podría escribir si tuviese talento, al tipo de literatura que -creo- mejor le iría a mi forma de ser, de sentir y pensar, a la que más sentido le vería y en la que más cómodo me encontraría.

Esa forma de mirar alrededor y observar las cosas y a las personas, intentando llegar al fondo, a su fondo, hablando de lo esencial en ellas, me atraen e interesan enormemente, me parecen extraordinarios. Y es además, para mí, la gran aportación de la literatura.

[Añadido un día después]

Cada uno de sus breves capítulos habla de alguien del pueblo, de Winesburg. Y quien cuenta todo es, más o menos directamente, un joven reportero y escritor en ciernes. Todos son magníficos, pero hay uno en particular, titulado Una mentira no dicha, que me dejó completamente maravillado; tal vez porque habla de un tema que me obsesiona, casi, y porque lo hace tan bien. En cualquier caso, aquí se ve eso que digo: la capacidad del escritor para mostrar, a través de esos personajes de un lugar cualquiera, algunas de las cuestiones fundamentales de la vida.

¡Oh, léanlo!