27.1.10

Presidentes de la UE

Yo creo que pocas cosas dan una idea más ajustada de lo avanzada que, por debajo de los baños de modernidad que vaya recibiendo, es una sociedad que el que la gente escupa en la calle o no.

Pero al margen de ese ejemplo, detalles como este tampoco parecen un mal indicador:



25.1.10

Estudio

El sábado por la mañana estuve estudiando en una biblioteca de Santiago.

Lo cual, aunque sea de refilón y a destiempo (y tan a destiempo: los universitarios que me rodeaban me parecían niños; no jovencitos, no: niños), no es poco para alguien que tiene clavada la espina de no haber sido universitario, y de no haberlo sido allí.

De todos modos, pensaba más tarde que aquellos chavales no me daban mucha envidia. Que ahora que por primera vez puedo estudiar sin que me examinen, que es lo que siempre deseé, veía el ambiente de tensión, del estudio por necesidad, y a pesar de saber que es lo que tiene que ser y de las bondades sin cuento de esa etapa y de esa edad, no los envidiaba.

Si acaso, lamentaba decisiones y planteamientos pasados. Pero eso, además de no tener remedio, es otra cuestión.




Seguramente algunos de ustedes no conocen Santiago. Y les aseguro que se pierden mucho. Pero mucho. En mi opinión, que difícilmente podría ser menos objetiva, el casco antiguo de Compostela es uno de los más bonitos de España, a la altura, en su estilo, del de cualquier ciudad europea. Y recorrerlo bajo un paraguas es un paseo que se debe dar al menos una vez en la vida.




20.1.10

Naranjas

Está lloviendo y Edgard mira por la ventana el naranjo, chorreando, y le parece que las naranjas deberían estar al sol y no mojadas.

Y encuentra aquella imagen muy bonita pero, como tantas veces, triste, melancólica. La diferencia es que ahora ya sabe que es cosa suya, que las naranjas solo están ahí para que él vea en ellas lo que quiera.

17.1.10

He navegado

[El tema del taller, al que tuve la oportunidad de asistir, o casi, en vivo, era el mar.]


HE NAVEGADO

He navegado. He visto el mar azul, verde, gris, marrón y negro. Lo he visto tocando la costa, y también a mi alrededor, interminable, ocupando el mundo entero (en el mar uno se cree por fin que la Tierra es redonda). Lo he visto como un espejo y como un monstruo gigantesco que nos quería devorar. He visto pájaros, peces, delfines y ballenas, cielos transparentes y cielos que rozaban los palos; he tomado el sol en cubierta y he caminado agarrándome a lo que podía bajo lluvias delirantes. He visto amaneceres y ocasos desde toldilla, y con la frente apoyada en el cristal del puente he mirado cómo la proa rompía el agua. He navegado en un mar de mercurio y, no sé por qué, me he fiado de los barcos y nunca he tenido miedo aunque pareciese que las olas nos iban a enterrar. Y me he sentido viviendo lo excepcional.

He estado en medio de un mar de velas. He cruzado el Ecuador y el Círculo Polar Ártico, y llorado de miedo por culpa de un islote ridículo. Y una noche nos despertaron porque faltaba un hombre. Un chico que se cayó al agua, al agua negra, y que probablemente gritó mientras veía las luces del barco alejarse, alejarse hasta dejarlo solo, solo en el mar inmenso, negro y profundo con solo las estrellas sobre él, hasta que todo fue agua y oscuridad.

He estado subido al trinquete a la luz de la luna en mitad del Atlántico, y he aferrado paño con tanto viento que no oía los gritos de quien estaba codo con codo conmigo en el palo. Y una mañana vi unas luces y era América. He conocido muchos sitios y a muchas personas. Y prometí escribir a una chica que quién sabe qué podría haber sido.

He estado en otra época y en otro mundo, donde los hombres no mandan.

He navegado. He visto soltar amarras y cómo nos apartábamos del muelle, del nuestro y de muchos otros, y he sentido cómo esa franja de agua que poco a poco se iba ensanchando era desde el primer metro, desde que se retiraba el portalón, un abismo insalvable que me separaba de quienes quería. Y los he visto hacerse pequeños saludando con la mano, y darse la vuelta, meterse en el coche y seguir viviendo esa vida que, de repente y durante días, semanas o meses, para mí dejaba de existir y solo era un recuerdo, teoría, ganas y pena.

Y la ciudad se alejaba también. Las ciudades, tantas, añoradas, olvidadas. Se quedaban allí, donde estaban la gente, los edificios, las calles, las luces, los niños en los colegios y señoras paseando, perros, carteles, escaparates, conversaciones en la acera, cafés, portales, escaleras, salas con un sofá y una tele, y ruido y risas y enfados, y los árboles.

Y desaparecíamos, y todos desaparecíais.

Y no era posible estar al mismo tiempo allí, en el mar, y aquí.

He navegado, y nunca volveré a navegar.


14.1.10

Haití


Cualquier día podríamos decir lo mismo. Además, evidentemente no vamos a cambiar nada; nada de lo que hay que cambiar.

Y ni siquiera estoy del todo seguro del uso que se les dará a los donativos.

Pero es falso que las ayudas sean inútiles. Todo lo contrario, hacen mucha falta.



Por ejemplo, Médicos sin fronteras. Y hay muchas más.


9.1.10

Tarzán y las Navidades

Uno de los mejores regalos de estos Reyes ha sido una caja con doce películas de Tarzán; de Johny Weismuller. Me las pedí yo mismo con la certeza de que me depararían otras tantas horas de placer con mis hijos, que hace unos meses conocieron con gran sorpresa y entusiasmo al Tarzán por excelencia.

Han estado varios días en mi casa; mañana será la última noche de estas vacaciones que duerman aquí. Normalmente, y por suerte, compartimos mucho tiempo, prácticamente todas las tardes de la semana, pero muy pocas noches. Puede decirse que estamos muchísimo tiempo juntos pero viven poco conmigo.

Y a veces son tantas las ganas de tenerlos y de aprovechar esas oportunidades que no me sale bien. Me noto muy tenso; tan ansioso que acabo estropeándolo. Mi afán por que esos momentos sean maravillosos se convierte en un obstáculo. A veces, porque ellos parecen no disfrutar; otras, porque descubro que soy yo el que, ay, lo hace poco, y no me lo perdono. Al final, falta normalidad, la normalidad necesaria para que las cosas fluyan.

Sé que es una sensación que muchos padres y madres compartirán, cada uno por una razón diferente. Y que detrás está el miedo. Y sé que en todos esos casos el consejo es olvidarse un poco del mar de fondo y dedicarse a vivir el momento, dejando que los buenos ratos, si llegan, lleguen solos y sin empujones; olvidarse de la perfección, de expectativas superlativas, y, aunque se hagan planes para aprovechar bien el tiempo, no obsesionarse con un resultado que demasiado a menudo surge donde uno menos se lo espera y depende más del cómo que del qué.

El caso es que acaban estas Navidades y me dejan una sensación agridulce, pues creo que he estropeado un poco estos días.

Hoy Carlos llegó dormido a casa, de ver por primera vez, feliz, la nieve. Le puse el pijama y lo acosté. Paula y yo tuvimos un par de horas a solas, de mayores, estupendas. Y cuando empezábamos a ver al hombre mono apareció medio asustado, con su oveja bajo el brazo, en la sala. Se creía que ya era por la mañana y dijo que había dormido mucho. La acabamos de ver los tres juntos y les encantó. Luego los acosté. Él tardaba en dormirse y le estuve cantando; me tumbé a su lado y no dejaba de abrazarme y sonreírme.