Naranjas
Está lloviendo y Edgard mira por la ventana el naranjo, chorreando, y le parece que las naranjas deberían estar al sol y no mojadas.
Y encuentra aquella imagen muy bonita pero, como tantas veces, triste, melancólica. La diferencia es que ahora ya sabe que es cosa suya, que las naranjas solo están ahí para que él vea en ellas lo que quiera.
eso es una formulación mini del principio antrópico
ResponderEliminaro no?
Principio antrópico-sentimental, también llamado principio subjetivo antrópico...
ResponderEliminar¿Lo cualo?
ResponderEliminarSí, está claro. De la misma forma, no es lo mismo la óxmosis de la práxis que la entelequia reciclada del guarismo inapetente. Digo.
ResponderEliminarY ahora, otro terremoto.
ResponderEliminarSegún el simio de Hugo Chávez, eso es obra de la Marina de los EEUU, que disponen de un arma secreta que doblega las capas tectónicas y hacen sacudir la tierra (sic).
ResponderEliminarEntonces ya no es secreta.
ResponderEliminarno me suena eso en boca del presidentedemocráticamentelegidomalquelepesealgunos
ResponderEliminarpero bueno
cosas más raras se han visto
también podríamos aplicar el principio antrópico a la política...
pero volvamos a las naranjas.
no creo que se pueda sentir cualquier cosa viendo cualquier cosa.
La realidad se parece más a un espejo que a una hoja en blanco.
Dudé entre escribir "vea en ellas lo que quiera" y poner "se vea". En cualquier caso, ese es el sentido: no hacemos más que vernos.
ResponderEliminarQuerer, poder, permitirnos ver.
ResponderEliminarLa hoja en blanco, en realidad, no te da nada que tú no pongas.
Y paro ya, que estoy divagando.
Cuando llueve y la naranja ( tapuz en hebreo, laranxa en gallego). se moja en el arbol, puede sufrir un hongo de la fruta que las pudre...
ResponderEliminarPerdona Porto, pero apenas lo lei, pense en lo que cuesta cuidar un fruto en un arbol, antes que sufra todo ese proceso, para llegar a nuestra mesa.
"Principio subjetivo antrópico" es una redundancia, ¿no crees?
ResponderEliminarMorelli, más que entre hoja en blanco y espejo, yo creo que la dicotomía de observación de la realidad se da entre quienes son 'ventana' (ven a través de ella) o 'espejo' (reflejan lo que otros ven: lamentablemente mayoría). La imagen de las naranjas de Portorosa es de alguien que es ventana.
Quería decir que en este caso el principio antrópico, más que a la cosmología, se refiere a los sentimientos: "todo está ahí para que yo sienta".
ResponderEliminarPero bueno, no era más que una chorrada, para qué nos vamos a engañar.
Bienvenido, Lansky.
Las naranjas son del vecino, Ro. Pero no sé por qué a mí me da que las naranjas de aquí ya se han adaptado a la lluvia. De lo contrario, a estas alturas...
Buenos días.
Las naranjas de aquí no hay quien se las coma.
ResponderEliminarBueno, mi abuelo sí las comía, pero es una historia muy larga.
Porque no hay hambre. Vicio, es lo que hay, mucho vicio...
ResponderEliminar¿Pero qué es una hoja en blanco sino un espejo?
ResponderEliminarPues si, hombre si. Claro que deberían estar al sol, para que Edgart pudiese disfrutar de su exquisito sabor, pero así son las cosas.
ResponderEliminarSeguramente en "primavera-verano", estarán secas, y ya no le parecerán tan melancólicas.
Bss.
Se me olvidaba.
ResponderEliminarLas naranjas hay que cultivarlas con cariño, con mucho cariño.
El zumo que desprendan depende de ello, y me da por lo que cuentas, que esas naranjas han crecido y padecen una falta grande del mismo.
Digo yo,...
Ah, pues no, no lo creo, Nicole. De hecho, creo que esa huerta de mi vecino es uno de los amores de su vida.
ResponderEliminarME PASO AL ZUMO DE CARTÓN...
ResponderEliminarBSS
Creo que la naranja está ahí para que Edgar vea algo diferente a lo que quiere ver.
ResponderEliminarHola :)
ResponderEliminarExplícamelo, por favor.
Qué tal, Porto?
ResponderEliminarHe salido a preguntarle a una naranja que hay en el patio del lugar donde trabajo. Me ha dicho que cuando está al sol quiere estar al sol y cuando llueve y se moja quiere que llueva y le gusta mojarse. También me ha pedido que te lo escribiera en tu blog para que supieras que se sentía ninguneada por tu pretensión de conocer como debería estar ella. Y ha acabado diciéndome que el auténtico auto-conocimiento es el conocimiento de lo “otro” y el olvido de uno mismo.
Pues dale las gracias de mi parte, por lo del autoconocimiento. Tomo nota.
ResponderEliminarY, desde luego, admito que no debería haber opinado por ella; que no es lógico dar por supuestas esas cosas. Es mucho más razonable hablar con la naranja, dónde va a parar...
Un abrazo. Me alegro de verte.
Se ha puesto muy contenta. Le he dado tu teléfono y así ya habláis de lo vuestro. Espero que no te importe.
ResponderEliminarUn abrazo
No, si viene de tu parte no hay problema.
ResponderEliminarAdemás, yo cada vez soy más abierto :)
Lo que yo me pregunto es qué hubiera querido ver Edgar aquí: http://www.youtube.com/watch?v=HC9sVvw6ltI
ResponderEliminarDel principio antrópico no me pregunten. Cuando me dejé caer por aquí pensé que este blog era otra cosa (uno nunca sabe a dónde va a parar cuando pulsa "siguiente blog" en las opciones de arriba).
Saludos desde la irónica realidad.
Uf, esto se ha puesto de un críptico...
ResponderEliminarSin embargo, aquí críptico no tiene nada que ver con cripta.
ResponderEliminarYo es que oigo la palabra "naranja" y me pongo a cantar "Naranjas de la Chi-naná Chi-naná Chi-naná".
Y no sé por qué.
Sí sé que no tomo naranjas. Por una hepatitis que tuve de crío, no me sientan muy bien.
Puestos a tomar tóxicos hepáticos, tuve que elegir entre alcohol y naranjas. De las naranjas, me quedé con el olor y con el color. Y con esa canción obsesiva: "Naranjas de la Chi-naná Chi-naná Chi-naná".
Luego está el Cuantró.
ResponderEliminarTeneis que perdonad la frivolidad de mis comentarios anteriores: a veces no controlo las ganas de jugar.
ResponderEliminarAhora en serio. A mí lo que me gustan son las naranjas españolas. Me pasa como en la teoría del pedo, según la cual a uno solo le gustan los propios.
Donde haya una naranja española ... qué barbaro! qué delicia!
No he entendido aún lo que quieres decir, lo pensaré a fondo, pero está muy bien escrito.Un saludo
ResponderEliminar¿Edgard ha evolucionado?
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta reflexion.
Un abrazo.
(no puedo poner acentos)
Edgard ha evolucionado.
ResponderEliminarLleva evolucionando toda la vida, por otra parte, pero parece que últimamente se aceleró un poco la cosa; o esa impresión me da a mí.
Gracias.
Bienvenidos, Tatiana, Vivoenlared.
Irónico, lo siento, no puedo ver el vídeo.
Nada críptico, Riley, de verdad. Fíjese en la cita del Talmud del margen izquierdo del blog: es lo mismo.
Buenos días.
Buen día.
ResponderEliminarNo, lo críptico no es su entrada. Lo críptico son los comentarios generados por la visión de... unas naranjas.
Ah, pero esa es la grandeza de la escritura, que cada uno lee (y estamos en las mismas) lo que ve. Y a su vez aporta esa visión a los demás.
ResponderEliminarEs la grandeza de la comunicación.
Pues me ha alegrado usted la tarde de lluvia. O Edgard.
ResponderEliminarUn saludo.
es ventana la realidad o es ventana quien mira a través de ella.
ResponderEliminarquizás la diferencia (el comentario de Lanski me sugiere esta idea) es entre quién es mirando y quién es mirado, o sea entre sujeto y objeto, protagonista y espectador, lo que nos lleva a las naranjas que se sienten miradas por alguién a quien le importan en la medida de sí mismo.
En el caso del enunciado original de Porto, el sujeto, el mirando, la miranda (o la mirinda mandarina), no ve más allá de sus propias naranjas. Su mirada no es fertil... su ventana tiene un espejo en vez de vidrio.
El papel en blanco intentaba expresar la capacidad de sorpresa, de interacción con la realidad, (el "cualquier cosa puede suceder" cuando miramos un membrillo como antonio lopez), que en este caso es casi nula.
Por cierto es ahora cuando están más ricas.
Me alegro, Ra. Es que aquí estamos acostumbrados a lidiar con este tipo de tarde.
ResponderEliminarMorelli, yo lo de Lansky lo entendí en términos de aportar: mirada original frente a reflejo de las ajenas. A lo mejor porque le convenía a Edgard.
El resto, lo de verse a sí mismo o más allá, lo de la realidad como hoja en blanco o espejo, ya lo había comprendido, pero dese cuenta de que Edgard, el pobre, no sale del psicoanálisis y, por tanto, no admite esa distinción: nos vemos en todo, sostiene él; y aun el mayor creador, el de mirada más fértil, no hace sino descubrirse en esa interacción.
A ver si un día de estos Edgard es capaz de saltar lo que sea que debe saltar y descubre al Otro, que decía Taliesín.
Abrazos.