31.12.08

Feliz año nuevo

Y van cuatro. Cuatro veces que felicito el año desde el blog.

Y me gusta hacerlo. Y me parece una felicitación tan real y directa como las que estos días doy con un abrazo o un par de besos; y más que algunas, para qué negarlo. Porque reales sois los destinatarios y reales los afectos que aquí surgen, aun en la distancia y la virtualidad.

Este año que hoy acaba ha sido, para mí, mejor que el pasado (lo tenía fácil, la verdad), y espero que peor que el que viene. En mi mano, al menos en parte, está.

Espero ser más feliz, con todo lo que eso implica, con todo lo que supone a mi alrededor. Porque que yo lo sea pasa por que lo sean quienes más quiero, y porque, como ya una vez dije que dicen en la India, lo mejor que puedes hacer por los demás es ser feliz (qué cierto es, creo yo, qué obvio parece, y sin embargo hasta qué punto desoímos el consejo).

Que tengáis todos, todos los que me dais la alegría de venir aquí, un muy feliz 2009. Os lo deseo sinceramente.

29.12.08

Las farmacéuticas

Hay una farmacia en la que todas las chicas que atienden (y sólo atienden chicas) son guapas y están (al menos por lo que sus batas permiten imaginar) bastante buenas. O, mejor dicho, son guapas, están buenas y tienen mucho morbo. No sé muy bien por qué ese morbo, pero ahí está.

No me suenan, excepto una, de nada; aquí, donde todo el mundo te suena, aunque sólo sea de la calle. Y eso las hace más misteriosas. Y cuando entro salen siempre al mostrador dos o tres y se quedan calladas, no se sabe si sonriendo o qué, con ojos de gato, y, si la tuvieran, moviendo sinuosamente y muy despacio la cola.

Y pienso que si pasase algo, si yo hiciese o dijese algo, no sé qué, me harían pasar, todas, a la trastienda, ronroneando. Y dudo si hacerme el remolón y tentar a la suerte, o salir rápidamente de allí, antes de los bufidos, sin arañazos en la espalda.

16.12.08

Mañana

Una mujer vuelve de la compra, a las once y media de la mañana, tirando de su carrito cuesta arriba, con un par de bolsas en la otra mano y el bolso al hombro. Tendrá cincuenta y pico años.

Llega a un portal. Deja las bolsas en el suelo, pone de pie el carro y busca las llaves en el bolso. Se separa el pelo de la cara. Abre, coge otra vez todo y entra. Llama el ascensor. Abre el buzón y coge una carta del banco. Sube hasta su piso. Entra en casa, se quita el abrigo, lleva las cosas a la cocina, coge un vaso de agua y bebe apoyada en el fregadero. Después guarda toda la compra menos lo que va a hacer de comida.

Va al baño. Mientras se seca las manos se mira en el espejo.

Vuelve a la cocina, se pone el mandil y empieza a hacer la limpieza. Hace las camas, quita el polvo, barre, pasa la fregona, recoge las alfombras de las ventanas, las cierra y guarda la ropa que hay por las sillas. Luego, a la una y pico, se pone a hacer la comida. Limpia unas acelgas, pela patatas y adoba con ajo y perejil dos filetes. Pone la mesa de la cocina. Corta el pan. A las dos y algo pone a cocer las patatas, y después la verdura. A las dos y media hace los filetes a la plancha.

A menos veinticinco oye la llave en la cerradura.

a) Se quita el mandil, y sonríe.
b) Se quita el mandil, y suspira.


12.12.08

Otra vida

Sigo con Berger y Un hombre afortunado:

En términos subjetivos, podría suceder que una infancia determinada fuera al menos tan larga como el resto de la vida.
Confío en que, a mis 38 años, a mi resto de la vida aún le quede bastante, pero por el momento (y no creo que esa sensación dependa gran cosa de los años que pasen) me doy cuenta de que ése es mi caso: para mí la infancia (entendida hasta, aproximadamente, los 11 años, que fue a la edad en que nos mudamos a otra ciudad y -ahora lo veo- hubo una ruptura) duró tanto como todo lo que ha venido después.

Como dice Berger, todo se basa en nuestra percepción subjetiva, por supuesto. Pero en mi caso esa diferencia cualitativa es tal que no sólo parece alargar aquellos años, sino que hace que mi infancia me parezca una vida distinta, una vida aparte de esta otra que empezó con la adolescencia y aún continúa.

Sé que el niño que fui está dentro de mí, pero me parece que a partir de cierto momento fue siendo rodeado de capas, de muchas capas, algunas buenas y otras peores, algunas positivas y otras no: conocimientos, actitudes, miedos, cesiones, conveniencias, deseos, objetivos, intenciones, etc. Tantas, que se convirtió en otra persona: yo.

Me parece que mi infancia fue otra vida. Y tan larga como será ésta. Y feliz. Así la recuerdo.

Y ahora pensaba meterme en psicoanalidades y hablarles de si aquel niño está contento con su adulto o no, y de procesos de reconciliación, pero casi mejor me callo, que el hilo del que tiraría es muy largo y supongo que tiene bastantes nudos.

9.12.08

Contra el sentido común

Hace muchos años que el sentido común es para mí un tabú, salvo, tal vez, cuando se aplica a problemas muy concretos y fáciles de evaluar. Es mi mayor peligro en el trato con seres humanos, y mi mayor tentación. Me tienta a aceptar lo obvio, lo más fácil, la respuesta que está más a mano. Me ha fallado casi siempre que la he utilizado, y sólo Dios sabe cuántas veces he caído y todavía caigo en la trampa.

John Sassall en “Un hombre afortunado”, de John Berger.



Este párrafo, convenientemente pasado por el filtro de mi interpretación, expresa algo que he pensado a menudo: que no, que no es cierto que la respuesta más fácil sea siempre, o suela ser, la correcta; que a menudo no sólo no lo es sino que esa primera y en apariencia evidente explicación, por lo general la más común y repetida, no hace más que instalarnos en el error, enrocarnos en actitudes y creencias que lo enquistan, cuando no lo provocan; que esa explicación recurrente, con frecuencia revestida del aura de la mitificada sabiduría popular, es un corsé que nos impide abordar el problema desde un enfoque nuevo, un tópico confortable que nos ahorra la reflexión y, así, nos aleja cada vez más de la solución.

En mi opinión, esto es aplicable a casi todo, a cualquier tema, a cualquier ámbito de la vida, o del saber, incluida sin duda la ciencia. Pero claro, mientras que casi nadie se atreve con la física cuántica (con la climatología, curiosamente, sí: todo el mundo sabe del cambio climático), hay asuntos en los que todos nos creemos expertos, y por consiguiente en posición de dar lecciones o, como mínimo, consejos. Y creo que el inabarcable campo de las relaciones personales es un caso muy claro de terreno especialmente propicio a interpretaciones tan repetidas como falaces, que de lo que nos alejan es de llegar a conocernos a nosotros mismos y a los demás.

Tal vez sea sólo porque me han tocado más de cerca, pero, en concreto, la paternidad y las relaciones de pareja me parecen los ejemplos más obvios de esto que les digo. En cualquiera de ellos los conceptos más extendidos, los razonamientos que más se repiten, cada vez me parecen más equivocados y obtusos. Y, como decía, me temo que no sólo no ayudan a mejorar las cosas sino que están en el origen de la mayor parte de los problemas que arrastramos. De hecho, más que conclusiones pensadas, más que enseñanzas extraídas de la propia experiencia, por lo general parecen intentos de justificación de los errores cometidos.


Releo ahora tanto la cita como lo que he escrito y me doy cuenta de que yo nunca llamaría, a todos estos planteamientos que critico, sentido común. Pero, en fin, ya les advertí de que todo había sido filtrado por mi interpretación y utilizado en provecho propio, como de costumbre.

Sigo con el libro y unas páginas más adelante me encuentro algunos párrafos dedicados de nuevo al sentido común. Es el propio Berger el que ahora reflexiona, en un tono de lo más incorrecto políticamente:

Se suele creer que el sentido común es práctico. Pero sólo es práctico a corto plazo. El sentido común te dice que es una locura morder la mano que te alimenta. Pero sólo es una locura hasta el momento en que te das cuenta de que podrías estar mucho mejor alimentado. A largo plazo, el sentido común es pasivo, porque está basado en una visión periclitada de lo posible. La masa del sentido común se acumula muy despacio. Todas sus proposiciones tienen que ser demostradas muchas veces antes de ser incuestionables, es decir, tradicionales. Y cuando devienen tradicionales adquieren la misteriosa autoridad de los oráculos. De ahí el fuerte elemento de superstición que siempre presenta el sentido común práctico.

El sentido común constituye la ideología doméstica de aquellos a quienes se ha privado de unas enseñanzas fundamentales, de aquellos a quienes se ha mantenido en la ignorancia. Esta ideología está compuesta de fuentes diversas: supervivencia de la religión y conocimiento empírico, escepticismo protector
[me encanta esto, me recuerda al "piensa mal y acertarás"] y ciertos elementos de la enseñanza superficial que se provee. Pero el hecho es que el sentido común no aprende, nunca puede superar sus propios límites, pues en cuanto se corrige la carencia de unas enseñanzas fundamentales, se ponen en tela de juicio todas esas fuentes y su función termina por desaparecer. El sentido común sólo puede existir como categoría cuando se lo opone al espíritu de investigación, a la filosofía.

El sentido común es estático. Pertenece a la categoría de quienes son socialmente pasivos, de quienes no llegan a comprender jamás qué o quién ha construido y mantenido la situación en la que se encuentran.
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[Añadido el día 11.12.08]

Antes de vituperar a Berger o, lo que sería peor, a mí, les sugiero que lean tanto los comentarios como esta definición dada por la RAE:

sentido común.
1. m. Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas.

4.12.08

Conversación

Varias personas hablan separadas por mamparas de cristal que les permiten verse pero no oírse. De vez en cuando, una pantalla les sugiere un tema común. Para intervenir, está bien visto esperar a que los demás no muevan los labios.