Cinema Paradiso
Qué no se habrá escrito sobre el paso del tiempo. Pero cómo no seguir haciéndolo, aun desde la convicción de no aportar nada, si el principal destinatario, que es uno mismo, sigue obsesionado y perdido.
El domingo de noche vi Cinema Paradiso al aire libre; lo organizábamos nosotros.
Hay dos cosas que hacen que la vida, aun la más afortunada, sea triste: dejar de ser niños, y perder a los que queremos.
Dejamos de ser niños y nos quedamos sin nuestra mirada y nuestras ilusiones, sin esperanza, y decisión a decisión vamos renunciando a nuestras posibilidades. Y el tiempo nos va quitando nuestra familia y nuestros amigos, y los echamos de menos y nada los trae de vuelta; y aun antes de que eso suceda, la certeza de esas pérdidas nos atenaza.
Regresar es difícil, muy difícil; sobre todo a donde se ha sido feliz. Porque sabemos que todo es irrecuperable, que todo se ha ido, y porque, además, los recuerdos nos ponen frente a nosotros mismos, frente a lo que somos, a lo que hemos hecho con la vida que, ilimitada, entonces empezábamos.
Y porque volver es también regresar junto a nuestros mayores, nunca correspondidos, por esas leyes de la vida que uno sospecha necesarias pero sabe injustas. Y cuanto mayor fue su generosidad mayores son nuestra pena y la sensación de haberles abandonado. Y si tenemos suficiente valor, durante unos instantes nos atrevemos a pensar si seremos la mitad de buenos de como ellos nos creyeron. Y conforme va pasando el tiempo, conscientes ya de que los hijos son la vida de los padres, pero que lo contrario no es cierto, empezamos a pensar en el día en que aquellos a quienes adoramos se nos suelten de la mano y sigan andando sin nosotros, y prevemos la tristeza y nos preguntamos si nosotros también seremos capaces de tanta generosidad.
¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te gana la nostalgia y regresas… no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. (...) Desde hoy, ya no quiero oirte hablar; ahora, quiero oir hablar de ti.
Esta despedida, terrible, el regreso al pueblo, la madre, los amigos ahora viejos que quedaron atrás, el cine en ruinas, las vidas que no cambiaron, lo que pudo haber sido y no fue... y los besos, todos los besos, los recuerdos de toda una vida, la vida misma, guardada, día tras día, sin esperar nada a cambio, para el amigo .
A estas alturas les debo de parecer la Magdalena, porque no dejo de confesar llantos, pero el domingo, a la luz de la luna, me secaba las lágrimas con disimulo.
PRECIOSO y totalmente compartido.
ResponderEliminarQué bien, María, me alegro mucho.
ResponderEliminar(Conforme corrijo un texto, voy perdiendo la percepción de cómo va quedando, hasta no saber, al final, si me gusta o si dice lo que pretendía decir. Este he tardado en hacerlo varias horas (!), y ya no sabía si tenía sentido)
Un beso.
Fantástica peli cinema pardiso incluida en las que yo denomino "género regodeo". Tardes de domingo de sofá en las que te sientes down sin motivos para estarlo, caja de kleenex y buena predisposición para la gota fria.
ResponderEliminarQue bien se queda el alma!!
Un beso,
la flaca
Ah, y buenísima banda sonora!!
Estás otoñal, eh?
ResponderEliminarTe sienta muy bien la melancolía.
Beso.
M.
"La melancolía -me dijeron una vez- es la alegría del triste". Pero no estoy yo tan seguro de que no sea el mosto dulceamargo prensado por la memoria.
ResponderEliminarLo mejor y más sorprendente de Cinema, es el final, la cinta con (no recuerdo el nombre) con trocitos de películas...que es, si lo pensamos detenidamente, lo que al final queda en nuetra vida....pequeños retazos de memoria....buenos y malos.
ResponderEliminarPor favor ¿Me acepta mi pañuelo por si cae alguna lágrimita?
Saludos cordiales
Una de mis inolvidables. También escondí alguna lagrimilla viéndola.
ResponderEliminarEstupenda glosa, amigo.
Por lo que veo me he perdido (involuntáriamente) algunos episodios, aunque no tantos como pensaba. Se ve que te absorbe la Asociación. Me alegro de que todo vaya razonablemente bien. Un abrazo.
Llevo un buen rato acariciando el teclado, sin saber cómo decirte lo que quiero expresar. Al final, releyendo los comentarios de quienes han pasado antes por aquí, me detengo en el de Miranda y siento que es como si lo hubiese escrito yo mismo. No se me ocurre cómo decirte más con menos palabras. Sólo añado: a veces me parece como si compartiésemos alma. Y ojalá compartiese, también, tu exquisita habilidad narrativa. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarPues si , debe ser el otoño ...que nos hace pensar en el devenir otoñal:)
ResponderEliminarQuise puntualizar , el devenir vital.....
ResponderEliminarSiento ser la voz discrepante de esta lánguida reunión de amigos. Comparto con vosotros mi amor por la película, pero no estoy del todo de acuerdo con la afirmación de mi querido Porto: "hay dos cosas que hacen que la vida, aun la más afortunada, sea triste: dejar de ser niños, y perder a los que queremos". Dejar atrás la niñez no me parece triste, ni volver a los lugares en que ésta transcurrió, máxime si dicha niñez fue feliz y constituyó el pilar fundamental para una madurez serena y razonablemente satisfactoria. El hombre/mujer que ahora somos es deudor del niño/niña que fuimos, y la verdadera tristeza no reside en el hecho de crecer, sino en la pérdida de inquietudes, de curiosidad, de ansia vital y de inocencia. Muchos adultos conservan dichas cualidades y siguen, en cierta forma, siendo niños.
ResponderEliminarLa pérdida de los que queremos es otra cosa. La pérdida física es terrible, dolorosa, mucho más si ha existido sufrimiento de por medio. Pero también la pérdida del amor, de la amistad, de la confianza puede ser devastadora. Finalmente, el extravío de uno mismo es, quizás, la última frontera del sufrimiento.
La vuelta con mis mayores no ha sido nunca, para mí, triste, sino energizante, dulce, reveladora, salvo en aquellos casos de enfermedad y pérdida de lucidez. La perfección no existe, siempre conservaremos ese sentimiento de no haberles correspondido con suficiencia. Sin embargo, estoy convencido que nuestro amor les ha llenado mucho más de lo que creemos y que vernos trastear por los vericuetos de la vida con mayor o menor fortuna es una de sus mayores satisfacciones.
Tristeza, no, casi nunca. Melancolía por lo perdido, a veces. Lo que no fue no será. Los recuerdos son nuestro tesoro. Y el álbum de ayer, siempre presente, es y será la brújula que nos permita estar ubicados en este difícil devenir vital.
Y si mañana muero... pues habré vivido con las mejores intenciones.
Un abrazo, familia, y perdonad por la disquisición filosófica. Pero las reflexiones Portorosianas siempre suscitan interesantes intercambios de pareceres.
Lo que más recuerdo de esta película es la música. Para mí es lo que la hace única. Cuando la escucho en algún sitio (pues se puede oir con cierta frecuencia por ahí) me vuelve la sensación de belleza, y dejo que se vaya mi atención a esas deliciosas notas.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu segundo hijo. Que lo disfrutes. Besos.
Supongo que, a veces, la tristeza, la melancolía... son recursos del alma para curar esos dolores crónicos (que todos llevamos encima) y que se agitan en momentos como éste, de un retorno al pasado, por ejemplo... Creo que es lo mismo que hace el cuerpo con la fiebre o la inconsciencia para superar su peores crisis.
ResponderEliminarUn saludo agradecido por tu modo impecable de compartir sentimientos y reflexiones.
Como se trata de experiencias comunes, universales, desde que el mundo es mundo, va a ser muy difícil decir nada nuevo. La vida es un ejercicio muy laborioso, y encima mal pagado. Somos sensibles al dolor y la tristeza, e insensibles a algo tan admirables como estar vivos este último minuto. Hace falta que nos digan que tenemos un cáncer, para sorber con ansia hasta el último segundo. Mi balance final es que la vida, en conjunto, es injusta. Y diré algo aunque suene "políticamente incorrecto". Necesito creer en Dios, y que habrá premios para los buenos y castigos para los malos. De otro modo la vida se me haría demasiado cuesta arriba. ¿Qué consuelo hallarán los que no creen, cuando se les muere la madre, o un hijo, o la mujer o el marido?
ResponderEliminarDesde luego que cada día que pasa consigues superarte. Me siento tremendamente identificado con tus palabras y sentimientos. Esa última frase, ese trozo de tu vida, me ha recordado a algunos de la mia, ¿Quien no sufre de esa melancolia, de esa alegria mezclada con tristeza?
ResponderEliminarUn abrazo muy grande
Buenos días.
ResponderEliminarDejadme empezar por el comentario de Rythmduel (por suerte he llegado a tiempo, antes de que Donna conteste), que me ha gustado mucho y me parece que merecería ser un post en su propio blog:
S., no me cuesta nada darte la razón, o al menos gran parte de razón; lo que ocurre es que esto no se razona.
Yo no estoy otoñal, como dice Miranda; yo soy otoñal. Creo que la tendencia a la melancolía es completamente natural en mí. Puedo ser optimista (de hecho, no creo ser pesimista por ser melancólico), y puedo estar alegre y pletórico; puedo estar primaveral e incluso veraniego, pero todos esos estados de ánimo son episodios que se van sucediendo sobre un fondo, sobre mis sentimientos, que suelen caminar por otros derroteros.
Por eso, es inútil discutir o tratar de convencerse; los mismos hechos, las mismas circunstancias, la vida, con sus alegrías y sus penas, provocan en nosotros distintas emociones. Y a mí, a pesar de que (os lo aseguro), veo mil razones para vivir, y me doy cuenta de lo bonita que puede ser una vida en la que no abunden las desgracias, en general me pesa mucho el componente triste de los adioses y las renuncias, que no podemos evitar.
Para mí la melancolía es inevitable. No siempre me siento así, ni mucho menos, pero sé que periódicamente me va a asaltar; y lo veo como un paréntesis de extraña (y discutible) lucidez en medio del aturdimiento que uno se autoimpone para seguir adelante. Algo parecido a lo que dice Amanda; me parece muy acertada la comparación que hace.
En cuanto a la pregunta de Joaquín, la respuesta, para mí, no podría ser más clara y difícil de aceptar: ningún consuelo.
Lamentablemente, no creo que la fe sea proporcional a lo que uno la necesite.
Me alegro de que os haya gustado; muchas gracias a todos, sois muy amables (Earnest, demasiado).
Bull, un abrazo enorme; quién iba a pensar que un blog iba a hacernos este favor.
Yo no te definiría como otoñal y desde luego no te definiría como pesimista, creo que eres un persona optimista y alegre. Yo lo que creo es que tienes un don llamado sensibilidad que tiene una cara buena y una cara mala. La cara buena es que esa sensibilidad es la que te permite disfrutar, pero disfrutar de verdad, de las pequeñas cosas que nos ofrece la vida (la sonrisa de tus hijos, el contacto con la gente, el cariño de los amigos, la relación con la familia, la música, ...). La cara mala es esa tendencia a la melancolía. Es el precio que hay que pagar.
ResponderEliminarUn beso.
Bueno, María, me ves con buenos ojos, me temo; pero gracias.
ResponderEliminar(Como os podéis imaginar, María me conoce; y, como veis, no es nada imparcial)
Un beso.
La nostalgia, bien llevada, es un signo del vigor de la inteligencia, así que no está de más sentirnos de vez en cuando nostálgicos.
ResponderEliminarUn beso,
la flaca
Donna, apareces y desapareces como un meandro... Dices pero no dices, hablas pero callas... Te enroscas y atrapas.
ResponderEliminarSuena cutre pero sólo se me ocurre decir: mola.
Porto, no insistiré: nuestras tendencias naturales sólo son eso: tendencias. No son muros ni caminos prefijados ni fronteras.
Por cierto: te cambio tu conferencia por la mía, che (mensaje en clave, jejeje)
Amigo Portorosa. No cambie nunca. Siga escribiendo con esa pasión, con esa sensibilidad, hablando de melancolía, de cómo se eriza el vello ante una sonrisa del hijo, de cómo nos conforman los sentimientos. Algunos se empeñan en ocultar las emociones, vaya error, usted lo demuestra.
ResponderEliminarReciba usted mi admiración y respeto.
Ah, y "Cinema Paradiso" una fantástica película, of course.
Saludos.
Sólo la madre sabía lo que tenía que decirle para lograr que regresara al pueblo. Y regresó. Siempre que veo esa película, lloro. Tu texto, Portorosa, me parece entrañable. Felicidades y un abrazo.
ResponderEliminarNo, no lo sabíiiiia, Donna...
ResponderEliminarEn exceso, Flaca, sin duda puede lastrarnos demasiado (aunque yo insisto en que uno no decide estar melancólico); pero en su justa medida la considero incluso aconsejable, como un alto en el camino para pensar si vamos bien.
Sí, S., son tendencias; modificables, y "trabajables"; pero uno parte de ellas. Y no es fácil cambiar.
¡No, amigo mío, ni de broma! La mía me parece un coñazo, como casi todas... pero la tuya me parece insoportable. :)
Miguel, Dionisio: muchísimas gracias, de verdad. Me halagáis.
Un abrazo a todos.
Recuerdo que la película me emocionó profundamente. Pero la recuerdo vagamente y la memoria suele ser un buen crítico. La despedida que recoges de ella no me gusta.
ResponderEliminarComparto plenamente, sin embargo, tus reflexiones iniciales: la pérdida de la infancia es irreparable, como la pérdida de los seres queridos. Es inevitable que la melancolía se vaya filtrando en nuestras vidas hasta dejarlas empapadas. Y volver a los lugares queridos es imposible, porque el tiempo tiene una sola dirección.
Estoy casi de acuerdo, pero no es complejo de Peter Pan, la educación y la toma de personalidad, que viene a coincidir con lo que se conoce como adquisición de uso de razón, (de alguna manera inevitable) es sin embargo reparable, de la infancia lo único a lo que no se puede tornar es a la estatura, pero no hay mas que abandonar la sesudez de las obligaciones a las que nos obligamos, de la razón y recuperar todo lo lúdico que la vida nos ofrece para situarnos a un paso de nuestro centro, que no es más que el Ser despojado de aditamentos inservibles. Cuando tú Porto te extasias ante la mirada de Carlos y de alguna manera te haces uno con él en el disfrute de ser padre, no estás mas cerca de la infancia?
ResponderEliminarNo hay que perder la capacidad de sorpresa...si no estamos perdidos.
ResponderEliminarBuenos días.
ResponderEliminarEl tiempo tiene una sola dirección.
Malambruno, has repetido, con otras palabras, la frase que más me decía mi abuelo paterno: la vida no da un paso atrás.
Con respecto a esa despedida, a mí me parece (como me parece el personaje de Alfredo, el operador del cine) todo un ejemplo de generosidad, de amor que no busca ser correspondido, sino sólo el bien de la persona a la que quiere. En la película, Alfredo se pasa treinta años pensando en el protagonista, siguiendo sus pasos, preguntando por él; pero manteniéndose al margen, en lo que el considera un favor, pues se ve, junto con el resto de su vida allí, como un lastre para el chico; y no pide nada a cambio, no quiere ni que se acuerde de él.
A mí me parece terrible.
No sé, XY51, si estoy más cerca, ni si quiero estarlo. Pero no creo que mi actitud pueda devolverme mi niñez; por las posibilidades, las posibilidades intactas de la infancia, que no volvemos a tener por delante.
Un saludo, Jules. Te metes ya en terreno filosófico, creo yo: capacidad de sorpresa, de asombro, como motor del aprendizaje e incluso de la vida.
Un abrazo a todos.
Me voy a pasar el fin de semana a una casa de turismo rural, con mi familia y varios amigos. Hasta el lunes, o como muy pronto el domingo de noche, no estaré por aquí.
ResponderEliminarBuen fin de semana a todos. Hasta la vuelta.
Alfredo es muy generoso pero yo creo que se equivoca: lo mejor para el chico no puede ser dejar de ver a Alfredo. Eso es lo que no me gusta de esa despedida (es un sacrificio para menos que nada) a pesar de que estoy de acuerdo en todo lo que dices de ella.
ResponderEliminar(Espero que estés disfrutando del fin de semana rural)
Entiendo lo que dices. En realidad, yo tampoco creo que sea lo mejor para el chico, a pesar de lo que digo. Pero claro, aun así es impresionante en su generosidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
La felicidad y los lugares y los recuerdos y no volver, jamás, e imaginarlo todo, de nuevo, recolocando en cada esquina un nuevo banco sin respaldo, o un árbol marchito en un verano con uñas de niño, o un abismo de titilantes estrellas esparcidas hacia arriba como semillas, apresadas con los ojos jóvenes del que ve con la piel, germinando y convergiendo toda la ruta de luz que señala el camino francés, en la sensación de un instante: el furibundo sonido de una pequeña cabecita recostada en mi muslo, con los bucles negros resbalando en un suave balanceo, a medio palmo de los escalones que anuda la Puerta de las Platerías, con su crucero, a las calles de Santiago.
ResponderEliminarRozaba la luna el aire y jugando conmigo a procurarme mil deseos, confundiéndome los pasos, sentí el sol de un plenilunio eclipsado por un tiempo eterno que ya murió, justo después de que abriera ella los ojos, sonriera y me susurrara: tengo un poco de frío, mientras se acurrucaba entre mis manos y mis ojos... que comprendieron esa noche en la que cumplía años, casi todos, que el tiempo para mí, es lo que tardaré en volver a aquella plaza que sigo imaginándola nocturna, callada, repleta de escaleras y de estrellas de junio.
Bienvenido, Kepa.
ResponderEliminarYo había quedado con Inés para ver Cinema Paradiso. Pero Inés, impuntual como siempre, llegó más de una hora tarde, cuando la película ya había empezado.
ResponderEliminarYo, que ya había sufrido la impuntualidad de Inés otras veces, decidí entrar a verla, suponiendo que ella entraría a media película. Así fue, y me encontró hecho una madalena llorosa: "no te pongas así, no he llegado tarde a propósito".
Lloré, pero gocé un montón. De la película ...
Saludos.
Es que es de llorar.
ResponderEliminarSupongo que el que hayas llegado aquí se debe al flamante archivo por temas. Me alegro, pues, del cambio.
Un abrazo, Iván.