Tarde en la torre de marfil.
Ayer domingo llovió casi todo el día. Por la tarde, mientras mi hija dormía la siesta y mi mujer, que se tuvo que llevar trabajo a casa, escribía en el ordenador, yo estuve leyendo en el salón.
La tarde estaba gris, muy gris, y encendí (tengo que sacarle partido a las compras en Dinamarca) varias velas, me serví una copa de coñac (bueno, de brandy, para qué vamos a engañarnos a estas alturas; pero era un buen brandy), que no me gusta nada pero estéticamente es impecable (la copa elegante, el color tan bonito, los reflejos que da al ponerlo junto al fuego), y me senté al lado de la ventana, oyendo la lluvia a sólo unos centímetros de mi cara.
Primero puse un disco de Bill Evans, New jazz conceptions, que he escuchado mil veces y nunca me cansa. Me encanta lo que conozco de Evans, para mí es el justo término medio entre el jazz clásico, más melódico, y el actual, con más libertad formal. Y además es piano, uno de mis dos instrumentos favoritos en lo que al jazz se refiere (por cierto, Duelo Rítmico, creo que nunca te he dado las gracias por haberme servido de apoyo para llegar a disfrutar tanto, tanto, tanto con esta música maravillosa; lo hago ahora).
Estoy leyendo Los desnudos y los muertos, de Mailer. Lo he empezado hace poco, y por ahora me gusta pero sin excesos (Los tipos duros no bailan me había encantado).
Después (mi hija duerme un montón, por las tardes) ya tuve que encender una lamparita para seguir leyendo; pero las velas estaban en dos rincones más oscuros y el efecto era todavía más bonito y acogedor. Y puse más música, el concierto número 2 para chelo de Shostakovich. El disco que yo tengo, de Deutsche Grammophon, incluye una obra póstuma de Tchaikovsky también para chelo, y el Canto del menestrel, de Glazunov. Y ambas me parecen maravillosas. La música de Glazunov, pensaba ayer, sería perfecta para un funeral, triste pero no demasiado; y además dura sólo cuatro minutos y poco, con lo que nadie se cansaría mucho (si les digo la verdad, pensaba que sería perfecta para el mío).
Espero que se estén imaginando el ambiente: el chelo de Rostropovich sonando bajo, las llamas temblando al fondo cambiando la luz de la habitación y el color naranja de las paredes, y yo con el libro en la mano y cogiendo la copa de vez en cuando, dándole unas vueltas a la altura de la vista... y dejándola de nuevo en la mesa.
En la novela llovía, se estaban empapando bajo una tormenta en una playa de una isla del Pacífico, en plena Segunda Guerra Mundial. Y yo oía la lluvia, fuera, cayendo sobre la calle, sobre los montes, en el mar.
...Y además el olor del brandy, mi querido amigo, el olor, dulce y penetrante a un tiempo (en Maison Parfum tienen unas velas con olor a brandy, que hubiesen encajado a la perfeccción en la tarde que describe). Luego está Bill Evans, del que nada diré pues no sabría como hacerlo breve (por cierto, ¿le gustó lo que dejé para usted hace unos días?). La lectura...interesante..., la lluvia fuera... Si me permite la broma, ¿seguro que no hablaba usted de MI tarde del otro día? ;-)).
ResponderEliminarAunque aquí, en confianza, y dado que nadie nos oye, le diré que yo..., en fin, me hubiera resistido a tener que pasar semejante tarde con velas sin el calor de un alma afin por culpa del trabajo...(claro, que mi pequeña no acostumbra a dormir tanto como la suya...y por ello es más difícil lo de las velas, ¡y nada le digo del jazz!).
Un abrazo, y que tenga muchas más tardes como esta.
Las cosas no son simples objetos neutros que contemplamos sino que cada una de ellas simboliza cierta conducta, nos la evoca.
ResponderEliminarPorque no estamos enfrentados al mundo como el sujeto cartesiano, sino que el hombre está investido en las cosas y éstas están investidas para él; y cada una de ellas habla a nuestro cuerpo y nuestra vida.
Por ello he sabido imaginarte frente a tu chimenea y tu copa de "buen Brandy" y tus velas, y tiene razón Almach( por cierto, desde aquí abajo te saludo Almach).
Pero dónde ha mencionado en su comentario hay un lugar maravilloso dónde hubieras sabido encajar todavía mejor el olor a brandy en sus velas de Maison Parfum.
Gracias señor Portorosa, por su abrazo y apoyo hacía mí y mi madre.
Siempreasí, ya leí ayer que tu madre va yendo mejor poco a poco. Me alegro, aunque sé que aún queda mucho por andar, y seguro que os costará a todos. Mucho ánimo, y suerte.
ResponderEliminarAlmach, no lo había visto (lo último que te leí fue lo del fin de semana en casa de unos amigos), y ahora, desde este ordenador, no soy capaz de abrir el archivo. Y me da rabia, porque seguro que está bien. Seguiré intentándolo y ya te contaré.
Con respecto a tu observación, tienes razón, pero muchas veces lo fundamental para mí es saber que está a unos metros, ser consciente de su presencia y saber que todo está bien; se nota el ambiente de tranquilidad, de ocupación agradable (digamos que el trabajo que ella hacía era bastante interesante) en la casa, y eso me da paz, imprescindible para que la torre no se tambalee.
Un abrazo a los tres.
Sabrás, y si no te lo comento, que en Dinamarca a todo eso junto lo llaman hygge; en esa palabra intraducible está la mitad buena del estilo de vida danés. Eres un tipo hyggelig, sin duda.
ResponderEliminarSí, lo sabía. Y es un concepto de lo más tangible, y para mi gusto muy agradable.
ResponderEliminar¿Pero a ti no te ocurre que cuando oyes hablar de comportamientos o actitudes (como por ejemplo ésta) como si fueran productos típicos (yo supe del higge por una guía turística) ya los ve como algo forzado, aunque se refieran a costumbres de siglos?
A mí me pasa, a veces, que cuando alguien explica y “explicita”, racionaliza, asuntos de este tipo (y eso que yo mismo tiendo a hacerlo), que en principio son espontáneos, para mí pierden encanto. El proceso racional de elección del momento, el lugar y las circunstancias, sé que lo hago, y de manera muy consciente; pero saber que hago higgie, o que soy un cocoon o un neo-epicúreo, ya me agua un poco la fiesta. Ya tengo bastante con mi esnobismo individual sin tener que estar pendiente, además, de si encajo en un modelo u otro.
Un abrazo muy fuerte, Ignacio.
Mmmm... Bill Evans, Norman Mailer, una buena copa (yo me me quedo con un buen whisky de malta reserva de la casa), la lluvia, la compañía silenciosa de aquellos a quien amas... Yo aportaría algo más: la calidez de tu casa, que tengo el placer de haber conocido, su ubicación, su tranquilidad y el gusto de sus propietarios... Momento 10. Un abrazo compartido, amigo.
ResponderEliminarA mí esa novela, "Los desnudos y los muertos", me gustó mucho hace ya unos cuantos años. Me la habían prestado y, por insólito que parezca, la devolví. Tú me has hecho sentir ganar de volver a leerla. Pienso comprarla en cuanto pueda.
ResponderEliminarUn abrazo,
Jesús
¡Qué sibarita eres, Portorosa!. Qué bien te quieres. Estás vivo, amigo. No sólo existes. Un abrazo tiernísimo (¡manda carallo!, lo que acaba diciendo uno).
ResponderEliminarTienes razón en desconfiar de las etiquetas, Porto amigo, pero en favor del hygge tengo que decir que (según leí) ha devenido cliché a partir del uso popular, y no al revés.
ResponderEliminarY bueno, puestos a etiquetar, prefiero mil veces una sociedad que vende sus mejores -y más costosos- productos llamándolos "hygge" que otra como la nuestra donde todo ha de ser "alto standing", "gran lujo", "exclusivo" o "señorial"
Completamente de acuerdo, Ignacio.
ResponderEliminarDonna, lo de las hadas es buenísimo, muy gracioso, y real como la vida misma. Imagínate lo que debe de ser en EE.UU., a juzgar por la cantidad de películas en las que se ve que van a espectáculos en los que desde el escenario les incitan a repetir a gritos frases completamente ridículas.
ResponderEliminarNo, lo mío no venía deshidratado.
:) Una maravillosa descripción de una tarde lluviosa y gris. Cómo me gusta! Los comentarios no le van a la zaga. Qué risa flojita me ha entrado cuando Donna nos cuenta "la cena de las hadas". Lástima que se haya olvidado de cotorrearnos del menú!!-De qué se alimentarán esos seres?- ;)
ResponderEliminarA veces uno no sabe lo que es, hasta que alguien se lo dice. He crecido entre olores de inciensos y especias, y el tililar de la luz de las velas es una constante en mi vida -hay pocas cosas que me relajen más-; pero no sabía que fuera higge :)A mí también me gusta leer con una luz suave y una copa al alcance de mi mano; con lo del sonido de la lluvia lo tengo más difícil, pero me conformo con el del viento -adaptación, creo que lo llaman :)-.
Biquiños.
Con permiso..estoy brujuleando.
ResponderEliminarA mi me encantó " Los tipos duros no bailan"..." Los desnudos y los muertos" me gustó menos.
Eso si..la tarde perfecta, aunque a mi el brandy no me va.
Perdón por comentar con años de retraso.
La tarde fue perfecta.
ResponderEliminarY cómo ha cambiado todo, buf...
Incluso los comentaristas del blog: ¡no queda ni uno de los de entonces!
Un beso.
Ya, ya he visto que cambió todo...pero eso no tiene porque ser malo..¿no?
ResponderEliminarDime que no..dime que no..dime que no.
Lo de los comentaristas es más raro...algo les harías.
No. Fue casi todo bueno, tranquila :)
ResponderEliminarLo de los comentaristas/lectores yo creo que funciona así, que es algo cíclico. A mí me pasa, que ya no leo casi nada de lo que leía entonces. Hay excepciones en ambos casos, claro, pero son eso, excepciones.
Moli, ¿sigues ahí, con la alerta para este post?
ResponderEliminarLo he encontrado de casualidad, buscando otra cosa, y he visto esos comentarios que tenían 5 años de retraso y de los que ya hace... ¡nueve! ¡Qué barbaridad, da vértigo!
Y justo cuando acababa de leer un post tuyo y otro de Jesús, que también estaba aquí hace 14 años. Madre mía...
Besos.