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Siempre me ha parecido triste la publicidad que parece no tener destinatario. Más triste cuanto más llamativa y alegre quiere ser. Los letreros con detalles ingeniosos, con muñequitos, los carteles con rótulos enmarcados en estrellas doradas y llenos de signos de exclamación, que no se leen, me entristecen. Y me entristecen aun más si en ellos sale gente riéndose, sobre todo familias con niños; sonriéndole fijamente a nadie.
Pero lo que más deprimente me resulta son las banderas de colores ondeando en medio de nada, como en el aparcamiento desierto de un centro comercial cerrado, un día de viento, agitándose solas.
¿Por qué?
ResponderEliminarPorque si se da el caso, como digo, de que yo crea que no tienen receptor, en esa jovialidad y esa alegría perdidas en un rincón, por muy fingidas y parte de una táctica que yo sepa que son, yo veo una petición sin respuesta, un mensaje para nadie, y pienso en incomunicación, en ilusión truncada, cariño no correspondido, soledad. Creo que en esos carteles y esas banderas yo veo gente; simbolizan, para mí, personas (ojo, no me refiero a los publicistas ni a los de las tiendas, es algo más simbólico) que... ¿piden que las quieran?
ResponderEliminar¡Joder, creo que voy a tener que consultárselo a mi psicoanalista!
(Milady, intervienes poco, pero cuando lo haces...)
Un beso.
Y buenos días.
ResponderEliminarHay uno que ha mirado y ha leido
ResponderEliminarYo tengo en mi pueblo una tristeza peculiar, la que anuncia la huida futura de los bien preparados: las banderolas del que quisiera ser polígono industrial, pero sigue siendo espacio yermo. En el fondo, es la tristeza de los pueblos que se darían con un canto en los dientes si les tocara la lotería (en un extraño buen sentido de la frase) de una cárcel o una petroquímica.
ResponderEliminarPero para el resto, no me da congoja. Me da alegría y me descansa. No todo es celeridad, ni exigencia, ni petición de contacto. A veces es nube, escalofrío del viento, presencia en descanso.
Eso, esa fingida celebración es lo que me resulta tan patético.
ResponderEliminarEn Madrid, sobre todo en el extrarradio, cuando uno va entrando en la ciudad (yo siempre voy de visita, y el paisaje nunca llega a ser familiar para mí), tengo esa sensación, al ver todos esos polígonos, esos centros comerciales, o naves, o edificios de oficinas, o promociones de lo que sea. Anuncios o letreros de cosas en su mayoría desconocidas por mí, y que aun encima deben (creo yo) competir con miles parecidas. Es como si ese esfuerzo tuviera muchas posibilidades de no valer para nada, y eso me abatiese.
No sé. En cualquier caso, está claro que se trata de un tema afectivo.
Buenos días.
Hola Porto,
ResponderEliminarMe encanta el post. Y coincido absolutamente en que son tristes los mensajes sin destinatario, la alegría en el vacío.
Un poco a la manera de aquel que decía que un libro que no se ha leído es un libro que aún no se ha escrito.
Pero esos yermos agitados por el viento pesado, cargado de información digital que nadie escucha también me ponen triste.
Un abrazo,
X.
Pues tienes razón, puede que internet haya proporcionado otro ejemplo de eso de lo que hablamos. Lo que ocurre es que aquí es más difícil saber si hay o no receptor del mensaje, y por tanto no se está seguro de la soledad, ¿no?
ResponderEliminarNo sé.
Gracias, X., y un abrazo fuerte (te debo una contestación, lo sé, y quiero dártela).