Mi hija y yo
Nunca se lo he dicho, pero mi hija se llama Paula. Me parece buen momento para presentársela, ahora que la conocen tanto.
El viernes Paula durmió por primera vez en mi cama de cuando era pequeño.
Es una de las dos camas plegables de un mueble que desde los 70 ha ido cambiando de casa, casi sin usarse, hasta ahora que ha renacido, contra todo pronóstico, por y para mis hijos. Creo que yo estrené esa cama con, como mucho, un par de años más que ella, que acaba de cumplir cinco.
Quiso acostarse pronto. Me preguntó si las sábanas, con lunares rosas, también eran las mías. Pero no, le dije que las acababa de comprar para ella, que sólo el mueble. La tapé y me senté a sus pies mientras acunaba a Carlitos, que estaba al lado.
Paula tenía los ojos cerrados y, juraría, sonreía. Al cabo de un rato sacó una mano de debajo de la ropa y me la puso en la rodilla, se la agarré y así se durmió, enseguida.
Carlos tardó casi una hora, en cambio, y en los momentos en que no estaba tratando de que se acostase y dejase de morirse de risa estuve fijándome en el mueble: en las dos repisas que hay sobre la cabeza, en el cordón de la lamparita que sale de la más baja, y en las marcas de papel celo que dejaron los pósters que hubo; y me acordé de que en una de las baldas yo dejaba el libro, de noche; y en otra mi madre ponía, cuando estaba enfermo, un vaso de agua tapado con un posavasos metálico de flores, y al lado un pañuelo; y recuerdo uno de los pósters, de Daniel el travieso, pero no los otros, no pude acordarme, aunque me suena que uno, junto al dibujo, tenía la frase Hoy va a ser un gran día. Y me acordaba de la barra metálica que se veía tras la almohada, y por la mañana, al hacer la cama, me vi a mí mismo hace ¡treinta años!, metiendo igual la ropa bajo el colchón, y luego plegando todo y guardándolo. Y me acordaba del ruido y del olor, que no sé cómo puede mantenerse todavía.
Por supuesto, todo eso me impresionó. Esa noche y la mañana siguiente, en la que el niño quiso acostarse, él también, en la cama, y que lo tapase, y se quedaba quieto agarrando las sábanas y me miraba riéndose, me sentí extraño, emocionado. Y disfruté de estar viviendo aquello, de darme cuenta de aquel momento y de cómo me estaba afectando.
Creo que es fácil de comprender, esa emoción.
¿Pero de dónde surge? ¿Qué es lo que nos emociona? ¿Por qué ver a mi hija durmiendo donde yo dormí a su edad, en mi sitio, rodeada de aquellas cosas que me acompañaron en mi infancia, es algo (tan) emocionante?
Y ahora es cuando me echo a adivinar.
Debo partir de un hecho fundamental: mi infancia fue feliz; o así la viví y así la recuerdo, que es lo que importa. Eso explicaría, creo yo, que verla a ella reviviendo algunas cosas de entonces me haga pensar que ella es feliz también. A este respecto, me parece importante dejar claro (y no es la primera vez que lo hago) que veo cierta confusión en el hecho de relacionar la satisfacción de nuestros hijos con lo parecida que sea su niñez a la nuestra, y en dar por hecho que si no les damos lo que tuvimos (suponiendo, claro, que lo que tuvimos nos gustó) no los haremos felices, cuando en realidad ellos estarán contentos si están bien, no si están como nosotros (algo que, de hecho, ni se preocuparán en averiguar). Pero, aun así, hay casos en que es inevitable extraer de ese paralelismo conclusiones tranquilizadoras. Y eso hice el viernes, pensar que ella estaba tan a gusto como yo lo había estado, y que el recuerdo de ese momento sería, también para ella, en el futuro, bueno.
Pero eso no es todo; hay algo más, mucho más personal, más egoísta, en esa emoción. Algo que me afecta sólo a mí.
Lo que yo estaba viendo allí, y lo que vi (quizá más claramente, por motivos obvios) a la mañana siguiente cuando se acostó el niño, era a mí mismo. Al ver a Paula durmiendo en mi cama, al verlos allí acostados, estaba viéndome de pequeño, estaba recuperando momentos que supongo que echo de menos.
Como algunos de ustedes saben, creo que nada nos aproxima tanto a verle un sentido a la vida como la paternidad. Esto es así por varios motivos (sensación de valía, de importancia, de haber hecho algo maravilloso, etc.), entre los cuales está la convicción de trascender, de perdurar. Y esa trascendencia no comienza cuando ya no estemos, ni consiste sólo en dejar algo nuestro detrás; comienza ahora y consiste en sentir, al ver vivir a nuestros hijos, que nosotros mismos volvemos a empezar.
La vida de nuestros hijos es suya y no nuestra; y de sus deseos y no de los nuestros debemos intentar que la llenen. Pues para ellos viven. Pero, aun así, nos salvan, nos dan otra oportunidad.
Paula y Carlos acostados en mi cama me mostraban la cara más amable de la vida. Y además, al hacer que me viese a mí mismo con su edad, me estaban consolando.
¿Consolando de qué? Del paso del tiempo y, en última instancia, de mi muerte.
Qué texto tan maravilloso, Porto, y cómo me identifico con él, me he emocionado leyéndolo. Gracias y un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarGracias a ti, Jesús. De ti me acordé cuando escribía lo de darme cuenta de todo aquello; y que te guste, sobre todo tratándose de un texto sobre un tema así, me alegra un montón.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Que bonito! Me imaginaba la cara de Paula mientras dormía con esa sonrisa.
ResponderEliminarComo cambian las perspectivas de la vida! Y como cambian nuestros valores.
P.D.: Nuestras madres debieron de ir juntas a comprar esas camas jeje.
Bicos.
¡M y t, muchas gracias! Me hace mucha ilusión que te guste.
ResponderEliminarDesde luego, quién nos iba a decir que internet iba a mantener a la familia unida :)
Un beso.
Pues si, que guay! Aunque te corrijo...unos más que otros pero siempre estuvo unida.
ResponderEliminarSi llego a leer el viernes lo del café del domingo con la anónima Mamen también hubiese ido yo hasta allí, queda para otro.
Besos
Tienes la capacidad de trasladar.
ResponderEliminarYo tenía un poster de Bambi y otro en el que ponía "Extremadura, lucharemos por tu cultura" (ejem) y una colcha que todavía usamos, llena de indios y leones y una lámpara redonda...
Pero no sólo eso. He visto (estas cosas se ven) a Paula preguntando y a ti intentando recordar.
Por cierto, eres más guapo que en la foto, no eres blanco y negro y sí: estabas sentado en una silla.
Hermoso texto, creo que a algunos, con tus hijos, nos has trasladado también a esa infancia, en esos dormitorios en colores nada alegres y en las que los posters alegraban las paredes. Al hilo de esto mismo, yo que fui hija de hippies, tenía un poster de un niño con cara de gamberro sentado en un wáter en el que se leía “OTAN NO CACA” y encima de mi cabecero una lámina de papel con este poema tan conocido y con el que he identificado tu relato
ResponderEliminarTus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti
y aunque estén contigo
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas,
viven en la casa del mañana,
que no pueden visitar
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede,
ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual, tus hijos
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.
Khalil Gibran
Y en el post anterior, decías que ya casi no puedes escribir sobre nada.... Desde luego, me parece que un poquito si que te acuerdas,eh?
ResponderEliminarQué cosa tan bonita. Haces que me emocione la forma y el fondo. Gracias.
Un beso
Buenos días.
ResponderEliminarBueno, fue comida, le pedí a nuestra tía que me invitase. Y fue muy agradable (y sí, es verdad que no nos podemos quejar de unión, pero aun así, algunos ahora estamos más en contacto que nunca).
Los viajes, muchas gracias (sobre todo por lo de guapo), y bienvenida.
Ésa es la idea, Divina. Si te digo la verdad, no sé si conocía el poema, pero de eso se trata. Esto,
Tú eres el arco del cual, tus hijos
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad,
es magnífico. Deberíamos llevarlo grabado a fuego en la palma de la mano (por ejemplo), todos los padres.
Muchísimas gracias, Ella. Pero lo que en realidad quería decir que no puedo hacer era opinar.
Besos a las cuatro (Jesús rompe las estadísticas, esta vez).
En clase de Filosofía estuvieron el otro día hablando sobre el yo. Res cognita, una de las tres sustancias de las que hablaba Descartes. Y durante un rato al profesor se le fue un poco la pinza (bueno, ahora que lo pienso, mucho) y se puso a hablar de otra cosa. Rápidamente despertó la atención de todos los allí presentes, porque para explicarnos el concepto, puso como ejemplo a aquellas personas que tienen pensamientos suicidas, y cómo los especialistas los despreocupan, y curan, enseñándoles que esos pensamientos (esos y todos) y todas las voces, todo su conocimiento, no son ellos. El yo es nosotros, nos decía, pero sin toda esa capa superior. Da igual que tengas una voz diciéndote que tienes que acabar con tu vida, da igual que pienses que debes hacerlo. Ese no eres tú. Tu yo es mucho más puro, más sencillo, más perfecto. Y es a ése al que tienes que escuchar. A ése. Así que tranquilo, suicida, que si bien lo piensas (algo no tan fácil de conseguir), no hay de qué preocuparse.
ResponderEliminarEs una clase que no se me olvidará, porque la verdad, aunque intuimos que nos andamos comiendo la cabeza más de lo necesario, cuando es Descartes el que viene al rescate, parece que te luce más, :-)
La cuestión es que leyéndote, me doy cuenta de que es verdad. Pensamos demasiado. Si quitas todas las explicaciones a lo que estás viviendo, te darás cuenta de que lo que sientes es felicidad. Sólo. Por las reacciones, porque te hace sonreír, porque te tranquiliza. Y eso es suficiente, es importante. Y basta. Tu yo tiene razones para sentirse bien. Él las sabe. Pero como estamos hambrientos de yo qué sé qué reafirmación, ocupadísimos, primero las disfrutamos y luego queremos cubrirlas de conocimiento y de sentimientos, cuando lo único definitivo es que se presentan, que hay cosas ahí que nos hacen felices, que somos permeables a esa felicidad y que no debemos estar haciendo las cosas tan mal, cuando en lo más profundo, las sensaciones de ese yo cada vez son más y más de aprobación. De paz.
Sigue así, pequeño saltamontes. Progresas adecuadamente, :-)
Cariños,
R.
(Siempre riñéndome, siempre corrigiéndome... Grrr)
ResponderEliminarPues me imagino que sí, que tienes razón. Que si todo fuese mejor, o que si yo fuese mejor, si mi vida fuese mejor, o mi mundo (el nuestro), o que si no fuese(mos) tan tonto(s) y limitado(s), todo sería más directo, más intuitivo, todo fluiría y nos dejaría alegría, satisfacción, dicha, sin más.
Y no haría falta buscar explicaciones ni analizar los sentimientos.
Pero, R. querida, no estoy todavía ahí, yo; estoy aquí, voy de camino. Y a mí, por ahora, aparte de que sea un poco pesadito con los porqués, me sienta bien repasar, me viene bien pensar para fijar, para guardar bien guardadas todas esas cosas dentro de mí y que, primero, no se pasen sin darme cuenta, y segundo, no vaya a olvidarme de un gramito de felicidad.
Es lo que dice siempre Jesús: darse cuenta; darse cuenta de lo que vivimos, de dónde estamos y con quién, y qué nos dan.
¿Que en el fondo todo nos queda, que todo entra y va haciendo su trabajo de inyección de vida? Bueno, puede; pero más cuanto mejor eres, cuanto más abierto estás, cuantas menos barreras pones. Y yo, con este pensar, con estas explicaciones, lo que trato es de abrirme, de tirar barreras, de aprender a disfrutar.
Porque falta me hace; porque yo, de siempre, he complicado todo demasiado; pero me temo que eso no se cura en una semana.
No lo veas como un impedimento, como algo engorroso que pone trabas; precisamente estoy tratando de soltar lastre, de simplificar las cosas y de tener claro cuáles son las importantes para que las demás no estorben; es mi aprendizaje; estoy en camino, R.
Gracias por hacerme explicarlo así.
Un gran abrazo.
Bobico, si yo soy igual. Y todo el que conozco que vale la pena lo es, :-))))
ResponderEliminarMás cariños y grandes abrazos (me encanta esta expresión, "grandes abrazos", que suena a novela de Dickens),
R.
Ah, bueno; pensaba.
ResponderEliminar:)
yo he visto algo de melancolía
ResponderEliminary miedo.
Vamos a ver, señorita Celia: soy yo, luego la melancolía está asegurada, es marca de la casa; y hablo de la vida, de los hijos y el paso del tiempo, luego ¿sería posible no sentir, al menos en parte, miedo?
ResponderEliminarUn beso
Buenos días...
ResponderEliminar¡¡genial !! ya conocemos el nombre de la niña...
Has expuesto de forma magistral lo que los padres pensamos cantidad de veces cuando son pequeños, la verdad es que se piensa siempre por mayores que sean.
Siempre he pensado que los niños no necesitan grandes cosas ni grandes inversiones, necesitan las cosas pequeñitas en dinero....
Quiero decirte que me he emocionado..
que bueno...has expresado perfectamente muchas cosas que mi marido y yo hemos hablado muchas veces. Gracias por el post. Un saludo
ResponderEliminarLuna, me alegro; muchas gracias.
ResponderEliminarBluestreak, lo mismo, me alegro de que te haya gustado. Y bienvenida.
Y buenos días a todos.
Y estoy de acuerdo, Luna, ninguna gran inversión más que el cariño, la comprensión y el interés diarios. Que no es poco, ¿verdad?
ResponderEliminarHay quien tiene por máxima en esto de las bitácoras que las entradas no puden ser más extensas que el golpe de vista sobre una pantalla. Que esa contenida medida asegura la lectura de lo que se escribe por un mayor número de visitantes. No lo creo. Más bien pienso que lo que realmente ata al lector es la sinceridad, claridad y buena hechura de los textos. Gracias a esas cualidades ésta su última entrada, Sr. de Portorosa, parece incluso corta, desmintiendo esos trucos tributarios del share a los que aludía al principio. Supongo que en esa visión de lo escrito influye que uno sea padre y sienta cosas parecidas e incluso otras que bien pudieran añadirse, como por ejemplo que la existencia de esos renacuajos que llevan nuestra sangre ayuda, como ninguna otra cosa, a sobreponernos no sólo a nuestra vejez y mortalidad, sino también a la pérdida o la ruina de aquéllos para quienes nosotros fuimos un día esos pequeños.
ResponderEliminarUn abrazo y enhorabuena por el texto.
Muchas gracias, DR, de verdad.
ResponderEliminarla pérdida o la ruina de aquéllos para quienes nosotros fuimos un día esos pequeños, por suerte, sólo lo he sufrido con mis abuelos, y aún no he tenido que comprobar cómo me ayudarán mis hijos con ese trago, pero sí, supongo que sí. Porque de lo que se trata es de que ellos nos recuerdan que esto no es que se acabe, sino que sigue, que se renueva, que la vida continúa; sin nosotros, pero con el rastro de lo que hemos hecho y de lo que hemos (y disculpen) amado.
Un abrazo.
Llevo aquí mucho tiempo. Antes mi nombre tenía una excusa.
ResponderEliminarDe nada.
Ay, he firmado con el antiguo. Tendría que decir que ahora mi nombre revela los viajes que no he hecho...
ResponderEliminarJo.
Ay, Los viajes/Una excusa, pues entonces nada: sigue viniendo cuando quieras.
ResponderEliminarBuenos días.
Fantástico texto Porto.
ResponderEliminarFantástica y real la vivencia y abrumadoramente clara tu forma de verlo ya que atacas la emoción desde múltiples flancos.
Pero cuidado, las emociones y sobre todo la nostalgia ocultan un peligro, que no creo que te aceche.
Jajaja, me iba a extender, pero como luego dices lo de "siempre riñéndome, siempre corrigiendome, grrr" paro en este punto. Sobre todo por que me acaba de venir a la mente una frase que oí una vez a un marinero de esa tierra que en algunos aspectos compartimos. La frase era "Stopa you, que vas varar" jajaja, es lo que tiene el meterse en pantanos en los que puedes acabar encayando.
Y es que los sentimientos ajenos, los tuyos en este caso, son eso tuyos. ¿Por que voy a venir yo a modificarlos? En cualquier caso, disfruta de ellos y gracias por compartirlos, cuando alguien se abre tanto siempre es de agradecer que nos remueva la entraña.
Amigo,me ha dejado impresionado...¡qué absoluta maravilla!
ResponderEliminarDe una sensibilidad exquisita...me ha emocionado,porque por un lado me ha trasladado también a mi infancia,con aspectos que están escondidos en el baúl de la memoria y por otro lado al futuro...de recién casado y posible futuro padre...
Eso es sentido de la vida...
Gracias y enhorabuena
un fuerte abrazo
Carlos, Max, gracias a vosotros dos.
ResponderEliminarCarlos, siéntete libre para decirme lo que quieras, ¿eh?, no lo dudes.
Max, sentido de la vida, dices. Pues no me podrías decir nada mejor: así es.
Un fuerte abrazo.
Buenos días..
ResponderEliminarMe gustaría decirle que aunque parte del hermetismo debe ser genético, está ud. como rosa en primavera o un clavel reventón y da gusto verle así...
Al final se levanta de la silla, lo estoy viendo.
Saludos
Así da gusto, Luna. Inyecciones de ánimo, qué bien sientan :)
ResponderEliminarUn beso.
Muy sentido, don Porto.
ResponderEliminarMe lo imagino perfectamente. Qué gusto, esa camita...
Por ahí no sois conscientes, por la costumbre, pero yo siempre que llegaba a Galicia en verano o en Navidad notaba la humedad de las sábanas. A mucha gente no le gusta esa sensación, pero a mí me encantaba. Era como si alguien te abrazase, arropándote.
Y mi abuela que nos contaba cuentos (que en realidad eran cotilleos del barrio, creo yo). Ay, cuántos recuerdos...
Es bonito.
ResponderEliminar¿Sabes? mi infancia no tuvo nada de feliz. Pero tuve la suerte de no darme cuenta.
Ahora tengo la suerte de no pensar en ello, salvo cuando tengo mucho frío.
¡Balcius, qué alegría verte!
ResponderEliminarUna infancia feliz es una inmensa fortuna que se disfruta toda la vida, creo yo.
Un abrazo.
Conde, para qué te voy a engañar: la humedad en las sábanas, toda para ti. Afortunadamente, las calefacciones evitan ya esa sensación; o la que recuerdo de niño en casa de mi abuela, de ir a vestirme por la mañana y notar la ropa, que había pasado la noche en una silla, también completamente húmeda.
Buenos días a todos.
¿No será que recordar nuestra niñez nos devuelve a ese lugar maravilloso en que nos sentíamos seguros y no teníamos más preocupaciones que el ahora? En cualquier caso me parece genial la forma en que ordenas tus sentimientos para experimentar que las cosas tienen sentido para ti. Da igual el motivo por el que lo hagas. La sensación de que algo encaja en la vida de uno no tiene precio. Y merece la pena ser revivida todas las veces que haga falta. Gracias por compartirla con los demás.
ResponderEliminarBueno, yo creo que todo esto sería bastante diferente si mi infancia hubiese sido mala.
ResponderEliminarMe alegro de que lo hayas disfrutado.
Un beso, Nube.
cuando hablamos de los niños hablamos como algo lejano, ajeno, como si nunca hubiésemos sido niños. Decimos "los niños son... los niños hacen..."
ResponderEliminarquizás todo se explica porque empezamos a ser padres cuando somos niños.
Estás en tu casa, Morelli.
ResponderEliminarYo, que tengo mi infancia a cuatrocientos kilómetros de la habitación de mis hijos (y a casi otros tantos años), me veo reflejado cuando se comen unos gusanitos, cuando agarran un destornillador, cuando quieren que les lea un cuento o cuando me dicen: "Papá, colo".
ResponderEliminarAunque nos reviven la infancia, los niños son quienes nos certifican que ya se nos ha pasado. Es una pena.
Bienvenido.
ResponderEliminarEso de "colo" lo trae a usted muy cerca.
Espero que, a pesar de la constatación, disfrute usted mucho con ellos.
Un saludo.
Yo dormí en una litera desde los 6 hasta los 28 años. Recuerdo perfectamente de haber pensado el primer día que dormí ahí arriba: cuando esté en BUP no podré dormir ahi, esto es de pequeños.
ResponderEliminarCuando llegué a BUP pensé..cuando esté en la universidad no dormiré ahí, esto es de pequeños.
Luego llegué a la universidad y pensaba...joder, cuando trabaje..no me veo trepando por el radiador para subir...es de pequeños.
Lo que jamás pensé es que mis hijas dormirían en esa cama. Y ahí están..y es raro..pero me gusta.
Si no lo pueden hacer tampoco pasa nada, claro, pero si lo hacen, te suele gustar. Lo cual, supongo yo, es buena señal; síntoma de buenos recuerdos.
ResponderEliminarBeso.