La carta
Un hombre está escribiendo una carta. Una carta para su hija de cinco años, que está aprendiendo a leer. La carta acompaña a un dibujo que ella le ha pedido que le hiciese y enviara por correo durante el fin de semana.
El dibujo es de un paisaje de montañas y un lago, tal y como le dijo que haría. Lo ha copiado de un libro de dibujo, y no le ha salido muy bien; pero la carta, sí. También la ha copiado, casi, o al menos ha copiado el estilo, de un libro que ha hojeado esta mañana: está escrita en letra cursiva grande y salpicada de dibujos que ilustran el texto; está llena de colores y sabe que le va a encantar. En ella le dice que no se olvide nunca de mirar las cosas bonitas de su alrededor, y le desea que viaje mucho, de todas las formas que pueda, incluidas la lectura y su imaginación, y que siempre, sola o acompañada, esté contenta, sea feliz y recuerde que él la quiere.
Ha pasado una buena tarde, escribiendo, dibujando y escuchando música.
Sabe que esos deseos son ciertos, que quiere más que cualquier cosa que todo le vaya bien, que sea una mujer capaz de ser feliz. Pero también sabe que la carta, además de para sentirse cerca de su hija ahora, le sirve para luchar contra el miedo de ir desapareciendo de su vida.
Es demasiado duro.
ResponderEliminarHazme el favor de contar conmmigo, tienes mi email.
Un bes.
Para luchar contra el miedo, el primer paso es identificarlo, que no es tarea fácil en ocasiones. Este primer paso ya lo has conseguido.
ResponderEliminarEl segundo paso es encontrar el origen. Porqué surge ese sentimiento. Se controla mejor lo que se conoce bien.
El tercero es controlarlo y actuar.
La pérdida real genera dolor, la imaginaria miedo y, ésta pérdida imaginaria puede modificar de tal forma nuestras conductas que se convierta en real lo que tememos. Cuando somos conscientes que esto puede suceder, comenzamos a temer por nuestro propio miedo y así caemos en la trampa del miedo: es un monstruo que se autoalimenta consigo mismo.
Las cosas no son planas, ni siquiera tienen tres dimensiones como nos han enseñado. El tiempo y las distintas perspectivas desde las que puedes ves cualquier objeto, quizás no lo modifiquen, pero sí que cambia la emoción con la que lo contemplamos.
Un abrazo
Qué miedo me da tener miedo...
ResponderEliminarYo tengo miedo constantemente, y mucho, unos días lo puedo controlar, otros me supera de tal manera que literalmente me hundo, y entonces tengo más miedo.
Este es el monstruo que me acompaña...
Qué bonito hubiera sido recibir una carta como esa...
Ese miedo existe, como he dicho, es real. Pero es un miedo de fondo, Kaken, moderado, que surge sobre todo de cosas tan naturales como que los hijos crezcan (y en parte es dolor, como distingue Juan). No es angustia por una posible e inminente pérdida "real", ni mucho menos. No es tan duro.
ResponderEliminarEs verdad que hay circunstancias que lo acentúan, que me hacen ver las cosas un poco peor, que tiñen esa "evolución natural" de cierto pesimismo.
Pero bueno, confiemos en que ese miedo no crezca y se imponga. Para eso estamos.
Un abrazo, y gracias (también a ti, anónimo).
No hay pero miedo que aquel que nos paraliza. Cuando actuamos para controlarlo o reconducirlo, el miedo pierde gran parte de su poder sobre nosotros. La carta es una herramienta para luchar contra ese miedo, lo cual significa que no estás paralizado por él y eso es algo muy positivo.
ResponderEliminarUn abrazo, portorosa.
Hay toda una historia de tristeza en ese miedo a desaparecer.
ResponderEliminarUna historia de miradas rotas.
Esa historia es la que me sobrecoge.
Y a la niña también: su afán es que sus padres se quieran y la quieran.
Al menos suele serlo.
Cuando eso ya no es posible, algo se rompe. Y se pierde la inocencia.
Hermosa imagen.
ResponderEliminarEl miedo es consustancial al ser humano, pero se combate con valor; el valor de escribir una carta y luchar contra el olvido. En el fondo siempre seremos unos cobardes pero si consigues no quedarte paralizazo, te creerán un caballero temerario. Ahí está la magia.
ResponderEliminarUfff, gracias por la aclaración, Portorosa.
ResponderEliminarComo ya te habrás dado cuenta, soy bastante visceral..y con complejo de salvaloquesea (craso error si no cuento con que alguien necesite ser salvado por mi...si es que...).
Me parece que me quedo con lo que te puede aportar Celadus: sentido común y positividad que entra de lleno en el plano de lo real, es practicable.
Una curiosidad ¿tienes dibujos visibles para los curiosos blogueros?
Vi algunas fotos tuyas en el blog que me parecieron muy buenas como mirada.
Un bes, Porto, disculpa mi arranque maternal o lo que sea que haya sido ;-)
Hola Portorosa,
ResponderEliminarHacia ya mucho tiempo que no escribia ningun comentario, y ayer tuve problemas para publicarlo, asi que lo tuve que hacer como anonimo, soy la que desde Hong Kong tiene tantisimo miedo siempre...
Me gusto mucho la idea de la carta, y supongo que cada uno escribe la suya, de alguna manera u otra, para no dejarse vencer por ese monstruo, no? A veces funciona...
Un abrazo.
Buenos días a todos.
ResponderEliminarCarolaine, me alegro de verte. Ya me parecía que ese anónimo no escribía como un anónimo.
En esta época de mi vida estoy pensando más que nunca en el miedo. Soy consciente de muchas cosas que vienen de su mano, soy consciente de sus consecuencias, como nunca antes (a la cabeza de todas ellas, su capacidad para modificar nuestro comportamiento hasta hacer cierto aquello que tememos). Pero creo que es para bien; eso espero, al menos.
Quiero insistir (sobre todo a mi hermano, que ayer se preocupó) en que aquí hablaba de un miedo que supongo que muchos padres compartirán, sean cuales sean sus circunstancias. Tal vez no sea miedo sino dolor; dolor por saber con seguridad que el amor es siempre mayor de arriba a abajo.
Pero, como muy bien dice Juan en su blog, el amor a nuestros hijos obtiene su recompensa en sí mismo. Es quererlos lo que más felices nos hace, creo yo.
Con independencia de cualquier gesto suyo, por supuesto, nos parezca un regalo.
Gracias.
Buena semana.
(Ah, Kaken, no tengo. Me temo que no dibujo bien, ¿sabes? No suelo hacerlo en serio, ni guardo nada de lo que hago. El sábado, por ejemplo, me salió mucho mejor la carta que el dibujo.
Un beso. Y gracias por correr a salvarme :) )
Si te sirve de algo, los padres nunca desaparecen.
ResponderEliminarSólo un rato, nada más. Luego ya no.
Pero está en ti no desaparecer. Hablar, hablar, hablar...
Y confiar. No pretender saber tú lo que tú no cuentas a los demás. Aunque ese "demás" sea tu hija. Creo que es uno de los errores más frecuentes de los padres: no confían en sus hijos, se mantienen ahí, alejados, como si no fueran de carne y hueso. Pero pretenden saber qué les pasa a los hijos en todo momento. Y la confianza es una fuerza de ida y vuelta.
No te imaginas, Viajes, lo que valoro y agradezco tu comentario.
ResponderEliminarLo que me dices de que está en mi mano, y sobre todo lo de la confianza de ida y vuelta, me parece consejos que valen su peso en oro. Muchas gracias, de verdad.
Un besazo.
"En esta época de mi vida estoy pensando más que nunca en el miedo. Soy consciente de muchas cosas que vienen de su mano, soy consciente de sus consecuencias, como nunca antes (a la cabeza de todas ellas, su capacidad para modificar nuestro comportamiento hasta hacer cierto aquello que tememos)."
ResponderEliminarTe invito a leer esto:
http://memorialdeislanegra.blogspot.com/2008/09/caballos.html
Saludos.
el miedo es un instinto que nos ayuda a sobrevivir. Y por lo tanto debería hacernos reaccionar en cierto sentido. Creo que en este caso tu reacción es la carta y el dibujo. Y luego explicas tu miedo en el blog.
ResponderEliminarEs maravilloso imaginarte que tu hija va a seguir creciendo, y se hará más independiente. Algún día quizás sea madre y tenga sentimientos semejantes a los que ahora tu expresas.
pero para mí es muy fácil decir esto. No tengo hijos.
Los golpes que, por ejemplo, recibes en los deportes violentos causan un dolor que libera endorfinas que al proporcionarnos placer lo alivian.
ResponderEliminarDel mismo modo, el dolor de ver cómo los hijos se nos escapan de las manos se oculta con la enorme satisfacción de verlos valerse por si mismos.
Hace un tiempo mi hija se soltó de mí cuando nos acercábamos a la entrada del cole. Fue la última vez. Ya nunca más la volví a llevar de la mano. Una pena, porque me encantaba. Un orgullo cuandola veo ir sola charlando con sus compañeros
Buenos días.
ResponderEliminarCeladus, leído. Pero tu relato me suena más a determinismo, a destino escrito, que a la influencia del miedo, ¿sabes?
Morelli, Occam, si ya lo sé; si ya sé que unas satisfacciones van siendo (o pueden serlo) sustituidas por otras, y que nosotros debemos hacer de "lanzaderas" (o el arco de Gibran). Es sólo que a veces uno se olvida de su papel de padre protector y guía y se da cuenta de cuánto necesita, él también, a sus hijos.
Pues si yo le escribo una carta así a mi hija (cuando era pequeña) seguro que le da miedo porque dibujo fatal. Curioso siendo profe de infantil.
ResponderEliminarVenga que lo estás haciendo genial y tus hijos te adoran, se les ve.
Estas navidades repeteixon, mola.
Bicos primo.
Gracias, M., muchas gracias.
ResponderEliminarSí, sí que mola; me alegro mucho.
(Te la voy a mandar, ¿vale?)
"Unas satisfacciones son sustituidas por otras"
ResponderEliminarNo es cierto. A medida que vaya creciendo se aproximará más a tí. A medida que crezca se derribarán los muros que separan al niño del adulto. No se sustituye nada. Se mejora.
No tengas miedo. Mi hija tiene casi 30 años. Y cada vez está más cerca de mí, ahora me entiende de adulto a adulto, ahora me quiere desinteresadamente, pues ya no depende de mí, ahora valora todo lo que hubo entre nosotras cuando era niña. Vive lejos. Nos vemos un fin de semana cada quince días. Y sé que soy la persona más importante de su vida. Lo sé porque ella no se cansa de demostrármelo.
No imaginas el camino tan maravilloso que te espera.
Un abrazo.
Io, gracias.
ResponderEliminarMe agarro (sin pena, sin desesperación, no como a un clavo ardiendo; pero me agarro) a tu última frase.
Un beso muy grande.
Acabo de percatarme de que hoy en día tendría que mandarle un emilio a la niña...
ResponderEliminarNo, precisamente hoy en día la recepción de una carta, incluso para ella, es un acontecimiento absolutamente excepcional.
ResponderEliminarImagínate qué efecto causa que tengo una suya para su hermano (de dos años), que tengo que echar al correo; y la carta que este fin de semana le ha escrito a los Reyes Magos es una imitación clara de la mía. Y yo encantado :)
Un saludo.