31.12.06

Para el nuevo año

Esto podría decírselo cualquier otro día, claro; pero ya que entre todos hemos acordado que cada 31 de diciembre acabe un año y comience el siguiente (o al revés, no sé: que el último mes del año sea diciembre, y que tenga treinta y un días, y que el último de éstos lo sea también, por tanto, del año), lo digo hoy.

Supongo que todos habremos tenido buenos y malos momentos en 2006, que algunas cosas nos habrán gustado, hasta hecho felices, y otras en cambio habrán sido tristes y por ellas habremos sufrido. También supongo que es inevitable que sea así, porque la vida tiene la no sé si sabia o tonta tendencia a no dejarnos volar muy alto ni hundirnos del todo.

Sea como sea, mañana empieza otro año. En realidad nada cambia, y nos levantaremos en un día en principio igual a hoy, ayer o anteayer; pero nuestra mente, que se ve que necesita referencias y marcos para poder poner algo de orden en todo lo que por ella pasa, quiere creer que no es así, y piensa que termina algo, que pasamos página y comenzamos una nueva, casi casi en blanco.

Sin duda hay mucho de búsqueda de consuelo, de mecanismo para tomar impulso, en esto. Y falta nos hace.

Y una vez hecho este preámbulo, que bien me podría haber ahorrado, déjenme desearles a todos ustedes un feliz año. Que azar, voluntad, aptitudes y actitudes (y, si son ustedes creyentes, aquello en lo que crean) se conjugen para traerles alegrías y buenos momentos, para hacerles lo más felices posible.

Y me van a permitir, aunque suene extraño, que me incluya yo; que me desee a mí mismo un feliz 2007.

¡MUY FELIZ AÑO NUEVO A TODOS!

24.12.06

Felices fiestas

A todos los que me dais la inmensa alegría de venir a leer este blog, y en especial a los que conversáis aquí conmigo, os deseo una muy feliz Nochebuena y feliz Navidad.

Abrazos y besos a mansalva, de todo corazón.

21.12.06

Santos Domínguez

Ustedes saben que algo pasa en Extremadura, donde los buenos blogs (algunos de los cuales pueden encontrar enlazados al margen) florecen por doquier. Y entre ellos hay algunos cuyos autores son escritores, que como es lógico están a otro nivel.

Uno de éstos es el de Santos Domínguez, En un bosque extranjero.

Un jurado presidido por José Manuel Caballero Bonald y del que formaban parte poetas como Clara Janés, Félix Grande, Luis Alberto de Cuenca y Javier del Prado ha otorgado el Premio Barcarola de Poesía en su XXII edición al libro Las sílabas del tiempo, del poeta cacereño Santos Domínguez.

Y resulta que Santos Domínguez, que me tiene enlazado y dice leerme, se digna darme el aviso por correo electrónico. Y aun más: me da las gracias, en medio de agradecimientos a amigos y personalidades del mundo literario español, a , Lord Henry Wooton (sí, soy yo, es un alias).

Y tras el desnudo integral de mi último post, no tengo que disimular ante ustedes la ilusión que me hace todo eso: que me lea, que me escriba, que me dé las gracias y que me deje compartir párrafo con escritores de verdad.

19.12.06

Cosa de meigas

Si alguien me hubiese preguntado anteayer qué pensaba de la grafología, a mí probablemente me habría faltado poco para compararla sarcásticamente con el tarot o la quiromancia, demostrando una vez más la insondabilidad de mi ignorancia. Sabía que no era lo mismo, pero lo cierto es que no le concedía demasiado crédito.

Y sin embargo, cuando hace un par de semanas en la estación de Chamartín un compañero mío de curso me contó que su mujer había estudiado Psicología y trabajaba como grafóloga en una empresa, le confesé que siempre había tenido ganas de que alguien me hiciese un análisis de personalidad por mi escritura (una muestra más de egocentrismo). Así que, en una servilleta, escribí rápidamente mi nombre y apellidos y firmé.

Ayer por la mañana me llegó el resultado del estudio, hecho entre varios más, y en el que la grafóloga no sabía (siempre según su marido, que me parece fuente fiable) absolutamente nada de mí.

Pues bien, de once características que da, les puedo decir que con una (la 1) no estoy demasiado de acuerdo, y que hay dos (4 y 8) con las que sí pero con matices. Pero el resto me retrata tan perfectamente, creo yo, que no consigo salir de mi asombro.

Decía esto:

Se pueden extraer las siguientes características a partir de esa firma:

  1. Muy imaginativo.
  2. Muy independiente.
  3. Tranquilo.
  4. Introvertido.
  5. No polémico, aunque con ideas propias.
  6. Responsable aunque no trabajador.
  7. Competente al tiempo que desvinculado profesionalmente.
  8. Tendente al pesimismo.
  9. Cierta falta de autoaceptación.
  10. Necesidad de reafirmarse y de ser alabado/aceptado.
  11. Alto concepto de sí mismo que necesita ser corroborado por el resto.

Les aseguro que es como si me hubiesen preguntado a mí. Me parece sencillamente increíble que puedan descender a ese nivel de concreción. Descender y acertar, claro.

¿Cómo es posible que vean, por ejemplo, mi falta de implicación profesional? ¿Cómo pueden clavarme en los tres últimos puntos, reflejando tan bien una parte de mi personalidad que a mí me parece compleja e incluso contradictoria?

Ante ustedes, un converso a la grafología.

18.12.06

Kafka se quedó corto

Caso real, en el que los nombres de los (organismos de la Administración) personajes han sido modificados para evitar posibles e indeseados reconocimientos:

  • Imagínense que hay una oficina que se ocupa de comprar cosas; a ella le hacen las demás las peticiones de material: COMPRAS.
  • Otra que lleva la contabilidad de todas las oficinas y centraliza la documentación relacionada con los contratos (entre los que se incluyen las compras), los haya hecho quien los haya hecho: CONTABILIDAD.
  • Y otra más que se ocupa de fiscalizar e intervenir los gastos, comprobando que se ajustan a la legalidad; y que para ello debe comprobar toda la documentación que gestiona CONTABILIDAD y, en caso de observar alguna irregularidad, pedir que se revise y se modifique o, si ha lugar, se explique: INTERVENCIÓN.

Pues bien, secuencia:

  1. CONTABILIDAD necesita algo, por ejemplo una mesa; se la pide a COMPRAS.
  2. COMPRAS le pide cierta documentación preceptiva a CONTABILIDAD, como peticionario; y una vez la recibe realiza la compra.
  3. Una vez comprada la mesa, COMPRAS rinde toda la documentación a CONTABILIDAD, como responsable.
  4. CONTABILIDAD le envía todo el expediente a INTERVENCIÓN para su fiscalización.
  5. INTERVENCIÓN comprueba dicha documentación y le dice a CONTABILIDAD, como responsable, que hay un fallo, y que qué pasa.
  6. CONTABILIDAD, como hace siempre, mira quién ha hecho el contrato: ha sido COMPRAS, así que le hace llegar la documentación, con la notita de INTERVENCIÓN, pidiendo explicaciones.
  7. COMPRAS la recibe y comprueba quién pidió la mesa: CONTABILIDAD, así que le manda todo y le dice que se explique.
  8. CONTABILIDAD, como peticionaria original, recibe todo y dice ah, sí, no, es que..., y se explica, y le envía la explicación a COMPRAS.
  9. COMPRAS, habiendo recibido esa explicación, se la remite a quien se ocupa de hacérsela llegar a INTERVENCIÓN: CONTABILIDAD.
  10. CONTABILIDAD, como responsable (no como peticionaria, claro) recibe todo (por fin, dice, ya era hora) y lo envía a INTERVENCIÓN.
  11. INTERVENCIÓN ya tiene la explicación que buscaba. Si está conforme, bien; si no, le preguntará a CONTABILIDAD (responsable), ésta a COMPRAS, ésta a CONTABILIDAD (peticionaria), etc., etc., etc.

Yo creo que, al lado de esto, lo que le sucede al protagonista de El proceso es un paradigma de lógica administrativa, diligencia profesional y eficiencia.

15.12.06

Aislamiento colectivo

Si a alguien le interesó el tema del último post, el de la frase de Keynes, supongo que habrá leído los comentarios, y por tanto lo que aquí voy a decir (y en menos palabras, que siempre es de agradecer).
Si alguien no los leyó, probablemente fue porque no le interesaban lo suficiente y, en consecuencia, cabe suponer que tampoco esta entrada le importará.

Y he aquí que, con un claro desprecio de este razonamiento lógico, demuestro que esto del blog es arbitrario, subjetivo y personal, y desde luego nada democrático. Y además lo hago diciendo algo que todos ustedes ya saben.

Porque voy a insistir en una cosa:

Creo que esta tendencia a la degeneración de las propias ideas que Keynes achaca (en mi opinión con gran acierto) al aislamiento, surge con la misma fuerza y los mismos empobrecedores efectos entre los individuos que, aun no estando solos, se limitan a relacionarse con quienes piensan como ellos.

Y que cuanto más cerrado sea el círculo frecuentado, menos se oxigene, más se retroalimente y, paradójicamente, más seguro esté de su propia valía, más catastróficas serán las consecuencias.

Llegados a este punto, no está de más preguntarse si nosotros nos esforzamos en mantener oreadas nuestras ideas, o si por el contrario vamos cubriéndonos de sucesivas armaduras-certezas, que al cabo del tiempo nos dejan mirar sólo a través de un agujerito que impide que corra el aire, y por el que obtenemos una única y limitadísima percepción del mundo.

14.12.06

¡Ay del que se aísle!

Fíjense qué gran frase:

Es sorprendente el número de tonterías que se pueden creer temporalmente si se aísla uno demasiado tiempo del pensamiento de los demás.

John M. Keynes, preludio a la Teoría general.


Y no parece que la cultura o la formación sean un antídoto contra esto. A veces más bien uno creería lo contrario, que la relación entre la capacidad intelectual y esa cantidad de tonterías es de proporción no inversa, como se podría pensar, sino directa.

Desde hoy pasa a formar parte de las citas-lema de este blog. No se quejará, Mr. Keynes.

13.12.06

El placer de leer por placer

Comentaba yo no hace mucho con alguien que hay literatura para ser más feliz, para nada más y nada menos que disfrutar. Y que es, cuando apetece, maravilloso entregarse a ella.

Y en esto que me encuentro hoy con que dice Alberto Manguel que dijo Kafka:

En general creo que sólo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un mazazo en el cráneo, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices (...)? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hacen felices podríamos escribirlos nosotros mismos si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a las junglas más remotas, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo.

Y claro, si esto lo dijese otro, o el mismo Manguel, o yo, o cualquiera, pues podríamos discutir. Pero resulta que lo dice Kafka. Kafka.

Y a ver quién se atreve a llevarle la contraria.

Sólo se me ocurre objetarle dos cosas, con mucho respeto:

Una, que lo de que sin libros seríamos igual de felices a mí me parece muy discutible. Pero, como sé que su vida no fue precisamente una fiesta, me callo.

Y otra, que eso de que los libros que nos hacen felices podríamos escribirlos nosotros mismos es muy fácil afirmarlo siendo él. ¡Pero que fuese yo, a ver si decía lo mismo!

Lo cierto es que yo estoy convencido de que hay momentos, circunstancias, vidas, que lo que piden es literatura para disfrutar, literatura que sea sólo un placer.

12.12.06

Su-i-sai

Como sigo sin tener ganas de hablar (ni siquiera de leer) de política, voy a seguir hablando de intimidades.

Les podría contar que, como antes a su hermana, a Carlos, además de una nana muy conocida que me cantaba a mí mi abuela, lo que más le canto es Blackbird y Mother Nature's son, ambas de Ellos y ambas, para mí, preciosas.

Pero me han dicho que mi última entrada ha sido demasiado acaramelada, así que les diré que tengo un disco de Adam Green [hola, Cal] cuyo primer tema es un refrescante y pegadizo Bluebirds; y que este Bluebirds tiene un estribillo que mi hija se ha aprendido de oírlo en el coche. Así que cuando ve que voy a poner música me pide esa canción y, llegado el momento, acompaña a Mr. Green, toda contenta:

- Suicide, suicide...

8.12.06

Inocencia.

Cuando me acerco a mi hijo a él se le alegran los ojos; luego, sonríe; y en cuanto le hago el primer gesto, abre la boca, se ríe y patalea.

El momento maravilloso es el primero, en el que él ya me ve y espera; porque siempre espera algo bueno, algo agradable. Por ahora no concibe recibir otra cosa que cariño. Y esa mirada que busca la mía, que persigue mis manos y mi voz, que con todo se sorprende, es, antes que nada, confiada.

Me pregunto cuánto durará ese estado. ¿Meses?, ¿un año?, ¿más? Su hermana hace tiempo que ya lo abandonó, desde luego, pero no recuerdo cómo ni cuándo. ¿Qué le irá haciendo ver a él que no todo está aquí para ayudarle, para calmarlo, para hacerle mimos, para jugar?

Me acerco, me mira y sonríe, esperando.

6.12.06

Un provinciano en Madrid: el final.

Ya está. Ya se ha acabado el curso y me voy de Madrid. Es martes por la tarde y en un par de horas estaré en Coruña; una hora más tarde, en casa.

Me voy contento. Contento por volver, y porque he estado bien.

Mi mujer está cansada, porque estar sola con los dos niños todo el día da bastante trabajo. Y eso sin duda ha sido lo peor de estas semanas, junto, por supuesto, con la propia separación.

Cosas buenas ha habido muchas:

Por un lado, el cambio de aires, la oportunidad de romper la rutina y el soplo de aire fresco (algo menos fresco en el metro…) que ha supuesto Madrid. Por otro, haberles conocido, a algunos de ustedes (a Calamidad, a Xavie y, este domingo, separados por sendos chocolates y un plato de churros, a Luna, una mujer interesante, cariñosa y vital, y que además me contó una de las historias más bonitas y conmovedoras que he oído en mi vida; y no a T, al final, para mi disgusto), lo que ha sido un enorme y verdadero placer. Y, naturalmente, haber podido ver a otros amigos muy queridos (desde luego y ante todo, a F. y M. e I.; pero también a mi hermanita, a quien mando todo mi cariño en estos momentos tan duros para ella).

Y añadiré otra, les aseguro que sincera y en absoluto dicha aquí por devolverle sus frecuentes halagos: haber conocido de verdad, por fin, a Sebastián (Rythmduel), la persona con la que más he hablado estas ocho semanas. Ha sido estupendo pasar un mes y medio compartiendo, como quien dice, pupitre, y viendo y disfrutando como nunca hasta ahora de todas sus virtudes. Además pude estar en su casa, donde María José, su mujer, me hizo sentir comodísimo, y donde conocí a la fabulosa Itziar, a la que su alegría, su imaginación y su inteligencia me permiten augurar un futuro deslumbrante.

El curso no ha estado mal. Era un curso obligatorio, pero me voy con buen sabor de boca; creo que he aprendido cosas y que me ha permitido ampliar un poco las miras profesionales, que falta me hace (quién sabe, quizá hasta haya podido entrever alguna puerta a la que llamar). Además, hoy he sabido que he hecho un digno papel, y que la relación esfuerzo-resultado (los vagos siempre tenemos que recurrir a este tipo de excusas para tratar de ocultar el hecho de que nunca podremos igualar a los que, además de inteligentes, son constantes y trabajadores) ha sido, me parece a mí, muy buena.
Por otra parte, me ha dado la oportunidad de conocer a gente, que ya había tratado antes pero siempre muy superficialmente, y me he llevado algunas sorpresas muy agradables. Con algunos he pasado bastantes horas, y poder charlar (y pasear) con ellos me ha gustado mucho.

Ahora vuelvo a casa, a cuidar de los míos.

Supongo que habrá un período de adaptación mutua (es normal), y ya volveré a mi placentera rutina. Aunque espero aprovechar el impulso con el que vengo.

El lunes mi mujer se reincorpora al trabajo, y vuelvo a ser padre soltero por las tardes. A ver cómo se nos da este invierno. De entrada, el blog cierra esta etapa madrileña, que recordaré con cariño, y recupera la normalidad.

Un abrazo a todos.

1.12.06

Un provinciano en Madrid: enfrentado a las técnicas agresivas de venta amistosa.

Es la primera vez que les escribo desde la cama.

Estoy en el hotel, aún en Madrid, aunque desde ayer ya no tengo que trabajar. El curso termina el martes pero lo que queda es de relleno.

Lo malo es que mientras estoy aquí, sin nada importante que hacer, mi mujer está sola en casa con los dos niños; y Carlitos está algo pachucho, y ella bastante cansada (ha tenido que trabajar mucho, este mes y medio).

Vaya por delante que yo a Starbucks, a pesar de que Intermon Oxfam me dice que no son buenos chicos, les estoy muy agradecido. Porque en un local de Starbucks vi, hace un par de años, al Puma. Ahí queda eso.

Pues el otro día asistí a un ejemplo paradigmático de lo que sin duda era la más moderna técnica de friendly helpfull selling. Entré en una de esas cafeterías, pequeña y vacía, y, según cruzaba la puerta:

- ¡Holaaaa! ¿Cómo estáaaas?

Y yo que me quedo mirando para la chica, jo, pues no caigo, ¿de qué conozco yo a ésta?

- ¿Qué te pongooo? -Ah. Me acerco a la barra y miro los carteles llenos de ofertas. Ella, mientras, me mira fijamente con una sonrisa de oreja a oreja. A su lado ha aparecido su compañero, que parece contentísimo, él también, de verme. Yo le sonrío y sigo leyendo nombres hasta que localizo algo más o menos parecido a un café con leche.

- Un café de la semana pequeño, por favor.

- ¡¡¿Con chocolate y nata?!!

- Pues… no.

- ¡¡¿Te pongo chocolate dentro?!!

- No, no...

- ¡¡¿Extra-shot?!!

- ¿Cómo? No, no.

- ¡¿Quieres vainilla, o sirope?!

- …

- ¡¡Así no tienes que echarle azúcar!!

- Bueno -claudico yo.

- Perfecto… ¿Me das un nombre? -me dice con un vaso de cartón y un rotulador en las manos.

- ¿Qué?

- Tu nombre, porfa.

- Portorosa -imagínense que les contesté.

- ¡Muy bien, Porto, mi compañero te lo servirá al final de la barra! -y su sonrisa, impecable. Y yo miro a su compañero, que está manipulando la cafetera a nuestro lado y que me mira y sonríe; que sonríe con cara de decir "¿alguna vez en tu vida te lo has pasado mejor?". Y miro el final de la barra, a 50 cm de donde estamos, y miro a mi alrededor y no veo a nadie.

- ¡¡Tengo un café de la semana, pequeño, con vainilla, para Portorosa!! -grita (grita) él.

Y vuelvo a mirar a mi alrededor, y sólo veo a la chica, al otro lado de la barra mirando para mí con su sonrisa, y veo al chico sosteniendo con ambas manos mi café, y a nadie, a nadie más. Me acerco, lo cojo y pago.

- ¡¡Que tengas un buen día, Portorosa!! - dice ella.

- ¡Que tengas muy buen día! -dice él.

- Gracias -me siento.

- ¡Holaaaa! ¿Qué taaaaaal?

Como un resorte, levanto la cabeza de mis apuntes, dispuesto a saludar las veces que haga falta. Pero veo que están entrando dos chicos. De su conversación, además de los elementos comunes con la mía, oigo que preguntan si un sandwich de aquellos lleva alguna salsa.

- ¡Noooo, pero si quieres yo te doy un poco de sal y aceite!

- Ya…

- ¡Para que esté más bueno!

- Ah, bueno. ¿Tú quieres éste, también? -le dice uno al otro.

- ¡Te damos un poco de sal y aceite, para que esté más buenoooo!

Coaccionados, aceptan.

- ¡¡Que tengáis buena tarde, chicooooos!!

Al rato, tras la efusiva bienvenida, un señor alcanza la barra. Está más perdido allí, y en Madrid, que yo. Pide un colacao.

- ¡Tenemos nuestro cacao, que es estupendo!

- Bueno.

- ¡¿Con chocolate y nata?!

Etc., etc. Hasta que, después de tres o cuatro noes del desconcertado señor.

- ¡¿Te pongo un poquito de avellana?!

- …vale.

- ¡Ya verás qué rico está, Guillermo! -se llamaba Guillermo- ¡¡Que tengas un buen díaaaa!!

Un rato más tarde, aprovechando que no se ve a nadie, me voy. Salgo a la acera y cierro despacito la puerta.

- ¡¡Que tengas un buen día, Porto!! -me desea desde un banco, a mis espaldas, fumando un cigarrillo.

- Ah, hasta luego, hasta luego.

Y me voy. A desestresarme.

20.11.06

Un provinciano en Madrid: noche en el tren.

Domingo de noche, como saben.

Sentado en la cama, con la luz de mi compartimiento apagada y la cortina abierta voy viendo pasar pueblos. El tren es el medio de transporte que me produce mayor sensación física de estar viajando, de estar cubriendo una distancia. Ya les dije que me parecía romántico. Leer los letreros de las estaciones, que suelen ser sitios antiguos, si no simplemente viejos, y con aire de venidos a menos, y ver las farolas de las calles y las ventanas de las casas que haya por detrás, me gusta. Y me gusta ver el paisaje, de día; y de noche, imaginármelo a partir de las sombras y de alguna que otra luz aislada.

Hace media hora pasamos por Betanzos, Betanzos de los Caballeros, capital de una de las antiguas siete provincias gallegas. Se lo aconsejo, si vienen alguna vez a Coruña; es muy bonito, tiene algunas calles en las que no hay una sola casa que rompa el encanto.

Vuelvo a Madrid, y Madrid ocupa la portada de la revista Paisajes que me han dejado sobre la cama. En el interior, varias fotos de sitios en los que he estado. La sensación es buena.

Hay también un pequeño reportaje sobre Serbia (en realidad sobre Kusturica, el director de cine), y, como debo de ser tonto, me parece increíble que un paisaje tan bello y melancólico haya acogido, hace nada, la crueldad más desalmada y el sufrimiento más insoportable.

Pasamos por Guitiriz; estamos, pues, en Lugo. En una aldea de este municipio nació mi padre.
¿No es increíble, la vida? Cuando mi abuela dio a luz, ¿habría sido posible explicarle que sesenta y dos años después su nieto mayor pasaría en tren muy cerca de su casa y la recordaría y escribiría sobre ella?
A mi abuelo, su marido, esta misma vía le había llevado unos años antes la noticia más terrible de aquella generación: la llamada a filas para la guerra. También a él lo recuerdo hoy.
Los dos estaban orgullosos de mí. Mucho más que yo mismo, ni que decir tiene. Sólo espero, sinceramente, no fallarles en lo esencial: ser buena persona.

Me acuesto y desde la cama miro el cielo, iluminado por el resplandor de las luces de Lugo capital. Veo nubes y la silueta de las copas de los árboles.

Buenas noches.

18.11.06

Un provinciano en Madrid: el puente de la Almudena.

En el tren, en el TALGO de Madrid a Galicia, me he puesto a escribir, ahora que se ha hecho de noche y ya no se ve por la ventana. Es viernes y voy a casa. El domingo de noche, de vuelta.

Pasar el puente con mi familia en Madrid fue muy buena idea. Se cansaron mucho, porque no paramos de andar, pero todos disfrutamos. Ya les adelanto que lo más cercano a una actividad cultural que hicimos fue ir a ver, por fuera, la ampliación del Reina Sofía (me gusta bastante; o mucho), leer los fragmentos de libros del suelo de la calle Huertas, y pasar unas cuantas horas entre la FNAC, la Casa del Libro y las casetas del Paseo… ¿del Prado? (nunca sé qué parte es el Prado y cuál Recoletos). Todo lo demás, consumo puro y duro, hasta donde nos permitió nuestro presupuesto (poco, poco, ya les contaré), y pasear, pasear mucho mirándolo todo.

Y lo mejor de ir mirándolo todo fue poder ir contándole cosas a mi hija. La pobre acababa todos los días hecha polvo de tanto andar, pero creo que lo pasó muy bien. El jueves, el día de la Almudena, subiendo por Huertas la cogí en brazos y se quedó dormida (eran casi las dos), así que tuve que comer con ella en el colo (en el regazo, para ustedes).

Antes, como buenos madrileños del centro, pasamos por el Retiro, que estaba abarrotado. Habló con un hada blanca muy alta, escuchó la especie de jazz band gitana que, por lo que vi, es fija allí (y que, con la extraña mezcla de saxos, acordeones y percusión, yo creo que conseguían un resultado más que aceptable; tocaron My way y yo se la fui cantando a ella, como muchas veces en casa (sólo que esta vez me no me pidió que me callase)), vio el lago (me van a permitir el ombliguismo, pero he de decirles que no le impresionó mucho, la verdad) y jugó en un parque infantil.

El domingo volvimos a pasar por allí. El panorama era exactamente el mismo, pero antes tuvimos la oportunidad de volver a la época de la Mesta: el tráfico en Serrano y aquella zona estaba cortado, y una chica le preguntó a un policía por qué; le contestó que era por la trashumancia de las ovejas, y no pude evitar decirle si hablaba en serio. Sí, lo hacía: unos cuantos cientos de ovejas, conducidas por pastores a caballo, bajaban por la calle de Alcalá a Cibeles, y enfilaban la Castellana. Había muchísima gente viéndolas.
No sé muy bien por qué razón hacen esto (hace años oí que pretendían recordar la importancia histórica de aquellos traslados), pero lo cierto es que me pareció un poco esnob. Detrás iba un ejército de camioncitos de limpieza limpiando el pavimento de excrementos, mechones de lana y garrapatas.

El hotel donde estoy, y donde estuvimos, está en una zona muy especial de Madrid, entre Serrano, Claudio Coello, cerca de Juan Bravo, Diego de León…, por ahí. Es una zona (para el que no lo sepa) de mucho dinero. Pero mucho. Y, como siempre que estoy allí, me siento verdaderamente pobre paseando por ella. Que no les engañe mi condición aristocrática; soy, como todo noble que se precie, de una familia venida a menos, decadente. Tendrían que ver cómo está nuestro pazo.

Los escaparates de Serrano, de Lagasca, de Velázquez, de cualquier calle de aquellas, son alucinantes: hay trajes de hombre (preciosos, sólo faltaría) que cuestan más que lo que yo gano en un mes; y si uno se fija en los de ropa o complementos de mujer, entonces, si puede ver los precios (si no los ponen, peor: uno ya sabe que allí sólo pueden comprar los que no necesitan preocuparse de eso), experimenta una desconcertante sensación, mezcla de incredulidad, indignación, pérdida de fe en la razón humana (vimos, sin buscar mucho, un bolsito de Prada, muy mono, de 5.900 €), y envidia.

Pero no son sólo las tiendas, hay portales (estoy pensando en uno de Serrano, enfrente del Arqueológico) maravillosos, que permiten imaginar a qué pisos llevarán. Y hay áticos, mire uno donde mire, que parecen paraísos (entre otras cosas, porque tienden a llenar sus terrazas de árboles, de árboles hechos y derechos).

Y luego están los coches. Aquí los que conducen un Z3 son unos pringados, que lo sepan. Un día vi, aparcado en General Oraa, un Lamborggini (no sé si se escribe así) parecido al coche de la Pantera Rosa pero en negro, con unos tubos de escape por los que perfectamente cabía un adulto a gatas. Otro, en Serrano, mi cuñado (el fin de semana también vinieron mis cuñados y su hijo de un año) me llamó la atención sobre un Porsche, también negro: tenía las matrículas forradas con una película de no sé qué, supongo que para que no se le pegasen insectos, y, en el morro, hasta la mitad del capó, con unos agujeros para los faros, ¡una funda de cuero, con un ribete en piel, para proteger la chapa! Qué mundo maravilloso, ¿verdad?
Otro día, esperando en Juan Bravo al lado de un bar que tiene una pinta excelente, el Milford, enfrente de la embajada italiana, en cinco minutos vi llegar dos Jaguar SabediosquéXR, con sendos sesentones al volante. Uno de los coches tenía en el parabrisas la pegatina del parking del Hôtel du Palais, de Biarritz (si alguno de ustedes ha estado en Biarritz, que sepa que es el hotel que ocupa el antiguo palacio real, junto al mar).

Por cierto, creo que el dinero le sienta especialmente bien a los hombres. Quiero decir que, dentro de que la gente con dinero en general justifica, por razones fáciles de comprender, la expresión de gente guapa, lo cierto es que las mujeres tampoco son tan diferentes de las de clase media, porque muchas de éstas a partir de cierta edad las imitan, y no es difícil; lo que llevan es una imitación, también, pero da el pego. En cambio hay hombres por estas calles que no se ven en otros sitios: hombres que peinan canas impecables, que visten chaquetas (no trajes, que es una vulgaridad) impecables, que a veces son realmente elegantes, y que caminan con la seguridad que debe de dar tomar café en el Palace con algún ministro, haber visto mucho mundo, y saber que estás forrado. O eso me parece a mí.

El caso es que, en medio de aquel esplendor, vimos que del Corte Inglés de Serrano salía un cola de gente, todos con un mismo libro en las manos: el último de Jiménez Losantos, que firmaba ejemplares.
Y lo curioso es que no era una cola de personas que destacasen por su ropa o su aspecto; nada de abrigos Burberry’s o Barbur, nada de joyas ni melenas rubias, nada de gente de dinero, de aquella derechona de la que hablaba Umbral antes de darse el golpe en la cabeza: había gente de toda clase y condición, más y menos humildes, de todos los perfiles, unos con mejor pinta y otros con lo que tenían, supongo que sólo unidos por su preocupación por la situación del país y su empeño en defender, en estos tiempos de falta de valores, la verdad.

Ja, ja.

En la FNAC estuvimos un par de veces, y les compramos varias cosas a los niños. Incluso a Carlos, un libro para la bañera. Es una gozada tener tanto donde elegir; y su táctica de dejar leer sin trabas todo el tiempo que uno quiera seguro que les da muy buen resultado.
Yo me compré El extranjero, de Camus, pero en La Casa del Libro.

Carlos se portó muy bien (como su hermana, muy bien). Se cansaba de estar en la sillita, claro, y cada vez que entrábamos en un sitio lo cogíamos un poco: no para de reírse.

Un día fuimos en metro (lo de las barreras arquitectónicas en su gran asignatura pendiente, creo yo, pero supongo que tiene difícil, largo y costoso arreglo), y fue gracioso, porque la falta de costumbre hacía que la niña no se comportase como, por lo que veo yo a diario, es habitual. Yo estaba de pie aguantando la silla, y ella sentada con mi mujer, y no paró de hablar conmigo en voz alta, diciéndome que me agarrara, que por qué me agarraba así y no de otra forma, que tuviese cuidado con Carlitos, que por qué se paraba el tren. Y a la gente (había poca) le hacía gracia, y me pareció (quizá exagere) que les hizo el viaje un poco más alegre.
En una parada entró un hombre de entre 50 y 60 años (era difícil de calcular), creo que mejicano, y claramente borracho. Se fijó en Carlos:

- ¡Menudo macho que tiene ahí, amigo!

- Sí, sí…

- Cuídemelo, ¿eh?, cuídemelo bien. ¿Y cuántos meses tiene?

- Cuatro.

- Pero, pero… ¡le va a dar ostias, hombre, ése le va a dar ostias! ¡Va a ser así! -y daba golpes en el techo del vagón- Cuídemelo muy bien, ¿eh?

- Sí, sí, no se preocupe -y bajó.

El sábado fuimos a Chueca. Hay sitios muy bonitos, tiendas y locales muy apetecibles; lástima que nosotros no podíamos salir de noche. En Hortaleza yo me quedé esperando por los demás fuera, en la acera, mientras compraban; me quedé con el niño en brazos más de media hora, y casi todo el mundo le decía algo; tuvo mucho éxito.

Y poco más. Hemos paseado por los sitios típicos, por la Puerta del Sol, por la Latina, por la calle Mayor hasta la plaza de la Villa, por el Prado y Recoletos, por la Gran Vía, etc. En las circunstancias adecuadas, esta ciudad es estupenda. Que nadie se moleste por las generalizaciones y las exageraciones, por favor.

El lunes por la tarde se fueron.

El resto de la semana me lo he pasado estudiando y trabajando, con el agua al cuello, pagando por esos cinco días dedicados por completo a nosotros.

Por supuesto, hice bien.

11.11.06

Un provinciano, y familia, en Madrid.

Pues eso, que estoy con mi mujer y mis hijos, que han venido a pasar el puente de la Almudena a Madrid.

En breve estoy con ustedes, y les cuento.

2.11.06

Un provinciano en Madrid: convertido en alumno, pero resistiendo.

Como ven, apenas escribo. Es que estoy estudiando.

El curso éste avanza y cada vez nos hacen trabajar más. Por ahora, mis resultados son desiguales: en lo que más tiempo exige (léase exámenes) debo mejorar, como corresponde a un vago, pero todo lo que tiene que ver con escribir me va permitiendo ir aguantando el tipo, creo (de algo tenía que servir llevar un año y pico practicando con ustedes, ¿no?).

El caso es que por semana estoy bastante ocupado, y el sábado y el domingo ni encendí el ordenador, en casa. Encontré a los niños cambiados: mi hija me pareció mayor (sé que fue sólo una impresión), y vi a Carlos muy grande.

(Por cierto, para que vean que incluso los más grandes artistas a veces se repiten, les contaré que, según mi cuñado, mi hija volvió a demostrar su personal concepto de la lectura: en una caja leyó de, o, de, o y t; y cuando él le preguntó qué ponía contestó toallitas.)

Del metro ya apenas puedo contarles nada, porque ahora leo mientras viajo. Sé que me estoy perdiendo curiosidades sociológicas, y que joyas antropológicas estarán pasando ante mis narices sin que yo me entere, pero la verdad es que, por un lado, el trayecto se me hace mucho más corto, y por otro, es la única manera de poder leer algo no profesional (ahora, Expiación, de Ian McEwan, que a pesar de las dificultades ambientales me está gustando bastante).

Pero a cambio puedo hablarles de los viajes de once horas en tren desde mi casa a Madrid, los domingos de noche. En litera, tuvo que ser en litera, y eso me ha permitido comprobar que ya no soy el que era. No exactamente por incomodidad, pues un servidor duerme cómo y dónde sea (se lo aseguro), sino por una necesidad de espacio vital, de intimidad y de higiene que siendo más joven no era tan acusada. Pero de todos modos no estuvo tan mal: viajar en tren me parece, incluso en las peores circunstancias, algo literario; y hacerlo en ése es como trasladarse al pasado, lo cual a efectos prácticos es horrible pero le da al asunto un aire romántico.

Y ya en Madrid, les hago saber que la semana pasada Xavie y yo quedamos y fuimos a cenar (de postre tomé Helado de chicle de fresa con peta-zeta, supongo que pensado exclusivamente para nuestra generación, y estaba riquísimo), y que anteayer, martes, fui con Rythmduel, Cal y Paquete, su novio, a ver Scoop, la última de Woody Allen; y luego, ya con Xavie unido al grupo, tomamos algo. La película, en mi opinión, es una vuelta a las comedias más típicas de Allen, y aunque la historia no tiene nada de especial es la excusa perfecta para ir engarzando diálogos magníficos, inteligentes y graciosos.

Ayer salí a comer con unos amigos (los que me están acogiendo desde que llegué a Madrid) y dimos un pequeño paseo por la parte más bonita, para mí, del barrio de Salamanca, al final de Claudio Coello, Lagasca, Velázquez y por ahí, donde todas esas calles tan largas, tan elegantes y tan llenas de tiendas (tiendecillas humildes, de barrio, ya saben) desembocan frente al Retiro. Se respira dinero, y uno puede echar la imaginación a volar y pensar en vivir en uno de esos pisos, o asomarse a una sima insondable al calcular cuánto le costaría.

Hoy le comentaba a Rythmduel una cosa que siempre me ha asombrado: ¿cómo hacemos para cantar o silbar justo en el tono que queremos (dejaré al margen a los que carecen por completo de oído) ?, ¿cómo somos capaces de hacerlo sin ir probando, sino a la primera? Porque con un instrumento uno sabe la posición de las manos, o la tecla, es algo totalmente controlable; ¿pero qué mecanismo intuitivo es el que nos permite dar directamente la nota exacta que pretendemos dar? A mí me intriga mucho. [¿Miranda?]


Y la crónica se acaba aquí. Otro día, pensaré un poco más.

Saludos a todos.

24.10.06

(Un inciso: mi hija)

Este fin de semana, en casa, tuvimos una celebración. Y después de comer le dimos a mi hermano y a su mujer un regalo. Era una batería de cocina, embalada y envuelta en papel de regalo.

Mientras abrían el enorme paquete, mi hija, emocionada, no perdía detalle:

- ¡Aaahh, una caja de cartón, era!

21.10.06

Un provinciano en Madrid: wonderful blind date.

Damas y caballeros, he de decirles que el pasado jueves Madrid me brindó el inmenso placer de conocer a Calamidad (y a su chico y magnífico anfitrión, Paquete) y a Xavie, dos de mis más queridos personajes blogueros, que finalmente, y en contra de lo que se empeña en asegurar el segundo, resultaron existir.

Delante del teatro Español, en la plaza de Santa Ana, y después de hacer el tiempo durante una hora dando paseos por aquellas calles, aguardé por Calamity, nervioso e impaciente. Nervioso por el temor de no estar a la altura del personaje que ella conocía y esperaba encontrar, e impaciente por ver en persona a la que desde mi llegada a internet me ha acompañado con su alegría y su cariño.

La sensación era extrañísima y totalmente nueva para mí, y les aseguro que el encuentro fue, para los dos, emocionante: éramos aquellos, así; sí, lo éramos, sólo tuvimos que hablar un poco para reconocernos.

De la mano de Paquete fuimos a tomar una cerveza y a cenar. Yo estaba muy cómodo, y muy contento, y charlábamos sin parar (bueno, unas más que otros...).

Y, cuando elegíamos el postre, llegó Xavie.

Xavie es para mí el autor de uno de los blogs más interesantes y mejor escritos que conozco. Y descubrí que es, además, un personaje; un personaje literario creado por la interesantísima persona que conocimos aquel día, que ha cogido una parte de sí misma y nos muestra qué es capaz de hacer con ella.

Quizá alguno de ustedes, con más experiencia en este mundillo, haya vivido una situación parecida a ésta, para mí inaudita: estar con unos desconocidos, y conocerlos; estar con una personas que no has visto en tu vida, y comprobar con cada frase, con cada comentario, cuánto saben de ti y cuánto sabes tú de ellos. En realidad, me pregunto cuántos amigos de los convencionales me conocen tan bien.

Y eso se notaba no sólo en la conversación, que giraba en torno a intereses confesados por escrito, en la que aludíamos a referencias comunes, y que hacía evidente nuestra sintonía; también se podía comprobar en el afecto que, sinceramente, vi entre nosotros. Al abrazar a Cal y al darle la mano a Xavie, les aseguro que estaba saludando a unos amigos, y que me sentí correspondido.

Lo pasé muy bien, lo pasamos todos muy bien, creo. No sé decirles más que estuvimos, después de cenar en La finca de Susana, en un par de sitios de la zona de Huertas. Y que hablamos sin parar; de blogs, cómo no, y de literatura, de ciudades, de trabajo, del Metro, etc., etc.

Quedamos en volvernos a ver, por supuesto. Y la próxima vez esperamos contar además con la presencia del polifacético Rythmduel, que el otro día no pudo acudir.

Y con la de quien, de ustedes, esté por estas latitudes y se anime.

18.10.06

Un provinciano en Madrid: los primeros pasos.

Llueve. En Madrid. Manda carallo...

Ya voy y vuelvo de casa a las clases sin consultar mi folleto con el plano del Metro. Eso sí, en cada estación miro por la ventana dos o tres veces, temeroso de pasarme de largo.

Ver a gente durmiendo en el metro, algunos de pie, me produce una profunda tristeza.

Las pantallas de televisión que hay en las estaciones más modernas, especialmente las que están colocadas en el medio de las dos vías, me recuerdan a Blade Runner (y aun encima, como ya he dicho, llueve), con esa voz angelical que ayer por la mañana informaba a los madrileños venidos de todo el mundo de que en el norte de Australia padecen una plaga de cocodrilos ya que los lagartos que solían esquilmar sus huevos se han muerto en masa, envenenados por haber comido sapos bastón.

Ya he visto, en dos días, cinco personas ciegas en el metro. Me parece asombroso; sobre todo lo que hacen los perros lazarillos, subiendo y bajando escaleras mecánicas y saliendo y entrando de los vagones. Y me escama ver siempre tantos ciegos; la última vez que estuve en Madrid veía alguno casi cada día, y siempre viajando en metro. Me hace pensar en Sábato.

Dudo que haya ningún estudio al respecto, y dudo que, si lo hubiera, los resultados fueran públicamente confesables, pero me gustaría saber cómo tienen el aparato respiratorio los usuarios habituales (tal vez un par de horas diarias) de metro.

[¿Que sólo hablo sobre el metro? Muy graciosos...]

15.10.06

Un provinciano en Madrid: la llegada

Hoy he llegado a Madrid. Voy a estar aquí un mes y medio por motivos de trabajo, haciendo un curso.

Aunque pienso ir a casa todos los fines de semana (excepto uno, en el que probablemente vengan mi mujer y los niños), me ha costado un poquillo despedirme. Por los tres, pero especialmente por Carlos; es la primera vez que me separo de él, y además es tan pequeño que en cinco días seguramente ya lo notaré cambiado.

Y, ya que me he tenido que levantar de mi silla, si me lo permiten, y sobre todo si me lo permiten los residentes en Madrid, voy a aprovechar que estoy aquí para contarles qué veo.

Espero no ser muy previsible y evitar los tópicos comentarios que cualquiera de los que venimos de un sitio pequeño hacemos sobre la vida en la capital. Aunque no puedo resistirme a comenzar diciéndoles que:

- De Barajas a donde estoy viviendo (en el centro de Madrid) he tardado exactamente el doble que desde mi casa hasta el aeropuerto de Santiago, que está a más de 100 km; y el doble que desde Santiago a Barajas.
- El trayecto en bus desde la T4 hasta la T2 ha supuesto hacer más kilómetros que los que hago de media en una semana en casa.
- Más de una hora de metro me ha servido de tratamiento de choque: sudor, olores, aire de dudosa procedencia, y paisaje humano variopinto.
- Tengo la nariz completamente seca.

Mañana empiezo el curso, y me temo que intentarán hacerme trabajar; pero, a pesar de todo, trataré de estar con ustedes un rato cada día.

12.10.06

Malambruno, de carne y hueso

Hay bloggers, damas y caballeros, reales. Lo comprobé el martes pasado.

Hace cosa de tres meses, un comentario casual me permitió enterarme de que el por entonces casi recién descubierto Alexandrós era de un pueblo no demasiado alejado de este señorío. Varios correos después, me quedaba atónito al saber que acababa de trabajar en el mismo instituto donde, años ha, yo estudié.

Pero no quedaron ahí las casualidades, pues el propio Alexandrós me contó que el autor de otro blog no sólo era profesor en el mismo sitio, sino que llevaba siéndolo más de veinte años.

Mi comprensible curiosidad se vio satisfecha cuando recibí un correo desde Candaya, en el que Malambruno se identificaba, nada más y nada menos, como mi profesor de Lengua española y Literatura de COU, hace diecinueve años.

Imagínense: un antiguo profesor mío, del que tenía buen recuerdo y buen concepto [incluso entonces, Malambruno, incluso entonces...], y que además daba clases de Literatura, me leía y dejaba comentarios en mi blog. Me hizo mucha ilusión.

Así que, tras las vacaciones y en medio de nuestras respectivas obligaciones familiares, este martes conseguimos quedar para tomar un café. Deberes laborales, lamentablemente, obligaron a faltar a Alexandrós.

Hablamos del pasado, de aquella clase de COU, del presente, de su trabajo, del mío, de nuestras familias, de literatura (¡hablamos de Paul Auster!), de los blogs, y por supuesto hablamos de muchos de ustedes.

Fue un café estupendo, que espero se repita.

10.10.06

Premio

Ayer coincidí en la caja del supermercado con un señor mayor, un anciano (al que le deseo la consecución de un nuevo record mudial de longevidad, que conste), que había comprado, entre otras cosas, un paquete de sobaos. En él se podía leer, repetida por todo el envoltorio dentro de unos llamativos soles amarillos, la frase ¡Gana las vacaciones de tus próximos cinco años!

¿Qué se siente cuando te hablan del futuro, de plazos o de planes, a una edad en la que lo que en cualquier momento es posible se ha vuelto ya probable y uno sabe que no tiene mucho sentido mirar muy adelante?

¿Qué pensaría aquel hombre, si es que a estas alturas de su vida se le pasa siquiera por la cabeza dedicar un segundo de su tiempo a lo que le dicen los paquetes de sobaos? Tal vez que él era el único de la cola que sabía que el verdadero premio eran esos cinco años más.

7.10.06

Cuatro personas.

Entro a trabajar a las siete y media de la mañana, y normalmente voy andando.

El viernes, casi al salir de casa me crucé con un par de norteamericanos; uno de ellos, de unos cincuenta años, iba bebiendo una lata de coca-cola. Algo más adelante una señora mayor en bata pasaba la fregona a su portal. Y un poco después, por la ventana de una cafetería vi que la camarera le servía a un cliente un whisky.

Y, asombrado, seguí caminando.

Cuando lo verdaderamente increíble es que dando o quitando sentido a cada una de esas vidas haya en el fondo los mismos miedos, las mismas penas y las mismas ilusiones.

4.10.06

Damstraat, por Ismael Rozalén

El de Ismael Rozalén es uno de los blogs que más me gustan. Es original, casi siempre interesante y muy variado; y tiene la particularidad de mezclar entradas de ficción con otras que no lo son.

Y además Ismael escribe bien; muy bien, creo yo.

Sólo le veo un fallo, aunque evidentemente el autor no pensará lo mismo: no admite comentarios (razón por la que nunca puedo decirle cuánto me gusta lo que le leo, ni hoy he podido pedirle permiso para hacer esto; espero que, si se entera, no le moleste).

Por eso, siempre vale la pena visitarlo (no se pierdan su relato por entregas Los martes vegetales). Pero hoy quería recomendarles la lectura de su última entrada, Damstraat, un relato que me ha parecido magnífico.

De nada.

2.10.06

Lectura.

[Bueno, qué, al fin y al cabo el blog es mío, ¿no?]

Estamos desayunando los tres (Carlos aún va por libre). Mi hija está en el medio con un libro delante, y lee, debajo del correspondiente dibujo:

- Ge, u, ese, a, ene y o.
- ¡Muy bien! ¿Y sabes qué pone?
- Ciempiés.

29.9.06

Pescados ciegos.

Hace mucho que no les cuento nada de mi hija (que está pasándolo algo mal por los celos, la pobre):

Ayer, en la pescadería.

- ¡Mira! ¿Y por qué tienen ojos?
- Pues como casi todos los animales, para ver.
- Pero -con tono de pena pero sonriendo un poquillo, como resignándose a que las cosas son así y qué se le va a hacer- cuando les comemos los ojos, entonces ya no ven, ¿verdad?

25.9.06

Castillos en el aire.

[A Cruz, polos castelos no chan]

¿Quién discutiría la importancia de las ideas?

Hace tiempo me autodefiní aquí como el tonto de la educación, pues raro es el problema, de los muchos que nos aquejan, en cuya resolución no crea que ésta debe jugar un papel fundamental, y porque me parece la más efectiva y fiable herramienta de mejora personal y progreso social.

Creo que las ideas no siempre mueven el mundo pero suelen decir hacia dónde lo hace. Y que, dependiendo de su bondad y su fuerza, llegamos a un puerto u otro.

Por eso, no me considero sospechoso de tender a dar por perdido el tiempo de un padre que habla pacientemente con su hijo, o el de un profesor que, inasequible al desaliento, trata de enseñar su asignatura a unos niños. Del mismo modo, valoro el esfuerzo que supone cualquier iniciativa, pública o privada, vistosa o limitada a la intimidad del hogar, destinada a abonar el terreno al libre pensamiento, a fomentar el análisis de la información, a facilitar y fundamentar (fundamentar: qué error tan habitual, llenarse la boca con la libertad de expresión y no preocuparse de qué hacer con ella) el debate público, a formar espíritus críticos, a conocernos, a conocer nuestra historia para aprender de los errores, a ensanchar horizontes, a estimular las mentes y a despertar las sensibilidades.
Y creo que el arte, en general, tiene un gran papel que jugar en esa tarea.

Pero, a pesar de todo, veo en nuestra sociedad individuos e instituciones que, en mi opinión, acusan una tendencia excesiva a quedarse ahí, en la teoría, en la pose; a conformarse, satisfechos, con el discurso hecho fin en sí mismo, con repetir lemas, en un solemne y a menudo subvencionado mareo de perdiz, consistente en artículos, jornadas, exposiciones, mesas redondas, publicaciones, camisetas, canciones y pegatinas, con el que se creen que hacen, que se mueven, que cambian el mundo y abren los ojos a la sociedad, cuando en realidad hace tiempo que están inmersos en un bucle sin fin consistente en mirarse complacidos el ombligo e intercambiarse reconocimientos, todo ello a a un par de palmos del suelo.

Y esta actitud tiene como mínimo un claro inconveniente: la energía y las horas dedicadas a estas empresas no se emplean en otras que lo merecerían más. No sólo se deja de empujar e inspirar a la sociedad, sino que, debido a la falta de creatividad y el temor a arriesgarse que surgen de la satisfacción, se llega a entorpecer su avance.

Y todo esto tan enrevesado lo dice Augusto Monterroso con una frase breve y genial:

La ilusión de que se hace camino al oír cantar que se hace camino al andar, es nefasta.

20.9.06

El eslabón perdido.

Paolo, de El festín de la araña, melómano, contrincante en discusiones políticas y en mi opinión sin duda uno de los autores de blogs que mejor escriben, me introduce en una cadena. Cadena que obliga a elegir, de entre todos los textos del propio blog, uno y sólo uno, aquél que consideremos el mejor.

Antes de continuar, quiero insistir en algo que dije ya hace mucho tiempo y que espero no tomen por el preceptivo ejercicio de modestia previo : mi blog es un sustituto de los libros que no creo vaya a escribir nunca, y su principal razón de ser es paliar mi frustración por ello.

No les sorprenderá, por tanto, si les digo que en general no creo que nada de lo que escribo valga la pena. La vale para mí, sin duda, pues para mí es útil, y no niego que esta experiencia que ya pasa del año y medio de vida me haya proporcionado y proporcione muchas alegrías y satisfacciones. Pero les aseguro que cada vez me veo con menos cosas que decir, más mediocre escribiendo y pensando, y (lo que hace estos defectos más graves) con un tono más pretencioso.

Y una vez dicho esto (sobre lo que les agradecería se ahorrasen los sin duda bienintencionados comentarios de consuelo, pues no querría parecer estar mendigándolos), les confieso que me siento incapaz de destacar un solo post de entre todos los que he escrito. Probablemente se deba a que yo los separo en varios grupos perfectamente diferenciados y que me resultan muy difíciles de comparar entre sí:

Hay entradas en este blog que me gustan, pero la razón es que consisten casi por completo en citas de textos ajenos. Entre ellas destacan un par relacionadas con Cunqueiro.

Otras, más o menos políticas, no me disgustan del todo (lo siento, Paolo; ya sabe usted: cría cuervos...); algunas trataban temas domésticos y concretos, y otras se permitían apuntar más alto... aun a riesgo de la dura caída. En ambos casos, creo que saltaba a la vista mi poca familiaridad con ese mundo.

En cuanto a todos esos textos que pretendo tengan un aire socio-cultural-filosófico, son sin duda con los que he alcanzado los grados más altos de patetismo, y además son larguísimos. Pero uno, que no aprende, no tendría demasiados reparos en firmar de nuevo uno o dos, o incluso más; y no por su utilidad para nadie, sino por lo que de mí dicen, que es mucho.

Ficción, que es lo que cualquiera que quiera ser escritor quiere hacer, casi no he escrito; porque, precisamente, no soy escritor. Pero a pesar de todo hay cuatro relatos; y, por motivos personales (y sólo por eso, porque no creo que esté bien escrito), me quedaría con éste.

Incluso me permití hablar sobre literatura, aunque poco. Lo que mejor recuerdo es esto.

Por último, quedan esas entradas a las que más cariño les tengo, las más personales. Son las que más claramente muestran a la persona que está detrás del Señor de Portorosa (este personaje del que ya sería incapaz de separarme), y son las que elegiría si tuviese que salvar de la quema una parte de mi blog.
Dentro de ellas hay muchos tipos, pero yo destacaría dos grandes grupos: las más melancólicas, que en realidad suelen dar vueltas a un solo tema vestido con distintos ropajes: el paso del tiempo; y las alegres, casi siempre protagonizadas por mi hija (y, desde hace poco, también por mi hijo). Para mí, son lo mejor del blog; para mí.


Ya ven que en lugar de responder en dos líneas, no sólo no he contestado sino que he dado rienda suelta a mi egocentrismo, y parece que he aprovechado la ocasión para autopublicitarme. Es lo que tenemos, los vanidosos. Pero lo cierto, se lo aseguro, es que no puedo destacar una entrada sobre todas las demás.

Les contaré otra cosa, a falta de la respuesta que debía: ha habido en bastantes ocasiones una curiosa disparidad entre mi gusto y el suyo (juzgando éste por el número de comentarios, que ya sé que no es un buen medidor, y por las visitas, que tampoco); hubo textos que colgué encantado en el blog y que pasaron sin pena ni gloria, y otros escritos casi casi porque tocaba poner algo que multiplicaron las lecturas y las respuestas. Misterios del ciberespacio.


Me toca a mí ahora pasarle la cadena a otros dos compañeros de la bloguería. Algunos ya han participado, y otros tienen todavía pocos textos para este juego; así que invito (y digo invito y no pido, y menos reclamo) a participar a Tato, de Activando la disidencia, y a Xavie, de Ideas y fragmentos.

19.9.06

11.9.06

Cinema Paradiso

Qué no se habrá escrito sobre el paso del tiempo. Pero cómo no seguir haciéndolo, aun desde la convicción de no aportar nada, si el principal destinatario, que es uno mismo, sigue obsesionado y perdido.

El domingo de noche vi Cinema Paradiso al aire libre; lo organizábamos nosotros.

Hay dos cosas que hacen que la vida, aun la más afortunada, sea triste: dejar de ser niños, y perder a los que queremos.

Dejamos de ser niños y nos quedamos sin nuestra mirada y nuestras ilusiones, sin esperanza, y decisión a decisión vamos renunciando a nuestras posibilidades. Y el tiempo nos va quitando nuestra familia y nuestros amigos, y los echamos de menos y nada los trae de vuelta; y aun antes de que eso suceda, la certeza de esas pérdidas nos atenaza.

Regresar es difícil, muy difícil; sobre todo a donde se ha sido feliz. Porque sabemos que todo es irrecuperable, que todo se ha ido, y porque, además, los recuerdos nos ponen frente a nosotros mismos, frente a lo que somos, a lo que hemos hecho con la vida que, ilimitada, entonces empezábamos.
Y porque volver es también regresar junto a nuestros mayores, nunca correspondidos, por esas leyes de la vida que uno sospecha necesarias pero sabe injustas. Y cuanto mayor fue su generosidad mayores son nuestra pena y la sensación de haberles abandonado. Y si tenemos suficiente valor, durante unos instantes nos atrevemos a pensar si seremos la mitad de buenos de como ellos nos creyeron. Y conforme va pasando el tiempo, conscientes ya de que los hijos son la vida de los padres, pero que lo contrario no es cierto, empezamos a pensar en el día en que aquellos a quienes adoramos se nos suelten de la mano y sigan andando sin nosotros, y prevemos la tristeza y nos preguntamos si nosotros también seremos capaces de tanta generosidad.


¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te gana la nostalgia y regresas… no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. (...) Desde hoy, ya no quiero oirte hablar; ahora, quiero oir hablar de ti.

Esta despedida, terrible, el regreso al pueblo, la madre, los amigos ahora viejos que quedaron atrás, el cine en ruinas, las vidas que no cambiaron, lo que pudo haber sido y no fue... y los besos, todos los besos, los recuerdos de toda una vida, la vida misma, guardada, día tras día, sin esperar nada a cambio, para el amigo .

A estas alturas les debo de parecer la Magdalena, porque no dejo de confesar llantos, pero el domingo, a la luz de la luna, me secaba las lágrimas con disimulo.

3.9.06

Carlos, mi segundo hijo.

Lo que se siente con el primer hijo es único e irrepetible. Lo que yo sentí con mi hija, al menos, lo fue. La ilusión con que se vive la recién estrenada paternidad, el sobrecogimiento con que uno descubre en sí mismo sentimientos incondicionales y de una profundidad inaudita, y el vértigo con que se va dando cuenta de cómo acaba de cambiar el mundo para él, son incomparables.

Yo sabía que con el segundo hijo eso no se iba a repetir. Y que no se iba a repetir precisamente porque casi todo sería una repetición.

Y cuál ha sido mi asombro al ver que precisamente esa falta de novedades es lo mejor, lo que me está haciendo disfrutar más de lo que me podía imaginar; y más, en muchos aspectos, de lo que pude disfrutar la primera vez.

Yo lo atribuyo principalmente a tres razones:

- La experiencia, que me da una tranquilidad que no tuve, y que me permite: entender casi todo lo que hace el niño; no estar preocupado cada vez que no entiendo algo que hace el niño; y no tener que pensar, ante una situación nueva, y abrumado por la responsabilidad, cuál será la reacción adecuada, pues las respuestas son ya casi naturales y surgen espontáneas.

- La consciencia, esta vez nacida de la propia experiencia y no de cabeza ajena, de la fugacidad de este momento.

- Tener mucho más tiempo para estar a solas con mi hijo, y poder acercarme a él sin hacer cola ni tener que apartar a media familia a codazos.

En cualquier caso, y se deba a lo que se deba, estoy viviendo algo maravilloso. Y además, lo reconozco, ha sido una sorpresa.

Carlos se ríe desde hace un par de semanas, ya; y puedo pasarme horas apoyado en la cuna, sobre él, haciéndole monadas sin parar, acariciándolo, aullando, poniendo caras, mientras se ríe, patalea y trata de imitarme. En fin, nada que los padres no sepan, y que a los no padres les parezca un poco patético, supongo.


Que me sonría. Verlo dormir. Que esté tranquilo en mis brazos.

No hay nada igual en la vida; sé que lo han oído mil veces, que es un tópico, y que algunos no se lo creen, pero es verdad.



La foto la sacó mi mujer esta tarde, después del baño, mientras yo le daba un masaje.

Me está mirando a mí.

29.8.06

Camilo.

Hace dos semanas se murió mi tío Camilo. Murió de cáncer de hígado, con casi 80 años. No lo sabéis, claro, pero algunos de vosotros ya lo conocíais (quién iba a pensar que Carmen iba a sobrevivir a su cuidador de tantos años).

Camilo era de Vicedo, en Lugo. Vicedo fue en su momento una aldea de marineros y agricultores, y aunque sigue siendo un pueblo pequeño, lo es cada vez menos, víctima del monstruo que todo lo bello devora. No obstante, todavía está en el sitio más maravilloso (me lo vais a permitir) de la costa gallega: la ría del Barquero.
Si alguna vez venís por el norte de Galicia tomaos la molestia de acercaros a donde se juntan Coruña y Lugo, Atlántico y Cantábrico, y veréis esta ría pequeña, redonda, que se abarca con una sola mirada, de aguas a veces turquesas y a veces negras, rodeada de verde, que nace del solitario valle del Sor y acoge al Barquero, al Puerto de Bares y al mismo Vicedo y se abre al mar con el permiso de la isla Coelleira. No hay vista en el mundo que me guste tanto como la de cuando uno llega por carretera al Barquero desde el oeste y, al culminar la suave subida, se asoma de repente a la ría, con Vicedo enfrente y el Cantábrico al fondo.

Todos tenemos nuestras muertes, las que no hemos asumido y las que esperamos con más temor que a la propia. Camilo no ha sido para mí un pariente de trato frecuente y sé que su falta no va a cambiar mi vida, y sin embargo, gracias a Vicedo forma parte de mi infancia y mi juventud más queridas. Recuerdo salir a pescar con él hasta hace bien poco, los dos solos. Pasábamos horas dando vueltas por la ría, a la cacea, hablando poco; y yo a punto de estallar de gozo con el ruido de la lancha, con la madera mojada, las olas, el color del mar y los montes llenos de árboles a nuestro alrededor.

Para mí siempre fue la personificación de la fuerza: de la fuerza del hombre remando, amarrando un bote o agarrándonos cuando embarcábamos. De pequeños, nos cogía a cada uno en una mano, y nos abrazábamos a su brazo y pedaleábamos para cruzar la calle. Y cuando subía despacio las escaleras de su casa de Vicedo se oían sus pasos pesados, y llegaba al patio de atrás agarrando con su mano morena y grande el cesto con las líneas, los anzuelos, las poteras y la pesca. Manos de pescador: trabajo y mar. Las manos, las manos fue lo único que tuvo igual hasta el final. Cuando lo fui a visitar al hospital el día antes de morirse, se las vi apoyadas sobre la sábana, con los dedos anchos y cuadrados. Pero detrás ya no estaban sus brazos, ni su cuerpo, ni su cara.

¿Vamos a pescar?, me había dicho desde la cama un par de días antes.

Para ir con él tenía que madrugar, desayunar con él leche con pan y acompañarlo al muelle, debajo de casa. Meterse descalzo en el agua a esas horas costaba, aun en verano. El ruido de los remos al colocarlos en los toletes (para mí, remar fue siempre el mayor de los privilegios, la prueba de mi integración en todo aquello), el crujido de los estrobos secos, saltar a la lancha, y después el motor de gasoil, lento, que parecía tan natural como los gritos de las gaviotas: eso era estar en Vicedo. Y salir y notar el aire en la cara y el agua salpicando, y que me dejase gobernar, e ir viendo la costa alejarse, y acercarnos a los faros o a la boca de la ría, y pensar qué pequeños éramos. Y él siempre con bromas, conmigo o con quienes nos cruzábamos en la mar, hablando a gritos para mí incomprensibles que ellos entendían desde lejísimos.

Ir en la lancha era vivir otra vida, era ser otro niño. Como llegar a una playa por mar, con la gente mirándote, y comportarte como si fueras de allí, como si aquello fuera normal para ti.
El sol, las gaviotas, la lluvia, los jerséis viejos para el frío del mar, el bocadillo devorado, mear de pie en la popa…

Los hijos querían llevarlo por última vez a Vicedo. Y sacarlo a sentarse al balcón de casa, a ver su ría, y su lancha, fondeada en medio de las demás. Pero no dio tiempo.
¿Vas a ir a Vicedo?, le dije.
Qué más quisiera yo...

Para los que tendemos a mirar atrás con nostalgia, soportar estos momentos de consciente despedida es inconcebible en cualquier caso. Pero yo me pregunto si no será todavía más duro cuando se ha conocido el paraíso.

A todos nos espera la muerte propia y la de los que queremos. Ante eso, nada me consuela ni me ayuda a resignarme. Y todos tenemos nuestros muertos que llorar. Camilo me dio muchos momentos de felicidad. En su entierro lloré por esos momentos y por él, por su niñez en Vicedo, por la mía, por su fuerza perdida, por la lancha, por verlo remar.

25.8.06

Adenoidectomía

La vegetación, desmesurada, tupida, excesiva hasta llegar a asfixiar(la), me ha mantenido apartado del blog un par de días.

Pero el paso ya ha quedado libre, y mi hija está muy bien.

Y Carlos también, tras una segunda noche a solas con su padre.

18.8.06

Recuerden.



Esta noticia es del año 49.

Los canarios dejaron de ir a Venezuela, y de arriesgarlo todo en el intento, cuando la vida en Venezuela dejó de ser infinítamente mejor que en Canarias. Y como ellos, el resto de los españoles que emigraban.

Esto es así de simple, y así de complicado.

17.8.06

Fealdad.

Un primo mío tenía una enfermedad rara que lo mató con poco más de veinte años, y que hacía que toda su piel fuese una gran acumulación de lunares (tumores, en realidad). No le dejaban entrar en muchos sitios cuando salía de noche con los pocos amigos que tenía. Y la madre, que lo vigilaba de lejos cuando iba a las fiestas, que le encantaban, se alegraba de que la enfermedad también lo estuviese cegando, porque así no veía las caras de las chicas a las que les pedía bailar.

¿Cuánto sufrimiento provocan la fealdad extrema, las malformaciones, las taras físicas que nos hacen estéticamente inaceptables?

Cómo será acercarse a alguien sabiendo que en cuanto levante la mirada apenas disimulará una mueca de desagrado, y que dará igual lo que digas o cómo lo digas, porque sólo verá esa mancha, o ese miembro amputado, o ese rostro deforme, y ni te escuchará.
Cuánto sufrirán de niños (y cuánto sus padres). Y qué pensará el joven que se siente un apestado, cómo aceptará que la amistad sea casi un imposible para él, y que jamás vaya a tener una relación de pareja, que nunca vaya a pasear con alguien de la mano y nadie lo vaya a desnudar.

Es horrible, pero estoy convencido de que la mayoría de quienes padecen un problema de ese tipo aceptarían cambiarlo por otra enfermedad, aunque fuese grave y supiesen que iban a morirse antes, si eso les permitiera vivir mientras tanto con normalidad; si pudiesen ser, los años que les quedasen por delante, personas como las demás.

Cuando vi por primera vez [ojo, la imagen enlazada puede resultarles muy desagradable, no la vean si les impresionan este tipo de cosas] a este hombre en Lisboa sentí una repulsión enorme. Durante la cena de ese día tuve náuseas. Mi cuñada, demostrando ser mejor persona, sin embargo sintió pena por él. Es una persona, decía ella, cómo será su vida. Al día siguiente pude mirarlo, sí, pero no tengo ninguna duda de que mi reacción inicial es la habitual. Él pedía limosna sentado en un portal del Rossío, y la gente bajaba de la acera para no pasar cerca.

A menudo he pensado en lo duro que debe de ser, aun sin llegar a casos tan extremos, que tu aspecto te condicione tanto la vida, que se convierta en una barrera infranqueable que te impida siquiera tratar de darte a conocer a los demás. Qué soledad se debe de sentir.

Y hoy en día ese problema estético es, en muchos casos, la obesidad. Estoy seguro de que hay personas, sobre todo jóvenes, y sobre todo (lo siento, pero es así) mujeres, que sufren tanto por estar gordas, que se sienten tan despreciadas, que darían años de vida por otro cuerpo, por ser no ya guapas sino normales, por ser aceptadas, por que algún chico les hiciese caso, por que alguien las besase alguna vez con deseo. Porque son tremendamente infelices.

14.8.06

Leyendo a Paul Auster, o de la desmitificación de un autor.

[Antes de comenzar, y para no abandonar mi habitual tibia cautela, permítanme hacer un par de aclaraciones, que yo creo que sobran pero quizá eviten alguna malinterpretación:

1. Ya me gustaría a mí escribir la décima (por decir algo, pero pueden poner centésima, que será también cierto) parte de bien que Paul Auster.
2. Ya les gustaría a muchos escritores, de esos que publican libros, los venden y son leídos, y que no son especialmente cuestionados, escribir como Paul Auster.
3. Lejos de mi intención hacer algo así como una crítica literaria seria; que para eso hay que saber.]


Hasta hace un par de meses no había leído nada de Paul Auster salvo el libro Creí que mi padre era Dios, que supongo que no se puede considerar exactamente suyo. Ahora ya he leído, en este orden, la Trilogía de Nueva York (Ciudad de crital, Fantasma y La habitación cerrada), Brooklyn Follies, Leviatán y El libro de las ilusiones (que acabé anteayer); estos tres últimos, seguidos.

Y la impresión general, y supongo que final, es de decepción.

La Trilogía me desconcertó. Me parecieron tres libros bastante raros, sus argumentos me resultaron un poco asfixiantes (lo cual no es malo), y no me gustaron demasiado (el que más, el segundo, Fantasma). Pero aunque a mí me decepcionaron, entendí que hubiese a quien pudieran parecerle buenos, o muy buenos, e incluso no me extrañó que para algunos fuesen libros casi de culto (eso sí, ya me explicarán ustedes dónde y cómo reflejan la vida y el ambiente de NY, porque en mi opinión podían estar ambientados en Sebastopol o en Barcelona).

En cambio, los otros tres, muy distintos, los he encontrado entretenidos (El libro de las ilusiones, algo menos), fáciles de leer, pero mucho menos interesantes. No pretendo identificar evasión con superficialidad, ni creo que la calidad de un libro sea proporcional a lo soporífero que resulte, pero lo cierto es que estos tres libros (que me han recordado bastante a los de John Irving) me han parecido correctos, amenos... y literariamente intrascendentes. Incluso un poco mediocres (¡!).

A ver cómo digo esto sin parecer muy engreído: creo que son libros que tras sus tramas y sus personajes pretenden encerrar y decir mucho (un profundo análisis de la vida y la mentalidad modernas, de las relaciones y los sentimientos), pero que en realidad no lo consiguen. Auster no deja de hacer reflexiones que quieren ser de gran calado, pero que a mí, debo decir, me han parecido un poco de pacotilla. Esa capacidad de análisis que los lectores y la crítica por lo general le reconocen, yo no la he encontrado. Me doy cuenta de que sólo he leído una parte de su obra, pero por el momento discrepo.


El libro de las ilusiones, en concreto, me pareció hasta malo.

Principalmente, por lo que ya he dicho: todo su estudio de los sentimientos y las emociones de los personajes me suena a hueco. El autor se pasa la novela haciendo que el protagonista extraiga, de ciertas situaciones, de ciertos comportamientos, conclusiones sobre la personalidad, el carácter y la vida de todos los que lo rodean; conclusiones sobre las que se va construyendo la trama, pero que ni de broma son evidentes ni necesarias, y que en algunos casos a mí me parecieron gratuítas y muy forzadas, cuando no sencillamente tonterías.
Además, hay en él unas 150 páginas, ocupadas por descripciones de películas e incluso por alguna relación personal del protagonista, que para mí eran claramente de relleno. Me parece que sobra medio libro, la verdad.

Al final, me temo que dejo la lectura de Auster con la sensación de que es un escritor bastante sobrevalorado. Quizá he elegido mal los títulos.

.
Cambiando un poco de tema:

Me sucede, con la literatura norteamericana contemporánea, algo que a mí me sorprende, pues no veo que sea habitual: cuando leo algunas de sus novelas me parece como si estuviese leyendo la obra de un marciano.
Con los relatos (que leo con mucha más frecuencia) no me ocurre, supongo que porque en ellos no se desarrollan tanto los personajes y el contexto no suele importar, y a veces ni se describe; pero con las novelas, en las que se nos cuentan las circunstancias de los protagonistas, sus relaciones, su forma de vida, su rutina, etc., siento que son tan diferentes a las mías que a veces me resulta imposible identificarme mínimamente (esa identificación pasajera que en mi opinión permite al lector introducirse en el libro lo imprescindible para disfrutarlo y entenderlo) con ellos.
Esto, esta falta de identificación, me ha ocurrido con las novelas de Auster, y me pasó con Pastoral Americana y Me casé con un comunista, de Roth; y con El periodista deportivo, de Ford. Estas dos últimas las dejé por eso: me parecía que aquello no iba conmigo en absoluto, que me estaban hablando de un mundo ajeno por completo al mío que sólo podía ver desde fuera.

Sin embargo, tal vez se trate de una cuestión de calidad. El teatro de Sabbath, también de Philip Roth, me fascinó, me pareció un libro magnífico, que enseguida superaba los límites de las circunstancias concretas de su argumento; y lo mismo (o más) puedo decir de lo que he leído de Mailer (Los tipos duros no bailan, que me gustó muchísimo, El parque de los ciervos y Los desnudos y los muertos).
Y no sé si no será ésa, su (ahí va la pedantería) validez universal (¡!), la diferencia entre una una buena y una gran novela.

8.8.06

Galicia, II



La ignorancia nos impide comprender cuánto se pierde. La avaricia, o más que avaricia mezquindad, que siempre ha despreciado cualquier argumento que no pudiese contar, medir o pesar, antepone el dinero a cualquier cosa.

Somos ignorantes y mezquinos, entre otras cosas (entre otras cosas, insisto), por nuestro enfermizo y egoísta individualismo, que no nos deja alzar la mirada del suelo ni apartarla de lo nuestro. Y somos individualistas hasta hacernos daño, hasta debilitarnos, hasta perderlo todo, por nuestra proverbial desconfianza, sin duda nuestro mayor defecto.

Comprensible o no, justificada o como mucho disculpada por la Historia, la desconfianza ha hecho que los gallegos, que han trabajado mucho y en penosas circunstancias por todo el mundo, no lo hayan hecho jamás unidos, que ninguno se haya preocupado más que por lo suyo y los suyos, que nunca hayamos buscado el interés general. Y todo eso no nos ha traído más que pobreza y atraso.

Les parecerá anecdótico, pero aún hoy muchos gallegos prefieren perder uno y que el vecino pierda dos, a ganar ambos lo mismo; y cualquiera que sepa algo de pleitos por fincas, por derechos de paso o por herencias lo puede confirmar.

Soy perfectamente consciente de que las generalizaciones son injustas y falsas, y más aún las que se empeñan en definir a las personas por su lugar de origen. Y sé que en cada sitio hay unos problemas, unos defectos y unas carencias. Pero yo a menudo pienso que los gallegos no nos merecemos esta tierra.

4.8.06

Qué es importante.

No puedo acostumbrarme a que hayamos aceptado como algo no ya inevitable sino lógico y natural que (por ejemplo) un hijo no pueda estar junto a su padre moribundo si su trabajo se lo impide (y, salvo excepciones, todos lo impiden). Que comprendamos que si la espera de la muerte se prolonga y el hijo vive lejos tenga que dejar a su padre durante quizá sus últimos días y volverse a casa a cumplir con su empresa, porque para eso le pagan.

Y es algo completamente asumido por todos. El compromiso laboral, económico, prevalece en nuestra sociedad sobre la necesidad de despedirnos para siempre de un ser querido, de acompañarlo y darle nuestro cariño mientras se va.

Me parece terriblemente triste.

3.8.06

Idiotez y soledad.

Me encuentro con esta cita de mi paisano don Gonzalo que es, como mínimo, chocante:

La peor soledad que hay es darse cuenta de que la gente es idiota. Torrente Ballester.

Sea una opinión suya o sólo la frase de un personaje, yo no estoy de acuerdo, pues creo que la peor soledad que hay es que no te quieran.

En cuanto a lo de que la gente es idiota, a veces es difícil no pensarlo (supongo que más aun cuando, con la edad, uno va acumulando decepciones; y aun así estoy convencido de que esto no fue más que una boutade del vate vago), pero no es verdad. Lo que sí sostengo, en cambio, es que la media está muy por debajo de la media.

1.8.06

Violencias de un conflicto.

John Galtung es director del Instituto Internacional de Investigación para la Paz, de Oslo, y uno de los más prestigiosos teóricos del mundo en Investigación para la Paz (que es un campo de estudio, aunque no se lo crean, real, serio y veterano, aunque no sé si demasiado eficaz), además de mediador en numerosos conflictos bélicos.
Probablemente su obra más famosa sea Tras la violencia, 3 R: reconstrucción, reconciliación, resolución, en la que explica, en resumen, qué es un conflicto, cómo se forma y cómo cree él que se debe enfocar su resolución. La cantidad de conceptos interesantes que en ella se tratan es enorme, y éste no es el lugar para hacer un repaso ni siquiera superficial; pero, de todos ellos, me gustaría comentarles uno o dos, para mí sobresalientes.

Lo que más destacable me parece de cuanto explica Galtung es la definición de violencia; o, mejor dicho, de violencias:


Violencia = violencia directa + violencia estructural + violencia cultural

Violencia directa: es la violencia material, física o verbal, la más evidente y visible; y es a la que nos referimos cuando habitualmente hablamos de violencia.

Violencia estructural: aquélla que surge de los fallos y los problemas estructurales de una sociedad, de los errores de su conformación; hay violencia estructural en una comunidad cuando su estructura dificulta o imposibilita adoptar soluciones pacíficas y civilizadas y fomenta el conflicto, cuando, debido a injusticias, desigualdades, desequilibrios, etc., la violencia encuentra un terreno favorable.

Violencia cultural: conjunto de actitudes, creencias, opiniones, convicciones, prejuicios, patrones de conducta, hitos históricos, etc., que una determinada población comparte y que la hacen proclive a las soluciones violentas, que hacen que la violencia directa sea aceptada como opción válida, que sirven para justificarla, que la legitiman a los ojos de dicha población.

La violencia directa o material es consecuencia de la violencia estructural y de la cultural, que le proporcionan motivos; la violencia directa realimenta, a su vez, las violencias estructural y cultural, que van extremando sus posturas y reafirmando sus argumentos; éstas, lógicamente, reproducen la violencia material si es que ha llegado a cesar, o la empeoran si persiste.

Tener clara esta ecuación y entender cada uno de sus términos es, en mi opinión, imprescindible para comprender cualquier conflicto y dar siquiera el primer paso hacia su superación. No hacerlo supone, de entrada, confundir la paz con la ausencia de violencia (directa), tal y como explica Galtung:

La palabra paz la utilizan tanto los ingenuos que confunden la ausencia de violencia directa con la paz y no comprenden que el trabajo de hacer y construir la paz está a punto de comenzar, como los menos ingenuos que saben eso y no quieren que ese trabajo empiece. Así la palabra paz se convierte en un muy eficaz instrumento de bloqueo de la paz. Nuestro ánimo es contribuir al esfuerzo mundial de desbloquear ese proceso hacia la paz más allá del alto el fuego, de forma que el “después de la violencia” no se convierta tan fácilmente en el “antes de la violencia”.

Y, más allá de esto, supone acercarse a cualquier problema de este tipo con un enfoque tan estrecho de miras que imposibilita desde el principio alcanzar una solución real, estable y permanente.
Por el contrario, tener en cuenta este planteamiento permite afrontar un proceso de pacificación en toda su complejidad, sin simplificaciones ni falsos atajos.

(Ojo, no cabe tampoco imponer un punto de vista, por claro que nos parezca; no se trata aquí de obedecer lo que la conciencia nos dicta, por seguros que estemos de nuestra posición, ni de dilucidar quién tiene razón y quién es culpable, sino de terminar con un enfrentamiento cuajado sin excepción de opiniones, juicios de valor, convicciones y sentimientos opuestos e irreconciliables.)

Cuando me encontré con estas teorías por primera vez, me pareció ver al fin, razonadas, estructuradas y bien explicadas, toda una serie de ideas que yo, desde mi desconocimiento, intuía. Y pensé también cómo era posible que no fuesen lectura obligada para cualquier gobernante; que cómo no se enseñaban en las escuelas y se explicaban a la población, en un intento de imponer el sentido común. Como ven, fue la reacción de un ingenuo. Ahora nada de eso me sorprende, y me limito a desear que se divulguen y, en la medida de lo posible, surtan efecto.

¿Y a qué viene esto ahora?

En realidad, viene tan a cuento como en cualquier momento; pero ahora pueden ustedes mirar a Oriente Próximo:

Piensen en los problemas estructurales de las comunidades que protagonizan el conflicto, en la evidente y manifiesta violencia estructural de unas sociedades (todas, no sólo las árabes) que viven sobre un poso de agravios, ofensas e injusticias, objetivas o no, en el que ya no es posible hacer pie.
Piensen en la violencia cultural de unos pueblos (incluyo al israelí, por supuesto) que sólo conocen ese remedio y son en buena parte educados en el odio y el rechazo.
Piensen en la violencia material que no desaparece ni desaparecerá mientras las demás no mejoren, y cuyo cese es urgente e imprescindible pero insuficiente.

En fin. Sobran razones para ser pesimista.