28.8.13

Los niños y tantas cosas

El domingo, día 25, yo acabé mis vacaciones y Paula y Carlos se fueron con su madre, que las empezaba al día siguiente. Poco los veré, en septiembre, pero no me puedo quejar, pues han estado más de un mes viviendo conmigo: el período más largo desde que me separé; tanto, que he llegado a sentirlo permanente.

Aunque me he propuesto no hacer balance, como les contaba, no puedo evitar mirar un poco atrás. Y lo cierto es que la sensación esta vez es muy buena; el principal reproche, mi insuficiente paciencia con la preadolescente Paula.

Ayer les regalé dos libros. A Carlos, una recomendación de Moli, Yo, el lobo y las vacaciones con el abu. Y yo me compré Diario de invierno, dispuesto a darle otra oportunidad a Auster. No te quejarás, Moli, aunque te confieso que en el último momento dudé y me compré una edición de bolsillo para no arriesgar mucho; pero voy por la página 18 y ya sé que tenía que haber comprado la buena.

Hoy se han ido los tres a Tenerife, hasta dentro de nueve días. Me he despertado bastante triste e inusualmente asustado. Hasta que me han avisado de que habían llegado, ya al mediodía, he estado francamente intranquilo, no sé bien por qué. Tal vez fuese una forma de pena.

Los he llevado yo al aeropuerto. Han facturado el equipaje, hemos tomado algo y se han ido. Ya sé que es poco tiempo, pero tenía un nudo en la garganta. Desde la zona de pasajeros, Carlos me estuvo saludando casi cinco minutos, de todas las formas posibles (la vigilante de seguridad se rio mucho): lanzándome besos, de espaldas, agachado, saltando, bailando claqué... Y cuando se perdieron de vista, no habían pasado ni dos minutos cuando me llamó por teléfono porque quería hablar conmigo. Le insistí en que lo pasase muy bien.

El precio de este mes, de estas vacaciones maravillosas, de la normalidad, es este vacío de ahora.

23.8.13

Las correcciones, de Franzen, y películas

Este sábado acabé Las correcciones, de Jonathan Franzen, que compré hace meses en Tipos infames, acompañado por NáN y Aroa, el día que conocí a Moli.

Me ha gustado muchísimo.

Leyendo libros como este es difícil no sacar algunas conclusiones no demasiado halagüeñas sobre la sociedad norteamericana.

(Hoy me he encontrado a una amiga estadounidense y hemos hablado del libro, que había leído. Por desgracia, ella también creía que era una buena radiografía.)

Franzen nos habla de una familia de clase media alta: el matrimonio ya casi anciano y sus tres hijos, con sus respectivas vidas; vidas supuestamente buenas, colmadas, materialmente envidiables, comparativamente deseables, etc. Y nos pinta un panorama que, a medida que vamos escarbando en sus intimidades, resulta desolador. Pero no (o no solo) por el contraste entre las teóricas posibilidades materiales al alcance de los protagonistas y su pobre grado de satisfacción, sino porque, rompiendo todos mis esquemas, se nos muestra a unas personas no solo pudientes, informadas, formadas, de mundo, bien relacionadas, etc., sino también cultas, con inquietudes y compromisos, inteligentes, reflexivas, sensibles, etc., etc... a las que sin embargo todas esas ventajas/virtudes parecen valerles de bien poco. En contra de mi pretensión, un montón de cualidades que deberían poco menos que garantízar un modo de ver la vida, cierta actitud y determinadas prioridades, a ellos no les valen de nada. No los salvan.

Tal vez sea todo mucho menos sorprendente y más previsible; pero desde luego no es un simple el dinero no da la felicidad, sino algo más profundo.

Me da la impresión, en cualquier caso, de que cuantas más herramientas tienen los personajes más angustiosas me resultan su ansiedad, su ambición desbocada y sin norte, su culpabilidad, su soledad, su huída hacia delante, su búsqueda desesperada de no se sabe qué. Es triste e inquietante comprobar eso: que esas herramientas pueden quedarse en la superficie, construyendo capas que solo envuelven un vacío.

Y también lo es darse cuenta de que esas vidas no nos quedan muy lejos.

***

Cuando Paula y Carlos duermen conmigo casi siempre cenamos viendo una película, y ahora que pasamos juntos las vacaciones lo hacemos prácticamente a diario. Despertarme con ellos y levantarnos a desayunar, y esa película nocturna en el sofá, son seguramente los momentos más bonitos, más entrañables, más llenos de cariño del día.


16.8.13

Vicedo 2013: nosotros

Esta tarde nos hemos vuelto de Vicedo. Por la mañana todavía paseábamos por la playa, al viento, y los niños corrían y gritaban entre las olas.

Considerar las distintas situaciones, los momentos, las permanencias, como algo cerrado, algo que termina y con lo que termina algo nuestro, y, en consecuencia, sus principios y finales como cambios propios, es habitual, supongo. Y creo que también es dañino.

Al menos en mi caso lo es, pues conlleva una marcada tendencia a hacer balances, a confrontar expectativas y resultados y, sobre todo, a identificar oportunidades perdidas. Oportunidades perdidas, nada más y nada menos; así de drástico y catastrofista: fin de etapa, recuento probablemente insatisfactorio en mayor o menor grado, y frustración a cuestas que además alimentará la ansiedad de la próxima vez. Tal vez exagere un poco... pero no mucho.

Esta vez vuelvo de Vicedo, sin embargo, sin esa carga. Regreso pensando que estas dos semanas hemos vivido un cambio de escenario, con sus (muchas) ventajas y sus (pocos) inconvenientes, pero nada más que eso. Seremos los mismos mañana que ayer, aquí que allí. No acaba nada ni se cierra ninguna puerta. Nuestra vida es la misma, y seguimos viviendo y construyéndola, a veces mirando lejos y otras al siguiente paso. Seguimos buscando buenos momentos y buenos elementos que añadir. Y sobre todo seguimos siendo los protagonistas y los depositarios de casi todo lo valioso: nosotros somos quienes lo hacemos posible, los capaces de conmovernos mirando un paisaje.




Y mañana al levantarnos lo seguiremos siendo.

15.8.13

Vicedo 2013: ocaso

También hay río: el Sor. Ayer fuimos a andar por su ribera.









Y hoy, al final de un día que ya empezó en la playa, hemos ido a bañarnos durante nuestra última puesta de sol aquí este verano. Esta.




Fue maravilloso.

13.8.13

Vicedo 2013: tiempo

Pasa.





Esta mañana después de desayunar nos hemos ido a bañar, a pesar del cielo nublado. Y ha sido el primer día en que he notado esa sensación especial de la que tantas veces he hablado y que este año, no sé por qué (o sí: la dificultad para disfrutar por la ansiedad del disfrute, la incapacidad de saborear el tiempo por la angustia de que pase; los males modernos, mis males, en fin), se me estaba escapando; esa sensación que consiste en que todo, paisaje, compañía, estado de ánimo y ese fondo que surge, creo, de una mezcla de recuerdos y expectativas íntimas cumplidas, parece estar bien, parece entrar en sintonía y me hace, por unos instantes excepcionales en los que se detiene el tiempo, conscientemente feliz.


4.8.13

Vicedo 2013: familia

Al principio, como sucede algunos fines de semana (y en particular algunos pasados aquí), hay un período de adaptación. Plantearse los días completos siendo el único adulto no siempre me resulta fácil. Pero, una vez admitidas las pegas de la situación, parece que todo empieza a fluir ya. El pan llega temprano y salir solo a recogerlo deja una sensación muy parecida a la felicidad.






Ayer hizo un día precioso y por la mañana bajamos a la playa. Por la tarde fuimos al muelle a que  anduviesen en bici. Yo llevaba mis recién estrenadas Las correcciones (que tiene muy buena pinta) y esperaba tomar un café a solas, pero me encontré con uno de mis primos, uno de los mayores. Y me senté con él.

Aunque lo quiero y sé que él también a mí, lo cierto es que nuestra relación es escasa, y cuando coincidimos me siento bastante alejado, como de casi todos los demás. Hay cariño, el cariño de la infancia y de muchas cosas compartidas, pero no hay confianza ni nos conocemos de adultos. Sin embargo, ayer, excepcionalmente, creo que durante un rato estuvimos algo cerca; saqué el tema de su padre, de Camilo, del que tanto me acuerdo aquí, y mientras me iba contando cosas de él por debajo de las gafas de sol le cayeron unas lágrimas.

Luego leí yo solo un rato.

Paula acaba de despertarse y ya ha bajado. Vamos a desayunar.

Ya estamos en Vicedo.



Vicedo 2013: llegamos










Qué quieren que les diga...

1.8.13

Nos vamos

A Vicedo. Mañana por la mañana. Quince días.
Me apetece mucho, mucho. Creo que nos apetece a todos, porque además hace ya tiempo que no vamos, sobre todo los niños. Y lo necesito. O eso me parece: que me va a venir bien esta salida de la normalidad, este paréntesis, este cambio; esa famosa desconexión.
Tengo el equipaje hecho. Mañana por la mañana, después de desayunar y de guardar las últimas cosas, nos vamos.