31.5.10

40 años

Escribo desde la cama. Son las doce y media de la noche, así que es ya día 31. 31 de mayo. Es decir, que estoy de cumpleaños.

Hoy cumplo cuarenta años.

Cuarenta años.

Dios mío...

Probablemente no haya edad más cargada de trascendencia, ninguna que se relacione tanto con el cambio, con el paso de una etapa a otra: uno se hace, inexcusablemente ya, mayor.

Lo paradójico, lo desconcertante, es que me siento el mismo. Me parece que es aquel niño que sigo siendo el que cumple cuarenta.

Yo, la crisis, una crisis personal profunda que lo abarcó todo, la empecé hace tres años, cuando me separé. Y quiero creer que para mí este cumpleaños representa su fin.

Este fin de semana he intentado celebrarlo con algunas de las personas que más me importan. La distancia ha hecho que no hayan estado todos los que me hubiera gustado, pero aun así me sentí muy acompañado y muy querido. Y como les dije a algunos de ellos, me miro, miro mi vida y me gusta. Me gusta cómo estoy, me siento bien y creo que todos los esfuerzos de los últimos años han valido la pena.

Todavía hay problemas, pero creo que poco a poco van solucionándose. Otras cosas ya nunca serán como me gustaría, y es el precio que debo pagar. He hecho daño, y no hay nada que sienta más. Y sigo teniendo miedos. Pero en general me siento cada vez mejor conmigo mismo, estoy contento con mi vida y creo que paso a paso voy logrando que en ella haya solo cosas que quiero.

Empiezo, pues, una nueva etapa, una nueva edad. Y lo hago conociéndome poco pero mejor que nunca, convencido de mis posibilidades y teniendo claro que las cosas, en buena parte, dependen de mí, que en mi mano está hacer que sumen o resten.

¿La vida comienza a los cuarenta? No, por supuesto que no. Soy lo que he vivido. Pero lo que me queda, como dice la frase, comienza hoy, y voy a intentar hacer todo lo posible por que sea maravilloso.


Y con respecto a vosotros, a los que he conocido gracias a este blog y con quienes, personal o virtualmente, ya tengo una amistad, solo puedo deciros que formáis parte de esa vida y le aportáis mucho. Muchísimo, sinceramente.

Muchas gracias, muchos besos y muchos abrazos a todos.


26.5.10

Stay hungry. Stay foolish

Dado que tiene unos cinco años, supongo que yo era de los pocos que no conocía este discurso de Steve Jobs. He salido de la inopia gracias al blog de Ismael Rozalén:




Creo que vale la pena verlo.

En fin, es fácil, bonito y gratis dar este tipo de mensajes; pero cuando provienen de alguien al que las cosas le han ido tan bien como aparentemente le han ido a este hombre, suenan bastante más creíbles.

Personalmente yo no soy un buen ejemplo, pero a veces creo que como contraejemplo (al menos en el plano laboral) no tengo precio, así que me permito darles el mismo consejo, para ustedes o para sus hijos: no hagan las cosas solo porque se supone que así debe ser, no dejen que decidan por ustedes, no adopten prioridades que no son las suyas; no se conformen, ni afectiva ni laboralmente; encuentren lo que les gusta e inténtenlo, y todo irá mejor.

No creo que sea una receta mágica que garantice nada, pero lo contrario sí lo hace: lo contrario garantiza la insatisfacción.


19.5.10

La chistería

Aquí a los tebeos, a los comics, antes se les llamaba chistes.

A la chistería de al lado de casa de mi abuela íbamos mucho. Aunque casi nunca a comprar, porque se hacía una cosa que ahora parece de otro mundo... y probablemente lo sea: se cambiaban chistes. Uno iba con alguno suyo, o sin nada, y elegía de entre los que había en un montón encima de una banqueta, usados; y pagaba un precio incluso entonces bajo.

Aquello lo hacíamos en esta habitación:





Sobre el paso del tiempo, nuestra edad y todo eso, yo creo que ya no hace falta decir nada, ¿no?


18.5.10

Metáfora





Espero que el de verdad (que ya ha empezado, del que ya forma parte esta tarde) lo recorran con las mismas ganas y la misma alegría, y, como este, lo hagan simplemente por disfrutar.

17.5.10

Un hombre me salva

Ayer, la sonrisa de un cliente ya mayor al camarero que le daba la vuelta me reconcilió con la humanidad.

Que se ve que estaba yo enfadado con ella, o algo.

Pero resulta cada vez más evidente (lo siento, aquí va una dosis de psicoanálisis) que cuando uno está enfadado con el mundo es porque éste hace de espejo mágico y le dice cosas que no quiere oír.

14.5.10

Opinión, divino tesoro

No tengo ni idea de economía ni la tendré nunca. Porque la aborrezco. Entre otras cosas por mi probablemente infantil concepto de ella como perversión civilizada.

No sé, por tanto, si hasta ahora se han hecho las cosas bien; aunque supongo que no. Ni si esto será una solución; aunque supongo que tampoco (o no por sí sola). Ni si en realidad el problema es otro muy distinto y habría que empezar por otro lado y poner todo patas arriba pero es demasiado tarde y no hay huevos; pero imagino que sí.

De lo que estoy completamente seguro es de que la media tiene la misma idea que yo. Y sin embargo, quién lo diría...

El caso es que ahora en España una vez más se ha abierto la veda y hay licencia para desahogarse, para soltar esas opiniones que habitualmente se medio disimulan bajo una capa de maquillaje de razones.

No me sorprende. Yo lo hice en su momento con otros.

De hecho, a menudo tengo la sensación de que, en política como en casi todo, la mayoría aprovechamos, bien los aciertos de los demás, bien sus errores, según nos convenga, únicamente para decir lo que en realidad ya pensábamos de ellos.


13.5.10

Conversación







Creí que era evidente, pero parece que no.

Así tiene más gracia: ¿nadie sabe quiénes están charlando en la foto?

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(Ya está dicho: son dos gaviotas.)

11.5.10

Madre del amor hermoso

Llueve.

Contar que llueve sin caer en ningún tópico ni decir ninguna cursilería es una prueba que cualquier aspirante a escritor debería imponerse a sí mismo.

Llueve, como llovía en Madrid y en Castilla.

En Madrid abrí las ventanas. A pesar de la contaminación, siempre entra aire fresco y vuelvo de allí con la sensación de haber ventilado.

Madre del amor hermoso fue un sincero y merecido homenaje.


6.5.10

Relato: Vivo

[El taller propuso reescribir un cuento de Cortázar, La noche boca arriba. Así, con un listón inalcanzable y partiendo de la decepción asegurada, supongo que podíamos soltarnos.]


A los demás ya los habrían cogido. Él aún corría entre los árboles, de noche. Oía su propia respiración, las ramas rompiéndose y ruidos detrás de él, cada vez más cerca. Le faltaba el aire y sentía los latidos en las sienes. Y corría. Tropezando, arañándose, golpeándose la cara y las piernas y cayendo, corría.

Se paró. En la mano apretaba el cuchillo. Se agachó y escuchó. Se ahogaba en silencio.

- Oiga, oiga, amigo –abrió poco a poco los ojos y no vio la selva sino caras sobre él. Había alguien vestido de naranja, del 061- ¿Me oye? No se mueva, vamos a sacarlo. No se mueva, ¿eh? Tranquilo.

Por mirar a aquella cría por el retrovisor. Sabía que le iba a pasar algún día; que por quedarse mirando un culo iba a tener un accidente.

Le colocaron un collarín y lo levantaron un poco entre varios para meterle debajo una camilla, lo alzaron y fue con la vista perdida en el cielo azul, las nubes y los edificios hasta que lo metieron en una ambulancia. Alguien se sentó a su lado y cerró la puerta.

Con un sobresalto oyó un ruido, un paso. Los nudillos blancos alrededor de la empuñadura. Nada. Tenía miedo y habría querido gritar, pero se levantó despacio y en silencio, y continuó andando hasta que de nuevo comenzó a correr. Cada vez más rápido. Con un nudo en el estómago y los dientes apretados, tratando de orientarse, de desaparecer.

Corría llevado por el pánico y recordaba la pelea: los otros cayendo sobre la aldea, los gritos, las cabañas ardiendo, las mujeres y los niños tratando de escapar, su mujer y su hija corriendo a esconderse mientras él clavaba una y otra vez su puñal, enloquecido. Y luego huir, correr en cualquier dirección, llevárselos lejos de ellas.

Cayó y se golpeó la cabeza en una piedra.

Se despertó en Urgencias. Apenas podía mirar a los lados, pero a su alrededor vio más camillas ocupadas. Casi todas por viejos, viejos en bata de casa con cara de muertos, ya, acompañados con hijas tristes, despeinadas y tosiendo.

Tenía un fluorescente justo sobre él, y se quedó mirándolo. Qué era esa selva. Le lloraba un ojo y quiso secárselo, pero al intentar mover el brazo sintió un dolor que no esperaba, agudo, y no pudo. Se quedó quieto y por primera vez se preocupó. Trató de decir algo, de avisar de que estaba despierto, pero solo le salió un gemido. Y siguió mirando la luz del techo. No notaba más que el dolor en el brazo.

Volvió en sí y se dio cuenta de que sus perseguidores estaban muy cerca de él. No lo habían visto, y no se movió. Ya no lo oían y daban vueltas confusos, buscando su rastro. Le dolía la herida en la frente; con la mano más próxima se la tocó y notó la sangre. Cogió el puñal de su lado y esperó quieto hasta que oyó que los pasos se alejaban, y entonces, como un jaguar, se puso en pie, escuchó y empezó a andar en silencio. En silencio. Pero la vista se le nubló y notó que vacilaba, y por un momento no supo dónde estaba. Y vio unas paredes blancas. Uno de los hombres gritó. Y él, alerta otra vez, echó a correr. Rápido, todo lo rápido que podía, sin cuidado ya. Corría. Corría, y las espinas se le clavaban y los árboles le azotaban, pero no paraba.

Llegó a un precipicio, y abajo vio la playa. Y el mar. Entonces oyó el zumbido de la honda, y antes de poder reaccionar caía barranco abajo.

- Carlos, ¡Carlos! –movían la camilla; no había precipicio alguno- ¡Despierta! Mire, es que no despierta… ¡Carlos!
- Hola –murmuró.
- Ay, hombre, por qué no contestas. ¿Qué te pasa? ¿Qué ha pasado? ¿Pero cómo fue?

Trató de decir que no sabía, que no se acordaba de nada, aunque sí, pero no era capaz. Y quería decir que no con la cabeza, pero tampoco podía. Miró el fluorescente. Era viernes.

- ¿Pero cómo pudiste chocar? –se asomaba ahora ella sobre él. Recordó que volvía a casa de la oficina- Desde luego, ¿tú te crees? Dicen que te diste tú solo.

Al día siguiente iban a visitar a unos amigos. El domingo tenían una comida familiar. Esa tarde la había pasado en una reunión de trabajo.

- ¿Se puede saber qué hacías? –se echó a llorar- ¿Y ahora el coche, qué? ¿Y qué voy a hacer? ¿Eh, qué?

Miró el fluorescente.

Lo despertaron las voces de los otros y vio la luna sobre él. Apoyó las manos en la arena e intentó ponerse de pie. Se quedó de rodillas. No veía el cuchillo. Habían llegado abajo y ya corrían por la playa hacia él. Consiguió levantarse, dio unos pasos y volvió a caer. Tocó algo: el cuchillo. Lo agarró y comenzó a andar hacia el agua, dando traspiés. Oía los pasos, que se le acercaban. Maldecían anticipando la venganza por los muertos y por aquella noche. Llegó a la orilla y pensó que se desmayaba.

- Tome, beba algo.
- A ver, Carlos, por favor…

Notó el agua en los pies y se acordó de un niño desnudo de la mano de su madre. Y vio a su mujer y a su hija riendo en las olas.

Estaban llegando junto a él. Se mareaba, y estuvo a punto de caer. Y volvió a verse en aquel lugar incomprensible. Y se vio sentado junto a una mujer que no sonreía, y cada día solo entre extraños, atemorizado. Y vio muchos días de desgana.

Y entonces se agachó, se mojó la cara, se puso en pie, agarró con fuerza el puñal y con un grito se lanzó de frente contra sus enemigos.