26.2.08

Estamos trabajando por ustedes. Disculpen las molestias.

Que es que estoy en Madrid. Desde el sábado, y hasta pasado mañana, jueves.

Cuando vuelva les cuento.

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Ya estoy aquí. Un segundo, por favor...

22.2.08

R-e-s-p-e-c-t

Como afortunadamente y a pesar de todo cada vez vamos siendo más civilizados, el respeto a los demás (a su derecho a opinar, a sus propios criterios, a su punto de vista, a su libertad para elegir camino por ajeno que nos resulte, a, en fin, su derecho a vivir su vida) es ya entre nosotros, y con independencia de que no deje de infringirse, una norma de convivencia generalmente aceptada y considerada necesaria. Y tratar con personas que la obedecen es una suerte.

Pero qué diferencia, qué salto a otra dimensión en las relaciones personales, cuando uno se encuentra con alguien que no sólo cumple dicha norma sino que se la cree, que actúa por íntima convicción, que en verdad siente ese respeto.

Y ya si uno, tímidamente, es capaz de llegar a pisar el umbral de ese estadio, cómo se despeja el horizonte, cuántas barreras se caen a nuestro alrededor, cuántos recelos desaparecen, qué cerca vemos a los demás y qué liberación sentimos.

18.2.08

Señoras y señores

1.
- Misa no, claro, misa no.
- ¡No, es mejor la droga!
- ¿Pero cómo no vais a misa?, ¿cómo no lleváis al niño?, les digo yo. Y eso que no me meto, porque no soy pendenciera, pero sufro. Y aún tienen más que decir.
- Se trae el ateísmo, hija mía.


2.
- A muller sábeo, e canto mais enamorado dela estás... mais te jode.
- Si, ho.

13.2.08

Sorpresas te da la noche

Anteayer, a las once menos algo de la noche, me paré delante del escaparate de Dignidad a ver una lámpara, supongo que recuperada, muy bonita. No había casi nadie en la calle.

A los pocos segundos vi de reojo que alguien se paraba a mi lado, y noté en la cara el aliento de alcohol.

Me habló despacio. Se le trababa la lengua.

- Aunque no te lo creas, aquí pueden ayudarte.

Carallo. Pues sí que tengo buen aspecto.

- ¿Sabes por qué lo sé? Porque, como tú, yo era otra persona.

No hay duda, tengo que hacer algo con mi vestuario, pensé.

Rondaría los cincuenta, bajo, calvo, con bigote, con un chaleco vaquero por encima de una sudadera de Coca-cola light, y escuchaba música por unos auriculares. El ojo derecho era de cristal, y estaba algo hundido por la parte de arriba y daba grima. Se tambaleaba.

- Aquí puedes entrar, y te dan de comer, y te quedas ahí. Estos peces -dijo enseñándome una bolsa de plástico- están muertos porque... porque los pescaron... para mí .

Me apoyé en el alféizar del escaparate. Y él dejó la bolsa a mi lado.
- Mi hermano se murió.
- ...
- Rafael, mi hermano pequeño.
- ...
- Venía aquí, él también. Este pescado no lo voy a comer hoy, ¿eh?
- Ah.
- ¿Te doy miedo?
- No.
- Yo vivo aquí al lado -abrió los brazos y se encogió de hombros-. Yo fui su hermano, y su padre, y su amigo. Nosotros éramos tres: Rafael, yo y mi hermana, la millonaria. Fue adoptada.
- ¿Y de qué murió?
- ¿Qué?
- ¿De qué murió?
- ¿Cómo? -se quitó los cascos.
- Que de qué murió.
- No sé. ¡¿Quién me lo dijo?! -asentí con la cabeza - Este reloj era para mi hija. Era. Le compré otro, después -tras varios intentos consiguió ponérselo-. Se murió, mi hermano. Lo llevo grabado en el pecho -y se golpeaba-. A su padre no lo conoció.
- ¿Tienes una hija?
- Y un hijo. Veintisiete y veintiuno.
- Ya.

- ¿A mí por qué me quiere, la gente? -y abría los brazos con un gesto de sorpresa- Os necesitaba. ¿Qué pasó? ¿Qué le hicisteis?

Nos quedamos un rato callados los dos, mirándonos.

- Tengo que irme.
- Vivo ahí. Mañana abren, esto.
- Ya.
- José Luis
-me tendió la mano.
- Portorosa -se la estreché. Me alejé unos pasos-. Suerte.
- ¡¡No, tío!! ¡Te quiero!

Yo no supe qué decir y seguí mirándolo. Estaba de pie en medio de la acera. Se llevó el puño al pecho.

- ¡Aunque me muera, tío, te quiero!

11.2.08

Esperanza

Dos ancianos suben la cuesta cogidos del brazo. Ella le riñe. Pero mujer..., y ella, animada por el intento, sube el tono de sus reproches. Los veo alejarse, él mirando al suelo.

Un matrimonio vuelve de la aldea y saca del maletero una bolsa de grelos.

Unos padres leen el periódico y una revista y su hijo pre-adolescente se aburre, se aburre, se aburre. La madre deja de leer y se queda con la mirada perdida en la pared pellizcándose la barbilla.

Hay parejas de novios, esposos o amigos, en las que al que escucha no le interesa nada lo que está oyendo, y se nota. Otras en las que ya ni escucha y mantiene la vista fija en algún punto buscando algo que antes había allí. Pero a mí me da más pena ver a dos amigas ante un café (casi siempre son dos amigas) y notar en su tono, su cara y su forma de mirar a todos lados que ni siquiera la que habla es capaz, por mucho que se esfuerce, de verle algún interés a lo que está contando; y que se pregunta, en un silencio, cómo es posible que aquello sea lo mejor que hay.

En la calle, una madre cansada contesta a su hijo en tono despectivo, y el niño insiste en su demanda de atención. Por ahora.

La luna está en su tercer día de creciente, pero se ve bien la parte en sombra (por un momento, uno hasta llega a creerse lo de que es un satélite de tres dimensiones suspendido en el espacio, y no un dibujo plano en el cielo).

Y un niño en brazos de su padre la señala y dice mmm-na, y se ríe. Y el padre se arrepiente y todo se perdona.

7.2.08

La dificultad de no seguir un guión

Como Hans Castorp y sus compañeros llegaban a acostumbrarse a no acostumbrarse, yo empiezo a considerar normal estar raro.