31.7.12

Vicedo: el rayo verde

Triste, como me acosté, me levanté.

Solo yo sé lo que he llorado en los últimos años, desde que me separé; y sin embargo esta mañana Paula me dijo que era la primera vez que me veía hacerlo. Fue poco, pero lloré delante de ella; valga esa afirmación suya como atenuante.

Aunque no soy partidario de que los niños, por ser niños, permanezcan en una burbuja aséptica donde no pasa nunca nada malo, y sean ajenos a los problemas que los rodean, siempre he tenido claro que no había que cargarlos con pesos que no les correspondía llevar. Para cada edad, supongo que hay que ir sabiendo hallar el equilibrio entre cuidarlos y permitirles madurar. Yo con ellos hablo mucho de casi todo, porque los creo capaces de entender muchas cosas; sobre todo con Paula, lógicamente.

No voy a entrar ahora a analizar a fondo cómo ha sido mi mes de julio, pero esta mañana Paula me dejó mucho mejor cuando, tras oírme (estábamos los dos solos, desayunando; Carlos dormía aún), me dijo que eso eran cosas mías, que solo lo pensaba yo, que para ellos no pasaba nada. Me quedé muy tranquilo.

Y, en consecuencia, el día ha sido magnífico: Paula volvió a ir sola a la compra, y resolvió los imprevistos con acierto; Carlos y yo, mientras, jugamos a indios y vaqueros; volvimos a casa, comimos, leí un rato, hicimos barcos y bajamos a la playa. La tarde ha sido muy buena, aunque a eso de las siete y media u ocho una nube nos echó. Pero como teníamos pendiente una visita al Semáforo de Bares, no me importó.

Íbamos con amigos, pero cuando se fueron nos quedamos un poco más, haciendo fotos los tres. El sitio es impresionante (y se puede comer y dormir, aviso), y aun encima estuvimos durante la puesta de sol, con lo que todo parecía un espectáculo programado. Y vimos, con total claridad y durante al menos un par de segundos, el rayo verde. He contemplado muchas puestas de sol en la mar, muchas, se lo aseguro, y hoy ha sido la primera vez que lo he visto. Muy simbólico, ¿no?


De ese momento no tengo foto, pero les dejo estas. Fíjense qué colores, el cielo y el mar; son los que eran. Y miren ese barquito, qué insignificante y frágil, que parece dirigirse hacia el abismo del fin del mundo.







Volvimos a casa tarde. Hablando sin parar. Yo, contento; ellos, creo que también.

Como quiero irme mañana.


30.7.12

A Bares, desde Vicedo

De todos los pueblos de las Galias, los belgas son los más valientes, creo que escribió César; o eso decían en Asterix. Pues de todos los pueblos de esta zona, el más bonito es Bares, para mí.

En realidad Bares hay dos: a Vila y o Porto (creo que esto ya lo expliqué algún año), ambos preciosos. A Vila está en lo alto del monte, y tal vez tenga un encanto especial, aunque el hermano conocido es o Porto. Si todo esto me parece, como saben bien ustedes, paradisíaco, cada vez que vamos a Bares la sensación es mayor si cabe.



Primero vamos al faro. A Paula y Carlos les encanta (no recordaban sus anteriores visitas, que las ha habido), y no paran de hacer fotos.


A la izquierda, el Atlántico, a la derecha, el Cantábrico

Toda esa península que cierra por el oeste la ría de O Barqueiro está felizmente despoblada, y el paisaje es bonito y duro, con pocos árboles conforme se va llegando al extremo; bastante irlandés, creo yo. Uno se imagina La hija de Ryan perfectamente (Jesús, no sé a qué esperas).



Comemos estupendamente (pulpo a la plancha y albóndigas de bonito) junto al muelle. Luego ellos van un momento al único parque infantil del mundo con botes varados por el medio y yo leo. Al final, una vez habituado a cierto tono demodé del libro, estoy disfrutando mucho con Conrad. Claro que no descubro nada nuevo (excepto, al parecer, a los de Editorial ALBA).


Una de las casas que quiero


Después nos vamos a la playa, que es... En fin, no hago más que repetirme, pero es que la verdad: a mí me cuesta creer que esto no le parezca una maravilla a cualquiera que lo vea. Los niños lo pasan genial, juegan y se bañan muchísimo (tengo que salir nadando detrás de un balón de Nivea que, empujado por el poco viento, se alejaba a toda velocidad; al final me alejé de la playa más que ningún día); y yo cometo un error con la cámara y echo a perder la mejor serie de fotos, probablemente, de las vacaciones. He salvado esta:


Al fondo, la isla de la Coelleira

Volvemos tarde a casa y tras una primera cena salimos al muelle, caña en ristre. Está abarrotado. No pescamos nada, pero conozco a la madre de un niño con el que juegan los míos, afincada en Noruega, casada con un noruego, ambos arquitectos (él, de construcciones de madera), que se han comprado dos ruinas por los alrededores, donde por el momento pasan el verano bajo un techo improvisado, en tiendas: alucino y en parte envidio.

A partir de las doce vemos un rato de El Señor de los Anillos II, saltando escenas (las de Frodo, que dice Carlos que "no son nada interesantes"), hasta que se duermen. Por cierto, padres, ayer vimos en Viveiro The Amazing Spiderman: está bastante bien, y a mí desde luego me gustó cien veces más que la anterior versión; en primer lugar, porque el protagonista dista de ser un atontado insoportable como el otro.

Antes, por la mañana, ayer también, habíamos dado una caminata larga que me dejó buenos momentos pero algún sinsabor, y una visita a Urgencias por la tarde porque al parecer una hernia discal que tenía en estado latente ha decidido que ya estaba bien de mantenerse en un segundo plano. Voy cumpliendo años...

Esta es, de nuevo, la Coelleira, vista desde el camino.




Esto va llegando a su fin. Y con él, mi mes con los niños.

Estoy triste porque se acaba. Pero sobre todo porque no estoy contento con cómo ha sido. Para mí, y aunque veo a Paula y Carlos cada tarde durante todo el invierno, el verano es la gran oportunidad para disfrutarlos todo el día, para darles cosas que uno solo puede dar con tiempo, para compartirlo todo; es la gran oportunidad para estar bien juntos. Y no estoy satisfecho con cómo han salido las cosas; o con cómo las he hecho, mejor dicho.

Pero ya les contaré con más calma. Por el momento, y ya que hablábamos de cine, mañana será otro día.


28.7.12

Baños, paseos y niebla en Vicedo.

Desde la cama, acostado, veo la Osa Mayor. Ya, entiendo que suena un poquito típico, pero es cierto, la veo. Después de leer, al apagar la luz, me pongo las gafas y me quedo un rato mirando.

Ayer variamos y por la mañana fuimos a otra playa, Xilloi.


Xilloi. Bares al fondo.

Aunque hoy ha hecho el peor día desde que estamos aquí, hemos ido a la playa por la mañana y por la tarde; y a las ocho me he dado el mejor baño de esta semana. Siempre hago lo mismo: me meto poco a poco, con los niños, jugando o lanzando piedras, hasta que me acostumbro a la temperatura y me meto del todo; luego les digo que voy a nadar, para que no se bañen solos, y me alejo. No sé cuánto, porque en el mar no sé calcular, pero pensando en el tiempo que tardo supongo que serán unos 100 metros. Tengo los hombros lesionados y no debería, porque salgo con ellos peor, pero no puedo evitar nadar; es tanta la diferencia con la piscina, y es tan agradable la sensación. De hecho estoy pensando en comprarme un buen neopreno y traerlo en invierno, y echarle un par y bañarme cuando venga los fines de semana. El caso es que, cuando paro, me pongo a dar vueltas, a sumergirme, a dejarme llevar, a hacer el muerto; y me parece una maravilla, uno de los mejores momentos del día sin duda. Y al cabo de un rato vuelvo y salgo del agua pletórico.


Dice Calvino, sobre el arte de empezar y el arte de acabar de escribir:

El principio es siempre ese instante de distanciamiento de la multiplicidad de los posibles; para el narrador, supone desprenderse de la multiplicidad de las historias posibles para aislar y hacer narrable aquella historia que ha decidido contar en esta velada; para el poeta, desprenderse de un sentimiento del mundo indiferenciado, con objeto de aislar y lograr una armonía de palabras que coincidan con una sensación o un pensamiento.
Hasta el instante previo al momento en que empezamos a escribir, tenemos a nuestra disposición el mundo -el que para cada uno de nosotros constituye el mundo, una suma de datos, de experiencias, de valores-, el mundo dado en bloque, sin un antes ni un después, el mundo con memoria individual y como potencialidad implícita; y lo que queremos es extraer de este mundo un argumento, un cuento, un sentimiento: o, tal vez más exactamente, queremos llevar a cabo un acto que nos permita situarnos en este mundo.

Como quiera que acabe, cualquiera que sea el momento en que decidimos que la historia se puede juzgar acabada, reparamos en que no es hacia ese punto adonde conducía el acto de narrar, que lo que importa está en otro lugar, en lo que ha pasado antes: está en el sentido que adquiere ese segmento aislado de sucesos, extraído de la continuidad de lo narrable.

He cogido un libro de cuentos de Conrad, en cuya notabiográfica (Editorial ALBA) me he topado con esto; a ver si les asombra tanto como a mí:

...si de algo peca Conrad no es jamás de poco exacto gramaticalmente, sino, por el contrario, de demasiado académico, de retórico enfático, por eso confesamos no comprender del todo la inmensa admiración dedicada a Conrad.
Su uso del idioma es ceremonioso y distante por falta deconfianza nativa, dejándose así llevar por una tendencia patética a la generalización psicológica y moral.

¿Qué les parece? Solo les faltaría acabar conLo publicamos porque no teníamos nada mejor que hacer, ¿no? Aunque, en aras de la justicia, he de decir que efectivamente me he topado con un vocabulario y una sintaxis bastante pesados. Hacía décadas que no leía a Conrad (supongo que en vez de estos relatos más me valdría releer El corazón de las tinieblas), y no sé cuánto se debe a la traducción y cuánto al autor. A ver lo que duro.


A veces a la Naturaleza se le va un poquito la mano con los decorados

Cada vez estoy más convencido de que los paseos a y desde la compra juegan un papel crucial en nuestras estancias aquí. Creo que son los momentos en los que mejor hablo con los niños, que están al mismo tiempo entretenidos, receptivos y charlatanes; y que a mí me serenan muchísimo.

En el puerto hay unas instalaciones de cría de almeja. Carlos me ha preguntado qué eran y les he contado que ahí se ponen los huevos, se cuidan y, cuando ya están algo creciditos, se “siembran”, para que haya almejas en la ría. Y he hecho la broma de decirle que crecían, se hacían adultas, se casaban, formaban una familia, se compraban una casa, salían a pasear, etc. Y me ha dejado, una vez más, alucinado, al interrumpirme y explicarme que sí, y que luego tienen unas instalaciones para cría de personas,y que las cuidan hasta que crecen, y luego las siembran, y les explican a sus hijos qué son, etc.


La niebla de los montes de enfrente me tiene fascinado. Le saco fotos y fotos; pero no consigo hacer ninguna que recoja bien el efecto y pueda transmitir la misma sensación.



25.7.12

Vicedo: días

El tiempo sigue siendo excepcionalmente bueno. Ritmo lento de playa mañana y tarde, paseos a la compra y sobremesas entre dibujos, aviones de papel, tarjetas postales y (por primera vez, los tres) lectura.



Tras dejar a medias El mal de Montano, de Vila-Matas, por falta de interés (mi primer libro para frikis; de literatura, pero frikis), y leer un par de relatos de Cuentos contados dos veces, de Hawthorne, llevo desde ayer por la tarde con Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, que me está gustando. Les dejo un par de citas de las muchas que estoy subrayando:

...en una época en que triunfan otros media velocísimos y de amplísimo alcance, y en que corremos el riesgo de achatar toda comunicación convirtiéndola en una costra uniforme y homogénea, la función de la literatura es la de establecer uan comunicación entre lo que es diferente en cuanto es diferente, sin atenuar la diferencia sino exaltándola, según la vocación propia del lenguaje escrito.
Como para el poeta en versos, para el escritor en prosa el logro está en la felicidad de la expresión verbal, que en algunos casos podrá realizarse en fulguraciones repentinas, pero que por lo general quiere decir una paciente búsqueda del mot juste, de la frase en la que cada palabra es insustituible, del ensamblaje de sonidos y de conceptos más eficaz y denso de significado. Estoy convencido de que escribir prosa no debería ser diferente de escribir poesía; en ambos casos es búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa, memorable.



Hoy hemos ido a pescar después de la cena, los tres. Y hemos vuelto con ¡un chipirón! Nos ha parecido una proeza. Lo ha cogido Carlos. Mañana, que estamos invitados a casa de nuestros vecinos, lo comeremos.

Ahora, más tarde de las tres, me acuesto con la ventana abierta. Como en las novelas, se oyen las olas.




23.7.12

Una semana en Vicedo

Hoy se han ido M y C, tal y como estaba previsto. Hasta fin de mes, nos quedamos los niños y yo.

Podría hablarles de expectativas desmesuradas, o decirles que es inútil buscar ciertas cosas fuera de nosotros mismos, que lo máximo que lograremos será envolver un hueco vacío. Afinando más, debería hablar de errores de planteamiento.

El caso es que esta primera semana que acaba no ha sido lo que esperaba. Tal vez porque esperaba, no demasiado, sino mal. Como digo, planteamientos equivocados, ansiedad y una falta de estabilidad, sosiego y calma internos (míos) que han hecho más difíciles las cosas; aunque poco a poco hayan ido yendo mejor.

De todos modos, ahora haré caso del consejo que me acaban de dar y no pasaré estos días que vienen lamentándome por el pasado.


En cualquier caso, el cariño, los juegos y la belleza no han faltado.






M, C y Paula, antes de desayunar



Yo

La puesta de sol de hoy.



15.7.12

En Vicedo

No digo más.



Al final, no me puedo callar:

Hemos llegado hoy, a eso de las siete y media de la tarde. Hacía dos meses o más que no veníamos y lo echaba mucho de menos.

Hemos venido los tres con M y su hijo, C. Cuando hemos terminado de deshacer los equipajes y de instalarnos mínimamente, los tres niños nos han convencido para bajar a la playa, casi a las nueve. Solo había una señora, la vecina y matriarca de una familia madrileña que en los primeros setenta llegó aquí por casualidad, por un anuncio en el periódico, y desde entonces tiene en Vicedo su segundo hogar. Me he acercado a saludarla a la roca donde estaba sentada y enseguida he vuelto con todos, que se iban al agua; los dos más pequeños, corriendo por la arena con las gafas y el tubo de bucear ya puestos.

El agua estaba fría, por supuesto, pero para esto tener niños, y que los niños se bañen sí o sí, ayuda mucho. Me he ido metiendo, hasta mojarme del todo.

Y entonces.

Entonces me di la vuelta, vi el monte, el monte con el faro, mi monte, y el sol justo sobre él, tocándolo, a punto de ponerse; miré atrás y vi a los cuatro; y me puse a nadar.

A nadar, con los ojos cerrados, sintiendo el agua en la cara, en el pecho, notando los brazos entrar y salir, notando la sal, notando tanto tiempo sin venir. He seguido varios minutos, mirando de vez en cuando el fondo verdoso, hasta que he parado y he sacado la cabeza. Aquí estaba, aquí estaba otra vez, rodeado por la ría, frente al monte, frente a la playa, oyéndolos jugar, oyendo las gaviotas, oyendo una lancha entrar. Y me ha costado no gritar, o no llorar. Y por primera vez en semanas o quizá en meses me he sentido feliz. He estado un rato girando, buceando, dejándome flotar. Completamente feliz. Lo necesitaba, lo necesitaba, lo necesitaba.

Aquí estoy, en Vicedo, el sitio que más me gusta del mundo, no sé bien por qué. Aquí estamos.


Ahora todos duermen arriba. Excepto Carlos, que se ha acostado recordándome si mañana podemos ir a pescar, los demás han ido cayendo durante la película. No sé si escribiré mucho estos días. Hoy acabo ya; apago y subo.

Estamos en Vicedo, por fin.


8.7.12

Galicia (húmeda) VI

¿Se acuerdan del helecho de mi coche, que en su última visita al taller sufrió las consecuencias del pragmatismo del mecánico?

Bueno, pues la Naturaleza, en forma de verano lluvioso, ha vuelto a poner las cosas en su sitio:




Y yo me alegro mucho.


2.7.12

Relato en tuits: #elcastillo

[He hecho algo tan absurdo (y pesado) como escribir un pequeño cuento en Twitter, un medio poco adecuado donde los haya.

Y ya que lo he acabado, lo copio aquí. Tal cual, con sus fallos, sus incongruencias y sus numerosas repeticiones, y todo.]


#elcastillo
Aunque solo tenía 6 años, Carlos salió de su casa una mañana muy temprano, él solo.
Cruzó el pueblo andando, llegó a las últimas casas y continuó por la carretera. Al cabo de un rato tomó un camino sin asfaltar que se internaba en el campo. El camino fue estrechándose hasta desaparecer. Carlos siguió andando. Atravesó prados y huertas, cruzó un puente y llegó a un bosque. Entró en él. Las copas de los árboles eran tan espesas que casi no dejaban pasar la luz, y Carlos apenas veía.

Después de mucho andar logró salir al otro lado. El paisaje había cambiado. El cielo estaba cubierto de nubes grises. La hierba había amarilleado y ya no se veían flores. Soplaba un fuerte viento que hacía que le costase avanzar. Poco a poco la hierba fue desapareciendo del todo. Pronto, andaba entre piedras y charcos. A lo lejos, una montaña solitaria, alta y oscura, lo esperaba. 

El terreno era cada vez más abrupto, y Carlos subía entre rocas. Se dio cuenta de que un camino estrecho iba tomando forma bajo sus pies,y serpenteaba hasta donde él podía ver. Enseguida necesitó ayudarse con las manos para seguir ascendiendo. De vez en cuando miraba a la montaña. Cuando pudo distinguir mejor la cumbre, vio que en ella se alzaba un castillo. Era un castillo de altas y torcidas torres y negros tejados. 

Tras una penosa ascensión, en la que varias veces estuvo a punto de darse por vencido, llegó ante sus puertas. Carlos se acercó al enorme portón de madera, apoyó el cuerpo contra él y empujó. Se abrió. Carlos asomó la cabeza. No se veía nada. Entró.

Cuando se acostumbró a la oscuridad vio que se hallaba en un inmenso recibidor, del que no alcanzaba a ver el techo. Frente a él nacía una gran escalinata que se perdía en las sombras. Se acercó a ella, se agarró al pasamanos y comenzó a subir con la mirada fija en los escalones que iban apareciendo ante él. Por fin, la escalera acabó en un largo corredor, del que no veía el final. Carlos seguía agarrado al pasamanos. 

Se soltó y comenzó a caminar. No veía más lejos de tres o cuatro pasos. Fue pasando junto a puertas cerradas y pasillos que se alejaban en la oscuridad. Anduvo mucho. Parecía no tener final. Hasta que le pareció oír un ruido. Se detuvo y escuchó. Esperó inmóvil, y al cabo de un rato volvió a oír algo. Parecía venir de un corredor que acababa de dejar atrás. Volvió sobre sus pasos y miró. No veía nada, a pocos metros la oscuridad era total. Pero se metió por él. 

Fue recorriéndolo lentamente, sin oír nada. De vez en cuando tanteaba la pared, y notó que se manchaba con algo pegajoso. Volvió a oírlo, esta vez delante de él, lejos. Le pareció el ruido de algo arrastrándose. Se quedó quieto, dudando. Pero siguió adelante, andando más lentamente todavía. Hasta que le pareció ver un cambio, un movimiento, en las sombras. Carlos se paró asustado, pero enseguida continuó andando, esta vez más rápido. Algo se volvió a arrastrar, y oyó una puerta. Todas las que fue probando estaban cerradas. Al fin, una se abrió. 

Entró en una habitación vacía con otra puerta al fondo. Cruzó y la abrió. Daba a una nueva puerta. Abrió. Nada. Siguió abriendo puertas, cruzando habitaciones vacías y recorriendo pasillos sin ver nada. A veces volvía a oír algún ruido. Como mucho creía notar una variación de las sombras a lo lejos. Nada más. Carlos pasó horas persiguiendo no sabía qué.

Hasta que en una de las innumerables habitaciones en las que entró vio cómo la puerta de la pared de enfrente se cerraba. Corrió a abrirla, y al hacerlo se quedó inmóvil. Todo el hueco de la puerta estaba ocupado por una masa informe que se pegaba al marco sin dejar un resquicio. Era como una enorme espalda, como una barriga que llegase al suelo y se arrastrase. 

Carlos levantó muy lentamente la mano. Estaba a punto de rozar aquello, que donde los bordes de la puerta lo apretaban dejaba una espuma espesa. Pero antes de que lo hiciese, el cuerpo comenzó a agitarse, a revolverse rápidamente. Dio un paso atrás. Aquella masa estaba girando. La veía moverse al otro lado de la puerta, haciendo el ruido de una tela mojada deslizándose, goteando contra el marco. Y Carlos salió huyendo. Oyó un portazo a sus espaldas, pero no miró atrás.

Atravesó habitaciones, recorrió pasillos, abrió puertas; sin saber a dónde iba y sin dejar de correr. Alguna vez miró a sus espaldas, pero no veía nada. Tan solo oscuridad. Sin embargo lo oía arrastrarse, dar portazos, golpes. Encontró puertas cerradas, cuartos sin salida y muros que le obligaban a volver sobre sus pasos. Se cayó varias veces, y se levantaba y corría sin importarle en qué dirección. Solo trataba de alejarse de los ruidos.

Al fin, creyó reconocer en uno de los pasillos el corredor al que había subido por las primeras escaleras. Carlos dudó unos segundos hacia dónde ir. Cuando lo hizo llegó al final sin haber visto más que puertas y más pasillos. Estaban al otro lado. Tenía que retroceder. Comenzó a hacerlo poco a poco, andando muy despacio mientras trataba de ver algún movimiento por delante de él. Caminaba agachado y pegado a la pared, con la mirada fija en la oscuridad del fondo. Ahora no se oía nada. 

Tras lo que le pareció una eternidad vio las escaleras a unos metros de donde estaba. Entonces oyó algo. Aquel ruido le hizo mirar tras él. La sombra que ocupaba el pasillo era ahora más oscura. Y se movía. Se acercaba. Se precipitó hacia las escaleras y comenzó a bajarlas a saltos. No acababan nunca. Llegó abajo justo cuando el pasamanos empezó a temblar. Sin volverse, corrió hacia la puerta, que seguía entreabierta.
Con medio cuerpo ya fuera miró hacia dentro, hacia la escalinata. Nada. Ni un movimiento, ni un ruido. Solo oscuridad. Entonces la hoja de la puerta que agarraba comenzó a temblar casi imperceptiblemente. Salió y de un tirón la cerró.

Se alejó corriendo cuesta abajo, levantando polvo y haciendo rodar piedras. Al llegar al primer recodo del camino se detuvo. Miró atrás. Las puertas seguían cerradas y no se oía nada. Carlos respiraba agitado y se protegía los ojos de la luz. Entonces, en una torre, la contra de madera de una pequeña ventana se empezó a abrir. Saltó tras una roca y permaneció encogido y quieto.

Poco a poco fue arrastrándose hacia abajo, y no se levantó hasta que se supo fuera de la vista del castillo. Nada, no se veía nada. Y corrió, huyó todo lo rápido que podía por el sendero, resbalando, cayendo y levantándose. Dejó atrás el terreno más abrupto y pronto marchaba entre charcos y barrizales. Luego, casi anocheciendo, llegó al bosque. Se internó entre los árboles y caminó bajo sus copas, viendo menos a cada paso que daba. Acabó saliendo al otro lado, a los prados y el camino. Era noche cerrada. Siguió andando hasta llegar a la carretera. Al fin vio, a lo lejos, las luces del pueblo. No miraba atrás.

Llegó a las primeras casas y siguió la calle principal hasta su puerta. Entró. Toda su familia dormía.

Subió a su habitación y se acostó junto a su hermana. Y se durmió.

A la mañana siguiente se despertó tarde. Abajo, en la cocina, se oía preparar el desayuno. Cuando entró, su madre le sonrió.
- Buenos días, Carlos.
- Hola.
- ¿Has dormido bien? -le preguntó su padre.
- He pasado miedo.
- Pareces mayor, hoy -le dijo el padre.
- Es que he pasado mucho miedo -repitió él mirándolos.
- Bueno, no pasa nada, ahora estás aquí y estás bien. Vamos, siéntate con nosotros.
- Sí.