30.10.05

Grandes escritores.

Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas. Montesquieu.

No sé casi nada sobre literatura, pero pocas cosas hay en la vida que me gusten tanto como leer.

Creo que lo que ante todo nos da la literatura es placer; un placer que adopta infinitas formas y que para cada lector surge de unas razones, pero placer al fin y al cabo. Yo leo por placer, y como lector no necesito teorizar sobre libros ni escritores, y mucho menos preciso hacer clasificación alguna.

Pero creo que a lo largo de los años uno inevitablemente saca conclusiones de sus lecturas, y poco a poco, a menudo de manera inconsciente, va valorando autores y obras y, de acuerdo con esta valoración, ordenándolos y clasificándolos.

Pues bien, yo suelo clasificar a los escritores (a los escritores que publican, se entiende, a lo que la gente entiende por escritores) en: malos, que no me parece merezcan ser escritores (aquí incluyo muchos que no he leído jamás, porque tengo mis prejuicios, sobre todo relacionados con quién los lee); normales o aceptables, los que probablemente sí justifiquen que se editen sus libros, porque saben escribir, pero no aportan demasiado, o nada, y su lectura es prescindible; y buenos, los buenos, los que escriben bien y me gusta leer.

Pero en mi clasificación (¿han leído bien?: "mi clasificación"; todo lo que aquí digo es personal y subjetivo, y no pretende tener validez para nadie más) hay un cuarto grupo, aparte: el de los grandes escritores.

Para mí, un gran escritor es un escritor tan bueno que ni él ni su obra son comparables al resto; un gran escritor está a otro nivel, en un plano superior, es un escritor genial, tocado por el dedo divino; y lo que hace es Literatura con mayúsculas, es arte.

Un gran escritor tiene un lenguaje propio, y en cierto modo, en última instancia llega a crear en su obra un mundo propio. Y puede elegir el tema que quiera, porque siempre estará hablando del hombre y de la vida.

Los grandes escritores se caracterizan porque su escritura tiene la virtud de no ser simplemente como la de los demás pero mejor, sino que es distinta, original, nueva (lo que no significa necesariamente que utilice nuevos recursos, o un estilo vanguardista, ni nada parecido, es algo más profundo); su escritura no deja ver el trabajo y el pulido de una técnica, aunque por supuesto ambos estén detrás del resultado, sino que parece natural, espontánea, tanto que incluso si utiliza una sintaxis compleja y un vocabulario erudito, si las estructuras gramaticales son infinitas y laberínticas, parece que no podría haberse escrito de otro modo; sus frases no nos dejan ver cómo el autor fue borrando y cambiando palabras hasta que le salió algo redondo, pero son frases perfectas, que nunca desentonan, nunca responden a un modelo y nunca se acomodan a lo conocido.
Hace años, cuando jugaba al tenis, me decía mi padre: “Fíjate en Lendl, no te fijes en McEnroe; Lendl es humano”. Es posible copiar a un buen escritor, pues leyéndolo vemos el camino que lo ha llevado allí, vemos los andamios de su escritura. A un gran escritor, no.

Algo, por mis gustos, por mi idea de qué es escribir bien, especialmente significativo en la escritura de un gran escritor es que en ella no sobra nada. Todo lo que está, es. No hay adornos innecesarios, no hay necesidad de deslumbrar ni con contenidos superfluos ni con piruetas gratuitas. Y todas las divagaciones y piruetas, si las hay, parecen imprescindibles y son bienvenidas.

Iba a decir que los grandes escritores sobresalen de entre los de su momento, y que el tiempo los confirma como referentes claros de una época y los convierte en clásicos. Y creo que es así, pero hay un problema: yo tengo mis propios grandes escritores, y la historia de la literatura tiene los suyos, los “oficiales”. La mayoría coinciden, claro (y no sólo porque me hayan llegado imbuidos de esa condición y eso me haya obnubilado, sino porque al final nuestros gustos no son tan distintos como nos gusta pensar), pero algunos no. Así que puede haber nombres consagrados que a mí no me parezcan nada especial (muy poco habitual, la verdad), y viceversa; y, sobre todo, yo ahora tengo mis propios favoritos, mis escritores geniales de la actualidad (últimos, digamos, cincuenta años), y no todos coinciden con los que la crítica y los lectores parecen encumbrar, y no sé si el tiempo hará acertados mis pronósticos… lo cual no me importa en absoluto.

Una última cosa: cada vez considero más injusto y difícil valorar a un autor que se lee traducido, pues, aunque probablemente la traducción no sea nunca tan mala como para convertir un buen escritor en uno malo (que se dé lo contrario me parece dificilísimo, aunque no imposible), sí puede hacerle perder valor, sí puede normalizarlo, privarlo de la genialidad que sólo da la escritura perfecta. Y, lamentablemente, eso me pasa con todos los no hispano/gallego-hablantes, pues ser capaz de leer en un idioma, comprender un libro, no es, ni mucho menos, lo mismo que ser capaz de apreciarlo literariamente. Pero, asombrosamente, hay escritores que incluso traducidos son maravillosos; en cuyo caso me lamento de perdérmelos en su propia lengua.


[Y digo yo, ¿qué pretendo decir con todo esto?, ¿a qué conclusión llego?. A ninguna, ni llego a ninguna conclusión -como ustedes habrán comprobado-, ni pretendo decir nada más que lo que he dicho: cómo clasifico yo a los escritores, y qué quiero decir cuando califico a un autor de gran escritor.
Pensé en poner algún ejemplo, pero me dio un poco de vergüenza.]

28.10.05

Cosas bienintencionadas y consideradas normales que no soporto que le hagan.

Que le pregunten si los quiere.
Que le pregunten a quién quiere más, si a X o a Y.
Que para reñirle le digan que no la quieren.
Que la amenacen con no quererla si no hace lo que le están pidiendo.
Que le pidan un beso a cambio de algo que le están ofreciendo.
Que se la quieran ganar con regalos... (los puntos suspensivos son de desánimo).
Que quieran darle pena porque ella les hace (dicen ellos) poco caso.
Que le digan que es mala, aunque se porte mal.
Que la quieran consolar diciendo que algo o alguien (sobre todo si soy yo), supuesta razón de su aflicción, es malo (sobre todo si le cogen la mano y hacen que le/me pegue mientras repiten "malo, malo...").
Que en su afán de protegerla la asusten.
Que, casi casi, intenten que no le gusten las cosas que a ellos no les gustan, aunque objetivamente no sean malas.
Que le pregunten qué prefiere, cuando no es posible hacer caso de lo que prefiere (o, lo que es lo mismo, que le ofrezcan una alternativa atractiva y no factible a la que ya se ha dado por segura).
Que le pregunten su opinión si no le van a hacer caso.
Que no le pregunten su opinión cuando cabe esa posibilidad.
Que la forma de animarla sea una especie de reto medio despectivo, del tipo "¡Ooh, no sabe hablar!"; sobre todo cuando era tan pequeña que no entendía (aunque eso tenía sus ventajas).
Que lo primero que le digan los semi-desconocidos por la calle sea una especie de amenaza teóricamente cariñosa del estilo: "Uy, esa muñeca me la voy a llevar yo...", o "A esta niña la voy a llevar yo conmigo a mi casa..." (¡y eso siempre, siempre, siempre ocurre!).

Y lo más curioso es que cuando planteo estas objeciones la contestación suele ser que siempre se ha hecho así, incluso conmigo, y no ha pasado nada. Y digo que es curioso porque, ¿acaso alguien piensa que nosotros, las personas que conocemos, la mayoría de la gente, somos un ejemplo de adultos mentalmente equilibrados, sensatos, emocionalmente estables, curiosos, inquietos, despiertos, abiertos, maduros, seguros de nosotros mismos, responsables, tolerantes, sociables, alegres, generosos y cariñosos?, ¿acaso el resultado ha sido como para estar, en general, orgullosísimos?, ¿acaso no somos, en una proporción tristemente alta, un verdadero muestrario de miedos, inseguridades, desequilibrios, egoísmos, mentalidades obtusas, conformismos, fobias, prejuicios y estulticia?

Y que conste que yo tiro la piedra sin estar -ni mucho menos- libre de culpa.

24.10.05

Vanitas vanitatis et omnia vanitas.

¿Se han fijado en que en las placas conmemorativas antiguas (digamos de hasta principios del siglo XX), curiosamente, el personaje o colectivo homenajeados eran los claros protagonistas de la inscripción, y desde luego tenían más importancia que la autoridad que los homenajeaba, la cual, cuando aparecía, era citada de un modo genérico y jamás personalizando (por ejemplo, "La ciudad de Cádiz y, en su nombre, el ayuntamiento" o "La corporación municipal de 1876")?

Ahora no, ahora el verdadero homenajeado es el homenajeador. Y, en el caso de la administración pública, en la que ninguna autoridad remotamente relacionable con el acto es obviada, lo es por riguroso orden de preeminencia jerárquica.

Significativo.

18.10.05

Perdido.

Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.
Rochefoucauld.

Cuántas tardes vacías he pasado yendo solo de un lado a otro, andando, o en coche, buscando el sitio donde iba a estar bien, donde de verdad me iba a apetecer leer, donde iba a poder pensar a gusto en algo muy profundo, y antes de llegar daba la vuelta porque decidía que en vez de leer iba a mirar el paisaje, y entonces no era aquél el sitio, y ponía música clásica, y después veía que hacía mal día y por tanto mejor sería ir a una cafetería a observar a los demás, yo tan perspicaz, y ponía jazz, pero temiendo que no hubiese gente o que la que hubiese no mereciera la pena no entraba, y paseaba y me sentaba y casi acababa una página y ya me marchaba porque allí no había nadie, y volvía a querer mirar los colores y la luz del cielo y cogía el coche, y esperaba que donde iba hubiese alguien más que me viese, lobo solitario interesante, y ponía clásica otra vez y por el camino intentaba pensar dónde podía ser eso. Y no sabía. Y cada vez conducía más despacio.

Y terminaba parándome en un arcén. Y apagaba la radio. Y me sentía superficial, tonto e infantil.

Y me sentía solo (y sabía que estaba dejando pasar demasiado tiempo sin vivir).

13.10.05

Técnica de relajación.

La otra tarde, como estuve solo y hacía buen día, fui a dar un paseo a la playa. Llegar a las más bonitas lleva apenas diez o quince minutos en coche.

Éste es el hueco por el que entré desde las dunas:




Como pueden apreciar a mitad de foto a la derecha, había gente, pero se estaba bien, no estábamos muy apretados. Así que me senté sin hacer nada, mirando el mar (al final, la verdad es que no paseé).


Cuando los montes a mi izquierda me quitaron el sol volví a casa.

12.10.05

El merluzo sentando cátedra.

Hemos escrito y leído. Casi todo muy loable. Todo bien intencionado. Algunas cosas, además, muy sensatas e inteligentes; otras, en mi opinión, no pasan de arrebatados ejercicios de poesía que -tengo la impresión- enseguida se desvanecerán en el aire (creo que en general la fugacidad de las ideas y de las intenciones es proporcional a la vehemencia con la que se exponen).

Hablar entre nosotros puede ser muy reconfortante, pero de ahí no pasa. Yo creo que si alguno de ustedes quiere hacer algo puede optar entre:

- Votar, cuando toque, a quien crea que más y mejor se preocupará por estos temas. Sería, en teoría, el método más eficaz; lo malo es que las opciones son no sólo limitadas sino insatisfactorias.

- Iniciar una revolución. Pero a mí me parece poco factible, a estas alturas, y creo que además resolvería poco.

- Dar dinero a quienes están haciendo algo. Y no me vengan diciendo que eso es lo fácil y que no vale para nada: es relativamente fácil, sí (depende de las posibilidades de cada uno, y de lo que se dé), pero vale, ya lo creo que vale. Pensar lo contrario, pensar que las cosas se arreglan sin dinero es de un irrealismo casi infantil.

- Hacer algo, apuntándose en una ONG que merezca su confianza, o algo por el estilo (a no ser que sea usted uno de los afortunados que trabaja en algo útil de verdad y ya esté poniendo su granito de arena). Esta opción, por supuesto, es dificilísima; hay quienes verdaderamente no pueden hacerlo, y hay quienes aun pudiendo no lo hacemos (que cada uno busque su justificación).

- Espolear a quienes hacen algo, tanto a los de a pie como, sobre todo, a quienes tienen poder (aunque no tanto como nos creemos; romper la cadena no está al alcance de nadie). El modo de espolear incluye opinar, claro; mejor cuanto más se les oiga. Pero háganlo con cabeza, razonando, desde dentro, desde el sistema, porque a los convencidos no hay que volver a convencerlos; a quienes hay que convencer es a los que no están de acuerdo, a los que piensan que esas cosas son tonterías. Y a base de gritos, de llamadas a la revolución, de proclamas incendiarias, de idealismo, no se convence a nadie. Eso los espanta. Y se juntarán y dirán, entre risas, ¡Vaya chalados! Éstos están de coña, ¿pero en qué mundo viven?

Esta última opción, incluso cuando se ejerce de forma madura y realista, no suele servir directamente para nada, pues no se llega a los oyentes y lectores adecuados, y si se llega no se hace desde una posición de autoridad (y eso, por supuesto, importa). Pero todavía creo que, indirectamente, sirve para ir conformando y alimentando un estado de opinión, de opinión pública, que (como ya dije ayer) tiene la capacidad, a corto plazo, de obligar a quienes ostentan el poder a disimular un poco, y, a largo, incluso a que vayan haciendo, muy poco a poco, algo de lo que se les reclama.


Muchas veces lo he pensado, y no sé si el mundo va a mejor o a peor. Sé que el panorama no es como para estar muy orgullosos, sino más bien al contrario, pero por ahora aún no nos lo hemos cargado del todo, lo cual no es nada desdeñable, teniendo en cuenta la cantidad de gente que en cualquier época parece intentarlo.

En fin, ya me callo.

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Perdón, se me había olvidado algo, quizá lo más importante. Al estar ahora con mi hija me he dado cuenta: puedo intentar educarla para que sea una buena persona.

11.10.05

¡Cambiemos el mundo ya! ...que mañana es festivo.

Hoy, para mí, es un día normal. Como ayer, y espero que como mañana (bueno, no, mañana no trabajo). Y para vosotros, para casi todos, también (o eso espero, sinceramente).

A la enorme cantidad de personas que se mueren cada día desde siempre sin que ello suponga novedad alguna, esta semana les podemos sumar los muertos de Pakistán e India y los de Centroamérica (no, los de Irak no, no cuentan, que ya son habituales); y, además, sabemos que el problema de la inmigración está viviendo, a nuestro lado, unos momentos dramáticos (quizá no tan excepcionales como pensamos, pero antes no estábamos enterados).

Por supuesto, sé que, más allá de dar (si es que lo doy) algo del dinero que me sobra, no voy a hacer nada. E incluso pienso con bastante tranquilidad que en realidad es que no puedo hacer mucho más. Y vosotros, casi todos, también.

Podéis buscar en la red fotos de cualquiera de esas tres tragedias. Yo lo acabo de hacer pensando en poner alguna aquí, pero al final no le he visto demasiado sentido. Todos sabéis cómo encontrarlas en unos segundos. Son terribles.

¿Qué se puede decir sobre su sufrimiento y su indefensión? ¿Qué sobre la injusticia? Nada nuevo.

¿Qué puedo deciros, que no se haya dicho ya mil veces, sobre nuestra poca vergüenza, nuestro egoísmo, nuestro conformismo, etc., etc.? Nada.

Además, ni vosotros ni yo necesitamos oírlo: sabemos que es todo cierto. Es más, sabemos que esas cosas no van a cambiar; al menos no de modo apreciable en mucho tiempo. Incluso algunos creemos (pensamiento nada original, por otra parte) que repetirlo en voz alta, rasgándose las vestiduras, no es a menudo más que una forma (bienintencionada a veces, hipócrita otras) de acallar esa esquinita de la conciencia que nos da la lata, y nada más; una escena de cara a la galería, para quedar bien, y punto.

Este texto es un buen ejemplo de eso:
Voy a acabar de escribirlo, y lo voy a guardar y mostrar en el blog en lugar del que ya había puesto con fotos de una playa de cerca de mi casa (y en el que, aun encima, pretendía hacer un chiste). No os pareceré un desconsiderado ni un frívolo, y yo me quedaré un poco más contento. ¡Bueno, he puesto mi granito de arena!, diré mientras apago y me pongo a leer en el sofá.
Y los que lo leáis tendréis la oportunidad de sentiros gente comprometida, que se preocupa, que no se olvida de los problemas del mundo, que no es como los demás... En fin, que os hago un favor.

Así que nada, hasta mañana. Ya veréis qué fotos más bonitas.

9.10.05

Estudio sociológico inconcluso.

Primera conversación oída en la calle ayer sábado:

Mujer de entre 45 y 50 años, andando junto a una señora de entre 70 y 75.

- Mujer: Pues Pili fue a Barcelona al concierto de U2, y se quedó en casa de Juana (...)

La señora, como quien oye llover, continúa caminando sin decir esta boca es mía. Yo me pregunto: si por razones para mí inexcrutables la señora sabe quién o qué es U2; si la señora no lo sabe (ni quién es Juana, y a lo mejor ni Pili, y si me apuran ni siquiera la mujer que lleva al lado y que se empeña en hablarle) pero se la trae al pairo; o si, directamente, la señora está sorda como una tapia y va pensando, feliz, en cuando, hace cincuenta años, ella subía por aquella calle con su novio.


Segunda conversación oída en la calle ayer sábado:

Jovencita de unos 18 años, de aspecto normal, ni de macarrilla ni de niña bien, con gafas (lo que hace, fíjense qué tonto, que la cosa me sorprenda más), se acerca al coche de sus padres, que la esperan con las puertas abiertas y, por lo que parece (yo estoy en la acera de enfrente y a los de dentro no les oigo nada), le están diciendo que se dé prisa.

- Madre: (...)

- Hija: ¡Que no puedo correr, cojones!

- Madre: (...)

- Hija: ¡Porque tengo tacones de aguja! ¿Te quieres callar la boca?

- Madre: (...)

- Hija (léase con el tono de voz empleado normalmente para imitar burlonamente a personas con algún tipo de deficiencia psíquica): Ña, ña, ña, ña, ñaaa...

Nuestra protagonista entra en el coche, cierra la puerta con violencia y el coche se va. El padre, sentado al volante, ha sido testigo mudo de toda la escena.


Conclusiones:
Se me escapan.
Y supongo que la señora mayor de la primera conversación estará igual de desconcertada que yo.

6.10.05

+



Ayer vi esta cruz por primera vez. La colocó hace unos años la familia de un chico que se suicidó tirándose desde esas rocas al mar.

No es nada bonita, es fea, un poco vulgar. En el centro tiene una placa con un nombre sin apellidos, una frase y una fecha. La frase no sólo no es solemne sino que llega a parecer, de sencilla, inapropiada, fuera de lugar.

Pero esa manera de despedirse como si estuviesen en casa hablando con él un día cualquiera me hace imaginar, mejor que una cita, mejor que cualquier expresión habitual de duelo, a toda la familia reunida pensando qué pueden decirle al hijo, al hermano, al novio que han perdido y que tanto (ahora lo saben) debió de sufrir mientras estaba entre ellos.

Me imagino sobre todo a sus padres, que necesitan creer que aún los oye, queriendo decirle adiós, queriendo pedirle perdón por si en algo le han fallado, intentando resumirle con sus palabras en una plaquita todo lo que les gustaría decirle en persona, todas las razones por las que debería seguir vivo.

En la placa, debajo del diminutivo del nombre, dice: “Que sepas que te queríamos todos”.

Ya ven, qué poco elegante. Pero qué triste y qué desesperado me parece.

3.10.05

Literatura, historia lenta y paisaje.

Este domingo fuimos en peregrinación a la lucense Mondoñedo, a visitar y rendir pleitesía a Cunqueiro.

Lo intentamos hacer una vez al año. Y vamos, en efecto, por saludar a don Álvaro, pero también por pasear por las calles grises, calladas y antiguas de su pueblo. Pueblo que, además de por sus obispos, destaca por su concentración de literatos (Noriega Varela, Leiras Pulpeiro, Fernández del Riego), no tan conocidos como aquél pero importantes dentro de la literatura gallega.


Mondoñedo, hundido en un valle verde y húmedo acostumbrado a la niebla, está, por fortuna para el visitante (el habitante discrepará), como parado en el tiempo. Sus casas, si prescindimos de los escasos y por supuesto feos añadidos recientes, son de piedra, de granito, y en muchas fachadas se ven todavía escudos de armas. En la plaza del centro del pueblo está la modesta catedral; a la derecha, adosada a ella pero sin desentonar, la vivienda del obispo, y en la calle de detrás, el enorme seminario, otrora atestado de juveniles almas que despertaban al mundo mientras buscaban a Dios, y hoy sobreviviendo prestándose a otros menesteres (este fin de semana 150 cuentacuentos de toda España sustituían en sus habitaciones a los jovenes seminaristas de antaño; lo cual, mal mirado, da mucho juego).

No voy a describir mucho más, así que tendrán ustedes que creerme: es bonito, muy bonito. Permite, como pocos sitios ya, imaginarse muy bien la vida en épocas que a mí, irrealista idealista, tienden a parecerme (craso error) románticas, sabias y apacibles; y además lo permite de forma natural, sin dar la sensación de museo que en otros pueblos de más sona se puede llegar a tener. Y la calma que se respira (que si se pretendiese romper el encanto bien pudiera explicarse como falta de vida) facilita que uno, mientras pasea, se sienta un viejo noble, un meditabundo vate o, al menos, un aldeano ilustrado del XIX.





Claro que, como tantas otras cosas en la vida, es mejor imaginado que conocido, y es mejor visitado fugazmente que vivido. No soy un buen fotógrafo, pero no es ése el motivo de que las fotos parezcan todas mal encuadradas; no sale el suelo, no salen coches, no salen partes de abajo de edificios, en un intento de eludir la realidad, la actualidad, y permitirles a ustedes hacerse una imagen parecida a la que yo, selectivamente ciego, trato de llevarme a casa (de lo contrario, podría decirles que debajo de unos de esos evocadores escudos medievales pudimos leer, en bonito azulejo azul y blanco cual jarro lleno de agua helada, “Multi-bazar Conchi”).

No comimos allí, sino en Vilanova de Lourenzá, un pueblo aun más pequeño situado un poquito más al nordeste. Había una fiesta de las habas. Pero la fiesta popular, muy popular ella, hacía que junto al monasterio de San Salvador, fundado por el Conde Santo del que habla Cunqueiro en Flores del año mil y pico de ave, una especie de castillo hinchable para niños nos deleitase con un magnífico tema que, a juzgar por la letra, debía de titularse “Gasolina”, “Dame más gasolina” o una sutileza por el estilo. Asustado por lo que mi mente me sugería hacer con dicho combustible y una cerilla, tras comer para un par de días regresamos a Mondoñedo a tomar café.

A media tarde nos fuimos en coche hacia los montes de la Sierra de Meira. En ella hay un ayuntamiento con uno de los nombres más evocadores de la toponimia galaica: Bretoña. Hace casi dos siglos, Eduardo Pondal, Manuel Murguía (marido de nuestra Rosalía) y otros intelectuales fueron los artífices de una “celtización” de nuestra cultura; pero, aunque no falte cierta base seria para reivindicar un origen emparentado con bardos, druidas y gaitas, todo aquello quiso convertir en Historia lo que no era más que mitología (bellas leyendas, pero leyendas al fin y al cabo). Sin embargo, no me negarán que encontrar una Bretoña en estos montes le permite a uno echar la imaginación a volar y soñarse celta guerrero, duende guardián de tesoros, sochantre itinerante o lo que haga falta.

En el monte hacía viento y el aire, muy frío, no podía ser más limpio.





Y así, entre prados altos, caballos y vacas salvajes, bajo nubes grises y rodeados de infinitos verdes, fue terminando la tarde, que despedimos con un café en el parador de Vilalba, con su torreón de los Andrade decorado en tonos de otoño para la ocasión, como pueden ver.




Y ése, en fin, fue el domingo. Fue un buen día, en el que aminoramos un poco el paso y nos dejamos querer por una Historia deseada y por la belleza, y en el que no faltó tiempo para charlar con don Álvaro.





De lo que me contó el maestro en esta conversación sobre literatos, tesoros, damas de antaño y recetas de reyes, ay, me temo que no me está dado hablarles.

(Por cierto, el Señor de Portorosa, aquí caracterizado de ciudadano de a pie, en realidad tiene rostro).