26.9.16

Táboa Redonda: Unas cabras y Beethoven


Unas cabras y Beethoven


 

"Este sábado fui a la provincia de Ourense, que para estar tan lejos recuerda bastante a Galicia. Y allí, cerca de A Cañiza, dando un paseo con los niños, en una corredoira nos topamos de frente con un rebaño de cabras.

Al vernos, las cabras se quedaron quietas. Nosotros también. Parecían desconcertadas. Nosotros también. Nos miramos un rato y juraría que alguna carraspeó porque la situación era, ciertamente, un poco incómoda. Hasta que, viendo que no hacían ademán de moverse, decidimos meternos por un hueco de un valado y escondernos. Inmediatamente, siguieron andando, pero conforme llegaban a nuestro escondite y nos veían volvían a dudar. Apareció la primera y se paró, mirándonos sorprendida: “Oh, aquí están otra vez”. Apareció otra y se quedó a su lado: “Vaya…”. Un chasquido de lengua hizo que se fuesen, pero solo para dejar sitio a la siguiente, que nos observó a los cuatro allí agachados con verdadera curiosidad. Chasquear de lengua. Siguiente: “¿Se puede saber a qué viene esto?”. Una a una iban deteniéndose a nuestra altura y clavando en nosotros sus pupilas rectangulares. Aunque no son muy expresivas, saltaba a la vista que estaban confusas. Más lengua, más cabras, más ruidos, cabras nuevas, que sin excepción se paraban. Hasta que no sé qué hizo que cundiese un pánico irracional entre ellas y echasen a correr, atropellándose y asustándose cada vez más unas a otras.

De noche, en el coche, todos dormían.

Llevo décadas escuchando Radio Clásica, que me parece un oasis de cultura en el desierto mediático, un alivio en medio del dial. Y le estoy muy agradecido, pues ha sido mi compañera infatigable de estudios, lecturas, siestas y miles de desayunos. A esa hora emitían “Los colores de la noche”, de Sergio Pagán, una de esas voces extraordinarias de la emisora, y juntos hicimos el último tramo del viaje. András Schiff tocaba la sonata nº 31 en La b menor del divino divino Ludwig van y me hacía más llevadera una autovía, además de carísima, interminable.

Aunque si tuviese que quedarme con una época en música clásica elegiría el Romanticismo, mi compositor preferido es Beethoven, que es más un precursor. Es menos encorsetado, menos formal que el Clasicismo, pero tampoco se deja llevar constantemente por los arrebatos, a diferencia de los que vinieron después, que parecían vivir en una permanente montaña rusa emocional. Como las cabras. Para mí, es una combinación maravillosa de estructura y fuerza, de razón y sentimiento. Así me gusta la música. Y las personas."

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19.9.16

Táboa Redonda: Una escritora portuguesa



Una escritora portuguesa



"Hace seis años pasamos un fin de semana en Braga. A pesar de que hizo un tiempo de perros, pudimos pasear y comprobar lo bonita que es. Y en una acera llena de edificios preciosos encontramos una de las librerías más agradables -con su jardín- y acogedoras -y su café- que he visto: Centésima Página.

En contra de lo habitual, pero debido a mi magno desconocimiento de la literatura vecina, pedí consejo al librero. Me llevé dos novelas; una todavía la tengo pendiente y la otra me gustó muchísimo. Era “Jerónimo e Eulália”, de Graça Pina de Morais, y fue toda una sorpresa (es lo que tiene la ignorancia, que es fácil de sorprender). Disfruté de cada página, y además resultó ser uno de los libros con cuyas reflexiones, o, mejor dicho, con las reflexiones, las actitudes y el carácter de cuyos protagonistas más identificado me he sentido nunca.

Me llamaron la atención algunas frases de Eulália, pero muchas más de Jerónimo. Parecía yo: “Tenía una naturaleza dispersa: se interesaba ligeramente por todo, pero por nada en profundidad”. O tal vez solo mi yo más triste: “Potencialmente cada hombre posee decenas de vidas que vivir. Apenas puede escoger una. Casi siempre escoge mal y la nostalgia de las otras que podría haber vivido comienza a ensombrecer sus días a partir de cierta edad. Yo escogí mal. Fui un hombre cauteloso que solo recorrió caminos seguros”. O al menos esa parte de mí que no sé si tiene miedo o me lo provoca:Mi vida transcurrió bajo el signo y bajo todas las miserias que el buen sentido trae consigo. El buen sentido no sirve para nada. El sentido común con su vil mediocridad aniquila. Soy un prodigio de sentido común y me pregunto a mí mismo si no estoy muerto”.


Conocerme mejor, de la mano de una portuguesa. Leer sobre mí, observar una de mis posibilidades, en un libro escrito en Oporto un año antes de que yo naciese. La grandeza de la literatura, decíamos ayer.

Que además se tratase de la obra de una escritora, que todo eso que parecía estar diseccionándome lo hubiese dicho una mujer, fue un motivo añadido de satisfacción. Aunque soy consciente de que mi lado femenino (sea eso lo que sea) tiene mucho peso en mí, me chocó sentirme tan cerca de un personaje que al fin y al cabo era otra voz de ella. En estos tiempos de sensibilización y reivindicación, a veces de enfrentamiento, fue reconfortante y en cierto modo conciliador. Como si todo pudiese ser mucho más fácil."

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11.9.16

Táboa Redonda: Leer novelas




Leer novelas

 

"Lo cierto es que no hay tal debate, o no tendría por qué. No hace falta elegir entre leer ficción o no, como no hace falta elegir entre la tortilla y el arroz meloso de marisco ni entre la música clásica o el rock. Porque las elecciones exclusivas, por suerte, solo son obligatorias en las preguntas sobre islas desiertas, pero casi nunca en la vida real, donde todo lo que vale la pena debería tener su momento y su espacio.

Pero resulta que Pla le suelta a Pániker, en una entrevista de 1965, que un hombre que después de los 40 años aún lee novelas es un puro cretino, y claro, ya hay que decantarse: sí o no, de acuerdo o en contra, gran verdad o boutade del ampurdanés.

La ficción ofrece un punto de vista subjetivo, indispensable para comprender… a los sujetos. De los infinitos ejemplos, para mí el último han sido tres relatos breves de Calvino reunidos en La entrada en guerra (Siruela, creo que como toda su obra en castellano), en los que un joven -que es él- cuenta otros tantos momentos relacionados con el principio de la participación italiana en la Segunda Guerra Mundial, desde su pueblo del norte. Cada cuento nos muestra no solo lo que le ocurre, sino lo que piensa y cómo se siente. Nos permite casi llegar a comprender lo que significó estar allí entonces. Y lo hace poniéndonos en su lugar, haciéndonos ser él durante unos instantes, o al menos acompañarlo en su desconcierto ante esa tragedia colectiva que venía a irrumpir en su ya confusa juventud.

La diferencia entre eso y un ensayo histórico es que éste explica y analiza qué sucedió, mientras que la ficción nos hace ver lo que supuso para quienes lo vivieron. Un cuento capaz de ponernos en una situación con significado para nosotros, o una novela que nos enseña a toda una persona desde dentro, no son sustituibles por ningún estudio. No para entender ciertas cosas. La vida, por ejemplo.

Por supuesto que hay novelas para pasar el rato. Para entretenerse, que es una cosa, opina un amigo mío, bastante tonta. Como hay tratados de filosofía que no aportan absolutamente ninguna idea aprovechable. Pero es que al final sí hay una elección que hacer, y cuanto antes: decidir entre la buena y la mala literatura"

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4.9.16

Táboa Redonda: Descansar

He(mos) vuelto. De las vacaciones y de Vicedo, y a escribir. Y lo hemos hecho sanos y salvos, en todos los sentidos.




Descansar




"Mi verano comenzó con mis vacaciones, el 1 de agosto, y acabó el día 30 al marcharnos de Vicedo.

He leído “Yo, Claudio” justo treinta años después de que me lo regalaran. Si la tercera parte de lo que en él se cuenta es cierta, creo que a pesar de todo aún nos queda para llegar a la depravación de aquellos personajes capitales de la Historia. Al terminar, sigo en Roma con Marguerite Yourcenar. La profundidad del libro, y la atribuida a Adriano en sus memorias, me sorprenden: la profundidad de quien se esfuerza en conocerse, de quien quiere aprender y comprender para saber cómo enfrentarse a cada cosa, de quien piensa para vivir más.

La belleza desde cierta distancia tiene algo de fácil. Como leer las vidas de otros, entraña menos riesgos. Una casa aislada a la que prefiero no acercarme, el Puerto de Bares visto desde Xilloi o la luz entre los árboles que cada noche miro desde mi cama. La posibilidad de imaginar sin comprobar, de dejarme llevar por lo que me sugieren, me atrae. No parece mucho pedir no querer poner los pies en la tierra de vez en cuando. Aún estamos lejos de encerrarnos en la torre de marfil.

Poco a poco voy asumiendo que la felicidad, que parece escurrírseme de las manos cuanto más me empeño en atraparla, para mí consiste en una colección de momentos valiosos sobre un fondo de calma. La diferencia entre un sitio y otro, entre unas circunstancias y otras, estriba en la cantidad de esos instantes que surgen. Y aquí a menudo se dan con solo mirar al mar, o en un baño.

Me meto en el agua en O Vidreiro mientras el sol se pone tras el monte, delante de mí. Pasa una lancha y se pierde en el reflejo de la luz sobre el agua. Me giro y veo a los niños y a Marta en la playa, me doy media vuelta, me sumerjo y empiezo a nadar. Noto el frío en la cara y en el pecho. Veo el fondo de arena y, al sacar la cabeza, a mi derecha, árboles, hasta que aparece el faro de Punta do Castro. Entonces paro y miro alrededor, las nubes, los montes, la boca de la ría y Bares, blanco y sin ruido. Y ellos. Y me siento tan afortunado que tengo que contener las ganas de gritar."

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