28.4.09

Pablo

Creo que una de las mayores tristezas de mi vida, por muy asumida que esté y poco que me afecte en mi día a día, es haber perdido casi por completo la relación con mi hermano Pablo, dos años y medio menor que yo y compañero constante de toda mi infancia (en mis recuerdos, yo apenas fui niño sin Pablo).

Cuando yo tenía seis años y él cuatro, una tarde, al salir del colegio, fuimos de visita con mis padres a casa de unos amigos. La casa estaba cerca de la nuestra, pero aquello era toda una novedad en nuestra rutina diaria.

Nunca fuimos niños de jugar en la calle, a excepción de las temporadas que pasábamos en casa de nuestra abuela; pero ese día yo había quedado con un compañero de clase en el solar que había al pie del edificio. Bajé temprano, con Pablo, y mientras esperábamos a que el otro niño llegase decidimos jugar a lo que nosotros llamábamos el lobo (es decir, a pillar), y que para Pablo, todavía muy pequeño, era el lobo-lobo.

- Mi papá tiene un cajón, lleno de puntas…
- …dime niño cuántas son, sin-pen-sar-lo-más... –siguió mi compañero, que en ese momento había aparecido y se acercaba con un balón en las manos y riéndose.

Yo entonces dejé de sortear y le hice caso. Y nos preparamos para jugar al fútbol (yo, que en mi vida supe ni disfruté haciéndolo). Pero cuando estábamos hablando Pablo se me acercó y, en voz baja, me dijo:

- ¿Y el lobo-lobo?

Y le expliqué que ya no podíamos jugar, que ahora iba a jugar a la pelota con mi amigo. Y aunque recuerdo que ya en aquel momento lo sentí por él, puede ser que aun así mirase para el otro niño con una sonrisa medio avergonzada.

Al poco rato Pablo volvió a la casa. Yo no tardé mucho en seguirlo, porque lo cierto era que me aburría. Y cuando entré me lo encontré merendando y viendo dibujos del Correcaminos; y me senté a su lado y le dije que seguro que lo había pasado mucho mejor allí que yo abajo.

Pero, más de treinta años después, muchas veces me acuerdo de él dándome en el brazo y preguntándome por el lobo-lobo, y siempre, siempre, tengo que contenerme para no llorar, porque no puedo evitar ver en aquello una traición, y, creo, el símbolo del gran abandono que fue crecer sin mirar lo suficiente a mi hermano pequeño.

Y si yo fuese capaz de volver atrás en el tiempo puede que, de toda mi vida, el momento que elegiría cambiar sería aquel. Y volvería a aquella tarde, y cuando Pablo me agarrase del brazo y me preguntase si ya no jugábamos le contestaría que sí, que por supuesto que jugábamos, y le diría a mi amigo si podía esperar, que primero iba a hacerle caso a mi hermano.

27.4.09

La mala prensa de comprender

Ayer por la tarde leí el libro 11/09/2001, de Chomsky; una recopilación de entrevistas concedidas las semanas siguientes a los atentados de Nueva York.

Me impresiona que, con todo aquello tan caliente y los ánimos lógicamente tan alterados, se atreviera a opinar tan claramente sobre unos temas que, por lo demás, siempre ha expuesto con la misma crudeza.

Y, recordando algunas discusiones que hace tiempo tuve aquí, me consoló (que no alegró, porque tampoco procede) leer este párrafo:

Si quieren reducir el grado de violencia (...) Eso incluye la voluntad de indagar lo que subyace detrás de las atrocidades. Oímos decir con frecuencia que no debemos considerar esas cuestiones, porque sería justificar el terrorismo. Es una postura tan estúpida y destructiva que casi no merece comentarios aunque, por desgracia, es muy corriente.


Aunque este planteamiento, como todo el mundo que se interese mínimamente por estos temas sabe, es básico e indiscutido en cualquier estudio mínimamente serio o política antiterrorista de largo alcance, por desgracia, como dice Chomsky, queda todavía muy lejos del discurso habitual.

Pero bueno, como tantas otras cosas...

Y no sólo el grupo exige una lealtad acrítica (cuántos enlaces, hoy, con lo poco que me gustan). También en lo personal comprender resulta sospechoso. En general, no debemos mostrar fisuras, no vaya a entrar la luz y nos veamos tal y como somos.

22.4.09

Desarrollo del experimento sin conclusiones

Pues ya lo he hecho, con nocturnidad y alevosía. Tres copias, dejé, en tres buzones (todos exteriores, ninguno de portal).

En una casa vi desde fuera un grupo de gente que me gustó. Parecían un matrimonio de unos 50 años hablando con una pareja, tal vez su hijo y la novia, después de cenar; y había algún niño. Se reían y me pareció que había buen ambiente y que lo leerían con cierta alegría.

Y me hace gracia, y hasta me parece interesante, pensar que hoy todos cogerán el texto, que nadie tomaría por publicidad, ni por la amenaza de un chalado, ni probablemente guarde relación alguna con sus vidas, y se preguntarán qué carallo es, de dónde puede haber salido, y por qué les ha llegado a ellos.

21.4.09

Experimento sin conclusiones

Tal y como tenía pensado desde antes de publicarlo aquí, hoy voy a imprimir una copia del texto de la chica y el faro (quería asegurarme de que no pudiese resultar inquietante) y voy a dejarla en el buzón de una casa que hay al borde de un camino por el que suelo pasar los martes por la noche, y en la que no sé quién vive.

Me gusta la idea de que le llegue a un extraño, e imaginar qué pensará. Y la casi absoluta certeza de que no lo sabré.

15.4.09

Figuras políticas

- ¿Tú sabes quién es el presidente del Gobierno?
- Sí: Zapatero.
- Muy bien. ¿Y el de Estados Unidos?
- Pues Rajoy.
- ¿...?
- No, no... Pluto.
- ¡¿...?!
- ¿Mickey...?

10.4.09

Un momento [y una broma]

Esa chica sola, sus posibles razones para estar allí, las historias que me sugiere, hacen que esta escena me tenga como encantado:


Una muchacha mira desde un bote de remos el faro, que apenas se ve entre la niebla. Tiene el pelo castaño recogido en una gruesa trenza y lleva puesto un impermeable verde oscuro. El faro es blanco y tiene tres ventanas, una debajo de otra. Ha dejado de remar y el bote sube y baja suavemente con las olas. Debe de conocer la costa, para navegar en un día así.
De vez en cuando toma los remos, da unas paladas para separarse de las rocas y los vuelve a dejar. Poco a poco la niebla se ha ido convirtiendo en una lluvia fina, y sigo caminando.


John Cheever*, Diarios



14.04.09. Aclaración:

Es verdad que esta imagen me tiene encantado... pero no es de ningún libro, y menos de Cheever, sino de un cuadro que hay en una tienda de mi ciudad.

Escribí el texto y se me ocurrió gastarles una broma, a ver qué pasaba. Claro que, como ven, para no correr riesgos me aseguré de hacerlo cortito y no decir casi nada.

Abrazos.

7.4.09

Peary y Henson

Ayer se cumplieron 100 años de la (que se sepa) primera ocasión en la que alguien alcanzó el Polo Norte:

Supe que había alcanzado el Polo Norte porque en un solo paso el viento del norte se convirtió en viento del sur.

Robert Peary

6.4.09

La pregunta más difícil

Mi hija Paula, que tiene seis años y es muy lista, lleva ya bastante tiempo poniéndome a prueba con sus preguntas (Dios, alma, relaciones conyugales, amor paterno-filial...).

Pero hay una que me ha hecho al menos tres veces y a mí me resulta especialmente difícil de contestar. Tanto, que mi respuesta nunca es del todo satisfactoria y ella, al cabo de una temporada, vuelve a insistir:

- ¿Por qué nací yo antes que Carlitos?

3.4.09

Pervivir en el recuerdo

Este chico se llamaba Buddy Holly y murió hace muchos años

No es un disco, ni alguien que canta. No es música ni una voz. Es alguien que estaba de pie ante un micrófono, en un estudio, y grababa una canción suya con otros músicos, seguramente con unos auriculares puestos, y que ya llevaría algunos intentos. Alguien tratando de cantar bien delante de un micrófono. Y que hace muchos años que se murió.

No está disfrutando de su éxito. Ni siquiera sabe que tiene éxito. Porque no sabe nada; no sabe, ahora, años después, que es conocido, que lo escuchamos y que gusta; ni sabe que aquello valió la pena.

Está muerto. No hay nada, ya, para él. Para él todo acabó cuando él acabó.

Lo demás es cosa nuestra, no suya.

(Y pensaba escribir esto hoy, y justamente me encuentro con esta frase de Isabel Allende, tan falsa:

La muerte no existe. La gente sólo muere cuando la olvidan. Si puedes recordarme, siempre estaré contigo.
Tan falsa.

Que la gente no muere: no, qué va. Que les pregunten a ellos.)

Nadie pervive en su obra ni en nuestro recuerdo.

Pueden hacernos vivir a nosotros, y eso es maravilloso. Pero para ellos no significa nada. Van Gogh, Pessoa, Mozart o Marilyn no saben que nos acompañan y nos hacen felices. No saben nada de nuestra admiración; ni de nuestra admiración ni de nada. De nada. Eran personas, como nosotros, y la vida se les acabó.


1.4.09

Las bromas (pesadas) de la vida

Esta mañana, a las siete y media, he visto en una ventana a un hombre y una mujer asomados. Podían ser pareja o padre e hija, y ambos eran ancianos, ya. Él estaba en bata y llevaba boina, y los dos se apoyaban en un cojín puesto sobre el alféizar. Nos miraban pasar; allí estaban, con caras de piedra, a las siete y media de la mañana.

Algo más adelante, un matrimonio, también mayor, salía del portal hacia su coche. Ella primero, él después con una muestra de orina en la mano.


Ayer, después de una temporada decantándose por delfín, mi hijo de dos años dijo que él, de mayor, quería ser... bebé.