28.9.15

Mi primer Táboa Redonda

Pues aquí está. Esto fue.

Más en papel, imposible, como ven. Pero por ahora no hay otra forma de enseñarlo. Si pinchan sobre la imagen se puede leer perfectamente. A los habituales, de todos modos, les va a sonar.

Táboa Redonda incorpora (...) la visión emotiva de Portorosa, una mezcla precisa de literatura y vida, dicen.




Estoy contento. Es bonita, la edición, ¿no? Solo me sobra la O de O Vicedo, porque para mí siempre ha sido Vicedo; pero a lo mejor me lo arreglan.

Estoy muy contento, claro que sí.

Gracias.

24.9.15

A mí lo de Cataluña me entristece

Es difícil, por no decir imposible, hablar de esto sin hacerse enemigos a uno u otro lado. Y probablemente a la vez. Pero quiero dar mi opinión.

Partiré de dos premisas que les permitirán a ustedes saber desde el primer momento si me odian o no:

1) Un país democrático es, así en general, lo que los ciudadanos decidan que sea.

2) El nacionalismo (y cuando hablo de nacionalismo hablo de todos, no importa cuál sea la nación objeto de su devoción, que conste) me parece, hoy en día y aquí, una estupidez, un paso atrás, llevar a la política algo que pertenece a la esfera sentimental y afectiva, y darle un rango (y no hablo de importancia, sino de tipo de importancia) que no tiene. El nacionalismo cumplió su papel hace tiempo, cuando había imperios que sojuzgaban, pero no ahora. Claro, si alguien cree que eso es lo que pasa actualmente entre España y Cataluña, yo simplemente no estoy de acuerdo, y me parece una paranoia.

Yo me siento gallego, español, europeo y terrícola; y quiero defender lo mío, y que se respete, por supuesto. Y me siento de verdad en casa cuando veo mi mar y ando por mis montes. Pero, en cuanto a gobernabilidad, lo que quiero es que se me gobierne bien, que la sociedad esté organizada, sea justa, tenga herramientas para dirimir sus conflictos, recursos suficientes para garantizar una vida digna y contribuir a que los demás la tengan, etc., etc. Nada de eso tiene que ver con si la capital está en Madrid, en Bruselas o en Santiago de Compostela, en principio y mientras no se demuestre lo contrario.

Y ahora:

1. La consulta y el derecho a decidir

A mí esto me parece muy claro. Y no hablo de leyes: esto no es una discusión jurídica, sino política. Un país es lo que su población quiere que sea; al menos si hablamos de una democracia. No hay líneas (en este sentido de identidades, tamaños o integrantes) sacrosantas ni infranqueables.

Si yo soy de un club, yo elijo si quiero seguir siendo socio o no; no los demás. Los demás podrán echarme, pero nunca retenerme; y en último caso me podrán obligar a pagar las cuotas atrasadas o a compensarles por lo que el club haya hecho por mí, pero yo pago y me voy.

Y si la ley no recoge eso, que lo recoja, por si alguna vez la realidad política lo demanda.


2. Cómo se decide

El argumento de que, si Cataluña se independiza de España, por qué no se va a independizar, por ejemplo, Badalona de Cataluña, me parece una chorrada: hace falta una realidad sociopolítica muy clara y fuerte para que plantear algo así tenga sentido.

Sin embargo, si yo creo que un país es lo que quieran sus ciudadanos, ¿dónde se pone el límite, el mínimo, para que el resultado de una consulta se considere claro y representativo de la opinión general de la ciudadanía catalana? No digo que no se pueda (Quebec lo hizo, pero no muy bien), pero es difícil, ¿no? ¿Qué pasa con los disconformes, si no son una minoría despreciable?

Es decir, en el ejemplo del club está muy claro qué es un socio; pero en este, ¿a partir de qué momento se considera que Cataluña es un solo socio, con una sola voz? ¿Y qué más socios hay en el club? A mí esto me parece complejo; tanto, que dudo mucho que la solución que se adoptase me convenciera del todo.



3. El debate político

Me indigna que este tema desplace nuestra atención de los asuntos verdaderamente importantes para una sociedad. Y más ahora que tenemos tantos tan urgentes.

Yo no quiero hablar de esto. Quiero ese debate, que me parece de niños pequeños, fuera de la política. Y que vuelvan (o aparezcan de una vez) la economía, la educación, la sanidad, la investigación, la cultura, el gasto social y el tipo de sociedad que queremos, nuestra política exterior, etc. ¡Con las cosas que hay que hacer!

Se me dirá que no me preocupe, que esos temas los van a tratar enseguidita que sean independientes; y yo no lo dudo. Pero, de entrada, el día 27 se presentan juntos el partido económicamente más de derechas de España y la supuesta extrema izquierda, y a mucha gente parece que le va a dar igual; y por el otro lado, se nos pretende unir a todos (igual de dispares) contra ellos. Y mientras, no miramos lo que hace la otra mano.

Y si tenemos que soportarlo, que por favor sea un debate serio, no un ejercicio de manipulación y amenazas (por uno y otro lado), de tergiversaciones y mentiras, que nos toma por tontos (bueno, en eso quizá tengan razón). Si no hay más remedio, que se hable con sinceridad de razones, de pros y contras.

Pero claro, si ningún debate político nuestro es serio, por qué iba a serlo este...


4. Mi tristeza

Yo prefiero que Cataluña siga aquí. Porque me gusta Cataluña, porque me gusta Barcelona, porque tengo amigos catalanes y me gusta que no sean extranjeros, como me gusta ser algo más que vecino de Pla, Gimferrer, Casals o Jordi Savall. Pero reconozco que si se van no se me va a romper nada. Entre otras cosas, porque yo quiero que ellos también quieran.

Lo que me entristece les va a parecer un poco tonto. Lo que me entristece es que nos queramos separar; lo que me entristece es que queramos ir cada uno por nuestra cuenta cuando lo que pide el mundo y me pide el cuerpo es todo lo contrario: unir, sumar, aunar esfuerzos, compartir.

Pero claro, me entristece lo mismito que el otro bando diga que no te vas porque no.

¡Si es que yo no quiero que la discusión de a quién quieres más, a papá o a mamá, provoque esta tensión, este malestar!

Por el lado independentista, no sé cuánto tiene de económico todo esto, pero sospecho que mucho (¿alguien puede, con Mas delante, no pensarlo?). Y tal vez sea injusto, pero no puedo evitar ver algo de "A mí me va bastante bien y mucho mejor me iría sin estas rémoras, así que prefiero ir por libre". No pretendo negar unos sentimientos que sin duda existen, pero me da la impresión de que están mezclados con otros no tan confesables (por ejemplo, no acabo de comprender que los mismos que en Facebook piden derribar fronteras por doquier quieran levantar una aquí).

Por el otro, es todo un poco de locos, porque, vamos a ver: media España le tiene manía a los catalanes (como se vio en la saña con que se seguía el boicot hace unos años), y precisamente es la mitad que bajo ningún concepto quiere que se independicen. ¿Tiene algún sentido, eso? A mí me parece que un poco no se les deja ir precisamente porque quieren irse; por fastidiar. Pero claro, la economía ya es otra cosa, y los políticos lo saben.




En cualquier caso, a mí esto me entristece. No avanzamos. Me parece todo muy irracional, muy tonto, muy desmoralizador. Muy triste.



20.9.15

Voy a escribir en papel

Este jueves me llegó a esta dirección un mensaje de un reportero de cultura de El Progreso de Lugo, Santiago Jaureguízar, pidiéndome un número de teléfono para llamarme.

Yo reaccioné con la desconfianza del que ve su anonimato amenazado, y pregunté para qué, mientras comprobaba quién era él. Tras cruzarnos varios mensajes, me va diciendo de qué se trata, yo voy asombrándome más y más hasta que hablamos: su periódico, junto con el Diario de Pontevedra, va a sacar un suplemento cultural, y quiere saber si me interesaría colaborar en él...

Joder.

Digo que sí, claro, pero que por qué: en resumen, por el blog, del que ha sabido (gracias, Ana) y le ha gustado. Y me pide varios posts de ejemplo para proponerme a su jefe. Y el viernes a media mañana me lo confirma.

Quieren que escriba sobre literatura (o cine, o música, o pintura, pero algo con la etiqueta de cultura) y cotidianidad. Mi cotidianidad. Como en el blog, insiste. Sin perder la frescura, insiste más aun.

El suplemento se llama Táboa Redonda y ha salido hoy, pero yo empiezo el domingo que viene. Para el miércoles tengo que enviar dos artículos, pero por ahora (y en atención a mi tesis y a la premura con que ha surgido todo) me deja tirar de material mío de aquí.

Intentaré subir al blog lo que mande allí, si es que no hay forma de enlazarlo directamente.

Sé que es algo modesto, y que... en fin, muchas cosas. Pero para qué hacerme el duro: es casi casi un sueño hecho realidad. Alguien ha leído esto y me ha ofrecido escribir en un suplemento cultural.

Se ha cumplido.

Estoy muy contento. No me pagan un duro, pero conozco ese mundo y lo suponía. Estoy muy contento, un poco nervioso e ilusionadísimo.

Y bueno, creo que vosotros, que al seguir ahí me habéis dado motivos para continuar aquí, os merecéis también mi agradecimiento: va por vosotros.

Deseadme suerte.

Besos y abrazos.

16.9.15

La radio de mi coche

La explicación de Erich Fromm sobre nuestra relación con la capacidad de elección, y la responsabilidad e incertidumbre que conlleva, es clara y no muy halagüeña. Así que, mejor, me quedo con la frase de Henry Wadsworth Longfellow, Decídete y serás libre, más amable.

El caso es que la radio de mi coche, desde la última vez que pasó por el taller, no funciona. Ningún mando: ni on/off, ni el volumen, ni la selección de canales o canciones en los cedés, etc. Lo único que puedo hacer es meter un disco, escucharlo desde el principio y sacarlo cuando quiero parar; ni repetir, ni adelantar, ni nada.

Y es curiosa la sensación de liberación que me produce.