27.2.05

¡Pobre desgraciado!

Cita fácil: "Mejor es morir como pobre que vivir como miserable" (Periandro)

Lo leí en un libro de Bukovsky -creo que en Notes of a dirty old man-, y quiero creer que yo ya había pensado antes algo así. Decía que lo que realmente diferencia a los hombres que hacen dinero, a los hombres que se hacen ricos, de los que no (entre los que se incluía él mismo, por supuesto, y me incluyo yo ahora y por siempre), no eran unas mayores aptitudes ni un talento especial, sino, básicamente, un enorme y permanente afán por... ganar dinero.

La frase, si se está de acuerdo con ella, puede parecer una obviedad. Y, sin embargo, es habitual considerar -casi siempre de manera inconsciente, lo cual es peor- el dinero que alguien tiene una medida fiable -y la más visible- de su valía personal. No de su capacidad para, simplemente, hacer dinero, ni de su talento para los negocios, ni siquiera de su facilidad para ver el lado práctico de las cosas, que serían conclusiones bastante lógicas (y que de hecho explican que tantos, a pesar de intentarlo, nunca lo logren), sino de su valía como persona, así, en conjunto. Y se relaciona inmediatamente con supuestas cualidades, virtudes e inteligencias, en lugar de pensar lo absurdo que es convertir de ese modo un medio en un fin (en un fin absoluto, además), y en lo limitado que demuestra ser quien no tiene ojos para nada más y la mayoría de las veces, aun encima -y de esto no tengo duda-, en el fondo no es capaz ni de disfrutarlo.

Por el contrario, si no se está de acuerdo con lo que dice Bukovsky creo que será, salvo excepciones, porque simplemente se esté convencido de que no hay nadie que no quiera ganar cuanto más dinero mejor. Y yo, en cambio, estoy seguro de que esa meta, y por tanto una vida centrada en enriquecerse, son características de una clase muy concreta, fácilmente reconocible, y generalmente deleznable, de personas, pero ni mucho menos de todo el mundo.
Lo que ocurre, como en tantos otros temas, es que quienes sí son así no pueden ni concebir que haya otras maneras de ser, en ocasiones casi contrapuestas a la suya. Y, partiendo de esa idea, es lógico que concluyan que quienes no tenemos dinero nos merecemos su desprecio por una doble razón: no tenerlo, y no ser capaz de tenerlo.

26.2.05

Ambiente barriobajero, a mi pesar.

Llueve, y es dificilísimo describir una tarde de lluvia vista por la ventana sin -en el mejor de los casos- caer en tópicos, a no ser que uno sea Valle Inclán, Cunqueiro, Pla, o pocos más (Bukovsky tampoco resultaría cursi, qué duda cabe).
Asistamos, pues, en cambio, a una conversación mantenida en una oficina cualquiera (no necesariamente de la Administración, que conste) un día cualquiera, a media mañana:
"- Sí, si a Fulanito lo conozco yo un montón, hombre. Con Fulanito estuve yo trabajando en X, que fue su último destino, ¿no sabes?; que él después se fue y montó una empresa. Y, claro, como conocía a todo el mundo... Bueno, de hecho ya se fue por eso.
- ¡Hombre, claro!
- Claro. Él ya contaba con que Mengano y don Zutano le iban a comprar todo a él.
- Si Mengano me lo había contado todo a mí; que estaba todo amañado.
- ¡Como que se inventaban las obras! ¿Y facturas de compras de material que nunca entró en X?, ¡mil! Así le va a Fulanito, claro, que ya va por el segundo chalé; ¡y vaya chalé!
- Pues ahora don Zutano compró unos terrenos...
- Bueno, eso de "compró"...
- Ya, bueno, "consiguió" unos terrenos allí, en el culo del mundo; y, ¡qué casualidad!, se los recalificaron, se los recalificó el Ayuntamiento. Y resulta que, mira tú por dónde, justo por ahí va a pasar el acceso a la autovía, y al pobre le van a tener que expropiar. Expropiar suelo edificable, claro.
- ¡Jo, vaya pelotazo!
- A mí me hablaron de tres o cuatro millones de euros. Tres o cuatro millones por unas tierras que no valían nada; ¡pero nada de nada!
- ¡Vaya máquina!
- Bueno, siempre fue listísimo. Y, además, un hombre educado, amabilísimo; daba gusto oírle hablar. Siempre de broma, además.
- Con un humor, así, un poco inglés, ¿verdad? Además le pega, ¿verdad?, porque es un hombre súper elegante. Es un señor, un señor. ¡Dios, cuatro millones de euros! ¿Os imagináis? ¡¡A mí ya no me veíais el pelo!!
- Atended, atended, oid esto: "Acusado el Secretario de Estado de YZ de aceptar comisiones de la empresa privada a cambio de contrataciones".
- Joder. Y después dicen que tal, que si los de antes, que si iban a limpiar la vida pública. ¡Te digo yo que estos son todos unos chorizos!
- Y qué pasa, ¿que los de antes no?
- Bueno, no sé si los de antes sí o no, ¡pero estos, estos son unos verdaderos chorizos, todos!
- Bueno, como todos. Vaya políticos... es que es de coña.
- ¿Y qué vas a esperar de los políticos? Si son todos iguales. Ya lo decía siempre don Zutano: "La condición de político, hoy en día, es incompatible con la de caballero".
- Si es que caballeros ya no quedan, hombre."

Cuántas veces habré oído a gente que -a mi pesar- conozco rasgarse las vestiduras por la corrupción política, cuando lo único que diferencia su comportamiento del de los que critican es una mera cuestión cuantitativa, debida exclusivamente a que su influencia y su capacidad de decisión son mucho menores.
Es curioso cómo la mayoría de estas personas parece creer que si estuviesen a un nivel más alto y tuviesen más poder dejarían de aprovecharse de su situación y se volverían honrados. Cuando, en realidad, parece lógico pensar que cuanto mayor sea la tentación, menos capaces serán de vencerla.

22.2.05

GCI, in memoriam.

Hoy lo único que me importa es que ha muerto Guillermo Cabrera Infante, el escritor que, de todos, sin duda, más me ha hecho disfrutar.
Para mí Cabrera Infante significa cientos de páginas leídas con la sonrisa en los labios y la cabeza llena de juegos e ingenio -el suyo, claro-, de tanta inteligencia -la suya, la suya- y de palabras enlazadas en una cadena tan brillante y veloz que yo apenas podía asimilar (palabras, palabras mezclándose, transformándose en otras nuevas, jugando, sugiriendo, bromeando y cantando). Y no sólo le agradezco ese esplendor, sino el fondo de su literatura, lleno de gente viva (de traseros redondos y andar rítmico, ellas; implacablemente vestidos, algunos de ellos; fijos de club, bebedores, fumadores, amantes y melómanos, todos), de verdadera cultura, de noches de La Habana y de mucha buena música .
Es una maravilla leer cualquier cosa suya; cualquiera. E imprescindible leer (si es que hay lecturas imprescindibles) "Tres tristes tigres" y "La Habana para un infante difunto".
Un momento verdaderamente emocionante para mí fue asistir a una conferencia suya, en la que no sé ni de qué habló (sí recuerdo un análisis psico-sociológico genial de la canción "María Cristina") pero con la que nos metió a todos los presentes en un remolino vertiginoso de palabras que duró unas brevísimas dos horas. Y, cuando lamentablemente acabó (antes nos habia avisado: "Les advierto de que, si no hay más preguntas, no habrá más respuestas."), pude acercarme con mi librito para firmar y cruzar con él unas frases que me hicieron una enorme ilusión. Le dije que lo que para mí era tan extraordinario, para él debía de ser rutinario e incluso tedioso, y que estaría cansado de que sus lectores le dijesen lo que lo admiraban, lo mucho que significaba para ellos conocerlo personalmente, etc., etc., y fue tan amable que me dijo que no y que me lo agradecía mucho.
De eso hace unos siete u ocho años, y se le veía bastante enfermo.
Yo creo que con Cabrera Infante descubrí hasta qué punto la literatura era mucho más que contar una historia, lo poco que podían llegar a importar el hilo argumental o un orden lógico, y hasta qué punto, también, una obra literaria podía ser algo acabado en sí mismo e independiente de la realidad, sin necesidad de más referencias que las que el autor llevase dentro. Cosas todas que no inventó, que ya eran sabidas, por supuesto, pero que a mí (yo era joven...) me llegaron con él. Con él me di cuenta por vez primera, en fin, de lo maravillosa que era la verdadera literatura. Y le estoy inmensamente agradecido por ello, y por eso me entristece tanto su muerte.

Hoy quería hablar de alguna gente ruin y envidiosa, y de otra ruin, codiciosa y deshonesta. Pero que se vayan a la mierda. Porque hoy sólo me importa que GCI ha muerto.

21.2.05

Crosley rojo.

Va a empezar la música en la radio, y mi hija, que ha oído los aplausos, coge a Zanahorio en el colo (en brazos) para bailar con él. Pero es Bartok, y no le parece muy bailable y me pide otra cosa. Pongo a Cole Porter, empezando por "Begin the beguine", pero ella ya está en otra habitación y no le apetece venir.
Veo una foto del interior de la casa de Bartok, en Budapest. Hay un piano negro y un escritorio, y delante de ellos, sendas sillas. Sobre el piano hay un metrónomo de madera clara y una partitura abierta -"como quien"-, y la silla, más o menos verde, tiene el respaldo lleno de adornos de flores doradas. La otra silla es bonita pero más sencilla (no parece muy cómoda, la verdad; no sé si escribiría mucho sentado en ella); y sobre el escritorio, una lámpara de pantalla, una pequeña máquina de escribir roja, un libro abierto -también "como quien"- y un gramófono rojo.
Y justo al escribir "gramófono" suena Billie Holiday, acompañada por la orquesta de Eddie Heywood en "Let's do it". Y mi hija, que ya tiene criterio, aparece en la habitación y empieza a bailar (mi hija acaba de cumplir dos años).
Yo -lo siento por los ellafitzgeraldianos- no puedo sino preferir a Billie Holiday. Porque para mí el jazz es sobre todo melancolía. Pienso en una tarde de verano calurosa en una casa vacía (sureña de Estados Unidos, claro), con una ventana abierta y los visillos flotando con la brisa, y la noche que va llegando, y un disco dando vueltas, y sólo puedo oir la voz de Billie Holiday llorando.

Aquí estoy.

A pesar de que si fuese consecuente con el encabezamiento me debería abstener de todo esto, me decido a probar. Aunque sólo sea para, por una vez, no dejar que la prudencia y el escepticismo me impidan dar incluso el primer paso.