2.3.14

Los egoístas no nos queremos

Esta mañana había escrito esto:

La tristeza del desánimo, de la soledad, de la ansiedad: del vacío. Es increíble y penoso lo mucho, lo totalmente que dependo de los demás. Y no hablo del depender del amor y la amistad para dar sentido a mi vida; eso sería normal. Hablo de hasta qué punto mi autoestima depende de lo que los demás opinan de mí; de hasta qué punto me sostengo sobre la aceptación de los otros. Qué endeble, esta fachada que soy. Qué frágil, qué superficial, qué inconsistente: qué inmaduro. 
Esta ansiedad con la que busco el visto bueno, el halago, la aprobación y hasta, ilusamente, la admiración. La ansiedad que desvirtúa mi interés, que pone en entredicho mi supuesta motivación: solo busco que se me reconozcan méritos, el aplauso. Y en pos de eso trabajo, así, con ansiedad. 
Pero de nada sirve intentar salir de ahí siguiendo el mismo camino: los demás. Por los demás puedo encontrar consuelo o incluso tranquilidad sobre mis temores e inseguridades. Pero solo hasta la próxima vez, hasta la siguiente crisis, provocada por lo mismo y que dependerá de ellos también. Solo yo puedo sosegarme de verdad y con posibilidades de llegar a un equilibrio estable. Solo yo, mi propia opinión, mi grado de satisfacción, lo que piense de mí mismo, pueden proporcionarme (ya que no parezco correr el riesgo de la auto indulgencia) una referencia centrada y serena, libre de los vaivenes de mirar ansioso alrededor.
Por una parte, ser capaz de juzgarme y juzgar mis acciones con la suficiente tranquilidad y sinceridad como para no dejarme zarandear por la primera opinión ajena. Por otra, conseguir que esa calma se traduzca, precisamente, en  madurar y actuar con madurez; en ser y hacer las cosas mejor...

Y al poco rato he vuelto con El arte de amar y me he encontrado esto. Justo lo que necesitaba, me estaba esperando:

La persona egoísta solo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior solo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él (...) juzga a todos según su utilidad; es básicamente incapaz de amar. 
(...)
El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. El individuo egoísta no se ama demasiado, sino muy poco; en realidad, se odia. Tal falta de cariño y cuidado por sí mismo, que no es sino la expresión de su [incapacidad para amar], lo deja vacío y frustrado. Se siente necesariamente infeliz y ansiosamente preocupado por arrancar a la vida las satisfacciones que él se impide obtener. Parece preocuparse demasiado por sí mismo, pero, en realidad, solo realiza un fracasado intento de disimular y compensar su incapacidad de cuidar de su verdadero ser.

No se me ocurre una mejor explicación de mi permanente insatisfacción, que solo causa ansiedad y desánimo, que decir que no me quiero lo suficiente. Ni mejor forma de tranquilizarme y ser mejor con los demás que reconciliarme conmigo mismo de una vez.


1.3.14

Amar para conocer y, para amar, conocer

No paro de subrayar el libro de Fromm. Y eso que ya está subrayado.

Si bien la gran popularidad de la psicología indica ciertamente interés en el conocimiento del hombre, también descubre la fundamental falta de amor en las relaciones humanas actuales. El conocimiento psicológico conviértese así en un sustituto del conocimiento pleno del acto de amar, en lugar de ser un paso hacia él.
Erich Fromm, El arte de amar