30.8.10

Pobrezas

También copiado de El mundo de los prodigios:

A menudo me ha sorprendido qué bien entienden las personas acomodadas e incluso los ricos las privaciones físicas que sufren los pobres, sin tener la menor idea de cómo es la sordidez intelectual en la que viven sumidos, que es uno de los elementos causantes de sus desdichas.

El texto no se refiere a tener poco dinero, simplemente, y mucho menos a haberse quedado sin él; sino a vivir (y puede que incluso a haber nacido) en la miseria.

Y yo aclararía otra cosa: es una miseria dentro de nuestra sociedad y nuestra cultura, y hasta diría que más bien urbana. Es decir, es una vida de privaciones materiales en un entorno en el que lo material determina por completo el tipo de vida. Nada que ver con un yogui de Benarés.

Pues bien, yo creo que eso es así: que la pobreza material suele llevar emparejada otra intelectual, y que ésta que se convierte en una cadena, en arenas movedizas que impiden escapar.

Pero suena tan incorrecto que dudo. Y me gustaría plantearles la cuestión a todos ustedes. Y especialmente a una persona: además de que su experiencia laboral convierte la suya en la opinión más autorizada de cuantas conozco, la forma que creo que tiene de acercarse a los demás hace que su punto de vista me interese especialmente... ¡LLS, esto va por ti!

¿Existe esa pobreza intelectual en la pobreza?

Por supuesto, no hablo de capacidad intelectual, ni mucho menos de otras cualidades de las personas. Hablo de recursos intelectuales y de algo así como de horizonte, de miras, de posibilidades...

¿En caso afirmativo, es efectivamente una de las causas de sus desdichas?

No me refiero a si les hace sentirse infelices, sino a si objetivamente contribuye a crear o al menos a agravar sus problemas; a si es un lastre sin el cual tendrían más posibilidades de salir de su situación, a si podrían abrir puertas que ahora tienen cerradas.


26.8.10

No hay más ciego que el que no quiere verse en el espejo

...al igual que tantas otras personas que van perdiendo los papeles, confundió aquello con una nueva sabiduría.

El mundo de los prodigios, Robertson Davies


22.8.10

Pobre Emilio

Emilio tiene el pelo gris de punta y gafas redondas, está muy moreno y tiene los ojos un poco rasgados, o es que su gesto normal es entrecerrarlos. Va a cumplir sesenta años.

Suele ir a caminar, en pantalón corto y camiseta, y camina rápido y con esa mueca, con los ojos así y la boca tensa en una sonrisa crispada.

Emilio se quedó viudo hace unos años. Su mujer murió bastante joven. Él no la quería, y sus hijos no lo quieren a él. Y no tiene amigos, porque es un hombre muy raro al que los demás consideran un poco trastornado, y siempre está solo. Nunca se preocupó por nadie, ni fue cariñoso ni considerado. Probablemente no fue capaz.

Y cada vez anda más rápido y tuerce más la boca.

20.8.10

Resquebrajando armaduras

Qué claridad:

¿No sabe usted qué es el fanatismo? Es sencillo: se trata de un exceso de compensación frente a la duda.
Mantícora, Robertson Davies


17.8.10

Contra el sentido común, II

Ya hubo un Contra el sentido común, y gracias a escribirlo me enteré de la definición de esa expresión, que como ven nada tiene que ver con la de sensatez, que es lo que primero nos viene a muchos a la mente:


sentido común.
1. m. Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas.


Y hete aquí que vuelvo a encontrarme con el sentido común, y de nuevo es criticado:

...todo lo que da grandeza al hombre, por oposición a una mera criatura sensible, es caprichoso cuando se pone a prueba con eso que se suele llamar sentido común. ¿Le parece que el sentido común viene a ser el cúmulo de opiniones que se tenían ayer? ¿Cree que todo avance realmente grande comienza en el terreno de lo caprichoso? ¿Supone que la fantasía es no ya la madre del arte, sino también de la ciencia?
Mantícora, Robertson Davies


12.8.10

IKEA en Galicia

IKEA ha entrado en Galicia. Y no quiero decir que ya haya uno, sino que ha entrado de verdad.

Lo hizo ayer por la tarde. Yo fui testigo, y mi madre la artífice.

Resulta que ya hay un IKEA en Galicia, y ayer fui por primera vez. Llevé a mi madre, que no había ido nunca a ninguno. Estuvimos siete horas.

Por cierto, nunca había visto tantas tías buenas en ninguno. Claro que nunca había ido en verano, y probablemente haya que atribuir parte del mérito a eso: cuerpos morenos, poca ropa, en fin.

Pero me voy del tema...

IKEA no ha entrado en Galicia por haberse instalado aquí. Eso es anecdótico. Ni lo ha hecho porque su publicidad ya esté en gallego; ni siquiera porque algunos de sus empleados lo hablen. Todo eso es superficial.

El paso decisivo que de verdad implica su completa asimilación cultural, el que la convierte, recién llegada, en algo propio, parte de nosotros y de nuestra idiosincrasia, que la instala ya por siempre entre nuestras raíces, el hito antropológico que la integra en lo más profundo del alma de este pueblo, es que mi madre compró unas flores artificiales SMYCKA para el cementerio.

Para poner entre el verde.


10.8.10

Mi psicoanálisis junguiano

En nuestros largos paseos, Taliesín me ha explicado alguna cosa de los junguianos. Y de aquellas charlas yo más o menos saqué la idea de que son los esotéricos de los psicoanalistas. O eso, o Taliesín es el esotérico de los junguianos...

En cualquier caso, resulta que en Mantícora, de Robertson Davies (y traducido magníficamente por Miguel Martínez-Lage), se sigue de principio a fin el análisis junguiano del protagonista.

Y ayer leí estupefacto mi retrato, repetición del que ya había oído en alguno de aquellos paseos.


...el hombre aprehende el mundo que le rodea sobre todo de cuatro maneras distintas (...): pensamiento, sentimiento, sensación e intuición.

...no era posible que un hombre racional hiciera una elección o estableciera un orden de prioridades entre las cuatro opciones, prefiriendo de manera natural la razón. Nacemos con una predisposición innata hacia una de las cuatro.

Sí dijo en cambio, cosa que me agradó, que el pensamiento (que yo prefiero llamar razón) era la principal función de mi carácter. También pensaba que no estaba yo mal provisto de sensación, lo cual me convertía en un observador exacto, que no se deja confundir con las cuestiones propias del detalle físico.

Pero la doctora (...) me puso en cambio muy mala nota en el apartado del sentimiento.


Ahora que el libro ha hecho su diagnóstico, confío en que más adelante ofrezca la cura.

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[Añado, día 11.08]


- Yo estoy dispuesto a aceptar todo lo que quiera usted decir. Estoy deseoso de seguir adelante, doctora.
- Pero aceptar una hipótesis no equivale a afrontar la verdad psicológica. No se trata de que construyamos un sistema intelectual.
- Aprendo deprisa, ya le he dicho que no tengo un pelo de tonto.
- Pero es que usted es tonto. Por supuesto que sabe pensar y sabe aprender. Son cosas que sabe hacer como un hombre moderno y bien educado. Pero no es capaz de sentir. Su penosa situación es bastante corriente, debe saberlo y más en nuestro tiempo, cuando el pensar y el aprender son actividades que han adquirido una especial prominencia sobre todas las demás. Debemos educar en cambio su hipotética capacidad de sentir, y persuadirle de que experimente sus sentimientos como un hombre, no como un niño abotargado y tarado. No debe usted tragarse sus propios análisis con tanta glotonería, decir luego "¡ajá, ya lo entiendo!", y quedarse tan contento, porque no se trata de entender nada. Lo que cuenta es el sentimiento. Entender y experimentar no son actividades intercambiables.



4.8.10

Descarnada



Así me ha parecido esta novela de John Fante, Al oeste de Roma, así me parece su literatura y así me parece buena parte de la narrativa norteamericana.

En realidad se trata de dos relatos, Mi perro Idiota y La orgía; y, aunque ha sido el primero el que más me ha impresionado, lo dicho aquí vale para ambos.

La literatura estadounidense más o menos contemporánea en general me gusta; y bastante. Pero muy a menudo me deja preguntándome en qué extraño mundo viven y qué tiene en común su sociedad con la nuestra. Ya hablé hace tiempo de que me parecían alienígenas.

Fante, escritor de referencia de Bukowski, es en mi opinión mucho más crudo que el bueno de Charles, por mucho que este tenga la fama que tiene. En ambos los ambientes suelen ser malos, incluso sórdidos, y sus protagonistas, tristes. Pero yo en Bukowski, a pesar de su leyenda negra, siempre he encontrado, aun en el personaje más desesperanzado, sitio para el amor; en Fante, no.

Porque es cuestión de amor, al fin y al cabo...

Mi perro Idiota está ambientado en los sesenta. Habla de un hombre y su familia: su mujer, sus hijos, sus perros, su nuevo perro, sus vecinos y sus coches, y su trabajo. Y la visión de sus relaciones es completamente deprimente: vacío, distancia, aislamiento, etc.

Se habla siempre del desarraigo de aquella sociedad, del diferente concepto de relaciones familiares. Pero esto no me parece desarraigo, me parece casi deshumanización. Y lo curioso es que cuando el protagonista habla de la infancia de sus hijos no hay nada que parezca indicar que todo va a acabar así, no hay nada tan diferente. ¿Cómo es posible que eso desaparezca, se muera, y sea sustituido por una relación de extraños?

Y luego está el dinero. Lo invade todo, está siempre presente, en el día a día, para cada cosa, entre cualquiera (matrimonio, padres e hijos, hermanos, vecinos o desconocidos): todo se paga, y todo el mundo asume que todo se paga. Para mí, otro elemento deshumanizador y deprimente.

Supongo que me equivoco en algo.

Escribe muy bien, claro. Si no, no pasaría nada de esto.


1.8.10

Diario de vacaciones: final

[31 de julio]

Tras haber apagado el ordenador a las cinco y media de la madrugada, me parece tempranísimo cuando Paula viene a levantarme, pero ya son las diez y pico.

Último día. Ese es naturalmente el primer pensamiento que me viene a la cabeza en cuanto me despierto. Última mañana en Vicedo, último despertar con niños hasta dentro de varias semanas, último día de vacaciones en el paraíso.

Pero no estoy dispuesto a equivocarme con la actitud, hoy, y en lugar de verlo todo como una cuenta atrás decido tomarme el día como otro más a sumar, a favor. Además, desde que sé que este invierno volvemos a tener la casa, todo está matizado con un por ahora.

Aborrezco hacer equipajes, y más si como en este caso parece casi una mudanza. Y peor aun es cuando los preparativos son para regresar, claro. Como, además, se empiece cuando se empiece, de hacer el equipaje siempre se termina justo en el momento de marcharse, decido no hacer nada hasta por la tarde.

Así que bajamos a nuestra (perdona, Riley, te la devuelvo mañana) playa más temprano que nunca, sobre las once. Y no subimos hasta las tres y media, después de bañarnos un montón, de seguir con la colección de conchas, de cazar cangrejos (yo no me atrevía, pero al ver a Carlitos cogerlos como si nada no me quedó otra...) y de tumbarnos apenas los últimos quince minutos en las toallas.

¡Hoy Carlos ha nadado ya sin ningún flotador! ¡Ya sabe nadar! Ha sido un aprendizaje meteórico, el de estas dos semanas. En agosto, con su madre, van a ir unos días a Menorca, y ya les he dicho a los dos que allí nadarán mejor todavía, porque flotarán más.

Con las dos cosas que me quedan en casa hago la comida, que cosecha otro gran éxito de crítica (arroz con atún), y luego, por primera vez en todas las vacaciones y aunque es el día menos apropiado, les pido que me dejen dormir media hora. Es una cuestión de necesidad, teniendo en cuenta que después tendré que conducir. Me siento como siempre en la puerta, y en lugar de tomarme un té y leer duermo un rato mientras ellos dan su clase de dibujo.

Luego empiezo a recoger: el coñazo que cabía esperar.

Además, adivinen cuál es la mejor tarde de playa de toda la semana.

Se nota que ya empiezan las vacaciones de agosto, porque por delante de casa pasa mucha más gente, hacia la playa, que ningún día. Gente que no me suena, supongo que recién llegada. Llegan también a la casa de nuestro lado nuestros vecinos del año pasado, que repiten mes. Los niños pasan a su finca mientras yo, que por fin he terminado y he dejado sin guardar solo mi ropa y una toalla, me voy a duchar.

Y ya está. Son casi las nueve; mucho más tarde de la hora a la que pensaba salir. Pero mejor.

Llamo a Paula y Carlos. Me acerco al borde del jardín y miro a la playa.

Cierro la puerta. Nos subimos al coche. Estoy algo alicaído, pero al final la tristeza no es ni mucho menos la temida.

Acaban unas vacaciones maravillosas e inolvidables, me da la impresión de que mejores incluso que las del año pasado. Por delante me aguarda un mes de agosto de estudio a marchas forzadas.

Y acaba este diario, con el que he disfrutado mucho y que me ha encantado escribir.

Les digo unas palabras solemnes a los niños, que oyen como quien oye llover. Nos vamos. Voy despidiéndome de todo en voz alta y Paula y Carlos se ríen.


Paula y Carlos, claro