24.10.10

La aldea

El viernes fuimos los niños y yo, con mis padres, a la aldea de mi familia paterna.

Voy muy poco, y con Paula y Carlos menos aun. Creo que hacía al menos tres años que ellos no iban; ella decía no recordar nada, y él, menos, claro.

Da un poco de pena, volver. Como cantaban Los Chalchaleros, la casa ya es otra casa, el árbol ya no es aquel... ni los campos, las chousas, las leiras, ni las corredoiras ni el río. Le parecen otros, a mi padre, que pasó gran parte de su infancia allí y es quien tiene recuerdos. Y no es solo eso, no es solo que pase la vida, sino que casi toda la que había en las aldeas ha desaparecido. Las aldeas están vacías y apenas queda gente joven. Cuenta mi padre que en sus tiempos, los domingos después de misa se organizaban partidos de fútbol entre todos los chavales; ahora hay una sola niña.

Pero, como siempre, casi todo depende de la mirada. Ayer mis hijos hacían que todo fuera diferente, en especial para él; su mera presencia y la ilusión que ponen en nuestras vidas hacían que pudiese (que pudiésemos) mirar adelante a pesar de la nostalgia. Los niños no permiten detenerse mucho rato a llorar por el pasado que no volverá.

Fuimos, él, ellos y yo, a dar un paseo. Y llegamos al verdadero Portorosa.



Mi padre y mis hijos, a mi vera :)

Y acabamos entrando en a chousa do muíño. Para los niños fue una aventura, por las dificultades; para mí, emocionante y reconfortante, por la compañía; y para mi padre, quién sabe. Porque en ella, en este prado donde de pequeños llevaban las vacas a pacer, se echaron hace siete años, como él había pedido, las cenizas de su hermano, mi tío, una de las personas a las que más he querido, y cuya muerte es la única que aún hoy no he podido aceptar y me sigue sumiendo en una profunda tristeza.







18.10.10

Costa de Loiba: o Picón

Un hombre sentado en un banco

¡Eh, que soy yo...! Un poquito de caso, ¿no?









Al fondo, muy pequeños, los agullóns de Ortegal



Pero, para que quede claro que Galicia no es mérito nuestro, vean qué había junto a esos acantilados.



Es una fusión de hórreo y barco, como deconstruidos.

No se aprecia muy bien, pero conjuga una estructura arbórea con unos tejados de pizarra típicos, una chimenea historiada al uso y una puerta de madera y reja... ¿castellana?

Unos paisanos nos dijeron que ya se habían gastado más de 100 millones en ella.

Aún no está habitada, pero ya tenía parabólica.

11.10.10

Microrrelato: Braga

[El tema del taller era la conspiración]

La inercia familiar, un sistema educativo que obligaba a elegir demasiado pronto y la conjunción de genética, estímulos y educación que lo llevaron a aprobar la oposición a la primera, antes de que le diese tiempo a saber que aquello no era lo suyo, hicieron que acabara ingresando en la Marina. Un curso de comunicaciones para el que fue propuesto por el comandante de su primer destino tras la academia lo condujo a Madrid, en cuya calle Almirante, precisamente, una mañana en la que un profesor faltó, vio en el escaparate de la agencia de viajes “El navegante” el anuncio de un combinado Oporto-Coimbra-Guimaraes-Braga, que había sido exactamente el recorrido de la luna de miel de sus padres. La lectura reciente, a raíz de una recomendación en un blog conocido, de una novela de Robertson Davies sobre psicoanálisis junguiano, y los posteriores comentarios sobre sincronicidad de un amigo suyo aficionado a las artes adivinatorias, consiguieron que aquello le pareciera, si no una señal, sí lo bastante curioso como para entrar a preguntar.

Su abuelo materno y Franco, Francisco, con sus ideas políticas y su empeño en encarcelar opositores, respectivamente, conformaron el ambiente político en el que tanto ella como sus hermanos mayores crecieron, y que explicaba el entusiasmo con que aceptó aquel intercambio de quince días, rechazado a causa de un compromiso familiar por su compañero de departamento, en la evocadora capital de su añorado antiguo Reino de Galicia; como explicaba también por qué el paseo de su última tarde en Portugal se prolongó más de la cuenta al oír, cuando ya se dirigía de vuelta al hotel, las notas del “Grándola”, y bajo los efectos de un ataque de romanticismo revolucionario se dejó llevar por callejuelas que la conducían, sin que ella lo supiera, a la Universidad.

De los innumerables ejemplos que veía a su alrededor, el de su difunto e infeliz tío había sido el que más había influido en el terror a la frustración que lo atenazaba y le impedía año tras año tomar decisión alguna por temor a equivocarse, y que era la causa de que él llegase a Braga, a sus años, soltero y sin compromiso. Aunque el exceso de conversaciones de bar, de camaradería, de lecturas pretenciosas y de sexo individual, y la cada vez más patente sensación de que el tiempo pasaba y él lo perdía todo en coger impulso, hacían que desease dejar de estarlo de una vez.

Ella, tras su última decepción amorosa precipitada por un regreso a casa a una hora poco habitual un día que se encontró mal, se sentía en cambio con ganas de amistad, de charlas de café, de lecturas y de libertad sexual.

Y fue otra libertad, la que él sentía en cuestiones políticas cada vez que estaba en el extranjero, sin la losa de los sospechados prejuicios ajenos que en España pesaba sobre él, la que le llevó, al leer unos carteles que anunciaban un acto con el título de “Parlamento na rúa”, a decidir acercarse a ver qué era aquello, y encaminarse así al patio frontal de la Universidad, doblando la esquina de la calle que desembocaba en él a las seis y media exactas.

Hora, las seis y media en punto, a la que ella, que tras haber visto de dónde procedía la música había recordado que había sido un concierto de Joao Afonso, sobrino del mítico Zeca, el primero al que había ido con su ex, y hubiese decidido que le podían ir dando al Grándola y a su vila morena, doblaba también, mirando aún hacia atrás y abrazando distraídamente contra el pecho una carpeta llena de apuntes, esa misma esquina pero en dirección contraria, chocaba con un chico, conseguía milagrosamente sujetar sus papeles, que por lo tanto no caían, ni hacían que ambos se agacharan a recogerlos avergonzados, ni que se mirasen, ni se sonriesen, ni se gustasen, ni fuesen a tomar un café propuesto por él en un inusitado alarde de osadía que habría sido muy comentado más adelante, ni hablasen durante horas, ni acabasen pasando la noche juntos, ni comenzasen así la que sería la gran relación de sus vidas, y solo intercambiaba unas disculpas y seguía andando sola mientras él se sentaba y comenzaba a disimular los bostezos.





5.10.10

Educación

Esto, que para algunos supongo será reprobable, a mí sin embargo me parece una muy buena señal, todo un logro, ya.



4.10.10

Braga

[Siento decepcionarles, sobre todo si han llegado aquí a través de una búsqueda azarosa en Google, pero este post trata de una ciudad portuguesa]



Me gustó la ciudad; o su casco antiguo, más bien, pero esto es una constante en casi cualquier visita: las partes modernas, salvo excepciones, me parecen todas feas, o insulsas en el mejor de los casos.

Braga es una ciudad histórica, capital de la Gallaecia romana y del añorado por algunos Reino de Galicia. Y además de por iglesias, la mayor parte del centro está formado por edificios antiguos. Los había en mal estado, pero la mayoría estaban bien conservados, y las restauraciones me gustaron mucho; incluso las intervenciones más evidentes, con elementos más modernos: mucha madera, mucho verde inglés, todo bastante discreto y, para mi gusto, bonito. Vimos unos restaurantes muy acogedores, con una estética muy cuidada (en mi opinión, la asignatura pendiente de la hostelería de mi ciudad y de tantas otras), y comimos muy bien. Las cafeterías, lo mismo.















Y estuvimos en una librería magnífica, que además era una de las más acogedoras que he visto. Se llamaba Centésima página, y creo que por primera vez en mi vida le pedí al librero que me aconsejase qué comprar. Me disculpé por mi ignorancia sobre la literatura portuguesa, pero él pareció darse por satisfecho con que hubiese leído algo. Me recomendó, y compré, A Sibila, de Agustina Bessa-Luís, y Jerónimo e Eulália, de Graça Pina de Morais. Dos novelas de dos mujeres; para él, las dos grandes escritoras portuguesas del siglo pasado. Veremos qué tal.

La librería, como les digo, era una maravilla. Vean si no el jardín trasero.



El sábado de noche, y ayer, hubo temporal.

1.10.10

Responsabilidades

No hay espectáculo más lamentable que el de un pueblo que constantemente echa la culpa de todo a sus líderes.

Arundhati Roy, Retórica bélica.



Y se refiere a la India; qué diría de nosotros.