29.7.14

Vicedo: marea baja



La marea baja permite caminar por el medio, literalmente, de la ría. La sensación es increíble, como la espectacularidad del paisaje. El entusiasmo continuo de los niños es admirable y contagioso.

Ayer tomé mi primer café del verano y del año en Oliva. Fui también a la tienda por antonomasia, a oír historias del pueblo.

Leo al desconocido (para mí, a pesar del premio) Banville, y promete.

Incluso para mí, que me pongo tantas trabas, todo está siendo maravilloso.


22.7.14

Vicedo: varios días

Ya sé que me repito. Pero es que también estos días son una repetición, la repetición que quiero.



Además, teniendo esto, ¿no es para mostrarlo una y otra vez? Aunque solo sea para creérselo uno mismo.

Marta esta mañana, antes de desayunar.



Carlos y yo sobre el río Sor, ayer.

La belleza de esta ría y de todo su entorno me parece sencillamente increíble. Miro por la ventana y todo me parece perfecto. Estoy tan contento de estar aquí.

Hace un rato he acabado de leer Brooklyn, de Colm Tóibín. En algún blog alguno de ustedes lo recomendó alguna vez. Me ha encantado; me ha gustado muchísimo. La fórmula es la misma infalible: un problema universal sutilmente tratado en las circunstancias y detalles de una vida concreta maravillosamente contada.

Seguimos. Yo además sigo sin saber dejarme llevar de la mano por la felicidad y pretendo labrarla a cincel. Pero seguimos; por suerte, seguimos todos aquí.



18.7.14

Vicedo: segundo día

Marta trabaja hoy y mañana, y se va a las seis, cuando está empezando a amanecer. Yo me vuelvo a la cama hasta que los niños me despiertan.


Hoy hemos ido por primera vez a la playa, y por primera vez me he ido a nadar. Lo he contado tantas veces que me parece que no queda nadie por saber lo que ese baño supone para mí. El caso es que he estado unos quince minutos solo, lejos, buceando, dejándome mover por las olas, subiendo y bajando; como en éxtasis. Como todas esas veces, la sensación es extraordinaria: me vacío de todo lo que me sobra y me lleno de belleza y de paz. Suena cursi pero es exactamente así.


Niebla en Cañoles

Comemos fuera (la dueña de la Bodeguita del Puerto, que cree que escribo -hace unos años alguien descubrió el blog y la cosa se ha distorsionado-, quiere saber si es mío un relato sobre ellos que les ha llegado a las manos; la sensación que me produce la mera posibilidad durante ese momento de confusión me hace pensar muchas cosas...), saludamos a gente, vemos la lancha de Camilo, ya en tierra definitivamente, vuelve Marta, van a la playa y yo leo arriba y, a última hora, cuando el sol ya se pone, bajamos a darnos el último baño.




Paréntesis

El pasado fin de semana fuimos a una boda a Zaragoza. Paramos unas horas en Madrid.

San Jerónimo Penitente

San Sebastíán atendido por Santa Irene y su criada

Seascape with distant lighthouse

Marta asombrada

Debajo, Galicia


16.7.14

Vicedo

Hemos llegado hoy.


Niebla en Cañoles

Lo estaba deseando. Porque en todo el invierno no hemos venido nada, porque por primera vez vamos a estar los cinco todo el tiempo, y porque, aunque en el trabajo sigo muy contento, esta última temporada ha sido un poco cansada y me apetecía mucho desaparecer aquí.

Quince días por delante.


8.7.14

London with kids

Hemos ido de viaje a Londres, Paula, Carlos, Cibrán, Marta y yo; cinco días a finales del mes pasado.

Nosotros dos ya habíamos estado varias veces, pero los niños no. De hecho, para ellos era la primera salida consciente al extranjero, prácticamente.

Nos alojamos en la zona de Notting Hill, en la esquina NO de Kensigton Gardens, y desde allí nos movimos muy fácilmente a todos los sitios que queríamos visitar. A algunos, incluso andando.

Íbamos mentalizados de que era un viaje con y principalmente para niños, y lo habíamos planteado en consecuencia, con contenido cultural medido y tratando de hacer y ver cosas atractivas para ellos. Aun así, nos sorprendimos de hasta qué punto están aún lejos de tener afán de conocimiento alguno... O tal vez no, tal vez seamos injustos al decirlo, porque lo cierto es que hubo sitios no tan infantiles que sí les gustaron, y Marta y yo recordábamos cómo nosotros, al menos a la edad de los dos pequeños (7), no sabíamos ni lo que era un museo. Literalmente.

Les hicimos unas libretitas con fotos de cosas que íbamos a ver y tenían que reconocer y se las tomaron con mucho interés.



Diplodocus, visto.

Fuimos a ver los típicos edificios más famosos, fuimos pero no subimos al London Eye, paseamos por el West End, por nuestro barrio hasta Portobello (donde cenamos en un pub con comida de Nueva Orleans y vimos, desde la acera, el interior de algunas casas maravillosas), por la City (contemplando el ambiente temible de algunos de los que mueven el dinero del mundo), recorrimos los jardines deliciosos de los edificios de abogados del Temple, visitamos el Zoo, el Museo Británico (lo justo para ver las momias y poco más), el de Historia Natural (con más éxito, como esperábamos, pero sin alardes), la Tate Modern (el último día, solo por ver qué les parecía; y casi todo les pareció una coña marinera) y la casa de Sherlock Holmes, como yo hace dieciocho años, que les gustó mucho. Comimos mucho y bastante rico (¡qué hamburguesas!), poco variado e insano.


Lo mejor de la Tate, los chicles pintados del camino

Jardín en el Temple

Pero, aparte de caminando por la calle, donde más tiempo pasamos fue en los parques.



Lo de los parques de Londres es algo sabido, pero uno no es consciente de lo excepcionales que son, tanto en cantidad, tamaño y belleza como en lo mucho que se viven, hasta que los ve. Y esta vez, por los niños y gracias a que hizo muy buen tiempo, estuvimos bastante en ellos; algún día incluso merendando en la hierba, junto con varios miles de personas más. Lo cierto es que había lugares donde uno tenía que obligarse a recordar que allá a lo lejos una verja nos rodeaba y separaba de las calles, porque la sensación era de estar en medio del campo. Tanto a Marta como a mí fue lo que más nos impresionó; nos daban mucha envidia.




A los niños, como suele suceder, al final lo que más les gustó fue el hecho de viajar y lo que eso, y salir al extranjero, supone: aviones, el hotel, ¡el desayuno del hotel!, coger el metro, coger los autobuses de dos pisos, coger un taxi típico, la gente extraña por la calle (me llamó muchísimo la atención la cantidad de mujeres con burka que había; hace años no se veían, y ahora no es que haya muchas, es que son algo normal), comer fuera y mal, oír hablar otro idioma, etc. La verdad es que es una gran experiencia para ellos, creo yo.






Yo me considero, al menos en parte, anglófilo. No puedo (bueno, ni quiero) evitar admirar o envidiar muchas cosas suyas, empezando por la literatura y todo lo que la literatura me ha dado (cada vez que el comienzo de una novela me ha llevado junto a la chimenea de una posada en un camino rural inglés en medio de una noche de lluvia). Y la superficial y totalmente aleatoria impresión que uno se puede llevar de contactos fugaces, en mi caso tampoco ha sido nunca mala. Tan solo me sucede que sus manifestaciones públicas, desde los titulares de prensa a los libros de Historia, pasando por los cartelitos de los museos, hacen que me vuelva de allí contento de su derrota en el Mundial y la eliminación de Murray en Wimbledon...



Lo de los jardines... es que era una maravilla, de verdad. Y no hace falta irse a los grandes parques; hay jardines encantadores en cualquier parte, aunque sean los de 4 metros cuadrados de delante de cada casa.

La preocupación por la estética, de nuevo, como indicador del nivel de vida de una sociedad.

Fue un viaje estupendo que recordaremos toda la vida.