31.5.12

Deseos secretos de cumpleaños

Hoy es mi cumpleaños. Cuarenta y dos años. La leche.

Soy bastante feliz. O muy feliz, casi podría decir, aunque tienda a ser más dubitativo que entusiasta, y eso se note.

Tal vez debería escribir un post alegre y festivo, pero no creo que sea necesario. Me siento alegre igual.

Estoy leyendo, como saben, Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz. Y me gustaría, más adelante, hacer un post con algunas de sus reflexiones sobre la vida de los judíos a mediados del siglo pasado, de sus vicisitudes en Europa, de su sufrimiento, de su emigración a Israel, su visión de aquella tierra, sus motivaciones y sus propósitos. Pero hoy les dejo un párrafo que no se aleja mucho del tema de nuestros comentarios de estos últimos días (¿o de estos últimos años?).

Habla de una abuela suya, fanática de la limpieza, que cuando llegó a Jerusalén sentenció "El Levante está lleno de microbios", y desde entonces vivió combatiéndolos.

Al final murió de un ataque al corazón; eso es un hecho. Pero no fue el ataque al corazón sino su limpieza lo que la mató. O no fue la limpieza sino sus deseos secretos. O no fueron sus deseos, sino el terrible terror a los deseos. O no fueron la limpieza ni sus deseos, ni tampoco el terror a los deseos, sino precisamente su rabia eterna e inconfesable hacia ese terror, una rabia reprimida, una rabia perniciosa, como una infección mal curada, rabia contra su cuerpo, rabia contra sus deseos, y también otro tipo de rabia más profunda, rabia por rechazar sus deseos, una rabia turbia, venenosa, rabia contra el aislamiento y la reclusión, años y años de duelo secreto por el tiempo yermo que pasa y por el cuerpo que se seca y por el deseo del cuerpo, ese deseo lavado miles de veces y enjabonado hasta reprimirlo, desinfectado, frotado y hervido, el deseo de ese Levante sucio, sudoroso, feroz y placentero hasta hacer perder el sentido, pero lleno de microbios.

Así que ojalá cumpla muchos más, y sea capaz de vivirlos sin rabia por mis miedos, sin demasiados miedos, y con valor para aceptar mis deseos.

Y que ustedes lo vean.

29.5.12

Este mundo

Ayer por la tarde leía sentado al sol en un paseo marítimo, mirando a ratos el libro (cada página de la autobiografía de Amos Oz es un regalo), a ratos a la gente que pasaba. Entre ellos, una pareja de más de setenta años caminando de la mano. Cuando me levanté volví hasta el coche cruzando un campo, y me fijé en la hierba que iba pisando, arrastrando un poco los pies, en el color, en el ruido que hacía. Y por un momento me pareció que el mundo era fácil.

Después, por descontado recordé que no. Que debería serlo, solamente.

Luego, una noticia preocupante de un amigo, y una velada de dudas mías y desorientación, de no saber sacar la cabeza de debajo de una manta absurda y pesada, y mirar afuera y coger aire, me lo dejaron aun más claro.

Pero esta mañana en el coche, de repente vi, literalmente, la luz. Y respiré. Hasta podría haber sonreído.


28.5.12

Otro mundo

1.
 Ayer iba yo leyendo un libro en el ascensor, mientras bajaba al garaje, y me sorprendí pensando que de un momento a otro me quedaría sin cobertura y no podría seguir.

2.
- ¿Cómo se cuelga? -preguntó el otro día Carlos al acabar de hablar por un teléfono fijo de los de toda la vida.


24.5.12

It's all the same fucking day, man

Es fácil mitificar a Janis Joplin. Lo cumple todo: una época ya mitificada, una vida acelerada y corta, de final trágico, y una música apasionada, entregada, que parece perfecta para protestar, para una edad, para conocer el amor, para crecer, para causas perdidas.

Llevo años pensando que tengo que escribir un post sobre ella, pero siempre lo voy dejando, porque sé que no le voy a hacer justicia.

Es fácil mitificarla al escuchar Get it while you can (Cógelo mientras puedas) sabiendo lo poco que le duró a ella. Es fácil, oyéndola decir al público en medio de Ball and Chain, nosotros que sabemos qué le esperaba, esto:

... puedes llorar por los demás 364 días, pero vas a perderte ese, que es todo lo que tienes. Tienes que saber que eso es amor. Porque lo es. Si lo tienes hoy, no te preocupes por mañana, no necesitas hacerlo, porque de hecho, como descubrimos yendo en tren, mañana nunca sucede. ¡Es todo el mismo puto día!


Aparte de tener una voz magnífica, que, como oí el otro día, parecía romperse en cada canción y volver a nacer para la siguiente, y de tener grandes músicos con ella, Janis Joplin es algo más. Aunque no queramos mitificarla.

Cuesta elegir un tema como ejemplo. A ver este. Comparen todo (su voz, los músicos, su actitud) con cualquier producto actual:




Lo que se siente escuchando a Joplin es difícil describirlo sin tópicos, sin ponerse trascendental. Pero qué se le va a hacer, cuando efectivamente uno, al oírla, siente que ahí hay más que música; que está la vida entera puesta en cada canción. Cuando siente que toda esa fuerza, esa alegría de huída hacia delante, esa llamada de socorro, y las drogas, claro, y esa tristeza, esa soledad y toda esa desesperación, son verdad.

Que toda ella (se lo advertí) es verdad.


22.5.12

Un provinciano en Madrid: puente infantil

Puente de las Letras Galegas, aquí en el noroeste penínsular, y escapada a Madrid con los niños y su madre, como regalo a Paula.

El plan: dos días de Warner, uno de Zoo y otro de Madrid ciudad.

Empezamos con algún que otro contratiempo: el coche no se recogía en el aeropuerto, sino en un hotel ignoto, al contrario de lo que me habían asegurado por teléfono (Rentalcars + Goldcar: no se los recomiendo), y además había que pagar más cosas de las que en principio parecía (seguro extra, o te inmovilizaban en la VISA ¡650 €!; depósito lleno, lo devolvieses como lo devolvieses); nos olvidamos la mochila con todos los billetes y reservas, con dinero y la documentación de mi ex y los niños, en el autobús que nos llevó al susodicho hotel (luego nos la trajeron, pero mientras duró...); cuando al fin nos llevamos el coche yo dejé una de las maletas en el parking y tuve que volver a por ella esa noche; y de camino a Pinto (donde dormíamos) nos perdimos dos o tres veces. Por lo demás, bien.

Por cierto, yo no sé si fue el colchón o la suavidad de la ropa de cama, pero hacía tiempo que no dormía tan bien como en este hotel.


WARNER

Supongo que no está mal. Supongo que incluso está bastante bien; y seguro que en cuanto a atracciones de emociones fuertes lo está. Pero un consejo para padres: si habéis ido a Disney, no vayáis aquí. O, dicho de otro modo, si queréis ir, empezad primero por este, y luego ya iréis a París. Y fliparéis.

Porque es inevitable comparar, y de la comparación sale francamente mal parado en casi todo: instalaciones/decorados/ambientación del parque, calidad (¡y duración!) de las atracciones, medios y cantidad de personal, su actitud (en Disney parecen todos actores aleccionados para hacerte creer que estás en una peli, o en un cuento; aquí, no, solo son empleados con uniforme), tiendas y hostelería (los dos sitios son un verdadero timo, pero mientras que en París comes genial y entras por ejemplo en una pastelería y no sabes qué no elegir, aquí era todo pura comida basura-basura, y locales cutres y bastante sucios (en lo cual seguro que también influye, y mucho, el civismo de los usuarios, que aquí éramos todos de aquí)), y actuaciones (eso, cutres). Además, estaba todo minado de pequeños gastos extras.

Si aun encima hace sol, y uno es de naturaleza húmeda, directamente se muere, porque hay muchas zonas del parque donde no hay ninguna sombra donde cobijarse.

De todos modos, que conste que Paula y Carlos lo pasaron muy bien. Aunque Paula vomitó en una atracción; pero para compensar vino conmigo en un par de montañas rusas medianas y salió entusiasmada. Las atracciones de agua les encantaron a los dos; y a los adolescentes de la docena de insitutos que había.

(Disgresión socio-nutricional:


Si alguien duda que en hábitos alimentarios, y en las lógicas consecuencias sobre nuestra salud, estamos acercándonos a los EE.UU., que por favor vaya a la Warner con buen tiempo.

Yo comprendo que la ropa de verano es inmisericorde. Y más todavía estando blanco como la leche. Que las mallas disimulan muy poco; y que la combinación chanclas+camiseta de tirantes+pantalón corto+gorrita, con riñonera o mochila de Bugs Bunny a la espalda, arruina la imagen de cualquiera. Pero en cualquier caso, el sobrepeso (por decirlo suavemente) era abrumadorante mayoritario. Y cuando no (sobre todo entre ellos), se ven de todos modos los estragos causados por la vida sedentaria y la casi completa inactividad física. Y a mí me parece preocupante, por lo que tiene de síntoma.
Es verdad que se trata de familias en una edad y una etapa de sus vidas (niños pequeños) muy concretas. Pero da qué pensar. Y además supongo, sin ningún dato en la mano, que, como en Norteamérica, la situación es peor cuanto menor es el nivel socioeconómico, porque los malos hábitos alimentarios también lo son; en parte por desconocimiento, en gran parte porque, con poco dinero, o se compra menos o se compra de peor calidad.)

ZOO

A pesar de que ya había ido muchas veces, a mí me gustó mucho más, como me imaginaba. Y a Carlos también.

Es innegable que un zoológico, ver a los animales allí confinados, transmite cierta tristeza; aunque uno se diga a sí mismo que ellos no lo comparan con nada y viven estupendamente (para lo que un animal se supone que puede esperar). Pero me pareció que estaba bastante bien, todo bastante digno. Y no deja de ser una suerte poder ver a tantos juntos. Por cierto, había un par de especies que solo sobreviven en cautividad.

Los niños entraron en una jaula a dar de comer a unas cuantas aves exóticas. Paula se puso algo nerviosa, y una cuidadora estuvo con ella, pero Carlos estaba feliz; parece cada vez más claro que los animales son lo suyo. En varios sitios, si no lo agarro se mete dentro con ellos.



Carlos, entusiasmado


La verdad es que hay muchos animales que impresionan, o, básicamente, que acojonan. Otros, en cambio, me resultan sugerentes y me dan ganas de viajar. Por ejemplo, los camellos; me acuerdo de alguna película mongola, de algún libro de viajes, y alucino imaginándomelos allí en el fin del mundo.

Los primates inquietan muchísimo: demasiado cercanos. Ya no solo su morfología, sino su actitud, su expresión, y sobre todo su mirada, no tienen nada que ver con los del resto. Y dan un poco de angustia; y más pena, porque no cuesta nada suponerles la consciencia suficiente para darse cuenta de lo puteado de su situación. Vimos un gorilita de pocas semanas de vida; solo le faltaban los pañales. El orangután, sentado muy quieto, me pareció lo que siempre: un sabio apesadumbrado, resignado a su suerte.






Salí con ganas de ver documentales.


MADRID

Los niños estaban asombrados con todo: los edificios, la cantidad de coches, las estatuas de los tejados, las actuaciones callejeras, la cantidad de restaurantes, de gente, reconocer sitios que les sonaban de la tele... E iban haciendo mil comentarios al respecto, que es lo mejor.

Teníamos M80 en la radio y decía Paula "Jo, hasta la radio es mucho más guay, en Madrid". Ya se lo expliqué.

Fuimos al Retiro el domingo por la mañana, como está mandado, y lo pasaron bien. Aunque lógicamente el lago no les impresionó mucho.


Paula observando absorta, como de costumbre

Pero de todos modos yo creo que lo que más les gustó fueron el Metro y el Dunkin Donuts.


AVIÓN


Qué mayor atracción que volar.

No era la primera vez que lo hacían, pero estaban excitadísimos. Carlos se puso a gritar "¡Dios, estamos en una nube, estamos en una nube!"; y ver la tierra desde el cielo, los campos de labranza, los pueblos, las carreteras, los ríos, les resultaba impresionante.

Y a quién no. La verdad es que es asombroso; uno se reencuentra con la geografía, y con la población dispersa y la concentrada. Y cae en el tópico de maravillarse de lo poca cosa que somos. Sin llegar a la altura de lo que ilusamente creyó no sé qué astronauta sobre el impacto que las primeras fotografías del planeta Tierra tendrían sobre la humanidad, no se puede evitar pensar en lo mezquinas y patéticas que se ven desde allí arriba nuestras referencias y nuestras luchas.

El paso de Castilla a Galicia, desde el aire, el cambio de color, es espectacular.



Ahora esta imagen es normal, pero imagínense la conmoción, hace no tanto

Y llegamos bien.


21.5.12

Carlos, desconcertado

- ¿Sabéis qué? Un día metí un dedo en la oreja y saqué un montón de cera, y pensé: ¡¡¿Magdalena en mi oreja?!!


15.5.12

Tiempo

A mí no me deprime, ni me ha deprimido nunca, la lluvia.
A mí me deprime el viento.

14.5.12

Miles de millones

No hemos tardado mucho en acostumbrarnos a hablar de miles de millones de euros, aunque sea para descontarlos. Quién nos lo iba a decir hace diez años, cuando supimos que mil pesetas eran solo seis.

Pero se nos sigue escapando el concepto. El concepto y todo lo demás. Oímos cantidades y no sabemos qué significan ni dónde están; si es tanto como parece, si es menos, si es mucho pero lo de al lado muchísimo más... 

Lo último: diez mil millones menos para Sanidad, otro tanto en Educación, lo mismo para Bankia, puede que otros ciento y pico mil para Grecia, y la semana pasada JP Morgan pierde, en una mala operación, dos mil, esta vez de dólares (que ¿dónde estaban?, ¿de dónde acaban faltando?, ¿dónde pasan de operación de lucro fallida a tragedia?). Nos llevamos las manos a la cabeza, claro, cómo no nos las vamos a llevar. Pero no sabemos qué más hacer. Yo al menos no lo sé.
Sí sé, en cambio, que hay demasiadas cosas que nadie me pregunta. De menor a mayor: cuáles son mis prioridades a la hora de recortar, si creo que recortar sirve para arreglar las cosas, y en qué consiste arreglar las cosas; o, dicho de otro modo, qué es para mí que las cosas vayan bien, a dónde querría llegar. Porque claro, si me preguntasen, lo mismo no estaba de acuerdo con nada: antes de decidir cómo arreglar la economía, que se decida qué es una buena economía.

Circula por internet (o circulaba hace tres días, una eternidad para la red) una viñeta en la que un niño le pregunta a su padre si todas estas medidas que estamos sufriendo se toman para salvar el sistema que nos ha conducido a esta situación. La genialidad del dibujo es que nos aleja lo bastante del laberinto de detalles técnicos como para tener una vista general y darnos cuenta de la sinrazón.

Que JP Morgan (que ha recibido fondos públicos, of course) pierda en un desliz 2.000.000.000 $, si no fuera un drama en algún sitio y una injusticia, literalmente, criminal, no es mucho peor que si los hubiera ganado. Que nuestro sistema no solo nos haya conducido aquí, sino que incluso en estos momentos siga permitiendo que alguien pueda ganar, haciendo malabarismos con los números (los mismos malabarismos que han provocado la caída), miles de millones, es igual de inadmisible. Esta desigualdad lo es, y es necesario que se impida. Que se cambien las reglas o se prohíba el juego. Perder miles de millones especulando es imperdonable. Y ganarlos, también.


11.5.12

Taller: Cuatro años

[El tema era lo culinario, aunque como verán no es más que una excusa de partida.
Es muy largo para un post, pero bueno, ahí va.]


Cuatro años

"Desde que se habían casado, hacía ese día cuatro años justos, Tomás y Ana vivían en un adosado junto a la carretera, en Bastabales, cerca de Santiago. Cuando lo compraron les hizo mucha ilusión la idea de vivir oyendo las campanas del poema.

Todos sus aniversarios los habían celebrado en casa, solos. Ana lo había querido así desde el principio, una cena íntima; y a él le había parecido bien hacer de esa noche una velada hogareña que para él, por su trabajo, era excepcional.

Pero ese año Tomás había propuesto por primera vez cenar fuera.

- ¿Fuera? ¿Pero no vamos a cenar aquí, como siempre?

- Bueno, me apetecía hacer algo distinto.

- ¿No prefieres que lo celebremos solos? Tenía ya el menú pensado.

- También está bien variar un poco, ¿no? Este año me apetecía salir, ver gente, no sé...

Al final, Ana insistió y quedaron en que cenarían en casa. Pero como Tomás no parecía demasiado contento, esa misma mañana, mientras él se afeitaba, ella le dijo desde la ducha si le apetecía que invitasen a Lucía y Roberto, sus mejores amigos.

- ¿Invitarlos esta noche? ¿A Roberto y Lucía? No, no.

- ¿No? Pensé que, como te apetecía cambiar un poco.

- No. O sea, sí, pero no eso. No, ¡cómo vamos a invitarlos por nuestro aniversario!

Poco después de terminar de comer empezaron a prepararlo todo. Ana había pensado en hacer unos hojaldres de queso de cabra y setas que le salían muy bien, de primero, y luego una carne rellena, una receta nueva. Tomás se había encargado de ir, lista en mano, a la compra. Ahora él iba sacando las cosas de la nevera y se las iba dando a Ana, que las colocaba en dos grupos sobre la encimera.

- La masa de hojaldre, la bandeja de setas; van dos tipos mezclados, boletus y otro, no sé bien cuál. El redondo. Pesa algo menos de lo que me dijiste, pero no había más.

- No pasa nada.

- ¿Saco ya la caja de huevos?

- Sí, así ya los voy cociendo.

- Las cebollas y los ajos los puse ahí, en el carrito. Toma, el pan rallado.

- Vale. ¿Y el queso?

- Ah, aquí.

- Bueno, voy a hacer el relleno, que creo que lleva tiempo, y ya dejamos lista la carne para el horno. Al final va a coincidir con los hojaldres, pero se pueden poner encima, en la bandeja.

- Vale. ¿Te hago falta?

- ¿Falta? No. ¿Te vas, o qué?

- No, no; digo aquí, en la cocina.

- No. A lo mejor después.

Antes de que Tomás saliera, Ana lo interrumpió.

- ¿Te pasa algo?

- ¿A mí? No, nada.

Tomás fue a sentarse al salón. Sacó del bolsillo el móvil, que tenía en silencio, y leyó un mensaje que acababa de recibir. Contestó rápidamente y lo guardó de nuevo. Se quedó en el sofá mirando hacia la ventana. En ese momento salió Ana de la cocina. Subió al dormitorio y bajó al poco rato, y lo vio en la misma posición.

- ¿Seguro que estás bien? –le sonrió antes de entrar de nuevo.

- Que sí.

Ana puso un cazo con agua al fuego y empezó a pelar y picar las cebollas. De vez en cuando levantaba la cabeza y miraba hacia fuera. El cielo estaba desde por la mañana totalmente cubierto, y en ese momento comenzó a llover.

Tomás se había puesto de pie y miraba también por la ventana, de brazos cruzados. Notó la vibración de otro mensaje en el teléfono. Miró atrás, hacia la puerta de la cocina, y lo leyó. Apagó el móvil y lo guardó. Dio unos pasos por el salón, volvió a cogerlo, lo encendió y lo metió en el bolsillo otra vez. En ese momento oyó a Ana, que lo llamaba desde la cocina.

- Qué.

- ¿Y las nueces y los piñones?

- ¿Las nueces y los piñones? Pues… ¡Mierda, me olvidé!

- ¡¿Que te olvidaste?!

- Sí. Es que como tenía que cogerlos en la otra tienda, salí del súper y con las prisas ni me acordé.

- ¡Pero hombre, pero si son imprescindibles!

- Joder. Bueno, voy en un momento.

- Ahora está cerrado, ¡a dónde vas a ir ahora!

- ¿Está todo cerrado?

- ¿Qué vas a ir, a Santiago? Pues claro que está todo cerrado. Hombre, Tomás…

- Bueno, coño, lo siento. ¿Qué pasa? Tampoco pasa nada por eso, ¿no?

- No, no pasa nada, claro. La receta ya no se puede hacer, pero no pasa nada. Qué más da.

- Pues la haces de otra forma, Ana.

Ella abría y cerraba cajones y alacenas, buscando en vano.

- Sí, de otra forma. Joder, te dije que eran imprescindibles. Que los cogieras en la tienda en vez de en el súper, que fuesen buenos, y que eran imprescindibles.

- ¡Ya te he oído! -Tomás hizo ademán de buscar él también, pero paró enseguida- Lo siento. Bueno, ¿y no habrá ninguna forma de cambiar eso y seguir más o menos la receta?

- No sé. Yo qué sé.

- Puedes preguntarle a Lucía, ¿no?

Ana tardó unos segundos en responder.

- Sí, supongo. No sé si estará en casa.

- Pero llámala al móvil.

Ella, que había seguido moviendo paquetes y bolsas mientras le contestaba, se quedó quieta y le miró.

- ¿Cómo sabes que es de Lucía, la receta?

- ¿Cómo? ¿Que cómo lo sé? No sé –fue hasta el fregadero y bebió un vaso de agua-. Pues porque me suena de ella, supongo.

- Ya. ¿Tienes ahí el móvil, que el mío lo he dejado arriba?

- No. No, aquí no.

Ana salió de la cocina. Él se sentó a la mesa, apoyó la barbilla en las manos y se quedó inmóvil hasta que ella entró de nuevo.

- Pero esta receta se la pedí a Lucía precisamente porque no me sonaba de nada. Nunca nos la ha hecho.

- ¿No? –se levantó- ¿Estás segura? Pues ni idea, lo habré dado por sentado, que era suya. ¿La vas a llamar?

- No contesta, ya he llamado.

- Ah. Tendrá el teléfono apagado.

- Sí.

Ana se acercó de nuevo a la encimera y abrió la bandeja de las setas, el queso y el paquete de la masa. Cogió el cuchillo y cortó las setas y el queso en dos montoncitos, y comenzó a separar las láminas de hojaldre. Tomás la miraba de pie, desde la pared de detrás.

- ¿Será muy pronto para cerrarlos? –dijo ella en voz baja.

- No sé. ¿Pero los vas a meter ya en el horno?

- No, hombre, pero no sé si las setas se secarán, o ablandarán esto; no tengo ni idea, nunca los hago con tanto tiempo.

Paró de trabajar y se quedó quieta mirando toda la comida.

- No sé qué hacer con lo de la carne.

- Pues hazla igual pero sin las nueces y los piñones. ¿No puede ser?

- Pero si es que toda la gracia del plato está en eso. Si no, es una carne mechada normal y corriente. Además la salsa también llevaba frutos secos.

- Ya.

- Es que no tiene nada que ver.

- Ya –Tomás se separó de la pared-. Bueno, da igual, Ana.

- No. Yo quería hacer algo especial. No da igual.

Tomás salió. Ella siguió con los hojaldres. No le salían bien, quedaban feos o se le abrían. Al cabo de una media hora él volvió a entrar.

- Mira, por qué no vamos a cenar fuera, ¿eh? Podemos ir a La Corredoría, que te gusta tanto, ¿eh?

- No.

- ¿Pero por qué no? He llamado y hay sitio -Ana se giró, se apoyó de espaldas en la encimera y se cruzó de brazos-. Esto no se estropea, lo guardamos y lo hacemos mañana.

Ana se quedó mirando para él.

- Para mí esto es importante, Tomás. Para mí es importante celebrar nuestro aniversario.

- Pero si para mí también…

- Y celebrarlo así, en casa –suspiró-. Me gusta hacerlo así, y quiero hacerlo. A lo mejor tú no lo ves como yo, no pasa nada, pero para mí dice mucho que seamos capaces de celebrar este día solos. Solos y en casa –se calló un momento-. Ya salimos muchas veces, cenamos por ahí muchísimo. Pero a mí me gusta que esta noche sea distinta, que sea solo cosa de nosotros dos. Y que aun así sea estupenda.

Se quedaron los dos callados, sin mirarse.

- ¿Quieres que cenemos fuera? –siguió ella al fin- Pues cenamos fuera.

- Pero, a ver, tampoco es eso. Así no, así no quiero.

- ¿Así, cómo?

- Pues contigo enfadada, Ana, coño.

- Pues lo siento, pero lo estoy. Resulta que lo que íbamos a hacer ya no se puede hacer, porque no has traído las cosas, y me cabrea.

- ¡Pero vamos a ver! ¿Qué es lo que te cabrea? ¿Que me haya olvidado? ¡Oye, que no lo he hecho a propósito!

Ella lo miró sin decir nada y se alejó unos pasos, hacia la ventana.

- No es eso, Tomás. Ya supongo que no lo habrás hecho a propósito. Es lo que significa; o lo que yo veo en eso.

- ¿Lo que tú ves en eso? ¿Y qué ves en eso, si se puede saber?

- Es todo, Tomás. Es tu falta de ganas, tu pasotismo con este tema.

- ¿Pero qué dices? ¿Qué pasotismo?

- No me digas que has mostrado el más mínimo interés por lo de hoy, por la cena, por todo. ¿Qué pasa, que es cosa mía y tú eres el invitado? Otros años no era así, desde luego.

- ¡Pero que a mí no me pasa nada, que estoy como siempre!

- Pero si es la primera vez que no tengo flores por la mañana…

Tomás se sentó.

- Me olvidé.

- Ya, también. Pues eso.

Ana volvió hacia donde estaba trabajando y toqueteó las cosas, distraída, hasta que salió de la cocina. Tomás se levantó y fue tras ella.

- Pues mira, ¡sí, es verdad!: no me apetecía, no me apetecía este plan, este año. Ya te lo dije, que prefería salir fuera, que me apetecía más ver gente y variar un poco, coño. ¿Qué pasa? ¿Tan malo es?

Ella se dio la vuelta. Se quedaron ambos de pie en el centro del salón.

- No sé, Tomás, no lo sé.

- ¿Qué pasa por querer cambiar? Hombre, Ana, ¿qué pasa si no me apetece lo de siempre?

Ana lo miraba sin decir nada.

- Joder, pero qué pasa. Me olvido de las putas nueces… Perdón. Me olvido de las nueces y parece que lo he hecho a propósito para molestarte. Y no me apetece el plan de siempre, tu plan, y tampoco puede ser. Soy el culpable, el malo –Tomás se había puesto a andar de un lado para otro-. Pues no, coño, no es así. A veces esas cosas pasan. Bueno, lo del despiste yo creo que no merece ni comentarlo, pero lo otro: pues me apetece más otra cosa, Ana, no lo he hecho a propósito. Sucede y punto. ¿Tú quieres tu plan de siempre, lo que te gusta a ti? Pues yo no. Yo no. ¿Es que no podemos cambiar? ¿Es que tenemos que seguir toda la vida igual, una vez hecha la elección? ¿No tenemos derecho a equivocarnos, y rectificar?

- Pero de qué hablas. ¿Por qué te pones así?

- Pues de eso. ¿Que por qué me pongo así? Por lo de siempre, joder. Que no lo hago a propósito; que no estoy haciendo nada malo. ¿Por qué tienes que hacer que parezca el culpable?

Ana se dejó caer en un sillón.

- Esas cosas pasan, Ana, y nadie tiene la culpa –Tomás andaba de un lado para otro-. ¡Estoy harto!

Ella lo miró fijamente durante unos segundos. Se levantó y se acercó a él, e hizo ademán de besarlo. Él se apartó.

- ¡Estamos hablando!

Ana se detuvo, dio media vuelta y fue hasta la ventana. Se quedó mirando hacia fuera. Seguía lloviendo. Los campos y las casas parecían en silencio, sin vida. Estuvieron así un rato.

- ¿Tú me quieres? –dijo sin girarse.

- ¿A qué viene eso ahora?

Ana apoyó la frente en el cristal. El jardín estaba empapado. La hierba y las baldosas brillaban, las flores temblaban con los golpes de las gotas. Se oyeron las campanadas de la iglesia."



7.5.12

Posibilidades

Mi optimismo, cuando lo hay, tiene que ver con las posibilidades. Mi manera de estar animado es sentir que puedo elegir, que hay opciones; la sensación de poder construir algo (la vida) o acceder a algo nuevo. Si veo mi vida como algo que puede crecer y llenarse, estoy bien; y viceversa.

Por eso la rutina, en cuanto se prolonga (o sea, en cuanto es rutina), tiende a entristecerme. Porque de hacer siempre más o menos lo mismo paso fácilmente a tener la sensación de que no puedo hacer otra cosa.

Y entonces, de ese ahogo de pensar que ya no hay nada nuevo, que ya está todo visto (¿para sentencia?), surge la tristeza.

Mi tristeza siempre ha rozado el miedo de no vivir lo suficiente; de desaprovechar la vida. Algo terrible, porque la consciencia del fin está siempre presente, de fondo.


Todo esto, con independencia de que para mí esas posibilidades, esos caminos por andar, sean modestos y casi siempre íntimos, inadvertidos para el resto: conocer a alguien, mirar de otra forma, dar un paseo, mis hijos, claro, querer.




4.5.12

Carta de R. L. Stevenson

Llego a través de Biblioteca Ignoria, un magnífico blog sobre literatura que propone una lectura cada día, a esta carta de Stevenson a un joven que le ha pedido consejo sobre si dedicarse o no a la carrera del arte.

Les dejo algunos fragmentos:

...si un hombre ama su oficio con independencia del éxito o la fama, los dioses han llamado a su puerta.

La ejecución de un libro, de una escultura, de una sonata deben emprenderse con la insensata buena fe y el espíritu incansable de un niño que juega. ¿Merece la pena? Siempre que al artista se le ocurre hacerse esta pregunta, ampara una respuesta negativa. No se le ocurre al niño que juega a los piratas en un sillón del comedor, ni tampoco al cazador que rastrea su presa; la ingenuidad de aquél y el ardor de éste debieran fundirse en el corazón del artista.

...no dudo que [el artista] ha de trabajar con un material díscolo y que el mismo acto de escribir perjudica y pone a prueba tanto sus ojos como su carácter; pero obsérvele en su estudio, cuando las ideas se agolpan en su mente y las palabras no le faltan: en qué corriente continua de pequeños éxitos transcurre su tiempo; con qué sensación de poder, como la de quien moviera montañas, agrupa a sus personajes menores; con qué placer para la vista y el oído ve crecer la etérea construcción sobre la página; y cómo se esmera en un oficio al cual afluye todo el material de su existencia y abre una puerta a todos sus gustos, preferencias, odios y convicciones, de modo que llega a escribir lo que ansiaba expresar. (...) lo sorprendente en verdad es recibir retribución de cualquier especie. Otros hombres pagan, y con largueza, por placeres menos deseables.

...vigile las primeras señales de pereza. En puridad, este idealismo sólo puede sustentarse merced a un esfuerzo constante; pues el nivel de exigencia se rebaja con enorme facilidad, y el artista que se dice a sí mismo «así será suficiente», ya está condenado.

...muchos artistas (...) olvidan el objetivo de todo arte: deleitar. Indudablemente es tentador abominar del burgués ignorante; empero, no debe olvidarse que él es quien nos paga y (salta a la vista) por servicios que desea ver realizados. (...) Ofrecer al público lo que no desea y esperar su aplauso es extraña pretensión, aunque muy corriente (...). En este mundo la primera obligación de cualquier hombre es ser solvente; conseguido esto, puede entregarse a todas las extravagancias que le plazcan; pero quede bien claro que sólo entonces.


3.5.12

Poesía lírica


- Carlos, ¿y tú sabes qué es un fonendo?
- Sí: un aparato que sirve para ver si parpadea el corazón.