26.3.18

¿Madrid?


Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 25.03.18


¿Madrid?




"Las seis y media de la mañana. Se va el autobús y me quedo en la acera desierta. De nuevo en Madrid.

En Madrid hay muchísima gente. Parece que pasa algo. Pero el mayor cambio es el del tiempo, el de los tiempos. Decides salir con antelación para ir con calma y así poder dar una vuelta antes, y resulta que llegas por los pelos, que esa antelación nunca lo es.

Estoy comiendo cerca del Teatro Real, y un chico y una chica de veintipico años se sientan en la mesa de al lado. Son modernos y urbanitas, piden café con hielo con una rodaja de limón y un toque de canela, y todo les da asco: su pelo, que les crece así, mira, fatal, una compañera de piso que habla como si todo fuese superemocionante –“Háblame, normal, tía, solo te pido eso: normal”-, una pesada del trabajo, etc.: “¡Qué asco, tío, qué aaasco!”.

En la terraza del Círculo de Bellas Artes me acuerdo de Forges, ese genio, al ver a uno de sus personajes, engominado con ricillos en la nuca, dirigirse al camarero con prepotencia y, en realidad, en cuanto le contesta, volver a sentarse medio abochornado y balbuceando un poco hacia la chica que lo acompaña.

De noche, en el barrio de Salamanca, paso por delante de locales con portero donde la gente viste caro y en las puertas siempre hay chicas impresionantes riéndose. Me imagino el dinero dominándolo todo, cocaína y prostitución de lujo, y me siento a años luz, en inferioridad y a la vez a salvo. Yo qué sé. A lo mejor son como yo.

En el asiento de enfrente un chico habla con una amiga. Le dice que los mejores del mundo haciendo el corte del pescado son los japoneses. Que él ha ido a un montón de japoneses y está convencidísimo. Que no hay otros iguales. Que se fije si no en el sushi, mismamente, o en los pescados venenosos.

Voy al cine a los Ideal, a ver “Tres anuncios en las afueras”. Solo con la escena inicial, donde hay tres vallas publicitarias rotas en medio de la niebla y Renee Fleming canta ‘The Last Rose of Summer’, sé que va a ser una gran película. Y lo es, con Frances McDormand -la policía de “Fargo”- y uno de los actores de reparto, Sam Rockwell, haciendo dos papeles antológicos. Pido palomitas dulces y tengo que dejarlas a medias, porque creo que voy a estallar y llenar todo el cine de vísceras recubiertas de caramelo.

Esta vez venir ha sido distinto. Por primera vez, es probable que en no mucho tiempo viva aquí, tal vez un año o dos, tal vez más. Y, aunque son días de turismo que no hacen prueba, trato de imaginarme en estas calles sin estar de paso, pero no soy capaz.

Los atardeceres en el centro son preciosos. Dicen que es la contaminación. Pero son preciosos."

* * *

11.3.18

Dispersión

Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 11.03.18


Dispersión


"A pesar del poco tiempo que hace que las redes sociales son tema de conversación, generan tanta que es difícil decir algo sobre ellas sin repetirse, sin caer en el lugar común –ya, en tiempo récord- o el tópico.
El otro día comentaba con unos amigos que el mal está, obviamente, en el propio medio. Hay veces –y no pocas- que es así, y no hace falta hablar de lanzallamas o de quads. También la televisión acarrea unos perjuicios, y lo haría aunque la programación fuese decente. Y así, internet, y más concretamente la internet portátil, omnipresente, y su aportación más impactante a nuestro día a día –las redes, decía-, conllevan un daño inevitable. Inevitable así tenga uno, como amigos, exclusivamente a sesudos pensadores.
La inundación de información y de opinión, siempre a un ritmo vertiginoso que supera ampliamente el de nuestras capacidades de selección y de asimilación, tiene un efecto caótico. O electoral. Nunca las ramas, infranqueables, asfixiantes como la selva de Región, impidieron tan completamente ver el bosque. Y, de esas ramas, no es la avalancha de datos brutos lo que más me asusta, sino esa otra avalancha de opiniones a primera vista que genera.
Asistimos... no: protagonizamos un intercambio frenético de pseudoinformación que no va a ninguna parte, aunque solo sea por su poca vigencia, porque incluso la valiosa y contrastada tiene una esperanza de vida ridícula. Pero no solo es eso; volvamos a culpar al medio, que, en palabras del filósofo coreano Byung-Chul Han, ha hecho que dicho intercambio, superficial y condenado al olvido, sustituya a la comunicación. También dice que la aceleración actual disminuye la capacidad de permanecer. Que ya no sabemos esperar, que no aguantamos el silencio, que no soportamos que no pase nada. Necesitamos animadores.
¿Sueno demasiado apocalíptico? No demonizaré yo la red que tantas alegrías me ha dado y tantas puertas reales me ha abierto; pero sí su deriva hasta esto. Me quejo y me canso de su presencia permanente, de esta internet de bolsillo que no nos deja nunca solos, que se mete en nuestra cama, viene a la playa, se sienta a nuestra mesa y se inmiscuye en nuestras conversaciones, las despersonaliza, las diluye y las dispersa hasta que se desvanecen.
Es esa dispersión, ese no estar nunca aquí y ahora, lo que más me molesta. Siempre la atención a la deriva, de gracia en gracia, de lema en lema, de destello en destello. Esa dispersión tan poco compatible con atender, con escuchar, con ver, con hablar, con pararse a pensar o a sentir."

* * *



4.3.18

Muchísimo


Publicado en el suplemento Táboa Redonda del domingo 05.03.18


Muchísimo




"Cuando yo tenía nueve o diez años, mi tío me contó, un día que cenó en casa, que al Sol le quedaban unos cinco mil millones de años para apagarse, y que cuando lo hiciese también se acabaría la vida que pudiese quedar en la Tierra. Era profesor de Biología y le gustaba que le atendiese. El pobre no supo qué hacer cuando vio que de repente me ponía a llorar, desolado.

No recuerdo cuántas veces pensé en la cama, de niño, que mis padres, como todo el mundo, se morirían algún día. Pensaba en ellos, sentados en la sala como estaban en ese instante, y entonces imaginaba que desaparecían para siempre y nunca más los veía. A partir de ese momento, alternando recuerdos suyos con escenas de aquel hipotético futuro,  entraba en caída libre hasta que al rato aparecía en la sala llorando. Ellos trataban  de tranquilizarme, con poco o ningún éxito. Creo que únicamente el hecho de verlos, de tocarlos y tenerlos delante normales y corrientes me sacaba de aquella pesadilla.

Hace un par de semanas, mi hijo y yo estábamos viendo “Cosmos” y precisamente hablaban de eso, del tiempo que le queda a la Tierra antes de que el Sol se convierta en una gigante roja y la funda. Al cabo de un rato noté que temblaba y vi que estaba llorando. Yo ya sabía por qué, pero le pregunté qué le pasaba: “Que tú algún día te vas a morir, y yo te voy a echar muchísimo de menos”.

Le dije que no se preocupase, que para eso faltaban como mínimo cientos de años. Pero ese “muchísimo” me llegó hasta el mismo fondo del alma, porque lo dijo con tal énfasis que vi o quise ver en él todo lo que siento yo: la insoportable, insoportable e inconsolable tristeza de perder a alguien que quieres, cuando lo quieres así.

No se puede tranquilizar sobre eso. Porque, ¿qué puedes decir? ¿Que no es para tanto? Sí lo es, claro que lo es. ¿Que tiene razón y en realidad la suya es la reacción más lógica? O que va a llegar alguien a su vida que hará que esa pena suya de ahora por mí no sea nada, en comparación con el nuevo miedo que sentirá.

Solo cabe mentir. A veces le digo que nosotros no nos vamos a morir, y aunque los dos sepamos la verdad nos quedamos mejor. Mentir y dar cariño para que se olviden, para que no lo piensen. Como nosotros.

Mi amigo Ricardo es más optimista que yo, a pesar de que haya decidido no tener hijos para no perpetuar este desastre de especie. Le cuento todo esto y me dice que, probablemente, que nos echen de menos sea lo más parecido a que nuestra vida tenga sentido, la mejor o la única prueba de que hemos valido la pena."

* * *