Premio
Ayer coincidí en la caja del supermercado con un señor mayor, un anciano (al que le deseo la consecución de un nuevo record mudial de longevidad, que conste), que había comprado, entre otras cosas, un paquete de sobaos. En él se podía leer, repetida por todo el envoltorio dentro de unos llamativos soles amarillos, la frase ¡Gana las vacaciones de tus próximos cinco años!
¿Qué se siente cuando te hablan del futuro, de plazos o de planes, a una edad en la que lo que en cualquier momento es posible se ha vuelto ya probable y uno sabe que no tiene mucho sentido mirar muy adelante?
¿Qué pensaría aquel hombre, si es que a estas alturas de su vida se le pasa siquiera por la cabeza dedicar un segundo de su tiempo a lo que le dicen los paquetes de sobaos? Tal vez que él era el único de la cola que sabía que el verdadero premio eran esos cinco años más.
Esquilo hablaba de la "esperanza ciega". Me imagino que para tirar para adelante la única condición imprescindible, sea cual sea la edad, es no ser en exceso clarividente.
ResponderEliminarNi a esa edad, ni a ninguna otra, se suele pensar que se va a morir.
ResponderEliminarParece que tú tampoco, porque piensas que "a esa edad" "uno sabe que no tiene mucho sentido mirar muy adelante"
Quizás el único de la cola que pensaba que a esa edad un puede tener presente que va a morir, eras tú.
Yo sí pienso que voy a morir, aunque sé que por ahora tengo menos posibilidades que él, teóricamente, y que eso hace menos descabellado hacer planes.
ResponderEliminarPero, precisamente por eso, a lo mejor tienes razón en tu última frase.
Por otra parte, a lo mejor el señor estaba pensando con alivio que, aunque le tocara el premio, como mucho tendría que soportar uno o dos agostos de Marina d'Or.
ResponderEliminarPerdona, Gregorio: creo que tienes razón. Pero el problema es que no siempre es posible no caer en la cuenta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo también creo que los viejos se aferran a la vida, pero sin embargo no creo que no piensen en la muerte.
ResponderEliminarSeguro que es algo que debes tener en la memoria cuando ves a tus compañeros de generación caer uno tras otro y sólo visitas el pueblo de tu infancia para funerales.
Además, muy bueno el final Porto, aunque me temo que para que el viejo hubiera llegado a esa conclusión, además de viejo, debería ser un sabio. Algo que la sabiduría popular repite pero que no suele ser verdad. Normalmente la gente persevera. Aprender no depende del tiempo, sino de la disposición para hacerlo.
Un abrazo,
Xavie
Yo no creo que todos los viejos se aferren a la vida, cuando uno está en paz consigo mismo quizá cobre más sentido que nunca el famoso "carpe diem".
ResponderEliminarCreo que nadie está en condiciones de deir eso de que en función de la edad a este le toca primero, la visa me ha enseñado que la gente se va en cualquier edad y a veces sin esperarlo.
Rectifico, donde dije visa digo vida, me parece repugnante el acto fallido, espero que solo haya sido mi dedo desviado.
ResponderEliminarEso de que la VISA te lo había enseñado era de lo más duro, Carlos. En cualquier caso, hablo de estadísticas, que es en lo que, consciente o inconscientemente, nos basamos para hablar de estas cosas.
ResponderEliminarGracias, Xavie. Tu final, el de la disposición para aprender, sí que es bueno.
Abrazos.
A cierta edad, yo creo que la sombra de la muerte es una presencia habitual pero no obsesiva. Recuerdo a mi abuelo materno muy preocupado cuando tenía 84 años porque al año siguiente, con los 85 cumplidos, le iban a quitar, por ley, el carnet de conducir, aunque pasara los test psicotécnicos de rigor. La muerte le sorprendió unos cuantos meses más tarde, pero nunca dejó de preocuparse por las cosas del día. Un abrazo.
ResponderEliminarAnécdota que me contaron de una abuela centenaria. Como veía a sus hijos y nietos ya muy mayores, les solía decir: "Cuando vosotros faltéis, ¿qué va a ser de mí?" [...]
ResponderEliminarUn factor para mantenerse joven, al menos "de cabeza", es tener siempre esperanzas, proyectos, estudios y cosas pendientes que hacer. Conforme nos hacemos mayores vamos abdicando de todo esto.
Hace unos días oía de labios de un médico que las quejas por nuestro estado de salud son irrazonables, teniendo en cuenta que el cuerpo humano está programado, todo lo más, para durar 30 años. Hoy con 40 todavía nos hacemos la ilusión de conservar la juventud, y resulta que antropológicamente ¡somos ancianos que vivimos de propina!
Creo que cada caso es cada caso, pero los que a mí me han tocado de cerca se caracterizaban por una resignación, por una aceptación, más o menos tranquila. A veces incluso se esperaba, como si el cuerpo ya pidiera descanso.
ResponderEliminarPero en fin.
Un abrazo a los dos.
Mi abuelita tiene 97 años. Para ella la vida es la fotocopia de la fotocopia de la fotocopia del mismo día (lo cual no es muy alentador cuando la vida de uno mismo también parece ser lo mismo día tras día y ansía con fuerza la llegada de la jubilación y el "tiempo libre").
ResponderEliminarPensará en la muerte, por supuesto, pero en la muerte de los demás. Esto es como una mala suerte, quiero decir, que parece que siempre le va a tocar al otro y nunca a uno mismo.
Eso sí, desde que tengo uso de razón, siempre le he oído decir "eso ya no lo veré yo" y por ahora no se ha perdido ningún capítulo de mi vida. Incluso podría ser que ni se perdiera mi propio sepelio (uff, lagarto, lagarto). Las leyes naturales dicen que "le toca" a ella primero, pero quién me garantiza a mí que mañana al cruzar un paso de peatones no me atropelle un coche... o que la cena de hoy me siente mal... o que mi cabeza se cortocircuite... Al fin y al cabo biológicamente ya llevo un año de propina (¿sólo 30 años, Joaquín?). :)
Resumiendo: una vez leí/escuché/vi una frase que decía: el cementerio es el único sitio donde los que están fuera no quieren entrar y los que están dentro desean salir. En fin, escrito así de manera poética no de esta forma salchichera (la cutre neurona no me da para más).
Besos. C.
Xavie: diosssssss, frase lapidaria -nunca mejor dicho- la última escrita por ti (Aprender no depende del tiempo, sino de la disposición para hacerlo.). Virgen, virgen, directa a un libro de aforismos. :D
Besos, Calamidad. Me alegro de verte.
ResponderEliminarGracias Cal,
ResponderEliminarPero como decía, muchas veces pensamos que la gente mejora simplemente dejando pasar el tiempo y me temo que, en eso, no nos parecemos al vino tinto. No.
Bueno, quizá la palabra no sea mejorar y el gran problema sea evitar el cinismo a medida que envejecemos.
Un abrazo a todos,
Xavie
No, no. Eso de que la gente mejora con el tiempo, igual que un buen vino, es una falacia. Al menos desde mi punto de vista. Hombre, no conozco a Francisco Ayala, por poner un ejemplo de señor centenario, y, a juzgar por sus fotografías, entrevistas, etc, parece un ser muy cabal y simpático... Habría que verle en el día a día.
ResponderEliminarLo que sí puedo decir es que con el tiempo la gente -al menos la que yo veo- se avinagra y mucho. No me creo la imagen esa que tenemos de viejito adorable y desvalido. Mi abuela, por seguir con el ejemplo, lejos de acumular conocimientos y experiencias de la vida (y ha pasado mucho, la mujer, con una guerra civil por el medio, un exilio forzoso, penas de muerte, etc.), parece que lo ha olvidado todo para convertirse en un ser bastante rancio y falto de sentido común.
No sé. Sólo sé que con esas condiciones yo no quiero que me regalen cinco años más de vida, ni vacaciones, ni nada. Sonará fuerte, pero pienso que a veces es mejor estar muerto que vivo. La vida carece de sentido en según qué circunstancias (ojo, que yo adoro a mi abuelita, conste en acta).
Vaya rollo. Lo siento. Besucos. C.
Lo que está mal de este pensamiento (y estuvo mal por allá abajo, cuando se habló de los rematadamente feos hace semanas) es presuponer que cuanto peores son las condiciones, las aptitudes, las pautas, cuanto peor se nos presentan y más nos alejan de lo brillante, guapo, joven, de lo que también se supone satisfactorio y por tanto, feliz, obligatoriamente ha de acompañarnos un estado de ánimo lamentable. ¿Eso por qué? Que yo me entere. Si precisamente es al revés. ¿Por qué los viejos tienen que amargarse los años que les queden, solo porque estén más cerca de la muerte que tú (certeza de mucha risa, además)? ¿Por qué? Si son ellos los que más viajan, y los que se enamoran, y los que juegan, los que más bailan, los que utilizan los vales de los supers, los que ya le saben sacar el pringue a la vida. Si son ellos los que saben de qué va esto, ¿tú te crees que no apuran hasta el final, a poco que puedan?
ResponderEliminarLo que lamentablemente les para los pies son los dineros. Las pensiones de rata vieja que reciben cuando se jubilan. De lo contrario ya ves tú, morirían con las botas puestas. De ahí que ese viejo (lo sé yo, XDDD) sí sabía lo de los sobaos, y lo del viaje, y sí, quizá lo esté enviando ahora mismo.
(Y como deberes, ahora imagina qué pensaría él si te leyera.)
:-)
Y con los feos igual. Incluso con los desagradabilísimos de ver. Los deformes. ¿Tienen que sentirse mal también, no cabe en ellos el auto-engaño, la disposición a no vencerse, a no doblar el cuello? Que no, que no. Que cuanto peor se ponen las cosas, más sale el humano enorme que tenemos dentro. Nosotros lo que pasa es que aún no lo sabemos.
ResponderEliminarDonna, sin que sirva de precedente: no estoy de acuerdo.
ResponderEliminarCon respecto a los viejos, en primer lugar yo no he presupuesto ningún desánimo ni amargura; sólo me he preguntado cómo afecta la idea de que esto se va acabando (y de certeza de risa, nada; por supuesto que lo saben, sólo faltaría; tú y yo no sabemos cuándo nos tocará, pero ellos saben que pronto). En segundo lugar, no estoy de acuerdo con esa visión optimista de la vejez, según la cual parece que estén en la flor de la vida, en su mejor momento. No digo que en ciertos aspectos su experiencia no les permita disfrutar de una manera especial, más consciente, de su vida, pero de ahí a lo que tú describes me parece que media un mundo. No creo que estén todos deprimidos ni deseosos de acabar con esto, pero sí que es muy fácil que incluso en el mejor de los casos sea una etapa teñida de tristeza, por muchos motivos.
¿Que apuran hasta el final? Pues los habrá que sí (yo también conozco alguno), pero de eso a decir que lo normal es que no paren de bailar y reír... pues yo creo que no.
Y en cuanto a los feos (que tampoco se trataba de eso, pero bueno, tú ya lo sabes), me estás negando una idea general a base de decirme que hay casos que no se ajustan a ella. Claro, es que son excepciones. Por supuesto que esas circunstancias pueden dar lugar a una personalidad de hierro y enormes ganas de vivir; pero que graves taras estéticas provocan mucho sufrimiento a quienes las padecen, y que ellos darían mucho por no verse así (que es lo que yo dije), me parece evidente.
Sostener lo contrario me parece un ejercicio de voluntarismo, de querer que la realidad sea justa, como nosotros la deseamos, como sabemos que debería ser.
Me parece, Donna, como si entendiese(i)s que yo creo que tanto en un caso como en el otro tienen que ser desgraciados, y que además no me extraña, porque a ver quién supera eso...
Pero no es eso lo que pienso, querida.
Lo que pienso es que, en la práctica, en el mundo real, un grave problema de aspecto es un grave problema que hace sufrir mucho cada día (y pienso que hoy en día la obesidad entra a menudo dentro de lo que un individuo puede considerar un grave problema estético).
Y lo que me pregunto es qué pasará por mi cabeza, si llego a ser anciano, cuando lea en la prensa que la autovía patatín patatán estará terminada antes de 10 años.
(Desde luego, mira que hacerme discutir contigo.)
Donna, un beso.
Discutir no tiene nada de malo, ni siquiera conmigo, :p
ResponderEliminarTe he leido pero ahora no tengo tiempo para extenderme, así que volveré más tarde.
Un beso y bon día, :-)
¡¿Pero tú no tienes que trabajar, mujer?!
ResponderEliminarQue te vean perder el tiempo en internet, ya verás...
Y buenos días, querida; y compañía.
ResponderEliminarHacemos puente, listillo. Regreso del primer viaje de la compra, y todavía tengo dos, guardarla, organizarme, en fin. Pero descuida, que hasta las cinco que vuelven los ñajos del cole, tengo tiempo para volver y machacarte los higadillos.
ResponderEliminarAsí que cuidao conmigo...
:-)
Tu mensaje original, el que aparece en el blog, es melancólico. Tristón. Ahora puedes decirme que practicabas la equidistancia, que mostrabas una realidad ante la que no levantabas juicio alguno. Cuando eso es imposible. Lo hacemos siempre. Y es melancólico (“sabe que no tiene mucho sentido mirar hacia delante”, ¿cómo puedes decir que no supones desánimo ni amargura con frases así?). Es aquí donde me rebelo. Sin necesidad de abanderar la facción optimista-gilipollesca (del chulipendis más chulipendísimo, qué bonito y qué justo es todo) de esta vida, porque no hay necesidad, presuponer en la gente por lo que vemos, únicamente por su aspecto o la imagen puntual ofrecida en el instante en que nos cruzamos con ellas, así, con el ojo y las pinzas de la sana desinfección, cómo están, qué sienten o qué disposición tienen ante sus vidas, ante la vida, es cuanto menos un lujo que nuestro tonelaje no se puede permitir. Solemos errar.
ResponderEliminarA bulto sí, a bulto podemos (yo puedo por lo que veo) decir que llenan los autobuses urbanos a diario para ir a los hogares de pensionistas, al parque o a las obras a mirar, que organizan bailes, que juegan a las cartas, al dominó, que charlan, que ligan y que ellas y ellos se arreglan y se ponen sus vestidos y trajes del año del catapún para estar guapos. Que viajan, viajan más que tú y desde luego mucho más que yo, y que tienen mucha y muy buena conversación. Cuidan de nietos, son imprescindibles en las vidas de los suyos y un comodín estupendo en la mayoría de los casos. No es cuestión de pintar un mundo ideal ni de creer que estén en la flor de la vida, los viejos que viven en esta parte del mundo, la mía, son así. Son jugadores expertos. Todos no, claro, es de idiotas suponerlo. Los hay también que son desagradables, no bailan, no hacen nada porque mayormente, nunca lo han hecho y no van a empezar ahora. Los hay que están enfermos y no pueden hacer nada de todo esto. Pero a ellos, a esa edad a la que tú llegarás (¿Porto-rosa con ochenta años crees que se preguntará “cómo me afecta la idea de que esto se está acabando”?), hay que mirarlos sin pensar que se están muriendo a pesar de estar haciéndolo. Que los años les acerquen más la fecha no tiene, necesariamente, que influir en sus vidas (la risa de la certeza viene porque a lo mejor te mueres tú antes, Dios no lo quiera, a pesar de que a priori ellos tienen más boletos).
Conozco la realidad y vivo en ella tantas horas como tú, y si fuera el viejo que compraba sobaos y pudiera leer este blog, pensaría que el viejo eres tú. Y me iría al hogar del pensionista a tirarle los dientes a la primera que se pusiera a tiro. Por lo que sea, soy más optimista que tú, parece.
Resumiendo, estamos de acuerdo en que la edad, la fealdad, la gordura, todas las peplas que se te ocurran, plantean dolores de cabeza. Sufrimiento. Dudas. Miedo (esto es tan evidente…). Yo sólo defiendo que la mente humana no puede enfrentarse a sus horrores veinticuatro horas (ni muchas, ni muchísimas menos) al día, o se apagaría. Pero con treinta y seis años, hoy, para ti y para mí; para los locos bajitos y para los viejos. Toda la vida. Hasta que se corta el hilo. Clack. Y dejamos de pensar.
Si te queda poco de vida y te ofrecen vacaciones para cinco años. Preguntas qué se siente.
ResponderEliminarSe supone que ninguno sabemos qué se siente. Yo creo que sí lo sé.
Debe ser muy parecido a cuando ganas un viaje "para usted y su pareja". Y desde hace unos meses, ni tienes pareja ni ganas de discutir con el de la ventanilla.
Como cuando te llaman para ofrecerte una tarjeta adicional gratis de por vida para su pareja, hijo, un familiar...
Lo peor es que insisten, insisten, les dices que no, que nadie al rededor, y ellos siguen preguntando, y te dicen "mire que es gratis". Como si la gratuidad de una tarjeta te fuera a garantizar un proyecto de vida conjunto con alguien a quien amas, una claridad de miras o capacidad de cambiar el futuro, una estabilidad emocional...
No, Portorosa, el premio son las vacaciones, los cinco años los tienes que poner tú.
Mañana me voy de viaje (no es del Imserso), y ahora no puedo responder con tiempo, que estoy haciendo las maletas y copiando archivos que necesito llevar.
ResponderEliminarPero, a falta de otra cosa, resumiendo:
Creo que sigues (hablo con Donna, claro) presuponiéndome un montón de opiniones que no sabes si tengo, y creo que todas esas situaciones y actitudes que pintas, y que sé que son verdad (aunque no toda la verdad, me temo), no son incompatibles con lo que yo he sugerido (y no es cabezonería, soy sincero); el verdadero anciano protagonista del texto soy un imaginado yo mismo, no pretendo saber qué sentía aquel señor (por favor...); y lo que has dicho en tu último párrafo no es, creo yo, ni de broma el resumen de los anteriores (de hecho, creo que con ese párrafo sí estoy de acuerdo).
Otra cosa: estoy convencido de que me haré esas preguntas, si llego allá.
Y otra más: ya sé por qué hablas de certeza, y te repito: nosotros no la tenemos, pero ellos (la de que les falta poco) sí.
Y otra: en Levante debe de haber una proporción mayor de pudientes y optimistas jubilados que aquí, como en Florida hay más que en Oregón.
Y otra: sí eres más optimista que yo, como ya sabíamos.
Balcius, no sé si el sentimiento será parecido al que dices; pero, en cualquier caso, sostengo mi última frase del post frente a la tuya.
Un abrazo a ambos.