Relato: La partida del guerrero
[Había que escribir un western. Pero ya saben...
Bueno, muy feliz año nuevo, y muchas gracias por todo, a todos.]
- Mujer, yo irme.
- ¿Cómo?
- Mujer, irme a luchar.
- ¿Que te vas? ¿Cómo que te vas?
- Irme a enfrentar a rostro pálido. Irme a gran lucha allá en las praderas.
- ¿A luchar, ahora?
- Es el momento, mujer. Ir a defender tribu nuestra.
- ¿Pero tú no sabes que hoy comíamos en casa de mi madre?
- Mujer, momento llegar…
- ¿Y que me habías prometido llevarme a Fort Apache de compras?
- Mujer, bravos ir a defender tierra de nuestros antepasados, ir a gran batalla contra rostro pálido que trae caballo de hierro a praderas y mata al hermano bisonte.
- ¿Al hermano bisonte? ¡¿Al hermano bisonte?! ¡No caerá esa breva! Ojalá acabaran con él, que estoy de comer hermano bisonte hasta las plumas, hombre. No, si ya sé yo que tú, en cuanto toca ir a casa de mi madre…
- Mujer, tú conocer…
- ¡Y deja de hablar así ya, que pareces tonto!
- Pero, mujer, Conejita…
- Gazapa, Gazapa Blanca, nada de Conejita.
- Gazapa Blanca atender. Gazapa Blanca saber rostro pálido arrebatar tierras a tribu, Gazapa Blanca saber hombre blanco cruza colinas sagradas Paha Sapa, quema árboles y seca ríos, Gazapa Blanca tener en el corazón…
- ¡Que dejes de hablar así, coño!
- Bueno, pues eso, que tenemos que irnos a luchar, porque esto ya pasa de castaño oscuro. Nos estamos quedando sin nada, y la situación es insostenible. Así que he decidido reunir al consejo de ancianos y desenterrar el hacha de guerra.
- El hacha de guerra ni se te ocurra.
- ¿Qué?
- Que el hacha de guerra la limpié yo ayer, que estaba perdida de tierra. Le di con limpiametales y no pienso dejar que la manches otra vez con la ceniza y la sangre y todo eso.
- Pero Conejita…
- ¡Gazapa Blanca!
- Gazapa, vamos a ver, es que las cosas no son así. Vamos a entrar en guerra, y hay una tradición que respetar. La ocasión no es para menos; se trata de defender nuestras tierras, nuestro sustento, nuestra identidad cultural, nuestra idiosincrasia, el hecho diferencial lakota, nuestra forma de vida: en fin, supongo que serás consciente de la gravedad del momento y de la responsabilidad que yo, como jefe de la tribu, tengo.
- Nuestra forma de vida, nuestra forma de vida… Vamos, hombre, por favor. Ya me gustaría a mí, que cambiara nuestra forma de vida. Y poder dejar de vivir en esta tienda.
- Tipi, tipi.
- ¡En esta tienda cotrosa! Y dejar de andar de un lado para otro todo el día. Y tener una casita, como todas las blancas, con su jardincito, su valla y su triángulo para llamar a comer. Y poder comer otras cosas, y no bisonte, bisonte y bisonte.
- ¿Cómo puede hablar así Gazapa Blanca? Eso que Gazapa dice es una traición a nuestros antepasados, es escupir a las costumbres de nuestros padres que nos miran desde la pradera de Wakantanga.
- Mira, por favor, ¿eh?, ¡por favor! No me vengas con tonterías.
- Los bravos muertos nos contemplan y esperan que yo, Gamo Veloz…
- Sí, eso sí, veloz sí.
- ¿Cómo?
- Lo de veloz, que te va al pelo. ¿Ves? En eso sí que acertó, tu padre. Se ve que ese día estaba sereno.
- No entiendo por dónde vas ni qué quieres, mujer.
- No, ya, no hace falta que lo jures. Que no sabes lo que quiero está claro.
- Bueno, no empecemos, ¿eh?
- Si en lugar de jugar a las batallitas para hacerte el machote te dedicaras a otras cosas, de hombres de verdad…
- Mira, no sé de qué hablas, pero ahora no me puedo entretener. Voy a desenterrar el hacha…
- El hacha ya te he dicho que no. Les dices que la tengo yo, y que no puede ser. Si decidís iros a pelear, allá vosotros, pero el hacha se queda aquí; que no sé a qué viene esa manía del hacha.
- Bueno, no pasa nada. En cualquier caso, me voy.
- Ya. Pues hala.
- Me voy a luchar, Gazapa Blanca.
- Ya, ya.
- Voy a batirme por nosotros. Defenderé lo nuestro contra quienes nos lo quieren arrebatar.
- Bueno, yo no te digo nada, tú sabrás lo que haces. Pero a ver cómo vuelves, ¿eh?, ya te lo digo.
- Puedo volver herido en la lucha, mujer. Puede incluso que mi vida se quede en el campo de batalla.
- No, no hablo de tu vida. No disimules. Hablo de cómo llegaste la última vez. Que te olí cinco minutos antes de que entrases en la tienda.
- Mujer, es que al final nos reconciliamos, y entre la pipa de la paz y el agua de fuego para celebrarlo…
- Sí, claro, el caso es tener una excusa para celebrarlo. Para celebrarlo vosotros, eso sí, porque lo que es conmigo, llegaste muy animado, tú, pero nada.
- ¿Cómo nada? ¿Ya no te acuerdas, Conejita?
- Yo sí, yo me acuerdo perfectamente. El que no se acuerda eres tú, de cómo te quedaste dormido encima de mí a los treinta segundos de lanzar el grito de guerra.
- Anda, coño, yo creía…
- Tú crees muchas cosas. Así que ya sabes, nada de volver a las tantas, y muchos menos alborotando, ¿eh?
- Parece mentira, mujer. Voy a enfrentarme al peligro. Dame al menos tu protección, para que me acompañe a la batalla.
- ¿Mi protección? Lo que te voy a dar es esta lista, y al volver paras en Fort Apache y compras estas cosas. Y que no te engañen como siempre, que te toman por tonto.
Los bravos guerreros lakotas cruzan veloces la pradera a lomos de sus caballos. En sus rostros se lee solo la determinación, no hay lugar en ellos para el miedo.
- Jefe, ¿entonces, lo del hacha?
- Que ya os he dicho que no, que el hacha no está para esas tonterías, hombre. Y además la tengo yo guardada en una vitrina que le he hecho, y… Bueno, eso, que no.
- ¿Pero y cómo vamos a hacer, entonces?
- Pues como todo el mundo.
- Jo, ya, pero es que sin el hacha no es lo mismo.
- Pues es lo que hay. Abrimos las botellas con el sacacorchos, como todo el mundo, y punto.