Las tribulaciones de Edgard
Edgard siempre había querido ser una persona inteligente. También culta, pero, por esas razones que siempre hay que rastrear (y que él había rastreado) hasta la infancia, sobre todo inteligente.
Y nunca había estado descontento, en ese aspecto, nunca había tenido un mal concepto de sí mismo. Incluso se podía decir que siempre (y ahora se preguntaba por qué, si había tenido alguna vez motivos objetivos para creerlo o todo había sido fruto de una cuestionable asunción, de un malentendido, comprensible pero malentendido al fin y al cabo) había estado bastante convencido de su talla intelectual.
Pero con los años su estima había comenzado a resquebrajarse, y era cada vez más evidente lo mucho que dependía de la aprobación de los demás. Desde hacía tiempo se daba cuenta de lo fundamentales que para él eran las opiniones ajenas, y había llegado a reconocerse que lo que quería, lo que necesitaba, no era ser inteligente (no sabía ya si lo era o no, no sabía ni siquiera en qué consistía serlo), sino que se lo llamasen.
Y Edgard, que tenía a sus espaldas un tórrido romance con el psicoanálisis, pronto llegó a algunas conclusiones.
Primero comprendió que si necesitaba que los otros corroborasen su valía era porque, a pesar de que creía tenerla, en el fondo era consciente de que nunca la había demostrado. Y entender esto le alivió, e incluso le sugirió cuál podría ser el camino a seguir.
Pero luego, cuando fue comprobando que las opiniones que él ansiosamente buscaba no estaban a la altura de lo que siempre había creído merecer, que los veredictos eran decepcionantes y que lo más que decían de él era que, bueno, no, del montón no era, llegó a la segunda y dolorosa conclusión: que, efectivamente, no era nadie excepcional.
Entonces, herido y desorientado, comenzó a intentar fijarse en otros aspectos, en otras cualidades del individuo, trató de ver a la persona como algo más amplio y complejo, donde la inteligencia, o las inteligencias, eran un ingrediente más. Y se propuso desesperadamente llegar a ser mejor, mejor en general; aunque ya no significase ser más inteligente.
Pero claro, como él, que no en vano había, como se ha dicho, coqueteado con el psicoanálisis, sabía, no era tan fácil cambiar los propios deseos, y Edgard no podía evitar, por el momento, ver en este nuevo propósito algo así como un premio de consolación. Se veía jugando el partido por el tercer y cuarto puesto
Aunque, de buen natural como era, confiaba, qué remedio, en ir cambiando su punto de vista con el tiempo y llegar algún día, en contra de lo que había hecho toda su vida, a no preocuparse por la clasificación, y menos aun por su lugar en ella.
Yo creo que Edgard se complica mucho las cosas y se crea problemas que no existen. Lo que él sea lo es y lo que no también. Qué más da. De qué sirve saberlo. Lo que es se demuestra, pensando y haciendo. Se trata de pensar y hacer, de avanzar viviendo, no de especular sobre la nada del ombligo, o el ombligo de la nada. Creo yo.
ResponderEliminarAunque querer ser mejor está muy bien siempre. Eso sí.
ResponderEliminarPues no sé... el Edgard este, que siempre está con esas cosas, ya ves tú.
ResponderEliminarComo diría un viejo cascarrabias, a este Edgard lo ponía yo a picar piedra y ya verías qué rápido se le pasaban todos los males... ;D
ResponderEliminar(No era una enmienda a la totalidad. Me parece bien pensar, eh...)
Puede ser, puede ser.
ResponderEliminarHa picado piedra alguna vez, al parecer (y fue bastante duro), y efectivamente se olvidaba casi por completo de todas esas cosas. Sólo pensaba en acabar con la roca.
Y, sin embargo, incluso en esos trances sentía, muy al fondo, y como un flaco consuelo, que entre sus sostenes importantes había también un clavo ardiendo intelectual al que aferrarse (eso, porque entonces aún se sentía seguro de sí mismo, claro).
O eso me imagino yo.
Pero bueno, aún tengo el personaje sin perfilar del todo, ya veremos. Con la literatura nunca se sabe...
Siempre está bien evolucionar para ser mejor en todos los sentidos. Lo triste es tener que hacerlo por autocompasión.
ResponderEliminarY este personajillo parece bastante triste.
La verdad es que sí, que Edgard es un poco patético, en este tema.
ResponderEliminarPero, ¿por autocompasión? No, yo no veo autocompasión, sino que de repente ha visto la luz y asumido su frustración, y debe madurar de golpe.
Me recuerda, salvando las distancias...A Cándido de Voltaire.
ResponderEliminarSalvando las distancias.
Claro.
palabra de verificación: morimus
Demasiadas comas para mi gusto.
ResponderEliminarSaludos desde la irónica realidad.
El narrador es divertido, omnisciente pero metomentodo y apinador. Las comas me gustan mucho, no tanto algún laaargo paréntesis. En cuanto al "fondo", creo que todos buscamos la aprobación de los demás, aunque queramos camuflarla bajo otros títulos (generosidad, simpatía, empatía...). La necesidad de aprobación es consustancial a la necesidad de socialización y, si me apura, a la necesidad de ser querido. Cosa muy distinta es que esa necesidad se convierta en la "única" o en la fundamental para la propia estima.
ResponderEliminarUn saludo.
Madre mía!
ResponderEliminar(No preocuparse por la clasificación, y menos aun por su lugar en ella me parece un excelente objetivo de futuro.)
Ya, Celia, morimos. ¿Y para qué, entonces, como decía Rosalía, tanto luchamos?
ResponderEliminarPues porque algo hay que hacer, ¿no?
A mí las comas me encantan. De hecho, les voy a decir algo que muy muy pocas veces he dicho aquí: este texto me encanta.
María, ¿madre mía?
Buenas noches.
Pienso, perdón, creo que Edgard está madurando.
ResponderEliminar"no preocuparse por la clasificación, y menos aun por su lugar en ella". No creo que uno deba marcarse metas para competir, sino para conseguir realizar algo que te guste.
Número uno sólo puedo ser yo. Lo siento.
Un abrazo
:D
ResponderEliminarBuenos días.
"Demasiadas comas para mi gusto."
ResponderEliminarjua, jua, juá. ¿No le dijo eso alguien a alguien?
Mire usté, Señor de Portorosa. Uno no puede llamarse Edgard y salir indemne. Por lo demás, me ha gustado la caída del sudodicho: como si fuera bajando unas escaleras a culadas. Por supuesto, a mí las comas me gustan, así que el texto también.
Echo en falta la perspectiva de mejorar en el empeoramiento. Ahí, su Edgard tiene un filón de posibilidades de competir con la mayoría. El premio Ser Más Malo que la Quina está muy disputado.
Buenos días, Porto (¿me permites el hipocorístico?)
ResponderEliminarSé que llevas varios años sentado en esa silla, pero esta es la primera vez que participo en tu blog, aunque lo he visitado muchas veces.
Aprovechando el dato: "Edgard tenía a sus espaldas un tórrido romance con el psicoanálisis", me permito citar a Alfred Adler, discípulo de Freud:
“Tan pronto como el afán de hacerse valer prevalece, provoca en la vida del alma un aumento de tensión que hace que el hombre perciba más claramente el objetivo de poder y superioridad, y trate de aproximarse a él con movimientos reforzados, siendo entonces su vida como la esperanza de un gran triunfo. Un individuo tal pierde el contacto y la relación directa con la vida práctica, porque está siempre ocupado en saber qué impresión produce y qué piensan de él los demás. Esto constituye un gran obstáculo para su libertad de acción, apareciendo el rasgo de carácter más frecuente en tales casos: la vanidad”
Quizá este Edgar (trasunto de quién sabe quién) en el fondo sea un vanidoso...
Un saludo
PD: A mí también me gustan las comas.
De Casta le viene al galgo. Reconozca, Don Porto, que ha sido un izquierdazo en todo el hígado. A mí me cuesta recuperar la respiración.
ResponderEliminarEl palabro, backscar: todo un hallazgo.
Escribir escribe cualquiera, que guste es lo más difícil. De ahí el mérito de Stieg Larsson al que solo se le reprocha que es lectura de masas. Lo de las comas, me espanta tanto el exceso como el defecto: me agota, me aburre y lo dejo. Para alimentar su ego, me pasó en su día (por defecto de puntuación en estos casos) con Cela y Joyce. Es, cierto, que, la, puntuación, permite, conferir, al, texto, una, emoción, según, la voluntad, del, autor. Pero creo que incluso esa libertad ha de acomodarse a ciertas reglas conocidas por todos, en mi forma de entender el arte: si por arte entendemos toda expresión humana capaz de provocar una reacción en quien contempla (lee, escucha) metemos en este saco a Christo y a estos "artistas" que colocan en una sala de exposición una montaña de colillas o excrementos o a quien escribe una novela sin puntuar y luego le dan el Nóbel... Entiendo que mis limitaciones propias me impiden considerar arte un libro en blanco o ropa interior tendida (¿neorrealismo?) aunque es cierto que me provoca sensaciones: indiferencia, repugnancia, asombro, aburrimiento, risa... Me parece snob.
ResponderEliminarEn cuanto al fondo, el comienzo ya refiere las limitaciones: "Edgard siempre había querido ser una persona inteligente. También culta". Michael Jackson quiso ser blanco... En fin, el propio anhelo manifiesta sus propias limitaciones, en mi opinión. No creo que alguien inteligente desee ser inteligente, se limita con aprender, con querer saber saber. Lo mismo pasa con la cultura: es culto el que quiere saber, el que discierne que lo que hay que saber es esto y no lo otro me parece, simplemente, un snob adaptado a una serie de convencionalismos establecidos por quienes se autoproclaman gurúes.
Particularmente me gustó más el relato futurista de hace cinco días.
Saludos desde la irónica realidad.
Pues será que no lo es (inteligente), como él sospecha, Irónico.
ResponderEliminarCasta Susana, bienvenida. Es que podríamos haber empezado por ahí: Edgard, que se ve fielmente retratado en ese texto de Adler, es sin duda un vanidoso.
(Es verdad que la vanidad es un medio; pero en quién no...)
Besos y abrazos.
El querer o el desear son, en muchas ocasiones, trampas que nos ponemos para ser infelices.
ResponderEliminarPrefiero disfrutar con lo que tengo.
Depende de lo que se quiera o se desea, Juan. Sólo llegaremos a ser infelices si nos proponemos metas que están lejos de nuestras posibilidades. Por el contrario, el querer algo más de la vida y poder conseguirlo es muy gratificante, nos enriquece, y a mí, particularmente, me hace muy feliz.
ResponderEliminarAunque su postura "prefiero disfrutar de lo que tengo", me hace pensar que ha conseguido de la vida lo que deseaba o esperaba de ella (ya sea poco o mucho).
Me alegro de verte, Juan.
ResponderEliminarEstamos hablando de distintos conceptos de deseo.
Saludos.
Se ha muerto Levi-Strauss.
ResponderEliminarS.
¡Con los buenos pantalones que hacía!
ResponderEliminarS.
¿Te has inspirado en mi?, estaba leyendo el texto y me identifico con el personaje en muchos aspectos.Incluso hasta podría servirte de inspiración.......
ResponderEliminar¿quieres alguna idea de lo que podría llegar a pensar Edgart en algunas circunstancias?
Pregunta pues.
Me has invitado a pensar,a reflexionar...
Gracias,Me has hecho un gran favor!!
para mi gusto, S., un poquito crudos.
ResponderEliminarDesde luego, S., con lo que me tuve que morder yo la lengua (bueno, los dedos) para no hacer el chiste...
ResponderEliminarAún recuerdo la primera vez que estuve en Inglaterra, cuando le pregunté a mis anfitriones, la primera noche, si eran baratos los Levi's. ¡El tiempo que tardaron en saber de qué coño les hablaba! Hasta que dije "libai", o algo así.
Pues de nada, Corsario, y bienvenido.
¡Anda, también se ha muerto Ayala!
ResponderEliminarA los 103 años. (!)
ResponderEliminarY el otro iba a cumplir, este mes, 101. La verdad es que tampoco se pueden quejar, ¿no?
ResponderEliminarAl final, va a resultar que ser un intelectual prolonga la vida. Pobre Edgard...
Que crueldad la suya Señor Portorrosa,........en fin,..........quizá no me expresé bien.........espero que os hayáis reído a gusto....en cualquier caso ponerse al día es cosa de tiempo y si me dejáis , me gustaría acompañaros..........,
ResponderEliminar¿Por qué, crueldad?
ResponderEliminarPor supuesto, Corsario; reitero mi bienvenida. Está usted en su casa.