No, no estamos de acuerdo.
Un comentario de Danae (a quien tengo el gusto de presentarles) en un texto mío de hace unos meses, unido a una conversación de la que he sido mudo testigo en un blog ajeno, han hecho que me apetezca comentarles algo referente a las opiniones y a las discusiones que sobre ellas surgen.
En un comentario de aquel texto yo decía:
"Con matices, creo que verdaderamente todos estamos de acuerdo, y que las diferencias no son tantas como aparentan; como tantas otras veces, se trata más bien de una cuestión de expresión, y no de ideas."
Para luego añadir, en lo que era casi una contradicción:
"(Claro que, por otra parte, yo creo que en general es fácil coincidir en las razones teóricas y en los argumentos; las diferencias, incluso si son irreconciliables, vienen dadas muchas veces simplemente por el grado de importancia que unos y otros le damos a cada razón. Es decir, yo creo que debo actuar según los criterios A y B, y usted también, (...); pero el peso relativo que A y B tengan para cada uno, aunque sólo varíe un poco, hará que usted y yo discutamos, militemos en partidos distintos, votemos diferente, e incluso -si somos lo suficientemente necios- nos llevemos mal. Por eso es frecuente, en medio de una discusión, recapitular y comprobar con cierto asombro que ambas partes parecen coincidir en sus razones y planteamientos, sin que ello haya impedido pelearse durante horas, y seguir haciéndolo una vez visto que "se está de acuerdo"...)."
Pues bien, yo creo que lo primero es tristemente cierto en muchos casos, que en efecto hay infinidad de discusiones que surgen de malentendidos, de no expresarse con propiedad, de no saber exponer con claridad las ideas propias, etc.
Pero, una vez dicho eso, me temo que lo segundo es también verdad, y que lo es con mucha más frecuencia: casi nunca estamos del todo de acuerdo, y no pocas veces discrepamos frontalmente; y sin embargo cierto planteamiento en nuestras discusiones (y más, paradójicamente, cuanto más cultas y razonables parecen ser) lleva a que acabe pareciendo que todos pensamos lo mismo, que en realidad todos vemos todo igual, y que no podríamos coincidir más. Y es falso.
Creo que lo que ocurre (y muchos posts de este blog son buenos ejemplos de ello) es que sólo estamos de acuerdo si las discusiones se mantienen en el plano teórico, si nos limitamos a dar razones comedidas y asépticas; si no nos "mojamos", en fin. Sobre el papel, hablando de conceptos abstractos, casi todos contentos; pero cuando bajamos a la tierra y tenemos que señalar con el dedo nuestras razones, concretar nuestras filias y nuestras fobias, y poner nombre y apellidos a nuestros héroes y nuestro villanos, vemos que, de acuerdo, nada, y el hechizo se rompe, y con él el pretendido entendimiento.
Hace poco hablamos aquí de idiomas, de políticas lingüísticas, de defensa de la cultura propia, etc., y, como todos parecíamos coincidir, yo dije que algo debíamos de estar haciendo mal. Pues bien, yo creo que lo que hicimos mal fue que no descendimos a concretar qué era para nosotros esa defensa, dónde poníamos los límites de los propios derechos "culturales", qué políticas lingüísticas veíamos correctas y cuáles excesivas, o hasta qué punto llevábamos la supuesta igualdad entre los distintos idiomas. Estoy convencido de que si hubiésemos entrado en detalles, habríamos visto que discrepábamos bastante.
Y podría poner mucho más ejemplos sin salir de esta casa. La secuencia suele ser: digo algo, otros lo rebaten, empiezo a matizar, ustedes empiezan a matizar, y acabamos todos de acuerdo... porque hemos terminado por descafeinar completamente las posturas iniciales. Muchas veces esas matizaciones son muy loables, y ojalá cundiera el ejemplo, pero otras en realidad lo que sucede es que al final es todo tan general y tan ambiguo que cualquiera, piense lo que piense, puede suscribirlo.
Y si hay un ámbito en el que esto es especialmente cierto es la política. Pocas son las personas capaces de defender un proyecto político basado en una teoría política completa, estructurada, coherente, etc. Los demás, aun cuando pretendamos no engrosar la mayoría hispánica que es de un partido político como es del Madrid o del Barça, nos limitamos a pensar que ciertas ideas, más o menos ligadas entre sí, nos convencen más que otras.
Y a menudo nos sucede que si hablamos de ellas entre nosotros en un tono cuasi-teórico es muy fácil que nos parezca que todos coincidimos, que todo es fácil y razonable, y que si los políticos siguen discutiendo es por no quedarse sin trabajo. Y yo creo que nos equivocamos (bueno, en lo último no).
Tomemos la siguiente frase:
Los extremismos son malos.
Es sólo un ejemplo, pero me parece que una amplia mayoría de ciudadanos haría suya esa afirmación (de hecho, a veces da la impresión de haberse convertido en un axioma intocable). ¿Estarían todos, por tanto, de acuerdo? Ni mucho menos, por descontado. Sigo con otros ejemplos:
Una cosa es alguien de ideas conservadoras, y otra un facha.
Una cosa es alguien de izquierdas, y otra un “progre” de postal, todo tópicos idealistas y demagogia.
Una cosa es amar y defender lo propio, y otra el nacionalismo radical que mitifica la patria y la antepone a cualquier cosa.
Si incluyésemos esas afirmaciones en una discusión, algunos disentirían, pero creo que en general mucha gente exclamaría, aliviada, “¡Al final, todos pensamos lo mismo!”: falso.
Y si nos atreviésemos a definir conservador, facha, ser de izquierdas, progre de postal, defender lo propio, y nacionalismo radical, y si osáramos poner fronteras a los tan denostados extremismos, lo comprobaríamos. Porque no habría ni dos personas completamente de acuerdo.
Y es que los conceptos que manejamos no significan lo mismo para todos; o no significan lo mismo para nadie, estoy por decir. Cuando opinamos sobre hechos, ideas y personajes concretos, mi conservador se convierte en tu facha, mi individuo preocupado por las injusticias en tu progre guay, mi moderado en tu cobarde, mi desarrollo en tu codicia, mi educación en tu manipulación, mi afán de cultura en tu elitismo, mi liberalismo en tu capitalismo salvaje, mi orden en tu injusticia, mi justicia en tu desorden, mi religión en tu fanatismo, mis convicciones en tus prejuicios, etc., etc.
Así que no se fíen, que no los líen con buenas intenciones y académicas exposiciones. No estamos de acuerdo.